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viernes, 4 de noviembre de 2016

Noviembre 2016


_ Boluda, ¿y mañana qué hacemos en la media hora, pedimos pizza de nuevo?
_ Y sí, boluda. Yo llego a mi casa como a las diez, no me voy a poner a cocinar.
(dos chicas con pinta de estar saliendo de algún local de venta de ropa)
...
_ Estoy esperando que esa mujer me ponga una nota, una hermosa nota. Y si no, no sé qué hago, porque la verdad es que la cabeza no me da para más, ¡no-me-da! 
(veterana charlando con amiga ídem)
...
Vamos a caminar tres días, y al cuarto empezamos a correr, ¿te parece?
_ Ta. ¿Y hoy cuenta?
_ No, empezamos a contar a partir de mañana.
_ Ta.
(voces femeninas a mis espaldas)
...
_ Vo... ¡la verdad que me saco el sombrero por esa veterana!
(péndex ciclista a su amigo, hablando de una chica muy linda de unos treinta y algo, que caminaba delante de mí y cantaba canciones a todo pulmón)
...
Las intersecciones cotidianas son como ventanas que solo se abren por un par de segundos ante el oído puesto en modo atención dispersa. 
_ Hola, squí estamos, esto somos, chau, nos fuimos. 
Microhistorias. Esbozos de futuros personajes. Collage de cabecitas y de sonidos que nos bombardean de modo amable pero ineludible en cada caminata por la rambla. 
Y seguimos adelante, mientras somos esquivados por corredores, ciclistas, patinadores y perros con correíta. 
...

Me pregunto hasta qué punto alguna de esas voces tal vez me represente. No, no voy a comer pizza mañana, ni a esperar por una hermosa nota ni a empezar a correr de acá a tres días, aunque si un péndex se saca el sombrero por mí no me voy a sentir para nada ofendida. Es más: probablemente solo siga caminando, pero empiece a cantar canciones a todo pulmón, como hacemos las veteranas de treinta y algo cuando estamos contentas.

Buenas noches.





Cuando sentí que algo se movía junto a mi cabeza en plena madrugada no pude evitar estirar la mano instintivamente, a ver qué era. Una cabeza felina con bigotes, orejas y pelo corto me reveló que se trataba de Tania, acurrucada entre mi almohada y el respaldo de la cama. Habré dejado la puerta del cuarto abierta cuando fui al baño hace un rato, pensé. Le hice unos mimos sin abrir los ojos y ella empezó a lamerme la cabeza y a ronronear despacito, hasta que volví a dormirme. 
Desperté por la mañana, sola en mi cuarto y con la puerta cerrada. La escena de Tania había sido solo un sueño, parece. 
Pero algo anda raro con ella hoy. Se ha pasado vomitando, casi no sale del dormitorio pequeño y maúlla como con poca fuerza. 
No logro darme cuenta de si tengo una conexión especial con mi gata (que me busca en otros planos, si necesita ayuda o si se siente enferma) o si simplemente me estoy enloqueciendo.
No logro darme cuenta, ni quiero saber. Para qué. 
Mejor así.
A todo esto, mientras escribo esta crónica Tania acaba de bajar y parece esperar comida junto a su platito. 

Debe haberle caído mal algo, en forma pasajera. Espero.





Voy caminando por la calle principal de mi cooperativa; saludo medio al pasar a un vecino veterano amigo de mi viejo, que está apaciblemente sentado en su frente, y él en seguida se levanta y me habla. 
_ Después, un día de estos, te voy a alcanzar algo para que lo leas. 
_ Ah, ¿sí?
_ Sí... Es un cuaderno de versos... medio mal hechos...
_ ¡Dale, encantada!
_ Es más: si querés lo busco y te lo alcanzo ahora.
_ Eeeh... ahora no voy a poder, ando corta de tiempo... Pero a la vuelta. 
_ Bueno. Son versos de un viejo...
_ Son versos de una persona. 
_Sí. Medio mal hechos.
_ Seguro que eso es subjetivo. ¡Nos vemos! 
_ ¡Hasta luego!
Y se queda tomando el fresco de la tarde en su frente, mientras yo me voy medio flotando por la calle principal de la cooperativa. 
La vida te da sorpresas, pienso. 

Y esto nunca termina. 





Su nombre es Gatón, El Gatón, Rey de Lago Merín y dueño absoluto de la atención humana en casa de mis viejos. El Gatón es bueno, mimoso, joven y bello. Parece de plasticina: se adapta a todo. La primera vez que lo vio mi viejo le tiró un vaso de agua, porque pensó que iba a atacar a la Guaytica, y él ni se inmutó. Se lo quedó mirando, tranquilo. Ahora juega todo el tiempo, nunca saca las uñas ni nada parece molestarlo. Duerme toda la noche adentro, no pelea con la gata, no se queja, come de todo... Es el gato perfecto.

Un poquitito impúdico para dejarse fotografiar durante el aseo matinal, eso sí. 




El desayuno del miércoles fue a las siete de la mañana, al sol, sobre el pastito del fondo. Mis viejos hacían lo mismo pero a unos metros, a la sombra, porque son un poco maniáticos y creen que todo contacto solar debe evitarse ya desde las primeras horas del día. 
Mientras la gata (digna de esta familia) se refugia en la oscuridad del dormitorio y duerme debajo de una frazada, el Gatón juega con su pelota y se detiene de vez en cuando para escuchar atento los sonidos de la mañana. 
Hay una vaca que muge por algún lado. Se oye bajito el paso de una moto en la otra cuadra, decenas de cotorras en los eucaliptos de la calle de atrás y un sin fin de insectos y aves de los que poco puedo identificar. El zumbido de una mosca, cacareos de gallo, algún perro lejano. 
En eso, junto a mi oreja, un rumor asordinado. Demoré unos segundos en mirar, hasta que levanté la mirada y lo vi: era un picaflor. Me estuvo dando vueltitas un rato, nos miramos bajo el suave sol de noviembre y se fue a posar a unos metros, en un paraíso del jardín. 

Terminé de tomar el té y aquí estoy, en la hamaca, pensando que Montevideo es mi casa pero no está nada mal recordar que, sea donde sea, mi verdadero hogar está donde haya verdes y flores, donde pueda desayunar sin un techo sobre mi cabeza y donde escuchar y ver sin apuros y sin intermediarios el feliz despertar de los bichos por la mañana.





