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sábado, 5 de septiembre de 2020

Se(p)tiembre 2020





Demoré tanto en salir de casa que me agarró la llovizna por el camino, y cuando llegué al local de votación mi circuito era el único con una cola de 25 personas esperando al aire libre. Compartí paraguas con una chica que no tenía (nadie nos dijo nada, quizás porque no andábamos con banderas de la diversidad), voté y a la salida caminé hasta el shopping que, previsiblemente, está casi vacío. Y acá estamos, tomando un moka caliente y disfrutando de la jornada electoral con tanta alegría como el Elmo de mi buzo.
Hoy comenzamos a volver.





Ayer en la previa de la marcha me encontré con un montón de alumnos y ex alumnos. Cada vez que sonaba un “¡profe!” yo pensaba que ojalá supiera quién era la persona que saludaba, porque ya saben de mi problema con la retención de caras (y más con las que no veo hace un tiempo) pero no, no tuve ningún black out y cada encuentro fue una alegría convenientemente identificada con una sonrisa, un beso o un abrazo, según el caso. Sí, de tapabocas. No, sin distanciamiento: era una noche de fiesta y no hay fiesta sin entrega.
En cierto momento con mi amiga cruzamos a tomar un cortado rapidito en un bar de enfrente (no vayan a pensar que estábamos paradas hacía casi dos horas y la edad y esas cosas, fue solo para charlar tranquilas y desprendernos del peso de las carteras, obviamente, porque ella venía del trabajo y yo de un taller de lo más interesante). Bañadas por la emoción de tantos reencuentros nos pusimos a charlar de los lazos humanos y de cómo el inconsciente no sabe de tiempos ni de distancias. Hay personas con las que conectamos de inmediato aunque hayamos pasado media vida sin vernos, y hay encuentros que aunque se den con frecuencia no llegan a encender el reconocimiento del otro. No tiene que ver con el amor, o sí, pero no con el amor en tanto encuentro de pareja sino en general. Esa chispa. Esa magia. A mí me pasa, por ejemplo, con algunas de mis amigas: a veces paso años sin verlas porque no importa la distancia, no importa nada. Nos queremos. Son como pilares, siempre están sosteniendo mis estructuras, tanto como mis amigos de toda la vida a los que (por suerte) sigo teniendo cerca de un modo o de otro.
Ayer la fiesta era por la diversidad, y después de la marcha yo volví para mi casa pensando que no hay parámetros ni reglas que puedan medir los sentimientos. El amor eterno puede concentrarse en el abrazo con un estudiante de otros tiempos, en el cortado con mi amiga (que me pregunta preocupada si es cierto que algunas mañanas tomo tres cafés o más), en la hora y media hablando de literatura con un amigo escritor en la previa de la previa o en la certeza de que hay personas con las que la magia del encuentro sigue existiendo, siempre, aunque cambien los formatos. Diversas formas de estar cerca. Que nadie nos diga cuáles son válidas y cuáles no, porque es mentira. Todas lo son.





Se realiza en forma multitudinaria desde hace quince años, es la segunda marcha más grande del Uruguay (después de la del Silencio), y es una fiesta donde el orgullo por la diversidad se carga también de otros significados. Se marcha por la alegría, por el amor, por los jóvenes, por los derechos. Por permitirnos ser quienes somos. Porque si ser libres es visto por algunos como un espacio de recreo estamos dispuestos a defender ese recreo, y a gritarlo fuerte y claro. 
¡Viva la libertad!






Aviso. 

A la persona de mi barrio que tiene un gato negro le quiero avisar que si el bicho sigue entrando a robar comida en mi casa y a marcar territorio orinando en lugares que no puedo detectar yo lo voy a terminar adoptando y le voy a pagar la operación. Después no quiero quejas ni reclamos, ¿eh? Que donde comen dos gatos comen tres. O cuatro. He dicho. 

(Lysoform, alguien tiene?)






Pollerazo en el IAVA, hoy, en el recreo del medio. El liceo se reencontró consigo mismo, en un año en el que por obvias razones no había habido hasta ahora ninguna intervención. Estaban con tapabocas, al aire libre, y el momento en que se juntaron para tomar la bandera no pasó de un par de minutos, pero el clima de respeto a la diversidad por estos lados no es solo un jueguito de vestirse diferente y agitar unos colores. Se vive en serio, siempre, con todas las personas que aquí nos encontramos, jóvenes o adultos. Yo también vine de pollera (con la única que tengo que no es minifalda). Una fiesta, cortita, pero fiesta al fin, que terminó con “Los Orientales” sonando a todo trapo por el parlante del liceo, porque ya que estábamos la Directora le metió un homenaje a Idea. Otra fiesta.





