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martes, 11 de enero de 2022

Enero de 2022


Domingo, ocho de la mañana. ¿Qué hace una post desayuno y pre mandados sino buscar un blanco fácil para criticar antes de salir a la calle y comenzar el día? Sí, acertaron: una entra a ver los titulares de la sección femenina del pasquín de la plaza Cagancha. 

En el día de hoy tenemos dos noticias (¡dos!) sobre Harry y Megan, algo sobre cuidados de la piel, cómo sacarse las estrías, técnicas para dormirse, hijos favoritos y el horóscopo nuestro de cada día (atención Aries, que parece que desde ayer nos sentimos cansados y nuestra natural vitalidad no se nota, tenemos que buscar a Tauro, Virgo y Capricornio para que nos bajen a tierra firme). 

Sacando lo de las estrías, ¿qué tiene el resto de específicamente femenino? ¿El chismerío, el interés por lo estético, la relación con los hijos? Femenino es lo que tiene que ver con embarazos, partos y sus consecuencias, con temas médicos asociados al aparato reproductor, y ahí tendría que haber una sección masculina, si es que se quiere tratar por separado los temas relacionados a la constitución física (como si solo nos importara lo específicamente nuestro). El resto nos incumbe por igual a todos (y todas, creo que ya saben que al lenguaje inclusivo lo respeto pero no me sale). 

Hecha esta descarga comencemos el día, mientras yo voy a llamar a Cosem para ver si el cirujano que me toca hoy de tarde es de Tauro, Virgo o Capricornio, porque si no, no. 

Feliz domingo para la juventud (e ainda mais).




¡Bienvenidos a E.R.! 
George Clooney faltó con aviso.
¿Se acuerdan que ayer conté que no me iban a operar? Cambio de planes: me operan mañana. 
Acabo de perder mi invicto de cero hisopados desde el inicio de la pandemia. Hi so pa do, con la nariz fracturada, ¿entienden? Ufff…
Todo bien, es una intervención menor y ambulatoria. 
Odio a las sombrillas. Y los hisopados. Y las vacaciones interruptus. Y pondría algo gracioso para rematar, pero no se me ocurre nada, porque tengo un hisopo metido en el cerebro. 
Buenas tardes.




A una semana del sombrillazo sigo con una bonita decoración facial y algo (un poquito) de inflamación, pero más tranquila. Gracias a la mediación de una amiga logré ver hoy al plástico, que difirió cualquier intervención para dentro de dos semanas, por lo menos, aunque tal vez no sea necesario tocar nada. No sé si mi nariz quedará torcida, yo no me doy cuenta, y tampoco digamos que era propia de muñeca de porcelana, así que: tranqui. Todo se va resolviendo (y en eso estamos). Gracias por el apoyo y los consejos! Abrazo general e irrestricto.




Estoy en Cosem esperando que me atienda un cirujano, cuando la veo… su sola presencia me infunde una inyección de alegría. No me da el tiempo para tomar un café (creo), ando sin monedas y además la máquina no funciona, pero igual. 
Comienzo a pensar que mi adicción a la cafeína está bordeando el concepto de religión, pero, en fin, no es momento de cuestionarse nada. Solo es tiempo de mirarla de lejos y (tratar de) respirar hondo.  
Ampliaremos.




Actualización de resultados de la batalla nariz-sombrilla: 
Me hicieron placas, parece que hay fractura y tengo que coordinar con el cirujano plástico (aunque no me dijeron para qué: la palabra “operación” no apareció explícitamente pero flota en el aire). Cosem me da hora para el 5 de abril. Sí, como lo oyen (leen). O puedo ir al Americano y sacar ticket de emergencia, pero nadie me asegura que a partir de eso logre una consulta con el plástico. 
Iupi iupi, cada vez amo más a las mutualistas. A todas. No hay una que se salve (y ya he estado afiliada a unas cuantas). 
Conclusión: no sé qué hacer. 
Consecuencia: vine a ver si con un Moka de por medio mi cerebro se aclara un poco (¿había otra manera?). Por ahora sigo en la incertidumbre, hasta que el café o el chocolate comiencen a hacer lo suyo y posibiliten alguna sinapsis entre las cansadas (y golpeadas) neuronas del verano.
Ampliaremos. 
O seguiremos cayendo en el consumo. 
No sé.
Lo que venga primero. 
Buenas tardes.