Noviembre termina a puro sol y brisa en la laguna. Hay un movimiento importante de máquinas arreglando las calles, personas que preparan sus comercios para el verano y vecinos que acondicionan sus casas, podan arbustos y pintan paredes. 
De todos modos la presencia humana no llega nunca a ser lo más importante aquí en Lago Merín. Las aves comandan, en primer lugar, quizás atraídas por las arroceras de alrededor o simplemente por la enorme extensión de costas de la laguna plenas de mejillones diminutos y caracoles en la orilla, como para ir picoteando. Aves chiquitas tamaño picaflor, majestuosas como las garzas o gigantescas como las que dejan huellas del tamaño de mi pie en las arenas de la playa. En cuestión de colores nadie, pero nadie nadie nunca le gana al churrinche, y él bien que lo sabe. En el pueblo hay hiperabundancia de perros, de los cuales el más lindo es el Garoto, uno negrito y peludo que adoptó hace un tiempo a mi amiga María y su pandilla. De los gatos, ya lo he dicho, el Rey por lejos y por robo es el Gatón de mis viejos. Pero hay más, hay mucho más apenas uno se detiene a mirar. Pequeños y coloridos insectos, escarabajos, y hasta una viborita durmiendo al pie de una barranca; acá hay de lo que se busque. Hasta en el patio de casa el Gatón encontró una víbora estos días, antes de que yo llegara. Parece que no era venenosa pero sí bastante grande, de unos 80 cm, y hasta se le enrolló alrededor, sin llegar a derrotarlo, mientras mi vieja y la vecina corrían al interior de sus respectivas casas hasta que terminara la épica batalla. 
En el capítulo de los misterios, hoy nos topamos con tres. 
Primero, el de siempre: ¿cuándo voy a enterarme de la historia del viejo castillo entre la selva, en el extremo de la playa? ¿Quién es el dueño y por qué se arma ese bunker estilo Quiroga en un pueblo tan amigable como este? Hoy desde la playa alcancé divisar algo de las paredes de su escondite, pero muy poco, y la duda sobre si es verdad que se dedica a criar víboras venenosas para hacer antídotos sigue en pie. 
Segundo, el misterio de por qué la leche comprada ayer amaneció cortada hoy, que era justamente la fecha de su vencimiento. ¿Es que se tiene que echar a perder el día que vence, o será un nuevo capítulo de la saga "Apaguemos las heladeras por la noche que total nadie se da cuenta"? Voto por la opción 2, señor juez. 
Por último, el misterio del agua. ¿Es verdad que el caño del que sale el agua para el pueblo es ese que veo desde la playa, junto al que toma agua para la arrocera? Hoy caminamos por la playa un par de horas, y nunca dejó de pasar una avioneta volando bajito y fumigando los campos con quién sabe qué cosa. De esos campos el agua viaja en pequeñas vertientes que van a dar a la laguna, a metros de donde se toma el agua supuestamente potable para las personas. Dudoso. Muy dudoso y turbio todo. Mi madre me muestra las plantas de su jardín: tienen manchas amarillas y rojas que no tendrían que estar en sus hojas. ¿Cercanía con la Usina Termonuclear de Candiota, lluvia ácida, exceso de fumigación cercana?
De todos modos fácil es olvidar todas esas oscuridades cuando una se tira a la sombra de los árboles, escala las barrancas ancestrales o camina por la orilla con los pies en el agua mansa y tibia de la laguna. 
En pocas horas me esperan la ciudad, el trabajo, los horarios, pero estas minivacaciones valen por una semana entera de descanso. 
Estimado lector, voy a tener que abandonarlo por un rato: acabo de recordar que tengo en la heladera un frasco de Ambrosía hecha por El Carioca, y voy a rendirle los debidos honores. 
Con su permiso.





_ ¿Y vos por qué le pusiste Guaytica a la gata? ¿Lo inventaste, al nombre?
_ Nooo... Y no sé qué significa. Capaz que es un nombre africano, vaya uno a saber...
_ Ah, ¿existe?
_ Sí. Guaytica era la hija de unos vecinos muy pobres en campaña. Venían a comprar la leche que mamá vendía. La negrita llegaba, comía todo lo que había en la casa y después se quedaba mirando a mamá y decía: "yo tengo hambre". No había forma de llenarla, pobre criatura. Igual que la gata los primeros días; por eso le pusimos Guaytica.

Mirá vos. Me acabo de enterar de que mi abuela se dedicaba a la ganadería y de que tenía un negocio de distribución de productos lácteos. Sin contar con que el nombre de la gata existe y fue usado antes por al menos un ser humano. Uno con un hambre inextinguible, según reza la leyenda. Las cosas que una aprende cuando se reencuentra con los viejos... ¡Y las que quedan por aprender!





Los conceptos de felicidad y frustración no son estáticos, por suerte. 
En este momento, por ejemplo, la felicidad consiste en ver una bandada de cientos de pájaros negros levantando el vuelo al costado de la ruta, y la única frustración es no haberles sacado una foto para compartir con los amigos. 
En este momento son las siete de la tarde, viajo sin nadie al lado en un ómnibus semivacío, con wi Fi y 52% de batería, el sol no me da en la cara, tengo sandwichitos por si me da hambre y acabo de comer una cosa deliciosa y fronteriza de dulce de banana cubierto de chocolate. 
Felicidad 7, frustración 0.

Y seguimos el juego.





Welcome back!

Medianoche. Entrada a Montevideo por la ruta 8. Venía yo mirando por la ventanilla cuando vi una extraña ceremonia en la vereda de enfrente. Cinco o seis hombres vestidos de negro realizaban una coreografía: uno de ellos estaba adelante, con los brazos extendidos, mientras los otros, en fila paralela a la vereda detrás de él, se contorsionaban y de pronto volvían a enderezarse, extendiendo el brazo derecho con toda su fuerza. Y ahí sentimos los impactos. Nos estaban apedreando el ómnibus de Núñez. No sé si por suerte o por casualidad, ninguna piedra dio en un vidrio, y el coche no detuvo su marcha. El guarda se dio una caminada por el interior del vehículo, comprobó que no había daños mayores, y ahí terminó la cosa. 
Bajé en Libia, como siempre (porque no me queda otra) y me tomé el primer taxi que pasó, aunque en la parada había como siete personas, pero igual, no daba para esperar un Cutcsa a esa hora (mirá si alguien me robaba los maderos y las cucharetas que traía de la Merín!). Le conté al taxista lo de la pedrea.
_ Te digo por las dudas: fue una cuadra después de la Iglesia de Punta de Rieles.
_ Igual conmigo no se van a meter. Yo les saco el chumbo y les tiro a acertar- fue su comentario. 
Bienvenida a la civilización, baby.
Entré a casa cargada con mi mochila y mis miedos, y ya desde la puerta me recibió el olor a muerto. Oh oh. ¡Tania! Y salí corriendo al piso de arriba. No estaba. 
_ Roldana, ¿y tu hermana?- le pregunté, pero no me dijo nada. 
Demoró como dos minutos en aparecer, la muy guacha. Estaba en el galpón, y el olor era por una merluza que tenían en el platito y no habían comido, fiuuu... 
Me voy a hacer un té de tilo para celebrar el retorno al hogar, dulce hogar.

Y mañana será otro día.





Domingo caliente en Montevideo

12.00
Receta fácil para la felicidad a fines de noviembre en Montevideo:
1) Busque un tilo.

2) Respire.

12.21
YA está cortado el tránsito frente a la sede de Nacional y hay un montón de fanáticos gritando y cantando con pinta de alcohol en sangre. 

Un tilo... ¿dónde hay un tilo? No para ellos... para mí. 

12.44
Estoy en la parada de Bulevar Artigas esperando un 183 cuando lo veo venir hacia mí. 
Pobre. No acepta que yo ande con otros, y llega a inventar cambios de ruta a último momento para que recuerde que él está siempre en mi camino. Que el clåsico, que 8 de Octubre cortada... Excusas, excusas.
Vete, 103. 
Por hoy, tu ruta no es mi ruta. 

