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martes, 6 de abril de 2021

Abril 2021


El señor vive en Suecia, yo en Uruguay.
Él se dedica a las carreras de orientación, yo soy capaz de perderme en Malvín.
El señor andaba por un camino rural cuando de repente se encontró con 50 objetos de bronce pertenecientes a alguna mujer que vivió entre el 750 y el 500 a.c. y lo primero que hizo fue llamar a los arqueólogos. Yo ya tendría esas 50 piezas en mi casa y que los arqueólogos me encuentren, pienso mientras leo la noticia, y también pienso que quizás debería haber nacido en Suecia y dedicarme a las carreras de orientación, pero no. Me tocó estar leyendo la página de Montevideo Portal en plena pandemia y con las fronteras cerradas. No es justo. Así, no*.

*con voz de la Chiqui.



¿El colmo de una vegetariana? Tener que hacer cola en la carnicería un 30 de abril a mediodía porque se quedó sin carne para los gatos.  
(¿Qué  le pasa a la gente la víspera de los feriados, se les acaba el mundo?). 
(¿El postre que tengo en la mano? Bueno, ta. Me estaba aburriendo con la espera y me di una vueltita por la góndola de la panadería. No me juzguen)




La Coccinelle fue una de las mujeres más bellas de Europa y conmocionó al mundo en los años 60´. Pasó de ser peluquera a  bailarina, cabaretera y finalmente actriz y cantante. Su fama fue tan grande que una vez que alguien la vio comprando en una joyería de París se armó un tumulto de público que hizo imposible su salida por la calle y hubo que sacarla del local a través de un helicóptero. Llegó a eclipsar a la mismísima Bardot en una gala a la que asistió con un vestido igual al de la diva, haciendo que todos los flashes se concentraran en ella (primero por la confusión, luego por el escándalo) y que nadie se cuidara de la entrada al evento de la auténtica BB. A los 29 años se casó de blanco y por la iglesia con un periodista deportivo que sería el primero de sus tres maridos. Vivió varios meses en la Madrid franquista de los años 60, sin tener miedo al pasearse por la Gran Vía en su deportivo descapotable. Triunfó en Buenos Aires y Alemania. De vuelta en Francia terminó perdiendo toda su fortuna y viviendo en Marsella con el tercer marido. 
Desde 2017 hay un paseo de París que lleva su nombre: es la primera vez en la historia que Europa le dedica una calle a una persona transexual.
Somos una especie que avanza lentamente en materia de derechos humanos, por más palabras que llenen los silencios (pero -de vez en cuando- avanzamos, o eso queremos creer, por lo menos).




¿Se acuerdan del meme del incendio y la nena que sonríe? 
Bueno, la autora de la foto acaba de subastarla por U$ 500.000.
Nada, eso. 
Sigo corrigiendo trabajos sobre Cándido, Edipo, Borges y Romancero enviados a través de Crea. Y por mail. Y por wsp. Coordinando con mis compañeros. Dando clase. Buscando materiales para compartir por pantalla. Llenando planillas. Pasando notas, desarrollos del curso, devoluciones, todo registrado en papel, en Crea, en la libreta digital. No paro, y a la vez no termino: una suerte de cinta de Moebius de las cosas por corregir. Por qué no me habré puesto a buscar nenas con caras inquietantes frente a un incendio, me pregunto. 
Buenas tardes.




La historia de San Jorge y el dragón es de las más singulares de la mitología cristiana. Surge en el siglo IX y está emparentada con los mitos griegos y con todos los cuentos de hadas que se contaron a partir de ella, llegando al Smaug de Tolkien. 
El origen está en Beirut (Líbano), donde se cuenta que un dragón hizo un nido en la fuente de agua de una ciudad y exigía un tributo a los habitantes para poder usarla. Primero fueron ovejas, después personas. Un día resultó seleccionada la princesa. Después que el rey había tratado de salvarla suplicando al dragón llega Jorge, en su caballo, enfrenta al dragón, lo mata y salva a la princesa, tras lo cual los habitantes abrazan el cristianismo.
San Jorge es el santo patrono de muchos lugares e instituciones, e incluso en Uruguay está asociado con el arma de Caballería del Ejército, pero yo me quedo con otro: con el San Jorge protector de los animales domésticos. En ese sentido, desde el ateísmo cargado de pensamiento mágico de estos lados, sí, salve Jorge (léase con tono de Fernanda Abreu). 
Y me voy a replantar unas espadas de San Jorge, que los obreros que las arrancaron ya se han ido y en esta casa es tiempo de proteger a los vegetales domésticos.
Para que meus inimigos tenham pés
E não me alcancem
Para que meus inimigos tenham mãos
E não me toquem
Para que meus inimigos tenham olhos
E não me vejam
E nem mesmo um pensamento eles possam ter
Para me fazerem mal
🎵




¿A todos nos aparecen los mismos comerciales cuando ponemos un video en youtube? ¿Ustedes también se encuentran con una brasilera de blusa amarilla que se tapa alternativamente los ojos y dice  "hola, ¿sabes lo que estoy haciendo acá"? Siempre salteo los anuncios apenas tengo opción, pero con este además ni bien veo la blusa amarilla ya muteo la computadora.
¿Ustedes dicen que esto será por la pandemia, por el destrozo del jardín del frente y los obreros haciendo ruido desde las siete de la mañana o de puro neurótica que es una?
¿Nervocalm, grajeas, tienen?





