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viernes, 3 de mayo de 2019

Mayo 2019





  
La CITA se demora en Plaza Cuba. Pasan y pasan los minutos y no nos movemos, hasta que en cierto momento el chofer se para y nos dice:
_ Estamos esperando porque el guarda se durmió, y ya viene para acá en un taxi.
Al rato llega el guarda, un muchacho de veintipico que aparece bostezando y diciendo algo del estilo de:
_ Yo 7.09 clavados estaba en Cufré, se ve que vos pasaste antes. 
M’hijito... pienso, con cabeza docente. Dejate de excusas y empezá a cortar los boletos, empezá.

(Bueno, ta. Estoy cansada. Mi amabilidad natural volverá a aflorar cuando pueda dormir una noche entera. Creo.No garantizo nada.)




El 103 avanza despacio y sin sobresaltos bajo el sol de mayo. Hay asientos libres, algunas personas conversan animadamente y el calor suave del mediodía nos envuelve con dulzura de abuela. El chofer y el guarda, ambos de veintipocos años, vienen oyendo y tarareando en voz baja un tema tranquilo de La Vela. Soy de la ciudad...🎵 El resto del transporte viene en calma, sin bocinas ni frenazos.

Ya saben que no fumo (ni quiero), pero no puedo evitar pensar que esta placidez de martes tiene un algo de universo fumado y sin estrés. Solo espero que tras la paz no venga el bajón del hambre. 
Ni falta que hace.




Ayer (por el día del libro) vi que alguien proponía compartir comienzos de libros, y me puse a buscar “Zapatos italianos” de Henning Mankell. Sé que alguna vez ya había publicado una imagen de los primeros párrafos, pero en mi casa no pude encontrar ni el libro ni la foto. De noche, en lo de una amiga, me puse a mirar sus libros (como siempre; a lugares donde no hay libros difícil que vuelva) y lo vi. Si lo encuentran por ahí no lo dejen pasar, que como decía mi profesora de Literatura Uruguaya (Mántaras): “es oro en polvo”.

Ps: si alguien tiene mi Mankell (o cualquier otro libro que le haya prestado) ya sería tiempo de ir devolviendo, ¿no?
Ps 2: salvo que sea una novela policial, que ya conozco el final. 
Ps 3: aunque, viendo cómo viene mi memoria, es probable que no recuerde quién es el asesino, así que, listo. También la quiero.




A ver, Acuarios. Necesito alguien que limpie mi casa, que corrija escritos y que pueda ponerle colirio en el ojo al gato loco que me ve con un frasco en la mano y sale corriendo. Espero su ayuda. Susana Garbuyo dice que sin condiciones, así que pónganse las pilas, ta?

(Cosas que una lee mientras toma un cortado post carnet de salud en el cual TODOS los médicos que la revisaron le encontraron algo. Que falta mamografía, que el arreglo de una muela se está saltando, que con el ojo izquierdo en vez de leer una adivina, y así.)