(Pero solo por hoy... no te ofendas, ta?)

14.09
3 camionetas y como 10 policías en la puerta del Intercambiador Belloni... Preparativos por el clásico o habrá pasado algo? 
Reflexiones de vecina chusma al pasar.

17.44
El 405 pone Expreso y se va por otro camino, y eso que estamos lejos. 
"Pah... están por todos lados ya" dice el chofer.
"Bueno, chicos, vamos a seguir el viaje pero ta liquidada la línea hoy...", dice el guarda. 
Estado de guerra. Indignación colectiva.






Cuando eran más chicas mis gatas amaban las aceitunas. Yo les tiraba una, o un carozo al menos, y se pasaban horas jugando con ellos o frotándole la nariz con expresión placentera.
Acabo de buscar en internet y me dice que las aceitunas para los gatos tienen algo parecido a las feromonas, o sea que son una especie de droga natural, como la catnip que hay en el Norte. Una cápsula de éxtasis verde, aunque hay que tener cuidado de que no se atraganten, y además puede hacerles mal el alto contenido de sodio.
Ayer le tiré un carozo a Roldana, y ni corte. Indiferencia absoluta. Capaz que los años le quitaron la gracia al juguete, pensé, hasta que hace un rato la vi refregando la nariz contra el piso y era que lo había encontrado. Estaba seco y pelado, pero se ve que su efecto es de larga duración.
Me pregunto si los seres humanos no iremos creciendo de modo similar, si no será que a medida que nos hacemos mayores nos cuesta más reconocer aquello que nos gusta, aunque al final la naturaleza triunfa y aceptamos que si las aceitunas siguen existiendo es un crimen que lo hagan sin nosotros.

Ojo con el sodio, los carozos y las cosas que parecen aceitunas pero al final solo son semillas de cualquier otra planta. Una vez superado esto... Enjoy the aceituna.






Éramos varios gurises en el recreo de la escuela 55, jugando a la escondida. Mi prima Elizabeth en cierto momento me pasó muy cerca y para no chocarnos estiró la mano, dándome medio de costado en el ojo derecho. Fue una cosa de nada, ni me dolió, pero en seguida me quedó el ojo negro y en cuestión de minutos terminé en la Dirección, con la directora haciéndome preguntas a ver quién me había golpeado. 
Contextualicemos. 
Era 1977. El ogro que la dictadura nos había puesto para controlar que las cosas anduvieran derechitas derechitas era la Señorita Noemí, que de señorita no tenía nada, porque era casada y con hijos, pero en esa época todo lo que llevara túnica de maestro caía bajo ese título. 
La señorita Noemí, de quien me acuerdo completos su apellido y hasta el de su marido, porque era una "señora de", había dejado bien en claro desde el primer día que con ella no iba a haber pavadas. El timbre del final del recreo, por ejemplo, fue sustituido por dos sonidos en vez de uno. Con el primero todos los niños, automáticamente, debíamos quedarnos en absoluta inmovilidad, en una suerte de mannequin challenge de avanzada, mientras ella, atrincherada en la dirección, controlaba el patio y con un micrófono decía cosas como "a ver ese niño junto al bebedero, que se está moviendo" o ""estoy viendo dos niñas que no están quietas en el fondo del patio". Cuando había logrado que todos (los 600 niños de los 26 grupos de la escuela) estuviéramos haciendo de modo satisfactorio la práctica de estatuas vivientes, recién ahí tocaba el segundo timbre, con el cual nos dirigíamos a los salones caminando despacio ("¡Despacio!"), cual personajes de The Wall rumbo a la picadora.
La señorita Noemí era la madre de Pablo, el alumno nuevo del cual estábamos enamoradas todas, absolutamente todas las nenas de quinto y de sexto. Él no le daba corte a nadie, al menos hasta que en el paseo de fin de año conocimos a su hermano, que era un año mayor. La señorita Noemí lo llevó de colado, pese a no ser de nuestra escuela, y allí algunas dejaron de adorar a Pablo y se pasaron al bando del hermano, con lo cual el primero tuvo que hacer algunos esfuerzos para no perder su condición de Niño Alfa de la escuela 55. A mí me habló, un día, pero no era el momento: yo andaba como loca buscando el reloj Simass que había olvidado cuando me lavé las manos en la canilla pequeña del patio, al lado del salón de Jardinera, y no estaba para conversaciones con ningún niño, por más hijo de la directora que fuera.
Hace poco me enteré de que la señorita Noemí no solo nos tenía aterrorizados a los niños, y que en verdad nuestro miedo no era nadita comparado al que le tenían las maestras, a alguna de las cuales les había hecho la vida imposible por razones políticas de las que nosotros no teníamos la menor idea por entonces. O al menos yo no tenía. Otros sí, sabían, y vaya si sabían de esas cuestiones. 
El día del ojo negro tuve que repetir una y mil veces que no había visto quién me había empujado, que creía que era un niño de sexto y que había sido sin querer, porque si la directora se enteraba de que la causante de un ojo negro en SU escuela era mi prima Elizabeth, poco le iban a importar los conceptos de casualidad y falta de intención de su parte.
De todo eso me acabo de acordar ahora, porque al agacharme a poner comida para mis gatas me di en el pómulo un golpecito leve, pero que me produjo ipso facto la sensación de hinchazón propia de los chichones, los hematomas y los ojos morados de los que soy una presa absurdamente fácil.

Si algún día me ven medio golpeada pueden preguntar, no hay problema. Lo más probable es que se trate de un caso de torpeza doméstica.





Calor. Tardecita. Cientos de personas de negro que van convergiendo en la Plaza Independencia. Filas que al principio adoptan formas caprichosas, caracoleantes, amontonadas, hasta que todos tomamos distancia al mejor estilo jardinera y la cosa se encamina. Gente que recorre, organiza, da directivas. A la cabeza de todo, el mismo muchacho de todos los años, uno alto, que yo llamo wedding planner. Dos ángeles bellos y etéreos, bajo la forma de ex alumnas del IAVA. Decenas de fotógrafos. La marcha se inicia. Caminamos despacio y nos detenemos a menudo. 18 se sumerge en un silencio sobrecogedor. Las tres columnas caminan sin ruido, como si no tocaran el suelo. No suenan celulares. Nadie habla. Solo se mira hacia adelante y se avanza. En la Intendencia nos espera un coro de niños vestidos de blanco, que canta cuatro canciones. Un cantante popular es presentado, haciendo que una señora y su hija adolescente, ambas vestidas de colores vivos, se empiecen a desesperar por saludarlo y que las mire: "Lucas!! Lucas!!" Las dos morochas que tengo adelante y yo nos miramos y murmuramos que no tienen ni la menor idea de en dónde están. Termina el cantante y ellas se van. "A ver si lo agarramos a la salida", dicen. Hay un discurso y posterior proclama que no llego a oír entera, porque me vuelvo casi al punto de partida, donde tomo un 103 vacío cuya máquina se rompe luego que yo paso, de manera que viene expreso hasta Garibaldi. Allí una chica del servicio técnico de la empresa se sube y arregla la expendedora de boletos. Mirá vos, qué buen cierre de jornada: el reducto otrora hiper masculinizado de la Cutcsa, ahora dependiendo de una mujer. Algunas cosas están cambiando, pienso.

