Vistas de página en total

martes, 26 de septiembre de 2017

Los Artísticos





Los Artísticos

I

_ ¡Profe, decime que el año que viene vas a tomar 6º Artístico!- me llega una orden desde el medio del grupo, mientras escribo en el pizarrón algo sobre Macbeth y las razones para matar o no matar al viejo Duncan. 
Salgo de la Edad Media de inmediato. La voz es de Romina, que ya estuvo conmigo en 4º y en 5º, que no tiene ganas de aprender cómo lidiar con una nueva profesora de Literatura y que se ve que no anda muy concentrada que digamos en el fascinante tema de las luchas por el poder en la Escocia del siglo XI.
_ No sé qué voy a tomar porque no es solo lo que uno decide, es un poco más complicado.
Cosa linda los afectos. Sigo la clase del lunes a primera hora como si nada, pero me cuesta un poco volver a la negrura de la noche y la sangre, porque tengo como un rayito de sol revoloteándome en el alma.

II

Se duermen y vienen a cualquier hora. Siempre están tocando la guitarra o el cajón peruano cuando entro al salón, y en general les cuesta dejarlos. Tienen pelos de colores y a veces lanzan una exclamación porque se les cayó una rasta en el medio de la clase. Dibujan mientras yo hablo. Me invitan a verlos bailar, actuar o tocar en una orquesta. Cuando planteo una propuesta de trabajo se las ingenian para salir con cosas raras. Compiten entre los grupos: que a ellos les pasás películas, que les sacás fotos, que son tus preferidos. A veces tengo a los de un grupo en el salón del otro y me hago unos líos terribles con lo que dimos o no dimos. Cuando termina el año los dejo de ver por el verano; al recomenzar los cursos los veo iguales y distintos, pero yo sigo siendo la misma, o eso creo.

III

Recién voy acercándome al salón y ya escucho la voz de Carolina que me pregunta si hoy vamos a poder tener clase en el patio. Lleva todo el año oyendo que no, que se me va la voz, que hay mucho ruido, que a algunos se les complica para atender, participar o sacar apuntes si estamos sentados en el suelo, pero ella es insistidora, y al final le digo que sí, que salimos por un rato a la última hora. Por estas cosas de los horarios, este año los lunes doy ocho horas de corrido y las dos últimas no tienen recreo en el medio, por lo que los del Artístico 2 siempre me agarran cansada: dos por tres le erro a algún nombre, la letra en el pizarrón me sale peor que de costumbre y la mitad de las veces me olvido de pasar la lista.
Salimos al patio, a un lugar donde haya sol y sombra para que nadie se sienta excluido. Por suerte el liceo estaba tranquilo y silencioso; algunas personas pasaban de vez en cuando y un par nos sacaron fotos, pero en el momento ni ellos ni yo nos dimos cuenta. Les dije si querían arrimar algún banco pero no; todos prefirieron el piso. Analizamos la escena del sonambulismo de Lady Macbeth y no dejaba de ser extraña esa convivencia del crimen, la noche y la culpa con la mañana de sol y los pajaritos del patio. Algunos rasgueaban suavemente un par de guitarras, otro se quedó medio apartado dibujando (como siempre). Cada uno tiene sus maneras de aprender, pienso. Macbeth confirmó a la fuerza que hay profecías engañosas, su mujer necesitó un tiempito para descubrir que no era una psicópata despojada de la posibilidad de la culpa y nosotros aprendimos que un rato de aire libre no está mal, de vez en cuando. De vez en cuando.

lunes, 11 de septiembre de 2017

Rumbo a la frontera






ETAPA 1: las Jornadas Treintaitresinas

Salí de mi casa en plena noche, arrastrando un bolso con rueditas por las calles de la cooperativa, bajo una humedad casi llovizna. A las seis menos cuarto ya estaba esperando el ómnibus que nos llevaría a Treinta y Tres, junto a otras ocho o diez personas, en la vereda de Hospital Italiano. 
Allí había estudiantes que venían de Salto, Paysandú, Durazno. Tres gurisas de Mercedes habían salido ayer a las ocho y media de la noche, y llevaban en vela desde entonces. El de Salto vino con guitarra. Charlan de sus profesores, que algunos comparten, porque son estudiantes semipresenciales. Todos coinciden en que preferirían tener clase con una persona en vivo y no a través de una pantalla pero no tienen otra opción, y se lo bancan.
El ómnibus que iba a salir seis y diez llegó seis y cuarto. El chofer tenía agendadas 26 personas pero solo éramos 11, por lo que deliberamos un rato sobre si partir o esperar hasta que, siendo las 6.38, pusimos proa al Este y arrancamos. Al Noreste, más precisamente. Vamos sin baño, pero con muchos asientos libres para estirarse o poner bolsos. El chofer avisó que va a parar cada hora y media más o menos, para estirar las piernas. Y acá vamos. Con gris pero sin lluvia. Acá vamos.



Llegamos a la Casa de la Cultura justo a tiempo para el primer coffee break. En medio de decenas de estudiantes aparece de pronto una chica de cara redonda y rozagante que me dice:
_ ¿Sos Mariela, no?
_ Sí... 
Ex alumna, obviamente. Del 2004, más o menos. Solo lo cuento para dejar constancia de que recordé: 1) su liceo 2) un tema relacionado a su apellido 3) el grupo en que estaba. 

Debe ser que las jornadas treintaitresinas aceitan los resortes de mi memoria.




Crónica (intencionalmente) desordenada

CHOCOLATE CALIENTE PARA EL ALMA

Pese a que en el programa el chocolate al final de la jornada estaba anunciado con la debida antelación, debo reconocer que por un momento pensé faltar sin aviso e irme directo a la posada. "Mi casa", como le acabo de decir a los amigos que me trajeron amablemente en su auto, porque la llovizna aunque no moja tampoco termina de irse. Estaba muy cansada, luego de una noche de cuatro horas de sueño y una jornada académica de diez horas.
Pero fui. 
La cosa era en el IFD, a un par de cuadras de donde estábamos. Dos salones estaban acondicionados con decenas de sillas y mesas larguísimas, y el olor a chocolate caliente se sentía ya desde la esquina. Una olla gigante humeaba junto a la puerta, y de allí salían de continuo bandejas cargadas de vasos enormes rebosantes de deliciosas calorías. Bizcochuelos de coco, de chocolate, de colores amarillos, naranjas o cremitas circulaban sin cesar. Y merengue, ¡había merengue para ponerle al chocolate!
Hola, soy Mariela R y hace dos semanas que no comía harina. Hasta el chocolate con bizcochuelo, en fin. 
Carpe diem.

YO YO YO

Ella arranca su presentación y de inmediato se la ve como pez en el agua con el micrófono y la notoriedad. 
A mi criterio - y tengo derecho a tenerlo...
Como yo siempre digo...
Eso para mí es importante...
Una mujer me dijo "cuando ud habló de eso en su libro sentí que estaba hablando de mi vida"...
Para mí...
Yo no creo en eso...
Yo no creo que las cosas sean así...
Desde hace mucho lo vengo aprendiendo...
A mí me interesa mucho más...
Para mí, que lo conocí personalmente...
Yo intento... Aunque el "yo" me gustaría no usarlo tanto, pero no puedo...
18.20 arrancó su ponencia.
18.41 llegó al tema.
18.48 lo liquidó.
Sin comentarios.