Pasada la medianoche. Malvín. Calles vacías, paradas olvidadas. Aire frío. 
_ ¿Estás libre?- pregunto a un taxi que espera en una esquina con la bandera encendida. El conductor se sobresalta. Estaba concentrado en el celular.
_ Sí, disculpá.- me dice- Estaba metido en esto y no te había visto. Si me das unos segundos cierro lo que estaba haciendo y listo.
_ Bueno. 
Arrancamos. Me pregunta la dirección y qué camino prefiero tomar. Se lo digo. Le cuesta escucharme, hablo fuerte pero él siempre me pide que lo repita. 
Tomamos Veracierto. Dos cuadras. Se da vuelta.
_¿Te molesta si fumo?
_ Sí, pero no importa, porque con la mampara no pasa. 
_ Bueno. 
Enciende un cigarro. 
Una cuadra más. Se da vuelta.
_Disculpá, otra pregunta: y la música, ¿te molesta la música?
_ No.
Pone una cosa en inglés que de repente sube a todo volumen.
_ Se subió sola. Disculpá.
No respondo. Seguimos avanzando en la soledad de la noche. A los dos minutos me pregunta si terminé la joda temprano. Alerta. No levanto la cabeza del celular, pero endurezco la mirada. 
_ Ninguna joda. Estaba en una reunión. 
_ ¿Qué?
_ Ninguna joda. Estaba en una reunión. 
_ Ah, disculpá.
Silencio. Sigo mirando el teléfono, mientras por las dudas les mando un mensaje a mis amigas. Voy con un tipo raro. 
De nuevo su voz desde más allá de la mampara.
_ Disculpa, no te quiero interrumpir, pero cuando termines con eso me gustaría hacerte una pregunta. 
Sigo mirando el celular y no contesto. Mis amigas deben estar durmiendo, porque no dicen nada. Me pregunto qué hacer si sale de mi camino, pero no lo hace. Como a los diez minutos vuelve a hablar.
_ Te quería preguntar si sabés de algún trabajo. 
_ No. ¿No querés ser más taxista?
_ No, para nada. Yo soy camionero, y llegué hace poco a Montevideo. Ya me robaron dos veces. 
_ No sé de ningún trabajo... Ahí tenés que tomar a la derecha.- aclaré al llegar a 8 de Octubre. 
_ Sí, a las calles grandes ya las conozco. Yo igual les pregunto a todos los pasajeros, porque así como no sé quién me va a robar, tampoco sé quién podría saber de un trabajo.
Pobre tipo. El miedo se evapora, y deja paso a una sensación ambivalente: no parece peligroso, pero tampoco confiable. Es raro, capaz que anda con algo encima, o quizá en una crisis emocional. No lo sé. Por las dudas evito mirarle la cara en el espejo retrovisor, y hablo mirando por la ventanilla.
_ En esa esquina está bien. 
_ ¿Acá? Bueno. Son... $256. 
_ Bien. 
_ Además también tengo que recuperar a mi familia. 
_ Bueno. Que tengas suerte.
_ Chau. 
_ Chau. 
Y me fui.




Oooom...

(Tranquilos, todo bien. Padres en casa, gato que no abre un ojo ni se deja curar y gata hiperexaltada por las visitas, pero todo bien. Cuerpo que no para desde las 5.30 a.m., pero todo bien. Patrulleros que me cortan las calles y me obligan a caminar dos cuadras oscuras por mi barrio, pero todo bien. Compañeros que me cuentan que ya los están llamando para la defensa del trabajo por concurso de CFE, pero todo bien. Todo bien. En serio. Todo... buaaah!!! Eh... Todo bien.




Cuando desperté el martes pasado todavía llovía. Como si el aguazo que acompañó la marcha del silencio no hubiera sido suficiente, todavía llovía. 
Desayuné tratando de no mirar mucho para el costado donde los championes, la capa de nylon, el jean y las medias empapadas seguían tirados en el piso. Al final se hizo la hora y hubo que encarar el mundo exterior, paraguas en mano. 
Era un día de alerta amarilla, y el liceo parecía vacío cuando entré, pero en el Artístico de la primera hora había unos diez o quince valientes. Estábamos con el Salmo 1, les propuse hacer algo creativo y terminaron escribiendo sus propios salmos, manteniendo la estructura básica original. “Feliz del estudiante que..,”, “Feliz de la mujer que...”, “Feliz de las bailarinas que...”, etc. Uno hasta hizo un Salmo 666. Estuvo bueno. 
El segundo grupo era un Humanístico, y había 4 alumnos. Lectura recreativa en la primera hora, ¿qué hacer en la segunda? Recorrida por los túneles y zonas secretas del IAVA de la mano del inefable Walter, obviamente. “El” Walter nos contó mil historias de ahora y del pasado, de días de clase y de madrugadas silenciosas, de escapes, de fantasmas y de empleados de la compañía de seguros entrando al edificio en plena madrugada. Éramos 5 estudiantes y el maestro, recorriendo un lugar desbordante de historias. 
Las últimas dos horas tuvieron el doble de alumnos en el otro Humanístico: eran 9, e hicimos un repaso a través de un juego. Primero armamos los subgrupos por sorteo. cada equipo redactó para los otros 5 preguntas de lo dado hasta ahora, y yo otro tanto sobre el liceo, desde la fecha de fundación hasta el nombre de las adscriptas del turno. Medio minuto para contestar, grupos que terminaban con puntaje negativo, discusiones sobre las respuestas... Excelente. 
¿Di clase del tema previsto en algún grupo? No. 
¿Aprendieron algo? Sí.
¿Y yo? También. 
¿Y la alerta? Bien, gracias.

Salí del liceo poco menos que saltando entre los charcos de la vereda, con la insignia del viejo IAVA que me regaló Walter en el bolsillo de la mochila. Abrí el paraguas: afuera seguía lloviendo, pero adentro no importaba.



