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martes, 3 de abril de 2018

Abril 2018






“Momento de furia. ¿Alguna vez te enojaste y tiraste algo contra algo o alguien? ¿Qué tiraste? ¿Por qué te calentaste? ¿Qué agarraste, qué tiraste, qué reventaste?”

Petinatti contribuyendo al buen relacionamiento social y a la no violencia, como siempre.


Gracias, coche 94 de la línea 110 por ponerlo a todo volumen, así no se desperdicia la oportunidad de difundir tan nobles y sanos contenidos. Así estamos.




Los grandes sucesos de este mundo se originan en la desobediencia, o al menos eso plantean muchos de los mitos de prohibición / transgresión, desde los hebreos (Adán y Eva) a los mayas (Ixquic), pasando por los griegos (Pandora).

En el caso de esta última no estoy tan segura de si da para hablar de desobediencia, desde el momento en que su fin (sin que Pandora lo supiera) era castigar a los hombres, y si los dioses te dan una cajita cerrada y a la vez una curiosidad insaciable, dos más dos, no hay vuelta que darle: la vas a abrir. Todos los males se escapan y están desde entonces a nuestro alrededor. Solo la esperanza, como sabemos, se queda ahí, en el fondo de la caja. Es lo último que se pierde, dicen. Lo que no dicen, por lo general, es por qué los griegos la ponían en la misma caja de los otros males.


Saludos desde un domingo gris y desobediente. No importa cuántos males haya sueltos por el mundo, todos pueden ser derrotados. Incluso la esperanza.




Hace unos años yo tenía un novio que estudiaba teatro en la escuela de La Gaviota. Muchos años. Digamos que en otro siglo. Como estudiante de la institución tenía que oficiar dos por tres de acomodador, y yo muchas veces lo acompañaba: nada del otro mundo, pero había de vez en cuando alguna obra como la gente. Él era bancario, y la actuación era a la vez escape y frustración, porque estaba rodeado de alumnos talentosos, lo que resaltaba su proverbial discretez en estas lides. Dejamos después de un par de años, y por estas cosas de la cartelera no volví a pisar este teatro hasta hoy, en que entro y no me invade ni un mísero recuerdo. Nada. Como si entrara por primera vez. Cero huellas. Cosas que pasan.




Cuando mi viejo plantó una palmerita en su jardín pensó en algo ornamental, más hoja que tallo, apropiado para un espacio pequeño como nuestro patio delantero, pero le erró. La criatura creció, creció, creció hasta sobrepasar la ventana del piso de arriba. 
Hace un par de meses la cooperativa me obligó a cortarla con no sé qué pretextos de reglamentos y amenazas de multas cada mes, pero le dejé sus cuatro brazos a un metro, porque supuse que algo volvería a nacer, algún día.
Hoy tiene 58 brotes asomando con una fuerza bárbara. 58. Los acabo de contar. ¿Cómo diablos van a crecer 58 palmeritas en un espacio de dos por dos? 

Creo que en unos días más los dos gatos van a tener monte propio. Y yo también. :)




Esa inefable sensación de levantarte casi de madrugada, mirar por la ventana de la cocina esperando ver las tablas del patio bañadas por la lluvia y encontrarte a dos metros de la puerta con un bichito muerto, que no te queda claro si será una rata pequeña o un ratón con sobrepeso... 
Sospecho que se trata de un presente dejado allí por un individuo gris entrado en años, quizás para que al verlo yo comprenda que el autor del hecho es aún buen cazador, uno al cual conviene seguir mimando y alimentando, por el bien del hogar y por la seguridad de todos sus habitantes.


#QuéHeHechoYoParamerecerEsto




Una marcha por 18 nos enlentece hasta la casi inmovilidad. Vamos moviéndonos tortuosamente a pasitos de bebé cansado, mientras suenan bombas cada cuatro segundos. El 110 se hace caldo de cultivo para un millón de impacientes resoplidos. La radio nos va avisando que no se puede transitar por 8 de Octubre desde Sanguinetti a Garibaldi, ni por Propios ni por Luis Alberto de Herrera, creo que por un partido (o al menos eso le cuenta al teléfono mi compañera de asiento). Hay frenadas, alguien tiene mal aliento y el ómnibus nos aturde ahora con Nasser, que parece que ama a este lugar aunque nadie entiende bien por qué.

Todo para distraer mi cerebro de la imagen de la rata muerta que voy a tener que sacar del patio cuando llegue a mi casa.

Espero que esté muerta. Espero no encontrar media rata. Espero no caer en su velorio y tener que darle el pésame a toda su familia. Espero que esta no haya sido el inicio de una serie de ofrendas. Espero.


#TranquisQueNoHabráFotos




Tengo un problema, necesito ayuda.
Esto no es un chiste ni una cadena ni una crónica que terminará de manera amable en diez renglones. 
Tengo un problema. 
¿Se acuerdan que ayer mencioné a una rata muerta, que al final desapareció, o sea que solo había estado fingiendo su defunción? Bueno. Apareció. Está a medias metida debajo del deck de madera, medio trancada, viva. Recién Matilda pasó por ahí y le dio unos manotazos; creo que es su juguete, pobre bicho. Acabo de entrar a Matilda a la cocina, y desde ayer no hay una ventana abierta en esta casa.
¿Qué hago? 
Me da lástima, pero también miedo. 
No la quiero matar, pero tampoco la puedo dejar que viva en mi casa. No hacer nada equivale a condenarla a una muerte lenta, que tampoco quiero. Me encantaría que alguien dijera "tranqui, yo la adopto", pero ta, los humanos no adoptamos ratas, lo sé. 
¿Qué hago? ¿Qué harían ustedes? ¿Le pago a alguien para que se encargue? Tirarle con aerosol o pegarle, olvídenlo: no lo voy a hacer. Los gatos por lo visto son medio inútiles en este trance. La otra opción es no salir al patio por un mes; una solución estilo "Casa tomada", que no resuelve la angustia de saberla ahí, sufriendo. 
Necesito consejos.

¿QUÉ HAGO?




Terapia anti ansiedad

Dicen que el miedo a los perros se puede revertir teniendo un acercamiento amistoso con algunos de ellos, que el pánico a volar se soluciona viajando en simuladores de vuelo... Yo estoy trabajando para bajar mis niveles de ansiedad desde hace un mes (siglo más, siglo menos), desde que enfrento una de mis peores pesadillas, y es que estoy con problemas de conexión en mi casa. 
Es un temita psicológico, una forma de adicción, lo sé, lo sé, lo sé, pero no se trata solo de entretenimiento: trabajo con esto, necesito wifi. 
Ya apagué y reconecté todo lo apagable y reconectable, ya llamé a Antel, ya un amigo ha instalado tres diferentes routers, pero la cosa continúa hasta hoy incambiada. Prendo la notebook. No hay conexión. A la hora y pico, sola, se conecta. Si la apago, recomienza la misma historia. Cuando quiere, se cuelga. El ipad hace años que se cayó y quedó un tanto desequilibrado: hace lo que quiere, y en general no quiere. La computadora vieja se desmaya cada tres minutos. El teléfono la va llevando, pero se me van cien pesos de datos cada tres días. Por si fuera poco (sé que ya lo he contado, pero déjenme hacer catharsis una vez más) la computadora del trabajo dos por tres se oscurece, queda todo en blanco y negro y demora dos minutos o media hora (según el día) para volver a la normalidad.

Todo para decir que si me cruzan por la calle y perciben que ando un poco desencajada, con la mirada perdida en el horizonte o aislada del entorno inmediato, no se preocupen, que ya va a pasar. Es solo el síndrome de abstinencia.




Abro la puerta del frente para que Matilda encare la lluvia y vaya al baño en el jardín, porque no hay manera de convencerla de usar la caja sanitaria. Insólitamente el gato cabezón del frente, que suele ser tímido y huidizo, se cuela muy decidido, come, toma agua y se instala en una silla. Elige la de Matilda, pero le digo que no se desubique y lo paso para la de enfrente. Cuando a los dos minutos abro de nuevo y entra la gata su cara es un poema. Se detuvo un metro antes de la mesa y ahí está, alelada, definiendo qué acciones emprender para la reconquista del territorio invadido, concentrada, meditabunda, pero siempre bella.