EL CORO DE LA TERCERA EDAD

Son 29, 24 señoras y cinco hombres altos, al fondo. Un guitarrista y un pianista. Todos con uniforme y carpetas con las letras. Divinos. 
Una de las señoras es una viejita como de 120 años. Cuando se olvida de la letra hace caritas de resignación y medio que mueve la boca, pero no canta. Se afirma cada vez que llegan al estribillo que dice "Y buscándote en cada canción...", y ahí le da a la garganta con alma y vida. 
Una voz de ultrasoprano se destaca entre la multitud. Miro a ver su la identifico y sí, ahí está. Es aguda como para romper cristales, pero canta con empeño y emoción. Todos lo hacen. 
_ Están agrandados porque se van de gira a Vergara- aclara el director. 
Admirables, los viejos. Uno los critica pero con cariño. 
Me emocionaron.

TOQUE

Hubo también una chica cantante de Melo, guitarrista y percusionista, excelentes. Me distraje un rato pensando que si pudiera le sacaría la barba y casi todo el pelo al percusionista, un veterano de pelo como el mío pero blanco. Si soy la novia lo rapo mientras duerme. 
Bueno, ta. No me juzguen.

LOS PARNASIANOS

"Parnaso" es un grupo literario de Treinta y Tres que se reúne los jueves a las tres de la tarde, razón por la cual todos parecen ser jubilados. Una chica canta un poema sobre la violencia escrito por una señora muy muy muy mayor. Buena voz, un poco afectada. Otro veterano escritor recita uno de sus textos y sorpresivamente canta a todo pulmón el último verso. Canta bien. El hijo de la tercera persona que muestra sus poemas canta el texto con un amigo. 
Esta gente tiene magia. No los de Parnaso, digo, sino todos.

REGISTROS

Muestra de fotos antiguas del departamento. Pista de karting, carnavales, fiestas, eventos varios, presentados por un muchacho cuarentón que todo el tiempo decía "en mi época", y me daban ganas de gritarle: ¡tu época es esta, m'hijo!

FRONTERIZAS

Dos brasileras disertan sobre la literatura de la región. Me gustan sus ponencias, pero más me gusta ver que entiendo el cien por ciento de lo que dicen, aunque hablan en su idioma. Evidentemente el portugués del Sur es más fácil para nosotros que el de otras regiones, aunque también hay que decir que tengo facilidad para los idiomas. Es un hecho. Para la modestia quizás no tanto. Según. A veces.

MUSEO CON MAESTRO

En cierto momento hubo una pausa y con las tres chicas de Mercedes que viajaron conmigo desde Montevideo nos metimos al Museo de la Casa de la Cultura. 
Instrumentos, libros, muebles, restos indígenas, armas, fotografías, de todo como en botica. La peculiaridad es que todo se podía tocar, y además el encargado no solo nos explicaba cualquier cosa sino que nos brindó un concierto de acordeones, excelente. Digo acordeones porque probó varios: un Todeschini y un Hohner, entre otros. Me hizo acordar a mi abuelo, obvio, y más porque en cierto momento se puso a tocar algo que era parte del repertorio típico del viejo Barreto. Nos contó que él nunca estudió solfeo, toca de oído y por números, y así le enseña a sus alumnos. Da clases a unos 15, de entre 8 y 70 años, y en su casa tiene decenas de acordeones. Un personaje.


EL MITO DE DIONISIO DÍAZ DEVELADO

A mitad de la tarde estaba sentada en el museo con un muchacho que me iba a imprimir un plano de la ciudad, cuando entraron dos veinteañeros. Uno se quedó mirando la foto de un niño de unos dos años, una foto antigua, como de 1900. 
_ ¡Mirá! Dionisio Díaz. Qué fraude. Cuando me enteré que nos habían contado la historia toda mal no podía creerlo. 
_¡No jodas! ¿De verdad no fue como siempre dijeron?- salté, sorprendida. 
_ De verdad. El profe nos explicó. Contaron todo mal. - dijo, y me dejó pensando. 
Acá en Treinta y Tres parece que "el profe" no es cualquier docente sino uno en particular, un veterano de apellido Mujica, si no me equivoco. 
Siguieron las ponencias de la jornada, con mucha gente en todas ellas salvo la última de la noche, que competía con una presentación estudiantil en el salón azul, y solo contó con una veintena de asistentes, todos mayores de cincuenta o poco menos. Entre ellos, yo. 
Sí, adivinaron: era sobre la verdad del caso Dionisio Díaz, un lirio en el pantano, como arrancó a decir don Jorge Muniz, investigador independiente, un veterano flaquito y de ojos inquietos. 
El señor arrancó pidiendo que "No hagan preguntas capciosas", porque no las iba a contestar. En la sala estaba un bisnieto de Quintín Núñez (el padre de Dionisio) y el que faltaba era Bervejillo, autor de un libro sobre el tema, que se había ido a la sala de al lado. 
Ya de entrada me di cuenta de que no me acordaba (o nunca supe) ni la vigésima parte de la historia, pero de a poco fui entendiendo. 
La charla estaba centrada en la existencia de un pacto de silencio por parte de la policía de Vergara con respecto a su actuación en el crimen, y de entrada se admitió que hay aún muchas dudas, que nunca serán solucionadas. 
Fueron pasando frente a nuestros ojos fotos y más fotos de Vergara y El Oro, los personajes, el contexto. La investigación es minuciosa, tanto que uno de los entrevistados parece que hace poco le dijo a don Jorge que deje de preguntar, "que los tiene llenos con el tema".
Toda la charla fue condimentada con datos de lo más pintorescos , al estilo de: "Juan Ibiaga siempre se distinguió en Vergara porque no le fiaba a nadie, ni a los empleados". 
Copio fragmentos. 
"Felicia, la hija de Quintín Núñez, era nacida en Italia, aunque también se dice que era nacida acá". "Mi abuelo decía que era buena persona, solo que muy callado."
"Dio la casualidad que mi abuelo se llamaba María Salomé y mi abuela María Fascioli". "Don Agustín Iza era famoso por sus tratamientos con agua fría". 
Le suena el celular al cinto. "Disculpen que uno me llamó".
"La empleada Eufrasia (ponele) cura a Juan Díaz de una mordedura de perro y ahí él le comentó que no sabía qué hacer porque la situación en su casa se le iba se las manos". 
"Trompo Vergara dice que Juan Diaz andaba molestado por las cosas que veía en su casa".
"El sr Bruno Muniz filmo una película que no se la recomiendo a nadie. Le dije si conocia el lugar y no, no había estado. ¿Y? ¿Cómo va a escribir de lo que no sabe? Otro sí, vino a pedirme datos y se los di porque vino humildemente, no con grandilocuencia, a pesar de que era de Montevideo".
"Pacto de silencio: la policía sabía dónde estaba Juan Díaz y demoraron dos días en agarrarlo. Ahí lo liquidaron, lo ataron con un cuero a una piedra y lo tiraron al agua. Cuando el tiento se pudrió apareció el cuerpo, con la cara comida por los pescados pero con la herida a la vista. Claro que lo encontraron enseguida cuando quisieron, porque ellos sabían dónde estaba. Cuando lo enterraron en Vergara fue todo el pueblo a verlo, e incluso hicieron exhibiciones macabras con el cuerpo en el cementerio: le ataron un alambre del pene y cuando venían las mujeres a mirar tiraban del alambre y se paraba. No era un ser humano; era peor que un animal, eso llegaron a hacer con el cadáver, pero eso se tapó y nadie lo dice."
Aparece uno de nombre lindo en la historia: el Loco Loló Lucas. No me acuerdo quién era. Un testigo de algo. 
Sigue la charla, que me gusta, pero es larga. 
"Natalio no era caudillo, era juez de paz en 1907 y también comerciante, pero no tenía plata. La que tenía pesos era la mujer, porque era Jijena y los Jijena sí tenían plata."
"El que llega a la casa de Dalmiro Rodríguez tiene que quedarse cuatro días, porque uno no le da."
Opa: aparece una pariente en la historia: Gumersinda Barreto.
Hay algo relacionado al crimen de la ternera, porque Juan Díaz era carnero de Saravia, pero no lo capté muy bien. 
"La pelea no fue de noche, fue de mañana."
"Dionisio no pudo hacer ese camino solito a sus nueve años: cruzar 5 km de monte, 3 alambrados, 2 cañadas, con una beba de 11 kilos y apuñalado. Dicen que lo acompañó alguien. ¿Quién? El propio Juan Díaz."
"Algunos se llamaron a silencio por pudor, por honor, otros porque estaban comprometidos y podían perder el puesto y otros porque de esas cosas no era fácil hablar".
"Quintin (padre de Dionisio) en el lecho de muerte confesó que quien mató a Juan Díaz fue él. Si no lo mataba él lo mataba otro, andaban varios buscándolo".
"Dionisio murió en la comisaría porque demoraron en iniciar el viaje, la llevada a Treinta y Tres fue puro teatro del comisario Yelós. El chiquilín ya estaba muerto". 
"Carlos Molina y Serafín J García pintaron la campaña tal cual era, sin mujeres bonitas y sin gauchos de chiripá planchado, como en los cuadros de Blanes."
Y así, luego de hora y pico de datos y más datos, terminó la conferencia. 
Algunos preguntaron un par de cosas , pero pocos, porque ya eran pasadas las ocho y media de la noche y el chocolate con merengue nos estaba esperanddo. 