Mañana de miércoles a pura lluvia y calor pesado. Mientras estuve en Rocha dejé una ventana abierta para el gato y ahora tengo mosquitos en mi casa: la mitad reales y la otra mitad imaginarios, porque el golpe con la sombrilla me dejó un derrame en el ojo que (si bien visualmente ya se fue) todavía me hace ver manchitas y movimientos donde no los hay. El gato viejo ayer se comió una lata entera de atún y hoy planea hacer otro tanto: como solo le he dado la mitad él se queda inmóvil a mi costado mirándome fijamente. Me cuesta mantener los lentes sobre la nariz lastimada. Siento que nunca me lavo bien la cara. Extraño el sonido del mar y el viento fresco sobre el porche de la casa de los alacranes (nada es perfecto, y yo menos). 
Estoy en modo quejoso, y la cercanía del fin de las vacaciones se manifiesta en los pequeños detalles, por ejemplo que ya sé en qué día vivo. La mañana del incidente, para valorar mi estado de confusión o lucidez, el enfermero me preguntó en qué día estábamos y yo me puse a reír: hacía semanas que no tenía ni idea. Ahora sé que es miércoles, puedo pensar los horarios para llamar a Cosem y para ir a comprar un cargamento de latas de atún desmenuzado en agua. 
¿Esta es la versión 2022 de la nueva normalidad en mi casa? ¿Puedo elegir otra? Una que tenga aire fresco, una nariz que respire bien y un gato que se conforme con media lata de comida y deje de mirarme fijamente todo el tiempo, por ejemplo. ¿Será mucho?





La mañana del lunes vino MUY caminada. Primero hice playa hasta la casa de la Viuda, volví, pasé por el Centro, me compré un gorro y bajé a la playa Rivero. Iba a agradecerle al guardavidas que me había ayudado con el Incidente Sombrilla, pero cuando me acerqué a la caseta me encontré con trillizos, o al menos eso parecía a primera vista. Los tres guardavidas de turno eran iguales: Igual altura, igual complexión, corte de cabello, barba y lentes negros. Estuve charlando un rato con ellos (muy simpáticos) y de ahí me fui a la policlínica, a llevarle unas galletas y un par de latas fresquitas a los enfermeros (él y ella) que me habían tratado tan bien hace unos días. Difícil de ubicar, la policlínica: tuve que preguntarle a cuatro personas, pero al final la encontré. Ellos estaban en una mañana tranquila y (al igual que los guardavidas) coincidieron en que no tenían visto hasta ahora un accidente tan grave producido por sombrilla voladora. 

Inicié el regreso por el camino más corto, tapada con el pareo porque el sol hoy está muy fuerte, y un litro de agua y unos 8 km después de haber salido de la cabaña subí la escalerita de acceso y me desplomé en la cocina. 

Hola, soy Mariela R.,  la mujer más observada del balneario. No me ha pegado nadie ni me he caído por torpeza propia. Hoy estoy (visualmente) peor que ayer y mejor que mañana, pero algún día volveré a ser invisible. Cosas que pasan.





Estamos en el borde del pueblo. 

Una de mis amigas se encontró una tortuga, ya vimos un par de alacranes, un montón de sapos y una ranita marrón, pero acá los que reinan son los pájaros. Hoy con la tormenta están especialmente dicharacheros; yo me quedé sola un rato en el porche y aparecieron chingolos, palomas, tordos, benteveos, churrinches, cotorras, horneros y doraditos. Las cotorras son las más ruidosas, los tordos corren a los otros y las palomas son pequeñas y solo andan de a dos. Más arriba puse “churrinches” pero en verdad  nunca vi más de uno. Los dorados son desconfiados y los chingolos no. 

Estamos en el borde del pueblo, por suerte del lado de la vida. Cuántas cosas se aprenden con solo quedarse quieto.





Destino: _¿Falta algo para que estas sean para ti unas vacaciones inolvidables?

Yo: _Eh… dejame pensar…

Destino: _ ¡No se piense más: ya mismo te pongo un alacrán en la ducha!

Yo: _ ¡Noooo!





Primera escena: le saco fotos al gato Rubio desde la vereda.

Segunda escena: decido ir hasta él para verlo más de cerca.

Tercera escena: resbalo en la bajadita y caigo de traste en el barro.

No sé cómo se llama la película pero me suena que ya la he visto (cada vez más seguido…)





Estaba sentada en el pareo, terminando de leer un cuento de Casciari, cuando escuché el grito de una mujer a unos metros de distancia: 

_¡No!

Acto seguido una cosa gris apareció volando ante mis ojos y me dio una trompada en la nariz. Caí para atrás por el impacto, volví a sentarme y por un instante tomé conciencia del dolor. Varias personas empezaron a acercarse. Vi que estaba sangrando y temí desmayarme de la impresión. La gente empezó a hacer cosas: me levantaron las piernas, abrieron una sombrilla (otra) para que no estuviera al sol, preguntaban si había desayunado, si estaba con más gente, si podía respirar bien. Una doctora llamada Violeta (turista de la playa) tomó el mando de la operación. Los guardavidas aportaron un botiquín y llamaron a Prefectura y a la ambulancia de ASSE. Alguien le explicó a mis amigas por teléfono lo que me había pasado. Yo seguía acostada en la arena, sin perder la conciencia pero con la presión por el piso.

Al fin pude subir la escalera y salir de la playa apoyada en dos desconocidos. Violeta preguntó a mucha gente de la playa si tenían auto, pero nadie le dijo sí.  Me sentaron en un banco de madera y al instante volví a tirarme, porque estaba a punto de quedar en blanco. Tenía un corte en la nariz, me dijeron, y un pequeño derrame en un ojo, zona que empezaba a hincharse y a adquirir toda una nueva gama de colores.

