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viernes, 5 de marzo de 2021

Marzo 2021



El Pasillo
Cruzar por el Pasillo era una salvación para todos los que queríamos ir de Barros Arana a Osvaldo Cruz sin tener que caminar las muchas cuadras que implicaba dar la vuelta a la manzana por José Belloni o Camino Maldonado. El trazado urbanístico del barrio no había pensado en los peatones, construyendo dos calles paralelas que medían unas cuatro o más cuadras, sin conexión entre ambas. Si venías en un vehículo y le errabas a la calle tenías que dar marcha atrás o asumir el largo trayecto del castigo, o al menos eso pasaba si manejabas un ómnibus escolar que llegaba a Montevideo casi por la noche, cargado de niños que habían ido a recorrer los paisajes de Lavalleja como paseo de fin de año, y la nena que te tenía que indicar dónde doblar para tomar por Barros Arana lo hacía en voz tan bajita que vos no la escuchabas y terminabas pasándote de la entrada. Ahí, cuando la nena le tironeaba la túnica a la maestra y le aclaraba que su calle era la anterior, tenías que agarrar por Osvaldo Cruz y pasarte varios minutos comentando qué espantoso que entre estas calles eternas no haya bocacalles, qué difícil para transitar, mientras las dos maestras que acompañan a los grupos de cuarto y de quinto te dan la razón y todos suspiran porque quieren llegar a su casa cuanto antes y este rodeo no hace más que retrasarlos. 
Pero esa es otra historia. 
El Pasillo había sido la forma que encontró el barrio para enmendar el error de planeamiento de quien fuera que hubiera diseñado nuestras calles. Nadie sabe cuándo o cómo fue creado: él estaba ahí para nosotros. Tenía un metro de ancho y una cuadra de largo, piso de tierra y diferentes límites a los costados. A un lado, un alambrado bajito y poco riguroso, pero existente, que a veces era un par de hilos flojos y separados y en otros tramos se hacía más estricto, con diseño de rombitos herrumbrados y terminados en pinchos (porque en esas casas había gallineros, y no era cuestión de dejarlos regalados). El otro costado era más natural y conformaba una especie de muro verde donde se iban alternando transparentes y rosales. A finales del invierno transitar por el Pasillo era escapar del olor fuerte de las curtiembres para caer en un mundo de rosas blancas fragantes. Cada persona que pasaba se llevaba alguna, pero el rosal era de flores pequeñas y eran tan abundantes que nunca se acababan. 
Una a veces iba por el Pasillo y se encontraba cosas. La cabeza de vidrio de un egipcio que después me enteré que había sido el tapón de una botella, o la bolsa con nueces que mis primas y yo llevamos alborozadas hasta la casa, solo para empezar a abrirlas y comprobar que estaban llenas de gusanos. Pero también encontrábamos personas, la mayoría de ellas conocidas, con las que tratábamos de no chocarnos en lo angosto del espacio mientras cruzábamos un saludo. 
Todos en el barrio usábamos el Pasillo, y ahí nunca pasaba nada malo. Alrededor sí, sucedían cosas, pero en el Pasillo no. Yo lo pasaba varias veces cada día, aunque no me animaba a hacerlo sola por la noche. La mitad de mi familia estaba en Osvaldo Cruz y yo vivía en Barros Arana, y además en Osvaldo estaban la cancha de fútbol para mirar desde lejos a los jugadores y darles agua en el entretiempo, la fábrica de cerámicas para ir a juntar baldositas de desecho y la casa de mis abuelos con el fantasma del sótano esperando que lo encontráramos. Si no fuera por el Pasillo mi infancia hubiera sido muy diferente, probablemente aburrida.
No creo ser para nada exagerada si digo que el Pasillo le salvó la vida a mucha gente. Barros Arana estaba y sigue estando tapada de fábricas, curtiembres y laminadoras de acero; durante los años de la dictadura era común que de repente aparecieran los camiones verdes y se bajaran decenas de militares a meterse a las corridas para buscar sospechosos, cuando no aparecían directamente en sus caballos. Yo veía esas escenas desde atrás de la ventana pero no captaba mucho, porque la curtiembre de enfrente a casa era pequeña y tranquila y la acción más pesada no transcurría en mi parte de la calle. Mi vieja me contaba después las novedades de la Montevideo, que al parecer era la más movida, y cómo una vez los obreros al ver llegar a los milicos les tiraron baldes y baldes de agua jabonosa que hizo que los caballos se resbalaran y cayeran, perdiendo así mucho tiempo antes de que pudieran entrar a disolver una ocupación. Lógicamente, cada una de esas intervenciones suponía un desbande de trabajadores, que si no fuera por el Pasillo no habrían podido escapar de sus perseguidores. Por eso digo que el Pasillo salvó a mucha gente: los milicos se quedaban de repente desconcertados al perder a sus presas, porque la entrada del Pasillo no estaba señalizada y, medio obstruida por los rosales y los transparentes, parecía ser solamente el límite entre dos casas. 
Cosas que una recuerda cuando tiene tiempo y se mete a viajar entre los mapas, o tal vez cosas de cuando una empieza a pasar de los cincuenta, vaya a saber. 
Hoy del Pasillo solo queda el comienzo, del lado de Osvaldo Cruz, que supongo que lleva desde la calle hasta alguna casita de los fondos, pero no sale a Barros Arana. Estamos menos conectados, pienso, o quizás es que ya no vivo allí y el barrio no revela sus secretos al los que solo lo miran desde las pantallas. 
Vaya una a saber.




