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martes, 7 de octubre de 2014

EL SUEÑO DE LA BANDA PROPIA






            Esta mañana decidí que apenas pueda le pego una llamada al Cholo y le propongo que formemos una banda para secuestrar mujeres.
No a todas, ni tampoco cualquiera, no. Nuestra víctima ideal tiene entre treinta y sesenta años. Acostumbra llevar de arrastro su humanidad embutida en ropas que pugnan por pasar inadvertidas, con un marco capilar ajado y sin brillo y un rostro que solo conoce de pasada el rouge que se le aplica a toda velocidad y el lápiz negro que no siempre acierta el camino a la delineación de unos ojos eternamente bajos.
_ Yo no soy de perder tiempo con esas cosas._ dice.
Y también:
_ El que no le guste, que no me mire. _Y trata de esconder sus uñas sin color y con cutículas deshilachadas mientras nos observa de reojo a ver si su mentira ha dado con oídos receptivos.
El Cholo y yo planeamos para ella un rapto sin violencia, eso sí, nada de golpes ni amenazas. Un pañuelo embebido en somnífero aplicado por sorpresa mientras espera el ómnibus en la parada o intenta corregir escritos durante sus horas puente en la sala de profesores de algún liceo, un corto viaje trastabillando sin demasiada conciencia de la situación y el asiento trasero del coche que la espera con la puerta ya entreabierta serán más que suficientes para ponerla por entero en nuestras manos. Ambos confiamos en que podemos realizar esta operación en un par de minutos sin tropiezos.
Una vez en la guarida será el turno de la Mimí. Madame Mimí, como a ella le gusta que le digamos, aunque nació en la Unión y lo más cerca que estuvo de París fue una noche que se la pasó cantando La Marsellesa con  un par de marineros polacos en el Bosquecito de la Francesa, allá por Lezica.  Madame Mimí, decía, tiene a su cargo la parte técnica del asunto, porque es la que sabe de peluquería, maquillaje y estética en general como si hubiera hecho el curso de Belleza de la UTU que siempre pensó y nunca pudo.
Nuestra tropelía será aprovechar el tiempo en que la víctima esté sedada para convertirla en la mejor versión de sí misma que jamás pudo soñar, incluyendo corte y tintura de pelo, maquillaje, bijouterie, maniquiur (como le gusta decir a la experta), limpieza general de sarro (porque la Mimí trabajó como dos meses una vez de ayudante de dentista y conoce la técnica), extirpado antinflamatorio de barritos y un vestuario  tan moderno como sentador, donde quizá por vez primera los colores armonicen sin gritarse y los anillos adornen sin abrumar. Como toques finales un buen perfume, carterita elegante al hombro, y listo el pollo. El Cholo me toma el pelo y me carga con eso de que le estoy copiando las ideas a un programa de cable, pero yo le porfío que la idea me viene de más atrás, de las reuniones familiares de mi infancia rodeada de señoronas marrones y sepias aventurando monosílabos inexpresivos en medio de incómodos silencios y miradas disimuladas al reloj cucú de la sala de mi tía Coca.
Una vez liquidado el asunto de la mejor versión de sí misma y bla bla bla vamos a devolver a la víctima a su hábitat natural para estudiar tanto sus reacciones como las del entorno inmediato, lo que haremos disfrazándonos de usuarios del sistema de transporte capitalino en la parada en la cual la dejaremos, o de padres del alumno Rodríguez de 4º4 (siempre hay un alumno Rodríguez en 4º4 y siempre tiene algún problema de conducta para ser notificado a sus progenitores) en el liceo donde la encontramos en primer lugar.
Lo único que me preocupa y que no hemos podido resolver es la pequeña cuestión de qué haremos cuando tras cuatro o cinco secuestros la cosa cobre estado público y empiecen a aparecer en las paradas señoras esperando un hipotético ómnibus por horas y horas o eternizando los recreos para lograr quedarse solas en las salas de profesores de todo el país como diciendo “aquí estoy”. Y no sé. El Cholo dice que para entonces podríamos empezar a cobrar por secuestro, y la Mimí incluso quiere ir armando desde ya una lista de espera para sus forzados milagros estéticos, pero yo no sé.
Por ahora no voy a tomar una decisión, porque después de todo no es tan urgente, pienso mientras levanto los ojos y miro a mi alrededor en busca de posibles futuras víctimas de mi banda de delincuentes del asfalto. Hay a mi derecha una en particular, una cuarentona castaña cuyo perfil se recorta contra el gris del muro de la Caminera en la vereda de enfrente, que…
 ¿La Caminera?
En una fracción de segundo me enderezo en el asiento del 103 y me abro paso hasta el fondo, donde no hay Cholo ni Madame Mimí que me apliquen somnífero alguno, pese a que yo integraría con mucho gusto su lista de espera para el milagro.
_ ¡Guarda! ¡Bajo en esta!
_ Podrías avisar con más tiempo, ¿no?
_ Sí. ¿Y tu mujer cómo anda? Decile de mi parte que el Cholo la anda buscando, decile…_ mascullo para mis adentros (no vaya a ser que el señor se enoje y mi banda se quede sin ideóloga antes del primer secuestro), y me voy a mi casa, a darle de comer a las gatas.