Y contra las otras seguiremos luchando.





Ellos son tres: dos mujeres y un hombre. No los veo, pero desde hace horas los escucho limpiando, cortando el pasto y conversando en la casa de al lado. 
La viejita frágil, la que se ponía a barrer las hojas de la vereda bajo los ciclones subtropicales, murió hace un par de días, y ellos están tratando de poner en condiciones la vivienda, que estaba vacía desde hace uno o dos meses. De vez en cuando una de las señoras lanza una exclamación y se nota que les muestra algo a los demás, que se esfuerzan en reconocer rostros y recordar nombres de personas que hace mucho tiempo no andan por estos mundos. 
Quién mirará mis fotos cuando yo ya no esté, me pregunto, y, más importante aún: quién se vendrá a vivir más tarde o más temprano pared de por medio conmigo.
Se ve que mi yo de vacaciones está más práctico que metafísico por estas fechas, estimado lector. Pequeñeces del ser humano, especialmente del que ama el silencio. 
Mis gatas también están hartas del ruido de la bordeadora y se han ido a dormir al fondo, antes de que el reflejo del sol en las ventanas de la cocina se les vaya del todo. 
Qué le vamos a hacer: somos una familia un tanto disfuncional. 
Usted disimule y haga como que no se dio cuenta. 

Buenas tardes.





Uno no debería embarcarse en empresas que le van a demandar más esfuerzo del que está dispuesto a invertir.
Uno no debería meterse en relaciones de pareja de las que sabe que la superación le va a costar tiempo y terapia.
Y uno -especialmente- no debería meterse a comer la comida de mis gatas cada día, si es una araña paticorta que se va a quedar entrampada en el platito de plástico hasta que llegue la humana que la libere. 

La naturaleza no siempre es sabia.






Hace 27 años que doy clases en secundaria. 27. Estoy en 7° grado, elijo las horas el primer día, y aún así no sé si podré obtener el liceo, el turno o los niveles que me gustaría tener para trabajar este año. Cuando tome los grupos me va a esperar, además, la incógnita de los horarios, si voy a ir al liceo 4 o 5 días a la semana, si me va a chocar con el otro trabajo (el de Florida), si voy a estar llena de puentes, si voy a madrugar o no esta vez. Si cambiara de liceo viene el otro gran tema: cómo serán la Dirección, los adscriptos, los compañeros, los gurises. Si tomara primer ciclo ganaría un poco menos que con Bachillerato. Los liceos de tres turnos diurnos tienen clases más cortas. Los Nocturnos eligen con horarios a la vista, los otros no. Variables, variables, variables.
Me encanta mi trabajo, lo he dicho hasta el cansancio, pero esta instancia de la elección de horas es absolutamente desgastante. 
¿En que otro sitio una persona tiene que enfrentar cada año tantas interrogantes luego de trabajar casi tres décadas? 
Lo bueno es que mis estudiantes los últimos días de clase se pasaron dándome indicaciones de lo que debería hacer hoy: "tenés que estar en 5° Artístico, profe", "tomá los 6°s de Derecho", "¿no vas a estar en Científico?". Mis amores... ellos creen que es como ir al shopping y elegir un par de zapatos, en fin. Por eso son tan queribles. 
En un rato. salgo para el Bauzá. 

Deséenme suerte.





Para ir a la elección de horas del Bauzá tengo que tomar dos omnibuses dos: uno cualquiera hasta la Curva y combinar ahí con el 306, que va a Casabó. 
Trabajé en el Bauzá, he hecho este viaje cientos de veces, pero no contaba con el Intercambiador Belloni que (luego de AÑOS en obra) se inauguró hace un par de días.
Estaba tranquila en 8 de Octubre, esperando que la cosa amarilla que veía enfilar por Veracierto llegara a mi parada, cuando lo veo tomar por una vía imprevista, por Belloni. 
_¿Ese sería el 306?- pregunté a un hombre que se ve que sabía más que yo, porque enseguida me dijo:
_ Sí. Ahora doblan por allá. 
Uh. Lo perdí, pensé. Pero no, porque vi que subía mucha gente, corrí y lo alcancé, no sin antes recibir el grito de una inspectora:
_¡Señora! ¡No puede hacer eso!
_¿Qué?- pregunté, sin la menor idea, porque había pasado con el semáforo en verde.
_Cruzar por ahí. Tiene que dar la vuelta al árbol. 
Aaaah. Había corrido por el cordón de la vereda, demasiado cerca del ombú, monumento nacional... 
Pero no, no es cierto. Había pasado por la calle, a 20 cm del cordón, y la inspectora tenía razón, así que pedí disculpas y me subí, muerta de calor por la corrida, al 306 que ahora me lleva raudo y veloz hacia la elección de horas.
Qué otras metidas de pata me estaré mandando sin saber, me pregunto, mientras miro la minifalda de jean y me entro a cuestionar si no debí usar un vaquero, aunque muera de calor. 
Suerte que no hay clases en verano. 
Y sigo cruzando barrio tras barrio de Montevideo, que hoy empezarán a encontrarse con sus nuevos profesores. 
En 20 me toca a mí.

Ooom.





Estoy en una casita perdida en un valle lunar. 
Por los cuatro costados nos rodean las barrancas de varios colores y arriba el cielo por la noche se nos viene encima. En este mundo todo es posible. Caminamos entre una selva de acacias que no sabemos si llevará a alguna parte, por túneles con piso de arena y paredes y techo de ramas. Cuadras y cuadras de laberintos de acacias hasta salir a la playa. Olas verdes y gigantes que se divierten haciendo tubos y festivales de espuma ante nuestros ojos. Cardenales rojos pasean por estaciones de servicio que ya no tienen nafta. Un perro extraño por la noche no se decide a cruzar la ruta y al final resulta ser un zorro. Nos mira hasta que pasamos y recién ahí se decide, y cruza. 
Vuelvo a oír la FM de Rocha después de siglos: "Hay-que-oír-Ondamari-naaaa...", mientras mis amigos duermen temprano, agotados pero felices. Yo solo he dormido cuatro horas, pienso de pronto. Es tiempo de aflojarse en el Paraíso, no sin antes ponerse repelente, porque este es un Edén con mosquitos. 
Apago la radio. El mar se oye a lo lejos, y no hay viento ni luna. 
Tiempo de paz en la casita del valle lunar. 

Tiempo de paz.

La zona del barranco, lo que yo llamo el valle lunar y los entendidos nominan cárcavas, no es un arenal, no es una duna, aunque algo de arena suelta puede haber, mayormente porque el tránsito va favoreciendo que se arme una huella de arena blanda. En las partes llanas la superficie es como una delgada capa de arena dura, de color un poco más oscuro que lo habitual, que se quiebra y se marca cuando uno pasa, incluso si uno es un zorro o una comadreja de unos pocos kilos de peso. Eso hace que las huellas duren mucho tiempo, días, hasta que una lluvia homogeiniza el terreno y las pisadas se borran.

