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jueves, 2 de diciembre de 2021

Diciembre de 2021



¿Ya les conté que en mi casa no hubo agua el 24 de tarde? Ni ayer, ni hoy. Pasa el mediodía y se corta. Hay poca presión, mucho calor, esas cosas. ¿Y les dije que el 25 hubo apagón? De noche. No sé el motivo. ¿Mencioné ya que tuve que ir 3 veces al Brou para que me dieran una tarjeta de crédito y cada vez tuve que hacer una cola para entrar de más de media hora? ¿Y que fui a tomar algo con unas amigas en el Centro y en un par de horas pasaron más de media docena de personas pidiendo mesa por mesa algo de comida o una moneda? ¿Les comenté del señor de 78 años que el otro día subió al ómnibus a cantar un tango para que le diéramos algo? ¿Y de la carpa de alguien sin hogar que hay en la puerta del IAVA? O en el Molino de Pérez. O en otros lados. Ya pasaron 668 días (el 36.5%) de los mejores 5 años de mi vida. El chico surfer no tiene la culpa del calor o de la enfermedad, pero ciertamente habrá que ver cómo haremos para pasar los 1158 días que faltan para que se vaya y no morir (sin metáfora) en el intento.





Ursusagalamatofilia. Parece el nombre de la casa de balneario de una familia numerosa, pero no. La ursusagalamatofilia es la excitación provocada por los juguetes de peluche o por personas disfrazadas con traje de animal. El concepto es un poco turbio pero la palabra suena bien, como uno de esos términos de origen oriental que una vez explicados refieren a la literatura o la filosofía, al estilo de "tsundoku" o "shouganai". Termino de escribir el párrafo anterior y veo a mi oso amarillo con cara de "¿ah, sí? ¿entonces yo le puedo gustar a alguien?". Y no, estimado, no. La verdad es un poco cruel, pero a veces hay que decirla. Casi medio siglo después y con la tela a la vista ya no entrás en la categoría "peluche" por más bandana valicera que te cuelgues al cuello para que no se vean las costuras. Re disculpame. Quedate en tu zona de confort y no hagás papelones, ¿querés? Y los paralelismos no están permitidos. El tiempo pasa para todos, pero los humanos tenemos maquillaje. ¡Qué calor para ser ursusagalamatófilo en estos días! ¡Hay que tener ganas! Ya la idea de una barba me da calor, si me encara alguien disfrazado de Osito Cariñoso o de Gato de Schrek... Sin palabras (excepto una: no). Todo esto para decir que acabo de aprender una palabra nueva y también para que vean qué lindo era mi osito regalo de Reyes de los 5 años, el mismo que cuando tenía 13 le di a unas primas y a los 18 lo pedí de vuelta, porque era mío y ellas lo tenían ignominiosamente vestido con ropas de voladitos. O capaz que se los robé. No me juzguen. Feliz lunes. Martes. Lo que sea.





Vivo en una calle tan tranquila que a veces, cuando llevo ya dos o tres horas levantada, tomo conciencia de que no he escuchado ni un sonido que no venga de los pájaros o el viento entre los árboles. Mi casa está en medio de una cooperativa, cerca de un par de depósitos y a pocas cuadras del Intercambiador: tendría que ser más ruidosa, pero no. El silencio (el silencio poblado de aves y de ramas que murmuran) es como un regalo diario que en esta época se profundiza y va cubriendo los seres y las cosas como una energía invisible. Solo los viejos y los gatos caminan bajo el sol de las ocho mientras yo tomo medio litro de té y los observo discretamente pasar por mi ventana. Ayer y hoy de mañana fueron especialmente quietos y silenciosos; dos domingos seguidos, dos Navidades al hilo. En cierto momento pensé que había habido un apocalipsis y yo era la única sobreviviente de la especie, hasta que vi a lo lejos a dos vecinos conversando en la vereda. Más de medio siglo en esta tierra y aún no logro saber si soy un bicho sociable o solitario. Probablemente las dos cosas, pero más bien poco gregaria. No sé. Feliz domingo post domingo. Los dejo porque tengo que ir al shopping*. Con permiso. *Voy a averiguar precios de teléfonos, contratos y esas cosas, porque el celular se me está revirando muy seguido y no es cuestión de pasar un verano analógico y sin fotos. Deséenme suerte.





 Tardebuena en mi barrio. No se ve un alma. Silencio absoluto (salvo los autos, a lo lejos, y un niño que hace cinco minutos que grita “a bue laaa!” con tono de estar pidiendo algún vicio navideño). Acabo de hablar con mi vieja (que cuando sean las 12 ya llevará unas cuatro horas de sueño). En mi barrio la gente le cuelga chirimbolos a las plantas del jardín porque la cooperativa no nos deja tener árboles (salvo los de las veredas, como la anacahuita que resiste y saca hojas por donde puede después de la poda feroz de la última primavera). No suelo sentarme en el frente de mi casa, pero hoy se respira (por ahora) una paz desusada. Creo que estoy abusando de los paréntesis. Debe ser un vicio (no mayor que otros vicios). 

Que pasen muy bien estas fiestas. 

Mi mayor deseo (después de la paz mundial, el fin del hambre y esas cosas) es que por varios días no haya olas en las playas del Congo.

Buenas tardes.





El viejo hace cuatro o cinco meses que solo entra, come y se va, pero hoy anda dubitativo, como calibrando si le da para encarar el mundo exterior o si por una noche no será mejor quedarse adentro (y eso que aún no empezaron las bombas en mi barrio).

#Viejovivo





Yo también esperaba los fuegos artificiales como un momento alto de las fiestas, hasta que entendí. Diez minutos de exhibición frente al barrio (iba a poner “ver quien la tiene más larga”, pero en fin, me contuve) no justifican el daño a los niños con autismo, los animales y los bebés, sin entrar en barbaridades como las condiciones en que arriesgan su vida los trabajadores, como los gurises de la foto. En Argentina hizo falta un Cromañon para que se dejaran de tirar bengalas en los recitales; acá murieron cuatro gurises y la cosa sigue. 

“Son diez minutos”, me dicen algunos conocidos, como si el mismo argumento no sirviera para que dejen de tirarlos. 

¿Hasta cuándo?

Media pila, un poco de empatía y evolución, que no es nada difícil y para eso estamos.





