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miércoles, 10 de febrero de 2016

Media cuadra






MAÑANA DE DOMINGO

Una vez tuve que trabajar en un censo, y no fue fácil.
Yo tenía veintipico de años y me tocó cubrir una zona bastante pauperizada de mi barrio: media cuadra por una calle hasta el comienzo de un cantegril pequeñito, de una cuadra, que no me tocaba, y luego un trayecto similar por la paralela a la primera.
Comencé el censo con una incursión por la clase alta, porque los primeros encuestados eran los dueños de una curtiembre, que vivían en una hermosa casa al costado de la misma, donde mi tía Esther hacía limpiezas y donde había vivido un chiquilín de nuestra edad por el que se le iban los ojos a una de mis primas durante años y años, hasta que dejamos de verlo. Debe haberse mudado.
Hasta ahí, todo bien. Una amena charla con los integrantes de la familia, que me invitaron con refresco y se compadecieron de mi labor, aunque a mí  recorrer unas cuantas viviendas y hacer algunas preguntas no me parecía una tarea muy difícil que digamos.
La media cuadra desde la curtiembre hasta el inicio del cantegril tenía pocas casitas habitadas; todos fueron amables y de respuesta fácil a las muchas hojas del cuestionario de marras. Luego crucé el cantegril (que no sé a quién le había tocado) y empecé mi labor encuestadora por la otra calle.
Ahí se me complicaron un poco las cosas. No porque nadie me agrediera ni me mirara mal, al contrario. Es que el alma se me empezó a caer a pedacitos y no había forma de juntarlos y tapar los agujeros.
La primera casa en la que entré era un rejunte de habitaciones ensambladas con cualquier material y amontonadas seguramente a fuerza de ir agrandando la familia y meterse cada uno donde pudo y como fuera. Todos (incluyendo los perros) se reunieron alrededor de una mesa y con una gran dignidad me fueron respondiendo a cada pregunta, hasta un viejito de camisilla blanca y pantalones subidos hasta las axilas que a juzgar por la pinta debería pasar los cien años, aunque tenía muchos menos. Lo que me mató en esa ocasión fue que todos coincidieron en que menos mal que no me había tocado trabajar en el cantegril sino en una zona buena, porque allí había mucha pobreza y quién sabe si no me pasaba algo… El cantegril que quedaba a escasos cuatro metros de su puerta, con casitas iguales a las de ellos y también con viejitos centenarios, perros pulguientos y personas subsistiendo como mejor se pudiera, pero es que ellos estaban sobre la calle y sobre la calle ya es otra cosa, ¿viste?
En fin.
En la siguiente vivienda, en una habitación del fondo, vivía una chica con un enjambre de hijos, diría Martín Fierro. Me impresionó que cuando le pregunté (como parte de la rutina del censo) si había tenido alguno que hubiese muerto me dijo que sí, uno. Salimos de la zona de dolor a otra más neutra, la parte laboral:
_ ¿Trabajás?
_ Nooo… Antes, cuando era joven, sí, trabajaba, pero ahora ya no.
23 años, tenía la gurisa. Era menor que yo, que andaba por los 25, pero ya no era joven, según ella. Lo había sido.
Salí de ahí con un nudo en el estómago, pero me aguanté las ganas de llorar, porque el censo debía continuar.
Fui a otra casa. Una familia con aire triste: viejos, niños, mujer y un hombre de treinta y pico de años. La desolación en las caras de los adultos era palpable. Traté de ser lo más amable y rápida posible, para no ser otro problema más en un presente a todas luces complicado.
Le tocó el turno de ser preguntado al jefe de familia:
_ ¿Usted trabaja?
_ No. Es decir, trabajaba, pero esta semana me quedé sin laburo. Estaba como albañil en la empresa de Fulano, pero redujeron personal y terminé en la calle.
Yo no dije nada, pero tragué saliva y me aguanté la rabia: Fulano, el dueño de la empresa, estaba justo en esa semana saliendo con una de mis amigas, haciendo alarde de sus autos caros y su dinero a raudales, y aunque nunca llegué a conocerlo, desde ese momento, viendo los ojos bajos de ese padre de familia, me dieron ganas de esperarlo en la puerta de la casa de mi amiga un día que hubieran salido y cagarlo a trompadas por agrandado, por insensible y por un largo etc, en nombre de todas las familias destrozadas porque él prefería gastar la guita impresionando minitas y no alimentando niños con hambre y personas sin futuro.
Pero ese domingo mi rol era otro. Y seguí con el censo.
Caí en el hogar de dos viejitos que parecían estar a punto de desmayarse si una los soplaba. El señor demoró horas en abrirme, de tantos candados herrumbrados que tenía en el portón del frente. Él y su mujer vivían como en campaña, de espaldas a la ciudad, con sus canteros de verduras, en medio de la mayor austeridad y rodeados de montones de perros y gatos mimosos. Adorables.
Por último me tocaba el local enorme y vacío de la textil del barrio, una fábrica gigantesca que había cesado de producir en los años setenta y que yo suponía absolutamente desierta, pero no, porque allí vivían una mujer joven y su pequeña hija. Vivían en los espacios monstruosos y llenos de ecos de la fábrica, no en una casita al costado, sino en las instalaciones mismas donde otrora cientos de obreros se ganaban el jornal diario entre algodones y tintas de tejidos. La mujer estaba aterrada ante la posibilidad de que alguien del barrio llegara a enterarse de que vivía ahí, sola, y me hizo jurarle que nunca diría nada a nadie. Hoy la fábrica es un depósito de no sé qué empresa, lo que me exime de preocupaciones a la hora de escribir esto, pero durante décadas mantuve mi palabra y no abrí la boca, tal como lo ordenaba la ley y el don de gentes, la decencia, la prudencia y la solidaridad entre pares, que en este barrio todos comprendemos lo que es el peligro y todos (y especialmente todas) sabemos lo que es el miedo.
Terminé la jornada pasado el mediodía de ese domingo, llegué a casa y me acosté sin almorzar: tenía el estómago revuelto de dolor y de rabia. De impotencia.
Con el tiempo algunos de esos recuerdos se fueron borroneando, pero a veces las imágenes me asaltan en patota y solo puedo conjurar un poco la angustia pensando que desde entonces he hecho lo mejor que puedo desde mi rol de docente para ayudar a los que necesitan desesperadamente de la educación para no ser arrastrados por la corriente, para no ahogarse, para vivir, además de existir.
Pero es una tristeza difícil de conjurar. Solo un poco, a veces, de a ratos.