            

viernes, 3 de octubre de 2014

Crónicas de bus: octubre 2014

   



CRÓNICA DE LA INTERACCIÓN CASUAL POR LAS CALLES (Y BUSES) DE MONTEVIDEO

Capítulo 1: 
La señora que va junto a mí en el 103 se me queda mirando descaradamente y soy consciente de que me está haciendo una radiografía visual a escasos centímetros de mi cabeza. De pronto se decide y me habla.
_¡Cuántas canas te salieron, con lo joven que sos!
_ ¿Perdón?
_ Que estás llena de canas. Mirame a mí: 68 años y ni una tengo. Es que mis abuelos eran vascos franceses y tampoco tuvieron nunca.
_ Ah, me alegro por usted.
Y me bajo pensando que la semana que viene tengo que ir sin falta a hacerme la tinta, aunque lo de que la señora no tenía canas no pude comprobarlo, porque estaba teñida de rubio.

Capítulo 2: 
Fui a hacer mandados bajo el amable sol de la mañana temprano, y al doblar una esquina vi a un castaño de pelo largo, vestido solo con una bermuda de jean y agachado, juntando algo que yo creí que era del pasto. Hay cada loco... Ya seguía mi camino cuando su grito me detuvo en seco.
_ ¡Profe!
Caramba, caramba. Parece que cada vez resulto haber sido profesora de personas más viejas. Casi mayores que yo misma incluso.
_ Sí, sos la profe, claro. ¿Cómo andás?
_ Bien... ¿Vos de dónde eras?
_ Del 14. Estás igual, qué impresionante, igualita. 
Otro que me viene con el cuento.
_ Eras del 14... ¿Qué edad tenés?
_ 36
_Ah, con razón no te recuerdo. 
Esta vez tenía una justificación; no era necesario aclarar que si hubiera sido de 2013 capaz que tampoco lo ubicaba.
_ ¿Qué estás juntando?
_ Moras, ¿querés? Llevate unas cuantas.
_ No, te agradezco, porque recién voy a hacer mandados. Bah, dame una y la pruebo. ¿Las moras no son rojas?
_ Estas no. Son moras blancas. Estás igualita.
Y me fui con la mora en la mano. Todavía no la probé.