Y nos fuimos.






Antes de ir a la posada ayer de mañana pregunté cuál era el camino más directo.
_ Mirá, podés ir hasta la plaza y ahí doblar a la izquierda. Esa es Manuel Freire. 
_ Ah, bárbaro, gracias. 
Y me fui, con mi mochila pequeña y el enorme bolso rojo con rueditas, desubicado para día y medio de congreso pero de lo más práctico para llevar cosas, cosas y más cosas a la laguna. 
Pero no encontré la posada donde se suponía que estaría. Pregunté a un señor y me dijo amablemente que esa no era la calle, que Manuel Freire era dos cuadras más adelante. Le di las gracias y seguí, esquivando los charcos y los perros amistosos de patitas mojadas que me saltaban haciendo fiestas. 
Claro, mi asesoradora inicial de recorrido se confundió, porque yo iba a Manuel Freire y ella me mandó a Manuel Oribe. ¿Ubican, Manuel Oribe? Es perpendicular a Manuel Melendez, una cuadra antes de Manuel Lavalleja. 
No tienen como perderse. 

Ahora ya lo saben. De nada. 




2. ETAPA 2: fin de semana merinero

La laguna hoy estuvo gris pero sin frío ni lluvia. Hasta dio para hacer una caminata por la playa y el pueblo, una vez que mis viejos y yo terminamos de comer la pascualina casera del almuerzo, pascualina que mi viejo acompañó con galleta se campo porque se ve que por estos lares si la comida no se acompaña con pan es como si no se almorzara, vio...
La playa estaba crecida, llena de repollitos y ramas en la línea de resaca. Anduvimos caminando un rato por encima de los restos de hojas y camalotes, al menos hasta que encontramos entre ellos una viborita verde de medio metro, más o menos. Linda, la bicha, con la boquita abierta y la lengua amenazante. Le saqué unas fotos y hasta la filmé cuando se metió a una laguneta producto de la creciente. Hay que ver lo valiente que es una cuando el celular tiene buen zoom y permite quedarse lejos al momento de registrar un encuentro con la fauna autóctona...
Mucho perro amistoso, como siempre, mucho gato hermoso, aves por todos lados, camionetas brasileras, poca gente. Calles con pozos, una rotisería nueva. Silencio. Colores. Ranitas. Paz. 
A la vuelta de la caminata pasamos por el quiosco, primero porque yo quería jugar un cinco de oro, y además porque es lindo el quiosco, que es grande como un almacén y hoy estaba decorado con fotos antiguas de la laguna, una radio Spica y lámpara antigua haciendo juego. 
Un señor de la edad de mis viejos, de ojos verdes y manos de gigante, estaba antes que nosotros, y nos pusimos a charlar. Pedro, se llama, y vive en la laguna. No sé cómo llegamos al tema (se ve que le contamos de la viboreja playera), pero nos contó que tiene una víbora parejera viviendo adentro del auto, que sale cuando lo prende y se asolea contra el parabrisas cuando hace calor. Después me enteré que era todo un mito, pero alguna dentro del vehículo debe haber hallado, porque vive medio al final del pueblo, casi cayéndose del mapa. Lo que me impresionó es que no tiene setenta y pico, como pensé al principio, sino sesenta o menos. O soy muy mala para calcular edades o la vida en este mundo te agrega unos años. Tal vez las dos cosas. 
A la tardecita me tiré hasta lo de mi amigo el Garoto y su dueña María. Él vive con su humana, otros dos canes y dos felinos, estos últimos de belleza esquiva y misteriosa. Con María probamos un licor de mirtilo, que por la foto es una especie de frutita pequeña (brasilero, el licor), y tomamos unos mates. Ta, no soy muy matera, pero 3 o 4 tomo. Estuvimos charlando de bichos, de humanos, de viajes, de Dionisio Díaz y de historias varias, hasta que cayó la noche, empezó a chispear y me volví a lo de mis viejos. 

En el país la de hoy parece haber sido una jornada movidita movidita, pero acá no. Acá estamos (en mi caso, hasta mañana) en un universo particular, fuera del tiempo y del espacio. Afuera hay un coro de ranas, y adentro ya me zumba un mosquito alrededor. Es tiempo de poner el tul. 