Ya a las siete de la mañana empecé a escuchar los golpes en el frente de mi casa, y traté de hacer como que no me daba cuenta, pero sabía. Creo que ya les conté que la cooperativa está cambiando los muritos exteriores de algunas casas, que con el paso de los años habían empezado a chanflearse, especialmente los que están en las esquinas, como el mío. Pispeando por la ventana vi a los obreros arrancar la enredadera, sacar de raíz los setos y arremeter contra el pitanguero, y se me vino el alma al piso. 
Decidí no volverme a asomar al mundo exterior hasta que todo hubiera terminado. Concentré mi actividad en el patio del fondo y a las ocho y media, cuando arrancó el primer zoom de la jornada, me sumergí en Cándido tratando de desentenderme de lo que pasaba ahí nomás, a cuatro o cinco metros de mi clase. A eso de las nueve me golpearon la puerta para ver si podían enchufar un alargue en casa, ocasión que aprovechó la vecina símil ardilla para colarse en busca de comida y aparecer en mi pantalla, para deleite de los futuros economistas de mi grupo de sexto año. 
Di la clase con el sonido de fondo de un taladro o una sierra eléctrica (no sé bien). Los chiquilines dijeron que lo escuchaban, pero no molestaba demasiado. Después vino el quinto Artístico, un grupo al que solo le iba a dar una hora de clase (porque tenemos los lunes, y como no quise pasar la semana entera sin verlos les pregunté y me dijeron que sí, que hoy a las diez estaría bien). Hablamos de Edipo, de la peste de Tebas que mata personas, arruina las cosechas y diezma los rebaños, situación de angustia general que lleva al pueblo a pedir ayuda a las autoridades (ejem). En el medio también conversamos sobre los Beatles y sobre la edad mínima para ser legislador o presidente en nuestro país, esas cosas que se salen del tema y del programa pero son igualmente educativas (para todos).
Cuando íbamos a cortar, cuando zoom te avisa que estás en el último minuto, cuando ya empezábamos a despedirnos, una chica dice algo como "¿le digo?". Sí, dije yo, decinos! Y era que hoy cumplía años Lucía, una gurisa divina que tengo el gusto de conocer desde el año pasado y que un día mientras estábamos en la presencialidad me contó que había decidido que va a estudiar para ser Profesora de Literatura. En esos últimos segundos, medio suplicando (yo) para que la conferencia no se cortara antes de tiempo, le cantamos un feliz cumpleaños desafinado y a destiempo, que ella grabó con su celular y que nos dejó a todos con la sensación de que sí, como sea y en las condiciones que se pueda, está buenísimo tener la posibilidad de seguirnos viendo y comunicando. 
Después salí al frente y vi que el pitanguero no había caído en la volada, que los setos capaz que los puedo plantar de nuevo y que la enredadera en una de esas crece, si la pongo en agua y después le doy un buen lugar. Los obreros se esmeraron en darme consejos y me ayudaron a salvar las ramas que mejor podrían ser transplantadas. 
Y en eso estamos. A dos minutos del próximo zoom, con mil plantas en el fondo esperando el reencuentro con la tierra y con algunos problemitas logísticos por resolver (como la reja del costado, que ahora no entra en el espacio que tenía), pero llevando la vida con cierta luz de esperanza todavía encendida. 
Seguimos mirando para adelante. 
Que esta cosa* no pueda con nosotros.

*determinar a gusto del lector





Qué mezcla de emociones. 
Nostalgia de los cacerolazos de los 80´y rechazo visceral a los motivos de los cacerolazos de los 80´.
Redescubrimiento del barrio que protesta, solidaridad emotiva con los vecinos que se expresan y constatación del silencio de algunas casas (las de siempre). 
La impotencia ante la realidad se topa de frente con el empoderamiento. Antes nos juntábamos en la calle y nos abrazábamos en medio del caceroleo, pero ya no (por ahora). Nos faltan algunas voces, eso sí, y el alma se llena de tristeza.
Pero acá estamos. 
Alzamos la voz (o el sonido) y el que pueda escuchar, que escuche.Reclamamos por ayuda, apoyo, medidas, coherencia, transparencia, honestidad. Ellos saben que acá estamos, que no nos convencen con cuatro mentiras, elogiando divisas ya desmerecidas y haciendo promesas que nunca cumplieron (me salió el Serafín). 
Mientras tanto (y aunque nos tengan idea) los que no nos resignamos a convertir el dolor en números acá estamos, y seguiremos estando y haciéndonos escuchar. Siempre.