Cerca del rancho comienza el camino de bajada a la playa entre los árboles. Son varias cuadras, al comienzo es un sendero abierto y a medida que uno se interna se hace más cerrado, hasta que en cierto momento avanzar se vuelve una aventura. Hay corrientes de agua que siguen el cauce del camino, las acacias lo invaden sin piedad y uno va saltando ramas o agachándose para esquivarlas. El monte se cierra y dejamos de ver el cielo. No sabemos si tomamos el camino correcto o si nos metimos en un laberinto montaraz, pero seguimos, seguimos, seguimos. Regla elemental: no pegarle al de atrás con el chicotazo de las ramas. Evaluación del camino: excelente., el mejor.





Hay algo catártico en la eliminación de la basura. Uno se libera, abre un espacio nuevo, recomienza, y no me refiero solamente a los residuos nuestros de cada día. Revisar las pilas de papeles, limpiar los roperos y sacar lo que ya no usamos, arrancar los yuyos del jardín, liberar las agendas de los teléfonos que han caducado, sacar de la memoria los horarios al terminar las clases, borrar mails, limpiar, hacer espacio, respirar, dejar fluir.
No, no estoy en una etapa especialmente espiritual. Es que acabo de vaciar la papelera de reciclaje y he borrado de forma permanente (según me dice) la friolera de 19.297 archivos. 
¡A empezar a acumular de nuevo!
¡Pesamos casi 20.000 archivos menos, la la la la!
¡Vengan fotos de gatos, de paisajes, de arte ciudadano, de humor, de lo que sea! 

La Dell aguanta y no se queja. Me mira medio raro, a veces, resopla, arranca como en primera, pero no se queja. Y yo tampoco.





"Tu vida tiene un karma, cantar y más cantar..."
Ella es bella, joven, simpática. Muy excedida de peso, eso sí, decididamente obesa. Sube al 103 con una guitarra y arranca a cantar "Garganta con arena" con la intención de ser escuchada desde la Blanqueada hasta Villa García, parece. No tiene mala voz, entona bien, pero son las dos de la tarde, hace calor y vengo con dolor de cabeza porque tuve 4 reuniones de profesores y no llevé los lentes.
Socorro.
Extraño los pájaros de mi casa. Al menos cuando Tania me grita la puedo callar con atún, qué sé yo. 
No está bueno esto. No es sano. Es como la amplificación de un boliche entero en las dimensiones de un dormitorio pequeño.
Mi oído tiene la pena que Malena no cantó. 
Duele. 
Por suerte se baja y vuelve REM a bajo volumen en la radio del chofer. 

Que Goyeneche me perdone.





Subieron en Comercio y arrancaron un freestyle que vino a terminar en Garibaldi. No estuvo mal, pero la base musical me estuvo retumbando en el cerebro por los últimos diez minutos. 
Extraño el canto de los pájaros de Arbolito. 

En verdad no dije toda la verdad hace un rato: no estoy de vacaciones, solo terminé las clases, y las reuniones y exámenes recién empiezan. Pero igual Bienvenida merma considerable de actividades, aunque venga con hip hop interminable y bastante previsible. Todo suma.





Voy a Valizas y me maravillo con la naturaleza, visito el Prado y me encanto con el viento entre los árboles, bajo a la rambla y me recibe el olor a mar, aunque no lo sea. Lo que en general no digo es que mi barrio, con todas sus mil inconveniencias, es pródigo en pájaros, especialmente por la mañana. 
Casi no pasan autos por Arbolito, detrás de mi casa hay un depósito de hierros semi abandonado y más allá el predio gigantesco de la iglesia Santa Gema, llena de árboles y plantas. Hay media docena de cantos diferentes en el aire en este momento; si cerrara los ojos podría pensarme en el campo.
Vacaciones: potenciador natural de las percepciones placenteras.

Que nunca falten.





8 de Octubre y Luis A de Herrera, al mediodía. Un 316 quiere doblar pero se lo impide un auto, un FIAT 147 que ha conocido mejores épocas (pero no muchas). Bocinazo. Nada. Bocinazo más prolongado, que no obtiene respuesta, porque el 147 se apagó y no quiere arrancar. El chofer del auto se baja y trata de empujarlo, y al instante corre un hombre desde la vereda y se pone a ayudarlo. 
_ ¡Vos subite, negro!- le dice al chofer, al tiempo que el coche tose un poco, arranca y se aleja, garantizando para felicidad de todos el restablecimiento de la fluidez en el tránsito.
El buen samaritano sigue su camino, y yo también. Nada que no sepamos, después de todo La gente en este país es solidaria. 
Ah... ¿no es eso lo que se dice habitualmente?

Qué raro.




No solo los supermercados se desubican con la decoración navideña prematura: los niños también. Acabo de ver unos con un Judas. 13 de noviembre. Un Judas. Todo dicho.






Algo le pasa al Morocho Rapero. Está desacatado, se te acerca a veinte centímetros, te mira a los ojos desafiante y huele cada vez peor,: lo cual es mucho decir en boca de alguien casi sin olfato como yo.
Cuando subÍ al 316 él venía terminando un tema, pero unos flacos con tendencia a la autoaniquilación auditiva le pidieron otra, logrando que ipso facto "el morocho de la gente"se metiera en un pseudo hip hop que repetía a los gritos que "Santo era San Pedroooo.... y negó a su maestrooo!!". 
Se puso luego a explicar algo del Nuevo Testamento, que no alcancé a oír, hasta que acabó por bajarse, restaurando la paz y el aroma primaveral, al menos en la exigua medida que ambos factores pueden alcanzar en nuestro vapuleado y nunca bien ponderado transporte capitalino. 
Ahora, dos paradas después, empezó a gritar uno con guitarra que parece que está enamorado y un amor lo hace grande, o al menos eso es lo que dice.

_¡Guarda! En la próxima, por favor.





Es inútil. No importa qué tan dispuesto esté el espíritu ni qué tan racional sea la mente al momento de querer convencernos: la carne es débil, y tira más. 
Yo no quería pasar a buscarlo hoy, pero no tuve alumnos en el IAVA y el día está tan lindo y su casa estaba tan cerca... 
Y aquí estoy. Otra vez. 
Reconozco que lo prefiero cuando está dulce, aunque de la otra manera también conoce la forma de seducirme. Nuestra relación empezó este año, y nunca alcanzó niveles de cotidianeidad regular. Una vez cada ocho, diez días, esa pareció ser la frecuencia ideal de nuestros encuentros, pero sé que tengo que dejarlo, y hoy hacía como veinte días. En fin, ya lo he dicho: la carne es débil. 
Su nombre es Kari, Kari Kari, para ser más precisos, lo venden en el local de comida china de T Narvaja, y no acepto críticas a mi falta de voluntad de parte de quien no lo haya probado. 

Hoy empiezo mis vacaciones. Quizá este sea mi último paquete. Pero no aseguro nada.