El sueño de mi vieja
"Esto fue hace unos años, un diciembre. Yo estaba en Ñangapiré y de repente por el repecho se abrió paso una luz, y en medio de la luz veo a mi padre caminando hacia mí. 
_ Papá, ¿qué andás haciendo por acá?
_ Vine a verte, m'hija, y a desearte que tengas un muy feliz fin de año y que te vaya muy bien en la vida. 
_ ¡Gracias, papá! Pero... ¿Cómo podés estar acá? Vos...
_ No, yo no tendría que estar acá, pero me escapé, m'hija, me escapé. Me escapé un ratito. 
Y se fue. Se metió de nuevo en la luz y se fue agachadito, como quien sabe que ha hecho una travesura. 
Ese año de verdad que me fue muy bien", concluye mi madre. 

Y habrá que creerle. 




_ Fulano (un vecino) anda medio apagadito...- dice mi vieja entrando al cuarto mientras estoy tratando de adelantar un trabajo, porque ella no conoce el significado de la palabra silencio y menos se acuerda de lo que es concentrarse. Y sigue:
_ Sí. Desde que murió la madre este invierno quedó muy triste. 
_ Mmh...- murmuro sin darle mucha entrada. El vecino tiene más de ochenta años y la vieja había pasado los cien, no es ninguna tragedia. 
_ Quedó muy mal. - sigue el tema- ¡Incluso la mujer me dijo que no la deja ni escuchar música en la casa! 
Bueh; hay que reconocer que mi vieja sabe cómo sacarme de la pseudo concentración en la que estaba. No puedo dejar pasar semejante disparate. 
_ La mujer debería aprender que no tiene que tener permiso para escuchar música en su casa. 
_ Sí. Yo le dije: ustedes ya tienen cuarenta años de matrimonio, es tiempo de que tiren parejo... 
¡Bien!, pienso, hasta que escucho:
_ Ella podría escuchar solo para ella, por ejemplo ponerse un walkman...
En fin. Esto no es fácil.

Seguiremos trabajando, pero queda mucho por hacer.




Huracanes, terremotos, volcanes en erupción, precipitaciones intensas en el mundo. Tomenta política en Montevideo. Lluvia mansa en la laguna. 
Este es un universo privilegiado, donde los problemas nos llegan tan diluidos que resulta fácil creer que sus efectos no nos tocarán, al menos por un rato, y donde la preocupación principal es que el Gatón no tenga suerte en su intento de cacería, o habrá que ir a mojarse hasta liberar a su presa. 

Domingo pasado por agua en la laguna.

viernes, 1 de septiembre de 2017

Setiembre 2017





En la madrugada recibo un mail de facebook, que vi hace un rato:
"Hola, Mariela:
Recibimos una solicitud para restablecer tu contraseña de Facebook.
Haz clic aquí para cambiar tu contraseña.
También puedes ingresar este código para restablecer la contraseña: (da un nº)
¿No solicitaste este cambio?
Si no solicitaste una nueva contraseña, infórmanos."
Pensé que era una truchada, después vi que el teléfono tb me trae mensajes similares, con códigos de restablecimiento de contraseña. Acabo de salir y entrar con mi contraseña habitual y no hay problema... No entiendo. 
¿A alguien más le pasó? ¿Tendré que informarles, o esto es una trampa para que lo haga? 
¿Debo preocuparme de ser hackeada y que cualquiera pueda leer mis mensajes privados hablando de próximos escritos o de las películas que pienso ir a ver con mis amigas? ¿Eh?

Si ven que aparecen en este muro imágenes comprometedoras (por ejemplo, fotos en las que tenga unos kilos de más o aparezca con un perfil no favorable) no lo duden: no soy yo, es mi hacker. Tengo un hacker, tengo un hacker, la la la!





Mediodía de viernes. Iba entrando a la parte de adentro de la feria del libro en la IMM cuando lo vi. Delgado, alto, lindo, con onda. Andaba concentrada en títulos y autores así que no le di mucho corte, aunque noté que me miraba. Cuando pasé por su lado me llamó por mi nombre. Uy. Otro desconocido que sabe quién soy y cuyo nombre se me pierde en la noche de las neuronas perezosas... Pero no, porque apenas lo miré bien y escuché su saludo me di cuenta de que era un amigo de hacía muchos, muchos años atrás, de la época de la Escuela de Bellas Artes y los veranos en Valizas. 
Charlamos media hora, y fue como si nunca hubiéramos dejado de vernos. Él anda por caminos parecidos a los míos, es re buen tipo y tiene una condición fundamental que alguien debe tener para interesarme: un sentido del humor certero, rápido, ingenioso. Hemos pasado Navidades y Años Nuevos, compartimos fines de semana, planeamos un viaje juntos por América. Lo adoro. En la época de la escuela una de mis amigas opinaba que yo en realidad estaba enamorada de él sin saberlo, y me costaba mucho convencerla de lo contrario. 
Después de la feria caminé (cargada con muchos y nuevos proyectos de lectura) hasta la previa a la marcha de la diversidad en la Plaza Independencia. Me encontré de casualidad con otro amigo, esta vez un ex alumno, Sebastián, y nos pusimos a charlar. En eso estábamos cuando pasó a nuestro lado un canoso de ojos claros (que ni me miró) y detrás de él se me fueron los ojos, el interés y la energía. Seba opinó que yo tendría que mejorar mi gusto en materia de hombres, ambos reímos un rato, y yo me quedé pensando. 
Cosa rara esta de la atracción. 
Imprevisible, magnética, inmanejable. 
Mi amigo bello y adorado no me mueve ni medio pelo, y un desconocido indiferente moviliza cosas en medio segundo. Obvio que hay que conocer a la gente, no hablo del amor, de la intimidad de dos personas que se saben en profundidad, sino de la chispa inicial del interés, que se da de forma misteriosa, inexplicable. 
Reflexiones de viernes a la noche, estimados. 
Ya descansaré y volveré a las historias de buses y vecinos. 

Créanme. Y disfruten el fin de semana.





7.33 de la mañana. Viernes. Salgo de mi casa unos minutos atrasada pero tranquila, porque sé que con apurarme un poco los compenso, y además la mañana está agradable y sin viento. En la vereda de enfrente está mi vecino Uruguay, parado justo justo en la esquina, sobre el cordón de la vereda. 
_ Hola.- saludo medio al pasar, pero él no me deja seguir de largo del todo.
_ ¡Tengo una rabia!
Lo miro. No me detengo. Él sigue:
_ A mí me gusta llegar en hora al médico, yo soy muy puntual. 
_ Ah...- digo, aún caminando- ¿Te demora el taxi?
_ No... ¿Qué taxi? Es mi yerno. Le dije que pasara y media y no pasó, y yo acá, esperando. Voy a llegar tarde. 
_ Ya va a llegar. ¡Suerte!- me despido, medio a lo lejos.
7.33, ¿recuerdan? 7.33.
El vecino Uruguay no hace honor a su nombre. El yerno está en problemas y él va a pasar mascullando la ofensa todo el día y quizá más. No me gustaría estar en sus almuerzos familiares este fin de semana. 
Sigo mi viaje, ya instalada en un 7A, rumbo a rezongar a la mitad del Artístico 1 por llegar tarde a la clase.
Bueno, ta. Nadie es perfecto.