No les he contado, pero desde hace un par de semanas el gato viejo anda medio enfermo: se le cae una babita, deja la lengua afuera mucho tiempo y huele mal. Debe tener una infección bucal, ya le ha pasado otras veces y se cura solo; yo estaba haciendo tiempo para evitarle el estrés de la ida al veterinario, porque el pobre es arisco y aterrado. Durante todos estos días no ha querido salir al frente, y si lo saco a prepo para que tome algo de sol enseguida se instala en la ventana y desde ahí me mira, como queriéndome hacer sentir culpable, hasta que lo entro. Por lo demás, el gato come, se lava y ronronea, lo cual también (debo decir) me ha llevado a diferir el estrés del pet carrier, la clínica y todo eso.
Hace un rato llamé al veterinario, que no estaba haciendo consultas a domicilio, y me dijo que sí, que habían retomado los domicilios y que venían en el correr de la mañana. Yo continué con mis quehaceres como si nada, para no poner nervioso al gato, que por otra parte dormía de lo más pancho en el sillón, pero ¿a que no saben  quién acaba de levantarse y pedir para salir, cosa que no pide desde hace como veinte días? 
Bicho intuitivo, no da ni para engañarlo. Y aquí estoy, tipeando como si tal cosa pero con la oreja parada, porque ya me dijo el doc que cuando él llegue, por las dudas, encierre a gato en el baño para que no se nos escabulla. Cruzo los dedos. Deséennos suerte.





Entre Punta del Diablo y La Esmeralda hay 23 km por carretera, ponele que sean 22 por la playa. Por lo que vi en los mapas no hay ni un pueblo ni casas ni casi senderos de acceso; solo playa y mucha playa. ¿Cuánto creen que pueda demorar yo en recorrer ese camino, teniendo en cuenta que mi velocidad de avance es inversamente proporcional a la cantidad de fósiles y otros tesoros que el océano tenga a bien poner en mi camino? 
Se abre un llamado abierto para encontrar socios de travesía; la única condición indispensable es que vea menos que yo, así no se me adelanta en los hallazgos. No es para ahora, es un plan para la post pandemia (que algún día-supongo-va a llegar).
Ps: ahí dice que en la punta (del lado de La Viuda) está la Playa de Santa María; será que así se llama toda esta franja de playa? Solo la vi una vez, desde La Viuda: parece divina y absolutamente solitaria, aunque con mucho plástico amontonado, al menos entre las rocas del comienzo.





Había ido a hacer mandados solo para evitar la mirada recriminatoria de mis gatos ante la ausencia de carne picada en su dieta reciente, y estaba pensando que entre el pelo atado y el tapabocas mi anonimato entre las góndolas estaba más que garantizado. Además no tenía una gota de maquillaje encima, y ya era tiempo de ir de nuevo a la peluquería. MI aspecto de sábado por la tarde era poco menos que inmirable, y menos mal que no suelo cruzarme con conocidos en el camino, aunque elijo ir a comprar a un lugar que queda a media hora de mi casa, así aprovecho un rato para caminar.
_¿Bolsa? -preguntó la cajera.
_ Sí, una. O capaz que dos. ¿Qué te parece, alcanzará con una?
_Yo creo que sí...
_ No sé. Voy a caminar bastante... Mejor dame dos, así equilibro. 
_Bueno.-respondió ella, y acto seguido se dirigió a la chica de la caja de al lado: -Fulana, me das un par de bolsas?
_Ah, no sé, no sé.-dijo la otra, entre risas- No sé si te las pueda regalar, salen $5 cada una...
_¿Ya salen 5?- intervine yo, como siempre en babia con algunos precios- Pensé que seguirían a $4...
Mi cajera, una veinteañera de pelo negro muy lacio y ojos marrones muy oscuros, pareció tras ese breve diálogo decidirse a sacarse la duda y me preguntó:
_ ¿Puede ser que usted sea profesora de Literatura?
_ Sí... Nadia.-agregué, mirando el cartel de su nombre. ¿De dónde nos conocemos?
Ella me dijo que del liceo 30 (lo que me ubica entre 2007 y 2012, más o menos) y me dio su apellido, ante lo cual (sinceramente) terminé de ubicarla. Había sido una muy buena estudiante, y se lo dije. 
_Yo muchas veces me encuentro con ex alumnos, pero ustedes cambian mucho y conmigo estuvieron a los 14 o 15 años... Menos mal que me reconociste.
_ ¿Cómo olvidarla?-dijo ella, y de repente sentí que la tarde gris empezaba a llenarse de luz (cosa que pasó también a nivel literal, porque empezó a salir el sol, pero eso -quizás- es simple coincidencia).
_Aaaah, qué linda, gracias!
_ No, no: en serio. Me encantaban sus clases, imposible olvidarlas. 
Y ta, estimados. Otra vez han caído en la trampa del post de autobombo apenas levemente disimulado, ¿qué le vamos a hacer? Así es la vida, vieron? 
Feliz Turismo (o lo que puedan hacer de turismo en esta semana). Nos estamos viendo (pero no en persona).