Zona de devastación en el patio de Arbolito... La cooperativa va a tirar abajo el murito del costado (en el frente de mi casa) y tuve que sacar todas las plantas de esa área antes de que los obreros las destruyeran. Estaba avisada, eso sí, y hoy pasaron a decirme que mañana arrancan las obras... Vamos a ver cuáles se salvan y cuáles sucumben; pienso ponerlas en agua, en la medida de lo posible, pero no sé cuánto estarán así antes de que las pueda volver a plantar. 
Si alguien quiere malvones, cactus finitos o alguna otra, ahora es el momento de pasar a buscarlas. 
Cruzo los dedos para que el romero y el pitanguero se salven de la piqueta fatal del progreso, me cachendié. A la enredadera y a los setos ya les dije adiós, porque no hay forma de que zafen. 
Ommmmm.




La señora a la que escucho a través de la puerta cerrada de mi casa (por no decir que es mi vecina -que es una genia, es bella, es una artista y un largo etc de virtudes-) no conoce el significado de la palabra "silencio". En todo lo demás es crack, pero no sabe callarse. Nunca. Hace como un cuarto de hora que escucho que le habla al muchacho que corta el pasto y veo cómo él pasa de la animada charla del principio a una serie monocorde de "sí", "claro" y un tímido "ya se me hizo tarde, me voy a tener que ir yendo", al final.
Dios... La parlanchinería está ahí nomás, a la vuelta de la esquina, y más para los docentes, acostumbrados a llevar la voz cantante. Sí, mi vecina también es docente. 
Por favor, me avisan, ¿eh?
Que tengo una madre que tampoco entiende las señales de cansancio del receptor, y estas cosas (como otras muchas) suelen ser hereditarias. 
Yo trataré de captar las señales, pero ustedes me avisan. ¿Quedamos así? Muchas gracias; feliz lunes.




Somos unos bichitos. Acabo de ver una escena del mundo animal que me llevó a mil escenas humanas. Yo me acababa de levantar y mientras abría la persiana del frente pensaba qué raro que no había ni un gato en la ventana. En eso escuché un sonido que he aprendido a reconocer: el de un perro que corre a una presa. Abrí la puerta, apresurada, y vi a las dos pendencieras de mi cuadra que caminaban tranquilas, como si nada. Una de ellas, la negra, la más vieja, me miró y se fue lentamente para el lado de su casa. Pero no eran las únicas que circulaban por Arbolito: no se veía ni un ser humano pero a mitad de cuadra correteaba una patota heterogénea compuesta por cinco perros y un caniche blanco*. Uno de ellos, uno hermoso y joven de color dorado, se había quedado rezagado sospechando la existencia de algún gato escondido en las inmediaciones. Cuando lo vio (era la vecina barcina, la de la cola de ardilla) inició una corrida que terminó con el felino en lo alto de un árbol. Por suerte hay muchos árboles en la cuadra de mi casa**. Con la presa a tres metros del suelo el perro vio que la persecución había terminado y se retiró con los suyos, que como andaban en patota se habían envalentonado y parecían esas barras (de adolescentes, de hinchas de fútbol, de personas medio en pedo a la salida de un boliche, elijan ustedes la imagen de su preferencia) que de la unidad hacen la fuerza y se sienten capaces de derrotar a cualquier enemigo. No me habría gustado enfrentarme con ellos, pero cuando me acerqué al árbol, por las dudas de que la gata se cayera, me miraron como decidiendo si valía la pena quedarse en esta calle y siguieron su camino a las risas rumbo al bajo***. 
Fue un cuadro perfecto de humanidad versión bichos: la patota empoderada, las dos acosadoras habituales replegadas ante la superioridad numérica de los intrusos, la víctima que no puede presentar pelea y se aísla en las alturas, la espectadora que se queda por las dudas pero no puede hacer gran cosa y la individua indiferente que todo el tiempo permaneció en la cocina, devorando su platito de atún de la mañana. 
Feliz domingo. Aprovechen que hay sol y el otoño viene lindo para andar al aire libre****. 
* Que es como decir casi perro, pero aún no del todo.
** Mi calle se llama Arbolito, pero no es por eso (aunque más de uno ya nos lo ha preguntado).
*** Y no me digan que nunca vieron reír a un perro, porque no les creo. 
**** Sí, con cada año que cumplo me vuelvo más tía Mariela; ustedes sean buena gente, disimulen y no digan nada. Buenos días.