La última semana de clases viene bravísima por estos lados. 
Ya guardé la miel en la heladera y dejé el yogurth afuera.
Ya abandoné libretas y celular en un par de salones, como si nada.
Ya me hice cafés que olvidé tomar. 
Ya me encontré un arañazo en la espalda que no tengo ni la más leve idea de cómo me lo hice. 
Ya subí la escalera veinte veces y me quedé pensando "¿a qué era que venía yo al piso de arriba?"
Pero lo que verdaderamente me preocupa en este preciso momento es que no logro recordar dónde dejé un paquetito con carne picada que era para las gatas. Oh, dios. Lo voy a hallar uno de estos días en el sitio menos pensado. Houston...
En fin.
Mañana es el último día.

Ampliaremos.




Mucho tiempo atraaaaás me hiciste sentiiiir... que nuestro amor era más...
Ta, capaz que por esa niñera que para que no llorara ponía en mi mamadera Valium...
Vacaciones: dícese del tiempo en que una vuelve a casa cantando en el 103.
Que nunca falten.





Cuando llegué hace un rato a la parada, bajo el sol de noviembre, alegre por las vacaciones y con olor a perro ( porque Isis me había interceptado en el camino, y no es cosa de defraudar a quien viene a nuestro encuentro a las carreras por la calle principal de la cooperativa), solo había una persona en la parada del ómnibus. Una anciana de pelo blanco y bastón, sentadita en el duro hormigón del banco, esperando. 
Estaba yo haciéndole señas a un 10 A que volaba por Camino Maldonado cuando ella se levantó y me preguntó qué ómnibus era ese, porque casi no veía. 
_ Es un COPSA, señora; ¿usted cuál espera?
_ Ah, no. Yo espero el 316. Hace rato que lo espero y no pasa ni uno...
_ Señora, me parece que hay paro de cooperativas- le aclaré, mientras veía cómo el bus me pasaba de largo, sin parar. 
_ Yo no sabía...
_ ¿Usted para dónde va? ¿No hay un CUTCSA que le sirva?
_ No... Voy al hospital policial, y si tomo un 103 tengo que caminar varias cuadras y no puedo... Voy a seguir esperando , a ver si pasa el 316. Gracias. 
_ Bueno, suerte. Yo me tomo ese que viene ahí. 
_ Gracias, señorita, que tenga buenos días. 
Y me fui. 
Y la viejita se quedó esperando, sentada en el banco de hormigón. 
Y todo bien con el derecho de huelga, no se discute bajo ningún concepto, pero... ¿ y esto? ¿cómo se arregla? 

Sigo mi camino, pero ya no me parece que voy bajo el tibio sol de noviembre, sino por una especie de callejón sin salida, y no hay mimos de Isis que me puedan ayudar a salir, al menos por un rato. Por un rato.




_ Yo trabajo, no vivo en un shopping. Justamente trabajo PARA PODER IR al shopping.

Charlas de peluquería (en este caso, de rubia de ojos claros, veintipico, embarazada, con aire patricio)





Tras la lluvia del camino acaba de salir un sol rabioso, que hace que mi vecina de asiento en la CITA se corra para un costadito. Se ve que mucho no le gusta, aunque no me dice nada, solo lee y relee un libro de oraciones con fotos de la Madre Teresa, porque es una monja. 
Afuera las vacas disfrutan de los campos verdísimos de esta primavera y un muchacho camina por el campo llevando de la rienda a su caballo. Criollo, el muchacho. Sombrero, camisa marrón, bombacha de campo, botas, hablando por celular. Criollo pero moderno, vio. 
Sigo mi primer viaje del mes a Florida, y aclaro por las dudas que por estos pagos no tenemos nadita que ver con la elección del bisonte anaranjado. Nos falta el tilde en la o, los edificios, los mega shoppings, y los turistas argentinos. 
Es decir que tan mal no estamos.




_ Yo trabajo, no vivo en un shopping. Justamente trabajo PARA PODER IR al shopping.

Charlas de peluquería (en este caso, de rubia de ojos claros, veintipico, embarazada, con aire patricio)




Ayer de noche estuve compartiendo algunos de los trabajos de mis estudiantes de Artístico , porque me pareció que tanta belleza era digna de difusión, y qué mejor que maravillarse con los amigos de uno, ¿no? 
Hoy me di cuenta de que sería un poco injusto si no aclarara que hubo muchos, muchos, muchos trabajos que no tengo registrados en imágenes o sonidos. En la dinámica vertiginosa de las últimas clases se me pasó, o el formato me complicó el registro. Hubo cuentos, una obra de títeres, un rap cantado en clase, varios videos y trabajos fotográficos, a cuál más rico y creativo. Realmente, se portaron. 
La otra parte del parcial (el escrito) requirió una expresión de conocimientos académicos, como manera de apuntar a una apropiación integral de los temas dados, y en verdad siento que ambas propuestas se fueron nutriendo de manera recíproca e ineludible. 

Un final de cursos de esos que me hacen seguir citando indefinidamente a Rosencof, por aquello de que nunca falte.




Eran las tres de la tarde, venía destruida de tanto corregir parciales y entregar promedios, aún no había almorzado y cuando me miré en el baño de profesores del IAVA me vi unas ojeras tan pronunciadas que un poco me asusté. Esto no es vida, pensé. Ando tan estresada que me he olvidado el celular en cada grupo al que entro, pierdo trabajos de estudiantes que después encuentro entre mis papeles, ya no sé quién me debe escritos, orales o tareas domiciliarias. Ayer mismo había sacado un cortado de la máquina y en la dinámica de la clase me lo olvidé sobre el escritorio y solo lo pude tomar (tibiecito, pero algo es algo) porque un alumno se dio cuenta y me lo alcanzó, como veinte minutos más tarde. 
Por suerte ya iba volviendo a casa.
El 103 avanzaba medio a los tirones, bastante lleno. Nunca hubo menos de quince personas de pie, en el mejor de los casos. Yo había sido la séptima mujer en subir en la parada de la Universidad, y venía usufructuando un asiento de los popularmente llamados de los bobos, sentada entre dos chicas y con otras tres enfrente. 
Las miré disimuladamente. 
La cosa empezaba con una veinteañera de jean negro muy deshilachado, con una estrella de cinco puntas tatuada en la rodilla, que no dejaba de mirar su celular ni por un instante. Luego, una mujer de unos treinta, con rostro cansado. Estaba bastante demacrada, pobre, con el pelo muy descuidado y huellas evidentes de trabajo y pobreza excesiva. Junto a ella otra, edad similar, de pelo negro largo, con remera manga larga, buzo de lana encima y bufanda abrigada al cuello. La campera forrada de corderito la llevaba en la falda, por lo menos. 
A mi izquierda una péndex amamantaba a un bebito microscópico, mientras la de la derecha, que tendría unos 18 o 20 años, iba oyendo una cumbia con auriculares, La música se ve que estaba tan alta que yo la oía perfectamente, y además ella iba llevando el ritmo con las piernas, en una suerte de bailoteo de asiento que resultaba bastante movidito. 
En eso, le sonó el celular. Apagó la radio y empezó a hablar. 
_ Hola. Sí, ya hablé con la abogada. Se llama Sandra... No me acuerdo el apellido, lo anoté en el celular. Sí, después te lo paso. No, olvidate: me dijo que ni sueñes con la anticipada, que ya tenés ocho antecedentes y que eso es imposible. Si, le dije, pero el 24 de diciembre recién cumplís un año, y te la vas a tener que... ¿hola? ¿hola?
Y a los dos minutos:
_ Hola. No, no te voy a dar el número de la abogada. ¿Para qué? ¿Para que la empecés a putear? No, ya te conozco, y no va a servir de nada.
Cortó de nuevo, pero no llegó a prender la cumbia, porque en seguida recibió otra llamada. 
_ ¿Hola? ¿Qué? No, no me hablés así. Que no me hablés así, te dije. Hablame bien...
Pensé que el tipo la vendría insultando, pero no, porque el diálogo de pronto cambió de rumbos y de tonos.
_ Bueno. ¿Y qué te dijo la maestra? ¿Estaba bien el deber?
O sea que había un hijo en edad escolar. Capaz que ella tendría más edad de la que le di... pero no mucha, porque se notaba que era muy muy jovencita. 
Pobre gurisa. Ocupándose de un tipo preso hace un año y con ocho antecedentes, criando un gurí, volviendo del trabajo en un ómnibus lleno y que iba a los tirones, y yo quejándome por pavadas tales como el estrés de fin de año y las ojeras pronunciadas. 
Seguimos viaje en el 103, ahora inundado del olor a las empanadas de carne que una muchacha y su amiga venían comiendo en el primer asiento de a dos, tan a gusto como si estuvieran en el living de su casa.
No sé si ya lo he comentado, pero esta es mi última semana de clases en el IAVA por lo que queda del año. Estoy arrancando mis vacaciones en cualquier momento, y el 103 y las crónicas del mismo van a empezar a ser apariciones cada vez más esporádicas por estos pagos, espero.
¡Bienvenidas, vacaciones!