Capítulo 3
8 de Octubre y Vicenza es una esquina muy convulsionada últimamente, en medio de una obra de remodelación enorme que ya lleva varios meses y ha hecho que en estos días esté cortada toda una senda de la avenida. Tuve que dar unos pasos medio acrobáticos para acercarme al frente del local de Acher de la esquina y ver si encuentro al gato viejo al que le doy comida. Pero nada.
_ ¿No lo viste?_ Sonó una voz a mis espaldas.
Era una vieja de chismosa, y no tuve que preguntarle a quién se refería. 
_ No. ¿Vos sabés algo?
_ Nada, hace días y días que no lo veo, pobrecito. 
_ Capaz que lo adoptó alguien.
_ Ojalá. Que andes bien.
Y seguimos nuestro camino, dos caras de la misma moneda con solo un par de décadas de diferencia.







El 405 dominguero y semivacío al que asciendo en mi cooperativa no demora ni diez segundos en darme una enseñanza de valor general: no está bueno alardear del dinero que uno posee. 
O eso creo desde el momento en que me tiro en el primer asiento libre, busco en mi monedero el importe del boleto y soy solicitada a la vez por dos mujeres. 
La de la derecha es la guarda, que se dirige a mi tratando de disimular un cierto brillo de expectativa en su mirada.
_Tenés monedas? Porque siento el ruidito...
La de la izquierda es una anciana silenciosa que me toca el hombro y me alcanza un cartón que tiene un mensaje que solicita ayuda en virtud de sus muchos problemas económicos.
Conclusión 1: hay que tener mucho cuidado, porque mostrar en el ómnibus las monedas, o simplemente dejarlas sonar puede hacer que uno siga su viaje con unos pesos menos en el bolsillo y un agujerito nuevo en el alma.
Conclusión 2: ¡si habrá que meditar antes de poner el voto de acá a siete días! 
Yo sigo apostando por los que defienden aquello de que los más infelices deben ser los más privilegiados. Vamos de Frente.





El miércoles empezó con un grito de horror en la parada del ómnibus cuando una vieja de sombrerito que iba a paso de tortuga se tiró a cruzar delante de un Copsa que venía a toda velocidad y tuvo que clavar los frenos para no despachurrarla con sombrero y todo.
Luego, la telenovela de la mañana. "Quiero ir contigo, déjame subir". "No, no hay espacio para ti en mi vida". "Vamos, dame una oportunidad, 405, que 316 me rechazó y se fue de largo...".
Ya en viaje, una voz desde el asiento de atrás.
"Me mandó un msj que quiso ser chistoso pero no lo entendí; vos viste que los hombres para el humor son medio huecos..."
A continuación me llega un wsp pero no quiero chequear, porque me parece que el señor hindú que conocí ayer en un 103 es un poco insistente y no tengo ganas de pensar corteses mensajes de despedida por los siglos de los siglos amén y encima en inglés.
Pero capaz que no es.
Este es el grado de dilema existencial que manejo a las siete de la mañana: no tengo cerebro para nada más complejo que dos más dos cuatro.
Se vació un asiento. Para esto sí mi cerebro está preparado.
¡A por él!




Mi 316 rumbo al liceo 58 no iba ni muy lleno ni muy vacío. Yo aprovechaba el tiempo para releer a Machado de Assis y medio de reojo controlar a mi compañero de asiento, que había resultado ser bastante movedizo. No veía nada de él, excepto la manga negra de su campera de nylon y una mano joven de dedos morenos, pero percibía que iba nervioso porque dos por tres se daba vuelta o amagaba con bajarse.
De pronto me habló.
_ Sorry, do you speak english?
Lo miré. Era un hindú: pelo negro lacio, lentes, bigote, piel amarronada, veintipocos años. El típico hindú que últimamente prolifera por estos lares y de los que (prejuiciosamente) me dan siempre la impresión de ser todos iguales.
No tuve alternativa: había que comprobar sí o sí si los dos años de inglés de la Alianza habían servido para algo.
_ Yes. Can I help you?
El pobre iba viajando hacia Zona Franca en un ómnibus que lo iba a dejar a kilómetros de distancia. Le expliqué cómo llegar a donde iba y charlamos un rato. Fue mi primera conversación totalmente en inglés; salió muy fácil.
Eso sí, después tuve que explicarle a Baba que no tenía whatsapp ni twitter, aunque creo que la mano venía de inmigrante solitario en un país tan extraño y exótico como nosotros. O eso espero, porque al final me conmovió su condición de perdido en la realidad uruguaya y le pasé mi teléfono.
Todo esto es para explicar a mis amigos de este muro por qué no pienso atender ni una sola llamada que provenga de un número desconocido en lo que queda del año.
He dicho.



