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viernes, 2 de septiembre de 2022

Setiembre (sin p) 2022




Montevideo y sus colores: de un homenaje en memoria de China Zorrilla a la Marcha de la Diversidad. Una explosión de alegría y libertad protagonizada por los jóvenes en las calles y un encuentro de los que hace un rato que peinamos canas en el Sodre, charlas con mis amigas, cruces y abrazos con alumnos: comunicación humana, en fin, tan necesaria en estos tiempos de desilusiones varias y conflictos muchos. 
Defender la alegría como una trinchera: de eso se trata. Resistir, mantener viva la memoria y no retroceder en materia de derechos.
Y en eso estamos.




Semana de vestimenta temática. El lunes vinieron de primavera y andaban por los pasillos recortando contra el gris de las paredes sus siluetas de colores y estampados. El martes tocó pijamas y el IAVA se pobló de unicornios, conejos y dinosaurios. Ayer fue monocromático. Hoy vestimenta formal: algunos de traje, otros con blazers y camisas de oficina, moñitos, vestidos y tiradores. Mañana no voy a estar para el tradicional pollerazo (toca clase en otro lado), pero fue un lujo verlos en el recreo jugando al ping pong de saco y corbata, hasta que en cierto momento alguien puso música de El Padrino y aquello se tornó surrealista. 
_ Debe ser bravo trabajar como profesora con los gurises de hoy en día, ¿no?- preguntan de vez en cuando las personas a las que les cuento cuál es mi profesión. 
Es que no saben (y no me voy a cansar de contestarles).




Los tiempos han cambiado. 
Cuando yo era chica pensaba que, de haber sido hombre, siempre dudaría si alguna vez no aparecería un desconocido ante mi puerta diciendo ser hijo mío.  Ahora, aún siendo mujer, me pregunto si no tendré uno o varios vástagos de los que no tengo noticia: unos rubiecitos con gorro de piel negro, resistentes al frío y al vodka, que un día se asomen a la puerta de Arbolito y me digan “привет, старушка” (hola, vieja).
Los tiempos han cambiado y todo es posible en el universo multicolor.
Y ahora, con su permiso, me voy a buscar unas Smirnoff, por si acaso. Solo por si acaso.




Diálogo de oficina pública
Persona interesada: _ Yo pedí que este formulario tuviera como destino Portugal, pero acá dice España.
Funcionaria: _ Sí, ya sé qué formulario es, pero está bien lo que pusimos, porque Portugal queda en España.
Persona interesada: _Eh...



El flaco andaba con su perrita, llevaba platos para darle agua y comida y la tenía con un arnés muy coqueto. Parece que la rescató de no sé dónde, es un poco viejita pero muy dulce. Ella es muy muy tímida, pero hoy de mañana la vi por primera vez moviendo la cola. Él se fue del hostel rumbo a su casa en Minas, hace como tres horas. 
Todo bien. 
Pero no.
Llego a la terminal y la veo así, solita, sin arnés, con la cola entre las patas, tratando de subirse a uno de los dos Rutas del Sol que salen en un rato para Montevideo. La agencia está cerrada. Pregunté al chofer que estaba limpiando el bus y a dos chicas que esperan en un banco, y todos coincidieron en que hace rato que la ven ahí, solita y lloriqueando. 
¿Qué diablos pasó acá? La abandonó el dueño, no lo dejaron llevarla, se le escapó de la bodega?
¿Qué hacer? 
En eso pasa un ángel bajo la forma de Rubén (uno de los dueños del hostel): se la alcanzo a la camioneta y le da asilo, a ver si se la puede llevar a Minas al flaco con el que estaba. 
Fiuuu… 
Y lpm. Casi muero de tristeza al verla abandonada en la desolación de la agencia, donde la tarde comienza a enfriarse, el bus sale en cinco minutos y solo cuatro mujeres eaperamos su partida. 
Gracias, Rubén!!!!
Un corazón de oro. 
Sin palabras.






Parece una, pero son dos: el agua del arroyo en primer plano, las olas del mar a lo lejos. 
Cuatro de la tarde de domingo en Valizas. No hay gente en la playa ni en las calles: todos duermen o se han ido de regreso a alguna parte. Las gaviotas pasan sobre mi cabeza rumbo a las dunas, algún pato pesca en la desembocadura del arroyo y un halcón merodea en las alturas. La ballenas y las boyas de vidrio quedarán para otra visita, en tanto ya he devuelto a la playa los caracoles que querían quedarse y le he sacado vidrios de todo tipo y color para tirar en el pueblo. 
Una gaviota pasa sobre mi cabeza, se detiene en su vuelo, parece preguntarse si soy una extraña clase de lobo o de tortuga y continúa su camino hacia las dunas.  
El viento de la primavera comienza a enfriar el aire de la playa. 
Es tiempo de decir hasta la próxima.