Sueño de post cumpleaños
Me encontraba por la calle con una chica a la que conocía muy superficialmente. Ella estaba empeñada en una lucha social: no recuerdo bien cuál, pero era algo que afectaba a nuestro barrio. Decidía unirme a ella, y para eso íbamos a su casa, que era la misma casa de mis abuelos en Osvaldo Cruz.  
Al llegar resultó que su marido era Ignacio, que estaba tirado en una cama de una plaza leyendo una revista y acompañado por un gato gris barcino. La chica y yo empezamos a hablar: su propuesta  tenía como primera etapa una ceremonia medio mística que comenzaba por la ingesta de un durazno sin carozo cortado en rodajitas y unas cosas marrones que supuse que eran hongos. 
_ Vos decidís si te quedás acá adentro y salvás a la ciudad o si salimos al frente y salvamos al mundo. –fue lo que me dijo.
En eso, antes de que yo probara los alimentos, empecé a escuchar un maullido en el frente. Era un maullido muy familiar a mis oídos.
_Esa es mi gata Roldana. –dije, aunque también pensé que Ignacio siempre tiene pila de gatos y el del maullido podía ser otro con una voz similar. Pero parecía ella. Salí de la habitación por el fondo (como siempre lo hice en esa casa) y fui por el pasillo lateral hasta la entrada. Efectivamente, apenas la llamé, la silueta amarilla, blanca y peluda de Roldana salió de unos arbustos y vino a mi encuentro. Estaba un poco mojada, y parecía asustada, pero estaba muy mimosa, como siempre. La abracé un ratito, preguntándole cómo había llegado hasta allí desde nuestra casa, que quedaba a dos cuadras (como la de hoy) pero que era en la calle Barros Arana (como la de la infancia). 
La hubiera llevado de vuelta de inmediato, pero yo tenía que probar los alimentos.
Como no era seguro quedarme ahí afuera, donde Roldana se me podía extraviar, me fui de nuevo al interior de la casa, con ella. La dejé suelta en la habitación, donde Ignacio seguía leyendo, y me tiré boca arriba en una especie de colchoneta mientras la chica me iba diciendo cómo y en qué orden debía ingerir los alimentos. 
Una vez que lo hube hecho empecé a experimentar una extraña sensación de irrealidad. Podía escuchar el tránsito de mi sangre por las venas, a la vez que sentía su movimiento por todo el cuerpo, especialmente en las extremidades. Era un estado de hipersensibilidad en relación a los procesos orgánicos. Así que esto es un viaje de hongos, me decía, mientras trataba de alcanzar un vaso con el resto de un jugo de naranja que había a mi costado. Era un vaso de vidrio con relieve de burbujitas; cuando lo puse en mi boca para beber me di cuenta de que tenía como un metro de profundidad. Mis percepciones estaban todas distorsionadas. Así que esto es un viaje, pensé otra vez, mientras la sangre seguía pasando a toda velocidad por todos mis rincones y como fondo sonoro comenzaba a escucharse de nuevo el maullido de Roldana. ¿Qué quiere Roldana, se habrá peleado con el gato barcino, estará asustada, tendrá hambre? Pero yo no podía levantarme, o al menos sentía que cada movimiento me iba a resultar difícil. No era una sensación displacentera; solo una percepción diferente de las cosas, cierta movilidad restringida y una inquietud creciente al darme cuenta de que en verdad yo no conocía mucho a aquella muchacha ni sabía en absoluto lo que había consumido. ¿Qué le voy a decir al médico, si me pregunta? ¿Qué a esta altura de la vida se me dio por probar cosas nuevas y ni siquiera pregunté que eran? Bueno, por lo menos lo más probable es que lo que había consumido serían psiocibilinas, pensé (como si el concepto existiera). 
No podía incorporarme. Roldana seguía maullando sin parar y ni siquiera estaba segura de si habría hecho bien o mal al consumir aquel resto de jugo de naranjas. ¿Se podía tomar alimento en un viaje de hongos o no? La chica no me había explicado nada, ni siquiera cómo era que desde ahí iba a salvar al mundo, o al menos a Montevideo. ¿Dónde estaba ahora la muchacha? ¿Cuándo iba a pasar el efecto de ese viaje?
Desperté a las siete de la mañana y entré a Matilda, que estaba maullando en mi ventana. Venía mojada por la humedad de la mañana y aún no entiende por qué en vez de darle comida me puse a escribir este texto pero igual no le voy a contar el sueño, porque capaz que a los gatos del presente no les gusta que una sueñe con los gatos del pasado. Mejor me levanto así le doy un poco de atún. Buenos días.





Estamos mal. No todos, pero muchos estamos mal. Ahora resulta que no solo yo sigo acumulando pequeños dramas domésticos (toco madera...), sino que los miembros de un grupo especializado en fósiles uruguayos al que sigo se enfrasca en una guerra interna discutiendo por un tema de falsificaciones (no de fósiles, sino de artefactos indígenas). Parece que hay gente que (sea con herramientas modernas o imitando las antiguas) te hace una punta de flecha, una boleadora o un rompecabezas de piedra en un santiamén. Se armó la grieta en un grupo de buscadores de cosas!! Sale un té de tilo para el Uruguay (es el mejor país), saleeee... 

(Nota de Redacción: este post se interrumpe porque acaba de llegar el sanitario, iupiii!!)