No quiero soñar mil veces las mismas cosas ni contemplarlas sabiamente... Quiero que me trates suavemente. 🎵
El 103 avanza por 8 de Octubre a puro Cerati cuando de pronto, terminada la canción, una voz femenina me pregunta, desde una propaganda, si tengo Maicena en la alacena. 
Qué delicado es este asunto de la rima... Aún los adverbios en “mente” suenan bien en la canción, pero en el reclame las palabras parecidas agobian y te dejan con gusto a pobreza sonora. O será que yo a Cerati le perdono cualquier cosa. 
Feliz jueves de sol.
Me estoy yendo al IAVA de pollera, porque hoy tocó pollerazo (menos mal que hay sol, que es primavera y que -de casualidad- tengo una falda larga entre tanta cosa impresentable). 
La canción ya se terminó, pero mi cabeza sigue viviendo en Cerati. No quiero soñar mil veces las mismas cosas ni contemplarlas sabiamente... Quiero que me trates suavemente. 🎵





8.20 de la mañana. Entro a un grupo y me los quedo mirando... ¿Cuánto hace que no los veo? Mucho tiempo, demasiado. Por diferentes circunstancias que no tienen que ver con ellos ni conmigo nos hemos desencontrado, y siento que estoy casi en marzo, pero en setiembre. 
(Sin p, lamento si les molesta, pero mi setiembre va sin p y la RAE no dice nada, la la la!)
Está terminando el escrito en el segundo grupo de la mañana. El último estudiante en entregar se queda mirando la pila de hojas, amaga con irse pero se da vuelta y las acomoda para que queden parejitas. 
_ No puedo con mi genio, profe. Yo soy muy ordenado.
_Bienvenido. 
Sala de profesores. Una compañera le pasa alcohol el gel a la mesa, mientras yo (con el mismo alcohol) saco la mancha que quedó de un comunicado que alguien pegó alguna vez, cuya huella aún es visible. 
_ Ah, pero ustedes están muy activas- dice una compañera.-Ya me siento culpable de no estar haciendo nada. 
Una chica de cuarto año tiene que decirme algo en el recreo. Duda frente a la puerta de sala de profes, hasta que al final alguien la ve y le dice que pase. Entra tímidamente, me dice algo y sale casi de puntas de pie, para ser más invisible. 
_ Algunos chiquilines son tan amorosos que me los morfo.- comenta la compañera que le dijo que pasara, y estoy de acuerdo con la metáfora. Algunos (la mayoría) son un amor. 
En las paredes anuncios de yoga gratuito para docentes y de un pollerazo estudiantil para mañana. En las barandas escenas de aves contemplando desde lo alto el mundo humano. En la cantina una sola docente tomando en hora libre su tercer café de la mañana, mientras piensa que esta adicción va a tener que terminar algún día. La del café, digo. La del liceo que me acompaña desde los 15 años no, no se termina, ni siquiera en este 2020 raro e imprevisible. 
¡Feliz comienzo de primavera! 
No la dejen pasar sin mirarla.



Salgo de mi casa contenta y feliz, con la cabeza bien en alto, sintiendo el calor del sol de un mediodía casi primaveral, pero al llegar a Camino Maldonado abandono la postura desafiante y realizo el resto del recorrido con los ojos bajos, sin atreverme casi a mirar de frente a las personas, perros y gorriones que se cruzan por mi camino. No diré que llego a ir lagrimeando, pero casi.
Todos los días es lo mismo: desde hace un par de semanas mi hora de caminata por el barrio se ha llenado de enemigos. Algún día voy a acordarme de manotear un par de lentes antes de salir, pienso, mientras camino mirando el piso y voy juntando cosas, en tanto frente a mis ojos se desarrolla la danza vertiginosa de unos 345 millones de pelusas de plátano, millón más, millón menos, todas buscando los ojos de un transeúnte desprevenido o de alguno sin lentes, por lo menos.





Mi barrio es un lugar donde los vecinos (todavía) nos juntamos a charlar en la plaza con mate, con perros y a veces con niños y pelotas.

Mi barrio es donde nos organizamos para salvar a los árboles de la locura podadora de algunos vecinos que creen que dejando un tronco mocho "el árbol después viene con más fuerza", cuando no es así ni por casualidad.

En mi barrio la moza del bar (y a veces el dueño) nos invita con torta de chocolate porque somos clientes regulares.