Corto en cuatro un bizcocho para ponerle una rebanada de queso a cada parte y la acción me activa un recuerdo que viene de muy, muy lejos. Tal vez de los ocho o nueve años, cuando se me dio por hacer “masitas”. El procedimiento era sencillo: cortaba en rodajas un par de corazanes y los decoraba poniéndoles dulce de leche o una mezcla de azúcar con agua y con cocoa, haciendo dibujitos de pintas, lunares y medias lunas con la combinación de los ingredientes. No era más que un bizcozcho con dulce, pero para mí ingresaba en la categoría de masita y mis viejos lo elogiaban como tal. 
Hice mil veces estos inventos pero lo había olvidado por completo durante… mucho, mucho tiempo. Décadas, media vida, quizás más. 
¿Cuánto más aguarda en el baúl del inconsciente a ver si llega el momento o el estímulo adecuado para volver a la memoria? ¿Qué porcentaje se pierde para siempre en el olvido? ¿Y por qué? 
Misterio. 
Uno más.





Yo ando por la playa juntando vidrios para tirar en el pueblo, trato de no molestar a las aves y dejo en su lugar a las almejas con bicho y los caracoles con cangrejos.
El mar me regala caracoles, sol, gaviotas y olas tranquilas que vienen hasta mis pies y los dejan llenos de espuma.
Creo que es un trato justo. 





Este es un mundo muy particular. 
La gente va por la calle saludando a los perros por su nombre. 
Los caballos ponen la cabeza para que les hagas mimos. 
Los patos se asolean cerca de los humanos que les sacan fotos. 
Salgo de la naturaleza en estado puro y me meto a una piscina climatizada (❤️).
Voy subiendo la escalera hacia mi habitación y de pronto miro hacia arriba y se me vienen encima todas las estrellas.
En el hostel hay estufas prendidas, hay patio con aroma a jazmines del país y hay un vino dulce que ya me dijeron que me espera. 
Se oyen suaves músicas lejanas y unos tambores desde la feria de los artesanos convocando a quienes quieran sumarse al ritual del encuentro. 
Todos los sentidos de fiesta. 
Que nunca falten.





Ir en un Copsa cuyo chofer escucha a I. Álvarez: una de las formas modernas de la tortura ciudadana. 
_Los docentes se niegan al cambio.- afirma muy suelto de cuerpo.
_ Lo que cambió mucho es el mundo desde la última reforma educativa, en 1996. -acota otro. 
_¡Claro! - coincide él, encantado. 
Parece que en 2006 no pasó nada (y de los programas especiales 2012 y 2013 ni noticias). 
Sin comentarios, salvo uno: veneno puro.