Prototaxites. Ese es el nombre de los hongos gigantes que poblaron la tierra millones de años antes de que las primeras plantas comenzaran a hacerlo. Medían unos 8 o 9 metros de altura (dicen algunos) o hasta 50 (según otros), pero obviamente su parte más grande tiene que ver con el micelio, las ramificaciones subterráneas, que siempre son mayores que lo que queda a la vista. La primera vez que se sugirió su existencia fue hace más de cien años, en 1919, y se confirmó recién en este siglo (en base a los fósiles que de ellos han quedado, y que durante mucho tiempo se pensó que eran de coníferas).
Ahora bien. Si se sospechaba desde 1919 que lo primero que hubo en la tierra eran estas moles honguescas, ¿cómo es que nunca nadie en el liceo, en los artículos de divulgación o los documentales que he visto toda la vida me los han mencionado? ¿Es un bache mío, o ustedes tampoco lo sabían? Cuando yo estudiaba (década del 80´, ponele, cercana a la prehistoria) ni siquiera se nombraba a los hongos como un reino aparte (aunque hice el liceo en la dictadura, ahora que lo pienso, capaz que mi profesora era la esposa del Cabo Gutiérrez, yo qué sé...). En el libro de BIología solo aparecían en un pequeño aparte, donde se decía que hongos y líquenes no eran plantas, en realidad, y que poco se sabía de ellos, punto. 
¿Cómo y quiénes nos han contado las bases de lo que sabemos o creemos saber? Mi mundo se centra en las palabras, no en los estudios científicos, pero tendría que tener una (somera) visión del planeta que habito, en la que no se me escamoteen los millones de años que se supone no deberían interesarme, porque mi mirada se empobrece si otros deciden qué capítulos omitir cuando me cuentan de dónde venimos. 
Listo. Sábado de quejas. 
Devuélvanme los Prototaxites, que mis gatos serían muy felices con uno o dos en el fondo desde donde poder contemplar el panorama de los techos del barrio.





🍄 Cosas que aprendí en un vivo de instagram sobre hongos 🍄
(no es un texto mío pero lo dejo por acá para no perderlo)

* Hay 1.25 millones de especies de hongos en el mundo.
* Hay 15 veces más variedades de hongos que de plantas, pero se estudian mucho menos, siguen siendo desconocidos y poco enseñados.
* Todos los hongos se pueden comer, solo que algunos se comen  una sola vez. 😱
* Si te comés un amanitas phalloides marchás al spiedo en un par de semanas (eso no lo dijeron, lo leí en wikipedia). 
* Ojo que no todos los hongos de pinos son comestibles.
* Si vas a enviar una foto del hongo para que alguien lo identifique mejor que tomes un video, o muchas fotos, incluyendo el lugar y en qué se apoya.
*Las apps de fotos no siempre son una buena guía para saber si un hongo se come. Con una sola foto no alcanza. Hay uno que se llama chlorophyllum molybdites, es muy tóxico, y se puede confundir con un macrolepiota (creo que le llaman parasoles), que es comestible. Vi fotos: son igualitos.
* El hongo degrada muy bien lo orgánico; no le afecta lo contaminado del suelo, excepto que hablemos de metales pesados, pero hay casos de suelos bombardeados por agrotóxicos que aún están en duda. 
* No hay mucho análisis molecular de hongos en Uruguay.
* Hongo pollo (¿no es lindo el nombre?): hubo un par de intoxicaciones con hongo pollo acá el año pasado, pero en general son buenos para comer (depende del tema agrotóxicos mencionado un par de ítems atrás).
* Hay hongos en Alemania que siguen siendo radioactivos desde 1986 (Chernóbil).
* Libros de hongos en Uruguay: uno de Tálice, otro de su hija y varios de Sequeira (el que está en este vivo).
* En Europa se han colectado hongos por cientos de años; en Uruguay casi no se sabe nada de ellos. La gente no anda arrancando plantas por la calle y comiéndolas, con los hongos pasa lo mismo: hay que conocer.
* Hablar de hongos, hablar de setas, es hablar de reproducción y sexo.
* Hay gente que hace música con hongos. Le ponen sensores y el sonido que emiten lo graban y lo remixean.
* Identificación: enviar fotos a los micólogos y después estar dispuesto a responder su catarata de preguntas, porque "si no nos ilusionan y después nos dejan con las dudas".