(cubreojeras... ¿alguien tiene?)




Valizas de domingo: LA fiesta.
Ya desde mi caminata matinal por las Malvinas me di cuenta de que hoy no sería un domingo como todos en la Barra de Valizas. Grupos de jinetes (hombres y mujeres, viejos y niños) iban al trotecito desde Aguas Dulces al pueblo, por la playa, todos vestidos de gauchos y chinas. 
Al mediodía, ya en el pueblo, me pararon como tres o cuatro súpercamionetas, todas llenas de Agro Boys y todas con la misma pregunta: ¿dónde es el raid? Dónde es la criolla? 
Por supuesto que yo no tenía la menor idea, aunque algo empecé a escuchar desde el hostel: era como una transmisión radial, como cuando alguien escucha la vuelta ciclista... 
De todos modos me dejé estar, hice de encargada del hostel por un par de horas, bajé a la playa, armé los bolsos... Hasta que a las 6 de la tarde, con todo pronto, como vi que me sobraba una media hora decidí a ir a indagar de dónde venía la voz que seguía escuchando. 
No tuve que caminar mucho. A solo tres cuadras vi movimiento, me metí una cuadra a la derecha y encontré el ruedo. 
Era un lugar al que nunca jamás había visto siquiera, lindero al campo, enorme. Decenas de autos y camionetas, camiones, caballos atados por todas partes, y un escenario tamaño cancha de fútbol, donde se estaban domando caballos en pelo. El público había llevado sillas plegables y rodeaba todo el lugar. En un costado estaba la cabina del locutor, que trasmitía el evento, y también era el sitio de un payador que comentaba los acontecimientos con músicas y rimas. Al fondo, unos quince gauchos montados en su caballo esperaban su turno. Por todos lados había niños jugando, todos vestidos de gauchos. Cercana a la parte de la doma estaba la mayor concentración de público, y a sus espaldas había muchos puestos de comida: pasteles, helados, bebidas, etc, y hasta una tienda de indumentaria criolla. Como diez o doce copas aguardaban a la premiación, sobre un estrado, y aquello era de verdad una fiesta para público y jinetes. 
No me gustan las domas, estoy en contra de todo ese espectáculo, en teoría, pero debo reconocer que esta gente, más allá de las camionetas y la ropa medio de ocasión, eran paisanos de verdad, y no pitucos carrasqueños disfrazados de gauchos. 
No había ni un hippie valicero en la vuelta; el único bicho raro era yo, evidente sapo de otro pozo, sacando fotos con un Ipad, dónde se vio. Desubicada, la rubia. Tampoco vi ni un pueblero: la gente que vive en Valizas no andaba en la vuelta. Charlé con una viejita de Lascano, fui saludada muy seductoramente por un gaucho de ojos verdes que no estaba nada mal y saqué montones de fotos, hasta que miré el reloj y vi que eran las 6.25. Y me volví al hostel, a tiempo de recoger mis cosas, despedirme de humanos y animales y arrancar para Rutas del Sol, a tomar el ómnibus de las 7. 

Fin.





Pasé la noche en mi palacio de cuatro habitaciones y 14 camas (sin contar los bungalows exteriores, donde también me hubiera podido quedar), y dormí como nunca en Valizas, sin mosquitos nocturnos ni moscas matinales, con una almohada de esas que solo buscan descontracturarte, junto a una ventana por la que se veían árboles y cielo por partes iguales. 
Creo que aún no había aclarado el día cuando escuché un ruido en el piso de abajo... Alguien andaba por ahí, cosa nada rara si tenemos en cuenta que no había trancado la puerta. Pero estoy en Valizas, y no le di importancia. Al bajar, ya de mañana, vi la puerta abierta para atrás y no tuve que buscar mucho para entender lo sucedido: Morena, la perra, había entrado y estaba durmiendo sobre la alfombra con uno de los cachorros. Pensé que era muy pesada para moverla, pero es porque tengo mentalidad de dueño de gato: apenas la llamé desde la puerta se levantó, obediente, y se fue a su patio con el osezno de tiro.
Desayunamos Rayita y yo bajo los árboles, y me fui a las Malvinas. El día amaneció soleado, aunque a eso de las nueve todo fue cubierto por una bruma leve, que duró un par de horas en levantarse. 
Llegué hasta más allá del pueblo. Cada vez iba encontrando mas y más cosas, hasta que perdí de vista a las únicas dos personas que se veían en la playa, una pareja de veteranos (mis protectores astrales, los había bautizado), y pegué la vuelta. 
Ayer arranqué diciendo que Valizas en primavera es una soledad llena de gente, y es verdad. En enero hay miles, todos anónimos y cada quien en su mundo. En noviembre todos nos miramos a los ojos, nos saludamos, nos damos por existentes. 
Tomé sol cerca del arroyo, volví al hostel, fui acosada por todos los menores de cinco meses, recorrí el pueblo, me senté un rato en La Proa, compré unas delicias en la panadería de Tío Pato, me encontré a un ex vecino del Puertito del Buceo que ahora vive en el pueblo, saludé a Ruiz, eternamente instalado en la principal con sus cerámicas de arte, saqué fotos del hostel, fui salvajemente mordida por dos de los cachorros (uno de los cuales ayer me robó una ojota y hoy se ve que programaba repetir la función), y aquí estoy. Tirada en la hamaca anaranjada, con Rayita acostada en mi pecho y el gordo de la camada durmiendo a nuestro lado, en el piso. Suena una música brasilera suave entre el viento y los pájaros. La dueña se está yendo con su hijo a la playa y de pronto soy por la próxima hora la encargada del hostel. Este es un trabajo para el cual me siento calificada, pienso, siempre y cuando los huéspedes no pasen de dos o tres, no hagan ruido y no molesten a mi gata Rayita, que sigue ronroneando con su cara pegada a la mía. 
Este fin de semana viene con un cartelito que dice "vale por toda la paz que quieras", y aún me quedan unas horas en el Paraíso. 
Carpe Diem 
Keep Calm and venite a Valizas. 