Y en eso estamos.

sábado, 6 de febrero de 2016

Febrero 2016




Las formas de volar deben ser infinitas pero yo tengo solo cuatro, por ahora.
Una es un vuelo bajito, casi al ras del suelo, en el que me mantengo inmóvil y avanzo un par de metros cada vez. Otra consiste en dar saltos sin gravedad, cada uno de los cuales me eleva metro y pico del suelo, cual Súper Mario de la década del ochenta o como el dinosaurio que aparece en mi teléfono cada vez que me quedo sin internet, ese que anda por la vida moviendo solo un ojo y saltando cactus. La tercera forma ya es más elevada y requiere apoyos, aunque no necesariamente cercanos. Tomo impulso desde una rama, por ejemplo, y vuelo hasta el siguiente árbol, que me impulsa (sin detenerme) a una columna, una pared, cualquier cosa que se cruce y sirva para continuar el impulso hacia adelante. La última no tiene explicación alguna; recorro el mundo desde unos diez metros de altura, dirigiendo mi camino a piacere pero sin mover un dedo, y pensando cada vez que antes solo lo había soñado pero ahora sí, qué bueno, no hay ninguna duda, esto es verdad.
Las formas de volar deben ser infinitas, pero la sensación que yo tengo al despertar es siempre la misma: una inmensa paz. 
Otra vez lo he logrado, entonces. Hay algo que no comprendo muy bien pero que sigue funcionando en algún plano.

Que nunca falte.




Hace un par de días que el facebook anda medio raro: cuando voy a compartir algo en Liceos en Red me aparece un cartel que me dice que no, no puedo hacerlo porque no tengo permiso o porque ya ha caducado. Acepto (no tengo más remedio), cierro el enlace, voy a la página y veo que el enlace está compartido. Así todas las veces.
Esta cosa está jugando con mi psiquis, acaso? 
Quiere ver si entiendo que hay reglas, pero al mismo tiempo me deja transgredirlas?
"No podés hacer eso. Ah, mirá: lo hiciste."

No entiendo.




"Buenas tardes- se presenta el muchacho, guitarra en mano, en el 144- Yo era rapero y ahora soy un payador urbano, porque raperos hay por todos lados". Pide una palabra a 4 personas del público; me sorprende que 3 de ellos dicen palabras que yo hubiera dicho. Él debe ser más original que yo, pienso, aunque no mejor cantor, porque es bastante malo, pobre. 
Por suerte el viaje es corto y ya no subirá otro..