Feliz viernes.




Mi vecina camina hacia la parada luchando contra el viento y la lluvia. Viene con botas acordes a la ocasión y su campera de nylon con la capucha levantada es fuerte y abrigada. El paraguas lila amenaza con desarmársele a cada paso. Ella lo empuja, lo recompone si se da vuelta y continúa su camino imperturbable. 
Yo la cruzo caminando tranquila, con el paraguas descansando en la mochila, pero ella hace como que no se da cuenta. 
Mi vecina enfrenta la lluvia con firmeza y coraje, y el hecho de que no caiga una gota de agua no parece ser relevante. 

Lo que importa es la actitud.




Estoy en la peluquería esperando que mi amiga Ana me haga un retoque de color cuando entra una nena acompañada por su madre. Debe tener ocho años, y no es la primera vez que la veo acá: parece que es una cantante famosa que participó o participa en algún programa de la tele. Las peluqueras la saludan, todo el mundo la felicita. Yo no puedo evitar pensar que la última vez que estuve aquí (hace como mes y medio, porque siempre me dejo estar todo lo que puedo) también la vi, siendo atendida, peinada y solicitada por todo el mundo. Me pregunto si tendrá tiempo para jugar a las cosas que juegan las personas de su edad, y si no será hora de que yo también me dedique con mayor seriedad a las cosas a que se dedican las personas de mi edad. Venir más seguido a la peluquería. por ejemplo.





De arriba a abajo, de derecha a izquierda, de arriba a abajo, de derecha a izquierda: mi compañero de asiento escucha música (y yo también, porque sus auriculares la filtran un poco) y mueve continuamente la cabeza. Continuamente. Todo el tiempo. Sus neuronas deben estar mareadas, agarrándose a las paredes del cráneo, pienso. Pobres neuronas sacudidas y sacudientes.
Llega mi parada y me bajo. Cruzo Eduardo Acevedo y en la esquina saludo a un alumno que me dice:
_ Profe, qué mal ejemplo: cruzaste la calle mirando el celular. 
Quién soy yo para hablar de las pobres neuronas ajenas, pienso. Y sigo mi camino, que las clases se retoman en nueve minutos. 

Feliz retorno.




Chica, a la guarda del 103:
_ ¿Dónde es la Plaza del Entrevero?
Guarda joven:
_ No sé... ¿Dónde es el entrevero?
Chofer: 
_ Es la próxima. Y no es la Plaza del Entrevero, es el Monumento del Entrevero. La plaza es Fabini.
Chica: 
_ Ah, gracias. 
Yo (para mis adentros):
_ Guarda que no ubica el Entrevero y chofer que da clase y se las da se sabihondo con una gurisita perdida. No sé con cuál me quedo. O sí, sé: con ninguno. 

Y me bajo del 103, que ya llegamos a la Plaza Independencia y Pedro Juan me está esperando.




Micropostal
La señora sube al 106 y lanza una pregunta aparentemente dirigida al aire:
_ ¿Y la sombra? Yo siempre me siento en la sombra.
Un hombre de su edad (unos 70) le responde con tono cansado.
_ Vení acá, Rosa. 
Ella lo mira sin expresión alguna, y repite:
_ Yo siempre me siento en la sombra. 
Él no se inmuta, se instala en el asiento elegido (a la sombra) y le habla con un cansancio no exento de afecto.
_ Vos siempre igual, Rosa, no cambiás más. Sentate acá. 

Y acá van, sentados en el asiento de adelante del mío. Él le pide que guarde buen las llaves, que no vaya a perder nada. No sé si son una pareja o un silencioso matrimonio de hermanos, diría Cortázar, y creo que eso en realidad no importa. Es lo mismo. Charlan y discuten, charlan y discuten, charlan y discuten de todo, hasta que llega mi parada y tengo que bajarme.




Una se lava los dientes, toma una ducha, lava su pelo, se pone desodorante y perfume. 

Una sale de su casa y a la media cuadra tiene una sesión de mimos con una amiga gorda, vieja, que la inunda de fragancia Eau du canine number 5, pero una no se resiste, aun sabiendo que la cosa es irreversible hasta nuevo baño, y sigue su camino, sonriendo bajo el tibio sol de la por fin primavera.





El señor es canoso, alto, delgado y de ojos claros. 
El señor vive a una cuadra de mi casa y no tiene mal ver. 
El señor debe tener diez años más que yo, o tal vez menos. 
El señor lava su camionetita roja todos los santos días de su vida, o le pasa un paño, o le reza, vaya una a saber. 
No sé si el señor es soltero, casado, viudo, divorciado o enamorado, pero sí sé una cosa: el señor es inmirable.
Saludos desde el 103. 

Feliz viernes.





Atención: muchacho de remera blanca manga corta y short blanco y azul caminando por 18, ahora. 
Si lo ven, aléjense. Peligro de sentirse un viejo de m abrigado como para el invierno en primavera. 
Repito: aléjense. 

De nada.





Hoy la tierra y los cielos me sonríen,
Hoy llega al fondo de mi alma el sol. 
Hoy lo he visto, lo he visto y lo he encarado...
¡Hoy él me habló! 
Y sonrió, y me dio un beso, y me preguntó mi nombre. Ta. Listo. Salí del CCE flotando sobre las baldosas de la Ciudad Vieja, y demoré media hora en dejar de repetirme que había hablado con Pedro Juan Gutiérrez. Pedro Juan Gutiérrez, mi escritor adorado desde hace décadas, el mejor de los que caminan por este mundo, el gigante, el uno, el rey. 
Sergio Blanco dio antes una charla-actuación-misa-clase deslumbrante, y me encantaría quedarme pensando en las mil y una genialidades que tiró sobre nosotros como si nada, como luces, como caminos, como alimento, pero no. No voy a poder. Tengo un libro nuevo de Pedro Juan y eso clausura por unas horas toda otra posibilidad en el resto del universo. 

Saludos desde el 106 que parece que me lleva a mi casa. Yo sigo flotando.




Cheiki Cheiki Cheiki Cheiki Cheiki Cheiki Cheiki ¡Uop!
Cheiki Cheiki Cheiki Cheiki Cheiki Cheiki Cheiki ¡Uop!


Bienvenidos al 103.





Acabo de ver a un ex alumno desde el bus. Lo tuve en cuarto y en quinto, a fines del siglo pasado, y no solo está igual de cara, pelo y silueta, sino que está vestido con la misma remera y jean negros y camina con la misma expresión ausente de 1998. 
Para algunas personas el tiempo no pasa...

Qué lástima.




Mito o realidad: ¿la primavera es la estación de los infieles?
Cargar el celular sin electricidad es posible con este sencillo truco
Horóscopo del 19 de setiembre, por Susana Garbuyo
Probá esta mascarilla de palta y recuperá el brillo de tu pelo
La ciencia determinó qué dice y oculta una sonrisa
Aunque no lo creas, tus glúteos hablan de tu salud.