Primero Matilda se me trepó a la falda sin previo aviso, yo sentí unas uñitas que se me clavaban en la pierna, salté y se me volcó el café caliente sobre la alfombra, la mesa y la propia espalda de la causante del problema. La computadora zafó por un centímetro. 
Después vino uno de los obreros que hacen reparaciones en la vereda a preguntar si yo sabía que la cooperativa está arreglando los muritos de nuestros jardines, porque el mío está chanfleado y lo van a enderezar, en una tarea que se va a llevar puestas a varias de mis plantas, incluyendo el pitanguero, además de inutilizar la reja que hice el año pasado y que me costó un ojo de la cara (por no decir un huevo, que no tengo). 
Descubrí una planta de las de interior que se estaba secando, la revisé y le encontré dos caracoles (en mi propia casa, invasores de porquería!!!).
Le compré carne picada a los gatos pero no les gustó. 
Hice una pascualina y uno de los huevos que le puse estaba podrido, así que lo tuve que sacar a toda velocidad para que no me estropeara todo el conjunto.* 
Al rato, se rompió la canilla de la cocina y ya no la pude volver a cerrar del todo. Ahora estoy esperando porque a las cuatro y media dice que viene el sanitario, el mismo que me tiene a cuentos desde hace como dos meses con un arreglo relacionado con la vieja pileta de lavar que todavía conservo en el patio.
Tengo como mil libretas, dos formularios y ochocientos mails atrasados para contestar, porque los zooms me dejan agotada (pese a que -nobleza obliga- debo reconocer que mis estudiantes son unos capos y vamos llevando la cosa lo mejor que podemos, aunque todos sentimos las ausencias y los silencios cada vez más cargados de significados).
Tres y cuarto: voy al galpón y encuentro los pedazos de un ex jarroncito de cerámica que estaba en mi casa desde tiempos inmemoriales pero que se ve que no resistió el paso de algún felino apurado.
Bienvenidos al post quejoso del jueves por la tarde. Sepan que mañana es mi cumpleaños y yo con cada cifra que avanza me pongo peor, así que... prepárense. Esto no va a hacer más que continuar.** 
*Ta, eso fue la semana pasada, pero como estaba enumerando calamidades no pude evitar incluir el episodio de la pascualina. Exceso de entusiasmo problemístico de mi parte, sepan disculpar. 
**Y no, no son problemas de verdad, ya sé. Este es un post pretendidamente humorístico, lo único que quiero es zafar (y hacerlos zafar) por un ratito de los dramas reales. ¿Que no me salió muy claro? Bueno. Esto también va a ir empeorando con cada cumpleaños que pase por mis neuronas, lo siento. Cosas que pasan. 




¿A ustedes también les pasa que tienen cincuenta cosas para hacer, pero empiezan por las que no son urgentes? Onda: tengo que agregar a Fulano a la lista del grupo tal, ver qué me pregunta aquella otra, corregir los trabajos que me enviaron, buscar las fotos para compartir en el zoom, adjuntar el repartido por mail... Ah, no: mejor, vamos a poner al día la libreta digital. Con un cafecito.  ☕️




"Yo asumo mi responsabilidad. Ese hijo es mío, no me voy a ocultar de él ni mucho menos. Le daré todo lo que haga falta, y a vos también", dice el personaje de un profesor cincuentón que acaba de dejar embarazada a una alumna menor de edad en una vieja ficción argentina de 1991. 
Pocos años después el actor (no el personaje) dejó embarazada a una mujer y no se hizo cargo del niño hasta que la justicia (prueba de ADN mediante) lo obligó a pasarle una plata que él siempre le retaceó. Cuando el actor murió el muchacho se enteró por google y no lloró: el padre nunca había querido conocerlo.
Nada, esas cosas que a una se le pasan por la cabeza mientras ve cosas viejas por youtube y se pregunta si es peor la ficción o la realidad, aunque lo bueno de la ficción es que en una hora y poco se termina, en tanto que la vida sigue y sigue. 
Conocí al hijo, siempre detesté al actor y ahora que lo veo en un papel de villano que pretende ennoblecerse a través de un gesto de sacrificio me doy cuenta de que en este caso no soy capaz de separar los dos planos. 
Salgo de youtube y me voy a buscar un libro donde los personajes tienen la cara y las cualidades que el autor buenamente ha querido pintarles, sin interferencias ajenas al texto que las desdibujen. 
Cosas que pasan.