La dueña de la sombrilla (que en una primera instancia me había dado agua) cuando vio que no me me recuperaba se descompensó de los nervios y casi hubo que atenderla también a ella, pero al final se repuso y vino a disculparse. Le dije que no era su culpa, que a cualquiera le podía pasar; ella agradeció el gesto y me agarró de la mano por un rato. 

_No te suelto porque te estoy pasando energía; yo hago reiki.- aclaró, y en eso la doctora Violeta pegó un grito: 

_ ¡Señora, si no está haciendo nada apártese, que hay covid! 

En eso algo me golpeó en la cara: era el gorro de alguien que se había volado con el viento. Diossss, ¿me va a pegar algo más?

La comitiva pro-restauración de mi salud se quedó un rato acompañándome mientras esperábamos que llegaran los de la ambulancia. Prefectura me tomó los datos, al tiempo que la primera de mis amigas llegaba en el auto de un vecino desconocido que la trajo. Las otras dos (una de ellas doctora) fueron directo a la policlínica. 

El viaje en ambulancia fue cortito; yo me iba sintiendo mejor, pero ni bien percibí el olor a sanatorio me volvió a bajar la presión. Quedé blanca como un papel (como un papel verde, según una de mis amigas). Cuando me tomaron la presión los que me atendían emitieron un sonido de “uh” y les pedí que no me dijeran cuánto tenía. Al rato había repuntado un poco: volvieron a controlarme y comentaron que ya estaba en 8/4. 

En la policlínica solo estaban los dos enfermeros (divinos). Ella confesó que amaba Literatura porque le gustaba el profesor que tuvo en Castillos, y él nos estuvo contando (entre otras cosas) de los problemas provocados por las fragatas portuguesas de la temporada. 

Para entonces hacía cuatro horas que yo había desayunado; la enfermera me dio de sus galletas y al rato una de mis amigas volvió de un almacén de la zona con Agua Tónica y papitas saladas. Para entonces la presión ya estaba bien: 11/8. 

Era tiempo de ir a Castillos. 

Todo el tiempo del viaje fui con hielo en la nariz y zonas cercanas. Se me estaban congelando las neuronas, y quizás por eso cuando apareció el médico de emergencias en el sanatorio yo escuché como un sonido de trompetas que anunciaban la salvación de mi alma (entre otras cosas). Era el hombre más bello que he visto en mucho tiempo. Pensé que quizás podría quedarme un par de días así me terminaba de curar, pero él opinó que no, que mejor me hacía una radiografía y después (si había fractura) se podría (ya en Montevideo) coordinar la operación. Ufa. Yo me quería quedar. 

Y aquí estoy. Lo de la radiografía no era urgente y decidí dejarlo para el regreso a Montevideo. 

Ahora estoy bien, ya me pusieron curitas, me dieron analgésicos y me dijeron que no camine mucho y que mejor no tome sol por unos días. Seguramente la inflamación y el hematoma vayan empeorando mi aspecto por una semana (por lo menos) pero no me importa. Nada importa. En el momento en que recibí el piñazo de la sombrilla pensé que el golpe me había destrozado la cara, y creo que la presión me bajó más que nada por el susto. 

Ahora, tranqui. No puedo leer mucho (porque ponerme los lentes ni pensarlo) pero estoy sin dolor y a partir de ahora solo queda mejorar. 

Aplausos para mis amigas, los enfermeros, la doctora Violeta y el doctor George Clooney. Gracias a todos los que preguntaron o mandaron buenos deseos. 

Mañana será otro día. 

Si van a usar sombrilla, ojo.

Si van a la playa, ojo. 

Si leer a Casciari los abstrae del mundo, ojo. 

Y así estamos.




La casa en la que estoy en P del Diablo da a una calle por la que pasan unos dos autos por día, una moto y cero peatones. Más allá de la vereda de enfrente hay un bosque de acacias y pinos. Hasta ahora hemos visto:

Palomas

Cotorras

Horneros

Churrinches

Benteveos

Viuditas

Chingolos

Unos negros de pecho anaranjado

Unos de Peñarol

Dorados

Hormigas

Langostas

Sapos

Un alacrán

Vacaciones entre el verde y el azul, entre campo y playa, entre sol y nubes. Vacaciones con sonido de olas a lo lejos. Vacaciones.






