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sábado, 1 de diciembre de 2018

Diciembre 2018





Me levanto a las seis de la mañana, por una de esas cosas raras de las vacaciones, y salgo a caminar bajo un sol soportable. Veo una persona durmiendo en la calle y no sé por qué, pero una carita infantil se me instala de pronto en la memoria. Martín, se llamaba, y tenía una voz finita, en consonancia con la estructura endeble y puro hueso de sus 8 años. 
Al principio Martín solo era una más de las muchas personas que desfilaban cada día por mi casa pidiendo comida. Era 1984, mucha gente pasaba hambre, y cuando en el barrio descubrieron que en la cooperativa había 200 familias recién mudadas, una al lado de la otra y con puerta a la calle, comenzamos a ser los más frecuentados. Diez o doce personas tocaban timbre pidiendo algo cada día. Martín era el más chico, pero no el único niño. Eran otros tiempos, no había adónde recurrir y todos teníamos normalizada la mendicidad y el ambulantismo infantil.
Con el paso de las semanas, Martín se fue haciendo nuestra visita cotidiana. Como mis viejos vendían ropa, de vez en cuando además de comida le daban algún jogging o una túnica. A veces él no se los llevaba de una, nos pedía que se lo guardáramos hasta el otro día, porque se iba a hacer noche en el ómnibus, pidiendo con el tío o el hermano, ya no me acuerdo. Una tarde nos tocó timbre asustado porque unos niños más grandes le querían pegar, y con mi viejo lo acompañamos hasta la casa, que quedaba a unas cuatro cuadras de la nuestra.

No me acuerdo cuándo dejó de pasar por nuestra casa. Tal vez cuando la adolescencia lo metió por otros rumbos, o quizás la familia se mudó del barrio. Hoy iba pensando el él mientras cruzaba Camino Maldonado, cuando vi que la luz se ponía en rojo y me quedé en el cantero del medio. Un muchacho que hace malabares en el semáforo me miró y dijo algo que no le entendí. 
_ Hay mucho ruido- le aclaré, y él repitió lo que había dicho, pero más fuerte:
_ Que si usás Sedal Ceramidas- y sonrió, señalando mi pelo mojado. Yo largué la risa, y por un instante solo fuimos dos humanos compartiendo algo de humor bajo el solcito de las 7, hasta que cambió la luz, le deseé suerte y crucé lo que me quedaba de la avenida. 
_ Estábamos de charla, pero ya dejamos- explicó a los autos parados- ¡La seguimos otro día, amiga!- y arrancó con los malabares.

Llego a mi parada. No hay casi hombres en el andén del Intercambiador que lleva a Malvín y Carrasco: solo tres o cuatro, frente a unas veinte mujeres. Las empleadas domésticas entran temprano. Igual sucede con el 316 y el 405, que las llevan a Pocitos. Al atardecer, en cambio, los ómnibus se llenan de señores cuarentones que charlan animadamente: son los serenos.


Algunas cosas no cambian tan rápido, pienso, pero otras sí, por suerte. Hace años que nadie viene a pedir comida a la puerta de mi casa, y los niños dejaron de ser trabajadores. Alguien duerme en la calle, todavía, pero hay refugios donde acudir. Capaz que Martín hoy es el flaco del semáforo, o el guarda del 402, yo qué sé. Nosotros seguimos siendo más o menos los mismos, pero por suerte tenemos memoria. Todavía tenemos memoria.




Pongo en google "pronóstico tiempo montevideo" y a los pocos minutos, además de la información que buscaba, me aparece una propaganda cuyo título es: "¿Estás planeando viajar a Montevideo?"

¡Me dio una alegría!
Repitan conmigo: No Lo Saben Todo. Iupi.


(Salvo que este supuesto error no sea más que una maniobra distractiva para que los incautos como una se consuelen pensando que The Others no lo saben todo; en ese caso en vez de "iupi" habría que poner "vos creéte").





A veces me parece que soy bruja. Despierto con la certeza de que en el correr del día voy a cruzarme con alguien en particular, por lo general un hombre que me gusta o me ha gustado, aunque no necesariamente sea importante para mí. Suele ser alguien a quien no veo desde hace años, y en quien no he pensado en mucho, mucho tiempo. A veces desestimo un poco mi brujedad, porque sé que por la mañana andaré por su barrio y entonces el encuentro ya no va a ser tan casual, pero no, no lo cruzo por las viejas y conocidas calles. No lo veo hasta la tarde, cuando de pronto él aparece en otra zona, donde no tenía idea de que pudiera andar y adonde yo fui a parar por pura casualidad. A veces me parece que soy bruja, y no sé si hago bien, pero me lo creo.




Mi compañero de asiento en el 103 lo intenta, sinceramente se percibe su esfuerzo, pero es inútil: siempre termina por dormirse y empezar a caer hacia mi lado. Yo me muevo, se arma un vacío y él reacciona despertando por cuatro o cinco segundos, hasta que todo vuelve a recomenzar. Hace mucho calor para ir muy cerca. Hace mucho calor para todo. El 103 avanza sobre el asfalto hirviendo, y los pasajeros somos un proyecto de algo horneado a fuego lento que nunca termina de aprontarse.

De mañana, en mi antiguo barrio, esperaba el 427 en una esquina cuando vi venir hacia mí al cuidacoches que vivía enfrente de mi ex casa.
_ ¿Y tu rancho de Valizas?- me pegó el grito.
_ Se lo llevó el mar- contesto, y me quedo pensando que cuando yo lo conocí ya hacía tres años que eso había pasado, pero no da para preguntarle, porque sale corriendo hacia un auto a punto de arrancar, al tiempo que llega mi ómnibus, y me subo. Lo saludo por la ventanilla. Misterios del tiempo.

Tres de la tarde. La calle Sarandí está llena de músicos, turistas y vendedores. Uno de ellos me mira y despliega una amplia sonrisa:
_ Hola, ¿cómo andás?
_ Bien, bien, ¿y vos?
_ Acá, tranquilo. ¿Pasaste lindo las fiestas? 
_ Sí, sí, todo bien.
_ Me alegro. Que tengas feliz año.
_ Vos también. Nos vemos. 
_ Dale. 
Y sigo caminando, preguntándome quién diablos podría haber sido.

Charla con una señora veterana que no veía desde hace diez años:
_ ¿Y te acordás cuando fuimos en aquel viaje que visitamos a tus padres?
_ Eh... ¿Eh?
_ Sí... que pasamos por la casa y charlamos pila con ellos. Que llovía pila, ¿cómo no te vas a acordar?
Dios. La pesada herencia de los Rodríguez Perdomo, pienso, pero en ese momento otra veterana escucha la conversación, se acerca y le aclara a mi interlocutora que está confundida, que nosotras fuimos a San Gregorio, y que ella a mis padres no los conoce. Entonces no estaba tan mal mi memoria, respiro aliviada, hasta que se me viene una imagen de ayer, jugando al TEG. Me estaba haciendo fuerte en Asia y África cuando se me dio por mirar mi objetivo y vi que en realidad lo que tenía que conquistar era Europa y América del Sur.

Ustedes ya saben cómo es esto, estimados, pero por las dudas se los planteo una vez más: 
1. Si me cruzan por la calle no se vayan sin decirme quiénes son.
2. Si no recuerdo una situación que me cuentan quizá los confundidos son ustedes.
3. Si juegan conmigo al TEG no abusen de mi despiste.
4. Si viajan a mi lado en un bus no se duerman. 
5. Si van a hablarme de Valizas que sea de algo de este siglo.

Saludos. 
Que el verano sea con ustedes, y con sus espíritus. 

Carpe diem (cosa que no tiene nada que ver, pero nunca viene mal).




Nos conocemos de toda la vida, o de toda su vida, por lo menos: él es gato de una sola humana, aunque mantiene una actitud cordial con el resto de la especie. Por la noche, especialmente, todos sabemos que Pipín es un ser 100% monoduéñico. Ayer le pregunté si esta noche al fin iba a animarse a dormir conmigo y me miró con cara de comprender. Despierto de mañana con un peso gris a mi costado.





A veces la felicidad se reduce a muy poquitas cosas. Tener media porción de pascualina en la mochila, venir con número de asiento pasillo pero que no haya nadie en la ventanilla, viajar sin nadie al lado, esas cosas. Hace dos horas y pico que salí de Río Branco, con los dos asientos para mí. He temblado en cada parada, pero no. El señor con el bebito, la chica voluminosa, la familia completa, todos siguen de largo. Respiro aliviada y cierro los ojos, mientras cae la noche sobre el campo a la salida de Treinta y Tres.
_ ¿Está libre este asiento?- escucho de repente una voz femenina, y mi felicidad se deshace de un plumazo. Ella y su niño se instalan en el asiento 19, mientras yo comienzo a llorar en silencio por la soledad perdida. 
_ Vení aúpa de mamá- escucho que le dice al niñito- Igual es un viaje cortito. 
¡Aleluya, grito para mis adentros, se bajan en Varela! 
Mi felicidad se queda ahí nomás, agazapada. Sabe que en pocos minutos ella y yo seguiremos el interminable viaje a Montevideo, cansadas de Nüñez y soñando con una cama pero probablemente sin compañeros de asiento. 
Feliz solsticio de verano, estimados. 

Cada uno lo pasa como puede.




Pensé que sería una mañana tranquila, pero no. Los cazadores somos muchos y estamos ansiosos. Un observador distraído quizá podría creer que actuamos en manada al vernos parados, quietos, a medio metro uno del otro, pero no. Somos acechantes solitarios; cada quien vela por sí mismo. De vez en cuando una presa se perfila en el horizonte; nos miramos de reojo, calibramos los movimientos del otro, trazamos estrategias de aproximación y esperamos. Tal vez alguno de nosotros tenga suerte esta vez, pensamos. Pero la presa no se detiene. No parece advertir nuestra presencia, y sigue de largo. Una vez, y otra, y otra más. El tiempo sigue transcurriendo. Los cazadores resoplan.Las presas no se detienen. De pronto una, que ya ha escapado de nuestras manos, se inmoviliza un segundo, como parándose a otear el horizonte, unos metros adelante. La decisión está tomada: corremos hacia ella. Por un instante adquirimos comportamiento de manada, porque sabemos que nos conviene. 
_ ¡Corran, corran, no lo dejen ir!- grita un Pelado Alfa, al que obedecemos. 