Llego de la laguna a las doce y media de la noche. Podría esperar un ómnibus en el Intercambiador, pero decido tomar un taxi. Vengo cargada con mi mochila gigante, la almohadita de dormir en el bus, un triángulo de piques que me dio mi vieja aún no sé bien para qué y un plumero de un metro de largo que tengo el encargue de llevarle a alguien en Montevideo. 

_ A Camino Maldonado y Rubén Darío. -le digo al chofer, que me mira detenidamente y arranca. ¿Por qué me mira el tachero? Vengo con el tapabocas, ¿será que ando con los pelos de punta después de seis horas y media de viaje al infinito? Igual no importa. Lo único que quiero es llegar a mi casa y ponerme unas ojotas. Cuando estoy por pagarle (a propósito, $144 del Intercambiador a mi casa: un afane) me mira de nuevo y me pregunta:

_¿Seguís yendo al Cabo?

_A veces... ¿Vos me conocés de ahí?

_ Sí, pero de hace mucho... 1996. Estuvimos charlando en un boliche. Vos estás igual. 

_Ah, gracias... Yo soy un despiste, no me acuerdo mucho...

__No te preocupes. Yo sí me acuerdo. Que andes bien. 

_Gracias. Vos también. 

Bajé de taxi, saludé al sereno y llegué ¡por fin! a mi casa, donde no demoró cinco minutos en aparecer el primero de los felinos a pedir comida en la ventana. A ellos no les importa si yo estoy igual a 1996 o a antes de ayer de mañana; lo esencial es que haya pastillitas. 

Cada uno tiene su propia memoria. 

La mía es a corto plazo* y se borronea con el cansancio. 

Buenas noches. 

*¡Los genes, los genes!




Nunca hice una investigación pero sospecho que debemos ser el único país del mundo donde la gente al atardecer se va al costado de la ruta, arma su mesa y sillas plegables y se dispone a merendar mirando pasar los autos. ¿Cual es el sentido profundo de esta costumbre que no sabe de límites departamentales y que se da por igual en el borde de las ciudades y en el medio de la nada? ¿Uno se siente menos solo? ¿Será una manera de decirle al universo “aquí estoy”? ¿El movimiento de las manchas de color pasando sin pausa tiene función relajante? ¿Por qué es mejor ir a matear al costado de la ruta que debajo de los árboles o a la orilla de un arroyo? ¿Alguien sabe?




Cosas que no entiendo de la terminal de Río Branco (o de su plaza de comidas): 1. Por qué una marca entendió que era bueno promocionar su producto como “el café de los amantes” ni qué tiene que ver el café con el “Amor perfecto “, salvo que hablemos del amor a la cafeína, pero ahí no sé quién sería el amante. ¿La teína, la mateína, el chocolate? 🤔 2. ¿Por que el local de pizza tiene arriba del mostrador (y por lo tanto fuera de la heladera) varias hormas de muzzarella? 🙄 3. ¿Qué hace una cotorra verde en el brazo de una chica? Es que la plaza de comidas es full pet friendly? ¿Puedo venir con los gatos de mis viejos? 🦜 (ténganme paciencia que en media hora comienza un nuevo viaje interminable de retorno y ya saben que cuando eso sucede me pongo medio insoportable -o un poco más que de costumbre, por lo menos-)




La noche lagunera arranca conociendo las nuevas propuestas gastronómicas de la temporada, continua en uno de los boliches conocidos de otros años y termina en “2021: Odisea del espacio” o “Como armar un tul mosquitero alrededor de la cama mientras la gata de la casa cree que estás jugando con ella”. Son pasadas las once de la noche, mis viejos duermen desde hace tres horas y yo demoré diez minutos en extender el tul, hasta que saqué a la gata de mi cuarto y cerré la puerta. Después la dejé entrar y al abrir apareció también la otra, la Guaytica, que anda muy muy mal (es blanca y parece que tiene cáncer de piel) y desde ayer le había dado por acostarse en el escurridor de platos, pero ahora acaba de instalarse en una mesita ratona junto a la cama donde le dejé un acolchado. El Gatón sigue controlando el panorama de la calle desde el techo del auto, mientras yo recuerdo que ayer casi no dormí y de repente se me viene encima el cansancio de varias noches de sueño insuficiente. Buenas noches. Ps: I ❤️ tul




Mundo Lago Subo al ómnibus de Nuñez y el guarda me pregunta: _¿Dónde baja? _En FM. ¿Vos me podés avisar? _ Sí, yo voy diciendo las paradas. Seis horas más tarde, en medio del cansancio del viaje, veo que acabamos de pasar la salida de Río Branco a Lago Merín. Busco al guarda. _¿Ya pasamos FM? _Sí. _¿Y no me avisaste? _ Sí, yo dije “Ministerio”. _ ¿…? _La parada se llama FM o Ministerio, es lo mismo. _¡Pero te dije que bajaba en FM, y me ibas a avisar! ¿Y ahora donde hay parada? _ En el Panda. El Panda es la terminal, a unos dos km de campo y árboles de la supuesta FM, Ministerio o La Re Puta Madre del Barón de Río Branco. Llamo a Pico, el vecino que hace los 20 km de Río Branco a la laguna llevando liceales y pasajeros en general y que pasaba alrededor de las siete y cuarto. _ Hola, Pico, ¿vos me podés pasar a buscar por el Panda? _Hola. Tienes que bajarte en el Panda y esperar el Decatur que sale en media hora, porque yo rompí hoy. Fantástico. Si hubiera bajado en FM, Ministerio o La Re Puta Madre del Barón de Río Branco me habría quedado esperando hasta las ocho y media, que es la hora a la que sale Decatur (pese a que en los horarios pegados en la puerta de su -vacía-oficina no consta ningún viaje entre las siete y diez y media). Bienvenidos a Mundo Lago, estimados. Cumpleaños de madre, inicio del verano y un montón de sorpresas matinales, para que una no se aburra a la llegada. Respirar hondo, a ver, probando… No enojarse con el guarda que no avisa. No enojarse con el vecino que tampoco avisa. No enojarse con la agencia que no pone todos sus horarios en la puerta. No enojarse con el Barón de Río Branco. Y así.





