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martes, 7 de septiembre de 2021

Setiembre 2021


Las múltiples caras del vicio en el liceo. La alumna flaquita que entra al salón con no una sino dos tortas fritas en las mano, otra que en el recreo me invita con bizcochos y es tan insistente que al final acepto medio corazán (porque lo de croissant no me sale pero lo escribo bien, vieron?) y el sacrosanto café de la panadería de la esquina, en este caso en su suave versión capuchino. Jueves de primavera y calorías, estimados. Jueves de polleras floreadas, colores chillones y pelusas kamikazes que se desprenden de los plátanos y vuelan con fuerza buscando puntos débiles bajo la forma de ojos y narices. Jueves de la primera clase al aire libre, entre el sol y la sombra de las once de la mañana con García Márquez y los de sexto de Ingeniería. La foto del patrimonio es por si quieren darse una vuelta el sábado, de una a cinco de la tarde, que andaremos de puertas abiertas. Y en eso estamos.





Razones para la felicidad en una mañana de miércoles: 1. Un cortado. 2. Unos escritos muy buenos de comparación entre “La pradera” y “Vendrán lluvias suaves” (Bradbury). 3. Hay sol. 4. Es primavera. 5. Respiro.






El viernes vinieron de pollera, ayer de pijamas, hoy aparecieron todos de negro. Les pregunté si era parte de la consigna por la semana de la diversidad y me dijeron que sí y que no. Hoy habían planeado venir “monocromos”, cada uno con un color, pero ante la muerte de una estudiante de otro liceo (por un tema de salud) decidieron cambiar la consigna y se vistieron de luto. Ahora están en el recreo. Algunos juegan al ping pong, otros al Uno o al Chancho. Los más adictos al celular se quedan pegados a un enchufe mientras le cargan la batería a su segundo cerebro. Uno de mis estudiantes anda caminando orgulloso de su mochila que no creo que sea de casualidad que hoy sea negra y amarilla. Ya hay algunas parejas formadas en lo que va de la presencialidad, paseando juntas por los patios lloviznosos del IAVA que ha visto pasar a tanta gente (incluyéndome). Seguramente en la puerta del liceo haya una cola enorme en el puesto de las tortas fritas a $10. Yo creo que ya (casi) hemos vuelto a la normalidad. Seguimos con un “recreo” gigante de 25 minutos a mitad de la mañana pero, en fin, así estamos. Casi casi como antes.





Hoy se comunicaron las fechas de fin de cursos 2021, y en Bachillerato (donde estoy) vamos hasta el 3 de diciembre, con un "repechaje" hasta el 14, lo cual implica un mes más de trabajo que lo normal, que es terminar (de cuarto a sexto de liceo) el 15 de noviembre. Me encanta dar clases, sé que mi licencia reglamentaria es en enero, que en diciembre y febrero además de reuniones y exámenes estoy a la orden de lo que el organismo rector de la educación decida y bla bla bla, pero la resolución de extensión a esta altura del año me parece (entre otras cosas) poco práctica, cuando los docentes hemos pasado corriendo y jerarquizando contenidos en el programa para poder llegar a darlo en tiempo y forma en el plazo que teníamos previsto. ¿A cuento de qué viene esta peregrina extensión de cursos? ¿Es que alguien puede suponer que durante el período de virtualidad no tuvimos clases? Porque el año pasado, que quedamos medio abombados y demoramos unos días en organizarnos te la llevo, pero en 2021 empezamos con la virtualidad de un día para el otro ni bien se suspendieron las clases presenciales. No sé. Todo me parece una manera burda de seguir ninguneando el trabajo de los docentes, el esfuerzo de los estudiantes y demás integrantes de las comunidades educativas. Como si se sugiriera que se extiende la fecha de finalización porque durante la virtualidad nos pasamos rascando. Estoy realmente harta de la desvalorización continua de nuestro trabajo. Si creyera que esta resolución tiene un genuino interés educativo podría tratar de comprenderlo, pero no. Una más, y van...