¿Ustedes se acuerdan de los años en que no teníamos cortes de luz o de agua? No hace tanto… ¡Era tan lindo!
Hoy hace una semana que volví de Rocha; una semana de soles y lluvias extremos que desemboca en esta  especie de otoño gris y ventoso (iba a poner “en esta  especie de otoño gris y ventoso de jueves… de viernes…”, pero me di cuenta de que felizmente hace un mes que no sé en qué día vivo).  
En estos días tuve cortes de agua de toda la tarde durante la ola de calor y desde que empezó a llover no ha habido una jornada entera sin que se vaya la electricidad en mi barrio (a veces por media hora, a veces por mucho más tiempo, dos o tres horas). Más allá de las vacaciones, el dolce fare niente y todo eso que me llevaría a dejar pasar los cortes sin decir nada, lo cierto es que yo me había acostumbrado a vivir en una suerte de primer mundo en lo que al agua y la electricidad respecta. Hubo años enteros sin saber lo que era un apagón, hubo veranos en que no sufrí la decepción de intentar abrir una canilla y escuchar el “ghghgh” del aire sin agua por las cañerías. ¿Cinco días sin agua por las tardes, cuatro días de apagón, en serio? ¿En pleno siglo diecin… veint… veintiuno? 
Ya sé que la tormenta y la pandemia y todo eso: hay gente que está pasando muy mal y lo mío son minucias, pero mis quejas vienen de antes de la lluvia. Ayudemos a los damnificados, de más está decirlo, pero no dejemos de ver que estamos retrocediendo de a poquito, de a poquito, como un pollo al que van desplumando lentamente para que grite lo menos posible (¿les suena?).
Menos mal que ya pasó el 37,68% de los mejores cinco años de mi vida. ¿Falta mucho para volver a lo que teníamos? El derecho a la luz y el agua, por ejemplo.








Se me ocurrió venir al cine, porque está fresquito y me gusta encontrarme un domingo de tarde con Sbaraglia. Me toca sentarme detrás de una pareja de ancianos y una pareja de jóvenes que deben ser abuelos y nietos porque todos charlan animadamente mientras no empieza la función. Los cuatro están sin tapabocas, masticando sus paquetes de pop tamaño grande. No, no voy a decir nada: en la sala no llegamos a ser veinte personas, me alejo un poco y listo, pero me rechina la paradoja de estar en un sitio que exige el uso de barbijo durante toda la película a la vez que vende pop, refresco y papitas. ¿Cómo se concilian el tapabocas y el consumo de alimentos? 

¡Paradoja, cuack!*

Y ahora los dejo, que Leo llega en cualquier momento. Hasta luego. 

*Frase generacional propia de los que andamos por los cuarenta (y algo).





Cuando yo hice Bachillerato los exámenes eran obligatorios, a excepción de los idiomas y Contabilidad. Todos nos matábamos por darlos en diciembre para tener el verano libre, pero no era fácil. 

A mí en sexto me quedaron dos: Matemática (que perdí en el primer período) y Literatura (que dejé para prepararla bien, porque en ese momento la nota pesaba mucho a la hora de ser admitida en el IPA). 

Era enero de 1984, el verano antes de la vuelta a la democracia. En mi cooperativa (a la que me había mudado hacía unos meses) ya en esa época se estilaba comunicarlo todo a través de pizarrones, y en uno de ellos leí un día que los estudiantes del IPA de la ASCEEP FEUU  iban a venir a darle clases particulares a cualquiera que lo necesitara. Dos de mis amigos, Graciela y Hugo, también debían esas materias (y quizá alguna otra), así que allá fuimos. Teníamos clase en los locales comerciales que aún estaban vacíos, incluyendo el que hoy es un CLE, que era el más grande. De la chica que nos daba Literatura aún me acuerdo (aunque no me la volví a cruzar), de quien nos preparó en Matemática no, pero debía ser bueno, porque mis amigos y yo salvamos sin problema la materia (y eso que era en el IAVA!!).

En esa época no teníamos mail ni wsp para agradecerle a esos veinteañeros que se pagaban un boleto y encaraban los calores del verano para darle clases honorarias a los gurises de la Curva de Maroñas, pero si alguno llega a leer este recuerdo vaya desde aquí mi agradecimiento (y no solo por haber aprobado los exámenes).

La solidaridad se demuestra en la práctica, no en las palabras; cualquiera que pretenda ensuciarla no puede menos que mostrar la hilacha y salir sucio. Somos un entramado (un tejido, un texto) en el que nadie sobrevive solo. Aplausos para quienes apuestan a sacar lo mejor de todos y de sí mismos. A los otros "si no los despeina el viento los va a despeinar la Historia":




Se retira el mar en el Norte de Chile después de la erupción de un volcán submarino: hay alerta de tusnami. Tempo de correr y buscar las alturas para los que estén cerca de la costa! Menos mal que no ando por ahí, porque me costaría dejar de juntar caracolitos (y además no estoy en forma para correr mucho ni para andar trepando cerros con la mochila llena de cosas de la playa).





14 de enero.

Cuatro de la tarde. 

37°.

Corte de agua desde la mañana.

No se mueve una hoja en las veredas.

Acabo de terminar After life 3.

Ya abrí la puerta y la volví a cerrar: demasiado duro el mundo de ahí afuera. 

Ya me metí en twitter y lo volví a cerrar: demasiado duro el mundo de allá afuera. 

Podría ordenar mis papeles si tan solo encarara subir la escalera.

Podría darme una ducha si tan solo se dignara a volver el agua.