Yo tenía 6 o 7 años. Iba con mi madre a hacer mandados, caminando por la interminable calle Barros Arana donde vivíamos, rumbo a Camino Maldonado. Una calle llena de fábricas, muros infinitos y corrientes de aguas de colores que salían todo el tiempo de las curtiembres Bama o Montevideo y se arrastraban al costado de la vereda hasta desembocar en la cañada del bajo, donde nacía el callejón de Juan Quevedo. 
No había un alma esa tarde en la calle; hacía frío. Una camioneta verde nos pasó a gran velocidad; nosotras escuchamos las risas de los hombres que iban adentro y vimos, media cuadra más adelante, cómo un papelito salía volando por la ventanilla y terminaba depositado entre los yuyos de la vereda, casi a la altura de la cañada. 
_ Vamos a ver.-dijo mi vieja, y nos apuramos a levantar el papel antes de que el viento lo tirara al agua. 
Los de la camioneta ya habían tomado por Camino Maldonado. El papel estaba doblado en varias partes. Mi madre lo abrió y lo leímos juntas: era una carta. Un hombre preso le mandaba esa carta a su mujer, le contaba de su vida cotidiana, le preguntaba por la familia, le decía que le mandaba ese anillo, que ya ni me acuerdo si era hecho por él o por un compañero. 
_ Le robaron el anillo y tiraron la carta, desgraciados... murmuró mi vieja, y no me quiso dar más explicaciones. Después le mostró la carta a algunas personas de la familia, pero nadie supo qué hacer con ella. No había datos para saber a quién iba dirigida. Supongo que al sobre los milicos también lo habrán tirado, pero no lo vimos. Tampoco sé qué se hizo de la carta, aunque conociendo a mis viejos deben haberla tirado como tiraban todo (incluso mis poemas).
A veces (como hoy) las noticias, las fechas o quién sabe qué me llevan de nuevo a la calle Barros Arana y a la carta sin destino. Me encantaría devolvérsela a los que un día la esperaron con ansiedad y dolor, o al menos contarles que ese familiar (que sería padre, marido, hijo, nunca supe) había dejado su corazón en un papel y su alma en un anillito que terminó en las manos equivocadas. 
Debe ser por eso, ahora que pienso, que me cuesta tanto desprenderme de los papeles. Por eso y por otras cosas que tendrán que ser material de terapia si es que algún día me decido a empezar una.
Son bravas las tardes de lluvia en la pandemia. 
Una no tiene más remedio que mirar para adentro.





Imaginate que estás construyendo algo en China y de repente te encontrás con 460 kilos de monedas de la dinastía Song (960-1279). 100.000 monedas, más o menos, algunas incluso de la dinastía anterior (618-907). Parece que eran de una especie de banco, que las habría enterrado durante alguna guerra y después algo pasó. Se murieron todos los que sabían, o le dijeron el lugar a algún despistado que se lo olvidó, y andá a encontrarlas? 
No sé.
A mí me dan ganas de levantar el deck y empezar a hacer un pozo en el fondo, pero capaz que mis gatos se embarran las patitas y después se andan subiendo a los sillones, y además a quién le pueden importar 460 kilos de monedas de hace más de mil años. Ya deben haber salido de circulación.




¿Ustedes también se ponen el pliegue del codo cerca de la boca si van a toser o estornudar por zoom?
¿Ustedes también se preguntan por qué hay personas con tapabocas en sus fotos de perfil de las redes sociales?
¿Ustedes también se sienten afiebrados apenas se enteran de que alguien con quien cruzaron dos palabras es contacto de un contacto de un conocido que tal vez sea positivo?
¿Ustedes también lavaron alguna vez un tapabocas descartable?
¿Ustedes también se quedan de boca abierta cuando ven en las películas a las personas amontonadas con los rostros descubiertos?
¿Ustedes también creyeron que para cuando llegara su cumpleaños todo esto habría pasado y que podrían hacer una fiesta de reencuentro?
Mal de muchos consuelo de tontos, dicen. Pero en fin.


Hoy de mañana fui por un ratito a la elección de horas en el IPES, donde tomé dos grupos de ProCES. Clima complicado, pero no era de eso que quería hablar acá. 
Apenas llegué me llamó la atención el piso del patio del fondo, que estaba literalmente regado de frutas anaranjadas; algunas (la mayoría) medio pisoteadas por el intenso tráfico de gente en el lugar por estos días. 
_ ¿Viste que cantidad de butiá?- me dijo una compañera. 
_ ¿Qué? ¿Eso es butiá?- respondí con la ignorancia de urbana de quien no conoce lo que no se compra en un supermercado. 
_Sí, claro.- dijo ella- Probalo. 
Y los probé: eran ricos. Tienen un sabor ácido que recuerda mucho al de los nísperos. Cuando salí de la elección mi compañera me había apartado sobre su banco un montoncito con 10 o 15 de los más sanos, y me los traje. 
¿Por qué diablos no nos ocupamos de relevar nuestros árboles frutales y dejar ese alimento al alcance de cualquiera que pase por la calle? Vale para los pitangueros de mi liceo, por ejemplo, para un níspero de Isla de Flores del cual mi compañera me pasó el dato por si un día quiero ir a buscar frutas, y vale para cientos de frutales, la mayoría de los cuales ni siquiera sabemos que son comestibles. En la esquina de mi casa, por ejemplo, hay un árbol de moras, y solo una vez vi a alguien ahí recogiendo frutas: un ex alumno de hace mil años, año más, año menos, que me convidó con una mora ante mi cara de incredulidad de que aquello de comiera. ¿Y los piñones? Sé que algunos son comestibles, pero no los puedo reconocer (por ahora). Tengo una anacahuita enfrente y siempre estoy por aprender a hacer pimienta criolla a partir de sus semillas, pero después me olvido y termino comprando sobrecitos. 
Ta, era eso. Un reconocimiento de ignorancia, un deseo de hacer las cosas mejor y un propósito de vivir más en consonancia con la tierra que habitamos. Y en eso andamos.