MEJUNJE DE CHARLAS DE BUS DE VARIOS DÍAS

"_ ¿Y al almacén donde vos trabajás no lo cierran nunca?
_ Solo los domingos a las tres de la tarde. Bah, tres, tres y media, cuatro, porque mientras haya gente sigue abierto"


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" _ Atendimos 52 mesas en una hora, hoy. Casi batimos el récord, que es de 54. Nos dijeron que de premio nos iban a dar una coca mediana; espero que no se olviden."

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"_ ¿Tengo que ponerme el Evatest en la frente para que me den el asiento?"

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"_¿Vos sabés cómo nací yo? Mi papá y mi mamá estaban re calientes pero no tenían preservativos. Pensaron pedirle a mi abuela y al final mi vieja no se animó, pero como querían garchar como fuera lo hicieron igual y, bueno, nací yo y después se casaron. No fui una hija planificada".

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"_ Hoy me voy a poner un shortcito, así puedo bailar encima de la barra y no me tengo que andar cuidando de que se me vea".

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"_ Quién sabe con lo que me voy a encontrar porque la vieja esa no te limpia ni un vaso. Yo nunca vi cosa igual. Se pasa dele que dele con la computadora y no sirve ni para levantar la mesa. Solo va a la cocina a buscar algo para comer; no sirve para nada más. Cada lunes me encuentro aquello que parece Gazobo. ¡Te juro, parece Gazobo!"






Viernes, 10.22 de la mañana. 
Me levanté a las ocho, limpié mi casa, jugué con mis gatas, oí a Darwin, hice mandados, regué las plantas y cociné para el mediodía. ¿Qué me falta?
Me faltan una madrugada, cuatro buses y casi cincuenta gurises de cuarto año. Bendito asueto del privado.






En medio de la lluvia, el viento y el cansancio de una jornada de 12 horas reloj, en la esteparia precariedad de una parada sin techito, en medio de los pelos ingobernables y los zapatos mojados, lo veo y me ilumina el rostro, como todos los jueves a esta hora. ¡Es él! ¡Él! Mi 103 preferido que sale de Tres Cruces y llega vacío a la parada para que las (literalmente) 20 personas que nos zambullimos en su coraza protectora de las inclemencias del tiempo podamos viajar sentadas y sin vendedores de ocasión ni cantores in the rain.




VOCES DEL 405

a) EMPLEADAS

_ Yo ya hago 40 años de casada.
_Cuando hagas 50 hacé una fiesta y me invitás.
_ ¡Ah, claro! 40 años... Mi gordo siempre me acompaña a la parada. De noche, después de cenar, me dice "dejá, no levantes los platos que mañana lavo antes de ir al trabajo".


_ ¿Viste, María, que Lacallecito va a ser mucho mejor para nosotras? ¡Dale, votalo que falta poquito! Van 42 a 37. ¿Vos a quién votás?
_ El voto es secreto.
_ ¿Y vos? (a una tercera)
_ Yo voto a Tabaré. Tendríamos que estar contentas, es el que más nos ha apoyado.


_ Yo era Rodríguez y firmaba con z y ahora me voy a casar, saqué la partida de nacimiento y me salió una s. Rodrígues, nunca vi Rodrígues con s. Es la primera vez.


_ Me voy a sentar, si no te enojás. No doy más de las patas.