El 103 avanza lento y repleto, como siempre a esta hora. Viajo de pie junto a una pareja sentada enfrente, dos jóvenes de veintipico, flacos, ambos con pinta de ir a trabajar. Él viene cebando el mate; ella de vez en cuando le cuenta alguna cosa. Una pareja normal, en suma. Ella viene revisando su celular; él le clava los ojos a la pantalla cada vez que aparece una página nueva, a ver qué está mirando. La chica dos por tres le muestra lo que ve o le lee alguna cosa que llama su atención. Me da la impresión de que sutilmente le está queriendo probar que no anda en nada raro. En cierto momento apaga el teléfono: cuando lo enciende unos minutos después se ve un fondo de pantalla con los dos abrazados. Es una foto común, solo que él tiene una gran corona como efecto agregado sobre su cabeza. Una pareja normal, en suma, pienso, mientras me corro hacia el fondo, donde acaba de quedar un asiento libre.





Cuando subió en la segunda parada, se me sentó al lado con un suspiro de alivio y emitió un sonido con tono de “al fin, qué cansado que estaba” yo opté por mirar por la ventanilla con toda la indiferencia de que soy capaz, como sugiriendo que no te sueñes que me vas a dar charla, porque vas muerto. Ni lo miré, la verdad, igual podría haber tenido 30 años que 70, daba lo mismo. 
Allá por pleno centro, mientras el tránsito se casi paralizaba por alguna razón y todos jugaban a ver quién toca la bocina más alto, me di cuenta de reojo de que el tipo estaba chusmeando lo que yo hacía con el celular, y acto seguido arranqué a chequear las páginas casi a diez centímetros de mis ojos, cosa complicada para la edad de una, pero en fin.
En cierto momento empecé a notar que el hombre a mi lado no venía precisamente en silencio. Algo decía entre dientes. Paré la oreja, medio que atendí, pero ahí él se calló por un par de paradas. ¿Me vendría diciendo obscenidades? Seguí tratando de escuchar: no, más bien eran sonidos inarticulados, al estilo de “uh”, “oh”, “ne”. ¿Tendría síndrome de Tourette? La culpa me invadió; me sentí muy mala gente, mirá si le decía algo y el pobre solo era alguien con una condición particular e inevitable. 
En eso entramos a 8 de Octubre; traté de meterme en la prensa, leer algo que me distrajera y que no fuera personal, pero él seguía mirando mi teléfono, y desistí. 
Un movimiento periférico me llamó de pronto la atención. Algo estaba haciendo ese hombre con su mano derecha. Lo miré. Venía de lo más concentrado en su actividad, que consistía en sacarse grumitos de moco de la nariz y pegarlos con el dedo al respaldo del asiento de adelante. 
_ Permiso.- medio que le grité de inmediato al ponerme de pie para bajarme, no importaba dónde estuviera. 
Él se corrió unos diez centímetros y me miró.
_ ¿Pasás?
_ No. No paso.- respondí con la peor voz de que soy capaz. Se corrió bastante, pero no se levantó. 
Salí sin tocarlos ni a él ni al pasamanos y bajé en Pan de Azúcar, bendiciendo al sacrosanto boleto de una hora, del que aún me quedaban diez minutos de validez.

Como diría Larralde: cosas que pasan.


Si están cenando, feliz cena. Y buen provecho.





En todos lados se cuecen habas... También en el CA1.

Vengo sentada cerca del chofer, quien en cierto momento pide un asiento para una señora embarazada. Miro a los costados: hay un asiento libre, me quedo tranquila. En ese momento una cincuentona pintarrajeada, con el pelo casi blanco y de vestido floreado se instala en el lugar. La embarazada queda cortada. Le ofrezco mi asiento, al tiempo que una joven le dice a la otra que el lugar libre era para la futura madre. 
_ Yo también estoy embarazada- dice aquella, con un desparpajo digno de mejor empresa.- Además me iba a parar, pero como la señora le dio el asiento vi que no hacía falta.
"La señora" que le dio el asiento era yo. La miro, y ella me sostiene la mirada. Embarazada a los cincuenta y pico. Sí, sí.


El Oscar del CA1 va para...





Entrás a la ferretería del barrio y uno de los cuatro hombres que charlan en la vereda entra al comercio y te atiende. Le pedís 20 clavos chiquitos; él saca un puñado de un cajón, los pone en una pequeña bolsa y te los alcanza, al tiempo que dice:
_ Llevalos nomás, los puse al tun tun. 
_ Ah, bien. ¿Y cuánto te debo?
_ ¿Cómo te voy a cobrar por eso? Nada, nada. 
_ ¿Te doy $20?
_ ¿Tas loca? No, no es nada, llevalos tranquila.
_ Bueno... ¡Gracias!

Te vas con tu bolsita llena de clavos casi intangibles en la mano, pensando que la felicidad a veces se compone de pequeños gestos, de esos que nunca -pero nunca- van a salir en los informativos.




Mira, ya no sé cómo ni dónde decirte que la cosa se terminó. Nuestra relación, así como estaba, no va a seguir ni medio día más. Me lastimaste, y lo sabés. No, no, no; yo no estoy diciendo que seas de mal carácter o que tengas malas intenciones, pero vamos a tener que asumirlo alguna vez: sos medio bruto, y no medís las consecuencias de tus actos. Por eso te pegué un par de gritos y te eché de casa hoy: porque me sentí herida y eso es algo que no voy a permitir. ¿Entendiste? Que te quede bien claro. En esta casa los gatos no juegan con uñas. Punto. Y dejá de pedir sardinas, ¿no ves que me tengo que poner alcohol en el arañazo? Bueno, dale, tomá, pero dejá de sacar las uñas cuando jugamos, ¿ta? O te las corto. Sí, las uñas. Por ahora las uñas. Por ahora.




Vengo asada de calor, o más bien en proceso de horneado en el 110, cuando paramos en Propios y veo a un inspector joven que se pone a golpetear con una monedita la carrocería del ómnibus, con el consabido mensaje subliminal de: “ pasando al fondo que hay lugar...”.

_ Qué pelado idiota- pienso, en medio de mi inminente calcinación, y ya me estaba recriminando por insultar a un inocente cuando escucho que una mujer le dice a la amiga: “qué pelado de mierda”, y un hombre más atrás comenta “¿este pelado qué se piensa?”, con lo cual concluyo una Verdad Indemostrable Pero Cierta: el calor, a partir de cierto grado, saca lo peor de nosotros.

_ Escuchame- graba en un audio la del asiento de al lado- vengo recaliente. Más vale que estés en casa cuando llegue, eh? Y dejate de calle y calle.

Lo dicho.


Saludos desde las brasas.




_ No se puede creer... Todos los días lo mismo...- dice el chofer del 7A a una chica flaquísima hasta la preocupación que está parada junto a la puerta, esperando para bajar en Garibaldi. Ella no dice nada, pero él sigue:
_ Lo que pasa es que todos vienen por 8 de Octubre todos los días. No aprenden más. Los padres traen a los nenes al colegio este, el de los ricos y poderosos. ¡Y mirá esta gorda, con el mate y el pucho! ¡Todos los vicios, tiene!
La chica no dice nada, pero se arrima al grupo un hombre que también va a bajar y se mete en el monólogo. A partir de ahí soy testigo de cinco minutos de lugares comunes como “es que a nosotros no nos criaron así”, “uno tenía valores”, escucho agrandes solapados al estilo de “uno, que sabe algo de mecánica” y no-frases como “no se puede creer”, “cómo están las cosas”. 
Es una maravillosa no-conversación, plena de tonterías, vaciedades y mala onda, pero el chofer y el otro se saludan contentos al llegar a Garibaldi. Ya han establecido quiénes son y cómo “piensan”. Ya están prontos para arrancar otro día igual a todos los días.


Menos mal que me voy al IAVA, pienso al bajar, mientras emito un silencioso suspiro de alivio.