Por una fracción de segundo solo vemos baldosas y zapatos. Volamos en desorden hasta la esquina donde el distraído 105 ha abierto sus puertas para que baje un pasajero, hasta que uno de los nuestros se toma del pasamanos y todos respiramos aliviados. Ya no podrá cerrarnos la puerta en las narices: hemos cazado un 105. Ahora solo será cuestión de pasar la tarjeta, sacar el teléfono de la cartera y empezar a correrse al fondo, que hay lugar.




De vez en cuando la vida te pone en situaciones incómodas. Pasar 40 minutos encerrada en un cubículo con un ser humano que no para de forcejear con tu dedo lastimado, por ejemplo: si el ser humano actúa y no habla, vaya y pase. El problema es que a veces no hay concepto de silencio, te sentís 90% del tiempo en las antípodas del pensamiento de la otra persona y te cansás de llevarle la contra. En estos 8 días de fisioterapia cinco veces me tocó con la misma chica. Hemos pasado por temas históricos, existenciales, filosóficos, sin vislumbrar más que alguna coincidencia de vez en cuando, casi por compromiso. La última no coincidencia, la más light, fue hace un rato, cuando escuché la interminable descripción y alabanza a una playa artificial en Solanas. ¡Una playa artificial! No existe nada menos horrendo en mi cabeza que ir de vacaciones a una playa artificial, y encima cerca de Punta del Este. ¿Y los caracoles, los fósiles, las sorpresas? ¿Dónde está la gracia de una piscina con arena?
Somos todos diferentes, por suerte, bla bla bla, de acuerdo, y la chica es un encanto, todo lo que quieran, pero prefiero encarar la lluvia y la tormenta del afuera que seguir manteniendo no-conversaciones como la de hoy. 
Saludos de la antisocial. 

Solo quedan dos sesiones. 





El guarda del 103 debe tener poco más de veinte años. Viaja concentrado en su celular y no le escuchamos la voz en todo el viaje, ni siquiera cuando un vendedor de curitas se le para al lado y le habla diez minutos sobre la vida, sobre la Biblia y sobre su padre. De repente alguien le pregunta algo, él sale de la pantalla del teléfono y se dirige al chofer:
_ Gonza, ¿la Plaza Libertad cuál es: la de los Bomberos o la del Entrevero? 
El chofer le contesta, sin demostrar sorpresa alguna. Él transmite la respuesta (“es la que está después de la Intendencia”), baja la cabeza y vuelve a sumergirse en el teléfono.




Cuarentona rubia, flaquita, vestida de veinteañera, ante veterana canosa de puesto de tortas frutas, en la feria:
_ Hola. ¿Te quedó alguna?
_ ¿Eh?
_ Si te quedó alguna, fría. 
_ Fría no. La hago en el momento.
_ Ah... ¿Pero está caliente?
_ Sí... Después se enfría.
_ Ah, ta. Vuelvo en un ratito. Hasta luego. 

Y se fue. La señora canosa la quedó mirando, pero no dijo nada.





Tres chicas venían sentadas en el mismo asiento cuando subí al ómnibus hace un rato. No sé cómo hacían, pero una iba en la falda de la otra, que iba en la falda de la tercera. Vestidas y maquilladas de fiesta; sus risas y charlas dominaban el panorama tranquilo y silencioso del resto del coche. Tendrían 15, más o menos. Cuando estaban por bajarse algo llamó mi atención: había un detalle discordante en al menos dos de ellas (capaz que en las tres, pero la primera ya estaba junto a la puerta y quedaba fuera de mi campo visual). Iban descalzas. Descalzas iban en el bus y descalzas (con los zapatos en las manos) empezaron a caminar por 8 de Octubre, junto a los amigos que encontraron al bajar, en la parada. 
¿Dónde quedó la tradición de quitarse los zapatos a mitad de la fiesta? ¿Ya no se usa más? ¿O ahora es al revés, y las chicas se calzan a las tres de la mañana? 
Me encantó lo de viajar sin zapatos. ¿Puedo vivir descalza de acá hasta marzo? 

Ustedes igual no digan nada, y en todo caso si me cruzan miren para otro lado, ta? Muchas gracias.




Viajo en un 103 con olor a perro. En serio, hay un olor a perro mojado espantoso. Se ve que esta gente no limpia el ómnibus, los asientos... Ah, no, son mis manos. Mi amiga negra del camino se ve que pasó la tormenta en la calle, pobre, pero es que cuando los vecinos le pusieron una cucha ella no se metió nunca y al final la sacaron. Estaba bastante mojada esta mañana. Siempre viene a hacerme mimos, no la iba a dejar colgada solo por un tema olfativo, ¿no? Pero si se cruzan conmigo, ya lo saben: apesto. Ustedes disimulen.




Diario de la fisioterapia, día 5. 
Hoy pintó jugar. Con fideos, con plasticina, con piezas de plástico, con palillos de colgar la ropa. Me sentí en jardinera, fue un viaje en el tiempo. En una estaba abriendo a la vez un palillo con cada mano y el de la izquierda (lastimada) era durísimo. 
_ ¿Vos me diste un palillo duro en esta mano para que haga más fuerza con ella?- pregunté, y la fisioterapeuta de hoy ( una mujer muy tranquila, que hablaba poco y en voz baja) contestó:
_ No sé. A ver, probá a cambiarlos.
Lo hice: era al revés. El palillo que me complicaba la vida era intencionalmente el más fácil. Se ve que no tengo fuerza en el pulgar ni para eso (por ahora). 
Con su permiso, los dejo. Voy a buscar unos tirabuzones para jugar un rato a pasarlos de una olla a la otra y a colgar ropa en la cuerda con la mano izquierda. Terapia de dedo en reparación, que le dicen. 

Quedan cinco días.




“¿Y recién ahora se acuerda? ¿Por qué no denunció antes?”

Porque te sentís avergonzada.
Porque no querés lastimar a los que te quieren haciéndoles saber que te pasó algo tan terrible.
Porque el 70% de las veces el agresor pertenece a tu círculo cercano (es familiar, amigo, etc) y te imaginás que si hablás vas a armar un quilombo que termine con todos peleados con todos.
Porque a veces podés perder tu trabajo, tus estudios, tus amigos, tu pareja, tu familia, tu vida. 
Porque te enseñaron a culpabilizarte.
Porque el tipo capaz que tiene mujer e hijos y no querés joderles la vida a ellos, que no te hicieron nada. A veces los conocés y todo. 
Porque te ponés en último lugar. 
Porque sabés que va a ser mucho más fácil no creerte. 
Porque tenés miedo.
Porque creés que podés sanarte sola. 
Y un largo etc.


Antes de juzgar, preguntá. Y ponete en el lugar de la víctima. Empatía, se llama; no depende del género y siempre puede aprenderse.




Mientras sigue habiendo personas que preguntan por qué no denunciaste antes.
Mientras aún se te pregunta cómo ibas vestida.
Mientras siguen mirándote raro por no casarte, por no tener hijos, por no bancarte las reglas ajenas, por gritar, por no callarte.
Mientras la primera reacción es dudar y la segunda cuestionar qué hiciste para ponerlo así. 
Mientras se vean los abusos como situaciones aisladas de un par de loquitos fácilmente señalables con el dedo.
Mientras se defienda al agresor porque “es una buena persona, buen padre, buen vecino”.
Mientras se repita que estas cosas siempre pasaron.
Mientras se mire para el costado, mientras la indignación deje paso al reporte sobre el estado del tiempo, mientras se crea que esto es solo una movida pasajera o un ladrido de perros a la luna, nosotras reaccionamos.

Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta.


Educación, libertad e igualdad de derechos para todos los seres humanos. Nadie es más ni menos que nadie.






¡Qué lindo el frente de Derecho cuando la lluvia convierte la harina y los huevos en un engrudo resbaloso y maloliente! Gracias, egresados, por mantener y fomentar tan nobles tradiciones.


(Momento quejoso de martes pasado por agua, estimados. Necesito un café, pero no garantizo que me endulce.)




¿Se acuerdan que conté de un encuentro enérgico y hablado el jueves, seguido de uno lánguido y silencioso el viernes? Bueno, la vida sigue mostrándose dinámica y cambiante. No nos bañamos dos veces en el mismo río, ni tenemos fisioterapia más de una vez con el mismo profesional, parece. Hoy me tocó Olaf el Vikingo: alto, pelirrojo, de barba espesa y con manos de acero. El pulgar se mueve o se mueve. Yo me quejo, pero Olaf dice que no hay vuelta, que me deje de cosas y que cada sesión va a ser más fuerte. Me preparo para resistir, mientras pienso que no habría estado nada mal vivir en Islandia. O en Valizas, para caerme en la arena. O en el Cabo. Punta del Diablo. Martha”s Vineyard. Riomaggiore. Lago Merín. Sarasota. Cualquier lado con playa y sin veredas desparejas. 
Ya pasó el tiempo de conectarme al aparato que me pasa electricidad al pulgar. Olaf debe estar por volver. 

Ampliaremos.





Matilda anda en algo. Hace una semana que no para en casa: viene, exige comida, come y se va. Dejó de joder para que me despierte, y ya no duerme en Arbolito. No me queda claro si tendrá otro hogar o si no habrá encontrado algún gatito abandonado, porque su expresión es la de quien está cumpliendo una labor impostergable. “No puedo demorarme contigo, ya vas a entender”, parece decir. No sé. Tiemblo un poco. Ya les contaré. 😱




El de ayer fue un encuentro con la energía, la electricidad, las palabras. En el de hoy, en cambio, todo es paz, suavidad y silencio. Yo me dejo llevar, en todo caso. 
_ ¿Te duele?- me preguntan cada tanto.
_ Un poco- les contesto- Un poco.
Son los brujos de la tribu, pienso: cada uno adora a un dios diferente y me somete a su propio ritual. Me pregunto si tendrán todavía ocho propuestas para sanarme del todo, pero no estoy segura. Capaz que alguno se repite. Mientras tanto, el pulgar sigue medio rebelde, y no hay quien lo mueva del todo. 