Eme De Mujer: cambió la presentación digital, pero el contenido sigue fiel a sus principios. Principios del siglo XX, digo.





No hay que pedir peras al Olmo (pero se le puede comprar platos).
La idea había surgido medio de casualidad hace un par de días, cuando un amigo y yo vimos el anuncio de lo que Olmos calificaba de “Gran feria de oportunidades”. Las tres palabras sonaban igualmente tentadoras y estaba bueno eso de ir de exploración y aventuras por los caminos de la patria, de manera que miramos unos mapas y decidimos probar suerte hoy, domingo, de mañana. 
Para llegar desde mi casa había que tomar un interdepartamental a Pando y luego uno que pasara cerca de Empalme Olmos, uno de la empresa SATT que dijera “Azulejos” en el parabrisas, bus que al parecer pasaba los domingos solo una vez por hora. Y allá fuimos. 
Estuvimos un buen rato esperando en Pando; el ómnibus de las doce pasó doce y media. Bastante gente en la parada; me llamó la atención el encuentro de dos parejas, una de ellas con un bebito, que se saludaron y estuvieron charlando un rato mientras esperaban el bus. Todo muy normal, excepto el pequeño detalle de que los cuatro tenían más o menos quince años, en fin. Cosas que pasan. 
Vino el SATT. Subimos, viajamos unos minutos, llegó nuestro destino (previa consulta por partida doble a los mapas del celular y al guarda del bus) y bajamos al medio de la nada. De verdad, aquello era la desolación más absoluta. Campo, pastizales, muros deteriorados de una gigantesca fábrica muy venida a menos, silencio, nadie a la vista en el camino polvoriento, nada. Nada. Nada. 
Empezamos a caminar hacia lo que podría ser la entrada de la fábrica. Era casi la una de la tarde, no pasaba un vehículo y por supuesto a nadie se le ocurría ir de a pie como nosotros, kamikazes de domingo en territorio desconocido. Como dato complementario, el chofer del ómnibus nos había confirmado lo que ya hacía rato sospechábamos: los horarios de internet estaban mal, y la frecuencia de los domingos era solo de un coche cada dos horas. Dos horas. Dos. Oh oh.
Al fin, una cuadra más adelante, encontramos el camino de entrada, y nos metimos en la feria. Adentro del local había, sí, gente. Mucha gente. Un enjambre de personas pululando entre cerámicas, artefactos de baño, platos, vasos, jarras y tazas de todos colores y diseños. Conseguimos un canasto, yo elegí unas cuantas cosas, pagamos y salimos del local cargando tres cajas de tamaño mediano. No eran muy pesadas, pero tampoco lo contrario. 
El reloj del celular marcaba la 1.23. En lo alto del cielo un sol casi veraniego. ¿Qué hacer? Nos sentamos en unos escalones a la sombra, a deliberar. 
Opción 1: esperar a las dos y media, hora probable de pasada del siguiente bus.
Opción 2: intentar caminar hasta la ruta 8 vieja, como a diez cuadras, a ver si encontrábamos la parada de otra empresa que iba a Pando, la Ruta del Norte (de la cual no teníamos los horarios). 
Opción 3: hacer dedo y que alguno de los que salía de la feria nos acercara hasta Pando.
Opción 4: ir a la entrada, a ver si el guardia de la garita tenía idea de horarios de buses. 
Opción 5: llorar. 
Opción 6: quedarnos allí para siempre por los siglos de los siglos amén.
Terminamos haciendo un híbrido de varias de estas opciones. Preguntamos al de la garita, nos dijo que “ahí, al lado de ese arbolito” que estaba a media cuadra podíamos parar el ómnibus, que pasaba muy de vez en cuando. Fuimos nosotros y nuestras tres cajas de platos y cosas varias hasta el lugar, un sitio desolado frente a un arroyito de aguas oscuras y orillas con flores amarillas. Estaba yo intentando sacar fotos del arroyo cuando vimos un auto que llegaba a nuestro arbolito. Le hicimos dedo: era una mujer sola, que accedió a llevarnos “hasta antes de Pando”, dijo, pero solo porque estaba medio boleada y no entendía muy bien por dónde andaba. Sabina, como el cantante, se presentó. Nos dejó en la plaza de la ciudad, tras un rato de viaje de lo más amable y conversado. Almorzamos en un bar coqueto de comida deliciosa, subimos a un 7A vacío que apareció al momento de llegar a la parada y volvimos a la capital. 

Y este ha sido, como se imaginarán, el único día de mi vida que pienso dedicarle al Empalme Olmos, salvo que alguna vez me compre un auto, cosa bastante improbable. Y aun así, no sé. No sé.





_ A ver. A ver. Déjenme maniobrar, que si no... Salí, vos, siempre invadiendo. ¡Uy, perdón, perdón! Te corté sin querer, no era contigo. Estas porquerías, están por todos lados... ¿Quién le metió en la cabeza al Cele la idea de elegir un seto con espinas? No, no me importa, si estás enredado en la pitanga te voy a sacar igual. ¿Viste? Ya te saqué. ¡Puta madre, no me pinches! ¡Ay, hola, hola, pensé que te habías secado! Tomá: un poco de tierrita para tapar esas raíces al aire. Acá hay que hacer espacio, el sol no llega ni por casualidad. ¿Ustedes que se piensan, que la tierra es solo para sus brotes? No, no, no, no: fuera. Y vos estás sacando ramas para todos lados, m'hijita, aimsorri, tengo que arrancarte esta, y esta otra. Esta también. ¿Viste? Mucho mejor. ¡No, no, no: el romero no, el romero no! Solo vos, querida, que ya tenés metros de ramas para todos lados. Bien. Así, así. Más prolijo. Mucho mejor. Mañana corto el pasto y termino el seto. Listo. Ta mañana.





El Cutcsa avanzaba con paso cansino. Su guarda, un veterano de esos que una no querría tener en la familia, era una mezcla de resentido y pseudo gracioso que intentaba a toda costa llevar al chofer a una conversación, a lo que el otro ofrecía una heroica y silenciosa resistencia. 
Primero apeló al tema político:
_ Que gobiernen Tabaré y Lucía es cono que nos gobiernen dos botijas de 4 años. Peor: dos perros chihuahuas. 
Nada. Cero respuesta del chofer. 
Ahí arrancó con el tema "afuera se vive mejor".
_ ¡Ah, como extraño Austria! ¡La gente de Austria, la comida de Austria, los postres de Austria!
Tu hijo de Austria te debe haber sacado de encima rapidito y ahora te tenemos que fumar nosotros, pensé, pero no dije nada. El chofer seguía mudo. 
_ ¿Viste lo de la marihuana? La van a vender en todos lados. Yo sé dónde venden. Cuando quieras te puedo conseguir. Te puedo conseguir marihuana, te puedo conseguir cocaína, te puedo conseguir anfetamina, te puedo conseguir heroína...
_ ¿Harina?- dijo por fin el chofer, pero al otro no le gusto la respuesta. Acá los chistes solo los puede hacer él. 
_ Con vos no se puede hablar.
Y se quedó mudo por el resto del viaje. 