La Señorita Rosario
Fue mi maestra y hoy es mi amiga. No nos vemos mucho, más bien nos cruzamos en las marchas y esas cosas, pero como ya dijo el viejo Borges la amistad es el único afecto que no necesita de la frecuentación, así que aquí estamos. 
Rosario es medio prima de mi vieja, de una de esas ramas familiares que vine a conocer en alguna reunión en la casa de la Tía Marina (casa con la cual soñé esta noche –aunque esa es otra historia). No tiene muchos años más que yo: debo haber estado en sus primeros grupos allá por los años 70’, cuando todavía algún gurí desubicado le decía piropos y ella salía a enseñarle buenos modales por los patios de la gigantesca escuela 55.
Estuve con la Señorita Rosario (Charito para todos los de la familia menos yo) en los últimos tres años de la escuela (y fui “la primita” desde ahí hasta el final de la primaria). Era complicada la Escuela 55. Había que andar con mucho ojo en los recreos, escapar a diario de las proposiciones a pelear, cuidarse de los piojos, evitar el campito del fondo y tener siempre a alguna maestra cerca, por las dudas. Para ellas también era difícil, pero por motivos diferentes: años después me enteré de que la directora insoportable que nos tenía aterrorizados con sus gritos y rezongos era además un peligro para varias de las maestras. En la década del 70 dos por tres empezaba a faltar algún adulto, cosa que no resultaba fácil de explicar a los niños que preguntábamos por ellos.
Con los años (y no por casualidad) terminé siendo docente. Con la Señorita Rosario nos seguimos viendo de vez en cuando en encuentros casuales, cuando fui como payasa a animar el cumpleaños de alguno de sus hijos o cuando trabajé en el liceo pegado a la escuela de la cual fue Secretaria mucho tiempo (hasta que el barrio no le pareció lo suficientemente complicado y se fue como Directora al Borro, con lo que comenzamos a cruzarnos menos). 
Una vez le robé varias fotos de la escuela y nunca se las devolví. Por años le copié la letra. Hemos compartido coquetas meriendas en la Lion D’or y no tan glamorosas cervezas y grapamieles en La Tortuguita. Tenemos en común una sangre, un pasado, una vocación. 
Hablo con ella y se me cruzan imágenes de bancos con agujeros para la tinta, de pizarrones y tubos de ensayo, de la colecta cada mes para pagarle a la viejita que hacía las copias a mimeógrafo, del hijo de la directora del que todas nos enamoramos en sexto año, del paseo a Lavalleja con el grupo de la Maestra Raquel, del día en que mi prima Elizabeth me dejó un ojo negro jugando a las escondidas y tuve que pasar toda la tarde en la Dirección, de mi viejo llevándome y trayéndome cada día, de mi eterno resfriado y de mi amiga Mirian con la que discutíamos todos los recreos si eran mejores los Bee Gees o los Beatles.
Cosas que una recuerda cuando por ahí andan diciendo que hoy es el día del maestro (como si hubiera un día).
_ Profe, yo creo que voy a ser Profesora de Literatura.- me dijo la semana pasada una estudiante de cuarto.
Esta cadena de luces es (por suerte) interminable. 
Y en eso estamos.





Vengo contenta porque (por fin!) acabo de hacer la declaración anual del irpf, y para celebrarlo vine caminando desde Tres Cruces a Ciudad Vieja, donde todo el consumo de calorías de la caminata será compensado con una cosa caliente con leve gusto a canela y calabaza.
Desde mi sitio junto a la ventana sobre la peatonal veo pasar la vida de la ciudad en sus distintos formatos: una novia de vestido blanco y flores en la mano junto a un muchacho con traje gris de evidente estreno, un señor sexagenario vestido de gaucho y con enorme bolso negro a la espalda, un  morocho de ojos azules al que vengo viendo desde el siglo pasado en Valizas, familias varias, oficinistas, vendedores, turistas. 
Cada vez me gusta más esto de instalarme a ver pasar la gente e inventarles historias. Aparece un treintañero de traje gris cargando un cajón de feria lleno de cosas verdes: ¿es el dueño de un restaurante, trabaja en una quinta, por qué se arriesga a ensuciarse así la ropa? ¿Es que está enamorado de una cocinera? ¿Y quién convenció a la chica que pasa veloz y concentrada en su teléfono de comprarse una trinchera dorada? ¿Por qué de vez en cuando uno de los cinco electricistas que trabajan en el comercio de enfrente parece activarse durante dos segundos e inicia un paso de baile que detiene en el aire antes de que lo vea alguno de sus compañeros? ¿Y cuánto tiempo piensa quedarse la docente en vacaciones instalada del lado contemplativo de la mañana de sol?
¡Ah, la libertad, qué cosa linda! Para lo grande y lo pequeño. 
Y así estamos.




Caída de la tarde en el primer día de la primavera. 
Vereda de Malvín tapizada de flores lilas: me agacho a recoger algunas. 
_ ¿Qué son? -escucho que pregunta de pasada una mujer mientras me observa, curiosa. 
_ Ni idea, pero son muy lindas. 
_ Es verdad. -corrobora- Y están frente a esta casa, en la que no vive nadie...
_ Bueno, pero las flores son para los que pasamos. -respondo, comenzando a alejarme.
_ ¡Sí! -coincide ella, levantando la voz- Ojalá que nunca corten este árbol de la vereda.
_ Ni ningún otro. 
_ NI ningún otro. Chau...
_ Suerte. 
_ Nos vemos.
Montevideo: capital de las flores lilas y de los diálogos fugaces con personas desconocidas.