Respirar... Continuar respirando siempre, aunque el aire se haga pesado y te apretuje por los cuatro costados, aunque el bebito siga llora que te llora desde el asiento de atrás, aunque el vestido de verano te asfixie cual abrigo de pieles, aunque por la vereda de 18 veas caminar personas con camperas abrigadas, aunque el calor se te cuele por cada célula de la piel recalentada de este otoño que es una hipérbole del verano, aunque la radio del 100...

Alto. Algo así como un alivio comienza a deslizarse por mis oídos, que no terminan de creer lo que escuchan o parecen escuchar. ¡La radio del 100 acaba de poner Solitario Cadillac!


Tiempo de seguir en el bus calcinante que corre por un mundo sin aire, pero al menos ahora cantando bajito y con el corazón contento.




Primero buscás todas las autoexcusas habidas y por haber para no encarar la corrección de las pruebas diagnósticas. 
Después leés una y ya te enganchás, porque les pediste que inventaran una historia a partir de algunas premisas definidas en el grupo, y las historias que hicieron están buenas. 
Hasta que llegás a ella... La Microletra. Y sabés que por ahí, desoyendo todas tus indicaciones previas, te está esperando él: El Lápiz Transparente.


Definitivamente, este es el momento de recurrir a un superhéroe que te salve: Cafecito. Cafecito no será muy saludable, pero nunca te abandona. 




Dos hombres vienen charlando en uno de los asientos paralelos al pasillo del 103 Semidirecto. Uno tiene unos 45, el otro veinte años más. El cuarentón viene de traje y corbata y viaja cargado de carpetas. Durante medio Montevideo los tengo enfrente: son dos desconocidos que disfrutan despotricando del país, de los pobres que viven colgados de la luz y el agua, de la educación, de los valores que ya no existen y de los políticos de ahora, que no tienen moral alguna, según dicen. El cuarentón, en especial, se pasa varias paradas elogiando a Fulano de Tal, líder colorado de otros tiempos, ya muerto. Me llama la atención que se centre en Fulano de Tal, que no era de las figuras principales de su partido, hasta que miro de reojo la carpeta roja, la que está más a la vista de las muchas del entrajado, y leo su nombre, escrito con letra manuscrita al mejor estilo primer año escolar de 1973: Fulano de Tal. Tiene el mismo nombre y apellido; debe ser pariente del muerto, pienso, y en ese momento escucho que dice:
_ Ahora la política es una joda y trabajar en la educación es un castigo.
Sigo recorriendo la tapa de la carpeta colorada y leo, en el tercer renglón: Historia, Didáctica III. 
Bajo del 103 pensando que no me quedó claro si el cuarentón Fulano de Tal es estudiante tardío o docente del IPA pero una cosa es segura, y es que la educación no es el camino para él y ojalá que encuentre otro, por él y por todos nosotros. 
Y me voy a trabajar en el IAVA, que no es un castigo, sino más bien una suerte. 




Yo debo andar de mala onda. 
Hace como veinte días que mi notebook agarra internet cuando quiere. A veces (como ahora) reconoce la señal y se conecta de lo más contenta, pero de repente se tara, se pone antisocial y me aísla del mundo. Tengo otra, muy viejita, que anda con achaques y dos por tres se me queda colgada mirando el techo. La ceibalita, una desmemoriada, también se me puso rebelde, y no reconoce la autoridad del router. El ipad desde que tiene la pantalla rajada (suceso cuyo origen ignoro; no sé si se le cayó a alguien o qué pasó en su oscuro pasado) tiene una forma muy peculiar de no darme corte y hacer lo que se le da la gana. El teléfono (hasta ahora mi más fiel aliado en esto de las conexiones) ya arrancó a dar muestras de una personalidad un tanto errática; quizás lo afectó el baño de mar que le di en enero, no lo sé. Esta semana la computadora que uso en la oficina del CES también empezó a colgarse: con cada foto que intento bajar de facebook (operación básica para compartir cosas en las redes sociales, que es una de mis funciones) la señorita se enoja, se pone toda gris y por un rato de improbable duración se niega a volver a entrar en razones. 
Lo dicho: yo debo andar de mala onda.
Es decir, que me tendría que ir de viaje. 

Por el bien de todos, ¿viste?

lunes, 2 de abril de 2018

Rumbo al Sur






Día 1

06.55:
_ Me faltarían dos, che- dice la guía, con tono preocupado, mientras el resto de los pasajeros ya estamos convenientemente instalados en el coche 3 y algunos nos preguntamos si el reggetón que suena bajito en la radio nos va a acompañar dos mil horas de viaje o si habrá algo de saludable silencio en el camino. Por ahora voy con ventanilla y con un compañero de asiento que no me invade con el codo, así que no me quejo. Respira medio asmático, espero que no ronque. 
Se ve que aparecieron los que faltaban, porque acabamos de arrancar. ¡Al Sur!!

7.30.
La guía está hablando desde hace un cuarto de hora. Le encanta lo escatológico, describe el baño químico del ómnibus con todo detalle, especialmente “las tazas higiénica” (sic). Nos explica cuál debe ser nuestra actitud en el viaje y cómo debemos observar el mundo. Es de Minas, y tiene una muletilla que es una especie de “¿eh?”. Dice que se puede regular el volumen del sonido, pero no encuentro el botón de mute. 
De pronto se calla y aparece algo latinoso en la radio. ¡Recreo! ¡A disfrutar!

10.02:
Cruzamos por una carretera hecha bolsa, llena de cadáveres de eucaliptos. A las diez ¡por fin! llegó el desayuno. Una medialuna, dos pebetes rellenos y un alfajor. Voy a volver rodando. Desayuno sin café, grrrr... “Me pareció que hace calor y un juguito era mejor”, dijo la guía ante mi cara de cafeinómana en síndrome de abstinencia. 
En un rato dejamos el país y me quedo sin wifi, pero volveré y seré millones (de palabras).




..........

“_Estamos dejando el país. Y cómo lo estamos dejando? Miren a su izquierda: la famosa planta papelera de UPM.” (?????)
La guía es a veces incomprensible.

...........

_ ¿Tienen hijos grande todos? ¿Nietos?
.......

Argentina se divide en provincia. Nosotro tenemo departamento, Brasil estado y Argentina provincia. PRO VIN CIA. 

La guía nos da clases con tono magisterial, se cone las eses y nos indica a qué tienda ir y dónde gastar. Eeeeen fin.


13.25
Vine preparada para el frío de Bariloche, pero el almuerzo en el camino transcurre a unos cálidos 30 grados. Estamos en un parador de la ruta, donde el teléfono está siendo alimentado al mismo tiempo que yo, porque lo primero que hice fue buscar una mesa junto al único enchufe del salón. Mariela: inteligencia.
La guía es amable, y dentro del universo de las guías no es lo peor que podría haberme tocado. El pasaje es variado, con un promedio de edades de 60. Hay un matrimonio que viaja con un niño de unos doce y un muchacho, el resto son parejas, excepto una o dos mujeres y el pelado que viene sentado conmigo, que al parecer viene “de un año difícil”. 
De vez en cuando me vienen unas ganas absurdas de dejar el parador y meterme a caminar por los alrededores en busca de piedritas, hasta que me acuerdo que no salimos por Salto sino por Fray Bentos, y aquí lo único que abunda son carteles (aún) de “Fuera Botnia”. No me queda claro si esto es o no es cerca de Gualeguaychú. 
El paisaje es seco, a lo lejos se ve humo como de quema de campo. Cielo totalmente diáfano. Calor. Murmullo de gente comiendo. Wi Fi. 


19.20:
Hemos alternado entre sol y diluvio, entre Uruguay y Argentina, entre palabra y silencio, pero lo que no ha variado hasta ahora ha sido el menú, consistente en tres o cuatro variedades de harinas, jamón y queso. Saludos desde una estación de servicio donde ¡al fin! me reencontré con el amor de mi vida, o con uno de ellos, por lo menos. Keep calm and drink cafecito.


21.45: 
Mi compañero de asiento pronuncia de pronto las palabras mágicas.
_ ¿Sabés que en el asiento hay un cargador para el celular?
Me siento como un hebreo que acaba de encontrar maná en el desierto. 
Necesidades del viaje en orden de importancia: 1) Cargador 2) wifi 3) comida.