Solo en mi barrio pasa que un entrenador físico venga a darnos clases todos los días a media cuadra de mi casa, sobre el pasto, bajo el sol o la sombra de la primavera.

En mi barrio todos conocemos las mascotas de todos.

Compartimos las banderas y vamos en un entrevero de viejos, jóvenes y no tanto a ver cómo se inaugura un centro cultural, aunque dos de nosotras viajemos en la parte de atrás de una camioneta solo por no caminar siete cuadras.

Es raro este barrio, y lo más raro es que vivo aquí desde 1983, y recién ahora me parece que lo estoy descubriendo.






Vivir en la loma del quinoto (diría Puglia) tiene sus ventajas. Por ejemplo, no tiene que venir un político a inventarnos hipotéticas obras o sueños de inversiones para que lo votemos el 27: acá somos pocos y nos conocemos.

Viví en este barrio la mayor parte de mi vida. Las únicas obras grandes (realmente grandes) que he visto desde la infancia son el Intercambiador Belloni y el Complejo Cultural Crece Flor de Maroñas. En gobiernos del Frente, claro. Promesas, y gente recorriendo ferias cada cinco años, miles. Obras de otros partidos, te las debo.

Hoy se inauguró en medio de un barrio pobre, a siete cuadras de Camino Maldonado y Rubén Darío, un centro cultural y deportivo con cancha techada, gimnasio, policlínica y cinco salones multiuso, en un predio de 4.500 m2. Copio, de una nota de prensa: "en la planta baja hay un área de deportes convertible en: cancha de básquetbol, cancha de voleibol, cancha de handball, cancha de fútbol de salón, vestuarios para adultos y niños, salón polivalente y depósitos, sala para gimnasia, pilates y musculación leve, vestuarios accesibles para adultas/os y niñas/os, y un espacio de estar y alimentación saludable. En la planta alta del local hay un área cultural, que incluye: aulas para formación, salón para danza y teatro, salón de música, áreas para actividades teóricas y multimedia y servicios higiénicos accesibles. Para la construcción se utilizó una técnica desarrollada en Uruguay por el ingeniero Eladio Dieste, que permite salvar grandes distancias sin pilares intermedios."

Esta es la Montevideo que quiero. La ciudad que hace lo posible por darle un pan a quien lo necesita, sin olvidarse de darle también canto, porque el cuerpo y el alma deben alimentarse por igual, dijo Di Candia hace un rato en la inauguración. Y en eso estamos (y seguiremos estando).




El escrito de 4to4 era sobre Bécquer, pero se realizó con la tutela de Idea desde el pizarrón, de la mano del estudiante que se quería comprar uno de sus libros, se acuerdan? Rosario, la encargada de la biblioteca, le regaló un libro suyo de Poesía completa, y ahora él nos recibe compartiendo la voz de Idea para todo su grupo.
Afuera la mañana es primaveral, hay canto de pájaros y brilla el sol. Adentro también.






Los gurises de hoy son re maleducados. Pasan con el celular, no saben ni escribir. Irresponsables. No valoran nada de lo que hacemos, solo quieren pasar de año. ¿O no?

Entro al correo, veo la entrega del trabajo domiciliario de alguien que cursa cuarto año en un liceo público:

“Le adjunto a continuación una tarea que usted mandó realizar hace unos días ya, además de darle mi más sincero agradecimiento con respecto al juicio y nota que usted redactó en mi boletín de calificaciones.
Nos vemos en clase.”

Y recuerdo por qué elegí este camino.




Una de la tarde. Salgo del liceo pensando si ir a almorzar a lo de los chinos de Tristán Narvaja o a pedir un par de empanadas en La Palmas, y ya iba dando vuelta a la esquina cuando una voz me pegó el grito. Era un hombre de unos treinta años, flaco, de pelo y barba negra, con el que mantuve una breve charla a diez metros y dos tapabocas de distancia:
_¡Mariela! ¿Cómo andás?
_¡Hola! Todo bien, ¿vos?
_ Y... acá andamos. Tuve que dejar la profesión.
_¿Ah, sí?
_Sí... La pandemia me complicó todo: el trabajo, la pareja, se me fue todo al diablo.
_Uh... Lo siento. Que mejore todo, nos vemos!
_Dale, nos vemos, un gusto verte.
_Chau.