Ooom.





103, divino tesoro.
Siempre a ti he de volver.
Si quiero llorar no puedo
y a veces lloro sin querer.
Somos fácimente sugestionables: cayeron dos gotas y ya la mitad de las personas viene hoy con buzos de manga larga y hasta camperas.
Una señora en el asiento de adelante aseguró su peinado contra el viento poniéndose 10 ondulines de cada lado. Sí, los conté. No pude, eso no, contar las picaduras de mosquito que luce el brazo de una chica que viene parada al costado, porque llegué hasta 20 y me aburrí.
Otra señora, vieja esta vez, nos deleitó durante medio viaje con una tos de camionero digna del más crudo invierno, hasta que bajó, dejándome su asiento. Si arranco a carraspear en el examen de esta mañana ya sabré que he contraído la tos camioneril.
Menos mal que bajo en dos paradas.
103, divino tesoro. 
Siempre igual y siempre distinto, como la vida misma, pero con más gente.

Hasta la próxima crónica. Si llego.




Tenemos un vicepresidente pseudolicenciado, aparecen pescados caminando por las calles de Paysandú, unos tipos se roban un Rutas del Sol vacío en Valizas y Jagger va a tomar agua de OSE a la casa del Lobo Núñez.
Febrero 2016, Uruguay.

No hay ficción que supere esta realidad.