A veces marzo trae resacas
Hoy no puedo despertar
Quiero que lleves este amor bien lejos
Donde nadie nadie, lo pueda encontrar 🎵
Mi vecina debe haber quedado un tanto  atomizada de tanto Buitres que escuché y canté a volumen (digamos) un poquito más alto que lo habitual esta tarde, pero es que me vino una nostalgia de domingo que arrancó por la música y terminó agarrando para cualquier lado (como suele suceder). Extraño la catharsis de los recitales, extraño cantar a todo pulmón saltando y levantando los brazos en medio de una multitud de desconocidos compañeros,  seguidores ellos y yo de un culto que nos limpia y nos libera por un par de horas de vez en cuando. Igual les pasa a las personas en el fútbol o en las iglesias, me imagino. Viejas ceremonias de retorno a lo primitivo, tan inexplicables como necesarias. 
¿Cuánto falta para ir de nuevo a ver a Buitres?
¿Volveremos?
(Bueno, ta, domingo de tarde en el segundo año de la pandemia... no me pidan demasiado)
Abril, otoño, atardecer... 🎵




¿Pueden creer que hoy estuve a punto de tropezar con el mismo pedazo de caño de cartel recortado en mi parada de todos los días? Un domingo a mediodía y yo cargada de compras de la feria, igual, igual que en 2018. Mi pulgar izquierdo me quedó mirando onda “no irás a quebrarme de nuevo, no?”, mientras el cerebro elevaba los ojos al cielo y suspiraba en silencio. No fue nada, esta vez no fue nada, no  llegué a caerme y no hubo ningún hueso roto. Del ego mejor ni hablemos. Uuuf... 





Esto es así: si Matilda quiere dormir en la silla plegable del patio se queda en la silla plegable del patio, no importa si llueve o si se moja. Tiene un galpón y una casa seca, pero no. Capten mi (torpe) intento por frenarle las salpicaduras del agua en el deck interponiendo una mesita (que de ninguna manera va a pasar mucho tiempo a la intemperie). Ella está bajo techo, pero de rebote le llegan las gotas. La foto es borrosa porque la humana tiene claro que no se va a mojar solo para sacarle una foto a la felina. Y ella ahí se queda (por ahora).








Me había olvidado que una vez decidí que mi destino era irme a vivir a la Toscana*. ¿Cuál será el mejor camino para lograrlo, una vez que pase la pandemia? 
a) Comprarme una propiedad en Italia cuando saque el 5 de oro?
b) Hacer algo tan maravilloso que una universidad toscana me invite a formar parte de su plantel docente?
c) Casarme con un tano?
d) Falsificarme un abuelo cuyo apellido tenga por ahí una doble consonante?
e) Otras ideas?
*Eso fue en 2016; si me preguntan por otros años también he decidido que mi lugar ideal para vivir es Floripa, Salta, San Pedro de Atacama, Granada, Martha´s Vineyard, Hawaii (toda) o incluso, a veces, Montevideo.




Hoy hace 37 años que se levantaba la suspensión del inicio de cursos en los liceos “por la epidemia de conjuntivitis”. 
_¿Supieron la noticia? ¡Se acabó la conjuntivitis!- nos decía el profe de Matemática a mi amiga Graciela y a mí al otro día mientras íbamos entrando al IAVA, y su sonrisa iluminaba la mañana y hallaba eco en nosotras, felices porque por fin podríamos comenzar las clases de nuestro último año de liceo. No hacía falta explicar mucho y el IAVA aún estaba lleno de oídos indiscretos, pero los tres entendimos sin decirlo que ese día algo muy oscuro comenzaba, por fin, a quedar en el pasado.








0900Vicio: 
¿Alguna vez probaron el brownie de la panadería Plus Ultra de Garibaldi casi 8 de Octubre? El paraíso al alcance del paladar por la módica suma de $35. 
(no, no es mágico, pero como si lo fuera)
(sí, doscientas mil calorías, pero qué importa)
(después te vas al Disco de la esquina a comprar galletas de arroz para lavar la culpa)
De nada.





La lluvia de esta noche inauguró el otoño, iba pensando hoy mientras caminaba hacia la parada. La afirmación no tenía el menor asidero científico pero esa minucia no le quitaba fuerza, me decía al tiempo de avanzar registrando (como siempre) el estado de los árboles, las flores y gatos del camino. Había estado escuchando un programa radial sobre los TOC y venía preguntándome si este temita de sacarle foto a todo lo que se me cruza no terminaría un día pasando a ser obsesión, pero como se vino la hora salir y el programa quedó por la mitad mi pericia introspectiva distaba mucho de estar en su mejor momento. 
En eso andaba cuando al pasar junto a una camioneta blanca estacionada de pronto una voz grave casi susurró una frase destinada a mis oídos:
_ Hoy sí que me voy pa’ tu casa. 
A la mierda. ¿Una amenaza machista, un mensaje patriarcal y directo como inicio de la jornada a las siete y media de la mañana?
No. Era el sanitario, que me tiene a cuentos hace un par de meses y cada día cuando me cruza por la cooperativa promete visitas que después no realiza. 
Y aquí vamos, rumbo a la presencialidad no obligatoria que inaugura el otoño.
¿La selfie? Ah, no, no tiene nada que ver con este texto, pero solo tenía dos fotos del otoño esta mañana y sabido es que si pongo dos fotos (y no tres, o más) algo horrible puede pasar ( por ejemplo, que una parte de mi cerebro ande por Sófocles o Voltaire y el resto me diga todo el tiempo que todo mal, que las fotos no se suben de a dos y que tengo que agregar una tercera para que el universo vuelva a tener sentido). 
No me juzguen.