Creo que está necesitando un poco de sol de Valizas.


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Valizas

_¡Palmeras, muchas palmeras al costado de la rut... ! 
_Ya pasaron. 
_ ¡Un ñandú, un ñandú, un ñandú! 
_ Se me fue. 
_ ¡Macizo de flores amarillas al lado de rancho ídem! 
_ Demasiado lejos. 
_ ¡Carancho, carancho al lado de portera de madera! 
_ No me dio el tiempo. 
_ ¡Ceibos, cientos de ceibos tapados de flores rojas! 
_ Mmmh... No salen.


Y así vamos, mi yo niño y mi yo adulto, dialogando al costado del camino.


Merienda tardía en el hostel; aprovecho que hay wi fi para navegar por ahí y termino enterándome de que hoy fue un excelente día, en el que como Aries me uní a mis compinches de fuego (léase Leo y Sagitario) para apoyar a Géminis y joderle la vida a Escorpio. Sí, ta, otra vez leyendo horóscopos en El País. El único problema es que desde que fb me cuenta quién cumple años cada día no me acuerdo de ninguna fecha, así que, estimados, perdonen si son de Escorpio, de nada si son Géminis y choque esos cinco, Leos y Sagitarios: el mundo es nuestro. O eso nos creemos.


No hay viento. Contra el agua, restos de caños de ocho o diez ranchos(sé que uno puede ser el mío, pero no sé cuál). Muchos fósiles pidiendo ir a vivir a Arbolito. Casi ningún ser humano. Un gato en la puerta de su rancho mirando el mar. Cacería de gaviotas por halcón lento. Agua verde. Arena limpia. En el pueblo, apenas unos pocos artesanos y un amigo que se queja del frío de la semana pasada. En el hostel, mixtura de perros con y sin raza. Las Santa Rita se desbordan sobre las mesas del desayuno. 

Ojalá todo el verano fuera diciembre.


Ana es bajita, alegre y explosiva. Vive en Valizas, escribe cuentos y atiende el chiringuito en el frente del hostel. Habla hasta por los codos; le pregunto qué tiene y solo me ofrece una torta gallega, pero después se va acordando y empieza a agregar posibilidades. 
_ Hay tarta caprese. Ah, y canelones de berenjena. Y de pollo. Acá en la heladera tengo también estos bocaditos de verdura que me dejó mi sobrina. Tengo para preparar ensaladitas. Lo que no tengo son bebidas frías, ¿por qué no te cruzás hasta el almacén y te traés una? Hoy vas al baile, me imagino, ¿no? Es el penúltimo del año. Va a estar buenísimo. 
Es un fin de semana soleado de diciembre; no hay mucha gente, pero siempre hay un par de mesas ocupadas. Ana se desdobla en veinte, cocina, charla, acepta que un veterano y un péndex con pinta de nieto le dejen bolsos mientras van a la playa. Su perra Joaquina duerme abajo de todas las mesas, y el negro barbilla que adoptaron los del hostel también. Llegan proveedores, clientes, conocidos. Un dorado se posa arriba del cartel de Pilsen pero se vuela cuando le saco la foto. 

Comienza a haber cierto movimiento en el hostel. Creo que arranca el re acondicionamiento de la plaza



“Haciendo palmaaaas porque aquí está sonandooo... ¡Monterrojo!”
La cumbia del bailongo de enfrente atruena la noche del pueblo. Ni un Redondo, ni siquiera un clásico de Soda o. Charly. Valizas ya no es lo que era, pienso. Pero no es verdad, porque vengo de ahí y sí, es lo mismo que antes, que siempre, solo que con diferente banda sonora. Baile gratis, bebidas baratas ($50 mi grapamiel), oscuridades danzarinas y algunas luces de colores. Perros varios en la vuelta. Gente de todas las edades. Viejos de sombrero de gaucho, quinceañeras, veteranas con exceso se energía, europeos con cara de no entender pero sonriendo. Lo que no había en otros tiempos era un caño, es verdad. Este está instalado al lado del ventilador de techo; va a ser muy interesante ver qué pasa si alguien lo prende. 
_ Por lo menos hay autos en la puerta del Dársena- dijo uno de la comitiva del hostel cuando al fin coordinamos para arrancar, como si se tratara de una larga travesía y no simplemente de cruzar la calle.
“Autos” sonaba a multitud: eran dos. Adentro, una docena de parroquianos, casi todos bailando en parejas, abrazados. Nosotros éramos como quince, rumbo a bajar las calorías extra de unas deliciosas pizzas hechas a la parrilla. Durante los veinte metros del hostel al baile no pude dejar de mirar las estrellas, porque la noche pintó despejada y sin luna, e igual hice una hora después, cuando estaba haciendo el cruce a la inversa. Ya había tenido mi cuota de cumbia por lo que queda del año (y del siglo), y mañana quiero caminar hasta las Malvinas, cruzar el arroyo y arreglar la plaza. 

Buenas noches.


Cae la tarde sobre la ruta: es tiempo de pegar la vuelta. El ómnibus avanza y retrocede por la 10, con esa manía de complicarnos la vida a los valiceros yendo al Cabo y volviendo luego hacia Aguas Dulces. 
La jornada de la Leopoldina fue espectacular. Hubo mucha gente del hostel trabajando: ellos pusieron la mayor parte de las ideas, pintura y pinceles, los tachos de basura, herramientas, palos para bordear la plaza y un largo etc, sin contar con que nos invitaron con la noche y desayuno a los que colaboramos. Varios comercios del pueblo donaron también materiales. Entre nosotros la división de tareas se fue haciendo naturalmente: unos pintaban, otros cortaban pasto, limpiaban la plaza o cocinaban pascualinas y miniaturas para el grupo. Estuvimos horas: desde las 9 hasta las 15.30, maso, hora en que degustamos una torta de cumpleaños (creo que venía de la Dársena), desarmamos el gazebo y guardamos todos los enseres en el hostel. Algunas personas se quemaron de más (hombres, en general, que quedaron con las musculosas grabadas a fuego en la espalda), otras usamos protector. La participación fue teniendo picos y bajadas. Los habitantes locales no se colgaron, casi. Al final se terminó como ceremonia ritual con un chapuzón en la playa (que adivinen quién lo cambió por una caminata hasta las Malvinas...).
En el hostel, después de la playa, las actividades retomaron sus cauces habituales: unos merendaron en el patio, otros vieron el partido, alguno se tiró a tomar sol arriba. La tarde era hiper pet friendly; además de la gata andaban cinco perros en la vuelta, a cuál más mimoso. Estaba armando el bolso para la vuelta cuando apareció el esloveno que compartió la habitación conmigo, con una veterana uruguaya que conoce todo el mundo y con un alemán que no habla nada de spanish. Con el esloveno (Nico) había estado yo charlando ayer y hoy: es un veinteañero nivel dios, que viene viajando por América desde hace un año y cuatro meses. Habla como siete idiomas, anda en una moto gigantesca que se compró en Canadá y tiene ojos verdes, gigantes, luminosos. Ayer hablamos pila (en inglés) él, yo y el alemán, que es apenas un ser humano y no llega a la categoría deidad. Hoy el dios me vio en la habitación, fue hasta su mochila y vino hasta donde yo estaba: traía en la mano dos fósiles que había juntado en la playa para mí, oh, my... 
Nota mental: se impone una revisión urgente de los axiomas personales de “nunca péndex”. Después de todo, los dioses son intemporales. Cierre de nota.

Y eso es todo. Mañana a las ocho tengo examen en el IAVA. La vida vuelve a sus carriles humanos y urbanos, por ahora. Solo por ahora.

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Y qué tal si nunca volvieras
Si me quedara para siempre
Esperando
Soñando
Recordando
Si pasara un día y otro y otro
Y nunca pudiera sentirte en mi piel
En mis ojos
En mis labios que solo saben
Convocarte con palabras
Y aguardar tu llegada. 
No me dejes para siempre
Por favor, no me dejes.
Necesito abrir mi puerta una mañana
Sentir tu luz y calor subiendo de la tierra
Y quejarme del sol, del sudor, de los sedientos mosquitos, de todo, pero contigo.
Vení de una vez, verano. Vení. 
Vení que te espero. 
Tengo un protector factor 20, lentes de sol y sombrero
Pero me faltás vos, todavía.
Todavía.




La calle Paraguay pasa por varios países. Zonas pobladas, desérticas, pujantes, decadentes. Una de esas zonas es esta: Mundo Árbol, recostado a la vieja estación. Más adelante arranca la Selva de Helechos, y unas cuadras después la Mole Geométrica. Un placer para visitar de vez en cuando, especialmente si una va inspirada... o a Inspira, la ceremonia de reconocimiento a los estudiantes destacados del CES. Otra zona del mundo que en general desconocemos, y que a algunos le sirve que no salga mucho a la luz, pero existe. Hace 4 años. 
#LosLiceosInspiran
Ta, me fui de tema. Sepan disculpar.




_ Muy buenas tardes. Como no me contestan voy a saludar de vuelta. Yo estoy acostumbrado, ando desde las 8 de la mañana a las 10 de la noche, y si alguien me saluda le pregunto: “vos no sos de acá, no?”, y me dicen: “no, soy venezolano, soy dominicano..,”. Así que voy a probar de nuevo: buenas tardes.
_ Buenas tardes- se escucha un murmullo cansado. Ahí el cantor parece quedar contento, empieza a aporrear una guitarrita y a entonar algo que difícilmente se adivina parecido a Colombina. Al final dice algo onda:
_ ¿Vieron que al final somos todos educados?
Y se baja, mientras yo me felicito por estar sentada en el primer asiento y por haber quedado afuera del circo de pura suerte. Otra que 5 de oro. Esto equivale a un pozo de plata, por lo menos. Por lo menos.