Dos días de sueño profundo.
1. Conexión Arbolito-hostel.
Eran las tres menos cinco de la mañana cuando subimos mi mochila y yo al bus que nos llevaría de vuelta al Cabo por el fin de semana. 
Al llegar a mi asiento había una mujer ya instalada.
_ Hola; tengo el 20. 
La mujer era joven y viajaba con dos niños: una nena a su lado y un varón en la fila de enfrente. 
_Si querés te cambio, no hay problema, agregué.- ¿Vos cuál tenés?
_No sé... A ver... 21, 22 y 23.
_El mío es el 20, en el que estás ahora. Me cambio y me quedo en el 23 entonces, te parece?
Ella pareció no entender el razonamiento, o tal vez estaba tomando una decisión muy difícil, porque se tomó su buen rato, hasta que dijo que no, que me dejaba el 20 y se cambiaba de lugar, mientras la fila de gente que esperaba para pasar por el pasillo se hacía más y más larga.
Me senté, por fin, y ahí entendí por qué no me había cambiado: el asiento 20 era una porquería, estaba roto y se venía todo el tiempo para adelante, sin contar con una especie de burbuja de agua que ascendía desde las profundidades del coche y reventaba en el borde de la ventanilla, salpicándome las piernas. La tortura china en forma de Rutas del Sol, pero (justo es reconocerlo) con wi fi todo el camino. No se conforma el que no quiere.
El viaje fue tan veloz que a las seis y veinte ya estábamos unas treinta personas y yo bajando en la terminal, donde hubo que hacer tiempo porque hasta las siete no salía el primer camión. 
Ya en el hostel, un detalle que no había previsto: la puerta estaba cerrada,oh oh. ¿A quién diablos se le ocurrió pasar la llave y dejarme afuera y sin baño? Otro muchacho había viajado en el mismo camión y venía también para el hostel; estaba tratando de despertar con el teléfono a su hermana que dormía a lo que se ve muy profundamente en alguna de las habitaciones y no se daba por enterada, por lo que a las ocho, cuando abrió el Comipaso de enfrente, me instalé en una mesa sobre la calle a desayunar. Nunca hay apuro cuando uno va por un fin de semana al paraíso, y la pasta frola de la señora del Comipaso no tendrá pinta de hipocalórica pero es excelente.
Al rato la hermana del muchacho tuvo a bien despertarse y abrirnos la puerta, así que dejé mis cosas por un rincón, me cambié y partí para la Sur, que me estaba esperando desde el mes pasado.
Y arrancó el fin de semana.
2. Hostel Party.
Al principio me llamó la atención la cantidad de personas conocidas que encontré en el hostel, hasta que me dijeron que era el cumpleaños de una de ellas, y los demás habían venido a celebrarlo frente al mar y las dunas. La chica en cuestión era Marina, una argentina que vive con Ziggy, un noruego alto y rubio en un hotel de una isla que no entendí bien donde era pero sonaba algo así como Buddha. La vida más envidiable que he escuchado: jóvenes, bellos y encantadores, viven seis meses por año en la isla donde trabajan y los otros seis viajando por el mundo. ¿Cómo no se me ocurrió antes? 
El festejo planificado para todo el día constaba de tres ingredientes básicos: gente, alcohol y medio lechón a las brasas que se empezó a preparar al mediodía y para la tarde estuvo pronto, luego de despertar el hambre de medio pueblo, porque se hizo en un medio tanque al costado del hostel, junto a la vereda.
Tres músicos que andaban tocando en los boliches de la vuelta sintieron el olorcito de la comida (o vieron los vasos de bebida, no sé bien), dijeron que podían amenizar la velada, y no esperaron respuesta alguna. Se instalaron sobre el pasto y empezaron a cantar de todo un poco, arrancando con Johnny Cash, música brasilera y temas propios, acompañados con guitarra y cajón peruano. 
Eran buenos. Sorpresiva y condenadamente buenos. 
Los que estábamos charlando en el patio nos fuimos sumando de a uno al grupo de la parrilla, hasta que todos terminamos acompañando a los tres autoinvitados: un grandote que estaba liquidado y solo acompañaba moviendo la patita, un moreno alto y flaco con un peinado afro de unos veinte centímetros de altura y un rubio de barba con trencita que era como el líder de la banda. 
En cierto momento se hizo la hora potable para el sol y me fui a la playa, mientras estos monstruos cantaban con una energía bárbara. 
Volví a las dos horas.
Seguían cantando.
Al final se acabó el lechón y el grupo se fue dispersando, aunque el alcohol no se terminó hasta bien entrada la noche, porque las previsiones del cumpleaños habían sido más que generosas, aunque yo no probé ni comida ni bebida, porque ando en onda salud, paz, amor, playa y tortas de la Mary, que es el paraíso en forma de rotisería casera, a pocos metros del hostel. La Mary vende tartas saladas, empanadas y tortas dulces, todo a cincuenta y todo espectacular, aunque hay que estar atento porque sus creaciones son en número limitado y se agotan ni bien salen.
3. TEDx Cabo Polonio.
Un poco antes de las ocho arranqué para el faro con tres mujeres del hostel: otra profe de Literatura y dos chicas divinas de Santa Lucía, con las que armamos una especie de subgrupo, aunque todo el mundo en este hostel es francamente un encanto. Ya en el camino se nos sumó otro sueñoprofundista, un israelí alto alto alto que se llamaba algo así como Ohimr, vaya uno a saber. 
La TEDx Polonio tiene sus particularidades. Para empezar, se hace en pleno faro, con cien personas sentadas en el patio y muchas, muchas más desperdigadas por el pasto, en los alrededores, con pantalla gigante y cielo estrellado para disfrutar el evento. 
Al principio hubo proyección de fotos antiguas del Cabo, luego una apertura a cargo de una chica vestida como para conducir la entrega del Oscar, y luego seis charlas: dos grabadas de otros TEDx, en inglés, y cuatro in situ. De estas ultimas la primera fue una chica que habló sobre temas ecológicos, luego estuvo uno de los que dieron la vuelta al mundo en una Mehari, la alcaldesa del Chuy y el yanqui que está construyendo la escuela sustentable en Jaureguiberry. 
En el intermedio, pasadas las dos primeras charlas, degustación de buñuelos de algas hechos en el momento, reparto de Salus saborizadas y de paquetes de yerba entre la concurrencia. 
No voy a contar las charlas; hay que verlas. Especialmente la de la alcaldesa del Chuy, vestida de fiesta y sin una letra "s" en todo el discurso, que nos cayó muy bien por la obra social que realiza pero que insistió tal vez demasiado en que antes era "protituta" y las personas que la habían despreciado en el pasado hoy en día tenían que acatar sus órdenes. Un personaje; cuando encuentren la charla en youtube véanla, porque no tiene desperdicio. 
Hubo otras dos personas que tomaron la palabra en el evento: el paleontólogo Farinha, que hizo un homenaje a Eco que nadie entendió del todo, y el almacenero Lujambio, que leyó un cuento hiperadjetivado de su autoría sobre horneros enamorados y autos que los chocan en la ruta. 
Y se terminó la TEDx. 
Volvimos bajo el cielo estrellado, en una noche calurosa que recién comenzaba, rumbo a las pizzas caseras que Camila, una científica de 18 años, tuvo a bien cocinar para todos.
4.Mandala's land
Poco pródigo en fósiles resultó este viaje, pero no tuvo importancia, porque encontré cómo encauzar mi obsesión recolectora de una maravillosa manera. 
Hace unos días que descubrí un artista turco que hace mandalas con piedras de la playa y elementos marinos como caracoles, estrellas y erizos, a cuál más bello, y se me ocurrió que las playas del Cabo serían ideales para hacer una traslación de la idea a estas tierras. Decidí copiarle alevosamente, en suma. Y eso hice.
Me di permiso para juntar esas cucharetas rosadas, esos huesos y caracoles que desde que empecé con los fósiles tengo un poco abandonados, y el domingo de mañana arranqué a caminar para el lado de la Sur, hasta pasar la zona de entrada de los camiones. Elegí un sitio solitario, dispuse los materiales sobre la arena, los clasifiqué y comencé la obra, sin tener la más mínima idea de adónde quería llegar ni de qué iba a hacer. De todos modos, enseguida comprobé que eso no hacia falta. El mandala se fue armando solo, y no tuve que corregir ni rehacer absolutamente nada. Descubrí una forma de Zen inmensamente gratificante, una conexión con el aquí y ahora difícil de explicar, y cuando lo terminé y decidí emprender el regreso me costó un poco no quedarme a vivir sobre la arena, bajo el sol y rodeada de mar y de dunas. 
Y ahí quedó mi mandala, mudo homenaje a la vida y a la belleza de la naturaleza, mientras yo me volvía al hostel cantando bajito por la orilla. 
Antes de irme había sacado fotos que mostré a todo el mundo, como madre que presenta a un hijo recién nacido. Julián y Lucía, los administradores, me preguntaron si no podría hacer uno para dejar en algún lugar del hostel, y me encantó la idea. Por entonces mis planes andaban viajando a velocidades temerarias: primero pensé hacer uno en forma de cuadro para mi casa, luego decidí que podría hacer algunos para regalar, después pensé en iniciar un negocio y al final ya andaba decidiendo tomar horas en Castillos y mudarme al Cabo o a Valizas para estar cerca de los insumos de mis futuros e improbables mandalas, cuando la propuesta de decorar el hostel me trajo de vuelta a la realidad, y a una muy tentadora, precisamente. 
La terapia de mandalas estaba comenzando. 
Pedimos permiso a Gustavo (el dueño), definimos el lugar y la fecha probable de realización de la obra. Faltan detalles, pero que sale, sale. 
Ya llegarán fotos.
Volví a Montevideo como quien vuelve de una prolongada estancia en el mejor lugar del mundo, y me recibió Roldana observando todos mis movimientos y pidiendo comida. 
Todo está bien, entonces. Este también es mi mundo.