Día 2

7.40
Despierto sintiendo que algo anda raro. Quizás es la hora, no lo sé: siete y media y el sol no termina de asomar. El paisaje se llenó de torres de energía y cables variados. Matorrales. Tierras coloradas, secas, cuarteadas. Cauces secos de antiguos arroyos, o algo que se le parece. Quizás fueran cañadas, son muchos, siempre secos, siempre anchos, siempre bajos, de no más de medio metro de hondo. De pronto aparece un cerro rojo, y a la vez un lago enorme con islas, y se decide a asomar el primer rayo de sol. Vienen kilómetros de un paisaje extraño: miles y miles de arbustos secos, como si se hubieran quemado por un incendio, aunque algunos aún tienen hojitas en las ramas más altas. Al costado de la carretera, la vía del tren, y más allá, a un par de cuadras, el río Limay interminable y sin monte en las orillas.

8.05
_ Buenos días, señores...

La voz de la guía marca el comienzo del sábado. Parece que estamos a 300 km de Bariloche, por la ruta 237. Recorremos kilómetros y kilómetros sin ver una sola casa. Millones de árboles altos, parecidos a cipreses, plantados en filas, quizá como paredes que corten los vientos. Muchas casitas pequeñas como de juguete (rojas en Enre Ríos, blancas aquí) al costado de la carretera, con cruces, velas y algún nombre. Vamos a pasar por Picún Leifù y Piedra del Águila, dice la guía, que nos habla siempre con diminutivo: “van a estar despejaditos”, “dejan la semana preparadita”, “iremos pegadito a la cordillera”.


10.20
Cartel en la carretera: Termas del Carihue: 920 km. 
(Precavidos los argentinos; avisan con tiempo...)





22.15
El camino ayer transcurrió todo el día medianamente igual, pero hoy se fue poniendo cada vez mejor, hasta desplegar unas formaciones rocosas (Valle Encantado), cosas que parecían lagos turquesas pero eran un río ancho e interminable (Limay), bosques, azules intensos y algo de precordillera. 
Al final apareció el lago Nahuel Huapí, con 40 km de ciudad recostada a sus orillas. Mucha casita estilo Minnesota, pero con techos negros, para conservar mejor el calor. 
Lo primero que me llamó la atención de Bariloche es que está llena de perros vagabundos. Todos gordos, es verdad, pero en la calle. Lo segundo fue que esperaba un frío de mayo y me encontré con un día cálido y con tanto sol que terminé de mejillas rojas, porque ni se me pasó por la cabeza traer protector viniendo tan al Sur. 
Hoy teníamos la tarde libre, ¡iupi iupi!!! Llegamos a las dos, más o menos, me instalé en mi preciosa habitación con vista al lago, ducha (al fin!) y salí a recorrer el centro. Mucho artesano prolijo, cosas espectaculares. Un chico de información turística me dio un mapa y 20 minutos de charla free sobre el puerto, un tsunami de lago y algunos experimentos ultrasecretos de la zona en la década del 50. 
Iba bajando al lago cuando me topé con un acto por los desaparecidos: habían intervenido la plaza pintándole los pañuelos de abuelas, nombres, fotos, fechas, direcciones de torturadores (incluso locales), etc. Emocionante. Había un escenario pronto para algo, pero no me dio para quedarme. Me sequé los ojos y arranqué para la playa. 




En la playa, casi lloro de nuevo: no se puede creer tanta belleza. Playa de piedras, agua no muy fría, absolutamente transparente, montañas se fondo, imponentes.




Tercera instancia emotiva de la tarde: la entrada a la catedral de la ciudad, que es una iglesia medio gótica y medio rústica, con un ambiente muy particular en su interior. Cuando se me pasó la emoción pude ver que los vitrales son cualquiera, con unos indios malos y un Colón y unos curas muy santitos, pero, en fin, la obra en su conjunto es majestuosa. 




La ciudad, en lo comercial, no es muy barata pero sí es tentadora porque hay cosas buenas y originales. Lo mejor: los chocolates. Lo peor: el repecho para volver al hotel, tan empinado que a la ida me dio vértigo y lo tuve que bajar por una escalera en la vereda. 
La gente parece tranquila y amable. No hay multitudes, están en su justo número. Y son bellos, que lo tiró, son mucho más lindos que nosotros. (Suspiro)
Ya en el hotel, la cena tuvo entrada, plato principal y postre, y salvo que el mozo no entendió que yo no quería carne y me trajo unos capelettis con bolognesa, salvo eso y que nos perdimos al regreso al piso 3 y hubo que tomar 3 ascensores y subir y bajar innumerables escaleras, pasando por dos calles y tres hoteles, salvo esos detalles, lo demás, todo bien. 
Muero de sueño. 
Mañana: Chile-lé.
Nos vemos cuando vuelva a tener wifi.


Día 3

8.08:
El frío de afuera y la calefacción del ómnibus nos está empañando los vidrios; no va a haber muchas fotos de viaje, por ahora. Ya limpié un cuadradito onda mirador y quedó re bien, pero a los dos minutos se empañó de nuevo, y peor que antes. Al final, entre algodón, papel y alcohol en gel logro despejar un visor de 10 x 10 que es mi tesoro personal; ni me animo a respirar directo hacia él, por las dudas.
Salimos del hotel medio presionados por el apuro de tratar de ganarle a los ómnibus de línea, que salen a las 8, para que los trámites de la Aduana sean un poquito menos lentos. Según Isabel (la guía) los chilenos son sumamente estrictos con el ingreso de alimentos no procesados y todos vamos amenazados: si tratamos de pasar un queso, una fruta o un fiambre los perros lo olfatean y la multa es de 200 dólares.
Por suerte voy con los dos asientos para mí sola; algunos pasajeros no realizan esta parte del viaje, y lo primero que hice al salir fue sugerirle a mi compañero de asiento que habían quedado algunas ventanillas libres como para disfrutar del paisaje y sacar fotos. 
Mariela: inteligencia (y alguito de manipulación).

8.45:
Pinos, pinos y más pinos (cipreses, aclara la guía) y arbustos verde claro con frutitas rojas: es el bosque patagónico, en la provincia de Neuquén. El lago se diversifica y está en todas partes. Sale un vapor leve de su superficie. De vez en cuando, playas de arena oscura y piedras blancas. Cauces secos del deshielo, tapados de cantos rodados y algunos troncos. A lo lejos, la cordillera y sus picos nevados. Un altar del Gauchito Gil como mancha roja de repente, en uno de los pinos. Temperatura afuera: 2 grados.

9.05: 
Datos sueltos: Villa de la Angostura. A unos 800 m de altura sobre el nivel del mar. Todo madera, árboles altos, alto nivel adquisitivo. En 2011 la erupción del Volcán Puyehue (hay un cordón de volcanes en Chile) la dejó tapada de cenizas. 

10.32: 
Acabamos de demorar alrededor de una hora en la Aduana argentina, tiempo que pasamos abajo del bus, al solcito tibio de la mañana. Todo el tiempo pasan camiones gigantescos; algunos estacionan y son rodeados al momento por una banda de aves grandes, tamaño halconcito, que abundan por estos lados y no son nada tímidas. 
Estamos por salir y hay que consumir todo lo que esté abierto, o los hermanos chilenos nos multan. ¡Se viene el cruce de la cordillera! Llegamos a 1350 metros, parece. Mi primer cruce en ómnibus, qué emoción. Si me muero y alguien encuentra el iPhone, saludos para todos, y mi última voluntad es que alguien se ocupe de mis gatos. He dicho.





12.49:
¡Sobrevivimos! ¡Sobrevivimos a la cordillera y a la aduana chilena! 
Todo el camino de montaña está lleno de ceniza volcánica, pero aún así la selva valdiviana se va apoderando lentamente de las laderas de la montaña y las tapa de Copihues y lengas, plantas con hojas de un metro de diámetro y helechos gigantes.

Nota curiosa: en lo alto de la cordillera nos cruzamos con un ciclista.