¿Para esto lee una policiales en vacaciones? ¿Para que en la última hoja el detective reciba un tiro en el pecho, o que la mujer que ama y con la que al fin se ha reconciliado resulte víctima de dos disparos en la cabeza que iban dirigidos al protagonista? Malditos escritores. Me dejan a los malos sueltos y se mandan vueltas de tuerca como esta, que me dan ganas de sacar la mano por el libro y acogotarlos. 
Esto con Agatha Christie no me pasaba. O sí, pero me lo avisaba en el título, y por lo menos no me bajaba a Poirot de un hondazo. He dicho.



Leo un artículo en El Observador sobre los casi 700 estudiantes extranjeros que están cursando acá. Se menciona la integración, el compañerismo, el alto nivel educativo, todo bien, pero dejan para el final la opinión de un chiquilín que dice que hace 9 años, cuando llegó, podía jugar al manchado en la calle y ahora camina hasta la parada con miedo. Solo eso. No es un hecho, es una percepción, pero te lo tiran al final para que lo que quede vibrando sea una nota negativa. 

Ta visto: uno no puede ver sino la luz o la oscuridad que lleva adentro (y, para algunos, tratar de oscurecer las luces ajenas es tarea de todos los días).




Ustedes me conocen: soy duraza para llorar de tristeza, pero re fácil para el llanto emocional. Vengo de ver una obra de teatro que me tuvo con los ojos llorosos desde el principio hasta el final, y no fui la única. "Fue todo poesía", comentó una señora en la fila de adelante, y la profe de Literatura que fui a saludar al final casi no podía hablar, entre lágrimas y emoción. Historias mínimas, o no. Un texto poético-narrativo adaptado a medias para la escena, que nos llegó a lo más profundo del alma (aunque no a todos: no a la viejita de al lado, que desenrolló interminablemente un caramelo hasta que me puse a mirarla a los ojos a veinte centímetros de su cara, un rato antes de dormirse sin ronquidos, por ejemplo). Tres actores para mí desconocidos. Una sala pequeña en un segundo piso por escalera. Un acto de comunión entre las palabras, los tonos, los gestos. Oro en polvo, hubiera dicho la Mántaras. Oro en polvo. 

No sé si decirles que si pueden, vayan, porque capaz que Viralata no es para todo el mundo. Yo diría que si vieron Historias mínimas, (de Sorín) vayan. Si les gusta Fabián Severo, vayan. Si saben algo de la vida en la frontera, vayan. Si están hartos del teatro montevideano, vayan. Si quieren emocionarse, vayan. Y después me cuentan.




El perrito barbilla estaba atado con una correa a su dueña, que miraba cosas en un puesto de la feria. Un hombre se detuvo a acariciarlo; el bicho movió la cola y le lamió la mano, contento. 
_ ¡Es precioso!- dijo el hombre.
_ Preciosa.- corrigió la dueña, sonriendo.- Decile que sos preciosa. 
_ ¡Hola, linda!- saludó el hombre, y la mujer:
_ ¡Gracias, decile!

La perra siguió moviendo cola y lamiendo manos, pero no dijo nada. Y yo tampoco.






Lo bueno, lo malo, lo propio, lo de todos

Noticias del Lago y alrededores

• La Merín está cada vez peor. Una comisión internacional determinó que el nivel de contaminación viene en aumento y que la situación es más que preocupante. Los factores principales son las fumigaciones a mansalva (con avionetas, pasando por poblados, bosques, escuelas rurales, etc) y las aguas servidas de pueblos como Lago Merín, que dan directo a la laguna. En este último caso, el camión de la “barométrica” deja su carga muy cerca del pueblo, en un arroyo que la lleva derechito a la laguna, de donde se extrae el agua potable para el pueblo. El agua, además de recibir desechos químicos de las arroceras, va por cañerías colocadas encima de las cunetas con aguas servidas. Dos por tres los caños se rompen, y todo se mezcla. Cuando abrís la canilla te puede salir marrón, blanquecina, con olor a agrotóxico o a caño, según el día. Apocalipsis now. 
• Las calles del pueblo están hechas bolsa. A esta altura del año, más o menos, les tiran unos materiales para retocar, pero nunca algo definitivo.
• Hay un cartel blanco de Lago Merín pero no se ve mucho, porque al estar delante de una construcción blanca (la policlínica) no resalta.
• En el quiosco del 5 de oro hay una mesita con libros para que lean los vecinos. Uno va, lleva el que quiere por el tiempo que quiera y listo. Sin carteles, sin avisos, nada. Libertad, libertad. Cultura solidaria.
• El Hotel del Lago está a la venta. Si a alguien le interesa, dos millones de dólares y es suyo. 
• Hay pocos bares abiertos, y uno de ellos es lo de Ernesto, donde el dueño, la mujer y el parroquiano habitué de todas las noches dejan de ver un partido de fútbol para engancharse con la telenovela turca.
• La nueva onda entre los vecinos del pueblo es inventarse muertos. Ya van dos que caen, la noticia corre como reguero de pólvora, pero después los fiambres resultan estar vivitos y coleando. 
• Si vas a salir a caminar, ojo con los perros, que son legión y (algunos) se creen la gran cosa.
• Nunca, nunca, nunca vayas a dormir en la laguna sin un tul mosquitero. Acordate: nunca.

Noticias de felinos

• La vecina del fondo de mis viejos tiene cada vez más gatos, y se niega a operar o a regalarlos. Tres de ellos pasan la mitad del tiempo en lo de mis viejos, otros cruzan a lo de un brasilero bondadoso, todos son lindos y mansos. De la camada que tiene un año son unos 8, hace poco nacieron más, y algunas de los anteriores presentan unas pancitas sospechosas. Ampliaremos.
• La gata Guaytica está en problemas, porque al ser blanca el sol le afecta las orejitas. Dos por tres se rasca, rompe una vena y desparrama sangre por todos lados. Mis viejos han probado con diferentes cremas; el veterinario de ayer les dio una que por ahora parece que la va ayudando. Además tiene un ojo raro, como enrojecido. Quizás son secuelas a largo plazo de la mordedura de crucera de hace un tiempo, no sé. Crucemos los dedos. 
• Mi amiga María tiene dos gatos: la Tina y el Moleque. La gata el jueves le apareció dentro de su casa con un regalito largo y movedizo… Parece que no era venenosa, porque tenía varios colores y uno de ellos es verde, pero no da para estar seguros. Tranquis que la bicha no fue ajusticiada, solo retirada con las debidas precauciones de la zona hogareña.
• Ayer fue una tarde de mala suerte en lo de mis viejos: la gata lastimada, el Gatón con una pata ídem, se quemó una lamparita, medio litro de leche se volcó en toda la heladera y se rajó la hamaca paraguaya. Todo mal.

Noticias de mí en la laguna

• Saqué ochocientas fotos de bichos, en tres o cuatro se los puede identificar. 
• Decidí no ir a Brasil, pero me pasé comiendo Doce de Quatro Frutas.
• Tenía una remera para el Cele y la dejé en mi casa. Tenía pasajes abiertos; no me acordé y los saqué de nuevo. Tenía libros para llevar y los dejé en el galpón. Tenía un cerebro, hace tiempo. 
• El viaje de la vuelta es el peor. Compro helicóptero usado, pago bien, llame ya.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

La vas a ver enseguida





Cuando en la adolescencia empecé a ir a bailar y me preguntaban dónde vivía yo solía declarar cosas diferentes, pero siempre verdaderas. A dos cuadras de 8 de Octubre, por ejemplo, porque una vez había leído que el nombre de la avenida se extendía sobre lo que antes era Camino Maldonado. O que mi casa quedaba cerca de Hipólito Irigoyen, sugiriendo cierta proximidad con Malvín y pasando por alto el hecho de que a la altura de mi barrio hace rato ya que don Irigoyen se había convertido en Veracierto. Lo que no contaba mucho es que mi casa formaba parte de una cooperativa de ayuda mutua, ni que los sábados de mañana vendía ropa de niños en la feria de Smidel, o que por la tarde animaba fiestas infantiles con mi amiga Diana. Para qué darle información a la gente. Tiempo perdido. 
Un día tuve treinta años y me pareció que el barrio de siempre se ponía más improvisado y menos lindo. Las casas remendadas con lo que fuera, los perros sarnosos esperando en la puerta de las carnicerías, los ríos de aguas de colores orillando los cordones de las veredas a la salida de las múltiples curtiembres, las filas de camiones esperando ante las laminadoras de hierro, los cruces sin semáforos, los rostros sin sueños, las plantas tapadas de polvo y los gatos asustados. Todo estaba mal, fuera de lugar o de tiempo. Incluso yo. 
A los cuarenta me mudé para el Puertito del Buceo, y pasé a volver a la Curva solo los sábados por la tarde, a visitar a mi madre e ir con ella hasta lo de la abuela. Fue una época de ver el peligro en cada par de ojos y la desconfianza en cada sonido de pisadas. Los viejos olían a sucio, los niños eran insolentes y en las caras de los jóvenes había una promesa de insulto o arrebato. Cómo podía haber vivido en ese infierno mugriento y sin futuro, cómo podía. 
Hoy hace casi diez años que volví a la vieja casa. Despierto con el canto de los pájaros y camino oliendo los tilos de las veredas. Cada tarde se me incendia de rojos y naranjas la ventana del fondo. A veces tengo suerte, al anochecer pasan por mi casa los tambores de la Roma y salgo a la calle, porque el cuerpo se niega a quedarse quieto y en silencio. Los viejos me paran en la cooperativa para mostrarme fotos de otros tiempos, de cuando eran jóvenes y todos estaban vivos. Un ex alumno me enseña que del árbol de la esquina se pueden comer moras que no son rojas sino blancas, que no hace falta lavarlas y que se te deshacen en la boca. En esta época los niños empiezan a pedir moneditas para sus peluches, las señoras gordas comen bizcochos sentadas en las sillas plegables al atardecer y los muchachos se sientan en los bancos de la placita hasta las diez, en que el sereno les dice que se cierran las rejas y empieza el tiempo del silencio. 
Son pocos los amigos que se animan a venir a mi casa, todos están convencidos de que vivo en una zona rural, me piden mapas detallados y preguntan al disimulo si está bien que caigan después de ponerse el sol, o si pueden dejar tranquilos el auto en la calle. Yo los dejo asustarse. Después de todo, cada uno se arma las aventuras que puede. 
Vivo en la Curva de Maroñas, en la cooperativa, sobre la calle Arbolito. A mi casa la vas a ver enseguida: es la que tiene el gato gris y blanco en la puerta, ronroneando. El timbre no funciona, pero vos golpeá que yo escucho. Siempre escucho.