“¿Por qué no olvido tu canción

Si el río va y no vuelve más Reloj eterno de las horas Esta canción que llora Sobre mi ventanal “ 🎵 Ramona Galarza me recibe atronadora cuado subo al 103 que me lleva a la última reunión de profesores de este año. “¿Por qué será que he envejecido?” Pregunta a continuación otro señor en un tema con música de acordeones que no ubico. “Una vez fui muy querido y me acabé con los años”, sigue el cantor en el tema que (googleo mediante) resultó ser de Mario Diaz y Agripino Lara (con perdón de la ignorancia). Ya no sé si viajo en un 103 rumbo al IAVA, si me meto en una maquina del tiempo que me deja en los setentas o si alguien me está diciendo que olvide las viejas canciones, los relojes eternos y los ríos que se van y no vuelven, so pena de convertirme en una vieja ermitaña que se acaba con los años. Bueno, ta. Nunca dije que fuera buena interpretando señales, y menos en mi penúltimo día de trabajo, la la la! 🎵* Que tengan buena semana. *En lo que sí soy buena es en presumir de mis vacaciones, especialmente cuando ¡por fin! arrancan, un mes después de lo previsto; sepan disculpar. Buenos días.





El jueves salí de casa a las tres y media de la madrugada, a una hora en que no había ninguno de "mis" gatos en la vuelta. Las dos vecinas aparecieron ni bien abrí las ventanas ayer temprano, pero el gato viejo no. Que pase unos días sin venir no es nada raro; dos por tres se manda unas ausencias prolongadas cuando anda de amores, especialmente en la primavera, pero hoy decidí salir a buscarlo, por las dudas. Fui hasta el depósito de fierros viejos de la esquina, que queda a media cuadra de mi casa, donde sé que el viejo vive feliz rodeado de aventuras y posibles escondites. _ ¡Gato! ¡Gato! -anduve llamando desde la vereda mientras miraba tras las rejas el mundo de caños, varillas y estructuras herrumbradas de todo tipo, los cardos en flor y los arbustos que crecen entre la basura metálica desechada y amontonada desde tiempos inmemoriales, pero no tuve respuesta. Solo me maullaron la Pancha y la ardillita vecina, que abandonaron por un rato la seguridad de su territorio para acompañarme y curiosear en qué andaba. _¿Buscás a un gato amarillo? -preguntó un vecino veterano desde la vereda de enfrente. _ No: a uno gris y blanco. _¡Ah, ese es el de Pedro: el Serenito! _No, no, el Serenito es precioso; el mío es viejo, medio hecho pedazos... _ No, a ese no lo vi... Pensé que buscabas a uno amarillo porque hace un tiempo pusieron unos carteles, una chica anduvo viendo si lo encontraba y nada, pero ahora el gato anda acá en la vuelta, y los carteles ya no están, no sabemos si será el mismo que buscaban... Tenía un nombre egipcio, no me acuerdo cuál era. Dos almas gemelas, el vecino y yo, preocupados por ayudar a que los bichos se reencuentren con sus humanos. Seguimos la charla un rato bajo la sombra de una anacahuita (¿para qué vive una en un barrio si no es para charlar con los vecinos en la vereda un domingo de mañana?) y hablamos de que los animales dos por tres cambian de casa, y ellos tendrán sus razones. _Yo tenía un perrito hace muchos años -me dijo- Lo quería pila, lo cuidaba, era el mimoso de mi hijo, hasta que de repente se fue a vivir con tus padres y ya no quiso volver con nosotros. Ups. Era el Charquito. El Charco era un perro amarillo medio amarronado, cuzco sin raza, más bien chico y de lindo pelo, que de repente se instaló en mi casa y no hubo forma de devolvérselo a los dueños. El hijo del veterano con el que charlé hoy (un niñito muy dulce de 8 años) iba dos por tres a tocarnos timbre y se llevaba al Charco aúpa, sabiendo que a la mañana siguiente ni bien viera el portón abierto iba a volver a acostarse a nuestra puerta. _Nosotros no entendimos tampoco -dije, tratando de defender a la familia, aunque el veterano no me estaba reprochando la decisión de su perro- Pero teníamos un cachorro; capaz que el Charco y el Toby se habían hecho compañeros y querían vivir juntos... No sé. Seguimos charlando un rato más, me contó que había visto a mis viejos, recomendó que le diera marcela al Cele, que a su mamá le había ayudado con lo del alzheimer, y volví para mi casa con las dos gatas vecinas que parecen querer seguir los pasos del Charco y enemistarme con el barrio. Sin contar con que el tal Serenito mentado un rato antes era el hijo de Matilda, que fue la gata del vecino Pedro hasta que se vino a vivir a mi casa. Matilda que era gris igual que Silvestre, el gato de la vecina de al lado que también terminó con los Rodríguez. Somos ladrones de mascotas, quiero que lo sepan. No hacemos nada, pero las atraemos. Mis viejos antes, yo ahora: lo que se hereda no se roba. Somos un peligro. Considérense avisados.