Salgo de mi casa con tiempo y camino  tranquila bajo el sol de la mañana. Casi llegando a la parada veo a un vecino que está por subirse a su auto. Es profesor de Matemática; va con termo y mate en la mano y barbijo ya acomodado en la cara aunque bajo la nariz, porque no hay nadie en la vuelta excepto yo, que le paso a varios metros. 
_ Hola.- lo saludo, dando inicio a un breve diálogo.
_ Hola. ¿Viste que...?
_ Vi, pero no sé. En las noticias no...
_ Aaah, pero este tipo tiene todos los piques. 
_Esta semana no.
_ Mañana. 
_Sí, hay reunión. 
_Por eso.
_Nos vemos. 
_Dale, suerte. 
No hacía falta explicar más. Seguimos nuestro camino, cada uno hacia su liceo, sus estudiantes y compañeros. Cuánto nos va a durar esto, pensamos, sin necesidad de ponerlo en palabras. Será para bien, no será, cuándo termina.
Y en eso estamos



Él estaba ahí como tantos otros, estirado sobre la arena de la Balconada, a tres o cuatro metros del agua. El mar lucía en la mañana del sábado su mejor y más inestable mosaico de verdes; las olas rompían con derroche de furia y espuma sobre la playa, arrastrando a su paso todo un mundo de mejillones, algas, caracoles. 
Él no era el primero que cruzaba esa la mañana y seguramente no iba a ser el último, iba pensando yo mientras me acercaba para observarlo mejor. 
Y entonces sucedió. 
Él movió apenas la boca. 
Me acerqué a comprobar que estaba vivo y él volvió a moverse, tratando de respirar, exhausto, a punto de agotar el resto de fuerzas que todavía le quedaba. 
_ A ver, gordito, no te estreses que esto va a ser rápido- pensé mientras lo levantaba entre las dos ojotas y me metía con él al agua para no liberarlo muy en la orilla. Apenas se sintió de nuevo en su elemento el bicho (que supongo que sería una vieja del agua) pegó unos coletazos y puso proa a lo profundo. Se había recuperado en un par de segundos. Yo me quedé un rato en la orilla para ver si las olas lo traían de vuelta, pero no. 
Esa fue mi buena acción del día del hoy. 
Mariela: rescatadora de peces desplazados. 
De los mosquitos que he matado en estos días no guardo registro, pero capaz que con salvar al bicho de hoy ya me volví a dejar el karma en cero porque sabido es que el alma de un pescado vale mas que la de diez mosquitos, o eso elijo creer, por ahora, en tanto siga viviendo en este mundo de noches cargadas de zumbidos y mañanas pobladas de olas verdes. 
Mariela: filosofía a la medida de las circunstancias. No me juzguen.




Cuando iba acercándome a mi casa ya desde media cuadra antes vi que había movimiento por mi zona: una cuadrilla de albañiles está arreglando las veredas de la cooperativa, que las raíces de los árboles llevan levantando hace ya varias décadas. 
_ Hola- nos saludamos, y vi que ellos interrumpieron su labor mientras yo me paraba junto al árbol a esperar el ya a esta altura habitual y previsible descenso de Matilda por el tronco. 
_ Ese gato vive en las alturas...- comentó uno de ellos.
_Sí.- respondí- hace unos días que se le dio por pasar ahí en el árbol; no sé qué le pasa. 
_Peligroso por las caídas. -acotó el más joven, y en seguida le aclaré que no hay riesgo, que Matilda sabe bajar sin caerse, pero él continuó diciendo: 
_ Es que ya se cayó. 
_ ¿Eh???
_ Sí.- dijeron todos a coro, y uno aclaró: -Hace un rato. Se quedó dormido y se vino abajo. 
_ Uh. 
Matilda, entre tanto, ya estaba en mis brazos y reclamaba su comida como si no le hubiera pasado nada. Después de almorzar se trepó al árbol y volvió a instalarse en su puesto de vigía de Arbolito y tierras afines. Se ve que la caída la sacó barata, al menos por esta vez. 
¿Vale lo de que los gatos siempre caen de pie si el bicho estaba dormido al principio del descenso? No sé qué pensar. Igual la voy a dejar hacer su vida, porque es una gata libre y tiene las alturas sobre la vereda para ella sola, pero me quedo pensando (y cruzo los dedos). Oooom.





Hoy a las dos de la mañana me llegó este mail: "Hola disculpe soy Fulana pero me urge hacer un final nuevo  del cuento "continuidad de los parques" autor julio cortazar". Nada más. Ni asunto ni explicaciones de ninguna clase.  No recuerdo el nombre de la persona que lo envió; supongo que fue estudiante de alguna de mis clases. ¿Qué entienden ustedes? Sí nuevo/a profe le habrá pedido una tarea y quiere que yo se la realice, o el final abierto de Continuidad la estaba torturando a altas horas de la noche y necesita un párrafo que aclare los tantos y le dé paz? Misterio.