Cuando se te ocurre ver qué tenés sobre el Siglo de las Luces en tus viejos apuntes del IPA y te encontrás con un paréntesis que plantea que en la clase hubo una “larga digresión acerca de un cementerio aledaño al fuerte de San Miguel, de las propiedades nostálgicas del junquillo y otros temas igualmente afines a la literatura del siglo XVIII.”
Dios mío, no quiero pensar lo que puede aparecer en el futuro como apuntes de mis alumno




La imagen de un hombre llevando a su amigo a un centro hospitalario en carretilla me persigue desde que la vi ayer en las redes sociales. Traté de escaparle a la noticia (porque no sé si estos son tiempos para andar ahondando en los dolores) pero acabo de hablar por teléfono con mi madre, y quién le explica a mi madre que esto del morbo no es saludable, máxime que la cosa fue en Noblía, cerca de los parajes donde nacieron ella y el Cele, en el Cerro Largo profundo del que todo se puede esperar. 
Parece que el enfermo -de 58 años- aunque estaba grave (no por el virus, sino por otra cosa) se negaba a ser trasladado, y su amigo estuvo un par de días intentando hasta que al final lo cargó en la carretilla y allá marchó con él. Antes de eso había consultado qué podía hacer en el mismo hospital y en la seccional. La policía fue hasta lo del moribundo, pero ante su negativa desistieron de llevarlo, además de aclarar que no tenían coche para trasladarlo. El alcalde dice en la prensa que no es culpa del municipio, porque nunca se pidió una ambulancia. Ahora, si el vecino (y amigo) del enfermo va hasta el hospital y acude a la policía, ¿no alcanza con eso? Capaz que ignoraba el procedimiento para pedir la ambulancia. El tema es que se sabía que el enfermo estaba grave, y nadie (salvo él) hizo nada. 
Para peor, al llegar al hospital, la enfermera no dejó ingresar de inmediato al enfermo aduciendo que no pensaba tocarlo porque estaba sucio y se había hecho encima sus necesidades. El hombre murió poco después, ya en la policlínica. 
_ Es que en Cerro Largo te hacen cualquier cosa. -remató mi vieja- A mí me tuvieron 17 días internada cuando me quebré la pierna y no fueron capaces de bañarme. Ni un baño me dieron en todos esos días. Las enfermeras de La Española, cuando me trajeron a Montevideo, no lo podían creer. Ellos tienen la obligación de bañar al enfermo todos los días, me dijeron mientras me limpiaban y me lavaban el pelo. Me dejaron muy linda. Pero eso fue otra época, hace como ocho años, ahora capaz que las cosas han mejorado. 
No sé. Este no es un post en contra de la gente de la salud, que bastante están haciendo por estas fechas. Es (además de una catharsis) una forma de decir que nos falta mucho para ser todo lo buenos que podemos, que los desencuentros y el hacer la plancha ante las propias funciones pueden llevar a alguien a la muerte o a la depresión ("yo siempre fui muy alegre -dijo mi vieja otro día que hablamos de su internación- pero te juro que esos días hubiera querido morirme de la tristeza por lo abandonada que me tenían en el hospital"*) y también es un post de aplauso cerrado al veterano que trató de salvarle la vida al amigo haciendo lo que fuera por acercarlo al centro de salud. 
Historia gris de viernes lluvioso, estimados. Para estar a tono con el día.
*hospital que queda a 400 km de donde vive la única hija**, en fin, pero quién convence a estos viejos de volver a Montevideo...
**hija que lo primero que hizo al llegar a cuidar a la madre fue desmayarse y hacerse un corte en la cabeza que la llevó a que le tuvieran que dar unos puntos en la emergencia del mismo hospital, donde (ya que estamos) hay que reconocer que fue súper bien atendida. 
Y en eso estamos.





Se viene el zoom de las 10 de la mañana con los de Ingeniería, se vieneeee... Y después los de Humanístico, a los que voy a cortar antes, porque hoy toca vacunación, y después terapia, y peluquería, antes de reponer la comida de los gatos y la humana en el Disco, ya sobre la tardecita. Uh. ¿Y yo cuándo voy a almorzar? Pequeño detalle que me olvidé de poner en mi agenda. Por ahora quedan unos minutos para vestirme decentemente, peinarme (un poco), buscar plata, documentos, barbijo, un libro para la espera mientras se van disimulando las canas... Tengo que dejarle comida a los gatos. Y preparar los materiales para las dos clases, que ayer entreveré todos los papeles arriba de la mesa y ahora no sé qué es Cándido, Edipo, Borges o El Enamorado y la muerte. No me da el tiempo, no me da! Un mensaje. Uh. No tengo tiempo para leerlo. Ah, es la practicante, que me recuerda que nos vemos a las diez y media. ¿No era a las diez? Ah, no, miré mal: los de Ingeniería van a las diez y media. Fiuuu... Tiempo para un cafecito, entonces, por las dudas que aún no me hubiera metido en la adrenalina diaria de las mil tareas. Por suerte los viernes no trabajo, la la la! 
(Sí, otro post que termina en babosear a los lectores. Y van... ) 
No debo presumir de mis viernes libres. 
No, no es una decisión, en verdad, o al menos no es mía: lo de mis viernes libres fue decisión de este gobierno, al recortar mis horas de la oficina.
(Sí, otro post de protesta política. Y van...) 
Y van a seguir.