Una vez en un taller literario, mientras alguien leía el relato de su viaje a Salta el docente lo interrumpió para decirle que ya iban dos o tres veces que decía algo al estilo de "no me alcanzan las palabras para celebrar tanta belleza". _ Acá hay que hacer algo: vos tenés que ser capaz de recrear en la cabeza del que te escucha lo que viviste. Si no ¿para qué se lo contás? Hay que romper esa imposibilidad, encontrar las palabras, las imágenes, la conexión del otro con lo que te pasó por dentro. Si no lo hacés estás dejando afuera al lector, que es lo último que querés hacer. Ayer fue la segunda vez que fui al Estadio en todo el siglo. "El que dice el Centenario no es uruguayo: para nosotros es el Estadio", dijo Jaime dos segundos antes de arrancar Los Olímpicos bajo la luna llena de una noche (literalmente) inolvidable. Ayer fue la segunda vez, decía, y la primera fue con Roger Waters antes que empezara todo esto, en la otra vida. Lo que vivimos fue precisamente un regreso a ese otro tiempo, un regreso a ir al Estadio, a bailar todos juntos, a cantar a los gritos, a emocionarnos hasta las lágrimas, a reencontrar tanta zona del alma que se sentía replegada y latente, pero estaba. Las palabras nunca van a ser suficientes, pero trato. Media cuadra de cola que avanza velozmente. Mi amiga que me llama cuando estoy mostrando el código de la entrada para avisarme que hubo un problema con su entrada, que le habían pedido que se cambiara para la platea preferencial, justo enfrente al escenario. Me termino instalando con ella (aunque a mí no me habían cambiado) y paso la media hora previa cruzando los dedos para que no aparezca nadie a reclamar que vuelva a los laterales, hasta que se apagan las luces y respiro feliz en el lugar de privilegio al que por suerte o por destino terminé yendo a parar. A las nueve y cuarto los músicos llegan por el costado de la cancha en una suerte de vuelta olímpica caminada, y todos empezamos a enloquecer. Para muchos es un reencuentro después de cinco años de no escucharlo y casi dos de tener la entrada guardada en algún cajón, pero para mí es distinto, porque no lo veía desde hacía once o doce años, y a la entrada la tenía desde hacía un par de semanas. Jaime aparece en el escenario y a partir de ese instante no hay más nada. No hay resto del mundo, no hay cansancio del viaje, no hay celular ni notificaciones ni nada nada nada que no sea aquí y ahora. Casi no saco fotos y filmo unos pocos segundos, porque todos desde las tribunas estábamos en una celebración religiosa, y a la misa no se va a distraerse. La maravillosa voz del Zurdo Bessio tira "Es el amor" y a partir de ese momento los 16000 corazones de la Olímpica nos metemos en un viaje de dos horas y media que nos zarandea por todas las etapas de nuestra vida. Es Jaime tocando en los candombailes del Atenas y los del Defensor, es Jaime en un recital gratis y sorpresivo en la rambla, en el Teatro de Verano cantando con medio mundo (incluyendo a Peluffo), sonando en mi casa a todo volumen, coreado en mil encuentros, sacándose una foto conmigo y un ex novio en una fiesta del American Express hace mil años (foto que nunca tuve porque a ese novio lo dejé unos días después). Es Jaime con la voz intacta, gigante, inagotable. Es Jaime homenajeando a Dino. Es Jaime rodeado por más de veinte músicos increíbles, de la mitad de los cuales me podría enamorar, empezando por el Nego Haedo. Es Jaime aclarando antes de arrancar con Vamo´arriba la celeste que no le gusta que se usen sus canciones para destruir o desunir (no me acuerdo las palabras exactas; busqué la referencia a lo que dijo en la reseña de hoy de El País pero no sé por qué no lo ponen, se les debe haber chispoteado). Cuando llegué al Estadio yo venía del viaje interminable de ida y vuelta a Melo, de casi no haber dormido, del calor de Cerro Largo, de los apuros de la ducha a las corridas y el cansancio acumulado de este mes de encuentros y reencuentros, de planes y despedidas. Cuando salí me había olvidado de todo. Fue una inyección de felicidad, una explosión de energía, una fiesta colectiva. Y ta. Hasta ahí me llegan las palabras. Feliz sábado.





Ñangapiré en guaraní quiere decir pitanga, pero para mí la palabra tiene otras resonancias. Es el lugar donde mis viejos se compraron una casita en 1986, casita que le sirvió de excusa a mi novio de la adolescencia para liquidar tres años de amor eterno y empezar a salir con una amiga de la infancia durante la semana en que mis viejos y yo viajamos a conocer a la “Villa Zucará”. Un lugar que en esos tiempos tenía dos piscinas de agua de manantial, hechas con piedras laja de la zona y mantenids por el viejito Olmos, un señor de pelo blanco y muchos perros. Un lugar en el que mientras yo leía el Quijote tirada en una hamaca paraguaya mi gato Bebé depositaba una víbora movediza y asustada a los pies de mi vieja en la cocina. Donde me esguincé el tobillo corriendo repecho arriba para escapar de una crucera. Donde hace poco otra crucera casi nos lleva a la Guaytica. Donde había una estancia con portera sin trancar que recorríamos para llegar a “las playas”, con un Tacuarí que corre alegre entre piedras lunares y peces a rayitas. Donde había un bosque tan pero tan viejo que los líquenes recubrían buena parte de las ramas de sus árboles altos, amables y silenciosos. Un lugar sin electricidad hasta hace pocos años, con vecinos organizados para construir una garita en la parada del ómnibus y un pozo de agua clara al servicio de todos. Ñangapiré tiene muchas caras, pero esas son las que me pasan por la cabeza mientras cruzo su entrada por la ruta 8 y sigo mi camino hacia el hogar, que no está por estos lados. La vida es movimiento, y los viajes (por fugaces que sean) no hacen más que recordarlo.





A las nueve de la mañana estoy contra el capitalismo, evito el consumo innecesario, quiero adelgazar, defiendo la vida sana y los frutos nativos. A las once me viene una amnesia temporal y cuando quiero ver estoy ante un Moka caliente con budín de jengibre. Cosas que pasan. Yo no tengo nada que ver.





2017: Escena montevideana Trataba de volver a casa con la caja de sandwiches de La Nueva Barcelonesa que alguien me había regalado. El chofer del primer ómnibus hizo una broma: qué bien, justo era su cumpleaños. Le contesté algo, seguí de largo, me olvidé del tema; fue un viaje corto desde la torre de Antel hasta 18. El segundo chofer, un flaco castaño y con cara de pícaro, directamente estiró la mano apenas subí y se ofreció a guardar la caja. Me reí, comente algo al pasar y arranqué a buscar el asiento con mayor porcentaje de sombra en esa tarde de horno inclemente que tan mal le iba a hacer a los sándwiches si les daba el sol. Cuando me disponía a bajar el castaño y yo nos miramos; él adoptó un aire indiferente de hombre mirando al horizonte y estiró la mano. _ Te daría uno, pero te faltan servilletas, viste, no va a poder ser...- bromeé. _ Mirá, no me pelees porque ahí abajo- dijo señalando una zona de bolsos y cosas al costado del asiento- tengo un montón de servilletas. Abrí la caja. _ Servite. Me miró azorado.. _ No, no, nada que ver, era una broma… _ Servite aunque sea uno- insistí. _ Bueno. Y bajé del 100 con unos gramos menos en la pesada caja, dispuesta enfrentar la caminata incandescente hasta las alturas de mi calle. Montevideo seguiría prendida fuego, pero a veces hay situaciones pequeñitas que te refrescan el alma. Somos un pueblo chico (por suerte).




Macbeth es de 1306 y se ubica en Inglaterra. La Divina Comedia tiene una estructura analítica. El infierno fue lo que se creyó primero, Caronte era el que manejaba la balsa y Virgilio es un dios. Y todo en un solo escrito.