jueves, 22 de noviembre de 2018

Un pasado imaginario



El mediodía amenazaba con seguir lloviendo. Un calor pegajoso impregnaba las pieles y las ropas y no había manera de no sentirse sucio. 
Una sola figura en la escalera del liceo, tomándose el tiempo del mundo para ponerse un impermeable amarillo: era Alejandro. 
_ Profe... Me llevé Literatura este año- creyó su deber comunicarme, con un si es no es de culpa en la mirada. 
_ ¡No me digas! ¿Qué te pasó? -pregunté, recordando que (más allá de la letra endiablada) Alejandro era un estudiante de nivel aceptable, incluso bueno.
_ Y... Viste cómo es... Quise estudiar de memoria para el último parcial y no me salió. 
_ Uh... La memoria. No se puede confiar en ella, porque te traiciona cuando más la necesitás. Yo siempre tuve pésima memoria.
_ Sí, es una joda, pero ta, no pasa nada, profe, yo sé que fue mi culpa por boludearme. ¡Nos vemos!
_ Dale, nos vemos. -contesté, ya medio perdida en mis pensamientos, al tiempo que bajaba con cuidado la escalera, que cuando llueve se pone resbalosa y es la trampa perfecta para mis zapatitos livianos y sin agarre. 
Se confían en la memoria, arranqué a monologar para mis adentros. Una les da clase para que razonen y ellos estudian como autómatas, como si con la memoria alcanzara. Y no, no alcanza. 
En eso andaba cuando levanté la vista y lo vi. Era un hombre alto, canoso y de ojos verdes, parado en la vereda de José Enrique Rodó, que me había estado mirando desde que empezara a bajar la escalera. Un señor más o menos de mi edad. 
Ojalá que no sea el padre de un alumno con ganas de quejarse de algo, pensé, aunque eso hubiera resultado extraño porque el hombre no venía del liceo sino de la otra cuadra. Por un momento pareció seguir su camino, pero veinte metros más adelante lo pensó mejor, se dio vuelta y se detuvo, evidentemente esperando a que yo llegara a su lado. 
Por favor, que no sea un veterano baboso. 
Antes de que le pasara por al lado me dirigió la palabra.
_ Hola. Disculpá, ¿vos cómo te llamás?
Ah, bueno. Directo y sin vueltas. 
_ ¿Por?
_ Porque... ¿Puede ser que nosotros nos conozcamos de algún lado? 
Lo miré.
_ No. 
Y seguí caminando. Toda la simpatía y la paciencia la dejo en el liceo, empecé a recriminarme, ¿qué me costaba ser un poco más amable con el pobre hombre confundido? Pero el pobre hombre confundido no se daba fácilmente por vencido, y se me puso a la par.
_ Sí, yo te conozco. Lo que pasa es que no me acuerdo de tu nombre. 
_ Mariela. 
_ ¡Sí, Mariela, claro!
_ ¿Y de dónde me ubicás?
_ No sé.
Lo volví a mirar, sin detener la marcha. ¿Sería una nueva clase de levante, propia de los cincuentones, o de verdad me ubicaba de algún lado? Pero no, porque yo tengo buena memoria y sé con total seguridad que nunca lo había visto antes. Capaz que era una persona con algún trastorno psiquiátrico que lo llevaba a abordar desconocidos y a tratar de construir con ellos un pasado imaginario. 
_ Tengo que saber quién sos- iba diciendo mientras los dos caminábamos juntos hacia 18 de Julio. - Si no te saco me voy a pasar toda la tarde preguntándome quién eras. 
_ Bueno, a ver: decime cosas de vos y te digo si me suenan. - dije, ya a la altura de la esquina de Guayabos.
_ Me llamo Eduardo Ramos. 
_ No.
_ Pero me dicen Lolo. 
_ No conozco a ningún Lolo.
_ Vivo en Solymar, soy carpintero y luthier. Hice Bellas Artes. 
_ No conozco a nadie de Solymar ni a ningún luthier. ¿Cuándo empezaste la Escuela?
_ En el 87. 
_ Ah, no. Yo fui en los 90. 
_ Entonces no es de ahí.
_ No. Para mí que me confundís. Capaz que nos vimos alguna vez, pero estoy segura de que nunca hablamos. Yo me acordaría.
La luz del semáforo de 18 se puso en rojo antes de que llegáramos a cruzar. Mientras esperábamos el hombre me seguía mirando, empecinado. Tanta insistencia empezaba a resultarme molesta. ¿Qué estaba murmurando ahora? Había bajado el volumen de la voz, tuve que esforzarme para escuchar lo que decía.
_ A mí me sonás de la época de Amarillo. 
Amarillo. 
La palabra abrió una etapa olvidada, y de repente todo tuvo sentido. El boliche Amarillo, cerca del Palacio. Eduardo Ramos, alias Lolo. Verano del 92 en La Paloma. Él vendía panes caseros en la feria artesanal y hacía muy buenos masajes. En Montevideo compartía casa con un montón de chicas y un muchacho, una casa donde el que llegaba primero ganaba el dormitorio principal, el único que tenía puerta. Yo me quedé a dormir un par de veces, aunque esa cosa hippie noventosa no me iba del todo y además me molestaba que el amigo cada vez que llegaba se asomaba a ver a quién le había tocado el cuarto esa noche. 
Era muy dulce, el Lolo. Inteligente, lindos ojos, risa contagiosa. 
La penúltima vez que nos vimos me invitó a ver a Gilberto Gil y después resultó que tenía entradas falsificadas. No encaré dar media vuelta e irme: pasé el recital entero sintiéndome culpable y encima sentada en la falda de él, porque en el Plaza solo había un asiento libre. Una semana después fuimos a un boliche y terminé pagando los tragos, cuando él dijo que se había olvidado la billetera en la otra mochila. El Lolo. Con varios kilos de más y con unos pelos blancos y grises que antes eran negros, pero en esencia era el mismo.
Cruzamos la calle en medio de una multitud, y miré hacia mi parada. Algo se iba acercando.
_ Nunca estuve en Amarillo, ¿qué era eso, un cine? No. Debe ser un falso recuerdo -le aseguré, haciéndole señas al 103- De verdad, nunca nos vimos, o me acordaría; tengo muy buena memoria. Nos vemos.
Y subí al ómnibus, sin darle tiempo a reaccionar. Él se quedó en la vereda, dudando si contestar o no a mi mano levantada en señal de adiós desde la primera ventanilla del lado de la calle. 
Yo seguí rumbo a mi casa, pensando que a la vuelta iba a parar en la panadería del barrio, que siempre tiene cosas ricas. 
De golpe me habían venido unas ganas incontenibles de comer pan casero. 