Que nunca falte.




Esto de que el señor Facebook tenga a bien recordarme todos los días mis publicaciones de años anteriores no deja de ser inquietante. 
Los dos viajes del año pasado y este, por ejemplo, fueron de 23 de diciembre a 7 de enero. Veo fotos de bicho peludos horribles el mismo día en que los esquivo en la vereda de mi casa. Leo crónicas de mi vieja encontrando cruceras en el jardín que son el mismo miedo con un año de diferencia. Manifiesto mi alegría ante la lluvia los 18 de febrero y me quejo de situaciones de pasajero durante los 365 días del mismo (diría Dolina).
O sea. 
O soy tan previsible que cada año recorro los mismos caminos en las mismas fechas, o justo justo todo esto no es más que un compendio de casualidades y no debería darle más vueltas al asunto. 
¿Usted, lector, qué opina? ¿Le ha sucedido? ¿Es motivo de un cambio profundo de hábitos, o de una visita al psicólogo? 

Ampliaremos.




No hay casi gente en el baño de damas de Tres Cruces a las ocho de la mañana, y una empleada del café charla con la limpiadora. 

_ Ayer vino un argentino, pidió un café y cuando va a pagar saca un fangote de guita y me da cuatro billetes de aquellos de antes, los rojos, (te acordás?) y uno azul, y yo le digo: "no, señor, esto no sirve más" y él me dice: "Cómo no? Si lo acabo de cambiar en la frontera!!".

_Qué barbaridad!
_ Todito se lo cambiaron por plata fuera de circulación. Lo estafaron, pobre.
Nota mental: comprar euros en un cambio, por las dudas, que no vamos a pensar mal de los primos italianos pero dicen que en todas partes se cuecen habas, y yo les creo.





Cuatro vasos. CUATRO. Cuatro vasos de agua acaba de tomar mi compañera de asiento antes de que la CITA arranque para Florida.
No sé si sentirme sorprendida o en falta.