Subo al ómnibus y me sumerjo en el mundo virtual, como siempre. Lo primero que leo es que hay un alerta de tsunami en Indonesia porque acaban de sufrir un temblor de 7.5, uno de los 7000 por los que pasan cada año. ¿Cómo será vivir sabiendo que en cualquier momento hay una catástrofe esperando para caerte encima? En eso estaba cuando recordé nuestro temblor de hace cinco años. Fue terrible (dicen). He pasado por dos temblores desde que tengo memoria: uno en los 70’ y otro en 2016, y a los dos los pasé durmiendo. Debe ser que tengo el sueño muy pesado. Montevideo: estabilidad. Sigo mi viaje hacia el último día de clases en el IAVA, donde es posible que a alguno se le mueva el mundo bajo los pies, pero no será nada que no pueda solucionar en febrero. Feliz martes.



Última prueba para los estudiantes de Humanistico; la clase va de 8.20 a 9.45 y dos chicas ya me están esperando cuando llego al liceo 5 minutos antes. A las 9.18 veo a una tercera (que la semana pasada ni apareció a preguntar) caminando tranquila por la vereda para llegar a la mitad de la segunda hora, como ha hecho todo el año. La chica es amable, no tiene mala relación conmigo y parece llevarse bien con sus compañeros. La chica no es tonta, y ya entendió el sistema. Sabe que no cuentan las faltas, sabe que el promedio de 2 que le puse hace diez días no implica necesariamente que se tenga que ir a examen, sabe que no importan la puntualidad y asiduidad en el contexto de una clase (que será un contexto laboral en el futuro), sabe que si obtiene una calificación de aceptable en esta prueba su año conmigo estará aprobado sin importar si aprendió algo, si interrumpió todas y cada una de las clases llegando a cualquier hora, si faltó a los escritos o los entregó en blanco. Números, números, numeritos. Números sin alma, números sin futuro, números en el aire, engrosadores de estadísticas. Números ellos, nosotros, números sin vida, descarnados, sin base, precarios, inestables, mentirosos. Y así estamos.





Jueves. Llego al liceo a las ocho menos veinte, como siempre, y el silencio me abraza como si ya hubieran empezado las vacaciones. No hay alumnos en mis clases, salvo un par de chicas que vienen a plantear si pueden hacer la prueba de repechaje el lunes o quizás el martes. Charlo con los que van llegando mientras avanza la mañana: ellos juegan al ping pong y se sientan a tomar el sol en los dos patios, yo como pitangas, tomo café y leo un libro de Pamuk sobre Estambul. Antes de mediodía voy con mis compañeros caminando hasta el edificio de la Inspección, a apoyar a dos de ellos que fueron denunciados por "violencia verbal" por la directora. Nos quedamos en la vereda, donde nos vamos moviendo como una suave marea que trata de escapar del sol y perseguir la sombra. Una hora, dos horas, mil horas. Un patrullero nos pregunta qué hacemos. La audiencia se demora. Termino yéndome antes: ellos declararon interminablemente hasta que salieron del lugar a las cinco y media de la tarde. Mientras tanto yo llegué a casa con 1% de batería. Mi madre llama, corta, llama de nuevo, deja sonar muchas veces el teléfono y se me paraliza el corazón porque siempre pienso que les puede pasar algo, pero cuando salgo del baño y la atiendo me doy cuenta de que los viejos están bien y la razón de la llamada era un asunto de papeles. Tengo que ir a Melo a firmar algo y tiene que ser sí o sí el viernes 17. Pero ese día voy a ver a Jaime Roos. Viernes 17. Pero la entrada me costó un platal, hace doce años que no lo veo, voy con una amiga. Viernes 17. Suspiro, respiro hondo, almuerzo tardíamente a las tres de la tarde y me meto en la página de Tres Cruces. Arreglo para ir y volver en el día los 800 km entre la ida y la vuelta de Melo y confío en llegar con cuerpo y cabeza al recital para cantar por lo menos algo fácil al estilo de algún día verás. Es el amor. Si me voy antes que vos. Adiós juventud. Sigo con el tema de los trámites: necesito unos documentos que no sé dónde están, ni si los tengo. Doy vuelta media casa, dejo las dos camas tapadas de cajas y rimeros de papeles, pero no encuentro mi libreta de casamiento. Sí, sigo casada, boludez de ambos, no pasa nada, nos llevamos bien. Le mando un mensaje a mi ex marido. Decidimos que sí o sí tenemos que hacer de una vez los papeles de divorcio. Voy a la marcha de la Plaza Libertad, donde encuentro cinco amigas, veinte conocidos y una multitud de compañeros. Cuadras, cuadras y cuadras de gente reclamando lo mismo que reclamamos desde que tengo memoria. Caminamos hasta el Palacio. Escuchamos la proclama. Volvemos. Termino frente a una muzzarella con roquefort con mi amiga y un amigo en el bar de mi barrio. Más tarde veo una foto en la prensa donde aparezco como un lechoncito de remera fucsia ante las puertas de la inspección y me da un poco de culpa por la muzzarella con roquefort pero, en fin, este ha sido un largo día y no es tiempo de arrepentirse de las calorías disfrutadas. Ya en mi casa, casi me da un patatús cuando la computadora se resiste a ser encendida. Ayer el teléfono, hoy la notebook. Mac, hija mía, ¿tú también? Al fin se deja revivir, quizás conmovida y en un arranque compasivo ante mi desesperación de la medianoche sin neuronas. Respondo un par de mails, me hago un último capuchino y me desplomo en la cama, donde demoro dos segundos en dormirme (como siempre).

Hay días que parecen haber sido hechos para ser intensos, duran meses y meses, no se acaban nunca. Hoy, en cambio, desayuno tranquila en mi casa oyendo a los pájaros en los árboles de la vereda y mirando cómo corren las nubes por el cielo. Todo pasa (y todo queda). Feliz viernes. (y olvídenlo: la foto del lechoncito fucsia no la subo... ni falta que hace)



La gata de al lado es la Eva de Dominici del mundo felino, pienso al salir de casa, y mientras camino voy asumiendo que la costumbre de desayunar viendo programas argentinos en YouTube está comenzando a afectarme. La tal Eva* es una actriz bellísima, aunque espero que no tenga el mismo carácter de la vecina, que después de la foto no demoró dos segundos en clavarme los dientes y las uñas (“ jugando”, ponele).

