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miércoles, 1 de abril de 2020

Historias desde la cuarentena 16. Montevideo para armar



1.
Hace un año que no le compro comida de gatos a la veterinaria de antes, ofendida porque una vez me clavaron esperando dos días por un paquete de 10 kilos, pero hoy tuve que transar. Ya había preguntado en todas las ventas de comida felina en media hora a la redonda desde mi casa, y la única otra opción que tenía era ir en ómnibus hasta cerca de Kalima, donde he estado comprando de pasada todos estos meses. Los del barrio son muy amables, en todo caso; mi problema no es con ellos sino con el chanta que reparte a domicilio.
Estaba perdida en esos pensamientos cuando entran al local dos personas, una pareja de treintañeros, cargando con las bolsas de los mandados y con tres perritos de un par de meses en los brazos. Dos eran negros y la otra jaspeadita.
_ Hola- dijo la mujer a la de la caja- ¿Tendrás el teléfono de algún lugar donde podamos dejarlos? Los acabamos de sacar de 8 de octubre, donde casi los pisan los autos, y si los soltamos de nuevo seguro que los van a matar…
La otra la miró una expresión a partes iguales de dolor y cansancio, y la de los perros siguió hablando.
_ Yo tengo un rottweiler y no me los puedo quedar… No sé qué hacer. Eran cuatro. Por suerte regalamos uno recién, en la puerta de la panadería.  Ya les saqué fotos, apenas llegue a casa las subo a las redes para compartir.
_ Está bien- respondió la de la caja- Voy a buscar una caja, y los dejamos acá, por hoy. ¡Mirá lo que son! Pero nosotros también estamos complicados.
Miré alrededor: ya había tres enormes vagabundos acostados adentro, como siempre. Sé que no son de ellos, pero siempre veo que les dan agua y comida y los dejan estar adentro mientras están abiertos.
Voy a buscar en Facebook a la que los trajo, aunque cuando le pregunté su nombre resultó que es tan común como el mío, y capaz que les sigo comprando a los de la veterinaria, aunque ya no voy a volver a encargar a domicilio.

2.
Fila para pagar en un comercio. Una vieja se había metido mal, y cuando al fin entendió cómo era la línea la dejé pasar adelante, porque había llegado antes. Dijo “gracias” y pretendió seguir charlando pero me hice la que no escuchaba, e hice bien.
_ Tenemos que cuidarnos entre todos.-empezó, como tanteando- Lástima que no mataron a los chinos antes que esto se desparramara. Seguro. Así todo esto no hubiera pasado. Si a cada uno que se contagiaba lo mataban se acababa el virus.
La fila fue rápida; en medio minuto la vieja de mierda se alejó hacia la caja, donde trató de convencer a la cajera. Menos mal que la maldad y la ignorancia no se contagian (o al menos eso espero).

3.
Cincuenta. Cincuenta personas haciendo fila en la vereda para entrar al supermercado barato del barrio, más ocho o diez afuera esperando a sus familiares con carritos y bolsas. No da para escandalizarse: el lugar es de verdad más barato que cualquier almacén, y en este barrio cada peso cuenta. Que nadie critique, salvo si sabe lo que es no tener para comer. Y a propósito, no solo vi que hay una olla popular cerca a la que voy a arrimar algo mañana, sino que una verdulería puso bolsas con verduras surtidas en un cajón, en la vereda, con el cartel: “si te quedaste sin trabajo llévate una y compartila”. Aplausos cerrados.

4.
La cuarentena me ha reconciliado con un tipo de comercios a los que antes no entraba, y esta no es para mí una buena noticia, pero en fin. Entro a la panadería del barrio y pido tres polvoroncitos de los chicos, para sentirme menos culpable. Como siempre, hay un enjambre de abejas revoloteando entre bizcochos y masas. Un enjambre de verdad; en la parte dulce de cada ojito había no menos de cuatro abejas felices y regordetas, y en cada vitrina volaban y zumbaban seis o siete. Yo les tengo miedo, en general, pero sé que si no hay movimientos bruscos no pasa nada, así que le dije en tono de broma a la chica mientras ponía mis polvorones en la bolsa:
_ Para mí sin abejas, por favor.
Ella respondió con cantito cubano.
_ No, las abejas son mías y io no le voy a dar ni una.
(Nota al margen: me encantan los cubanos, son muy dulces. Yo me tendría que enamorar de un cubano, pero solo conozco a Pedro Juan, que a esta altura ya está un poquito grande. Fin de nota.)
Nos quedamos con la chica charlando unos minutos. Parece que nadie sabe de dónde salen las abejas, pero hace meses (o quizás años) que andan repartidas entre la panadería y la verdulería de al lado. Especialmente andan en el cajón de las uvas, que les encantan. No pican a nadie, solo caminan, liban, chupetean. Qué le vamos a hacer. Son el bicho más importante del planeta, y al que no le guste, que se vaya a la panadería del Disco.

La peste esta me está poniendo un tanto rebelde, o quizás la palabra sea neurótica, aunque no me van a negar que “rebelde” siempre tiene mejor prensa.
Nos estamos viendo. Voy a tomar un café con polvorones y sin abejas, por ahora. Con su permiso.

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