En la aduana chilena el trámite es estricto y con reminiscencias dictatoriales. Se baja TODO del bus. Las maletas se apilan sobre unas mesas y las mochilas y cosas de mano en unos bancos. Hay que hacer silencio, y ahí entra el primer perro, un labrador beige, que suponemos que busca drogas. A continuación viene el segundo, el negro Zeus, que busca frutas, quesos y fiambres. En una se paró a olfatear una cartera, y la dueña fue llamada a declarar con el carabinero de turno, pero no tenía nada. Había tenido una manzana y se ve que le quedó el olor. 
Después sacamos algunas fotos del río Pajaritos y nos fuimos. Entre aduana argentina y chilena pasamos unas dos horas.

En la cafetería de la aduana tuve una recaída bien de adicta cuando vi sobres de capucchino Nescafé y me tiré de cabeza: 1400 pesos, me costó el capucchino (o sea unos 70 uruguayos). Los precios chilenos están llenos de ceros; hay que dividir todo por 20.

A la salida el pelado (que sigue en el asiento de atrás) me pegó el grito:
_ ¿No viste el camoatí?
_ ¿Eh? No.
Pensé que un camoatí no era TAN interesante pero por suerte miré: ¡era un zorrito pequeño, divino, al costado de la ruta! ¡Y más allá había otro! El pelado pensó en coatí y dijo camoatí. Había que traducirlo.

Vamos bajando la montaña, y de vez en cuando se ven saltos de agua espectaculares, que hacen que la guía enmudezca por un ratito, por lo cual le quedo inmensamente agradecida.

Saltos de agua, montañas, selvas, bosques increíbles, lagos y arroyos cristalinos, y algunos pasajeros solo tienen ojos para su celular. Algo estamos haciendo mal.

16.32:
Estamos saliendo de Frutillar, un pueblito de ascendencia alemana, lleno de casas de madera como de cuento infantil y donde todos venden chocolates, mermeladas, prendas de lana y una cosa que se llama Kucher, que creo que es una especie de torta con frutos rojos. 
Tuvimos una hora y media para almuerzo y recorrido, así que me corté sola y arranqué a pasear por la playa del lago Llaquihue con el imponente pico nevado de volcán Osorno enfrente. Arena negruzca, volcánica, pero agua límpida y no muy fría. Clima agradable, fresco, no mucho. Tuvimos suerte, tanto en la cordillera como ahora, porque la visibilidad ha sido espectacular, máxime en el Sur de Chile, donde llueve la mayor parte de los días (200 por año). 
Todo el tiempo en Frutillar se veían y escuchaban los chillidos de unos cien pájaros negros que andaban revoloteando en bandadas sobre los árboles altos de la ladera de un cerro, al fondo. 
Almorcé una empanada de queso y champignon, compré unas trufas de chocolate y de todo, fui al baño (300 pesos chilenos) y ya me iba para el bus cuando vi que no tenía el teléfono. Terror. Pánico. Fin del mundo. Hasta que la señora del baño me dijo que sí, que lo había encontrado, fiuuuuu... Nací de nuevo.





22.30:
El hotel no es céntrico esta vez: queda a unos 2 km del centro, frente al lago. Una caminata donde no dan los ojos (ni la cámara). El lago al atardecer va cambiando de colores, el pico nevado del Osorno a veces refleja el sol de manera deslumbrante, hay muchas aves en la costa, la gente es tranquila, está lleno de restaurantes, en suma: una maravilla. 
El hotel tiene mucha madera, y mi habitación tiene vista a la rambla. La cena fue buena: sopa, revuelto de verduras (solo para mí) y ensalada de frutas. Igual ya en el viaje hay muchos quejosos, por diversos motivos; a algunos no les gusta la comida o no les llega el wifi, esas cosas. 




Mañana nos tiramos de cabeza a un volcán... o algo parecido, no recuerdo bien, pero sea como sea ya es tiempo de degustar una trufa de chocolate de Frutillar e irse a dormir. Y en eso estamos.



Día 4

Saltos de Petrohué

Arrancamos el paseo con nueva guía: Karen, chilena, que habla muy bien, ¡y no se come las eses!!! Todos los datos de hoy son made in Karen.
Pasamos por el Colegio alemán, gigantesco, con piscina preolímpica atemperada, explica la guía, porque en Chile se busca la excelencia académica y deportiva.
Ya han caído las primeras nevadas en el volcán. Hay 2000 volcanes en Chile, la mayoría dormidos. El Calbuco aùn está activo; ¡ayer estaba lanzando vaporcito, OMG! 
“Ya hemos tenido tres reventones volcánicos, el que llegó a Mdeo fue el Puyehue, en 2011”. La ceniza llegó hasta Australia.

El Llanquihue es el mayor lago de Chile, tiene una profundidad de 90 m en un lado y 320 en otro. Este era territorio huiliche - mapuche, pero la mayoría se fue luego de una erupción importante (no registré cuál). Llanquihue significa hundido, perdido, sumergido. Estamos en una zona baja, entre 70 y 90 m bajo el nivel del mar. Es un lago producto de deshielo. Lo normal es que llueva sin parar 4 o 5 días, nosotros tuvimos suerte. Hay unos 200 días de lluvia en el año. Los meses más lluviosos: julio y agosto. Promedio de temperaturas en invierno entre 0 y 6 grados.

El nombre Calbuco significa aguas azules, y el volcán después de la erupción se hizo más petiso: pasó de 2015 metros a 2003.
Pichi significa en mapuche pequeño, corto.
Las moras crecen por todos lados, ya son casi plaga. Los alemanes le decían murra porque no podían pronunciar mora, y de ahí que ahora acá también le dicen murras. Esta es una zona de mucha repostería: la más famosa es el kuchen, la torta de miga con frutas.

Villa Ensenada es un pueblito entre los dos volcanes. Fue desalojado entre 3 y 6 meses tras la erupción del Calbuco. No hubo heridos, pero el peso de la ceniza hizo colapsar muchos techos, incluso de la escuelita, que hubo que hacer de nuevo. 

Alturas:
Tronador: 3491 m.
Puntiagudo: 1990 m.
Osorno: 2652 m.

Los saltos de Petrohué no pueden reducirse a palabras ni a fotos; hay que filmarlos para poder transmitir algo de su enormidad fuera de toda previsión de mi parte. Es un parque que lleva a los rápidos del río Petrohué, donde aguas color esmeralda caen entre basaltos negros de origen volcánico. Ruido ensordecedor, espuma, la pared montañosa al costado, los árboles altos y flacos. Sierra Santo Domingo es la pared de rocas al costado del río. No hizo nada de frío, y el día se mantuvo diáfano. Al final, lo previsible: venta de artesanías espectaculares.




Salimos sin aliento, y todavía nos faltaban dos de los tres paseos del día. 



Lago Esmeralda

Karen nos cuenta qué bichos andan en la vuelta: pudúes (ciervitos), pumas, zorros, cóndores, pájaros carpinteros, chimangos. Estos últimos son como pequeñas águilas, son confianzudos y están por todos lados.

La etapa 2 de hoy era la navegación por el Lago Esmeralda, que llega a tener 370 metros en la parte más profunda, y abarca 160 km cuadrados, es decir que es mucho más chico que el Llanquihue (877 km).
El paseo en barco duró unos 40 minutos, por aguas tranquilas y transparentísimas, y varios lo pasamos de pie en la proa, admirando a un lado el volcán y al otro una muralla de piedra gigante donde de vez en cuando se veían casitas escondidas, con su correspondiente barco que las comunicara con el mundo normal. Parece que es zona muy high esta del lago, y las mansiones juegan a cuál más escondida. 




Terminada la navegación casi me dejan en el camino, porque me entró un ataque consumista y se me fue la hora con el señor de las artesanías.
De ahí fuimos a un tenedor libre frente al lago y a eso de una y media encaramos la última etapa de hoy: el Osorno.


El volcán

El gigante está ahí, siempre. Desde ayer lo venimos observando de lejos, el pico blanco asoma por encima de bosques y cerros, y hoy tocó ir a visitarlo.