Gracias, harina. Al fin me servís para algo.





Él tiene unos 18. Muy prolijo, de bigote y sombrerito. No toca bien la guitarra, articula con faltantes de consonantes y sus canciones no tienen final. Cuando hace un silencio luego de la primera tres o cuatro personas del 100 aplaudimos tibiamente y eso le da alas para presentar la segunda, una canción que habla de la playa y del mar, sucundún sucundún, según anuncia. Nuevo silencio de varios segundos, otra vez aplausos cansinos y a destiempo. Es hora de pasar la gorra y descender, pero el muchacho no quiere "dejarnos con el silencio", y arranca con una tercera, que anuncia cortita pero la siento interminable. 
¡Oh, la falta de percepción de la receptividad ajena! 
Al menos si escribiera crónicas de bus podría pensar que lector que se aburre es lector que abandona, pero al cantor hay que oírlo sí o sí. 
Om. 
Acaba de sonar un terrible golpe a mi costado: un señor en silla de ruedas le tiró algo al ómnibus, a la vez que grita y gesticula, mientras el 100 arranca y no le abre. 
Tarde complicadita en el STM. 

Doble om.




¿En qué lugar una se deja el iphone re chuchi olvidado en un banco del patio y alguien no solo no se lo queda sino que se toma el trabajo de buscarla para devolverlo?

Sí, acertaron: en el IAVA.


¿En qué lugar una se pasa las dos horas de coordinación asistiendo a una brillante charla sobre la historia reciente (centrada en Soledad Barret y Vladimir Roslik), en un Salón de Actos colmado de estudiantes y docentes atentos?

Sí, acertaron: en el IAVA otra vez.





Están en la parada desde antes de que yo llegue. Evidentemente son madre e hija, de ese tipo de madre e hija que quizá sin proponérselo terminan vestidas casi iguales: botas beige, vaquero, campera verde, pañoleta. La chica tiene unos 16 y la señora cuarenta. Por sus actitudes se nota que hay rezongo en curso: la madre le habla de cerquita y buscándole la mirada, que la muchacha tiene fija en el horizonte por donde algún día va a aparecer el ómnibus salvador.
Entre el ruido de los autos que no paran alcanzo a oír salteadas tres frases maternas en medio del extenso discurso a veinte centímetros de la cara de la chica: 
_- A mí no me vengas con más cuentos. 
__ Vos no podés tener todas esas bajas. 
_ Y si tenés baja Matemática el lunes mismo vas a...
En ese momento paró un 103 para la chica y atrás un 316 para la mamá, que ante el amague de su hija de subir al ómnibus le dijo ofendida: 
_ ¿Qué? ¿Ni un beso merezco?
La chica le dio un beso de compromiso, aún con la mirada inexpresiva, y se subió al 103 repleto, seguramente como cada mañana. 
Una escena común, mínima, repetida. La señora nunca levantó la voz ni dijo nada inapropiado, pero yo no pude evitar quedarme pensando cómo le quedaría la cabeza a la muchacha y en qué condiciones estaría para hablar de Macbeth a las ocho menos veinte si fuera mi alumna, por ejemplo. 
La vida es un cuento contado por un idiota, llena de manchas malditas que no se van de las manos y de imposibles oráculos que devienen verdaderos cuando uno menos se lo espera. 
Bueno, bueno, no se quejen, salvo que sean alumnos del 2DB2 del IAVA, que en 15 minutos tiene una cita con la turbia Escocia del siglo XI. 

Feliz miércoles.






12 de setiembre: aniversario de casados de mis viejos. 
Llamo: atiende mi madre.
_ Hola.
_ Hola. ¡Feliz aniversario!
_ Gracias, Mari; ¿cómo te fue de viaje?
_ Un embole, no terminaba más. 
_ Ah, ¿sí?
_ Sí: tormenta eléctrica, un gurí adelante llorando todo el camino, eterno. 
_ Bueno, pero lo importante es que te haya ido bien. Te paso con tu padre, que está acá leyendo en el frente con su gatita.
...
_ Hola.
_ Hola, Cele, feliz aniversario.
_ Gracias. ¿Cómo estuvo ese viaje?
_ Más o menos. Agarramos toda la tormenta eléctrica, rayos, relámpagos... 
_ Bueno. Me alegra que te haya ido bien...
...

Yo calculo que este, estimados, debe ser el secreto para poder vivir 54 años juntos: actitud positiva y cierta saludable negación de la realidad cuando no se adapta a nuestras expectativas.




La muchacha rubia y flaca se afirma contra el pasamanos del ómnibus y comienza a pregonar su mercadería. 
"_ Buenas tardes señoras y señores. Aquí estamos con mi compañera, ofreciendo las típicas bolsitas artesanales que hacemos, las bolsitas que habrás visto en algún auto. Son bolsas que sirven para guardar los residuos de tu auto, las podés guardar en la guantera del auto..."
Todo bien con el discurso de la muchacha, aunque le falta un poquito de adaptación al medio: los pasajeros del 106 a Piedras Blancas no somos de usar bolsas de residuos en el auto. Debe ser que tiramos todo por la ventanilla cuando vamos en el Mercedes rumbo al chalé de la costa. Sí, sí, seguro: debe ser eso.

#ErrorDeSpeech106






El policía habla con el detenido en la serie yanqui:
_We are gone... go talk with that skinny east butt you have for girlfiend...
Ta, mi inglés es medio pelo, así que no me queda claro si dijo "east butt" o qué, pero lo que sí sé es que seguramente el señor policía no mencionó lo que leo en los subtítulos:
_ Vamos a hablar con esa fábrica de cándida que tienes por novia.
Es decir, que caemos en lo de siempre: traduttore, tradittore.
Porca miseria. Y los dejo, porque voy a ver si la "fábrica de cándida" delató o no al rubiecito interrogado. Ta luego.





"Hola. Hola. Hola. ¿No saludan? ¿No? Hola. ¿Son humanos? Hola."
Esa es su entrada al pasaje cansado del 103 que marcha a paso lento por 18 de julio. Después se pone a cantar algo de Robbie Williams pero en español. Es afectado, suena bastante mal, pobre, pero lo que me quedo pensando es cómo alguien pretende ser bien recibido por personas a las que comienza retando. 
La gente lo aplaude, igual, y él arranca con Stand by me. 

Quizá a algunos les gusta su estilo, su voz o su guitarra. Quizá. Pero no a todos. Adivinen a quién no.




"¿Te dije alguna vez que sos una tortuga?"