Yo no canto en la ducha ni formo parte de un coro, no voy al estadio ni participo de ninguna iglesia (ni falta que hace), salvo de la secta de Buitres cuando no hay pandemia, pero sé que el cantar le hace bien al alma y por algo ha existido desde siempre. 
En estos días he estado dando clase sobre el origen de la tragedia griega y su relación con los ditirambos, que eran los coros y bailes que se realizaban en homenaje al dios Dionisos en las fiestas de otoño y primavera. En ese caso cada coro tenía 50 integrantes, disfrazados con pieles de cabras, que se movían en círculos mientras cantaban sobre algún episodio de la mítica vida del dios de la vegetación y del vino. Como bebían vino a modo de comunión con el dios, aquello era una fiesta de la energía y el entusiasmo (medio parecido a varios de los recitales a los que he ido, excepto por lo de las pieles de cabra). Lo dionisíaco es lo que está relacionado al desborde, al exceso, a la sensualidad, al disfrute de lo terrenal. 
Todo esto para decir que quizás estaría bueno aprovechar a cantar cada vez que se tengan ganas, porque no hay recitales pero siempre se puede improvisar uno en el living (y que los vecinos no se quejen, que no va a durar más allá de una o dos horas). 
Top 5 de las canciones que no puedo escuchar sin cantar: 
1. Wish you are here
2. Solitario Cadillac*
3. Gris 
4. Eres
5. La bestia pop
*o cualquier cosa que cante Peluffo.





Estoy ordenando papeles, rodeada de carpetas, escritos y fotocopias, cuando me doy cuenta de que hace mucho calor, que estoy transpirando pese a andar solo de calza y musculosa. Estamos a 5 de abril y casi no me estoy moviendo, no tiene lógica este calor. Alto. Alerta roja. Tendré fiebre? Me llegó la cosa? No pude haberme contagiado, casi no he salido... Y justo el jueves me toca la segunda dosis de la vacuna, qué mala pata. Y ahora qué hago, quién cuida a los gatos si me enfermo, podré dar clases por zoom con fiebre, tengo suficientes provisiones en mi cocina? A ver qué dice accuweather... Ah, 27 grados. Entonces es lógico que tenga calor, y más que ando de championes y medias, y la calza es abrigada aunque no lo parezca. Listo. Todo en orden. Es solo el calentamiento global. Sigo zafando del bicho (por ahora y toco madera sin patas), y ya es tiempo de continuar ordenando los papeles.




Una se da cuenta de que se ha metido de verdad en las clases por zoom cuando termina los encuentros de la jornada y piensa "bueno, ahora a lavarme las manos antes de cocinar, que acabo de llegar del liceo". 
O es que una está medio desequilibrada, vaya a saber. 
26 estudiantes en un grupo y 20 en otro, de treinta y algo en cada clase. No está mal, aunque vamos a ver si podemos ir subiendo ese número (sin olvidar lo que todos sabemos de los gastos de conectividad y las disponibilidad de computadoras). Ellos coincidieron en que les hace bien conectarse, verse, tener una actividad programada que haga que cada día no sea igual al anterior o al que vendrá. 
Y en eso estamos.





Mediodía de Pascuas en mi barrio.
Casi nadie camina por las calles: solo una pareja que va inmersa en una nube de marihuana mientras los dos comen Garotos directamente de la caja. 
Los gatos y las aves se adueñan de las veredas.
MI amigo el perro tras las rejas mueve la cola al verme, somnoliento, pero no se levanta. 
En la Iglesia Evangélica frente al supermercado la gente canta  y levanta las manos amontonada, con las sillas de plástico a medio metro una de la otra. Parece que a ellos no les corren las medidas de protocolo. 
No encuentro un quiosco abierto para jugar al 5 de oro: otro fin de semana de no hacerme millonaria. 
Había pensado comprar un huevo de Pascua caserito pero como no salí de casa ni vinieron a venderme a domicilio cambio de idea y me compro una porción de carrot cake. 
Una amiga me pregunta por mensaje si vi las nuevas normativas de Secundaria y la planificación que ahora nos exigen para la virtualidad, pero le digo que no, que mañana miro. Igual qué apuro hay. 
Mediodía de Pascuas en mi barrio, tan igual y tan distinto al resto de los mediodías. Tengo un dejá vu de algo que comienza en el otoño y no se sabe cuándo se termina. 
En épocas como esta creo que preferiría ser un gato; salvo por el hecho de que no conozco uno que tome café, y menos con carrot cake. Pero lo voy a pensar.