Mientras esperaba los 15 minutos reglamentarios post vacunación y veía cómo pasan los segundos en el aparato que me dieron para calcularlos, un veterano flaquito y de pelo blanco se adelantó al mostrador para entregar el suyo.
_Bueno- dijo la que lo recibió- ¿Cóno le fue, se siente bien?
_Sí, muy bien.
_Perfecto. Por allí es la salida.
Pero el veterano no se fue, y pareció dubitativo hasta que bajó un poco la voz y murmuró:
_ Me pidieron que preguntara... ¿Qué pasa con el consumo de alcohol después de la vacuna?
La señora le dijo que esa es una pregunta para el personal médico, y lo derivaron a un consultorio, de donde salió dos minutos más tarde, aunque no llegué a ver si iba feliz o enojado.
“Me pidieron que preguntara”, sí, sí, te creo y todo, pienso, un segundo antes de googlear “vacuna consumo alcohol” y leer que “La profesora inmunóloga Sheena Cruickshank, de la Universidad de Manchester, precisó que la reducción de linfocitos podría reducir la eficacia de la respuesta inmunitaria del cuerpo. Es por ello que instó a las personas a evitar tomar alcohol al momento de recibir la vacuna contra el COVID-19 y en las semanas posteriores.”
En ese momento mi timer quedó en cero y salí del Pasteur rumbo a los mandados del mediodía. Les cuento para que no me inviten a tomar grapamiel o licor de nada por unos días, ta?
Menos mal que del café la inmunóloga no dijo nada.





Una prepara el comienzo de cursos, selecciona textos, elabora preguntas y se imagina en su cabeza de qué va a ir la primera clase del año. Después una encuentra un papel tirado en la vereda, decide cambiar de planes y agarrar por otro lado.
 _¿Alguno de ustedes vio alguna vez un papel como este?- le pregunta una a los del primer grupo de la mañana, mientras despliega una hoja enorme, impresa a varios colores en las dos caras, llena de líneas entrecruzadas. 
Silencio. Nadie entendía nada. Aurora (que es brillante aunque no siempre hace los deberes) esboza por fin una teoría: 
_ ¿Es el mapa de una red de túneles subterráneos? 
_Podría ser, pero no. ¡Mirá si eran túneles abajo del liceo!
_ En ese caso hay que preguntarle al Walter. -concluyó, con el tono de quien ya lleva más de un año en el IAVA y sabe perfectamente a quién hay que preguntarle los secretos del edificio. 
Les expliqué lo que eran las viejas revistas de moldes, y cómo estos laberintos de colores y punteados, si caían en las manos indicadas, terminaban convertidos en prendas de vestir de los años 60 y 70. Hablamos de la necesidad de conocer el contexto en que algo se nos presenta, de cómo lo complejo se vuelve sencillo cuando conocemos las claves para descifrarlo, de la importancia de tener una guía para acceder a las claves de una época. Me encantó. Salí de mi primera clase del año renovada y feliz, como si no hubiera dormido cinco horas y no estuviera necesitando un cafecito para mi hora puente de la nueve de la mañana. 
Un cafecito de la máquina en Sala de Profesores, iba repitiéndome mentalmente hasta que... ¡Horror! ¡No estaban las máquinas de café!!! Nadie (ni siquiera la Directora) sabe qué pasó hoy con ellas, que hasta ayer estaban esperando por nuestras monedas como siempre. Terminé haciéndome un café con el sticker, el edulcorante y el pocillo que previsoramente había traído de mi casa. 
Mariela: inteligencia. 
(Aunque lo de traerme todo para el cafecito y lo de conocer un molde de revista a simple vista me acerca más a otros sustantivos que por el momento - solo por el momento- prefiero dejar en suspenso)





Duermo cinco horas y por primera vez en el año me despierto con sueño. Salgo de casa sin darle de comer a los gatos, que no están acostumbrados a tanto madrugar. El ómnibus viene en seguida y con asientos libres, pero debo pagar casi todo el boleto porque se me acabó el saldo de la tarjeta. Avanzamos por la Union acompañados por una suave música funcional que no reconozco pero tampoco molesta. Voy a llegar temprano a la primera hora del primer día de clases de este año. El eterno ritual de conocer a los nuevos estudiantes y reencontrar a los compañeros... ¿Qué nos deparará el 2021 en los liceos? ¿Seguiremos en el aula todo el año, les veré las caras completas alguna vez, llegaremos a conocernos? Distintas interrogantes en tiempos de pandemia, pero la misma sensación de salto al vacío de cada marzo (casi) desde que tengo memoria. 
Y en eso estamos.




"Niña hizo un poema sobre la dislexia que se puede leer en ambos sentidos.
Por acá y por allá: viajar en avión con niños.
Esta instagrammer copia los vestidos de las celebridades en versión XXL.
Horóscopo, por Susana Garbuyo.
Jardín urbano: cómo planificar tu propia huerta.
Adwoa Aboah, la última heroína de Barbie. 
Mañana se van a llenar la boca con el Día de la Mujer; hoy "nos ubican" donde realmente piensan que debemos estar, con los niños, la huerta (para cocinar), los horóscopos y la moda (Barbie incluida). ¿Qué tienen de "femeninos" estos temas? Femenino sería que hablaran de menstruación, cáncer de mama, embarazos o menopausia. Lo demás no tiene género, sino prejuicio. Ta, es una pavada y hay que ver de quién viene (mea culpa), pero hay gente (como la de "M de mujer") que se empantanó hace 50 años y no sale, no sale."
...
Esto había puesto yo el 7 de marzo de 2019. Por curiosidad, para ver si algo había cambiado además del título de la sección (porque ahora se llama "Eme") entro hoy y leo los titulares. 
Revuelo en la realeza británica por la herencia del título nobiliario de Felipe 
¿Cuál es la mejor hora para hacer ejercicio?
Horóscopo, por Susana Garbuyo.
La sangrienta historia detrás de los aros de Meghan Markle
Estos son los errores más comunes que cometes al secarte el pelo
Señorita Panamá aceptará a mujeres trans para presentarse a MIss Universo
Una abuelita creó un insólito perfil en Tinder para su nieto y se viralizó. 
...
O sea. 
Nada ha cambiado. 
Si alguien piensa que, de última, son noticias que cualquier persona podría querer leer y que no es que nos estén relegando al ámbito del chismerío, la estética y lo doméstico, pruebe a ver cómo caerían estas noticias en la sección "Hache" para hombres. Ah, no, esperen, no existe. Me pregunto por qué podrá ser.




