Vistas de página en total

lunes, 7 de septiembre de 2015

Setiembre 2015



Acabo de caminar entre proyectiles livianos y erizados de pelusa.
Acabo de ver una bicicleta solitaria moviéndose de manera inquietante en una esquina.
Acabo de ver a una chica literalmente meterse en su remera hasta emerger triunfal de la misma con un cigarrillo encendido.
Acabo de caminar entre los plátanos floridos y huracanados del centro.
Sé que de esta batalla solo se sale con el ceño fruncido y los ojos llenos de lágrimas, sé que (por suerte) no soy alérgica y sobre todo sé que no estoy sola en esto.
Ánimo, compatriotas.
Es solo la primavera que llega.





Diálogo de dos chicas en el asiento de atrás del 405, hace media hora:
_¿Ya están dando el eclipse?
_ ¿Eh?
_ Si ya está lo del eclipse, que todos tan mirando pa' arriba.
_ No sé. Yo no veo un sorete.
_ Pero todos tan mirando pa' arriba.
_ Debe ser eso.
Sí, debe ser eso, aunque yo no vi nada hasta que me bajé del bus, aliviada por dejar de oír el celular de mi compañero de asiento (amigo de las de atrás) y de verlo golpear al compás el respaldo del de adelante con su mano tatuada con un rosario espantoso y las letras M-A-M-A en la base de cada dedo.
Ta luego.

Me voy a ver la luna.




Sueño de una noche de casi primavera
Escena 1:
Me encuentro con mi amiga Marila en el CCE, como habíamos quedado. La idea era ver dos presentaciones del FILBA e ir después a ver algo de stand up por ahí cerca, porque ella ganó un par de entradas en un sorteo.
_ ¿Cómo se llama lo que vamos a ver? - había preguntado yo unos días antes.
_ No sé, es algo con una Laura graciosita_ fue su enigmática respuesta. 
_ ¿Y dónde es?- quise indagar ayer.
_ No tengo ni idea.
_¿?
_ Es por acá. No me acuerdo dónde. Vos tenés que usar tu súper teléfono y averiguarlo.
Uy.
Sonamos.
Pero no, porque al final encontré la dirección, y era, sí, cerca.
Escena 2:
Auditorio del CCE. 
Tres poetas en la mesa: la Poeta Mayor (de edad), la Poeta Joven con aire de Marossa y el Poeta Shileno, que miró a sus pies todo el tiempo, salvo cuando leyó, intentó ver al público a los ojos y quedó encandilado por los reflectores. 
La Poeta Mayor aclaró que era moderadora pero también participante de la mesa, que cada uno de ellos tenía 16 minutos de exposición y luego habría 12 minutos para intervenciones del público.
A la flauta.
Comenzaron sus 16 minutos. Fue una preciosa clase poetona, diría un viejo profesor del IPA, después de la cual hubo lecturas selectas de varios de sus libros. Quedó clara la importancia de la poética que ELLA planteaba en cada uno de los textos, y cómo los fue variando en el correr del tiempo. 
La Poeta Joven tomó la palabra entonces, mirando al público con sus lindos ojos azules, pero ya a las tres primeras palabras me empezó a dar miedito. Había unos tonos raros, una lectura no preparada, una convicción de novedad cuando trabajaba el tema de la poesía futura LEYENDO bastante mal cuatro hojas con temas tan novedosos como las teorías de Platón o el Enigma de la Esfinge, que tuvo a bien contarnos por si no lo sabíamos. 
El Poeta Shileno cerró la mesa. Empezó simpático. No muy interesante, pero simpático. Hasta que se puso a leer un poema sobre los niños de Marte y de la Luna y dejé de escucharlo, aunque reconozco que se emocionó sinceramente y terminó con los ojos llenos de lágrimas, weón.
Tercera escena: Madame Millet.
Impecable, la francesa. 
Muy lindos los franceses que vinieron a escucharla.
Quiero leer "Celos".
Me gustaría escribir literatura erótica.
Je.
Cuarta escena:
La obra de stand up graciosita resultó ser en Platea Sur, un bar con escenario en Bartolomé Mitre, y fue en verdad graciosa, aunque yo hubiera preferido irme a la marcha que se desarrollaba a esa misma hora, pero bueh, el tiempo no se divide como uno a veces quisiera, vio, doña...
Quinta escena:
La parada de Eduardo Acevedo y 18 estaba llena de gente y por casi única vez en mi vida tuve que esperar un buen rato por el 103, mientras pasaban y pasaban otros que iban a mi barrio pero por caminos no muy seguros para mi integridad post medianoche. Había convencido a mi amiga de dejarme ahí para no desviarla y estuve un rato largo, mientras mi bolsa de nylon transparente y sin asas con un par de zapatos marrones adentro amenazaba todo el tiempo con caérseme de la mano. 
De pronto, una voz.
_¡Mariela!
Una chica de sexto artístico del IAVA, divina. Venía de la marcha.
Y al rato: 
_¡Hola!
Una profe del IAVA. Venía de la marcha.
Y a los cinco minutos dos voces a coro:
_ ¡Profe!_ y me vi rodeada a derecha e izquierda por la misma persona.
Eran las gemelas Lupi, de sexto de Medicina, que venían de la marcha. 
No sé por qué, pero me parce que yo también hubiera tenido que ir a la marcha.
Sexta escena: 
A eso de la una iba caminando hacia casa cuando de repente me acordé de una mirada angustiosa, de una colita entre las patas y un hociquito tembloroso. Ya me había pasado del salón comunal como media cuadra pero di vuelta a ver si mi futuro perro seguía ahí y no, no estaba. 
Fiuuuu...
El mundo seguía en orden. Ya podía irme a dormir en paz.
Telón lento.