En esta extraña semana de Turismo (tan parecida y a la vez tan diferente a la del 2020) he tratado de quedarme en casa y solo salir para caminar o hacer mandados. 
Hoy iba avanzando por 8 de Octubre cuando escuché el silencio. Tomé conciencia de la avenida vacía, las veredas sin gente, los autos casi inexistentes. Me hizo acordar al Turismo de hace un par de años, en que caminaba sola por un sendero gris de montaña al Sur de Chile (creo que era en el volcán Osorno) y de repente, cuando me detuve, me encontré rodeada (y casi aplastada) por el silencio. Ese sí que era absoluto: sin plantas que se movieran ni aves, ni sonido estático de cables eléctricos, nada. Solo la piedra, las cenizas, el aire y yo ahí parada, respirando. Fue una sensación única, difícil de explicar. Como si el planeta entero se hubiera detenido. Todo grandioso, bellísimo, pero sin sonidos.
El resto del trayecto a los mandados me llevó (por esas cosas de la memoria y sus caminos) a los Turismos de los años setenta, cuando yo era chica y mis viejos se tomaban la única semana de vacaciones separados en el año. 
El Cele se iba religiosamente a acampar con los hermanos y amigos de la barra de Los Montaraces. Eran como 15 hombres, a veces alguno más. Conseguían una estancia que los invitara y se iban por la semana a vivir de la caza y de la pesca con sus carpas y rifles, sus cañas de pescar y un cargamento de alcohol que te la voglio dire. A veces el Cele volvía tan picado de los mosquitos que me costaba reconocerlo, pero para él y el resto de Los Montaraces aquello era un ritual absolutamente impostergable. 
La casa de mis abuelos era el centro de operaciones, y el primer sábado de Turismo todos los niños de la familia nos juntábamos allí para ver los preparativos. 
En especial hubo algunos años en que con mis primas asistimos a una ceremonia tan importante como clandestina, y era el momento en que una de ellas, ya adolescente (cuyo nombre no revelaré, por un tema de solidaridad), se las ingeniaba para colar una carta de amor anónima entre los petates del integrante más joven de Los Montaraces (cuyo nombre tampoco revelaré, en este caso por un tema de memoria). Esa historia de amor unidireccional y minimalista duró quizás dos o tres años, y nunca tuvo otro desarrollo. Era tan solo una carta amorosa sin firmar, que sería hallada cuando el susodicho muchacho abriera su bolso al día siguiente en medio del campo y de las sierras.
Mientras mi viejo se iba de acampada mi madre y yo ensayábamos diversas maneras para aprovechar la semana. Nunca una actividad religiosa, por suerte, porque mi vieja es católica pero no fanática. MI abuela materna, un poco más tradicional, se pasaba la semana con todas las imágenes de santos y de Jesús en su casa tapadas con telas negras, que no retiraba hasta el domingo de Pascua. 
Lo que hacíamos nosotras, a veces, era pasar unos días en Melo, visitando parientes (en esas visitas plenas de comida casera, mates en el patio y silencios incómodos), y otros años realizábamos la rotación de los paseos de siempre por Montevideo, solas o con algunas tías y primas. Muy femenina, mi familia, siempre fuimos casi todas mujeres. Íbamos al Parque Rodó, al zoológico o a la Escollera Sarandí, paseos gratuitos y de pocas horas, o pasábamos el día en el Cerro, donde vivía una de mis tías, y ahí cruzábamos unos campos interminables para llegar hasta la playa del Frigorífico y a alguna otra que no recuerdo cómo le llamábamos. 
El cine nunca entraba en nuestros planes de Turismo, porque mi vieja tiene poca capacidad de concentración y siempre que íbamos a ver una película se dormía en la mitad. Eso quedaba para las vacaciones de invierno, donde el Cele se sumaba a la salida (y él sí veía conmigo las películas enteras). 
Viejas historias de otros tiempos; ahora todo es diferente. En 2020 había planeado ir a Machu Pichu con un par de amigas, pero en fin. Este año, sabiendo cómo venía la mano, iba a ir solo unos días a Valizas, pero en fin. Pintó Montevideo. Será por eso que esta semana se me ha dado por andar de turismo interno. Cada vez más interno. Ando como la calle 8 de Octubre en la tarde del sábado de Turismo: toda quieta y silenciosa bajo el sol del otoño. 
La procesión va por dentro.





Veo que en un grupo de intercambio de lecturas alguien recomienda un libro de nombre raro: La Chaskañawi. Por curiosidad (y también por vacaciones) busco información, y me entero de que es una novela de Carlos Medinaceli, de 1924, que cuenta la historia de un estudiante de leyes tironeado entre el mandato de buscar una novia acorde con su posición y el amor a una chola, que es precisamente la Chaskañawi (a quien en todas las reseñas le dicen "una cholita"). 
Claro, Medinaceli es un escritor boliviano, me dije, igual que... Igual que nadie. No pude recordar un solo escritor de ese país, y cuando me metí en la salida rápida (alias wikipedia) vi que en verdad no solo no había leído a ninguno de los que se mencionan sino que ni recuerdo haberlos oído nombrar alguna vez. Desde siempre sé que no sé nada de vastas e importantes zonas literarias en el resto del mundo, pero no me creí tan ignorante de un país vecino que tenemos ahí nomás, a un par de horas de vuelo. 
¿Será que soy yo, o Bolivia es una especie de vórtice culturalmente invisible para los países más europeizados del continente, la Suiza de América y todas esas manos? 
Uh, ya empecé a jorobar de nuevo con esto de las invisibilidades. Sepan disculpar. Lo voy a seguir haciendo.