El juego es propio de los días de lluvia, y tiene pocas reglas. Consiste en agotar los recursos sonoros, visuales y expresivos en general pidiendo para irse, hasta que la humana abre una salida. Allí hay que dar media vuelta y salir corriendo en el sentido opuesto, como si nunca se hubiera querido abandonar el abrigo hogareño, hasta que pasados dos minutos se retorna a la base inicial y se inicia una nueva jugada. Los equipos Gris1 y Gris2 deberán alternarse entre puerta del living y ventana de la cocina. El juego termina cuando la humana toma su paraguas y cartera y sale de la escena, momento en que los participantes se retirarán a enroscarse en sus respectivos dormideros.
Game over.




Despertás en medio de sombras y sueños, y ya sabés que lo primero que vas a pensar es que no tendrías que entrar tan temprano, y lo segundo es que hoy mismo tenés que cambiar el sonido del teléfono por algo más amable y musical. Te bañás con agua tibia, porque olvidaste prender el calentador por la noche. Todos los días es lo mismo. En la cocina dos gatos grises demandando atún y en la puerta del frente una mas, exigiendo cualquier cosa. Dos cuadras solitarias, una parada ventosa con tres personas. Ya sabés que aunque parezca demorar el Copsa llega, y te levanta. Siempre tomás el mismo. Hace calor adentro del coche, como cada madrugada. Los pasajeros vienen durmiendo, algunos son despertados por sus compañeros de trabajo. Abren los ojos, bostezan, y cuando se bajan saludan al chofer y le dicen “gracias”. 
Podrías sentir que estás en una especie de loop, y que los hechos van calcando un guion que se repite hasta el infinito. Todo podría seguir siendo así cada día, para siempre pero no, porque hoy desde que despertás ya sabés, no es un día más. Es un día especial.
Ta, todo para decir que si muero hoy el cielo puede esperar. 🎵😎❤️
No me juzguen.



_ Mirá, profe, la cosa fue así. Teníamos dos horas libres. Yo andaba con un hambre bárbara, así que llamé a Rappi y pedí que me trajeran algo para comer en ese rato. El problema es que el delivery demoró más de lo que me habían dicho, y cuando apareció ya estábamos en pleno escrito de Matemática. Había empezado hacía como 10 minutos. El de Rappi golpeó y se asomó por la puerta. “Tengo un pedido para Manuel, ¿es acá?”, dijo, y todos nos quedamos helados. No sabíamos qué hacer. El profe lo quiso echar de la clase, pero no era culpa de él (ni mía tampoco), fue de casualidad. Y ahora la adscripta me dice que no me haga más el vivo, que ese chiste no lo puedo repetir, pero ta, si el delivery se demora no es mi culpa... 
_ ¿Y qué pasó con la comida?
_ ¿Y qué va a pasar, profe? Me la comí cuando terminé el escrito. Las papas fritas estaban frías y durazas. ¡Todo mal, profe, todo mal!

#SoloEnElIAVA




Ayer de tardecita siento golpes en la puerta: era un niño de unos seis años.
_ ¿Usted tiene mamá?- me preguntó.
_ No. - le dije, y enseguida corregí:- Tengo, pero lejos. ¿Por qué?
_ Ah.- dijo, alcanzándome una pequeña cajita de cartón a cuadros fucsias y blancos.- Esto es para ella.
Al principio no entendí, y pregunté si me estaba haciendo un regalo o queriendo vender algo, hasta que me explicó:
_ Es un regalo de la cooperativa para todas las mamás.
Ahí de reojo capté que el niño (previsiblemente) no estaba solo, sino que andaba con dos señoras y otro nene recorriendo las 200 casas del barrio con sus coloridas cajitas. Le di las gracias, pensé que el regalo sería un perfume y lo dejé sobre la escalera para dárselo a mi vieja cuando venga de visita en un par de semanas.