Ser seguidora de “hermana, soltá la panza” y espantarse de lo mucho que ha crecido el cuerpo de una en el invierno.  
Verse en los espejos de los probadores, decidir que ni una caloría de más a partir de ahora y terminar media hora después en la cafetería por aquello del pumkin spice que a esta gente se les da por proponer en (para nosotros) primavera. 
Meterse en un libro que más que de magia habla de empoderamientos de las abuelas ancestrales y leer los últimos capítulos en medio de las luces del reino de la superficialidad y el patriarcado (vulgo shopping). 
Sentirse reina y bruja, bella y horrenda, despierta y dormida, poderosa e indefensa, joven y vieja, inmóvil y en movimiento. 
Ser humano (y ser mujer), en fin. Contradictoria, proteica, imprevisible (hasta para una misma), pero libre.*
Y así (y aquí) estamos. 
*sobre todo mientras duren las nunca bien ponderadas y siempre bienvenidas vacaciones de setiembre.**
**sin p.





Montevideo es gris y es por decreto. Parece que durante mucho tiempo los viajeros se asombraron ante la profusión de colores de las residencias que se apreciaban al ir acercándose a nuestro puerto, registro cromático relacionado con el hecho de que las casas se pintaban con los restos de pintura que quedaban de los barcos. Después el gobierno (uno de tantos, hace décadas o casi siglos) decidió que teníamos que ser grises, y acá estamos. 
A veces el tiempo y la caída de la tarde se unen para apoyar las decisiones cocinadas en las altas esferas, o será que hay historias que es mejor escuchar cuando las luces del día comienzan a diluirse. 
Vaya una a saber.





Cosas que me traje del paseo de ayer al departamento de Flores con mis amigas y compañeras del IAVA: la miel es deliciosa, a la taza carpincho aún no la estrené, a las plumas no se las arranqué a ningún ave y todas son de las que andaban revoloteando libres por los campos (excepto quizás la rojita, que me pa que era de un papagayo, pero no estoy segura). 
Ayer colgué muchas fotos de carpinchos y pavos reales, de cuervos y urracas, de ciervos corredores y de llamas tranquilas, pero quiero decir que el Parque Tálice no es solo una reserva donde los bichos pastan tranquilos y se acercan confiados (algunos) a los humanos: también es un zoológico espantoso para la mitad de los animales que allí vimos. Listo, no voy a dar detalles, pero si van de paseo sepan que hay una parte muy reconfortante (como dar un paseo en tren eléctrico por las hectáreas de la reserva) y otras de las que mejor no hablar (y de las que no saqué fotos, porque son un golpe bajo). Tal vez es complicado enviar a algunos bichos a los santuarios que hay en otras partes del mundo, de repente el tema es el costo y no la cabeza, pero no lo creo. En todo caso, eso solo contaría para los animales exóticos, y no justifica que tengan encerrados bichos nuestros. Eso. 
¿Me estoy poniendo un poco pesada con el tema de los derechos de los animales? Puede ser. Lo voy a seguir haciendo. 
Feliz domingo para los que podemos elegir adónde ir bajo el tibio sol de la indecisa primavera.





Nada que corregir. 
Nada que preparar.
Cero papeles para ordenar.
Cero ropa tirada en el piso de arriba.
Todas las plantas regadas.
Todas las tazas lavadas.
Tengo las libretas al día.
Tengo planes de paseos.
La última vez que me sentí tan libre sin ser en enero fue a los 17.
Algunos dicen receso, pero en mi barrio siguen siendo vacaciones. 
Que nunca falten.
☀️🎆🎊🎉🎵
(sí, también tengo tiempo de buscar emojis, la la la!)





Psicología inversa
Si en un grupo pongo un trabajo con 6 preguntas enseguida se quejan porque son muchas, entonces les puse uno con 30 y les dije que hicieran las que pudieran, que no iba a corregir la cantidad sino la calidad de las respuestas. ¿Conclusión? Todos hicieron entre 20 y 30, muy bien respondidas, y eso que anduve todo el tiempo entre los bancos porque la premisa era que no podían repartirse las preguntas. No digo que funcione siempre pero a veces... A veces sí.





Desayuno viendo youtube (no sé para qué pago Netflix) y caigo en una entrevista a Edda Bustamante. El nombre me suena vagamente: es una actriz argentina. Entra en escena bailando un rock con más gracia y energía de la que he tenido nunca, y se pasa el programa sentándose de maneras en las que yo no te duro tres minutos. Busco la edad: 77. Cinco años menos que mi vieja, que también es un ejemplo de vitalidad, pero desde hace 40 años repite cosas del estilo de "a mi edad..." Me viene a la memoria una frase que leí de Clint Eastwood: "no hay que dejar entrar al viejo en nuestra vida", y me voy rauda y veloz para el gimnasio, a ver si en algo puedo rescatar a la veinteañera que fui hace unos años. 
No, mentira, en realidad me preparo otro capuchino y sigo viendo la entrevista, pero mentalmente estoy levantando pesas y haciendo abdominales, ¿eh? 
¡Uno! ¡Dos! ¡A ver esos tríceps!*
*tuve que googlear porque no me acuerdo de ninguno.