Podría escribir algo que no sea una queja (si pudiera). 

Podría lavarme la cara con el agua helada que hay en la heladera, pero se puede acabar y no voy a hacer mandados hasta que el infierno se enfríe y se haga caminable.

Acabo de hacer un capuchino con lo que quedaba en la jarra térmica y lo voy a acompañar con chocolate amargo. 

Si he de morir de calor que sea contenta, o todo lo contenta que se pueda un 14 de enero con 37°s sin agua en mi casa y después de terminar la última temporada de After Life*. 

¡Salud, compañeros de sartén o de horno!

La próxima vez voten bien**. 

No tiene nada que ver pero igual: voten bien. 

Buenas tardes.

*Maldito Ricky Gervais. 

**27 de marzo 🌸





14 de enero: noticias imprescindibles

El príncipe Andrés ya no puede ser llamado "Su Alteza Real".

La Queen Elizabeth toma Prosecco (un espumante exclusivo para los habitantes y visitantes de su castillo).

El ganador del sorteo del sueldo de MIley es kirchnerista.

Los unicornios se multiplican en el ecosistema de la India.

Una modelo opina que uruguay tiene lindos atardeceres.

Estamos en una zona caliente.

Los mensajes de Wsp web se pueden leer sin que se note.

Todo esto y mucho más (incluyendo una cosa que con un extraño sentido de la puntuación se titula "La LUC, explicada") en el pasquín de la plaza, como siempre. Usted no puede, no debe dejar de saber estas cosas para estar informado (aunque sea enero y no pase nada o pase todo, pero con un calor del infierno -por no decir del orto). 

Ah, y dice doña Susana que a los de Aries nos espera "un día donde todo se realiza de una manera única, rápida y social a la vez".* Vayan llevando. 🙂

*Tal vez se refiere a la temporada 3 de "After life" que se me está yendo rápido, aunque no precisamente única y mucho menos social




A veces siento que estoy viviendo en una película clase B. Un diputado de Bs. As. (el despeinado de derecha, para qué nombrarlo) sorteó su propio sueldo ($205.000 argentinos) entre quienes quisieran participar, y se anotó un millón de personas (aunque fueron 7 millones los que visitaron su página para ver cómo era el tema). Se pedía a cambio el nombre, documento, celular y mail, con lo cual el tipo se hizo de una base de datos interesante. Ahora se propone repetirlo todos los meses (porque obviamente no vive de eso), regularizando el temita ese de la recolección de datos personales (lo que tiene ciertos requerimientos legales). ¿No es raro? ¿Populista, demagógico, aprovechador de la pobreza ajena? 

¿Cómo sigue esta película?

Saludos desde la sala de al lado, que por momentos parece dar una película tan clase B como esa, aunque no siempre de manera evidente.




Tensión en la mañana de Arbolito. 

Nadie quiere ración, nadie confraterniza con nadie, situación de exigencia extrema. 

Atún agotado. 

Ventanas tomadas. 

Humana sacando fotos. 

Violencia entre vecinas aún no desatada (limitada por ahora a lo sonoro).

Ampliaremos (o huiremos de nuevo).





Hace un rato apareció en mi ventana el gato viejo: no lo veía desde el año pasado. Me fui 12 días y le dejé un dispensador que da comida cada pocas horas pero se ve que él no lo usó, porque cuando llegué el lunes aún había bastante ración en la bandeja. No como que nadie la hubiera aprovechado, pero había. 

El viejo apareció flaco, de pelo feo, desmejorado. Maulló muy fuerte antes y me hizo unos mimos después, pero apenas terminó con el atún y la comida de sobrecitos enfiló hacia la puerta y se volvió a su territorio (que supongo que es el depósito de hierros viejos que hay a media cuadra de mi casa). Me parece que está muy viejo para la ración y por eso pide comida fresca; debe haber un tema de dientes flojos, pobre gato débil, solitario y salvaje. 

Mientras tanto el gato sobrevive. Yo sé que es injusto (y un poquitito idiota) de mi parte, pero no puedo evitar pensar que mi gata bella, joven y mimosa se me fue en un mes y el viejito desde hace cuatro años anda puro piel y huesos y todavía resiste. Los dos eran de la calle, vaya una a saber su procedencia, las fortalezas o debilidades genéticas, la alimentación temprana y todo eso. Yo solo sé que cuando volvía el lunes de La Paloma en un momento me di cuenta de que Matilda no iba a estar para saludarme y pedir mimos y un poquito el alma se me estrujó por un rato. Después pasó. 

Lamento la historia triste, estimados. Este es un verano muy raro y el cerebro hace lo que puede. Debe ser el calor. Buenas tardes.





"Hay que pensar qué se necesita y aún no existe", dice alguien en la radio hablando de emprendimientos, y me quedo pensando qué me gustaría que alguien desarrollara para solucionar problemas pequeños (o no tanto). Acá van algunos ejemplos. 

- Una forma definitiva de encontrar a las mascotas perdidas. Más allá del chip y de las páginas en redes sociales (que no terminan de ser efectivos). No sé qué, algo.