"Esta cadena, importada de Argentina, con 250 eslabones enlazados electrónicamente, con el Cristo Rerredentor, la estarían abonando en los comercios de la capital para 150, 180 pesos. Hoy, por tratarse de una promoción y con el solo fin de que llegue a las manos de todo el transporte capitalino, la estarían llevando por solo 30 pesitos. Con el Cristo Rerredentor, treinta pesos y se la lleva... Cristo Rerredentor..."
Pero nadie se la pidió, y el vendedor tuvo que irse con el Rerredentor a otra parte. Pobre. Aunque en realidad era solo una cadenita de lata con una cruz, y ni de Rey ni de Redentor tenía ni noticias, pero hay que reconocer que en un 103 calcinante de las tres de la tarde todos los pasajeros nos sentimos mucho más cerca del infierno que de la redención.
¿Un poco de aire fresco, no subirá alguien a vender? Porque yo compro.





Una vez, hace muchos años, me fui a pasar dos semanas a Florianópolis con tres amigas. Salimos bajo una lluvia pertinaz pero no nos importó, porque nuestro destino final estaba a más de mil kilómetros.
_ Pobres, los que se quedan en Montevideo con este tiempo- decíamos a cada rato, no sin un dejo de perversa superioridad despreocupada, propia de viajeras hacia fuera de fronteras.
Llovió lindo durante nuestro paso por Canelones, Maldonado y Rocha. Llovió en el Chuy. Llovió todo el tiempo que demoramos en cruzar al costado de la interminable Laguna dos Patos. Llovió cerca de Porto Alegre, llegamos a Floripa con agua y así seguimos 14 de los 16 días de nuestras maravillosas vacaciones de los veintipocos (que igual estuvieron inolvidables y espectaculares, no vaya a creer).
Hoy cuando salimos Nélida y yo de Tres Cruces bajo agua tuve una sensación similar: esto no va a parar nunca.Y así fue: llovió durante casi todo el viaje de un par de horas a Florida.
Cuando estábamos por entrar a la ciudad un compañero, Alberto, nos contó que Nancy estaba en su casa esperando un taxi para ir al CERP y nos invitaba a compartirlo, de manera que los tres bajamos una parada antes, caminamos una cuadra bajo agua y nos pusimos a esperar que llegara el coche, cuando ya faltaban solo cinco minutos para la hora de inicio del examen. 
Pero el taxi no llegaba.
Charlamos un rato, siempre con el oído pronto para captar el sonido diesel del motor, hasta que lo escuchamos, y salimos a la vereda. La tía de Nancy (que venía a cuidar a su niña) ya se estaba bajando; el plan era hacer un cambio de pasajeros y salir raudos y veloces hasta el CERP, a unas siete u ocho cuadras.
Pero el taxi se fue.
Bajó la tía y el hombre se tomó los vientos. Le pegamos unos gritos, y aún así el señor se fue. Adujo estar muy corto de tiempo, pese a que el viaje al instituto difícilmente llevaría más de cinco minutos, y se fue. Se fue. Nancy lo había reservado desde las siete de la mañana, y el hombre se fue. El taxi arrancó y se fue al diablo bajo la lluvia inclemente de las nueve y diez de la mañana floridense, y nosotros nos quedamos como pollitos mojados en la vereda al menos durante un segundo, antes de arrancar a meter pata y acordarnos de toda la familia del buen señor, mientras los dos paraguas que teníamos se revelaban insuficientes para nuestras cuatro humanidades. Recorrimos esas cuadras en tiempo record y a velocidad de bicicleta, aún en las bocacalles inundadas y en los pasos de vías resbalosos. Maldito tachero impaciente y maleducado. 
Todo esto para explicar por qué hay quienes por estas horas están pensando en poner una pancarta a favor de Uber en el reino de San Cono.
Y no los culpo.





Ella está en la fila del local de cobranzas, delante de mí.
Camisa blanca. Buzo negro. Saco beige de lana gruesa que le llega por debajo de las rodillas. Championes con medias gruesas floreadas. Calza gris por debajo de la cual se notan las costuras de algo más, quizá otra calza o tal vez unas medias de lana.
Paga algo en el Abitab y se aleja caminando entre la gente de la terminal. 
No tiene mirar de desequilibrio. Si no fuera por la ropa sería una señora normal, una setentona más entre tantas. 
Existirá alguna enfermedad que te desregule el termostato interno a tal punto o será sí o sí indicio de un cerebro que dejó de vivir en el mismo mundo que su entorno? 
Tomo aire y me preparo para el horno de afuera de Tres Cruces. Por un momento me gustaría sentir un poco de frío, pero solo por un momento, porque el costo es muy alto y no estoy dispuesta a pagarlo.