martes, 20 de noviembre de 2018

Esta va por vos


La noche estaba demasiado linda como para encerrarse en un bar, pero en la vereda de Las Flores solo había mesas para dos o para cuatro personas. Nos miramos con los compañeros del taller: éramos demasiados, aunque quizás moviendo un par de mesas y agregando otra se podría llegar a una solución. No necesitábamos mucho espacio, solo queríamos tomar algo y compartir un par de pizzas.
_ Disculpá- le dije al mozo, un veterano de uniforme negro que estaba parado inmóvil y con rostro inexpresivo al lado de la caja registradora- Somos nueve. ¿Nos podemos quedar afuera?
_ No. -respondió, cortante, antes de dar media vuelta y empezar a secar un par de vasos sobre el mostrador. 
Nos miramos, sorprendidos. No había habido explicación, propuesta alternativa ni mirada de disculpa. Solo un rechazo claro y contundente: acabábamos de ser devueltos a la calle.
_ ¿Por qué todos los mozos de los bares que están buenos tienen que ser tan fucking garcas? - preguntó uno de los nuestros ya comenzando a caminar, a ver si encontrábamos otro lugar con sillas en la vereda. 
_ ¡Es verdad! Todos. Sobre todo los veteranos. -respondió otro. 
_ Y lo peor es que uno sigue yendo. Yo no sé si es porque el bar está bueno o porque nos gusta que nos traten así. 
_ ¿Así cómo? -preguntó alguien, pero ya no escuché la respuesta. Me había quedado atrás en la modesta caravana que avanzaba ahora por Pablo de María; la vereda era angosta y no admitía más de dos personas a la vez. Algo de la escena me había quedado dando vueltas en la cabeza, había como una reminiscencia que subía desde lo más profundo de la memoria, pero demoré un par de minutos en lograr enfocarme y recordar, hasta que lo vi.
Era Julio.
Hubo una época larga de mi vida en que pasé todas las noches de lunes a jueves y de marzo a noviembre en el Periplo, un viejo bar que era un bar de viejos en la esquina de Martí y Benito Blanco. El Periplo era el punto obligado de peregrinación para quince o veinte fieles que lo visitábamos a la salida de Bellas Artes, a las diez, y nos quedábamos hasta alrededor de medianoche, según a qué hora saliera el último ómnibus de cada uno. Ocho mesas adentro y ocho afuera, barra de madera, botellas polvorientas en los estantes, el Periplo no precisaba de fotos autografiadas ni de cuadros de Gardel en sus paredes. Tampoco había música ni tragos elaborados. Solo bebidas, pizzetas y a lo sumo un pote con manicitos, si Julio quería.
Eternamente de camisa blanca manga corta y moñito azul, Julio era un veterano regordete, de bigote y pelo teñidos de negro, que andaría por los cincuenta y tantos, o quizás sesenta. Era el único mozo del Periplo, atendía a todo el adentro y el afuera. Durante el día el bar tenía pocos habitués, hombres todos ellos, probablemente viejos del barrio. No eran más de seis o siete; se pasaban las horas sentados con una grapa en la vereda, viendo cómo caía la tarde sobre la playa y cómo se iba yendo la luz, con el ruido infernal de los omnibuses y los autos de Benito Blanco como sonido de fondo. Con ellos Julio era amable y considerado, tal vez porque no complicaban su accionar y dejaban buenas propinas. Por la noche, en cambio, los estudiantes de la Escuela caíamos en masa, prontos a armar cada vez un mapa diferente de amistades, cambiando la disposición de las mesas y dificultando el paso entre las sillas. Consumíamos poco, gritábamos mucho, andábamos siempre con la plata justa. Queríamos solucionar el mundo, y el Periplo era nuestra sala de sesiones.
_ ¿Ya vienen por acá? ¿Ustedes no faltan nunca? ¡Qué cruz, dijo Fierro!- solía ser la bienvenida por parte del mozo.
_ ¡Hola, Julio! Tres grappamieles sin hielo, una cerveza y manicitos, si podés…
_ Manicitos, manicitos… ¡Esta, les voy a dar! -decía con cara de pocos amigos, resoplando y dando media vuelta, antes de ir hacia la caja donde Artigas, el encargado, se ocupaba de administrar las bebidas y los tickets. 
_ Ahí tienen. -tiraba los vasos y el pincho con la cuenta sobre la mesa. -No pidan más. Hoy no hay maní. ¿Por qué tengo que aguantarlos todos los días, no tienen otro bar adonde ir? 
_ Dale, Julio, no rezongues… ¡Si vos nos querés! - le decíamos.
_ ¡Qué los voy a querer! Rezo cada día para que no vuelvan, pero ustedes… ¡Ay, dios, pero qué cruz! – y se iba, con la bandeja plateada en una mano y el trapo blanco sobre el hombro, como si alguna vez limpiara las mesas.
Una noche le tuve miedo. Era un secreto a voces que cada vez que servía un whisky en nuestra mesa Julio volcaba una medida a escondidas para él, en un vaso extra que dejaba entreverado con los otros, por si se daba la ocasión. Artigas estaba enfrascado en los asuntos de la caja y nunca se daba cuenta, o al menos no decía nada. Julio lo iba tomando con disimulo, de a traguito, y parecía ponerse más cascarrabias, pero solo parecía. Los ojos se le empezaban a achinar y hasta se mandaba algún chiste, sin que se le fuera el rictus de malhumor constante de la cara. La noche en que me asusté fue cuando sin querer le di un codazo a su vaso y lo volqué: el whisky fue a parar por partes iguales a la mesa y al piso. Al escuchar el ruido Julio se dio vuelta y me miró como si estuviera a punto de entrar en ebullición. Vino hasta nosotros, apoyó las manos en la mesa y los ojos se le pusieron saltones, con unos hilos de sangre partiendo de cada esquina. No dijo una palabra; solo se quedó ahí, mirándome, en un silencio que duró una eternidad. Yo me fui haciendo chiquitita, chiquitita, hasta que pude tocarle la mano y con un hilo de voz pedirle que trajera otro whisky, que yo se lo pagaba. Ahí se le descongestionó la cara, puso el trapo blanco al hombro y con la voz de todos los días le gritó a Artigas que salía un whisky para la mesa de Bellas Artes, que ya le tenía las bolas llenas. 
_ El otro día lo encontré en el Umbral de la Noche, después de la hora en que cierra el Periplo- contó una vez Alejandra, una de las compañeras de la Escuela. -Estaba medio en pedo, no conseguía que ningún pendejo le diera bola y se puso a charlar conmigo. Dice que en realidad nos adora, que se divierte peleando pero le caemos bien. 
“Yo sabía que en el fondo nos querías, viejo loco”, iba pensando una noche, tiempo después, mientras volvía a casa en el 405. El final del último año en la Escuela había coincidido con la muerte de Julio y el cierre del Periplo, con un par de meses de diferencia. No sé cuál fue primero. Al pasar por la esquina de Benito Blanco y Martí me golpeó el vacío de la vereda sin mesas y las cortinas de metal cerradas y en silencio. “Julio, la última va por vos!” había grafiteado alguien sobre la puerta, y yo me puse a llorar como una idiota en el medio del ómnibus, hasta que la chica del asiento de al lado me ofreció un pañuelito descartable para que me secara los ojos. 

Desde entonces han pasado años, bares y mozos, y no, ahora no estoy llorando, o al menos no como para que me ofrezcan pañuelitos. Levanto la cabeza; los compañeros del taller acaban de encontrar un bar que parece dispuesto a aceptarnos en la vereda. Sacudo las imágenes del pasado y la memoria: es tiempo de pedir algo para tomar y para poder empezar a solucionar el mundo, otra vez. 

domingo, 4 de noviembre de 2018

Noviembre 2018





Abro los ojos y miro de reojo: hay un tipo durmiendo a mi costado. No recuerdo haberlo visto antes, pero ahí está. No lo veo muy bien, la noche está oscura. Creo que es regordete y de pelo negro. Por suerte no ronca. Pestañeo, y aparece una mujer rubia. Al rato, un vacío, y después una chica morocha de rulitos. Evidentemente, me tocó viajar en un asiento de alta rotatividad, pienso, antes de ser tocada en el brazo por el guarda. Abro los ojos a una mañana de otoño neblinosa: ya estamos en Río Branco. Apenas seis horas después de subirme al Núñez amanezco en otro mundo, otra estación y otras reglas. Habrá que ir despertando. Un poco. Lo que se pueda. 
_ ¡Agencia!

Acá vamos.




Safari fotográfico con María por la ruta de las arroceras. 
Vimos: pavos, cigüeñas, cotorras, tordos, ñandúes, mazaricos, garzas, churrinches, benteveos, teros, patos, caranchos, perdices, cardenales, dorados y un largo etc de bichos innominados. 

Fotografié: manchitas, siluetas difusas, cosas invisibles y algún que otro bicho reconocible.




El viaje a Montevideo lleva apenas una hora y cuarto, y ya estoy deseando que termine. Mucha vaca negra, muchos caminos de agua (“taipas”, me enteré hoy que se llaman) en las arroceras, mucho pájaro.

Vergara es un pueblito recostado a la ruta 18. Hay gatos durmiendo en las cornisas, casas modestas, personas sin apuro. Antes de llegar, kilómetros de monte salpicado por cientos de ceibos cargados de flores. Una casa con tres cruces pintadas en la pared. Un comercio con pizarrón que dice que tienen hielo en cubitos. Una pasajera joven se me sienta al lado y respira como si estuviera punto de llorar, hasta que poco a poco se va serenando.


El Núñez tiene wifi. El día que también tenga cargador para el teléfono voy a ser feliz, o casi. Por ahora, oscilo entre el derroche y el ahorro. Ci vediamo. Cinco o seis o diez mil horas más tarde, no lo sé. Algún día. O dentro de un rato (si me aburro, y mientras tenga vid... eh... batería).




Río Branco - Vergara: mujer que masticaba chicle con la boca abierta. 
Vergara - Treinta y Tres: muchacha que parecía a punto de llorar.
Treinta y Tres a no sé dónde pero espero que acá nomás: chica que suspira y respira agitada. 
¡Por un asiento doble no compartido e irrestricto ya!!


#NeurosisDeViajeLargo . Ya va a pasar. Espero.




No alcanzo a ver al señor del asiento 10, pero sí escucho su voz cansada, con tono de abuelito. Hace un rato le dijo a la del 9 si se animaba a despertarlo al llegar a no sé cuál pueblo, porque él no puede evitarlo: siempre se duerme. Desde el asiento 16 no llego a ver más que la espalda de la del 10, pero se ve que es rubia, joven y flaca. Ella accede a despertarlo sin problemas, cruzan muy amablemente un par de frases, la conversación no decae y a partir de ahí señor del 9 se despierta del todo y empieza a hacerle a la rubia un cuento atrás del otro. Ella apenas contesta con algún monosílabo ocasional, pero no parece molesta. Él saca temas y temas,, ya no sueña con dormirse, dos por tres se ríe y su voz parece haber rejuvenecido en unos veinte años, década más, década menos. 
Cosa linda el amor. 
La atracción. 

Algo.





El río de libertad fue mi primera manifestación, y lo que más recuerdo es la sensación de irrealidad, más allá de lo político: nunca antes hubiera creído que este país tuviera adentro tanta gente. Desde casa al Obelisco mis amigas, la madre de ellas y yo viajamos en uno de los camiones del Ratón, el dueño de la mueblería de usados del barrio. Íbamos con decenas de personas, todos desconocidos hasta ese momento y compañeros de lucha a partir de ahí. Mi padre recordó su pasado como metalúrgico, se juntó con mi tío Valmar y los dos terminaron también formando parte de ese río humano que crecía, crecía y crecía a cada momento, desbordando los cauces previstos y arrasando con miedos y prevenciones de las personas hacía tanto tiempo enmudecidas. Cuando la voz de Candeau empezó a hacerse oír en medio de la muchedumbre al principio no significó gran cosa para mis amigas y yo, las tres adolescentes, desconocedoras de tiempos mejores. Lo que sí nos impresionó fue el silencio con el que se lo empezó a escuchar: la actitud reverente y de reencuentro (por fin) con la posibilidad de decir algo se había apoderado de todos los adultos a nuestro alrededor. Esa voz grave, segura, potente, se nos metió en el corazón y en la memoria de manera indeleble, y todavía podemos escucharla. 

Tenemos que seguir defendiendo nuestros ríos de libertad, y hay que decirlo bien alto, para que los sordos que no quieren oír no digan que no lo escucharon. Que la desmemoria no nos gane. No hay tiempo más oscuro que el que vivimos sin voz.