- Un aparato que recorra las playas y vaya aspirando todo lo que no sea de origen orgánico: latas, vidrios, plásticos. 

- Cigarrillos con colillas rápidamente degradables, porque ya sabemos...

- Una aplicación para ver en vivo las góndolas de los almacenes y panaderías del barrio, así una ve dónde está lo que se busca y cómo salieron hoy los bizcochos antes de moverse de la casa. 

- Una mutación genética indolora que haga que los mosquitos (todos, y no solo los machos) se alimenten de clorofila y no de sangre. Perdón, plantitas.

- Un dispositivo que permita enfocar disimuladamente la cara de nuestro interlocutor y nos diga quién diablos es y de dónde lo conocemos (lo necesito ya). 

- Una app para intercambio de mascotas por cortos períodos temporales, así durante los viajes uno puede dejar a sus bichos con gente y (por otro lado) los que -provisoriamente- no tenemos gato (por ejemplo) podemos disfrutar de una semanita con uno ajeno. Para hijos creo que no estaría dando. No sé, ustedes vean; yo propongo gatos y perros. 

Se oyen ideas.





11 de enero, ola de calor calcinante. ¿Qué puede hacer una cuando acaba de regresar de la costa y la cosa no está para sociabilidades? Cerrar las ventanas (porque el exterior arde), preparar un café bien caliente y arrancar una nueva serie, por supuesto. Lógica pura.  

"Stay close": policial. Interesante. Lo que me voló la cabeza (además de que todo lo malo en ese pueblo justo ocurre el día de mi cumpleaños) es que en el capítulo 1 la chica mete un dedo en la bebida que le ofrece alguien y descubre que tenía una droga porque ipso facto el esmalte verde de la uña se le vuelve negro.  

Las vacaciones dan para todo y el café caliente se ve que activa mi curiosidad, así que me metí a ver si eso era cierto y no, no lo es (aunque la idea se intentó desarrollar), pero sí es verdad que existe un dispositivo chiquito onda adorno de llavero al que le podés poner encima una sola gota de la bebida para que la analice. O sea, disimuladamente meter un dedo en la bebida, tocar el aparatito (tamaño moneda de 10) y listo, ya sabés si la bebida es tomable o si la persona que te la ofrece es denunciable. Dicen que tiene un 99.3% de eficacia: se llama SipChip y aún no está disponible. 

Cosas que una aprende cuando la ciudad se ha vuelto un infierno (y no solo por la temperatura). Y ahora los dejo, que el capítulo 3 me está llamando*. Felices 36°. 🔥🔥🔥

*Nunca se desobedece al llamado del "next episode"; eso  está en la tapa del libro... pantalla... lo que sea.





Relación tóxica de lunes por la mañana. 

Él ni siquiera me preguntó qué opinaba: solo me vio y arrancó a seguirme. Iba a unos dos o tres metros detrás de mí. A la media cuadra yo ya era de su propiedad y él empezaba a exigirme más cariño del que estaba dispuesta a prodigarle (que no era mucho, porque cuando vi que pasaban las cuadras y no pegaba la vuelta me empezó a preocupar que se alejara demasiado de su casa y se perdiera). Dos por tres me ladraba como pidiendo que le tirase un palo y esas cosas; hasta llegó a empujarme las piernas con el hocico a la vez que me ladraba. La poca gente que había en la playa a las ocho de la mañana pensaría que era mío y pensaría también que yo era una mina re antipática con el pobre bicho, pero, en fin: yo seguía preocupada. Había otros perros en la playa: un salchicha tímido al que “el mío” fue a saludar bajo una sombrilla, un labrador negro y viejo que le gruñó onda “ni se te ocurra” y otro negro que le pego terrible corrida, ante la cual el tóxico se pegó a mi pierna y anduvo unos metros muy modosito y tranquilo, por las dudas. Al fin llegué al sitio donde se me había adosado: una bajada de madera en mitad de la Balconada. Subí los escalones, él hizo lo mismo. Después me saltó encima, pegó un ladrido de despedida y se quedó en su barrio, mientras yo ponía distancia rapidito por si la criatura se arrepentía y decidía volver a seguirme. Y colorín colorado está breve historia se ha terminado. Es lunes y es mi último día (por ahora)  en este pueblo. No esperen mucho de las historias de los últimos días: una anda con las palabras entreveradas y un poco de arrastro entre la arena y las olas.

Hasta luego.





Cuando llegué a la playita de los niños esta mañana aún no eran las nueve y solo cuatro o cinco familias estaban instaladas en la arena gruesa y en pendiente. Yo extendí mi pareo sobre un costado, alejada de la zona sin rocas, para ver si en ese sitio lograba quedar medio aislada del resto, pero no. Las familias fueron llegando implacables y en no más de media hora terminé rodeada por dos grupos humanos, en ambos casos consistentes en dos parejas y varios niños de entre dos y cinco años. 