Fin.







Salgo de casa y a los diez metros me llega un grito.
_ ¡Mariela! ¿Cómo están tus viejos, m'hija? ¿Muy inundados?
Mi vecina Tere.
Respondo, tranquilizo, sigo.
Dos metros más.
_¡Hola!
Un vecino.
a la media cuadra tres niños en GUERRILLA DE AGUA.
Guardo e passo.
Cartel en lo de Olga: Hoy tortas fritas.
_Buenas tardes.
Una pareja de cooperativistas.
A la altura del salón comunal, unos ojos que me miran con amor, interrogación y miedo. Le hago un mimo y sigo. Nota mental: si sigue ahí a la vuelta le voy a dar de comer. Pobre. ¿Adopción? Mmmh...
_Adios, vecina.
Junto a la camioneta estacionada un gato blanco y peludo quiere subir a la parte trasera. Veo a la dueña más adelante y le aviso que tenga cuidado, que el Coco anda con ganas de irse de paseo. No logro definir si esa es mi faceta bondadosa o buchona.
_Buenas, ¿qué tal?
Otro vecino.
Unos péndex en la plaza presumen a ver quién es más duro.
_¿Y yo, gil, y yo, cuando anduve a los tiros en el Paso con el Seba?
Llego a Camino Maldonado.
Hay dos personas en el puesto de las tortas fritas y tres en el de los churros.
Me preocupa más el perrito abandonado que los péndex de la placita.
Debo estar mal.

Y me subo al 103.





Es toy pen san do
Enamarteunavezmás!
Pero mi corazón 
dice que no, 
dice que no, 
dice que no.
Oooooo!
Tarde de clásicos en el 103.
Tanto como la cola de cuatro personas bajo la llovizna y el viento en la casa de enfrente a la parada que vende tortas fritas.
Tanto como el teenager que ríe todo el tiempo en la última fila, el veinteañero que juega a rescatar a una dama en un castillo desde su celular en el asiento de adelante, el treintayalgos de traje que se hace el golden boy de Wall Street junto a la puerta o el cuarentón que va parado, alto, serio, de pelo corto pero con cuatro trenzas negras de 40 cm de evidente nylon que caen sobre la espalda de su jogging verde.
Tanto como la castaña de rulos que se acaba de sentar y escribe y escribe y escribe.
Tarde de clásicos en el 103.

Que nunca falte.