(Nena de unos 5 años a su abuela, mientras tratan de alcanzar el 142)




Domingo nublado al mediodía. Calor pegajoso. La feria de Tristán Narvaja rebosa de gente. Y de plantas. Animales no vi, pero seguro que había, salvo que hayan prohibido su venta (ojalá). Mucha comida por todos lados. Cosas chinas, venezolanas, quesos 
saborizados, brochettes, pizzetas, hamburguesas veganas, brownies mágicos, dulces exóticos, lo que quieras. 
Cuando había andado una cuadra empezó a lloviznar, y arrancó la afanosa labor de tapar puestos y desarmar mesas (me vienen recuerdos de cuando yo hacía feria). Sigo caminando, como todos. Nadie se desbanda, porque el agua es mansa y escasa, pese a que un informativo que escucho al pasar anuncia que "llueve intensamente a esta hora sobre la capital". Lo de siempre. 
Un hombre habla por celular: "va ahí adelante, de remera negra. La novia es una rubia, creo que va también de negro". No sé si el señor cumple labores de vigilancia, si es un ladrón vendiendo su presa a un cómplice o un simple chusma de feria. Cuando el semáforo se pone en verde lo dejo atrás y me sumerjo en la marea. 
_ Esto es muy sencillo: te vas ya mismo de acá. - dice una mujer treintañera a un hombre ídem. 
_ No, no me voy. Vos no me das órdenes. 
_ Claro que te vas. Y ya mismo. 
Pensé que sería una discusión de pareja, pero no: era una disputa territorial, por el armado de un puesto. No sé quién ganó. 
Sigo caminando. Saludo a una gurisa de este año que está comprando en un puesto con la madre. Oh oh. Las mamás de mis alumnos ya son mucho más jóvenes que yo. 
Me cruzo con otro, alguien de hace años, que me hace la pregunta fatal:
_ Hola, profe. ¿Vos te acordás de quién soy?
¡Y me acordaba! Lo tuve hace veinte años, pero me acordaba. Aplausos para mí. Gracias, gracias. 
Charlamos un rato, me presentó a su niño y me contó que justo hoy estaba cumpliendo 35. Una linda escena de reencuentro profe/alumno, hasta que de pronto una inesperada pregunta llega hasta mis oídos: 
_¿Y cómo fue que engordaste tanto, profe?
Ok, ok. Ya era tiempo de ir dejando la feria y volver a mi casa. Después de todo, nunca me ha gustado mucho la feria. Y llueve intensamente sobre la capital. 
Saludos desde un 100 que viene oyendo "La rubia tarada" a todo volumen.
Por si faltaba algo, digo. 
¡Feliz domingo para la juventud!
Pucha, digo. 




200 casas tiene la cooperativa, 200. 
200 hogares de entre 1 y... ponele seis personas máximo, hacen un número de caras imposible de registrar por alguien que hasta ahora sigue confundiendo un par de alumnos en cada grupo (sshhh...). De los nombres no hablamos, porque no son un problema, el vocativo "vecino" es todo terreno, y además los saludos no tienen por qué incluir la nominación del interlocutor. Pero las caras...
Cuando volví a la cooperativa, hace 7 años, había optado por saludar a tutti quanti sin más discriminación que la edad: gente de menos de veinte no cuenta, punto. Lo lamento. No pidan demasiado. 
Ahora trato de reconocer a las personas, lo juro, pero no me sale bien. Saludo a desconocidos que tal vez solo vienen a visitar a alguien, y soy cruzada por gente que tira un "Mariela, ¿cómo andás?" que me pone los pelos de punta, porque ni idea de quiénes son. Ayer, por ejemplo, una señora me dijo: "Vos no sabés quién soy, ¿no? Soy tu vecina de enfrente." 
_ Ah... No... Lo que pasa es que como estás con los lentes de sol... 
Bueno, ta. No me juzguen. Igual ella se mudó hace poco a la cooperativa. El año pasado. Es decir, ayer. 
Pero lo de recién fue peor. Mucho peor. Si lo cuento es solo para sacármelo de adentro, a ver si se diluye un poco. 
Estaba cruzando a una señora de pelo blanco cortito que de pronto me dijo "¿cómo andas, bien?" y la reconocí por la voz. No sé bien quién es, pero es de las que saludo siempre. Ahora estaba diferente. 
_ ¿Te cortaste el pelo? Te queda re lindo. 
_ Sí... Me lo tuve que cortar por la quimio.
...
...
...
Tragame tierra. 
Todo bien, ella lo dijo de modo natural, y nos quedamos un rato charlando de tintas y peluquerías, pero... Tragame tierra. 
Lo siento por ti, lector; ¿esperabas una crónica divertida de domingo? Cuando pueda hago una. Esta no es. 

Hasta la próxima.








Mediodía de sábado en mi barrio. 
Se escuchan cuatro o cinco clases de pájaros, medio pisoteadas sus voces por las de los teros del fondo, que son siempre las más fuertes.
Cielo gris, aire cálido, silencio. 
Debe hacer una hora que no pasa un auto por mi casa, porque cuando voy a tirar la basura hay un perrote negro durmiendo en el medio de la calle.
Una Combi herrumbrada y en desuso está parada hace años en la vereda de la esquina; debajo pueden verse los cadáveres de 15 o 20 petacas de algo cuyas etiquetas originales no llego a divisar. 
Una casa a media cuadra permanece con la puerta abierta para atrás, quizás para que la cumbia que escucha a volumen alto pueda escapar de sus paredes y visitar también a los vecinos cercanos, entre los cuales por fortuna no me encuentro. Veinte o treinta juguetes multicolores de plástico tirados en el patio del frente. 
Comienzan a aparecer flores en los jardines de la cooperativa, y las personas de pasada al almacén se paran a charlar y a contarse cosas del prójimo.

Mediodía de sábado en mi barrio, o tal vez debería decir: mediodía de sábado en mi pueblo.






Publico la foto de un 4 de oros que encontré cerca de casa ayer y esta cosa me propone "activar la función de venta de la publicación para despertar más interés en mis amigos y publicar en grupos más fácilmente". 
Mmmh... Algo huele mal en Dinamarca. 
¿Será que vamos a arrancar en los perfiles personales el mismo jueguito que en las páginas, donde si no pagás no te ve casi nadie? 
"Es gratis y lo seguirá siendo", dice, pero todos sabemos que hay formas sutiles de inducirte a largar los pesos sin llegar a la obligación pura y dura. La invisibilización, por ejemplo. 
Arranco el viernes medio conspiranoica, pero no sé, no sé...
Ampliaremos. 
Si no me ven por acá, saludos. Sean felices. Fue un gusto.




Le salen hojas: ellos se las comen. 
Repunta un poco: vuelven a hacerla ensalada.
Hace veinte días que la entro al caer la tarde y pasa la noche en la mesada. Si algún día me olvido de hacerlo temprano, cuando voy a mirar ya tiene un caracol mandándose a bodega alguna de sus hojitas.
He bordado complejas filigranas de sal alrededor de la maceta pensando (tonta de mí) que con eso detendría el asedio, pero no. Nada los detiene. 
Hoy encontré al enemigo colándose a la cocina por el marco de una ventana. No sé cómo hacen las hdp de las babosas para afinarse nivel filo de papel, pero lo hacen. 
Esto se llama guerra.
Lástima que no tengo más armas que la vigilancia y el destierro de las fuerzas invasoras, porque yo a esos bichos (con o sin caparazón) no los mato, no por una cuestión filosófica sino por puro asco. 
Pero a partir de acá entramos en guerra. 

He dicho.