Rumbo al cuarto día de incierta asistencia estudiantil en el liceo. 

Feliz jueves. 

* Una de las cosas que contó en el programa es que hace unos días la maquilladora le fue a poner un liquido en los ojos, se confundió y le metió pegamento. Gracias, programa argentino del desayuno: acabo de encontrar un maravilloso tema para nuevas  pesadillas




7.30 de la mañana en mi cuadra, diálogo escuchado al pasar. Padre treintañero e hijo de 4 años están por subir a su auto. 

_ ¿Y esa?

_ ¿La araña? No, no la mates.

_¿La hormiga?

_Tampoco. Ellas no te hacen nada; dejalas tranquilas.

_¿La puedo tocar?

_ No, no las toques porque pican, pero no les hagas nada. Dejalas ahí, nomás.

_Las  dejo ahí.

Las palabras justas, el tono amoroso, el cuidado del niño y la transmisión de valores condensados en breves segundos. El nene que pasa del impulso de matar a querer intervenir y al final contemplar.

No está todo perdido (ni mucho menos).

Feliz miércoles.





4 reposteos de cuando no había repechaje (@#÷∞#“):

2015: Lago Merín

Los enemigos zumban, silban, amenazan.

Estoy rodeada. 

Quieren mi sangre. Lo sé. Los escucho. 

Su nombre es Legión, pero una barrera sutil y efectiva protege las fronteras, detiene el paso de los otros y me proclamo invencible.

Gracias, súper tul de Tienda Inglesa. 

Los 245 pesos mejor invertidos de mi reino.

2017: Montevideo

2.53: despierto escuchando un sonido inesperado: llovizna. Dejé a la gata en el sillón y la ventana abierta. Me levanto a cerrarla. 

2.55: la criatura demandante hace honor a su nombre. No encaro sacarla ni cerrar la ventana porque llueve pero poco, así que la dejo comiendo y vuelvo a mi cuarto. 

3.07: Diluvia. Bajo. Cierro ventana. Subo. Me acuesto. 

3.20: Concierto en Gato Menor Número 5. 

3.24: Bajo. Muestro a la felina el plato aún lleno de alimento. Ella parece sorprendida ante la constatación y se pone a comer.

3.35: Cantata en Miau Mayor frente a mi puerta. Dudo si sacarla al patio (con lluvia pero techito), hacer oídos sordos o bajar y volver a mostrarle la comida en el plato. Al fin bajo, me tiro con ella en la alfombra y le hago mimos, sin llegar a resolver el dilema ventana abierta/ gata afuera. Suspiro. Nota mental: volver a habilitar el baño felino de interior. Me acuesto.  

3.47: Apocalipsis Now al otro lado de mi puerta. Nueva nota mental: menos mal que la casa de al lado está vacía. 

3.55: Casi dejó de llover; qué lindo el patio del frente, ¿verdad? Chau, hasta luego. 

4.14: Bzzz... bzbzbz... El Primer Mosquito del Verano. Nota mental: lo odio.

Arbolito: hogar de los seres demandantes. 

Menos mal que hay un frasco de café sin abrir en la cocina.

2018: ruta 9

_¡Palmeras, muchas palmeras al costado de la rut... ! 

_Ya pasaron. 

_ ¡Un ñandú, un ñandú, un ñandú! 

_ Se me fue. 

_ ¡Macizo de flores amarillas al lado de ranch...! 

_ Muy lejos. 

_ ¡Carancho, carancho al lado de portera de madera! 

_ No dio tiempo. 

_ ¡Ceibos, cientos de ceibos tapados de flores rojas! 

_ Mmmh... No salen. 

Y así vamos, mi yo niño y mi yo adulto, dialogando al costado del camino.

2018: Valizas

Merienda en el hostel; aprovecho el wi fi para navegar mientras tomo el capuchino y termino enterándome de que hoy es un excelente día, en el que como Aries me uno a mis compinches de fuego (léase Leo y Sagitario) para apoyar a Géminis y joderle la vida a Escorpio. Sí, ta, otra vez los horóscopos de El País. El único problema es que desde hace años no me acuerdo de ninguna fecha así que, estimados, si son de Escorpio perdonen, de nada si son Géminis y choque esos cinco, Leos y Sagitarios, que el mundo es nuestro (o eso nos creemos)




El 7 de diciembre de 2012 yo andaba en labores de jardinería. 

En 2013 me paseaba por el barrio fotografiando tilos. 

2014 me encontraba en casa, visitada por mis viejos. 

2015 me veía amanecer en la laguna. 

En 2016 iba hasta la Curva para recorrer el intercambiador recién inaugurado.

En 2017 filmaba a Matilda revolcándose en la tierra del jardín del frente. 

En 2018 y 2019 caminaba por las playas de Valizas.

El 6 de diciembre de 2020 y 2021 tocó estar en el liceo, reponiendo clases a las que nunca he faltado y esperando estudiantes que no hacen acto de presencia ni siquiera ante el regalito que les cae del cielo de una nueva oportunidad para dar la segunda prueba. Café, lectura, charla con los compañeros y de repente alguien que pregunta: 

_Profe, ¿usted va a dar clases de repechaje?

_ Sí, la de tu grupo era hoy a las 7.40. 

_ Ah. 

O llega un mail: 

“Ayer estuve en el liceo a las diez, unos minutos tarde, y usted ya se había ido.”

“No es verdad, estimado, yo me fui a las 13.35.”

Ah. 

Otro:

_Profe, es que el mes pasado tuve covid. 

_ Lo sé. Pero solo viniste a cinco clases entre agosto y noviembre.

— Ah. 

Saludos desde el banco de uno de los patios. Hay un murmullo de voces socializando que se mezcla con los cantos de los pájaros y el sonido de la pelota del pong pong del otro patio. Lo que no se ve por ningún lado es gente que esté estudiando. 

Ah.





Le hago señas a un ómnibus y subo detrás de una chica que viene limpiándose las manos con alcohol. A los tres minutos se desocupan dos asientos contiguos, ambas nos sentamos y lo primero que ella hace es volver a sacar el alcohol en gel de la cartera y pasárselo por las manos, que se restrega un buen rato. El aire queda impregnado del olor al desinfectante, en tanto yo invierto el tiempo del viaje en imaginar diferentes maneras para hacerla tocar algo, a ver si puede resistir a la tentación (o a la compulsión) de limpiarse en seguida.* 

A la altura de Comandante Braga quedan dos asientos libres; me demoro una parada pero al pasar Garibaldi termino abandonando a la compañera hiperdesinfectada y me instalo junto a la ventanilla para ver pasar las últimas paradas medio vacías bajo el sol de la mañana.