Uno de los grupos me cayó bien porque escuchaban bajito a Jaime Roos, charlaban entre ellos, se hacían bromas amables y un padre le explicaba cosas de la naturaleza a su hijo. Calificación como convivientes de playa: muy buena actuación, 9.

El otro grupo sufrió un par de bajas ni bien se instalaron al costado de mi zona de exclusión porque un nene quiso hacer caca pero no encaró ir atrás de una duna y menos sin papel higiénico, por lo que fue llevado de vuelta a su casa entre las quejas y los resoplidos intencionalmente sonoros de ambos padres. 

La pareja que se quedó tenía dos niños: Alfonso (vulgo Fonchi), de cuatro, y Mile, que tendría unos dos años. No son los nombres verdaderos, pero ponele.

Alfonso resultó ser muy osado, tanto que de repente los padres vieron que se había ido caminando por las rocas resbalosas y llenas de aristas agudas hasta el borde del mar, más allá de la zona de seguridad de la playita. Era el momento en que alguien interviniera, en este caso la madre, una treintañera de malla entera color crema con rayitas verticales más oscuras. 

_Alfonso, ahí no, vení más acá…¡Fonchi! ¡Vení más acá que es peligroso! ¡Alfonsooo!

_No grites más-se oyó la voz del marido, que estaba tirando bajo la sombrilla. Ella no demoró un segundo en replicarle con voz irritada.

_¿Y qué querés que haga? ¿No ves que se puede ir a lo profundo? 

_Estás siempre gritando… Vinimos a la playa para descansar.

_ Bueno, entonces cuidalo vos. No me voy a estar todo el día yendo y viniendo a rezongarlo. Andá a buscarlo o llamalo sin gritar, a ver cómo hacés. Capaz que vos tenés poderes telepáticos, pero yo no. 

El padre salió de la comodidad de la sombra, trajo al hijo al campamento y se puso a darle un sermón (sin demasiados resultados, a juzgar por las respuestas del nene).

_ Ahora te vas a quedar en penitencia por no obedecer lo que te dijimos. 

_No, no me quedo nada. 

_Si, te quedás. Todo tiene sus consecuencias: si vos no obedecés después no podés ir solo al agua. 

_¡Sí, voy! ¡Si quiero voy!

A esa altura yo ya estaba empezando a considerar cambiarme de lugar e irme a la playa de al lado, pero me embolaba mucho caminar en la arena gruesa y las orillas en pendiente. Una no sabe si andar descalza o con ojotas, y siempre se termina hundiendo a cada paso, a cada paso, a cada paso…

Un sonido me distrae: desde el borde del agua llega el llanto de la nena chica, que extiende los brazos a su madre. 

_Vení, Mile, vos podes caminar hasta acá. No me hagas ir a buscarte. 

Llanto.

_Mile, vení. 

Llanto. 

La mamá va a buscarla.

_Es la última vez que me levanto y  te vengo a buscar. Vos también tenés un padre.

_¿Qué decís?- salta el hombre, que todavía le andaba explicando al otro aquello de las causas y las consecuencias. 

_¡Mile tiene sangre en el pie!- gritó el Fonchi, y los dos padres dejaron de mirarse con cuchillos de punta (diría Espínola) para fijarse si la nena estaba lastimada, pero no: solo tenía una hojita roja de alga pegada entre los deditos.

En eso  regresó la otra pareja (la del cagón inoportuno) y las desavenencias conyugales cesaron como por arte de magia. Los hombres se fueron a la orilla con sus hijos y las mujeres se quedaron charlando de series y de trajes de baño. 

Todo de manual: era el discreto encanto de la burguesía. Parecían salidos de una novelita de Agatha Christie, solo que aquí (espero) no pintó el asesinato.

Para entonces ya eran casi las once y el sol estaba picando tanto que no tuve más remedio que acomodar mis cosas y poner proa al rancho abandonando a mis personajes a su suerte, así que esta historia se quedará sin final. Para mí no duran ni tres años, pero no sé. Nunca se sabe. 

Saludos de la vecina del pareo de al lado, la que tiene buen oído (aunque prefiere el sonido de las olas).

Nunca más la playita de los niños. 

Y saludos (también) al Papa Francisco. 





Domingo de sol y viento en La Paloma. La playa que más me gusta es una especie de piscina entre La Balconada y el Cabito, que mira a unas puntas rocosas donde se asolean inmóviles patos negros y movedizos chorlitos blancos. Los ostreros son pocos, pescan en solitario y no se juntan con la chusma. Hay un par de personas metidas en el agua extrayendo algo que no sé si serán algas o mejillones. 

Me gusta esta playa porque es mansa, silenciosa y bajita… Bajita, limpia y sin olas: ideal para las familias con niños. 

_Martín, vení a ponerte los Crocs!

_ Lejos de los perros, Seba, lejos de los perros…

_No, no: solo no. ¡Ya te dije que solo no!

_Ahí, Fonchi, ahí está papá, mira. 

_Cuidado que hay rocas…

_Tenemos que volver a la casa: ahora dice que quiere cagar. 