Un montón de personas se agolpan para subir al 60 que viene moderadamente lleno en 18 y Ejido. Entre ellas, desde mi asiento con ventanilla (propio de quien sube en la primera parada) diviso la silueta inconfundible del Morocho Rapero. 
_ Buenas... ¿Se puede cantar?- pregunta, y se ve que la respuesta se demora un segundo porque mira hacia alguien que camina a su lado, lo reconoce y lo integra a su pedido: 
_ Soy amigo del Colorado. 
El Colorado lo mira, sonríe y sigue su camino a paso lento. El Morocho obtiene el aval de la guarda, sube al 60, y de inmediato miro para abajo y echo mano al celular liberador.
_Hola, señoras y señores. Voy a dejarles un mensaje muy profundo de un artista que no es muy conocido. Ese artista soy yo. Mirándome a mí: ¡bien! Mirándome a mí: vos podés. ¡Bien! ¡Así!
Recorre así todo el 60, antes de empezar con su tema “de mensaje muy profundo”. El supuesto hip hop (que cuenta con la misma letra desde hace unos ocho años) va tirando perlitas al estilo de: 
“Que solo encuentran consuelo en un alfajor Portezuelo”
“Viven en una fantasía de Brad Pitt porque quieren ser parte del círculo beat”. 
Y así. Al final se baja, y algo parecido al silencio vuelve a restablecerse en el bus, pero solo parecido. Hace calor, somos muchos y algunos vienen fastidiosos.


#Lunes




Ya había cerrado la puerta de calle cuando vi los ojos de Matilda asomando debajo del portón del jardín. Los jardineros andaban cortando el pasto y ella estaba aterrada por el ruido de las bordeadoras, así que le abrí y, tras un segundo de vacilación, terminó de animarse y se metió corriendo a la zona segura. Seguí mi camino tratando de no enojarme, porque los muy destructivos estaban arrasando con todo, incluyendo los brotes de un arbolito que estaban asomando por los costados del tronco cortado por ellos mismos hace unos meses. 
Detesto a los jardineros, iba pensando. No a los artesanales, los que cuidan y siembran, sino a estos tercerizados que ni contacto con la tierra tienen, solo cortan y podan con sus máquinas ruidosas. 
En el camino vi un gato negro corrido por un perro; pensé intervenir pero vi que el perseguido se trepaba a un árbol con toda facilidad y además no parecía muy asustado, así que esperé a que se bajara sin riesgos y seguí mi camino. 
Dos cuadras después, ya cercana a Camino Maldonado, paré a arrancar unas flores de tilo para llevarle a mi madre, que siempre me pide. En eso estaba cuando vi una viejita de la esquina que venía mirándome. Uh. Será que está mal arrancar el tilo de otras zonas que la de una, pensé, pero no. 
_ ¿Querés que te traiga un banquito?- me dijo, antes de recomendarme que tuviera cuidado con las abejas y que solo cortara las flores abiertas, que son las que sirven. 
_ Los jardineros talan los tilos muy alto- comentó. -Tengo que andar cuidando que no se manden una macana, porque ellos solo saben hacer destrozos. Dejan los troncos pelados, al nogal aquel lo cortaron tanto que este año no dio ni una nuez. ¿Y viste aquel ceibo? Lo plantamos con mi hija, y lo tienen horrible, pobre. Ellos no saben lo que era esto, y cómo con mi marido fuimos rellenando con tierra y plantando árboles. No saben. Tené cuidado con las abejas, m’hija. ¿No querés una bolsita?
Le dije que no se preocupara, que ya tenía, y que iba a arrancar donde no hubiera abejas, así no las andaba jorobando. Nos quedamos unos minutos charlando y seguí mi camino a la parada del ómnibus, pensando que la viejita, Matilda, el gato negro, los árboles de la cooperativa, las abejas y yo, estamos en el mismo bando. Ellos tienen bordeadoras, lentes de plástico, uniformes azules y grandes camionetas, pero nosotros somos más, y vamos a ganarles. Siempre somos más. 
Ahora, con su permiso, los dejo, que voy a hacerme un cafecito. El tilo era para mi madre, recuerden; la mañana pide vicio. #BuenaPeroAdicta. 
Buen comienzo de semana, y si pasan cerca de un tilo, háganme caso: respiren.







Retazos de feria

_ ¡Si en un cumpleañitos infantil nos gastamos casi 40.000 pesos!
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_ Se fumó un tabaco que era así de grande y después se tomó un litro de ron, que para mejor estaba lleno de ají putaparió.
_ Quedó curado por dentro y por fuera.
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_ ¿Todo tranqui? 
_ Bien de bien. Hoy me dormí.
(Veinteañero, a las 11.17, armando el puesto)
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_ Son 30 pesitos que gano con cada cosa que vendo, ¿cómo me va a sacar mi ganancia? 
(Señora que vendía ropa usada, abrazando la bermuda de jean que le regateaban dos muchachos)
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_ ¡Si dijera que iba a ganar algo! Me pidió rebaja, pero con ese precio no consigue ni de plástico. 
_ ¿Y la llevó? 
_ ¡Sí; no vino pero la mandó buscar!
(Un veterano que vendía cosas antiguas)
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Lo lavás y te vas pal baile con ellos.
(Vendedor de championes usados)
.........
_ ¡Vo, le hice escuchar el canto de Bob Marley y el loco escucha cumbia!
(Una chica a su amiga)
..........
_ Te lo puedo dejar a menos porque quiero sacarme el lugar de la mesa.
(Vendedor ofreciendo algo)
........
Y paa variar lo cocoroto.

(Un caribeño, a su amigo)




Hacía como dos meses que no leía el horóscopo en el diario, pero las vacaciones...

Cáncer: (...) Busque a Géminis que le dará energía.
Libra (...) Géminis y Acuario lo ayudarán hoy.
Escorpio: (...) Lo mejor es hablar poco y bien y no discutir con Géminis.
Acuario: (...) Géminis lo alienta.
Piscis: (...) Evite a Virgo, Sagitario y Géminis.


Bueh. Parece que doña Susana Garbuyo hoy está pesada con Géminis, ya no sabe cómo hacer para meterlo en cada signo. Pero me dio envidia, lo admito. Yo quiero dedicarme a hacer dos líneas de predicciones para cada signo por día, a mandarle indirectas a todo el mundo y que me paguen por eso. ¿Alguien sabe cómo se hace? Pásenme el dato, si fuera posible. Aries se los agradecerá.




El sótano de Kalima mientras estamos en el taller es como un inconsciente colectivo húmedo y lleno de sillas. Ahí podemos sacar y convertir en palabra cualquier cosa que se conecte (o no del todo) con la literatura. Con alcohol o café, con o sin scones, previa de otro boliche o antesala del descanso. A la salida emergemos a la superficie, y cada vez encontramos un mundo diferente. O es una banda de rock de quinceañeros con apoyo familiar, o personas que leen con voz impostada textos un tanto sobreescritos, o niños que celebran cumpleaños o un señor canoso dando una entusiasta conferencia sobre la humedad y los mejores tipos de pintura para exteriores. Nunca se sabe. 

Algún día de diciembre el espectáculo va a quedar en nuestras manos, y ahí veremos cómo se siente leer al nivel de la planta baja, ante oídos en parte desconocidos. Aún no sé si voy a hacer algo, solo que estaría bueno que fuese breve. Ya les contaré, o colgaré fotos, no sé, pero acepto sugerencias de títulos o temas, porque funciono mejor con una idea inicial. 





Venía sumergida desde hacía más de media hora en una intriga de crímenes y engaños que llevaba unas 200 páginas y ya había pasado por dos continentes y tres países. Cuando levanté los ojos y vi que estaba cerca de mi parada cerré el libro de Mankell y decidí cambiar la violencia de la ficción por la pacífica modorra de la realidad de mi barrio a la hora de la siesta. El 405 venía moderadamente lleno, con unas diez personas de pie. Me paré para bajar por la puerta delantera y unos metros antes de que el bus frenase vi una camioneta gris que lo adelantó a toda velocidad, le tocó bocina e hizo señas para que frenara. El bus se detuvo a un par de metros, en la parada. Un muchacho de unos veintipico bajó en seguida de la camioneta. “Tanto lío para que un flaco llegue a tomarse el 405”, pensé, pero ahí miré la cara desencajada y el palo en la mano del muchacho, y me di cuenta de que la cosa no venía por ese lado. Otros dos se bajaron, y corrieron hacia el 405, dejando la camioneta vacía, con las puertas abiertas, al tiempo que otro vehículo gris se orillaba en Camino Maldonado y descendía otro hombre, dirigiéndose también a mi ex bus de hacía un segundo. Todos estaban vestidos de negro, con remeras del mismo boliche (que me suena que decía “Nocti Bar”, pero no estoy segura).
_ ¡Abrime atrás, abrime atrás! – gritó uno de ellos ubicándose junto a la puerta trasera, mientras otros tres se metían al 405 por la de adelante. 
No sé si ustedes me conocen: soy lo menos chusma del mundo, y detesto tanto la violencia como el peligro. Me dispuse a cruzar Camino Maldonado e ingresar al territorio seguro de la cooperativa, cuando no pude evitar ser testigo de una escena confusa, que implicaba un hombre joven bajando a toda velocidad por atrás del ómnibus, un patrullero con la sirena abierta que hacía su aparición a media cuadra y todos los del bar que perseguían al fugitivo corriendo por la vereda. El 405 reinició su marcha como si nada hubiera sucedido, en tanto la carrera de cazadores y presa proseguía ahora en medio del vértigo del peligro, porque todos cruzaron Camino Maldonado a lo loco, esquivando por milímetros a los autos, ómnibus y motos que se desplazaban en sentido contrario. Un par de policías abandonaron el patrullero y se sumaron a la persecución, hasta que lograron atrapar al fugitivo y lo tiraron al suelo.

Para ese momento ya se estaba congregando una pequeña multitud de curiosos en la vereda. Yo dejé de mirar, acomodé una bolsa de mandados en cada mano y comencé a caminar hacia Arbolito. Desde la cartera colgando de mi hombro derecho el viejo Mankell me guiñaba un ojo, como diciendo que las apariencias engañan, que la paz y la convivencia armoniosa siguen siendo espejitos de colores, y que nadie está a salvo.