A ver, estimados, ¿ustedes me conocen o no me conocen? Si saben algo de mis pequeños dilemas cotidianos sabrán que me fui sin tener ni la menor idea de con quién había hablado. ¿El hijo de una amiga de otros tiempos? ¿Un ex practicante? ¿Un compañero de trabajo? Misterio.
Cada día resulta mas complicado mantener una vida social con esta memoria Rodríguez que me recuerda que soy de los suyos y que el futuro está agazapado ahí nomás, aguardando... Ay, ay.
Si charlé con alguno de ustedes hoy en la esquina del liceo, cuéntenme. Y si me ven por ahí en años venideros y no les digo su nombre, hagan el favor de disimular y decirme quiénes son, ta? Es un trato. No se olviden.




Hoy fue una tarde plena de mimos al alma.
Tristán Narvaja convertida en peatonal, llena de libros, artesanías, poesía y performances en honor al centenario de Benedetti.
Una profe de literatura pasando música, otra organizando la movida de sus estudiantes, un ex alumno, una compañera del IAVA, alcaldes salientes y (esperemos que) entrantes, mucha gente linda bajo el sol de la tarde que poco a poco se fue haciendo atardecer.
Dos nuevos libros que llegan a engrosar mi exceso de lecturas pendientes y unas galletitas de algas que van a engrosar mi exceso de harinas presentes (pero qué ricas!).
Un capuchino lento y conversado con una de las amigas de siempre, de las imprescindibles.
A la vuelta del IAVA, en la parada, encuentro con dos ex alumnas que ahora están haciendo la Emad y Sociología.
Unas cuadras más adelante, cita con la dulzura en la forma de una miel deliciosa que me envió la profe y amiga Towers, desde Treinta y Tres.
"¿Qué más puedo pedir al sol? ...Y agradecido a la vida estoy!" (dice Taddei así, en presente) 🎵





Vamos llegando a esa parte del año en que cuando vas en el ómnibus no sabés si ponerte en el lado de la sombra donde te morís de frío o del lado del sol que está demasiado caliente.

Ps1: Amo esta parte del año.

Ps2: Mejor obviedad primaveral que descripción del bajón a seis meses de los cinco mejores años de tu vida.

Ps3: igual estoy yendo al IAVA, y el IAVA le pone colores verdaderos a los grises multicolores de cada día.

Ps4: Sí, voy con asiento, tengo batería en el celular y aún me falta mucho para bajarme, ¿cómo se dieron cuenta?

Ps5: Bueno, ta. Feliz jueves.

(Ps6: aunque no deja de ser raro que al equivocarme en el renglón anterior y poner “fekiz” el teléfono me sugiera “fakir”. Nada, eso. Ahora sí me voy. Creo.)




La nena no llora: grita, aúlla y se retuerce en brazos de su madre. El padre, a su lado, no dice nada. Son dos personas jóvenes, de veinte y pocos años. La criatura tiene uno o dos años, ha subido a los gritos en Jaime Cibils y desde entonces (hasta Comercio) solo se ha callado cinco o seis segundos en total, mientras la radio del chofer nos aturde con aquello de que “soy feliz, soy feliz, vamos que la vida es una fiesta!” 🎵
Paradojas del STM.
(Es lunes, quiero que sepan que si esperan una crónica elaborada no la van aen con trar) 




Viernes, siete y algo de la noche. Iba llegando a la Plaza Libertad cuando alguien me tocó el brazo.
_ Sabía que te iba a encontrar acá.
_ Sí, yo también andaba viendo dónde estabas.

Siempre nos vemos sin previo acuerdo. No hablábamos desde hacía unos días, cuando me pasó un mensaje el día de la muerte de su madre. Le digo que se lo conté a mi vieja, que comentó que Gladys debía tener más de noventa porque era mucho mayor que ella, pero en verdad solo le llevaba cuatro años. Sutiles formas de escapar a la idea de la muerte.

Estábamos caminando entre la gente y charlando de historias de ahora y de siempre cuando una figura joven y esbelta se separa de la multitud y viene a darme un abrazo. Las presento:
_Mariana, una ex alumna que ahora es profesora de Literatura. Rosario, que fue mi maestra.
Conectando los ciclos, la militancia y los afectos. No hay otro camino para resistir tiempos oscuros.