_ Con sombrerito, Mile, siempre con el sombrerito puesto. 

_¡Alfonso, vení para acá! Para este lado. (No me da bola). ¡Alfonsoooo!

_¡Andá tú solita, Mía! Yo te miro desde acá.

_Está medio frío para el agua.

Domingo de sol y viento en La Paloma. La playa que más me gusta es Valizas. 





No sé si en la foto se ve, pero tengo los labios resecos porque casi siempre me olvido de ponerme manteca de cacao. 

No sé si en la foto se ve, pero hace días días que no me lavo el pelo y el concepto “rastas” me va resultando cada vez menos lejano. 

No sé si en la foto se ve, pero mientras medio mundo va a la playa yo me tapo para leer con una frazada, porque la terraza está más fresca de lo que parece

No sé si en la foto se ve, pero el hueso de tortuga que encontré hace unos días huele mal y no termina nunca de secarse.

No sé si en la foto se ve, pero este estado de desprolijidad y decadencia se parece mucho a la felicidad. Quizás no me ayuda socialmente*, pero que se parece a la felicidad, se parece. 

Y encima tengo perro por un ratito. 

¿Qué más se puede pedir desde la hora prohibida para el sol en Valizas?

*especialmente lo de andar juntando huesos malolientes por la playa.





Mediodía de Reyes en Valizas. Ayer nos olvidamos de dejar los zapatos en la puerta; debe ser por eso que no tuvimos regalos de los que vienen envueltos y con moños de colores, aunque sí que tuvimos (tenemos) un precioso día de sol, cielo azul y agua verde. La luna nos mira desde lejos y se va preparando para SU momento, en unos días. Corre una brisa suave y se escuchan un par de músicas que no dialogan entre sí pero tampoco molestan. 

La tradicional hora de la siesta es un paréntesis de calma en la dinámica frenética dé los primeros días de enero en el balneario; yo he optado por sacar un acolchado a la terraza y disfrutar de la sombra y el aire fresco (con un dejo de olor a fritanga) de la tarde en compañía de un libro y una taza de café descafeinado. Nadie es perfecto. 🙂

Y ahora, con su permiso, el señor Silverberg me está esperando. 

Buenas tardes.





Noche de domingo en Valizas. La gente pasea y hace compras para la cena recorriendo una y otra vez las mismas cuatro cuadras de la calle principal. No corre una gota de viento, hace calor, y todos andamos vestidos como para la playa. Perros, perros y más perros. Bicicletas. Ningún auto. Un silencio desacostumbrado después de dos días de música y de fiesta. Ni siquiera se escuchan las olas a lo lejos. 

Desde la vereda de enfrente al hostel me quedo mirando el movimiento del barrio a la caída de la noche: el café en Agua na Boca es sólo la excusa para un rato largo de observación silenciosa del mundo local y del turista.

Pasa un hombre flaco en bicicleta y el dueño de la panadería-bar en la que estoy le pega el grito: 

_¡Hola! ¿Cómo le va? ¡Vengase un ratito a comer una empanada, hombre! 

El de la bici frena un momento, se acerca y murmura algo de que esta vez no va a poder demorarse: 

_Viste cómo es… Tengo un psiquiátrico que atender en mi casa.

_ Bueno -concede el otro- Pero al menos llévese una empanadita en la boca para pasar el rato…

Le alcanza una empanada al hombre flaco, que agradece el gesto y vuelve a emprender viaje, mientras el dueño se queda comentando a la nueva empleada quién había sido el de la bici.

Recién ahí me doy cuenta: era un hombre que supo ser un dios griego en los 90’. Bello, sereno, luminoso. Excelente cocinero, buen cantor, de brazos fuertes y piel de acero. Nadie le llegaba a los talones. Ahora su figura apenas resulta perceptible para el amigo que lo alimenta de pasada con palabras amables y sabrosas empanadas, mientras yo observo la escena desde mi mesa con la taza ya vacía del café y el frasco de Off a mano, por las dudas. 

El tiempo pasa para todos, pero a veces se hace más visible. Que dirán de mí los que me conocen desde el siglo pasado, pienso, mientras sigo contemplando el tránsito de la gente, que poco a poco se va haciendo más intenso. 

A veces mejor no saber. 

Cruzo la calle y me vuelvo a mi casa colorida, musical y acompañada. 

Cuántos mundos que se cruzan sin llegar a intersectarse. Apenas un roce de historias, un segundo de eternidad, unas palabras. Mundos que van y vienen, se aproximan y se alejan en una danza impredecible. 

A veces mejor no saber.





¿Cual es el colmo de una persona que ama la arena y no se mete al mar casi nunca? Que la pique una agua viva. La puta madre que lo parió al filamento flotante. Porquería. Bicho descerebrado. Ojalá te coma una gaviota. Odioso. 

Saludos desde mi caminata matinal con el agua a la altura del tobillo. Me duele cada paso. Mierda.

#sacrificiosdelturista

#mueranlasfragatasportuguesas

#porquécaminotanto