Pero no contaba con la astucia de uno de mis convivientes, uno de largos bigotes y curiosidad a pruieba de balas. A los diez minutos Matilda ya había tirado la cajita al piso con un manotazo indagador. La cosa hizo un estruendo al chocar contra el suelo, y acto seguido la culpable me miró con cara de yo no fui. Suspiré y fui a ver qué había quedado. La caja estaba choreando agua, porque su contenido no era un perfume, sino esta cosa extraña de la foto. Una esfera llena de agua rodeada de voladitos de plástico y corazones verdes y rosados, con una flor de tela adentro, que se iluminaba con su correspondiente pila disimulada en la base.
De eso ha pasado ya un ratito, y acá estamos. El agua de la esfera se salió, la pila dejó de funcionar, la flor de tela ahora es solo un trapo recortado y los voladitos están bien, gracias. Ya no sé si rezongar a Matilda por romper cosas o si felicitarla por su buen gusto. Nunca vi nada tan kitsch, inútil y poco resistente. Yo, madre, hubiera preferido toda la vida un garoto y una tarjetita.
Sí, sí: la intención es lo que cuenta, bla bla bla. Díganme eso en serio y ya mismo lo agendo como sugerencia para su próximo regalo de cumpleaños. He dicho.




La pareja de jóvenes y su hija pequeña hacían fila delante de mí, en el cajero.
_ ¡Mama, me quiero sentar ahí!- dijo la nena, tratando de subirse a una de las dos sillas azules con rueditas que estaban vacías al costado. 
_ Bueno. Pará que te ayudo... A ver... ¡Muy bien!
_ ¿Y Carolina?
_ Carolina también tiene su silla- dijo la madre, acomodando a la muñeca de trapo en la de al lado. ¿Querés que te haga girar, Bruna? 
_ Sí. 
_ Ooooooh... ¿Te gusta?
_ Sí. Otra vez. 
_ Ooooooh... 
_ Ahora a Carolina.
_ Bueno. Ooooooh... 
_ Ahora a las dos. 
_ A las dos a la vez no puedo. 
_ A ella. 
_ Bueno. Ooooooh... Ta. Ya está. Carolina dice que no le gusta.
_¿No le gusta?
_ No. Dice que se marea. Está cansada. 
_ Aaaah. 
_ Mirá, ahí viene Papá. ¿Vamos con el?
_ Vamos. 
_ No te olvides de Carolina, Bruna. 
_No. Vamos, Carolina.
Y se fueron.

En otras partes del shopping las madres se compraban autorregalos, hacían mandados apurados para el almuerzo o se sacaban fotos en la escalera mecánica con sus hijos en brazos; yo me quedo con esta. Me hubiera gustado tener una madre que me hiciera girar haciendo “oooooh” (la mía tiene otras virtudes, pero el juego nunca fue su fuerte). 
Cosas que pasan.

Ps: no, queridos, no se me está despertando un tardío instinto maternal. Además la chica de Cosem que me dio la vacuna del sarampión me dejó bien clarito que por tres meses no puedo quedar embarazada, y yo siempre respeto las indicaciones de los profesionales de la salud. 😎




Cuando a la tardecita del miércoles pasado salí del CES y me tomé el ómnibus en la puerta del Solís, vi medio de reojo que algo raro flotaba en el ambiente. Mucha gente amarilla y negra, una masa de jóvenes casi uniformados que abarrotó el 103 desde la primera parada por 18.

No me interesa el fútbol, en absoluto, excepto cuando se cruza sin permiso con mi vida, cosa que últimamente sucede cada vez que Peñarol tiene que jugar en el CDS. El estadio queda como a 10 km de mi casa, es re lejos, pero igual: estoy en el camino. Mala suerte.

Este miércoles el viaje del centro a mi casa fue verdaderamente tranquilo adentro del bus. Todo el mundo charlando, buen clima, bien de bien. El problema es que afuera los hinchas empezaron a ver pasar un coche atrás de otro que no les paraba (no por prejuicio, sino porque a la repletura habitual de las seis de la tarde se sumaba la inhabitual masa aurinegra, y no entraba un alfiler). Ahí arrancaron los insultos, los golpes en el costado del ómnibus, un clima de agresión continua que se fue haciendo más y más espeso a medida que nos acercábamos a mi barrio. 
Durante tres o cuatro paradas avanzamos a paso de hombre Trancazo total. Los hinchas del ómnibus de atrás saltaban y gritaban desacatados. Los gurises de mi barrio tocaban tambores. Yo tenía que bajarme en la Unión a comprar comida para mí y para los gatos pero no encaré, porque si dejaba el 103 no hubiera hallado qué tomarme para volver. Para bajarme tuve que avanzar dos metros por el pasillo, y llegar hasta el fondo fue una especie de parto. Una chica bajita murmuró que se iba a bajar conmigo aunque su parada quedaba 4 cuadras más adelante, porque aquello iba demasiado lleno y no aguantaba más la situación.