Después del almuerzo (que pasé charlando con Mario y Norita, mis jubilados y ex alumnos del IAVA favoritos), arrancamos en un bus chico, porque el camino está lleno de vueltitas (que ellos llaman caracoles). Paisajes de montaña y lagos, y el Osorno dividido en dos sectores: el marrón (arenisca y piedra volcánica) y el blanco deslumbrante (nieve).

Yo no encaré aerosillas, y me quedé a los 1200 m. Aproveché para caminar por el borde de la ladera, perseguir lagartijas con el celular, tomar chocolate, charlar con medio mundo y juntar piedritas volcánicas. 
Cada paso resonaba; las piedras son porosas y hacen ruido al pisarlas, pero al detenerme me encontraba rodeada del silencio más profundo que jamás haya escuchado.





A las dos horas nos volvimos, con una parada en un cráter de 20 m de profundidad donde lo mejor que vimos fueron dos zorritos simpáticos, probablemente en busca de turistas alimentadores.

Karen nos habló de una comida típica de la zona: el curanto, que tiene cerdo ahumado, pollo, longaniza, mariscos, papa cocida y tortillitas. Hoy se hierve; antes era cocinado en un agujero en la tierra, todo envuelto en hojas de pagués, una planta de hojas tipo parra, enormes, cuya raíz es comestible pero solo durante el mes de setiembre.

La oferta gastronómica del sur de Chile es muy poco vegetariana. En general no tienen platos solo de vegetales ni pastas, y cuando una plantea que no quiere comer carne enseguida aclaran que no hay problema, que igual hay pollo, pescados o mejillones. Los restaurantes tienen nombres simpáticos como La picá de Corita o la Cocinería don Totito, en Ancud, o El rincón de las cazuelas o Restaurante Alonso de Ercilla, en el continente.

Volvimos al hotel al atardecer, y me mandé una caminata interminable buscando un cajero que supuestamente quedaba a la vuelta pero me implicó cruzar arroyos, matorrales y cerros.
_ Es allí nomás, pues, pasando la cuestecita...
Ja.

Al llegar al hotel post cajero, en el frente estaba teniendo lugar una escena de compradores compulsivos y vendedores de camperas, escena de la cual salí a los cinco minutos, con mi nueva campera bajo el brazo. 🙂


Y ese fue el final del día 4.

Día 5

Chiloé

A la salida de Puerto Varas (“ciudad de las rosas”) Karen nos dice que la seguridad aquí es casi absoluta, y que los turistas que reciben son de todas partes del mundo (Rusia, Hungría, Dubai...). Los ladrones (“lanzas”, porque roban y salen lanzados) están más en Valparaíso o Viña, que es donde llegan los cruceros, pero en Puerto Montt algunos hay.
Karen habla de la educación terciaria: siempre se paga, aunque los estudiantes de colegios públicos y subvencionados (religiosos) pueden postular a becas. En Puerto Mont hay 4 universidades, 2 públicas y 2 privadas.

Chiloé viene de Chil-hué: lugar de las gaviotas (hué es lugar).En 1602 comienzan a llegar los primeros jesuitas, pero no eran españoles, sino bávaros. Chiloé es un archipiélago, tiene unas 40 islitas, más la Isla Grande.

El peor terremoto fue en Valdivia, 1960, 9.3 en la escala de Richter, se extendió por 800 km.; la tierra no se movió en zig zag sino que hizo olas, y fue seguido por un maremoto. Luego de eso muchos territorios descendieron, quedaron hundidos.

Karen habla muy bien, sabe de su tema, es muy agradable, pero no conoce el significado de la palabra “silencio”; su voz se me va metiendo en el cerebro y me llena las neuronas de datos sobre todos los aspectos de la vida chilena habidos y por haber. 
La muerte no se escapa al discurso kareneano: en esta región los velorios son en la casa del difunto, durante dos días. Al tercero es el funeral y al cuarto viene un cura y se inicia un rezo que se continúa por 9 tardes consecutivas.

Cruzamos en Ferry hasta la isla de Chiloé, y paramos en Chacao, con una iglesia de madera y metal de 1710, cuyo Cristo no está en la cruz, sino resucitando. Perro y gato amorosos saludando a los visitantes. Bajé a la playa, donde había cisnes de cuello negro en el agua y miles se caracoles rojos en la arena. Momento de locura: me lleno los bolsillos y sigo caminando. De pronto un ruido en la casa más cercana: ¿sería un perro? No: eran dos aves de rapiña negras instaladas en el techo, mirando al horizonte. Pocos turistas: los 3 omnibuses eran de uruguayos. Una pide una bolsita cuando compra una artesanía y la señora le dice que no, que en Chiloé no se utiliza el plástico. 





La siguiente parada es Ancud, “Ciudad de paz”, “Tierra fértil para el cultivo” es el significado del nombre, último reducto español en Chile. Todas las ventanas tienen repisas para poner adornos.

Dos personajes de la mitología chilota: Trauco: es un enanito que vive en las fuentes de agua de Chiloé. Sin pies, camina con un bastón que golpea los troncos y avisa si está cerca. Va vestido de ramas y con un sombrero en la cabeza para disimular su fealdad. Si una chica se cruza y lo mira queda embarazada.

Fiura: es una mujer bellísima que se le aparece en sueños a los buenos mozos y los hechiza. A partir de allí ellos viven buscándola, pero si la encuentran ella se vuelve vieja, fea y de mal aliento (su nombre viene de “feura”).

Muchos puestos de artesanías en Ancud. Ciudad de astilleros. Todos van a almorzar a un lugar que cuesta 12000 chilenos. ¿Adivinen quién se cortó sola otra vez, pidió pastel de choclo y capucchino por 5000 y se fue a recorrer museos, iglesias y plazas? 


No encontré playa en Ancud (se ve que estaba lejos del centro), pero bajé a la zona del puerto, donde fui sobrevolada por cuatro bichos enormes y negros símil águilas.


Parece que el almuerzo grupal fue tan caro como escaso y mal atendido, y varios me dijeron que hice bien en irme sola a buscar dónde comer. Salimos de Ancud cantando a coro Puerto Mooo-o-oont!, todos menos una (adivinen otra vez).


“Qué trabajo tan divino hace está gente, mirá el diseño de esos buzos...”, dice con voz soñadora una señora en el asiento de atrás. Me pregunto si debería decirle que todos los buzos y sacos vienen de Santiago y andá a saber si no son made in China, pero al final me contengo y no digo nada.




Llegamos a Puerto Montt bajo llovizna. A la comunicación de que disponíamos solo de 40 minutos para hacer shopping, visitar la catedral, la rambla y el monumento a los enamorados inaugurado por Los Iracundos se levantaron voces de protesta en el bus. Se está gestando un clima negativo desde que llegamos a Bariloche; cuando volvamos al bus en diez minutos arde Troya. 
Yo: argentina. Y con capucchino.




Día 6

La vuelta a Laargentina


Salimos del hotel con una mañana nublada y ventosa. Yo en el jardín (disimuladamente) dejé como contribución voluntaria unos cuantos caracoles rojos, más algunas cucharetas y piedritas del Osorno que no encaré traer, por si la aduana.

La cena de ayer fue un chiste. Como soy la única vegetariana las cocineras se están complicando la vida conmigo. La primera noche logré que me hicieran un revuelto de verdura. La segunda me enchufaron un pollo (“¿tampoco come poio?”) y luego de algunos trámites logré que me dieran una tortilla. Ayer me pusieron un plato de salmón. Se lo llevaron. Me trajeron un filete de res. Vuelta a la cocina (“¿esto tampoco lo come?”). A la tercera, unos tallarines; los tallarines más tristes que vi en la vida. Blancuzcos, con un algo por encima que me pareció que era lo que les sobró de la sopa crema de sobrecito que nos dieron de entrada. 
_ Disculpe, ¿tendrá queso rallado?
_ ¿Queso raiado? Voy a consultar. 
Y al rato: 
_ No, queso no tenemos. 
Menos mal que yo no ceno, o terminaba en algún bar, donde seguramente me mirarían con cara de lástima cuando les preguntara si tenían algo vegetariano. De todos modos sí, algunos nos fuimos a tomar un café al restaurante de la esquina; un espresso tan fuerte que terminé desvelada hasta la una y media, pero, bueno, no es culpa del café. Nunca lo es.