El panadero: _Y, ¿cómo estuvo la laguna Merín? Yo: _¡Precioso! …………………………….. Yo:_Walter, ya te dejé los boletos ahí, en tu puerta. Walter: _Sí, ya vi, ya lo vi. …………………………….. La estudiante de Artistico en el recreo: _ Profe, ¿vas mañana a la marcha? Yo: _Sí. Ella: _ Aaah, qué lindo. Yo no sé si mis padres me dejan ir, por la pandemia. Yo: _Bueno, si no vas este año podés ir el próximo… …………………………….. Yo: _Y el estreno de tu obra, ¿cómo estuvo? La practicante que es actriz: _ ¡Muy bien! …………………………….. Yo: _ Hola, encontré estos $50 en el patio, por si alguien los reclama. Adscripta: _ Perfecto, ojalá que aparezca quien los perdió. …………………………….. La estudiante al final del turno: _Profe, odio vivir en Uruguay porque no vienen los artistas que quiero ver. Yo: _ ¿Por ejemplo? Ella: _Harry Stiles Un compañero: _ Ah, yo ya vi a todos los que quería ver en la vida. Yo: _¿Sí? ¿A quiénes viste? Él: _ A Paul Mc Cartney y a los Rolling. Yo: _Wooow. …………………………….. No solo en las clases se van fijando los entramados que hacen a una comunidad educativa: la comunicación entre sus integrantes es un tejido de historias mínimas y todas imprescindibles. Se hace día por día, se construye paso por paso y al final termina siendo más fuerte que la unión de todos sus eslabones.





Me despierto a las seis de la mañana y ya se escuchan los pájaros en los árboles. El sábado amanece lloviznoso y gris en la laguna. Cuando me escucha levantarme el Cele viene a darme un beso y a decirme que qué buena sorpresa le di llegando esta mañana. _ Cele, Mariela vino ayer.- acota mi madre. _¿Ayer? ¿Sí? No me acuerdo… Los cuatro gatos los rodean pidiéndoles comida. Cada uno tiene su menú y sus horarios. _El Gatón de mañana solo come cerdo- aclara mi madre-Y la Guaytica pastillitas. A la Clarita no le gusta comer pollo. Sardinas les doy de tarde, a ellos de mañana no les gusta comer sardinas. Mis viejos desayunan en la cocina mientras yo me instalo en el frente. A ellos les gusta estar encerrados y cada vez que vengo a visitarlos me paso todo el día abriendo ventanas y cortinas que al ratito ya están cerradas. Viven casi en el campo pero nunca dejan las puertas sin trancar, ni siquiera durante el día. Escuchan una radio gangosa y llena de reclames espantosos, mientras mi viejo sigue comentando qué temprano que vine hoy de Montevideo, que no me oyeron llegar. Son una extraña unidad que ya lleva 58 años de vivir juntos y un par más de noviazgo. Viven en una casa donde nada funciona y donde todo está húmedo. Una casa copada por los mosquitos por la noche y dominada por los gatos todo el día. Yo aparezco una vez cada varios meses, porque es largo y caro el viaje desde Montevideo. Ellos viven acá hace once años y solo fueron dos o tres veces a visitarme, obligados por las elecciones de la cooperativa, y ninguna de esas veces se quedaron más de un día. Somos una extraña familia. Normal o disfuncional, según se mire. Y en eso estamos.




¿Cómo será la vida en Solís de Mataojo? Despertar y ver las sierras recortando el paisaje a tus espaldas. Recorrer la calle Fabini con sus tiendas de antigüedades, miel y verduras. Salir de la panadería s la siete y media de la mañana con tu bolsa de bizcochos calentitos en la mano e ir sonriendo aunque no haya nadie por la principal, mientras el ómnibus de Núñez en el que alguien te observa al pasar sigue su viaje hacia el noreste, buscando un destino que también es origen y que aún queda a más de un mundo de horas de distancia.





No, queridos: no son fotos viejas de Matilda, es un gato nuevo. Estaba merendando en la cocina cuando escucho un maullido igual al de mi gata y salto en la silla. Abro la puerta (no tenía el menor sentido pero yo tenía sí o sí que ver qué pasaba, porque conozco los maullidos de los gatos del barrio y este no era uno de ellos) y veo una figura gris topo con pecho y patitas blancas que me miraba con sus enormes ojos verdes como diciendo “hola, humana”. Estaba en el jardín, sobre el lugar donde enterré a Matilda. Listo. Se complicó. (igual no, no se entusiasmen, porque aunque el nuevo es mimosote y divino supongo que tiene dueño, porque estaba gordito, y además al gato viejo no le cayó para nada bien la aparición de esta versión joven y masculina de la gata que solía gobernar en esta casa)