Llegué a casa totalmente agotada, y los dos gatos me miraron con cara de mudo reproche. Les di un atún de Tata que no le gustó ni a ellos ni a la vecina muerta de hambre, en fin. Cosas que pasan.

Obviamente el problema no fue de los hinchas que iban en mi bus, ni tampoco se puede culpar a los otros por enojarse si se quedaban de a pie. El caso es que el clima de guerra por diversos motivos se repite en el barrio cada vez que hay un partido grande en el CDS.

Este domingo ya los interdepartamentales avisaron que paran de 12 a 20. ¿Qué va a hacer la gente que vive por Camino Maldonado? ¿No salen ese día? ¿No van a visitar a su madre si no tienen auto ni plata para pagarse un taxi?. Falta organización, sea de los clubes, del STM o de la Intendencia.

#ViernesQuejoso.

Cuando duerma unas horas se me pasa. Creo.




El problema con Villa Serrana es que si no tenés auto se complica llegar a cualquier lado. Hay pocos almacenes, las vacas y los caballos dejan la bosta en el pasto y en las casas pueden aparecer arañas. Si a alguien le dan miedo las tormentas eléctricas es probable que ver una partiendo el cielo desde el ventanal del Ventorrillo de la Buena Vista sea una experiencia poco recomendable. Corran la voz. Especialmente entre los círculos de personas ruidosas, contaminantes y poco respetuosas de la naturaleza, que aún no han descubierto la zona. A ellas no les gustaría Villa Serrana, y sería muy bueno que nunca llegaran a conocerla. Corran la voz. 



Ya estaba cayendo la tarde cuando subí al Copsa que me llevaría en veinte minutos de regreso a mi casa. Caminé hasta el único asiento libre, cerca de la puerta trasera, y medio periféricamente noté que todos los pasajeros de la zona eran muchachos de aspecto (digamos) poco tranquilizador. Poco tranquilizador por lo menos para el Iphone, que es medio cobardón y en seguida me empezó a rogar que no lo sacara por nada del mundo del bolsillo del vaquero.

Un par de horas antes había estado charlando con algunas estudiantes de Florida sobre los prejuicios, la portación de cara y otros males de los otros (siempre de los otros), lo que me hizo sentir un tanto culpable de la sensación de inseguridad copseña, aunque veinte minutos no son mucho tiempo, de manera que dejé el teléfono guardado sin más cuestionamientos, cerré los ojos y me dediqué a escuchar.

Los dos del costado iban inmersos en una alegre charla.
_ Che… ¿vos viste lo que le pasó a aquel?
_ No, flaco… Yo hace dos meses que no salgo a la calle, no tengo ni idea de nada. 
_ Ah, ¿estabas adentro?
_ Sí. 
_ ¿Y por qué te metieron?
_ Por rapiña. Andábamos rastrillando por ahí y viste cómo es…
_Ah… Así que estabas… Dejame ver a quién conozco adentro estos días… ¿Lo tenés al Joel?
_ Sí, sí, pero el Joel ya salió.

“¿Ves? ¿Ves?” me empezó a susurrar el Iphone, “¿Ves que mejor no sacarme?”.

En eso subió un cantor, entonó algo de un cielo de un solo color, fue aplaudido, bajó. Los gurises siguieron la conversación.

_ ¿Y vos ahora que saliste, en qué andás?- preguntó el que no había estado preso.
_ Y… a veces en los semáforos, a veces vendiendo curitas. Ta brava la cosa, pero igual acordate de lo que te digo: quien mal anda mal acaba. Yo ya me limpié, ahora, por la misericordia de dios, no me meto más en nada.

Opa_pintó conversión religiosa. El teléfono emitió por lo bajo un suspiro de alivio, aunque no salió del bolsillo.