La despedida


Miren, se los voy a decir de una vez: todas esas historias de refracción de la luz y de fenómenos atmosféricos explicables son puras mentiras. El arco iris es magia, y punto.




En el camino, a eso de las 9, los colores. Primero un pedacito, después el arco iris completo, definido, imponente. Media hora de magia, solo para los pocos elegidos que en vez de dormitar o mirar el celular íbamos disfrutando del paisaje. A veces el arco parecía desdibujarse y al minuto volvía con toda la fuerza y hasta se hacía doble, por si algo faltaba para agradecer esta silenciosa despedida sorpresa que Chile nos tenía preparada. ¿Cómo se habría sentido un mapuche de hace 500 años al encontrarse con semejante espectáculo frente a sus ojos desprevenidos y sin teorías desmitificadoras? Igual que yo, seguro: de boca abierta y queriendo meterse los colores bien hondo en el alma, donde ninguna grisura los pueda ensuciar ni un poquitito, nunca.


El cruce de la cordillera a la vuelta fue un poco menos vistoso, porque agarramos algo de nubes y niebla, pero igual es una maravilla. Parece que cuando hay tormenta la nieve puede quedar a un par de metros de altura y solo se despeja el espacio de la ruta. El paso, con o sin tormenta, solo se hace de 7 a 19 horas. 
En la parte más alta, del lado chileno, pasamos unas cuadras de árboles secos, calcinados por la erupción del Calbuco en 2015, que recién empiezan de a poco a recuperarse. Muchos de los que están sanos van amarilleando: son árboles caducifolios, cuyas hojas cambian de color pero no se caen.

Los dos cruces de aduana son bastante rápidos y sin revisación de equipaje esta vez.

Paramos en un mirador sobre el lago Espejo, y a la vuelta los choferes nos esperaban con una bandeja de whisky o martini. Tomé una medida y cuando se me ocurrió repetir uno de los choferes me llenó el vaso hasta arriba, porque “se termina la botella”, dijo. Yo creo que sus intenciones son oscuras, mmmh...


El siguiente lago es el Correntoso, que se comunica con el Nahuel Huapi a través del río más corto del mundo, el también llamado Correntoso, que solo cruza la calle y se termina. Terminamos almorzando en Villa La Angostura, bajo lluvia pero hermosa.


Día 7 

El ascenso al Campanario.

Salimos a las 8.30 con sol radiante y nueva guía, una profe cincuentona que está acostumbrada a trabajar con grupos de adolescentes. Chistecito, recursos de payaso, pseudo stand up, eeen fin...

_ Buenos días. ¿Tengo el ómnibus vacío? A ver si me dan un buen día con un grito charrúa. ¡Buenos días! ¿De dónde son? ¿De San José? ¡Fuerte el aplauso para San José!

Y así. Mientras tanto dos chicas arrancan a hacer un video y fotos que van a pretender vendernos a la vuelta. 

Bordeamos el Nahuel Huapi. Hablamos de los nombres mapuches: Nahuel: jaguar, Alen: luz, Maitén: ladilla. No confundir con Maite (vasco): la más querida. 

El lago abarca 557 km cuadrados, mide 96 m x 12 y tiene 464 m de profundidad según la medición antigua, y 566 por la actual. En 1960, por el terremoto de Valdivia se desarmó un cerro. Hubo un maremoto, el agua en la costa entró 12 km, con más de 2 metros de profundidad. Aquí también hubo un maremoto en el lago, destruyó el puerto y el Nahuel Huapi se desconectó del río Limay. El agua se resumió, la chupó el fondo y ahí se hizo más profundo. Extraoficialmente tiene 922 m, tomados con sonar en 2005.

Los lagos de la región no eran verdes (excepto 3), eran azules, pero la erupción del volcán arrojó primero arena, luego ceniza, y la arena tenía hierro. Eso lo llevó a cambiar el color y les hizo mucho bien a las plantas, porque el hierro se combinó con cuarzo (silicio) y se transformó en sulfato de hierro.




El cerro Campanario mide 1049 m de altura, y la subida se hace con aerosillas. Arriba hay varios miradores, es un panorama increíble (entre los 10 mejores del mundo, según NatGeo). Varios perros pachorrientos. Pájaros carpinteros. Árboles increíblemente altos. Gente, pero no demasiada. Un placer. No dan los ojos. No dan.


Subida al Catedral

Una pequeña aldea entre las montañas (que deben ser cerros pero igual no importa). Cielo azul y calorcito en vez de la nieve para la que estaban hechas un par de enormes pistas de esquí. Lagos a lo lejos. Un viaje en teleférico que duró 10 minutos pero se sintió como media hora (especialmente cuando el vehículo pasaba por las torres que lo sostenían y temblaba un poco). Caminatas por repechos empinados y de piedras sueltas. Algunas plantitas en las laderas. Chocolate caliente en el parador. Mirar y mirar el panorama. No poder creer tanta belleza. Silencio absoluto. Quietud. Paz





Bariloche en Pascuas se escribe con ch de chocolate. Vas por las calles transportada por el olorcito, como cuando en los dibujos animados el personaje es atrapado por un aroma convertido en mano. Hay dos o tres chocolaterías por cuadra y desde que nos fuimos a Chile hasta ahora (en solo 3 días) los huevos de Pascuas y los conejos han tomado las calles, especialmente la peatonal. Hasta ahora me he venido escapando a la seducción, mayormente porque desayuno y ceno en el hotel y hasta ahora el almuerzo ha sido en otros sitios,pero si el chocolate negro me sigue buscando me-va-a-en-con-trar, ¿eh? Y sus amigos con menta, avellanas e ainda mais también. 



Día 8

El parque del Tronador

Solo 16 de los pasajeros del viaje decidimos hacer hoy el último recorrido pautado, que era el parque en la base del Tronador y el glaciar Ventisquero Negro, el glaciar negro, para los íntimos. Algunos optaron por una tarde de compras o un día de descanso, pero yo no, e hice bien. 
La salida fue a las nueve de la mañana; fuimos bordeando lagos espejados y enormes murallas de piedra que parecían ser tan altas que no daba el cuello para mirarlas. 
Cuando llegamos al parque el camino dejó de ser carretera y se hizo movidito.
Paramos en una playa de lago (Playa Negra), en un mirador sobre un lago (Mascardi) que era en verdad un espejo imponente, y luego en un río que se llamaba Manso pero era de lo más correntoso. 
Almorzamos entre las montañas, cerca de un arroyito color lechoso que corría sobre un lecho de piedras, la mayoría de las cuales me hubiera traído con gusto para mi casa. 




Después del almuerzo, lo mejor: el glaciar. Montañas negras, una laguna verde lechosa con bloques de hielo, ruidos del hielo al romperse, lagartijas color esmeralda, montañas de piedras, cascadas de agua cayendo por las laderas de la montaña... increíble. 
Al final, una parada de 45 minutos en la base del Tronador, que aproveché para caminar hasta la Garganta del Diablo, una de las cascadas que antes vi de lejos y ahora ahí, a unos metros. Se llegaba por un camino entre el bosque, de un par de cuadras. 