"Alfonsina y el mar" fue una de las primeras canciones cuya letra recuerdo haber aprendido en mi infancia. Lejos estaba (por suerte) de entender de lo que hablaba, solo me dejaba hipnotizar por la música y cantaba desafinando de lo lindo para delicia de mis padres y vecinos. Nunca estudié especialmente la vida o la obra de Alfonsina. Me acuerdo de su noviazgo con Quiroga, he leído sus poemas, no mucho más. Siempre he pensado vagamente que fue de rebote una más de las víctimas del halo de muerte que acompañaba al salteño por dondequiera que pasaba. Hoy en la radio escuché a alguien contar que en verdad su suicidio no fue motivado por un amor no correspondido (como escuchando la canción yo había ligeramente asumido) sino porque tenía cáncer de mama, ya la habían operado dos veces y no tenía confianza en que la medicina de 1938 pudiera hacer mucho más por ella. Ese "él" al que pide que le digan que Alfonsina no vuelve sería en verdad su hijo, a quien le deja una carta, a la vez que entrega a la prensa el poema "Voy a dormir", a manera de despedida. Me quedo pensando cuántas veces no estaremos haciendo lo mismo que yo reconozco haber hecho ante la figura (para mí más o menos lejana) de la Storni: asumir cosas, simplificar motivos, cerrar mentalmente un expediente poniéndole una carátula fácil y complaciente. No digo que con esto evitemos los suicidios, pero nunca está de más preguntar, tratar de entender y sobre todo (sobre todo) escuchar. Escuchar mucho. Siempre. 





Este no ha sido para mí el mejor de los fines de semana. Ayer cuando salió el sol por la tarde me enojé, porque la pobre Matilda había pasado sin verlo los últimos días de su vida, cuando salir al patio a asolearse era de las pocas cosas que la hacían por un ratito verse contenta y relajada. 
Hoy después de las cuatro, sin embargo, decidí bajar a la rambla y el sol y yo terminamos por amigarnos. Caminé mucho en tiempo pero no en distancia, porque la tarde estaba tan increíblemente veraniega (aunque sin mosquitos, plus nada desdeñable) que resultaba mucho más agradable el paseo que el ejercicio. Pocitos y el Puertito estaban llenos de gente, perros y bicicletas. Algunas guitarras. Una cometa. Un cartel de Montevideo pintado con los colores de la diversidad. Muchos restos de algo que pudo o no ser el viejo Hotel Pocitos asomando en la arena por la gran bajante que las lluvias se ve que no han solucionado. Familias, grupos de amigos, padres o madres solos con sus niños, muchas personas solas sentadas en la arena o en las rocas. Una mamá joven rodando por una bajada en competencia con sus dos hijos. Personas en sus autos con la música al mango. Siete combis paseando en fila por la rambla. Pelotas. Pies descalzos. Tréboles. Caracoles. Olor a porro. Aire caliente. Mucha, mucha, mucha mugre sobre la arena o entre las rocas. Bolsas de nylon, plásticos, envases varios. Huellas de humanos, perros y aves. Algunos cangrejos caminando entre las rocas. Personas haciendo yoga. Gente sobre el pasto, sobre la arena, las rocas o los bancos de la rambla, disfrutando de algo que quizás, tal vez, en una de esas, sea algo así como el comienzo de la primavera. 
Este no ha sido para mí el mejor de los fines de semana pero la tarde del domingo le puso un poquito de color a las sombras y con eso alcanza, por ahora.




El gato viejo hoy se había ido temprano en la mañana, cuando Matilda aún la seguía luchando. Ellos dos nunca fueron amigos (aunque convivían sin problemas) y hacia varios días que no se veían, porque ella estaba acostada en el piso de arriba y él viene, come, duerme un rato en el sillón y se va. Recién acaba de aparecer, le abrí la puerta y no entró corriendo hacia la comida como siempre. Se quedó detenido, amagó a irse y después se quedó, olfateando con sumo cuidado todos los lugares del piso de abajo, precavido, temeroso. Nunca había hecho eso. Matilda murió en el piso de arriba y no anduvo para nada por el living, pero el viejo sabe que algo ha pasado en esta casa. Después de la inspección me pidió comida con un maullido raro, bajito y muy dulce. Ahora está comiendo muy contento con la herencia del paté de pescado que le tocó en el reparto, pero que intuyó algo, intuyó. Seguro.