La política un cachetazo. 
La ecología un abismo sin fondo.
Los derechos retrocediendo.
El futuro vidrioso. 
Pero sol y gatos, y esa vieja manía de refugiarme en el café, las palabras y las pequeñas acciones cotidianas. 
Si no, ¿cómo?



Tarde de fantasmas y crímenes en el Prado de otro siglo

Cuando vi la convocatoria para un paseo a pie por zonas emblemáticas del Prado recorriendo su historia y sus leyendas no lo dudé ni un segundo. Salí de casa temprano, pensando pasear un rato por el Botánico, pero mi desconocimiento general del barrio hizo que terminara llegando a Agraciada y Buschental a las cuatro menos un minuto. Había imaginado que seríamos una treintena o poco más, pero ya a esa hora había como doscientas personas, a las que se fueron sumando otras cien (a ojo de buen cubero) en el trayecto hasta el Hotel del Prado. 

Ganduglia (el único veterano al que no le critico el pelo largo) andaba con micrófono y parlante, así que siempre lo escuchamos bien, pese a que por momentos nos cruzamos con un ómnibus repleto de hinchas de Peñarol cantando a los gritos, pasamos por una pista de hip hop con buena amplificación y por una scola do samba en pleno ensayo. 

Recorrimos seis puntos en un par de horas: la casa de Margarita Salvo (Agraciada y Buschental), la de la familia Arenas (donde fue asesinada Merceditas, a un par de cuadras), la Casa de la Cultura (por Lucas Obes), el Rosedal, el Hotel del Prado y un árbol gigantesco ante su frente. 

Cada recorrido entre punto y punto lo hicimos moviéndonos en una masa enorme, interminable. La gente nos cruzaba y sacaba fotos: se ve que éramos muy raros. Una familia que venía en sentido contrario comentó que se ve que acababa de terminar el partido (??). Los que salieron ganando fueron los vendedores de churros y tortas fritas, que eran un montón, porque la Rural del Prado es por ahí nomás y esta semana andan de exposición. 

Agro Boys por todos lados. Flores enormes. Un Gusano Loco. El iraní de Lost. Gente de picnic. Rosas. Un aire que se iba poniendo más fresco, hasta exigirme el abrigo. Y eso es todo. 

De las historias de fantasmas saqué muchos apuntes pero no las voy a compartir, porque la gracia es que vayan a escuchar a quien las recopiló (y las cuenta bien de bien). Lo único que me salió mal fue cuando una chica (a la que mentalmente me había pasado medio recorrido criticando lo feo de su pantalón) me ganó de mano comprándose el único ejemplar de un libro sobre brujas que me interesaba para ilustrar Macbeth con alguna historia jugosa en mis grupos de quinto mañana por la mañana. Karma instantáneo, creo que le dicen.

Y hasta aquí llegamos. Buenas noches. Feliz fin de domingo.

Miren bajo la cama antes de acostarse y ojito con quién se casan. De nada.




Una el sábado va al teatro y piensa: yo a esta obra ya la vi, y creo que el actor era el mismo y el teatro también. Entonces (por esos afanes arqueológicos y por esos tiempos libres de los domingos) una se pone a revisar papeles en la zona de los programas (porque una acumula muchas cosas). 

La zona de los programas de teatro está en un cajón de la cómoda, en el medio entre las fotos y los mensajes manuscritos. No sé si ahí los tengo todos; es probable que muchos anden desperdigados por otros barrios, extraviados entre montañas de recibos o entreverados con los documentos. En todo caso, la mayoría están juntos: una pila de folletos, hojas fotocopiadas, librillos de tapas duras con textos, fotos, dibujos. Más o menos creativos. Más o menos recordables. Uno en el que fui directora. Varios a los que asistí como apoyo emocional. Un montón de muestras estudiantiles y de Teatros en el Aula. Muchos de Buenos Aires. Uno de la escuela de teatro en la que actuaba un ex novio, en el que leo con mi letra de los noventa un mensaje de aliento para la amiga a la que había llevado: "paciencia, Lu, solo faltan 3 horas!", que me trae el recuerdo del tiempo detenido, como tantas veces. Muchos títulos no vienen con una imagen; de otras obras tengo las voces, los vestuarios, todo. Rococó Kitsch me revive el pánico de ver al comienzo a los actores cerrando la salida con unas rejas que separaban al público de los fenómenos, cosa que me disparó una claustrofobia que solo se calmó cuando vi que la reja dejaba un metro de espacio libre, al final de los asientos. Italia Fausta: las mejores risas. Perdidos en Yonkers: las mejores actuaciones. Ícaro: la emoción más profunda. Antígona Oriental: sin palabras. A muchas las vi varias veces. Rara vez recuerdo con quién fui.