Desembarco en Valizas
Día 1
“La espero en el aire”, dijo el señor de la estación de servicio a una de mis amigas antes de regalarnos un paquete de waffles a cada una, y ahí empezamos el viaje. Cayó el sol y el cielo, contrariando todo pronóstico, se llenó de estrellas. Íbamos comentando qué cerca estaba el aeropuerto de El Jaguel y cómo se notaba la cercanía de Punta del Este por el buen estado de la ruta cuando nos dimos cuenta de que hacía largo rato que de la 9 no teníamos ni noticias, y tuvimos que hacer un largo rodeo por la 12 hasta volver a encontrarla. 
Ya en Valizas, tomamos posesión en calidad de estrenadoras de nuestras habitaciones del frente con terraza propia. La Dársena ya estaba con la música a todo volumen, pasando con toda naturalidad de Soda a Olimareños o Gilda. Era noche de estreno del caño que le habían llevado los muchachos del hostel, pero no llegamos a verlo, por ahora.

Joaquina, la perrita tímida del mes pasado, seguía desde entonces acostada en los sillones del frente. Pregunté por su aventura de perderse, porque cuando nos fuimos en octubre andaba medio mundo buscándola, y nos contaron que no fue nada. Parece que esa noche la Joaquina se había quedado hasta las 5 de la mañana en el boliche de enfrente y cuando terminó el baile nadie podía encontrarla. Pusieron fotos en cuanto grupo valicero había, dieron vuelta el pueblo, pero nada. 30 horas más tarde la dueña del lugar subió al entrepiso, vio un movimiento en el acolchado de la cama y ahí estaba la Joaquina, desde el día anterior, acostada en la cama y escondida entre las cobijas.

La noche valicera tiene por ahora más ruido que gente, pero en El León dio para un Bayleis (porque una es hippie pero no toma caña, vio) y para un vasito de cortesía del famoso Jägermeister. Además había un fogón al aire libre, música, pool y tragos, ¿qué más se podía pedir? Igual no duramos tanto como la Joaquina en el boliche, porque a las dos ya estábamos cruzando la calle para ir a dormir, con la música de Dársena como fondo sonoro obligatorio.

Día 2

Cardenales en el hostel, en la vereda, mansos y pedigüeños. Acá la gente les tira miguitas y se autoproclama dueño: “ahí viene, ese de ahí es el mío”. 
El ternero del hostel es lametón, y se llama Aníbal. “Es divino, dijo miau cuando me vio”, afirmó una de mis amigas. 
La playa está ventosa pero llena de tentaciones. Casi cero humanos. Una perra tímida que se me acerca, camina cada vez más lento y termina arrastrándose por la arena para saludar. Gaviotas a la pesca. Un símil pato negro posado en la orilla. Algún rayito de sol de vez en cuando. Mucho mucho mucho mucho viento.

Tarta de verduras con Vale en Noctiluca. Rica, con masa integral, crocantita. Trufas de naranja y coco con dulce de banana. Té con menta y cardenales y perra Joaquina a nuestros pies, mientras se arma la tormenta y vemos pasar a medio pueblo por la principal. Vale se va a dormir lo que la música del Boliche le impidió esta noche. Busco algo para leer en el hostel y me vuelvo a Noctiluca con Juan Cunha de la mano. Charlas con Ana (la que atiende) sobre narrativa, puntos de vista, trancazos, rutinas a la hora de escribir. Suenan truenos. Joaquina entra a la cocina de Noctiluca y se refugia en un rincón. Ana me da a probar un licor de butiá añejado y extremadamente delicioso. Se larga la lluvia pero nadie corre. Paró el viento. La hora de la siesta cae a plomo y agua sobre el pueblo. Vuelvo a mi habitación, trepo con cierta dificultad a la cucheta de arriba y me pongo a escribir, lo que siempre resulta ser una de las formas de la felicidad. Otra.





Ya había salido de casa, iba caminando por el pastito rumbo a la calle cuando decidí volver. Abrí las dos cerraduras y le hice un mimo en la cabeza a cada gato. Ellos me miraron sin entender el inesperado regreso. Matilda me maulló desde su sitial arriba de una valija en el living y el viejito bostezó, que es lo que siempre hace cuando me ve entrar. Mientras tanto, yo me dedicaba a buscar un libro para pasar la mañana. La jornada del miércoles en el IAVA suele ser larga y movidita, pero hoy es el último día y apenas si irá alguien a preguntar un promedio, así que se impone ir bien pertrechada para pasar la mañana sin desesperar. 
Estaba revisando distraída un estante de la biblioteca cuando de repente vi entre varios libros viejos uno que me llamó la atención, un Mankell absolutamente nuevo para mí: “El cerebro de Kennedy”, era el título. ¿Y esto?, pensé. Yo nunca compré este libro, ¿de dónde habría salido? ¿Será que tengo un stalker que tiene la llave de casa y se entretiene sembrando cositas para que yo me desestabilice? ¿Será que ya arranqué con los genes del lado complicado de mis raíces? ¿O será que es mejor no preguntar?
Volví a salir de la casa, con el nuevo y viejo Mankell en la mochila; los dos gatos me miraron marchar sin sorprenderse, como siempre. 
Ya en el omnibus, me vino el recuerdo de una charla que tuve ayer al salir del liceo, una charla con alguien que porfiaba conocerme pero a quien yo nunca nunca nunca ni por casualidad había visto en la vida. Él no terminaba de ubicarme, pero insistía en que nos conocíamos. Yo no recordaba su nombre, su apodo, su historia, sus ojos ni su mirada, hasta que una palabra, una palabra totalmente intrascendente (la palabra “amarillo”) abrió un cajón clausurado, y los recuerdos estallaron frente a mis ojos. En un instante reconstruí toda la historia, recuperé imágenes, diálogos, sensaciones, con tanta nitidez como si nunca los hubiera borrado de mi memoria. 
¿Pasará igual con los enfermos de Alzheimer? ¿Estarán sus memorias en algún rinconcito susceptible de ser activado de alguna manera, química, física o terapéutica?
No lo sé. Solo sé que no sé nada, que está bueno el patio al solcito y que por ahora no he hecho llorar a ningún estudiante, lo cual para ser el último día de clases resulta más que suficiente. 
Buenos días, estimados. Y no se olviden de decirme sus nombres la próxima vez que nos crucemos en la calle. Buenos días.





Cinco coches chocados uno atrás del otro en Bulevar. Un COPSA atravesado en 8 de Octubre, con patrullero al lado. Bocinazos, finitos, adelantos y maniobras de todo tipo y color. Mis compañeros que iban a Florida de tarde trancados en la terminal por un paro sorpresivo, justo el día de la elección obligatoria hasta las seis so pena de $5400 de multa. El país entero horneado a fuego lento, y unas nubes negras que se nos vienen. 
#EsViernesYTuEstrésLoSabe
Salvo para Matilda, que pide comida como si el mundo no estuviera ardiendo, chocando y emitiendo quejas. Lo de ella es inmutable. 
_ Atún, humana. ¡Ahora!




Ese momento en que tenés que ir a votar a Florida, sacás pasaje sin preguntar si es el directo, te das cuenta de que la CITA dice “x Ruta 48” y el chofer te aclara que el viaje va a duras 3 horas y algo, quizás 3, si hay suerte y la ruta no está muy complicada. 

Este va a ser un largo viaje, pensás, y echás mano al celular. Este va a ser un largo viaje.




Llora, llora, llora con los mil y un tonos de que es capaz frente a mi puerta, llora media hora o más, hasta que me levanto. Ahí sale corriendo delante de mí, baja la escalera y se pone a comer LO QUE YA TENÍA en su platito. Al rato se instala en la cocina junto a mi silla y reinicia los lamentos, hasta que allá a las cansadas me pongo de pie y la miro. Cuando me ve levantarme corre y se pone a comer la comida, que está a no más de un metro de mi lugar inicial.


¿Qué diablos pasa por la cabeza de un gato?






Dante y Edad Media:

* La Edad Media fue una época de oscurocentrismo.
* Beatriz fue el amor prohibido de Dante. Luego de su muerte Dante decide petrificarla en su obra. 
* Dante ingresó al vestuario del Infierno. 
* La puerta del Infierno no tiene ningún screpulos.
* El Limbo era el lugar donde se encontraban todas aquellas almas que nacieron justo antes de la credibilidad del dios.

Shakespeare y Teatro Isabelino:

* Las brujas se vestían con ropa muy sucia y descuartizada.
* El escenario estaba a 1 m de distancia del suelo.
* Las obras eran representadas en los páramos.
* El teatro consta de dos unidades aristocráticas.
* Variaciones de la expresión "Ingenios universitarios": ingenieros, ingenuos, entes universitarios.
* Cuando Isabel fallece el sucesor es Jacobo I y (el teatro) pasó a llamarse teatro jacobino. 

* El vestuario era precoz.




Todo mal, Roger, todo mal. 
1. Me acabás de arruinar todo concierto futuro de acá a la eternidad. Nada va a ser nunca parecido a esto.
2. Me quitaste toda posibilidad de crónica. No hay palabras. 
3. Algún día capaz que te nos vas, y yo no puedo vivir en un mundo sin vos. No lo hagas, Roger. Pensalo. 
4. Ahora cómo diablos sigo con mi vida. 
5. ¿Cuándo volvés?
6. Wish you were here.
7. Stay human.
8. Fuck the pigs.
9. Resist.




¿Hunos y romanos? ¿Griegos y persas? ¿Hobbits y trasgos?
No, queridos. Más allá de la Historia y la Literatura, la verdadera épica está entre Humana Con Pulgar Que Aún Duele tratando de ponerle un collar a Gata Con Pulgas. Ahí te quiero ver.


(Con el gato aún no me animo)




Hace pila que no recuerdo lo que sueño, pero recién (horas después de despertarme) me ha venido una imagen a la memoria: era una pesadilla, soñé que una ola me mojaba la mochila, con el Iphone adentro. Creo que mi inconsciente se me está volviendo un poco materialista.