Día de mierda el 11 de setiembre. 
Hoy me quedé sin Matilda. 
Ya pasó, hubo que tomar una decisión y fue muy duro, pero ya pasó. Gracias por todos los buenos deseos y el afecto y apoyo en todo este mes que he vivido entre paréntesis. 
La vida sigue.




Santiago Matamoros, sacerdote católico y héroe de la independencia de México, murió a la temprana edad de 44 años. Ahora parece que al exhumar sus restos resulta que este hombre delgado, de 1.51 de estatura, que extrañamente se negaba a desvestirse delante de nadie, había nacido mujer. Como la monja Alférez, como Juana de Arco, personajes de los que nunca sabremos si la decisión de adoptar el género masculino fue resultado de la asunción del género que sentían como propio o si fue producto del deseo de ocupar un lugar que le estaba velado a las mujeres de su tiempo. Cuánto dolor, en todo caso, cuánta soledad, y a la vez qué valentía, qué admirable valentía la de animarse a ser y a hacer, sin que importen las restricciones y los prejuicios del afuera.




El gato del cuadro nunca cambia. No deja de comer, no deja de caminar, no se convierte en un cuerpito flojo que no tiene fuerzas para trepar a la cama. El gato del cuadro no respira con dificultad. No se pasa los días acostado sobre una frazada añorando los árboles de la vereda o los muros del fondo. No me lame las manos cuando le doy carne picada de a pedazos tan diminutos que a veces no llega a ver y ni siquieraa olfatear. No ronronea mientras le sostengo la cabeza o le acaricio los costados despacito y le voy diciendo que descanse, que agradezco su presencia en los últimos cinco años, que voy a extrañar si no está pero no quiero que sufra. El gato del cuadro no siente, no entiende por qué desde hace un mes ando por la vida en modo automático, no se da cuenta si lloro, no sabe que un día no va a estar más y la vida va a seguir. Los que respiramos, en cambio (los que todavía seguimos respirando) somos precarios y vulnerables, buscamos consuelo en el presente absoluto y tratamos de barajar las palabras para bordar la tristeza y diluir la soledad que se avecina implacable. No me jodan con que es solo una mascota: este no es tiempo de cuantificar los valores de las vidas. Estoy triste. Solo eso. 





“Empecé a trabajar aquí hace 32 años”, dice la profesora de Literatura de un colegio en la serie que estoy mirando. “Empecé a trabajar aquí hace 32 años”, le podría yo decir al CES (o DGES) hoy. Bueno, no hoy precisamente, sino hace ya un par de meses. Diosss… No me he cortado el pelo, no me visto como la señora ni tengo su flacura, pero uso lentes como ella y también trabajo desde hace 32 años (aunque no me haya llegado noticia del tradicional reconocimiento de los 30, porque se ve que mi primer año de clases se perdió en la noche de los papeles). Repito: diosss… (Y eso que soy atea)




La luz le va ganando a la sombra. El árbol frondoso luce orgulloso sus ramas y junto a él el árbol talado extiende hacia lo alto los tronquitos que le han dejado los podadores. Es difícil sobrevivir, pero sigue respirando. El lunes avanza lento en el mes en que todos volvemos a soñar con flores y golondrinas. Los teros del techo inician su ruidoso concierto habitual y la ciudad se despereza lento mientras la humana de la casa se prepara para iniciar la jornada y la felina en el piso de arriba no se levanta ni quiere comer pero sigue agradeciendo mimos. Todos somos uno. Árboles, pájaros, gatos, flores, personas. Tenemos un tiempo, florecemos, pasamos. Somos luz, estamos y seguiremos estando. Solo cambian las formas.




Sigo corrigiendo escritos de Dante: "El Paraíso era donde todas las almas querían estar, pero era muy difícil llegar. No se sabe la cantidad de personas que había ahí pero eran muy pocas, un número inferior a 10." Mirá vos, qué barato debe salir el mantenimiento del Paraíso. Con una casita de cuatro dormitorios capaz que ya estaría solucionado.