Inspiro, me armo de valor y salgo a la calle.




Urgente tapones para oídos compro!! 
Estoy acá, en el 103, a un metro del señor que ladra algo solo muy levemente parecido a Milonga de pelo largo... Le cambia la letra, desentona, rasca una pobre guitarrita que no tiene la culpa y no se calla, yaaaa no se caaalla...
El pobre hombre que siente frío y no se queja, ya no se queeeeja es seguido ahora por A desalambrar, oh oh, socorro!!!

Tapones de oído compro ya!!!




"La increíble historia de la pérdida y hallazgo de los lentes de Moria Casán. La diva vivió momentos tensos en Melo. Entérate por qué."
Diario El País digital, hoy.
Para ellos no existen las ondas gravitacionales, no existen Siria, las elecciones en USA, el calentamiento global o el ISIS.
Viven en un mundo paralelo, con pseudo divas de los años setenta, modelos uruguayas en India y películas para ponerse a tono con San Valentín.

Un mundo feliz.




Me pregunto cuándo me convertí en interlocutor válido para señoras mayores cansadas de esperar el ómnibus que me miran en la parada y me sueltan un sonoro:
_ Qué desgracia!!
(Tranquila... No la registres... Continúa escribiendo en el celular... Ya va a captar que no eres una de ellas.

Espero.)




Listo,lo descubrí:
MI CASA ESTÁ EMBRUJADA.
Por eso a veces encuentro canillas abiertas o puertas sin llave cuando es imposible que yo haya olvidado algo tan elemental (y tantas veces).
Por eso ayer cuando iba a devolver un libro a la biblioteca de la Cátedra encontré adentro un recibo de impuestos sin pagar de diciembre del año pasado (me lo escondieron).
Por eso se me pasan quemando los cargadores de las computadoras sin que yo los tironee o los trate mal de ninguna manera (jamás!).
Por eso despierto de madrugada con el aire acondicionado prendido (¿cómo me voy a quedar dormida?).
Por eso a veces no conecto el desagûe del lavarropas a la rejilla del piso y se me inunda el baño (yo no fui!).

Ya está, Arbolito: No soy yo, sos vos.





Viernes de mañana:
La puta madre que lo parió.
Una crucera mordió a la gata y mis viejos están yendo a Melo a ver si la pueden salvar.
Si se muere Guaytica el Cele se me derrumba

Estamos en problemas.

Viernes de tarde:
PARTE MÉDICO
Parece que la cosa toma un buen cariz.La mano (pata delantera, en fin) se le deshinchó, le están dando antibióticos y mañana tal vez vuelva a la casa.
Gracias infinitas a mi amiga Maria que se movió hasta descubrir donde tenían suero antiofídico en la nunca bien ponderada y siempre sorprendente ciudad de Melo.
Gracias a todos por el apoyo y las buenas energías. 

Apenas tengamos novedad, ampliaremos.


Sábado de mañana:
_ Buen día... Soy la señora que ayer le llevó una gatita blanca mordida por una víbora, ¿cómo está?
_ Señora, cuando pueda venga a buscarla,porque se pasa haciéndome mimos y pidiendo comida y no me deja trabajar.Ya está perfecta.

Emoticono smile






El 405 viaja por las calles de la ciudad devenido en licuadora, entre curvas cerradas y frenadas inclementes, al punto que se le acaba de caer parte de la máquina de los boletos, de tanto traqueteo. La gente va con miedo y trata de aprovechar los semáforos para realizar la odisea de caminar desde el asiento hasta la puerta.
Ayer paso algo similar: el chofer olvidaba doblar en 8 de Octubre al salir de Comercio (bah, de Gobernador Viana) y cuando la guarda le pegó el grito se mandó una brusca maniobra que lo hizo comer el cordón. Unas cuadras después trató de rebasar un 103, calculó mal y casi se lleva puesto un ciclista, provocando los gritos de la guarda y otro chofer, que iba charlando con ellos y que le dijo muy serio:
_ Si tenés que frenar, frená, no pases a lo loco!
Debe ser algo propio de esta semana. Una oscura venganza por tener que trabajar en carnaval bajo un sol inclemente. O están todos locos, yo qué sé. 
Ojalá esto solo diera para sustos pasajeros y crónicas ídem, pero no es así.
A cuidarse y cuidarnos entre todos, gente, que el año pinta complicado en lo que tiene que ver con la calle, y hay que andar con los cinco sentidos en alerta roja por si acaso.