_ Yo soy de Danubio. 
_ Mi marido cuando pierde se pone muy mal, pero yo te digo la verdad, sinceramente, un poquito me tira la selección. El resto no.


b) ESTUDIANTES

_ No sé si va eso, porque solo dimos dos clases de ese tema, una de Impresionismo y otra...
_ ¿Vos sabías que Sofía vio el parcial de mi clase?
_ ¿El de Literatura? ¿Y qué pregunta?
_ No sé, vio unos recuadros, nada más...
_ La de Literatura no me soporta. El otro día Jime me preguntó algo y yo le estaba pasando y ella creyó que yo pedía que me pasaran y me dijo "Clarita, el lunes cuando entregue los escritos usted va a tener que justificar oralmente la nota que se saque". Qué bajón, ¿entendés, boluda?


_ Yo el lunes voy a empezar a trabajar. Sí, a repartir listas de los blancos. A mí no me importa nada, pero, o sea, son 6 horas y te pagan 400 pesos por día. 
_ ¡Genial!
_ O sea, tengo un puestito y, o sea, estoy un rato sentada, otro rato me paro y entrego listas en una esquina y los fines de semana en una feria.
_ Y ahí te pagan más, ¿no?
_ No, o sea, no creo. Es de aquí a las elecciones, o sea, me hago unos 7000 pesos. Ojalá que haya segunda vuelta así curro un poco más.




Estimado usuario de facebook: 
La Dirección de esta página cumple en informar a usted que en virtud del cambio de horarios (y del cuerpo con memoria de la hora anterior, borrosamente despertado a las 7.09 con la sola opción de un taxi que en día de lluvia y principios de mes demora veinte minutos en pasar y termina llegando al Integral a las 8 de la mañana) no se dispondrá de crónicas de bus en la presente jornada.
Comuníquese, archívese, etc.








Poema en seis personas.

Yo: escribo en el celular.
Tú: lees una crónica de bus (otra).
Él: maneja el ómnibus y oye el relato de un partido de fútbol por la radio.
Nosotros (los abnegados pasajeros): miramos por la ventana y buscamos un poco de silencio en nuestros corazones.
Vosotros: (los que no viajáis en 103), no podréis comprenderlo.
Ellos (los del fondo): van disfrazados de futbolistas, cantan y tamborilean de lo lindo.

Necesito poner punto final a este ruido dominguero, o al menos puntos suspensivos, para convertir en pretérito indefinido este presente interminable al que accedo varias veces por día por la módica suma de 23 pesos.




Está en la misma parada de ómnibus que yo. Tiene veintipico, es regordete, viste rigurosamente de rojo y negro y porta un parlante que cada dos por tres prueba por unos segundos, inundando de reggetón el ruido ya de por sí ensordecedor de 8 de Octubre.
Lo miro de reojo. Ya lo he visto, lo he escuchado y me he aturdido.
Hoy no, por favor, hoy no.
Lo sigo controlando al disimulo. 
Intenta subir a varios vehículos y es rebotado vez tras vez. Sigue esperando, y yo (que no creo) rezo para no salir favorecida esta mañana con su arte callejero.
Al fin viene mi 402, y al ascender me doy cuenta de que él se tomó el 100 de adelante.
Gracias, quienquiera que maneje los hilos de los acaeceres intrascendentes de que está hecho el tiempo. 
Gracias, pienso de nuevo, mientras me dejo llevar por los Doors que va oyendo el chofer. La mañana se hace menos gris y más vivible. Gracias.






"La gata. Vos sabés qué es lo que hace ahora esa gata loca? Abre la puerta del ropero en medio de la noche. La mueve con la patita hasta que la abre para acostarse encima de los acolchados. Qué gata loca! Sabés cómo la saqué, ¿no?"
   Dios mío. Acabo de encontrar a mi alma gemela en un 103 y es una cincuentona de lentes hablando por celular con una amiga.
Por suerte la dinámica del ómnibus pronto pone distancia entre nosotras, porque me da miedo seguir oyéndola, y además así puedo concentrarme en la radio del chofer que va dando consejos burreros con "Por una cabeza" como música de fondo.