Van 4 o 5 veces que me sucede lo mismo. Facebook me notifica q alguien "aceptó mi solicitud de amistad", y yo ni noticias. Dos eran parientes entre sí, de algún ignoto pueblito de USA, otro era Fucac, y ahora alguien que nunca oí nombrar antes.
Opción 1: mi teléfono tiene un virus.
Opción 2: mi notebook tiene un virus.
Opción 3: mi cerebro tiene un virus.

Ampliaremosss...





¿Ser o no ser (rulienta)?
O "Post de autobombo solo levemente disimulado"
Hace un par de meses comenté en medio de la sala de profes del IAVA que necesitaba un asesor de belleza. No sé maquillarme, la ropa nueva que compro languidece en el ropero mientras uso siempre lo mismo y ando con los rulos desde que me enteré de que los tenía, allá por la adolescencia. 
Una compañera me contestó en el acto.
_ Yo. Yo soy asesora de belleza.
Y era.
Había trabajado en la tele, asesorando a más de un pseudo famoso (con el nivel de psuedofamosedad que pueden alcanzar las luminarias vernáculas), y me dio ipso facto una clase teórica sobre Cambios Que Debía Emprender Ya Mismo en mi apariencia. 
_ Tenés que sacarte los rulos_ fue lo primero_ El rulo no da elegante.
_ Pe... pero...
_ Sacatelós. Tenés unas lindas facciones y los rulos te las tapan, haceme caso.
Volví a casa rumiando el tema, pero no llegué a decidirme. MI prima Mirian, que trabaja en temas de estética femenina, apoyó la idea del laciado, pero mi amigo Danilo me dijo que no, ni soñarlo.
_ Te va a quedar el pelo duro, horrible. 
Cuando le dije a la peluquera de hacerme un brushing solo para probar suspiró con cierto desaliento y me miró a los ojos:
_ Este no es el mejor día para probar, porque está muy húmedo...
Yo creo que en realidad quiso decir que ni loca se metía en esa empresa, pero bueh.
Pasó el tiempo.
Hoy estaba pensando que el viento y la humedad y si me lo ataría para no asustar a los alumnos de la mesa de examen que tengo en la tarde, cuando recibo un mail de un adorado profesor del IPA que entre otras cosas me dice que le encantan mis rulos y agrega "no te los lacies nunca". Divino. Casi largo el moco. Y ahí me acordé de otro profe que una vez me hizo un elogio inolvidable.
Escuela de Bellas Artes, en Pocitos, años noventa. 
Voy subiendo la escalera que da a los talleres cuando oigo una voz cascada que me pega un grito a mis espaldas: 
_¡Niña!
Me volví: era el Tola.
_ Es terrible subir la escalera detrás de ti, porque uno no sabe si mirarte el pelo o la cola. No se puede decidir.
Entendimos ya lo del "autobombo levemente disimulado", ¿no?

Los rulos se quedan.





Subo al 103 y me siento.
En mi parada ha subido también un muchacho de unos 18 años que empieza a ofrecer chocolates asiento por asiento y al llegar al mío mira la entrada que llevo en la mano y dice:
_Buitres? Es hoy? Dónde es?
_Sí, en el velódromo_ le contesto, y él a partir de ahí sigue todo su pregón cantando.
_Toca Buitres y si muero hoy... Chocolatessss... El cielo puede esperaaaar!
Qué le vamos a hacer. 

Somos pasión.





Cuando bajé del 103 en la parada de mi cooperativa era casi a la una de la mañana. Una vecina bajó también, por la otra puerta, una señora rubia de pelo corto, medio bajita y de cincuenta y pico largos, y aunque no la conozco más que de vista me extrañó que anduviera callejeando a esa hora de la noche. Nos saludamos, cruzamos Camino Maldonado juntas y nos metimos charlando en la coope.
_ ¿Venís de los Buitres?_ me dijo enseguida.
Mirá vos, pensé. La señora no solo sabe que existen sino que se acuerda de que hoy había un recital y todo. 
_ Yo también_ agregó, sin darme tiempo a contestarle. 
_ ¿Ah... ¿Fuiste?
_ Sí, estuvo bárbaro. Tenía a Peluffo ahí, cerquita. En primera fila. Mi marido no quiso ir, pero agarré a mi sobrina y marchamos. Yo cuando te vi me imaginé que venías de ahí, porque sabía que la otra vez habías ido...