Es lo que siempre sucede: una escucha un tema viejo en la radio* y lo empieza a cantar, a cantar primero distraída y como en segundo plano, hasta que de repente una larga lo (poco) que estaba haciendo, empuña un micrófono imaginario y se convierte en la estrella musical de la cocina. Al principio el recital cuenta con el apoyo de las letras en alguna página buscada medio de apuro**, pero luego una se pone más profesional y empieza a buscar los videos que ya vienen con la lyric. A los seis o siete nacionales*** empiezan a seguir temas en inglés****, porque una se pone osada con el avance de su carrera imaginaria, y después ya pinta beboteo*****, paseíto por Argentina****** y que sea lo que sea. Mi vecina debe estar aturdida. Matilda, mientras tanto, duerme en el cuarto de al lado. Ya le mandé mensaje a mis amigas proponiendo karaoke y una (por lo menos) dijo que sí. En un rato me voy con mi amigo de la cooperativa hasta el Bada (el bar del barrio), pero ahí ya voy a estar cansada y solo charlaré en voz normal, sin cantos ni desafines. Hoy arranqué el día soñando que volaba y aún sigo despegada de la tierra mientras cae la noche y todo se va poco a poco silenciando. ¿Ustedes se caen a veces en una nube de canciones? ¿De cuáles? 🎵🎵🎵🎵🎵🎵🎵🎵🎵🎵🎵🎵🎵 * Resistiré ** Será, Encuentro con un Ángel amateur *** Gris, Carretera perdida, Solitario Cadillac **** Wish you were here, Confortably numb, Space Oddity, Nothing else matters, Creep, Losing my religion ***** Por qué te vas ****** Down with my baby, Té para tres, La ciudad de la furia, Rezando solo, Bajan





Los días de sol son cada vez más bienvenidos en esta casa, sobre todo si son viernes y la humana (por azares del destino y los horarios) no trabaja. Los días de sol Matilda y yo esperamos que se haga la hora en que el patio se ilumina y se termina de secar la lluvia de la noche sobre las maderas del deck para salir y disfrutar de la vida aquí y ahora. No hay otro tiempo ni otro lugar. Es este, mientras dure. Carpe diem.




Despertaba, estaba en mi casa re tranquila y de repente me daba cuenta de que tenía una clase en menos de veinte minutos. No era nada terrible, después de todo: nada que un buen viaje en taxi no pudiera solucionar. Pero no me iba enseguida para el liceo, sino que en el camino me paraba a saludar en un taller donde alguien (creo que se llamaba Diomedes) estaba dando unos cursos de artesanías y oficios sencillos a unos muchachos de vida complicada. Los alumnos presentes eran cuatro o cinco, todos varones y adolescentes. Me impresionó su seriedad y compromiso con lo que hacían. Era admirable aquella actividad. Al salir recordaba que tenía que estar en el liceo y decidía ir volando hasta la parada de ómnibus, que estaba a un par de cuadras. Levanté vuelo enseguida, y comencé a remar con los brazos para ir más rápido. No iba muy muy alto, apenas a un par de metros del suelo. Creo que estaba en el Prado. A veces me cruzaba con personas que venían caminando en la dirección opuesta (especialmente me pasó eso durante el trayecto en que coincidí con una feria vecinal) y me extrañaba ver que no les sorprendía mi actividad voladora. Qué raro, ¿no? Nunca hablan de mí en la prensa ni me hacen entrevistas, pero soy la única persona que de vez en cuando vuela. La parada estaba a media cuadra, me había cansado mucho con el movimiento de los brazos y decidí hacer el último tramo caminando. Y ahí me desperté de verdad. Creo.




Estoy tomando un cortado pre diluvio en un bar sobre 18. Además de mí hay otras cuatro personas, cuatro hombres instalados en sendas mesas, alejados todos de las ventanas y más bien atentos a la charla con el mozo y los que trabajan detrás de la caja. Algo ha pasado esta mañana, alguien de la tele ha dicho algo de los parroquianos de este bar y el clima entre las mesas está tenso y dialogado. No logro captar cuál fue la crítica, pero más de uno de los c
presentes se ponen a hablar de la dudosa moralidad de uno de los involucrados, y ya que están empiezan a bromear con que este bar debe ser responsable también de la tormenta que se viene.
Yo por las dudas aclaró que nada sé de la reputación del lugar y me refugio en los escritos de quinto año, que también tratan sobre el infierno, mientras el mediodía se va haciendo noche y la tormenta ennegrece cada vez más el cielo.
Hoy volvemos a la coordinación presencial en mi liceo, con lo que me acabo de hacer acreedora a dos bonitas horas puente y a un almuerzo fuera de casa todos los miércoles de los próximos cuatro meses. Iu pi.
Nos estamos viendo.