Me preocupa mi gata; anda rara. Durante todo el verano ha estado durmiendo afuera, pero hace unos días que se le da por aparecer por casa a eso de las diez u once de la mañana, como si ya no tuviera hambre a las siete, que era su hora habitual. Ayer perdió un colmillito (que encontré sobre la mesa de luz) y hoy no solo acaba de dejar un sorete vertical cual improvisado obelisco en la bandeja (agradezcan que no pongo foto), sino que solo se dignó a aparecer en el preciso instante en el que yo confraternizaba con el Taz, un labrador enorme que siempre la corre y amenaza (no, los labradores no son todos buenos con los gatos: este no). 
Anda rara mi gata, me digo mientras recorro la casa en busca de los lentes que tenía al alcance de la mano y mientras dejo bien visible sobre la mesa el recibo de impuestos que me conmina a pagar una deuda de varios meses antes del 27 de febrero, recibo que (como a los anteriores) recién miré ayer por casualidad, porque pensé que había puesto el rubro impuestos en débito automático pero se ve que no. 
Anda rara mi gata. Yo no sé a quién sale.



Momento de chismerío 

Una inglesa tenía configurado su home banking para que cada semana le apostara automáticamente a los mismos números en un juego de azar tipo 5 de oro. Un día le llegó la notificación con los números ganadores, y eran los suyos. Llamó a la familia, emocionada: al fin habían salido sus números!! Pero no hubo premio, porque justo esa semana no había tenido saldo suficiente en la cuenta, así que no se realizó la jugada. De otro modo hubiera ganado 182 millones de libras. 
Moraleja: si vas a apostar, hacelo a la vieja usanza. ¿Dónde está la gracia, si no, de repetirle a la quiosquera semana tras semana los mismos números, guardar la boleta y chequear después el resultado? ¿Cuál es la emoción si te lo juega sí o sí una máquina que encima te avisa cómo te fue por un mensaje de texto? ¡Ya no da criollos el tiempo!

(Y no, no era un chisme lo que iba a contarles, fue solo una estrategia de captación de lectores. Buenos días.)




Escuché la recomendación en la radio hace unos días y hoy la vi. "El Agente Topo". No la vean si están muy tristes, pero en algún momento tienen que verla, o al menos intentarlo. Está en Netflix. 
Hace dos días tomando un café con una amiga le comentaba algo que ya he dicho por acá alguna vez y que no afirmo con orgullo sino más bien todo lo contrario: yo no lloro por mí, nunca. No puedo. No sé cómo. Lloro sí, dos por tres, ante el dolor, la felicidad o simplemente la emoción ajena: un video, una película, un libro o un paisaje me hacen lagrimear en dos segundos. "Ahí tenés- dijo mi amiga- esa es la forma que encontraste para desahogarte. Cada uno hace lo que puede." Y debe ser. 
Esta no es una película que uno pueda ver con los ojos todo el tiempo despejados, y en verdad no es película, sino documental. Es dura, pero a la vez tiene una ternura que te hace morir de amor y enamorarte de todos los personajes, de todos, especialmente del viejito Sergio. Sergio vive tres meses infiltrado en un geriátrico, como parte de una investigación sobre cómo es tratada una paciente. Ese es el arranque. El Agente Topo dura una hora y media, y en esa hora y media la directora (la chilena Maite Alberdi) te da una paliza de emociones que no tiene nombre. O tal vez sí, tiene uno: realidad. Una realidad de viejos que pueden y quieren trabajar, de abuelitas tiernas que hacen poemas, se enamoran y se roban las cosas, de hijos ausentes, de amistades que nacen más allá de los ochenta, del personal de la salud, de la música, del amor, de la memoria. 
Memento mori. Carpe diem. Esas cosas.




Si se ve bien mi patio hay unas manchitas blancas en la madera: son granos de arroz que les tiro a las hormigas suponiendo que algún día van a liberarme de ellas (el almidón genera un hongo que las mata, dicen). Cada mañana el patio queda bordado de granos y cada tarde lo veo de nuevo limpio, pero las hormigas ahí siguen, tan campantes. Esta dinámica lleva un par de semanas; ya no sé si soy una bruja malvada que engaña a unos pobres bichitos trabajadores o si solo soy la persona ingenua que los alimenta. Mis plantas, por lo menos, andan un poco más tranquilas desde que el ejército negro se ocupa más de los arroces que de sus hojas. Y en eso estamos.