Y seguimos charlando hasta que entró a su casa y yo continué hasta la mía, pensando que la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, y que no deja de ser un tanto inquietante todo lo que puede saber de una alguien que por comodidad englobamos a la ligera en la categoría "vecinos que nos caen bien pero apenas saludamos".





Un 103...
No paró.
Otro 103!
Sigue de largo.
Algo amarillo... un 316. 
Chau chau.
Allá viene otro 103.
Y allá va.
Un 100.
Saludos.
Ah, un 404; este sí va a parar!
Nop.
Un nuevo 103... y con lugar!
Hdp. Se fue de largo.
Dos o tres Copsas pasan y levantan pasajeros, pero el boleto sale 41 y me dejan 6 cuadras más lejos... Cruel dilema: ser o no ser? 
Hasta que un 103 que se ve que salió de por acá nomás para en la cooperativa y subimos los ocho o diez sobrevivientes de la odisea matinal de cada jornada.

Menos mal que el reloj de mi liceo atrasa cinco minutos. Y que es viernes. Ooooom...





Un hombre alto, grandote, veterano y de bigotes, un señor que camina con su sombrero criollo atadito bajo el mentón, bombacha de paisano, cinto de monedas y golilla al cuello, un gaucho con todas las letras, en fin, no puede andar transitando con orgullo por Tres Cruces si lleva de tiro una valija de rueditas.

Ya no da criollos el tiempo.





La feria del Lago.
Mis viejos ya me habían contado que desde hace un tiempo se viene armando una feria dominguera a beneficio de la escuela de Lago Merín donde se venden plantas, comida, ropa, libros e ainda mais. Una Tristán Narvaja en miniatura , de no más de media cuadra, que funciona por unas horas a partir de las once. Yo ya había pasado un rato antes, durante el armado, y volví con ellos a eso de once y media.
La principal atracción de hoy, a mi juicio, era una exposición de fotos antiguas de la laguna que se bamboleaban de lo lindo con el viento casi primaveral. 
Recorrí todos los puestos, saqué muchas fotos, jugué con un perro peludo y compañero y terminé comprando un par de libros interesantes (uno de Courtoisie y una antología de cuentos hispanoamericanos), un par de empanadas de verdura y queso con aceitunas y una botellita de licor casero símil Baileys que ya abrí y está muy rico.
En una estaba mirando un puesto de alfajores caseros cuando la que lo atendía, vecina de mis viejos, nos aclaró que eran hechos de margarina.
_No tienen nada de origen animal- agregó.
_¿Vos sos vegetariana?- no pude dejar de preguntarle. Me miró con sus enormes ojos claros. 
_No, no lo soy, pero cocino sin manteca por una cuestión de salud. Yo soy diabética, soy insulino dependiente.
_Ah, no sabía que las mantecas te podían hacer mal... 
Y ese fue el comienzo de veinte minutos de intensa charla con Pelusa. Pelusa (originalmente Dora) tiene dos hijas, y una de ellas, que ahora tiene 12, desde los dos años se niega a comer carne y ella se lo respeta. Su hermano vive en la Quebrada de los Cuervos, al aire libre, cultivando lo que consume, en una comunidad naturista, y se dedica a la sanación. Es un chamán o es un loco, según a quién le preguntes. Tuvo su etapa de consumo, de salir desnudo a la calle, de andar en cuatro patas y de usar únicamente ropas de lino blancas (como Santiago Nasar, ahora que pienso). Ella lo vio, en una Navidad, subido a lo alto del parrillero, todo vestido de blanco (hasta de poncho) y rodeado de rayos de luz de todos los colores. Pelusa y su hermano no necesitan hablar para comunicarse, y ya quedamos en que algún día vamos a arreglar para ir juntas a visitarlo a la Quebrada. Él a veces viene a la laguna, pero dice que no encuentra un punto de buena energía, que hay algo negro, que no ve la luz, y sufre.
En la feria también estaba mi amiga María, junto a la Comisión de Mujeres Laguneras. María es maestra jubilada, organiza clases particulares gratuitas para niños y adultos que no terminaron la primaria, dirige un Club de Lectura y se desplaza en un viejo Fiat al que por su color ha bautizado Celestino, mal que le pese a mi progenitor de igual nombre.
_Es que algunos de por acá ya le estaban diciendo "Viagra", tuve que apurarme a cambiarle el nombre...
Ya casi por pegar la vuelta nos fuimos de nuevo a mirar las fotos viejas de la Laguna. Una en particular me llamó la atención: una de un precioso castillo que nunca vi por estos pagos. Era una construcción grande, seguramente una de las primeras del pueblo.
_Che, esto ya no existe, no? -pregunté a mis padres. 
Una mujer rubia que estaba también mirando fotos a mi lado me contestó:
_Sí que existe, está sobre la playa, cerca de la OSE. Lo que pasa es que el dueño tiene todo muy cerrado alrededor y desde la playa no podés verlo.
Charlamos un poco más, se fue, y otra señora tomó la posta de las explicaciones del caso. Resulta que el del castillo es un cincuentón que alterna su vida entre Yaguarón y el Lago, se dedica al deporte y a la aviación, anda en terrible camioneta y tiene en su casa un criadero de yacarés y otros bichos, entre ellos cruceras, a las que cría para extraerles el veneno y hacer antídotos con él. 
_Y es un lindo hombre, ¿sabés? Muy pintón-terminó la presentación del Quiroga local. Un aventurero pintón en la laguna, mirá vos... Y nos separamos entre risas, hablando de planes de incursionar al disimulo en el castillo prohibido y ver qué hay de cierto entre tanta leyenda.
El Lago da para todo. Quién lo iba a decir. 