Me presenta a unas personas que se conocieron en la cárcel. Les dice que yo era su prima y fui su alumna, pero ahora somos amigas. Me encanta el cambio de nivel. Escucho historias. Una señora veterana que se va a ir amaga a saludarme con la mano o con el codo pero de repente se arrepiente y termina dándome un gran abrazo. Aparece el hijo de Rosario, que anda con un amigo, cada uno con su bici al costado. Es un muchacho alto y luminoso. Luminoso como ella, alto como otros de la familia, porque Charito siempre fue re petisa. Saludo a un vecino de mi cooperativa y a una profesora que conozco de un colegio. Un flaco alto y barbudo ofrece un diario a voluntad y los dos charlan un rato de Líber Arce, porque ella fue maestra de su sobrino. Hablamos de los libros de la dictadura, de los panfletos plagados de mentiras y de cómo hubo que deshacerse de ellos una vez que volvimos a la democracia.

Poco a poco la concentración empieza a ralear. Cuando quedan muy pocas personas, ya pasadas las ocho, un canal de televisión filma una nota. Yo tengo que hacer tiempo para un encuentro más tarde, así que caminamos despacio hasta la parada del IAVA, que por alguna razón es donde empiezan y terminan la mayoría de mis salidas. Ella ya ha caminado ocho quilómetros en el día y no parece cansada. No debe tener más de ocho o diez años de diferencia conmigo. Me pasa la dirección de un merendero donde ir a llevar algunas cosas de comida que todavía tengo en casa por aquello de los libros, y se sube al 103.

Por suerte tengo muchas personas queridas en esta vida. Ella es de las imprescindibles.




Viernes de voces

_Era a fines de los 80´. Se había armado un grupo de entrenamiento guerrillero para ir a El Salvador y yo me quise meter pero mi viejo me dijo que eso era muy raro, que la guerrilla no se hace así, a la vista de todos. Un mes después los metieron en cana: al grupo lo había organizado un milico, y cuando tuvo a varios identificados los mandó para adentro.

_Con una amiga que es psicoterapeuta estamos trabajando con varias personas que desde que empezó la pandemia no se animan a salir de su casa. Esta situación agudizó las problemáticas relacionadas con el miedo: sienten que el único lugar en el que pueden estar tranquilas es entre cuatro paredes.


_Ella cayó presa con el marido. Tenían un hijo chiquito, que por suerte se lo pudieron quedar los abuelos. De él le dijeron que se había escapado, pero no era verdad. Es uno de los desaparecidos.

_Ya era hora de que alguien escrachara a ese hijo de puta. Nosotras ya lo habíamos denunciado hace años, pero lo máximo que logramos fue que le aceleraran la jubilación para sacarlo del medio.

_Un día vino un milico a casa a avisar que a mi hermano lo iban a venir a buscar, y él se fue ahí mismo para Buenos Aires. A los dos años una madrugada escuchamos golpear la puerta y dijimos: “otro allanamiento”, pero no: era él, que había venido por un día porque quería ir a las Llamadas. Y fuimos.

_Ese año estaba tan cansada que al final decidí que por una vez en la vida iba a hacer un crucero corto, que iba desde Río a unas playas del Norte. Apenas subí apareció un grupo como de 40 maestras argentinas jubiladas que veían con todas las ganas de gritar, bailar y disfrazarse. Nunca más un crucero.

_Se fue a vivir con una gurisa casi cuarenta años más chica, y yo me quedé con el nene, que tenía unos meses. “Andá a saber si es mío”, me dijo, y hasta le hizo un ADN. Ahora le pasa plata obligado pero no lo ve, y mi hijo no quiere saber nada con él. La gurisa murió pocos años después. Él se quedó solo.

Cuántas voces puede tener un día, cuántas vidas caben en unas horas. Las voces entran en mi cabeza y se quedan revoloteando por un rato, buscando un lugar donde acomodarse. Algunas no lo encuentran, y se van casi en seguida. Otras se quedan. Yo llego a mi casa a la madrugada, preparo un café y me dispongo a tejerlas en un tapiz, mientras la gata Matilda ronronea de ojos cerrados a mi costado. Ella también debe tener historias para contar.







Ventajas de usar tapabocas:

*Vas con la cara abrigada.
*Nadie ve si bostezás.
*Podés ir cantando de incógnito y si desentonás no se sabe quién fue.
*Si estás hablando con alguien y te sale un gesto de: “pero qué chanta!” no se nota.
*Ahorrás en lápiz de labios.

Desventajas:

*En la clase nunca sabés quién interviene.
*Vas oliendo a tela y dos por tres te cosquillean los hilitos.
*No dan ganas de mirar ni de ser mirado.
*Lo perdés, lo olvidás, lo comprás grande, te marca las orejas, no combina, te empaña los lentes.
*No respirás.

...Pero a veces en las fotos no salís tan mal (sobre todo si las sabés recortar).

#TeamTapabocas