_ Y ahora a veces me pasa- continuó- que ando por Punta Carretas en el semáforo y me para un viejo de esos que te quieren dar lecciones y te hablan de la droga y esas manos… Y yo pienso entre mí “qué suerte para vos que no me agarraste antes”. Ahora solo le digo “que dios lo bendiga”, me doy media vuelta y me voy…Pero esos chetos de mierda… ¿qué saben ellos? ¿Qué saben lo que es trabajar? No saben nada, botija. Y yo tengo que alimentar a los míos. Tres pibes, tengo. 
_ Y ahora se viene el Día del Niño. 
_ ¿Qué Día del Niño? Es el Día de la Madre. Me acuerdo porque mi vieja cumple… bueno, cumplía en mayo y a veces coincidía. 
_ ¿Y el Día del Padre cuándo es? ¿En junio?
_ No, botija. En junio es el Natalicio de Artigas y el Día del Abuelo: el 19 de junio, me acuerdo.

Y ahí me bajé.

El gurí tendría veinte años, sin madre, con tres hijos y antecedentes. Se acordaba del Natalicio de Artigas y parecía haberse encauzado por el lado de la religión.
Qué difícil todo.
No hay remate de la historia. Mi celular sigue conmigo.

Qué difícil todo.





Abro los ojos y pienso: “no sonó el despertador, me dormí, ya se fue el bus” pero no, aún faltan dos minutos para el sonido de la alarma. Todos los días lo mismo. Salgo de casa en plena noche y al abrir la puerta temo que haya alguien esperando para meterse y robarme, aunque suele estar solo la gata de los vecinos, mirándome con expresión consoladora. Al rato voy hacia la parada, camino diez pasos y vuelvo: ¿dejé a Matilda encerrada en mi dormitorio? No me acuerdo. Reviso, compruebo que no está ella y encuentro un vómito viejo de gato debajo de mi cama. Nota mental: limpiar vómito viejo de gato debajo de la cama. Salgo. Hay tormenta y no traje paraguas. ¿Cerré bien la puerta? ¿Me abrigué demasiado? ¿Tengo todos los libros? Sigo caminando; no hay un alma en la calle. La perra negra duerme en una puerta y esta vez (quizás) no va a seguirme. Hay solo una mujer en la parada: si se toma un bondi la sigo sea cual sea y me bajo en el Intercambiador. Todo menos quedarme sola, esperando. Por suerte viene un Copsa en seguida y lo tomo. 
Ha pasado el momento de inseguridad matinal; es tiempo de encarar la jornada. A partir de acá y hasta que me tome la CITA solo tendré miedo a dormirme antes de llegar a la terminal, a desubicarme en la panadería y a que me toque un invasor de espacios en el asiento de al lado. 
Bienvenidos a mi mundo, estimados. 
¿O es que creían que era fácil vivir conmigo?




Mis dos abuelos fueron hombres de trabajo, aunque diferentes. El viejo Manuel se ocupó toda su vida de las tareas más ínfimas de la Intendencia de Cerro Largo y tuvo un hijo atrás de otro hasta completar la docena, mientras que el viejo Barreto arrendaba un campo cerca del Poblado Las Ratas, hasta que la vida y los fracasos lo hicieron terminar como sereno del Club Naval, viviendo en una casa llena de hijas, nietas, fantasmas y bichos.
Mi abuela paterna, cargada de gurises, no hizo otra cosa que administrar las monedas de la Intendencia para vestirlos y (con suerte) darles un plato de comida. La otra, la madre de mi vieja, al mudarse a la ciudad encontró un trabajo confeccionando por encargo túnicas escolares y puso un taller en la casa, donde surfilaban y costureaban también las hijas y las vecinas. 
Mis padres casi no saben lo que es vivir sin hacer nada. El Cele arrancó como ayudante para todo a los ocho años en la casa del escribano Cirilo Ibáñez, en Melo, fue metalúrgico de joven en Electromet y al final se mandó un grito de Asencio cuando yo tenía nueve o diez y se dedicó a confeccionar y vender ropa infantil en la feria con mi madre, que para entonces estaba harta del servicio doméstico y también buscaba independizarse de patrones y plusvalías.
Yo hice la feria con ellos desde niña, fui payasa, atendí una biblioteca y vendí comida macrobiótica en una galería del centro hasta que terminé el IPA y me pude dedicar a la docencia y a la Literatura, a veces más a una, a veces más a otra. 
Empecé a escribir sin saber adónde iba, y me acabo de dar cuenta de que soy la única de toda esta línea familiar que tuvo la opción de elegir y lo sigo haciendo, a veces bien, a veces mal. ¿Quién puede estar cien por ciento seguro de todo lo que elige?

Salud, queridos. Hoy y todos los días.


Que haya trabajo, pero también vida. Primero vida. Después se ve.