Que nunca falte.





Domingo de perros.

Salí sola a caminar por el pueblo, y hace una hora y media que recorro aleatoriamente sus calles de vituminoso, tierra o pasto, bajo un sol que cada vez se hace más norteño y primaveral.
Tras caminar por los bordes, por la ruta, por la zona chic de la playa y por las regiones olvidadas de toda gestión municipal concluyo que una sola cosa las iguala por completo: en este pueblo hay más perros que gente. 
Por suerte ninguno me atacó, aunque hubo unos cuantos ladridos amenazadores e incluso una enorme pseudo oveja de color beige (un barbilla gordo y sin cola, en fin) se me acercó con rostro circunspecto, me dio una vuelta alrededor y se volvió para su casa. No entendí si era tímido o malo, y tampoco le di mucho corte, porque andaba concentrada fotografiando telas de arañas en los alambrados contra el bosque. Capaz que solo quería que le diera corte, no sé. 
En una calle fui de pronto sorprendida por una criatura que se me vino encima sin previo aviso, pero solo era un perro blanco y peludo que me hizo tantas fiestas que me dejó el pantalón negro lleno de huellas terrosas. Otro fue un salchicha hiperdesarrolado, también mimoso y alegre. Un collie amarillo. Dos que se pelearon todo el tiempo por mi atención, hasta que tuve que dejarlos. Un marca perro blanco y marrón, otro medio negrito, esto es el festival del can arachán en todas sus variantes.
Ahora estoy sentada en una duna, en medio del silencio del agua y los trinos de los pájaros. Pasa un solo hombre caminando, con sus seis perros de tiro. 
Este es un mundo raro.
Que nunca falte.