Que nunca falte.




Valizas en primavera es un silencio lleno de sonidos y una soledad llena de gente. Es un día sin viento, es una playa con gaviotas y patos que se pelean por un pescadito, es un borde de duna cortado como a cuchillo después de la última tormenta. 
Soy la reina de los huéspedes del hostel. También soy la única, y la primera de la temporada. Tengo como veinte camas y dos pisos para mí sola. Decenas de sillas, hamacas y perezosos, una gata, una perra y tres cachorros. 
En la playa, pescadores, cangrejos, lagunas, caminantes, cucharetas, ranchos a medio caer, restos de la tormenta. Gente que vende comida: pan casero, empanadas de pescado, torta dulce sin huevo, dulce casero de mango. 
Charlo con una rubia de rulos que tiene solo cuatro meses más que yo y que no es de ninguna parte, porque vive viajando. Me recomienda lugares al sur de Argentina y nos quedamos en silencio en el patio del hostel mirando cómo el sol se pone tras el monte.
Hay movimiento en el predio. Tres o cuatro muchachos trabajan desde las dos de la tarde limpiando y acondicionando los espacios. Hay una suite en construcción en lo alto de un árbol. La decoración del lugar está llena de tesoros y no dan los ojos. Tampoco los oídos. Ranas, aves, grillos, la gata y los cachorros, que no ladran pero emiten unos ronquiditos tan dulces que dan ganas de cometer una adopción masiva. 
El niño de la casa le cuenta a alguien de su amigo imaginario: "tiene tres mitades". 
Los muchachos antes de irse charlan y se quejan de los mosquitos: uno quiere hacerse una habitación solo de mosquitero y el otro cuenta que las noches sin viento hay mosquitos hasta en el mar. 
La noche cae en Valizas con una paz de rocío. Casi no te das cuenta. A lo lejos se escucha el mar y a lo cerca croa una rana y un perrito se queja entre sueños. 
Valizas. 

Mi lugar en el mundo.




Hace un par de días me asusté un poco por gente que planteaba que de tanto decirle que no a las actualizaciones del Ipad se había quedado de pronto por fuera de todo, como que el pobre sin el oxígeno de lo nuevo dejaba de respirar de un día para el otro. Y lo actualicé. 
Hoy entro a la galería de fotos y me encuentro con esta novedad: él me organiza solo todo lo que saco, y debo decir que no lo hace mal. Reconoce lo que es una selfie (aunque no la esté sacando yo, se ve que a tanto no llega su capacidad de discernimiento), sabe que Tania está entre mis favoritas, todo, todo, todo. 
Lo que no entiendo es por qué tengo 3 fotos llamadas "captura de pantalla", siendo que no tengo ni idea de cómo hacer una, y que además son las 3 iguales: un rectángulo negro, punto. 
¿Está diciéndome que el tiempo pasa y la memoria olvida todo, que no se puede detener el instante? ¿Que las pantallas son oscuras e insondables como el más profundo y negro de los misterios? ¿O que soy una inepta en estas lides? ¿Eh?
No sé, pero cuando lo entienda olvídense de que vuelva a actualizarlo. Demasiado me cuesta comprender algo para que de repente me lo cambien sin manual de instrucciones. 
He dicho. 

Creo.






Él es castaño,de ojos claros, con barba y unas pocas canas incipientes. Es amable, pero seco. No se hace ver mucho como guarda, pese a que el 103 viene bastante lleno a esta hora. 
Entonces aparece ELLA y todo cambia. Es alta, esbelta, viste de negro y tiene unos 25 años.
_ ¿Cómo estás?- se saludan,y desde allí él revive, se hace cordial, participativo y atento a todo el pasaje capitalino. Incluso colaboran en el acto hasta entonces mecánico de cobrar el boleto. Ella le pasa las tarjetas y devuelve a las viejitas boletos y monedas. 
Ahí hay amor, pienso. Se siente en el aire. Lástima que me parece que si él se para tal vez le quede diez centímetros petiso, pero, en fin, es solo un detalle. 
Y me bajo, sin conocer el final de la historia. 
Por ahora. 
Si los vuelvo a ver, ampliaremos.







Prendo mi vieja Toshiba y tengo que explicarle todo de nuevo. Que si pongo "p" en Google me tiene que llevar a Perros de la Calle, que si es una "t" tengo que caer en el twitter del CES, que TIENE que haber una carpeta que se llame "nov2016" donde poner las fotos que comparto en Liceos en Red, que no soy la misma de hace dos años, que se ubique, que me entienda, que me obedezca de inmediato. 
Sin embargo ayer me encontré casi de casualidad con Graciela, mi amiga de cuando íbamos al IAVA, y no hubo que hacer ninguna actualización ni reinicio del sistema; solo con la contraseña inicial ("¿qué hacés?") ya empezamos a navegar de lo lindo por un par de horas.
Qué grande el ser humano ("el cerumano", dijo alguien alguna vez en un escrito). Que nunca falte la memoria afectiva (y que no se le queme el cargador). 
Y me voy al centro, a comprar oxígeno para mi querida Dell, que sí sabe quién soy y qué necesito a nivel tecnológico. 

Por ahora. 





Asomarte a la ventana del fondo y ver ahí, cerca del horizonte, una luna finita pero nítida sobre el fondo oscuro del cielo de noviembre tiene un algo propio de primer día después del diluvio universal. 
No habrá paloma con rama verde en el pico, pero uno se siente como Dante a la salida del Infierno: "Y volvimos a contemplar las estrellas".
Pasó la tormenta, entonces, y volvió la calma.

Que nunca falte.






"Su llamada es la número 8 esperando a ser atendida por nuestros operadores.
El tiempo estimado de espera es un minit".

In the IMM we spoken spanglish, parece.






Houston, I have a problem. 
Gomecito encontró un nuevo lugar para dormir: el marco de mi ventana del costado. 
El problema es que se trata de un vidrio fijo que ya vino con reja exterior, al que mi viejo le agregó una reja interna. Una vez, producto de un intento de robo de hace como seis años, el vidrio quedó astillado, y ahí el Cele se dio cuenta de que con la genial idea de la doble reja el vidrio se había vuelto virtualmente irremplazable, oh, oh. No hay por dónde sacarlo. Yo le puse un contact como forma de mantenerlo más o menos en forma, pero no deja de ser una solución un tanto precaria (de tal palo tal astilla, en fin...). 
Repito, entonces. Gomecito duerme, se rasca y vive ahí, contra el vidrio a punto de caer. Pero... ¡Es tan dulce, pobre gato viejo tomando sol en mi ventana!
I have a problem. A fat, old and lovely one. OMG.