Feliz martes.

*Nunca dije que yo fuera buena (o no todo el tiempo, por lo menos).



Acabo de hacer cuentas. Este año tuve 195 estudiantes en el liceo, de los cuales ya aprobaron 150 y 45 tienen la posibilidad del repechaje. De estos últimos hay 20 que han desertado (aunque podrían presentarse a clase ya que no se cuentan las faltas, y no seré yo quien los mande a examen si hacen una buena prueba final). Estas son solo cifras, hasta que me doy cuenta de un dato (a mi juicio) revelador: de los 66 estudiantes de Artístico que tuve este año solamente 5 son los que no han aprobado la materia, todos ellos por abandono (incluyendo a una chica que se fue del país). Ni uno solo se fue a examen por otro motivo. ¿Es que son especialmente estudiosos, serios, superdotados? No, pero están a gusto, no faltan, vienen a las pruebas, se comunican con los profesores, se apoyan entre ellos. Este año es especial, pero siempre que tengo Artísticos pasa algo más o menos parecido. No sé. ¿Casualidad o bondades de una orientación que contempla tanto lo racional como lo físico y lo espiritual? Porque ellos también tienen Matemática y Física, digo, por si algún despistado cree que van al liceo solo a actuar y hacer música (que no es poco). Aquello de la formación integral del ser humano que planteaban los antiguos griegos, ¿se acuerdan? No, claro, quizás algunos no se acuerdan. En fin.




Mañana se inicia el "repechaje" en Secundaria, que va hasta el 14 de diciembre. Voy a ver tres veces a cada grupo, dos de repaso y aclaración de dudas, una de prueba final. Formativa, creo que se llama. Tres clases a las que pueden asistir y una prueba que puede rendir todo el mundo, incluyendo los que nunca han venido o los que solo he visto tres o cuatro veces en el año. No es exageración: algunos que están en esta última situación ya me han dicho que van a venir. Obviamente la prueba final no tendrá el mismo nivel de dificultad para quienes estuvieron arañando la promoción que para los que solo aparecen al final, pero igual. ¿Vale lo mismo un año lectivo que tres días de esfuerzo para zafar del examen? Si tuviste 4 o 5 de promedio hasta la semana pasada te la llevo, pero... ¿Y los que tienen calificación de 1, 2, 3? ¿Qué les estamos enseñando? Les enseñamos que solo importa que pasen de año, aprendan o no. Les enseñamos que lo que el docente y los compañeros trabajaron en más de cien clases es tan poco que ellos lo pueden aprender en dos. Les enseñamos que lo más importante es que cierren bien los números, más allá de los aprendizajes. Les enseñamos la ley del mínimo esfuerzo. Les estamos diciendo que ellos no nos importan en realidad, que solo importa que tengan el papelito de haber cursado el Bachillerato, así pueden ir a buscar trabajo tranquilos en un call center o un local de comida rápida (sin desmerecer a los trabajadores de esos lugares, que cada uno hace lo que puede desde el umbral de su historia y sus posibilidades). Le decimos a la sociedad que los docentes casi no damos nada, que no nos importan nuestros estudiantes y que les vamos a poner una prueba el 14 de diciembre que va a ser tan pero tan pava que ya la tendremos corregida ese mismo día por la noche, así podremos asistir a la reunión del 15 con los promedios convenientemente hechos y registrados en la libreta digital. Y así estamos.




"Yaguarón entre Mercedes y Colonia", apunto en este muro en un post al que le cambio la privacidad para que solo quede visible para mí. Yaguarón entre Mercedes y Colonia es la dirección que me pasó ayer una amiga de un lugar donde arreglan celulares, y la anoto en el muro así cuando esté cerca puedo sacar el teléfono y... Oh oh. "Yaguarón entre Mercedes y Colonia" escribo prolijamente en un papelito al mejor estilo analógico, papelito al que le sacaría una foto para ilustrar este post, si no fuera que... Oh oh. "Yaguarón entre Mercedes y Colonia", voy pensando mientras me preparo para ir al Centro y guardo un libro en la mochila, porque el viaje es largo. ¿Cuánto hace que no voy leyendo en el ómnibus algo que no sea una pantalla? ¿Y que no memorizo nada? ¿O que no demoro cinco minutos en saber si alguien comentó alguna cosa, si recibí un mensaje o fui etiquetada en una foto que no me favorece? Ayer por la noche fui a tomar algo, pedí un martini, miré a la gente de alrededor y me concentré todo el tiempo en la conversación con mis amigas. Por unas horas volví a estar en 1987, y no pasé mal. Si pudiera hacerlo cuatro o cinco horas cada día creo que podría (tal vez) encontrar un equilibrio, pero no sé si a esta altura del partido sería capaz de sostener ese nivel de abstinencia. Saludos desde el patio del fondo, donde estoy tomando un capuchino y evaluando visualmente el estado de mis plantas. Hay algunas flores abriendo que no había visto antes, una suculenta que traje de Floripa* hace dos años acaba de repente de pegar un estirón y el helecho que se esconde entre las ramas de la enredadera está sacando brotes del borde de cada hojita. La primavera y sus cambios se abren paso en silencio, como siempre, y yo me siento en condiciones de apreciarla, como a veces. Esto no tiene remate. Feliz sábado (sea el año que sea). *encanutada en la cajita de plástico de un helado porque ya se sabe que no se puede traer plantas de más allá de la frontera (sshhh...).




2017 En esta última semana hubo dos revoluciones en mi vida de cooperativista suburbana: un amigo se mudó a una cuadra de casa y en la esquina abrió un bar rico, barato y tranquilo. ¿Si estoy contando algo bueno? No, al contrario: todo mal. Alerta roja. _ ¿En qué andás? ¿Cenaste? _ No. _ ¿Bar? _ Vamos. Vamos a llegar al verano rodando por la bajada de la cooperativa, a eso vamos. Este es un camino de ida. Recuérdenme como era hasta el mes pasado. No soy yo: es mi amigo. La muzzarella con roquefort. La torta de menta con chocolate. Todos, menos yo.