Cosas que una hace cuando tiene tiempo y de repente tropieza con la memoria en medio de la mañana de un domingo.




Cambié de cafetería (solo por hoy); estoy esperando a una amiga en un teatro y mientras tanto escucho a dos chicas extranjeras comentar con su amigo uruguayo sus impresiones sobre Montevideo. Les encantaron los grafitis de contenido político, se manifiestan asombradas de que la gente viva con muchas mascotas y están encantadas con el color del atardecer y la limpieza del cielo. Sobre la gente que oye conversaciones ajenas y las convierte en pequeña crónica de autobombo de la propia ciudad no han dicho nada, por ahora. Sigo escuch… Eh… Sigo con mi capuchino. Mi amiga dice que llega en 5 pero ya veremos, ya veremos.



Tuve que poner al gato viejo a descansar: hoy entró en crisis y solo quedaba seguir sufriendo. Su vida fue complicada (a juzgar por el estado físico y por su grado de desconfianza cuando apareció en mi jardín), aunque al menos los últimos cinco años tuvo techo, comida y afecto, que no es poco. 

Gracias por el apoyo de los últimos días/semanas/meses. No está bueno compartir tristezas pero a la vez ayuda saber que no estamos solos. 

Y en eso estamos.




Todos tenemos nuestros días. Esta es la cara de una gata que hoy no está en su mejor momento: rezonga, no sabe lo que quiere, se niega a salir de casa pero no parece tener ganas de quedarse. 

Mientras tanto el viejo duerme en su frazada hecho una rosca; se dejó saludar cuando me levanté pero no hizo ni el menor ademán de pedir comida. Es una cuestión de tiempo, y mientras sea en paz todo está bien. 

La otra vecina, la barcina, está pidiendo comida en la ventana del frente como siempre. Ella es la que mantiene la regularidad en este mundo de bichos tan cambiantes como los humanos que los rodean.




Una vez en un taller literario conocí a una chica que nunca había matado a un bicho. Ella no era vegetariana pero no concebía la idea de ponerle fin a la vida de nadie (ni siquiera de un mosquito) porque sentía que de hacerlo estaría cruzando un límite con el cual no iba a poder convivir. 

Yo hace como doce años que no como animales pero sí he matado mosquitos, hormigas y algún que otro gato, como Matilda o Roldana. La eutanasia es lo peor que le puede pasar a quien vive con perros y gatos, porque decidir  hasta cuándo dejarlos ir y cuándo empezar a ayudarlos es lo más difícil. Sabemos que van a dejar de sufrir, eso es obvio, pero también es cierto que el animal confía en vos, te mira, te ronronea, y una termina saliendo para el liceo hecha un manojo de nervios e incertidumbre. 

El gato viejo cada vez come menos, está piel y huesos, apenas camina, pero toma agua, va al baño, se lava, ronronea. Supongo que es cuestión de unos días; la verdad es que no sé. No sé nada, salvo que me aliviaría no tener que decidir y que todo pase sin mí. 

Por ahora solo espero llegar al liceo con tiempo para cruzar a buscar un café y empezar a transcurrir la mañana. No estoy destruida (ni mucho menos); solo quería comentar esto: que la vida está llena de contradicciones y muchas veces terminamos decidiendo en función de lo que sabemos, que no suele ser mucho. Solo eso. 



Diálogos de liceo

1

Recreo en un grupo de quinto año. 

Yo (sentada al fondo del salón porque está por dar la clase el practicante): _Fulana... ¿Te puedo preguntar algo?

Ella: _ Sí, claro, ¿qué?

Yo: _ ¿Por qué seguís usando el tapabocas: es que te da miedo contagiarte?

Ella: _ Eh... No. Digamos que no me gusta mi cara cuando no lo uso. 

Yo (tratando de arreglarla): _ Ah... Como que destacás tus ojos, que son muy lindos. 

Ella: _ Sí... digamos que sí.

Yo (para mis adentros): No debo preguntar más pavadas. No debo preguntar más pavadas. No debo... Etc.


2

Yo (todavía en el fondo del salón): _Chiquilinas, ¿no vieron dónde fue a parar mi lapicera?