Hay días en los que a uno todo le sale mal.
Hoy me levanté en hora, salí temprano y apenas llegué a la parada pude tomar un 404. Un señor me dio el asiento a las pocas paradas, y cuando bajé en Propios ya tenía un 103 esperando. 
El primer grupo de Artístico se vio reducido a dos o tres al principio y menos de diez al final, porque hoy es la muestra de Arte de los sextos, así que nos pusimos a planear crucigramas y sopas de letras para plantearle a los compañeros ausentes la clase que viene. 
A mitad de la segunda hora una estudiante, Camila, se me sentó a lo indio en el escritorio y nos pasamos veinte minutos hablando de educación, de la necesidad de repensar todo, de su decisión de hacer Historia en el IPA. El tema había arrancado un rato antes, cuando la vi que iba recorriendo los sub grupos y chequeando cómo iban, por lo que le comenté que su actitud era muy de profe, y quedó de lo más contenta.
Tercera y cuarta hora se me pasaron volando, porque anduve acompañando y registrando la previa de la muestra que empezaba a las diez y media. El IAVA era un torbellino de gente tocando instrumentos, ensayando bailes, colgando fotos, solucionando aspectos técnicos.
Ya en la calle al llegar a 18 vi que estaba perdiendo el único bus que me deja en la puerta de 3 Cruces. Hice un gesto de frustración aunque no lo corrí, porque el semáforo se puso en verde, pero él se ve que me había visto la cara, porque frenó y me abrió la puerta. 
Ya en él,una chica se puso a cantar: estaba juntando plata para poder seguir estudiando en Montevideo, porque era de Rocha, y cantaba como un ángel. 
Llegué a 3 Cruces insólitamente con 9 minutos de adelanto, y aquí voy, con todo el espacio para mí, porque no va nadie en el asiento de al lado.
Hay días en que a uno todo le sale mal, decía. 
¡Pero por suerte también hay de los otros!

Toco madera, y que nunca falten.





"Y yo te doy un beso 
en la boca 
pa que te vuelvas loca 
tú me provocas 
chica rabiosa".
Bis.
Bis.
Bis.
Bis.
Bis.
"¡Eeeeeel Reeeja!"
Fin.







Hoy caminé más de dos horas por la rambla. 
Caminé, caminé, caminé. Caminé solo tres kilómetros, pero no es mi culpa: todo el tiempo aparecían cosas llamándome para explorar o fotografiar. Primero fue el coreano celeste y el hombre que cargó hasta él a la mamá en los brazos, porque hay una subidita y la vieja no llegaba, no llegaba. Después vino el muelle frente a la Aduana de Oribe, el pescador con su perro miniatura, los carteles pintados a pincel en el piso, los restos de vigas carcomidas por el tiempo devenidas en arte incidental. MIles de gaviotas en la playa minúscula que hay junto al puertito. El señor de los quesos más ricos y baratos del mundo. Gaviotas peleando a picotazos su territorio de pesca en el paseo al lado del Yacht. Dos gatazos blancos y negros haciéndose adorar por los humanos en plena rambla. Garzas blancas con copete y tordos negroazulados. Ombúes solitarios y personas ídem. Olor a porro, a mar, a pescado frito, a verano, a sol. Dos adolescentes que conozco tiradas al sol haciéndose mimos. Letras multicolores del cartel de Montevideo intervenidas por criaturas y la explanada de Kibón invadida de jóvenes en algo que parecía ser un concierto de rock pero que al final resultó encuentro de juventudes católicas de todo el país, con chicas sonrientes dentro de hábitos de monja y muchachos de sotanas marrones o con cuellos de cura. Gritaban y aplaudían a alguien que conducía el encuentro, tanto que acabé por decidirme y me fui a mi parada, muerta de hambre y mordisqueando disimuladamente un pedazo del queso Colonia que había comprado en el puertito.
Hoy caminé más de dos horas por la rambla.
Que nunca falte.




Es joven, tendrá veintipico. Sube al 103 semivacío del atardecer dominguero y empieza:
" Buenas noches, amigas, amigos. Voy a recitar para ustedes un poema de Eduardo Galeano".
Uh.
Y arremete con un texto sobre los pobres, dándole solemnidad a fuerza de enlentecer el recitado hasta límites exasperantes.

Menos mal que Galeano es de texto breve.





Vuelvo a casa después de un encuentro de casi dos horas con la más pura belleza, esta vez bajo la forma de media docena de suecos, unas lanas y unos violines. Circus Cirkor, se llaman, y son arte, destreza, poesía. Toman los hilos de tu vida y los manejan a su antojo, mientras vos creés que estás simplemente contemplando un espectáculo y no te das cuenta hasta el final de que después de este baño de magia ya no podés ser el mismo. 

En mi próxima vida quiero integrar una de tres compañías: el Cirque du soleil, el Teatro Sunil o el Cirkus Circor. En esta me conformo con algo más modesto, como hacer girar un aro de hula hula, subirme algún día a unas telas o ser capaz de transmitir con palabras una milésima parte de la maravilla de que acabo de ser testigo.