Datos que dio la guía:

* 3454 m mide el Tronador, límite entre Argentina y Chile. 
* El perito Moreno hubiera podido perfectamente ser mi amigo: coleccionaba fósiles desde los 8 años. 
* Los álamos sirven para cortar el viento, y el dicho popular es que “donde hay álamos hay gente”.
* El Camino es de unos 80 km, más de 50 de ripio, saltando y lleno de curvas y contra curvas (unas 3600).
* Las playas son todas de piedritas; algunas son de arena luego de la erupción del volcán, pero no acá, porque no llegó.
* Playa negra: espejo de agua sobre un lago verde (uno de los tres lagos naturalmente verdes desde siempre de la zona).
* No había moscas ni mosquitos por acá pero desde hace un tiempo hay, traídos en micros y aviones por los turistas y abundantes por el clima cada vez más cálido.
* Los lagos y ríos son cristalinos porque el fondo es de arena y piedra sin materia orgánica. La imagen es especular: no se diferencia el reflejo de la realidad cuando la superficie está tersa.
* El Rio Manso no es manso. Tiene rápidos, se hace rafting de la mayor dificultad que hay. Tiene 3 tramos: nace por derretimiento del glaciar negro.
* El camino es de una sola mano: hay un horario para entrar y uno para volver (a partir de las 16). 
* El 22/5/09 se rompió el glaciar Negro y se llenó la laguna de agua, porque reventó un alud. 
* La leyenda dice que el Tronador es en realidad el gigante Anón, que está dormido. El tema es que Anón era muy perezoso y al morir le rogó a Dios que lo dejara entrar en su reino pero aquel se negaba, porque Anón había sido “muy fiaca”. De puro porfiado logró una segunda oportunidad. Dios le dio 3 bolsas cerradas para que las bajara de la montaña y las utilizara sabiamente, pero el gigante era muy vago y se durmió durante muchos días. Los tinguiriricas le robaron una por una las bolsas, pero se les rompieron. Una tenía piedras, la otra plantas y la tercera agua. Dios se enojó con Anón al ver lo que había sucedido y a partir de ahí lo hizo dormir para siempre. Lo que escuchamos de vez en cuando son sus ronquidos. 
* El glaciar se derretía metro y medio por año, pero en 30 años se derritió, 1.5 km por calentamiento global. Se formó una laguna glaciaria y dejó una acumulación de sedimentos que se llama morena. 
* Las avispas “Chaqueta amarilla” son ponzoñosas pero maso, lo que sí es peligroso es que a algunas personas le pueden dar una reacción alérgica grave. Menem inventó que lo picó una en La Angostura, pero era para disimular el efecto de una cirugía Plástica. 
* No hay víboras venenosas en la zona. A veces se ven zorros o punas. Se acercan al campamento si hay olor a morfi. Ojo con los perros chiquitos, porque se los comen.
* Aquí los ríos son jóvenes, lo que significa que cambian de lugar, modifican su cauce con frecuencia.
* Hay manzanos y frutillas silvestres, además de rosa mosqueta, que es una plaga. Manzanos que tienen sus ramas bajas cortadas como de poda, pero son los jabalíes que las arrancan.

_ Miren esta piedrita al costado izquierdo de la ruta- dijo la guía- Y ahora miren hacia la derecha- y todos miramos. Desde lo alto de la montaña había un rastro de árboles caídos y secos sobre un surco vacío en medio del bosque tupido. La “piedrita” había caído durante una ruptura del glaciar que generó un alud gigantesco en las laderas del tronador. Seguimos el viaje maravillados, pero mirando hacia arriba de vez en cuando, por si las piedras.



Balance de bichos de hoy: pájaros carpinteros, chimangos, mangangás y lagartijas varias. 
Balance de colores de hoy: todos. 
Balance de agotamiento de hoy: 99%.
No me dio para ir a lo del chocolate (bah, fui un rato pero había tanta gente como en las Llamadas, y me volví al hotel).
Mañana 6.45 estamos cargando el bus, y 7.30 arrancamos. 



Día 9

Rumbo al Norte

_ Mañana cargamos el ómnibus a las 6.45 y luego desayunamos, así salimos bien temprano, ¿de acuerdo, señores? Les pedimos puntualidad, así salimos en hora y evitamos demoras.- nos dijo la guía ayer al volver del paseo vespertino, y hoy 6.45 todos estuvimos prolijamente en el hall del hotel. 
Ella apareció 7.10. 


Ocho y media dejamos Bariloche. La primera parte del viaje es la más pintoresca y la disfruté sin perder detalle, mientras en el bus las mochilas y camperas del portaequipajes comenzaban a caerse por turnos, como recordándonos su existencia, por si las dejábamos ahí al bajarnos.




Salimos con un precioso sábado de sol, y la primera parada fue al mediodía, para almorzar, en el Picún Lefiu, un restaurante del camino donde también paraban todas las otras excursiones del mundo, por lo visto. Teníamos la comida paga, así que nos instalamos y nos dieron un menú fijo: una empanada, pata de pollo y papas fritas.
Una vez sentados (¡por si hiciera falta más tiempo de asiento en este viaje interminable!) aquello era un verdadero hormiguero. Conté las mesas y asientos: éramos unos 140 en mesas largas de veinte y otros treinta a la entrada, en mesas comunes, que debían ser los no excursionistas.
Sospechando una respuesta negativa me dirigí al mostrador a preguntar si podría haber una posibilidad de cambiar el pollo por dos empanadas de jamón y queso (de dos males, el menor, digamos). Una veterana con pinta de jefa o dueña llamada Ana me encaró:
_ ¿No comes carne? Porque lo que hay es pollo...
Sonamos, pensé, y esbocé un tímido:
_ Eh...
Pero no sabía con quién me estaba metiendo. 
_ Bueno, corazón. Si no comes carne no te vamos a dar carne. Sí quieres te preparo un omelette. ¿Puede ser con queso? ¿ Y una ensalada con huevo y zanahoria rallada? 
¡ Y me lo trajo! ¡En medio de la locura de las 200 personas Ana me hizo una comida especial y me la llevó a la mesa en bandejita con aceite de oliva y todo! Recuerden ese nombre: Ana, del parador Picún Lefiu. Una santa. Le quise dar propina y me dijo que de ninguna manera, pero al final aceptó, para donarlo a una organización religiosa a la que ellos pertenecían, cosa que ya sospechaba desde que vi que la red de wifi era "creoendios".

Seguimos de viaje por Neuquén (donde la guía me iba a mostrar unas réplicas de dinosaurio pero se ve que se olvidó...), hasta que entramos en Río Negro por un puente gigante sobre un río bajito.

Ahí arrancó "Sábados de cine", ay, dios. Dos películas a cuál más chota ("Guerra de papás" y otra con tema bodas falsas), de las que rescato tres frases que escuché al pasar: 1. "No hay nieve en África". 2. "Necesito un esmoquin de oro". 3. "¿Y qué hay si empezó chupando penes?"
El cine me aturde, todo el tiempo gritan y hablan con voces tontas (latinas, obviamente); mis compañeros de viaje en general se matan de la risa y festejan cada golpe y cada caída como chicos en el circo. Trato de leer una novela policial de Mankell pero se me complica la concentración. Al final ponen unos videos musicales y anuncian otras dos películas para más tarde. ¡Socorro!

Al cruzar el Rio Colorado arrancamos el Cruce del desierto, 220 km con solo dos curvas en todo el tramo. Entramos a la Pampa escuchando algo que dice más o menos: "Cásate conmigo, cásate conmigo, tu serás primera dama y yo seré el presidente", y me dan ganas de bajarme y cruzar el desierto a lo Rocca, pero no matando indios sino puteando reggetoneros. 
"Puro puro chantaje puro puro chantaje..."
No sé si estaré en condiciones de resistir esta vuelta. Trataré, pero no prometo nada.

Diez de la noche: 
Rodamos por la Pampa, Santa Cruz o alguna otra provincia, no lo sé, ya perdí toda referencia. Venimos de una cena en "La papafrita loca", en Gral. Acha, y no vamos a parar hasta Gualeguaychú, a eso de las siete de la mañana. Acaba de empezar otra película, obviamente doblada, a todo volumen. 
Ooooom. 
Repito: oooooooom.


Día 10

Actualización matutina: hemos sobrevivido a diez horas de bus sin detenernos, y acá estamos, desayunando en Gualeguaychú y contando hasta el último peso argentino para no pasarse en el consumo. En breve, fin del viaje. En breve, es decir, unas cuatro horas, horas más, horas menos. Ya estamos acostumbrados.



Ps: Día 11

Que el primer ómnibus al que te subas en Montevideo venga con un cantor ambulante no es de extrañar. Que se ponga a cantar Puerto Montt ya suena a señal. 
Habrá que volver, entonces, porque quién es una para desoír al destino, ¿no?