Una de ellas: _Sí, está ahí, profe. 

Yo (viendo que estaba en un ángulo inaccesible desde mi silla): _Ah. No llego. 

La misma chica (a otra): _ A ver vos, que sos bailarina de ballet, alcanzale la lapicera a la profe, ¿querés?

La bailarina: _Bueno. Acá está. 

Yo: _ Gracias.


3

El practicante (mostrándoles en la computadora unos minutos de Shakespeare apasionado, para que vieran cómo eran los teatros isabelinos): _ ¿Ven? Ahí iba el público, y ese era el lugar de los actores... ¡Ah, miren: ese que sale ahí es Shakespeare!

Murmullos de admiración entre el auditorio femenino (16 de las 18 personas presentes en la clase): _¿Ese es Shakespeare??? ¡Ah, entonces voy a buscar la película! Gracias por la recomendación: hoy mismo la voy a ver.





Mi vieja tiene 82 años, pero es un águila: hoy iba caminando, de repente se agachó y cortó un trébol: 

_  Para la suerte, te lo regalo. 

_ ¿Es de cuatro hojas?

_  No; de cuatro cualquiera encuentra. Este es de cinco. 

_ ¡Gracias!




La laguna hoy es un espejo. Caminamos hacia las barrancas pero no accedimos a ellas, porque el terreno ahora está alambrado y nos dijeron que está electrificado. Vimos chajás, churrinches, un bicho peludo y un montón de perros paseando a sus humanos por la orilla. Un paraíso. Con límites electrificados pero, en fin. Paraíso igual.



Mi vieja: _ ¿No te fijás si el Gatón está pidiendo para entrar en el frente? 

Yo: _Bueno. Eh… No, el Gatón no está, pero en el portón hay uno gris de nariz larga. 

Mi vieja: _ Ah, sí, viene todos los días; le voy a dar su comida. 

Le dejamos en el pasto una bandejita con sobras variadas y frescas y a continuación hubo una confusa situación en la que el Gatón se trepó al portón, le pasó casi por arriba a la comadreja y empezó a comer lo que habíamos dejado para ella. En ese momento recién se percató de su presencia,  puso cara de susto y comenzó una escena épica entre mi madre y él para entrarlo. Después nos quedamos un rato mirando detrás de la ventana a ver si la invitada bajaba a comer, hasta que nos venció el frío y entramos.*

Todavía no son las ocho y media pero ya reina el silencio en esta casa. El tul mosquitero (como siempre) vela por la tranquilidad de mi espíritu, la gata Clarita está instalada a mis pies y solo se escucha el tic tac de un reloj de pared que me trae recuerdos de infancia. Espero que a la comadreja le gustara la comida. 

Y en eso estamos. 

* De ahí vengo, estimados, de ahí vengo y hacia ahí voy.



Eventos laguneros:

- Una garza enorme volando sobre nuestras cabezas

- Una tortuga muerta en la playa

- Uh gato gris que se acerca, maúlla y se va corriendo (vez tras vez)

- Un picaflor posado a un metro de mi zona de lectura

- Una  gata yendo al baño a dos metros de mi zona de lectura

- Una gata (otra) durmiendo debajo de mi zona de lectura

- Uh caniche vecino ladrador

- Dos viejitos que parecen estar bien, pese a todo

- Y yo.



En esta familia es tradicional el recorrido por la quinta: antes era muy abuelo con mi madre, ahora es ella conmigo. Acabamos de ver (y en algunos casos oler) albahaca, romero, ciruelos, duraznos, anís, ajenjo, bananos, manzanos y un largo etc. Seguimos recorriendo (y disfrutando).




Amanezco en un extraño mundo despoblado de personas y lleno de osos panda. Un mundo de lujo y confort a la orilla de una ciudad pobre y olvidada por el tiempo. Un mundo rodeado de campo donde los gatos obligan a los humanos a alimentarlos antes de retornar a la invisibilidad de la maleza. Donde se escucha a Sabina por los altavoces pero los anuncios se hacen en portugués (“discuvra o espaso infanchil para que seus fillos podan brincar tranchilus”). Donde un empleado te dice que tu bus sale a las nueve y otro que a las ocho y media. *

Bienvenidos a “La terminal del panda”. Próximamente, en todas las salas.

*Salió nueve menos cuarto.



Saludos desde una terminal gigantesca, vacía y silenciosa en medio de la nada, donde de pronto aparece una empleada rubia e ipso facto el espacio se llena de maullidos. 