Aviso que ando sin cel, porque la criatura se me congeló y no hay manera de hacerla recapacitar. Yo le digo: "dale, ¿qué te cuesta?", pero el muy porfiado ahí sigue, inmutable. Estoy esperando que se le agote la batería para ver si se apaga, pensando (quizás ingenuamente) que en una de esas después de un rato lo alimento y se despierta renovado y funcional, pero no sé. Debo reconocer que no lo he tratado bien: dos por tres se me cae, y tiene unos astillados sospechosos por todos lados, en fin. ¿Esto implica un cambio radical en mi contacto con el mundo? ¿Voy a tener que ir por la calle mirando a las personas con las que me cruzo? ¿Debo viajar en bus con la mirada perdida en las veredas? ¿Cruzarme con un gato y no sacarle foto? ¿Volver al siglo diecin... veinte? 😳 Ampliaremos. Snif.2016

"Solo una cosa no hay: es el olvido", decía Borges, y yo coincido en la certeza. No puedo, no logro, no consigo olvidar. Algunas veces parece que sí, cuando pasa un día entero sin que las imágenes aparezcan en mi recuerdo, pero todo es inútil. Sigues ahí, lo sé. Sigues ahí, al acecho. Cómo olvidarte si a cada momento te veo caminar por el borde del felpudo, subir la escalera o merodear entre los platos de comida de mis gatas. Ya te salvé de morir ahogada ayer, araña gigantesca de seis centímetros de diámetro (con patas y todo), no lo olvides. Estabas flotando, atrapada en el recipiente del agua, y fui yo (¡yo!) quien llevó el taper de Crufi hasta la puerta y lo volcó en el patio para liberarte. Sí, es cierto que lo empujé con una escoba, pero es que empezaste a moverte y mis manos se negaron a cooperar desde muy cerca. Hagamos un trato. O te vas a vivir al jardín o te escondés para siempre debajo del sillón, pero no quieras vivir a la vista conmigo. En esta casa no hay lugar para una tercera mascota. Ah, y decile a tu amiga la chiquita, esa que hizo una preciosa tela en la cuerda de la ropa, que si puede vaya desalojando el área, que el fin de semana pinta soleado y voy a andar necesitando el tendedero. A ver si nos entendemos: ya no es mágico el mundo, tarántula de seis centímetros con todo y patas: mi casa tú y tus amigas me han conquistado. Ya no seré feliz, tal vez no importa. Ya no quiero compartir con ustedes la clara luna ni los lentos jardines. Hoy solo tengo la fiel memoria y los fóbicos días. Aunque también tengo un Raid. Te aviso, nomás. Tengo un Raid. Ojo al piojo.




Semana D. Definición de promedios del curso. Defensas de trabajos de ProCES. Liceo ocupado. Mails con saludos, elogios y afecto. Mails con proyectos para corregir. Mails con preguntas. Despedidas. Trabajo administrativo. Trabajos artísticos. Mensajes (muy lindos) de estudiantes. Mensaje (muy lindo) de una madre de estudiante. Practicantes que (ya!!) buscan grupo para el 2022. 8 escritos aún por corregir. Ojos cansados. El final de la parte más gruesa del trabajo al alcance de la mano. Un 2021 que se estira como chicle. Planes. Cambios de planes. Hombros que duelen. Libros pendientes desde hace semanas. Voces amigas. Encuentros. Desencuentros. Y así.



Visita felina matinal: etapas

1. Alimento permitido

2. Alimento no permitido

3. Marcado de escalera

4. Abandono del sitio. 

(Por ahora no hay fotos del punto 4 porque el trámite se encuentra momentáneamente demorado mientras la susodicha visitante se dedica a recorrer a sus anchas el piso de arriba. Ampliaremos)



“Hoy tengo ganas de ti… No hay nada más triste que el silencio y el dolor, nada más amargo que saber que te perdí…”

Yo diría que no hay nada más amargo que escuchar a un señor muy veterano cantando este hit de los 70’ para las cuatro o cinco personas que viajamos mirando distraídamente por la ventanilla en un 100 semivacío.

Al terminar la canción (que acompaña con música de parlante) dice ser un cantor de baladas, se despide y pasa por los bancos recogiendo las moneditas que nadie deja de darle. 

Primero fue un pichón de benteveo que no vuela mucho y solo se queda muy quieto mientras pía llamado a la mamá en la puerta del liceo, ahora el cantor de voz temblorosa haciendo los pesos uno por uno. 

Jueves de agujeritos. 

Ya va a pasar.



Empecé buscando una foto para compartir en esta movida de #valoraatusprofes, y de repente busqué otra, y otra, y otra... Son infinitos los docentes que me han traído hasta ser lo que hoy soy.
Sin contar a mi amada Rosario de la primaria ni a algunos de los referentes pares que me han enseñado in situ, cuando yo ya estaba al frente de algún grupo, vaya desde aquí el recuerdo y homenaje a los que están y a los que han partido. Roger MIrza (en el IAVA), Graciela Mántaras, Lisa Block, Ricardo Pallares, Jorge Arbeleche (en el IPA), Teresa Torres (en la práctica). Todos bellas personas, luminosos, empáticos y de una extrema generosidad para con los que en algún momento supimos ser "los nuevos".
Pero también hubo otros, como la profe de Literatura Isabel Sánchez que me regaló un libro sobre Fausto cuando yo cursaba quinto en el IAVA y le conté que iba a estudiar su materia. El de Química, Aldo Martín, que nos daba largas charlas inolvidables en los salones a punto de derrumbarse del viejo liceo 30 de 8 de Octubre. El de Matemática Raúl Cobas (terror del IAVA) que un día me vio en Tienda Inglesa y me saludó llamándome por el apellido. La de Italiano, Elsa Sagario, separada del cargo por cantar el himno con los estudiantes en el primer acto en memoria de los mártires estudiantiles, un 14 de Agosto de 1984. El de Historia, Carlos Ranguís, que era candidato colorado a la intendencia pero igual lo queríamos. La suplente de Matemática Luisa Auliso, que vino a rescatarnos del terror a la materia que nos había infundido un señor de mal carácter al que no le entendíamos ni medio. Y así.
No termino más.
Siempre hay un docente en la historia personal de cada uno. Siempre. El tiempo pasa, la memoria queda.
GRACIAS.