Ahora resulta que no solo me cortaron el celular porque me olvidé de pagarlo, no solo no puedo usar el otro teléfono que tengo porque lo escondí tan bien antes de ir a Río que di vuelta mi casa y no pude encontrarlo, sino que sueño que paso por Maracaná y me emociona verlo iluminado.
Debo estar muy mal.



Cuando bajé en la agencia de Núñez de Río Branco (a la que en mi fuero íntimo sigo diciéndole "terminal", aunque mi amiga María con toda razón me corrija) ya eran las siete y cuarto de una preciosa mañana de sol. Había dormido poco, porque me tocó junto a un señor amable pero extremadamente voluminoso, cuyos brazos desbordaban del límite de los asientos mientras él dormía plácidamente, aunque por suerte sin roncar. 
Mis viejos estaban ahí, al firme, y tras los saludos iniciales arrancamos para el puente Mauá, porque la idea, esta vez, era hacer mandados en Yaguarón antes de enfilar para la Merín, como forma de zafar de la pobre oferta de frutas y verduras que en el pueblo de mis viejos es proverbial. Cierto que siete y pico es una hora temprana, pero no tanto si pensamos que en Brasil hay cambio horario, así que allá fuimos. 
Rodriguez, inteligencia.
El primer supermercadito, extrañamente, estaba cerrado. Qué raro. ¿Habrían arrancado ya la licencia de carnaval? Todos los comercios de la zona del puente permanecían cerrados. Ni un alma en las calles. El estacionamiento frente al supermercado gigante de la entrada desierto...
Ahí vimos el cartel en la puerta del super, y entendimos. Brasil, 2 de febrero, Iemanjá, feriado.
Rodríguez: laicidad e imprevisión.
Terminamos siendo los primeros clientes en entrar a las 8 a El Dorado, en Río Branco, donde extrañamente encontré los fideos de arroz que en Montevideo hace días que no veo.
Ya en casa, charlando al mediodía a la sombra de los árboles, de repente vemos a la gata que vuelve como pelotazo del terreno de al lado y se mete en la casa, donde empezó a correr como loca, a rascarse de forma muy rara y a saltar encima de la cama, haciendo un bollo de la sábana de arriba, antes extendida y prolija. Qué bicho le picó, nos preguntamos con la mayor literalidad posible. 
_ Capaz que la mordió una crucera- dijo mi vieja.
_ Sí... Ahí en ese terreno suele haber cruceras- coincidió mi viejo, como quien dice que en el almacén de la esquina hay galletitas.
O sea, preocupados por la gata sí, por la proximidad de las bichas a tres metros no. 
¿Entienden de dónde vengo?
Y yo, ¿por qué soy así, señor Mendell?
¿Mutación?
La gata terminó subida a lo alto del ropero en el cuarto de mis viejos, donde en este momento los tres duermen a pata suelta en tanto que yo me instalé en la hamaca bajo la enramada del fondo, donde escribo para asegurarme a mí misma que lo más probable es que lo de Guaytica solo haya sido un susto. Capaz que la picó un caboclo o un alacrán, había teorizado mi vieja, como si con eso fuera a tranquilizarme.
El mundo de la hamaca en la siesta es casi casi el mejor de los mundos posibles.
Las chicharras tienen tremendo concierto a esta hora, mezclado con cotorras, benteveos y tres o cuatro otros pájaros, con fondo de vientos y rumor de hojas. Los picaflores aletean sobre mi cabeza. Todo paz y amor, vida, naturaleza y armonía, lo que no obsta para que igual de reojo vaya cada pocos segundos controlando los alrededores terrestres y arborícolas, por las dudas. 
Hasta más ver.

Espero.





Él tiene unos cuatro años y habla continuamente. Ahora hace rato que cuenta cosas del Chapo y cada vez que lo nombra la mamá lo corrige: " el Chapo no, es el Sapo...". Viene jugando a algo, sospecho que el sapo es el personaje de su juego. Él es un encanto, un niño muy dulce y afectuoso, lleno de dicharachera alegría.
Me pregunto cuánto demorará en bajarse.
Unas voces tipo Las Ardillitas salen de su celular y se adueñañ del aire del Núñez de las seis de la tarde a Montevideo. El Chapo ya me tiene harta. Ojalá no pase del Tacuarí. ¿Duran mucho las baterías para esos jueguitos?

Ooooom.