_ ¿Qué le pasa hoy, que anda a los gritos? -se ríe ella charlando con un compañero, mientras saca algo de abajo del mostrador y va hacia la puerta corrediza que limita la sala de espera con la salida de los buses.  Una gata gris la aguarda allí contenta: las dos se dirigen a grandes zancadas hacia la salida y pronto dejo de verlas. 

La terminal vacía no pertenece a ninguna distopía, pero a veces tiene pinta de. 🙂




Extrañamente (para mí) buena parte del día anduve hoy con dolor de cabeza. Mucho meterme en twitter, mucho leer posts de odio, fanatismos irracionales, esas cosas que alargan la jornada. Nada personal pero todo bastante frustrante. Dejé de seguir cuentas, me enojé con un montón de veinteañeros que en diversos programas de radio hicieron como que no pasaba nada (los famosos "influencer", queriendo quedar bien con dios y con el diablo, no vaya a ser que alguien se moleste y se les caiga un canje). Feíto el ritmo de las redes sociales, tanto en la vecina orilla como en la propia. Desalentador. 

Después me fui al IAVA, donde hoy no tengo clase pero fue la entrega de premios a los ganadores (a las ganadoras) del concurso literario que organizamos los de Literatura. Tres profes, mi practicante, el director, las escritoras y yo tuvimos un pequeño café literario donde degustamos unas cosas chocolatosas, leímos cuentos y poemas excelentes y charlamos sobre la creación, sobre el rol del receptor en la interpretación del texto y sobre las posibilidades de sugerencia del lenguaje literario. 

Cuando iba volviendo a casa me di cuenta de que el arte, las palabras y el encuentro con personas luminosas me habían sacado de un pozo. No soy nada pesimista pero había pasado todo el día nadando en un mar de impotencia y tratando de que no se notara, porque mi rol no es el de andar desparramando oscuridades, y de repente: la luz. 

Después me tomé una Novemina para apurar la salida del dolor de cabeza, pero el proceso de recuperación ya estaba felizmente encaminado. 

Y en eso estamos.




Yo sé que me paso hablando de Peluffo esto y Peluffo lo otro, pero quiero que sepan que no es más que una pantalla, porque mi verdadero amor se llama Nico Arnicho. Hace treinta años que lo sigo; lo he visto hacer temas de Mateo, cumbia, percusión con instrumentos alternativos, acompañar a Ariel Ameijenda en la música hindú, brindar en el Solís un concierto unplugged para escuchar con auriculares y ahora un recorrido por los barrios haciendo Afro Beats, y en todos te deja sin aliento. Es un animal, no se puede creer lo grande que es. Sin palabras. Pero no le digan a Peluffo.




Diálogo de liceo

Entro a sexto de Ingeniería. Santiago, con expresión de éxtasis, me muestra un cuadradito de papel en su mano y dice:

_ Messi, profe, ¡saqué a Messi!

_ ¡Bien, qué excelente!- respondo, y al rato, cuando lo veo que no para de teclear en el teléfono, le pregunto:

_ Santiago, ¿te queda alguien más para avisarle que sacaste a Messi?

_ Solo me falta mi hermano, profe, te juro que ya te atiendo. 

Y era cierto. 

(¿falta mucho para que pase el mundial?)




Abrí los ojos y miré el teléfono: me dormí. Se ve que mi súper yo es muy estricto, porque solo habían pasado quince minutos desde que sonó el despertador, así que hice todo un poquito más rápido y terminé saliendo a la hora de siempre. Todo bien, a mí esto de dormirme y salir a las corridas no me afecta para nada.

Y aquí voy, tranquila y optimista como siempre, aunque debo reconocer que un poquito molesta por la tos constante de alguien en el 103 (¡en tiempos de virus, señor!). La ventanilla un asiento de por medio viene abierta de par en par, y se me revolotean los rulos (¡en tiempos de invierno, señor!). Mientras el ómnibus avanza y traquetea por Camino Maldonado veo un almacén que se llama (digamos) Maberoba. ¿Aún hay gente que bautiza cosas con las primeras sílabas de los nombres de la familia? (¡En pleno siglo XXI, señor!) Miro al que va sentado enfrente: nada feo, si no fuera porque tiene como cuarenta años y lleva el pelo largo atado con colita (¡ya no estamos en los noventa, señor!).

Miro pasar la vida por la ventanilla del 103 y sigo mi camino, tranquila y optimista como siempre, porque a mí esto de dormirme y salir a las corridas no me afecta para nada. Para nada.