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miércoles, 17 de mayo de 2023

De anillos y rosas




Yo no sé qué podría contar de la dictadura. 

A mí no me pasó nada.


Cuando tenía 6 años era 1973. La tele duraba pocas horas y nos íbamos a dormir temprano. Por la noche dos por tres había corridas al costado de mi casa de la calle Barros Arana: los pasos atravesaban nuestra quinta, pasaban por otro fondo que daba a Osvaldo Cruz y seguían hacia quién sabe dónde, corriendo entre árboles y sombras. Por la mañana mamá y la tía de al lado comentaban que era una suerte que los que venían a desalojar las fábricas no conocieran bien el barrio. 

_ Ellos no tienen idea de cómo son los fondos ni oyeron hablar nunca del pasillo.

_ El pasillo salvó a unos cuantos...

Cuando los desalojos de las curtiembres eran a la luz del día los obreros sabían desaparecer metiéndose por un pasaje de no más de un metro de ancho entre dos calles, un atajo que solo los del barrio conocíamos, disimulado entre rosales y ramas de transparente. Las rosas eran blancas, pequeñitas. A veces tenían espinas. 


A mis 9 hubo una tarde en que los mayores de la familia no dejaban de susurrar, pero yo tenía buen oído y sabía poner cara de no estar oyendo nada. 

_ Fue ayer. Por lo menos ahora saben dónde está y cuánto le dieron. 

_ ¡Pero qué macana! ¿Cuánto?

_ Dicen que le tocan ocho. Por lo menos ocho.

Mi abuela hablaba bajito; yo, acostumbrada a ver películas de cowboys en las tardes de sábado con mi viejo, en vez de “ocho” escuché “horca” y durante el resto de la tarde me esmeré para pescar más conversaciones poniendo cara de nada, hasta que alguien pronunció un poco más claro. Al tío le habían dado ocho años en un lugar misterioso pero con nombre lindo: “Libertad”.


No sé qué edad tendría, digamos que andaba por los 10 u 11. Caminaba una tarde con mi madre para hacer mandados cuando nos cruzó una camioneta verde donde dos o tres hombres iban a las risas. Cuando se fueron vimos que al pasar habían tirado un papel arrugado: era una carta. Un señor que estaba preso le escribía a su compañera, contaba cuánto la extrañaba y explicaba cómo había hecho el anillito que enviaba junto a la carta. 

_ Hijos de puta. –murmuró mi vieja. Y seguimos hacia al almacén de la otra cuadra.


Desfiles, muchos desfiles. En casa los pesos estaban contados, pero mi madre me compró guantes blancos cuando tuve que ir a la inauguración del monumento a la bandera. Nunca más escuchamos Los Olimareños. El subdirector de mi escuela, que era muy bueno y siempre sonreía, dejó de ir de un día para el otro. La maestra me quería decir cosas, pero no sabía bien cómo. Después entré al liceo y en segundo año la profesora de Educación Moral y Cívica dedicó una clase entera a explicarnos por qué nuestros padres tenían que votar por el Sí en el plebiscito del 80´. Mis viejos no me dejaron juntarme con los compañeros de la clase para despedir el año con una merienda compartida en el Parque de los Aliados. Tenían miedo. 


A los 17 estaba en sexto. 

_ Va a ser en el patio, el recreo que viene- me dijeron.

El acto no duró mucho; ni siquiera faltamos a la siguiente clase. Hicimos un minuto de silencio por los mártires estudiantiles, depositamos un ramo de rosas al pie del busto a Artigas y cantamos el himno con un nudo en la garganta, un 14 de agosto de 1984. 

Éramos cuarenta estudiantes y cinco o seis docentes, observados en silencio por los dos porteros que controlaban todo desde la puerta de Eduardo Acevedo. A los pocos días el IAVA era sacudido por la noticia: cuatro de nuestros profesores acababan de ser sumariados y retirados de sus cargos por entonar el himno con nosotros. 

La de Literatura y los dos de Física eran del gremio de profesores. La de Italiano no, y ni siquiera había cantado.

_ La vida me trajo muchos disgustos, y la verdad es que ya no tengo ganas de cantar, nunca- dijo en la última clase al despedirse. 

Unos meses después hubo elecciones.


Yo no sé qué podría contar de la dictadura. 

A mí no me pasó nada.


Tres años más tarde, ya en democracia y como estudiante del IPA, iba a una marcha por los desaparecidos cuando una señora que venía en el 103 me tocó el brazo y dijo: 

_ Disculpame, ¿te puedo hacer una pregunta? Ese muchacho de la foto en tu carpeta, ¿no es Líber Arce?

Miré el viejo pegotín del CEIPA y dije: 

_ Sí. 

_ Yo fui una de las enfermeras que lo recibió cuando lo lastimaron, ¿sabés? Fue horrible. Hicimos todo lo posible pero no pudimos. No pudimos.

Y se le llenaron los ojos de lágrimas. 

A nuestro alrededor todas las voces se habían apagado de repente; el 103 se volvió él mismo una Marcha del Silencio. 

El pasado no era tal. 

El dolor seguía intacto.


Igual que la memoria.


viernes, 5 de mayo de 2023

Mayo de 2023




Un funcionario vació una represa en la India para recuperar el celular que dejó caer al fondo. Se llama Rajesh Vishwas, el aparato se le cayó al sacarse una selfie y el muchacho primero mandó buzos y luego vació el embalse, hasta que lo pudo recuperar. Tres días llevó bombear los dos millones de litros de agua de la presa, y cuando lo encontraron, el teléfono (de U$1200) estaba demasiado dañado como para funcionar (pero parece que tenía datos confidenciales del gobierno y esas cosas).
Bienvenidos a la sección "Anécdotas random de países lejanos  para distraernos y olvidar que hace un rato el Cele se perdió y hubo que mover a un montón de vecinos para que lo encontraran". Cada uno encamina sus esfuerzos hacia la recuperación de lo que quiere/puede. Por hoy la cosa salió bien. Cruzo los dedos y recuerden que mejor no ha blar de cier tas co sas. 




Clase con sexto en el anexo de Biología, mientras arreglan el piso de su salón habitual. 
_ ¿Un nuevo compañero?- pegunto mirando al esqueleto al lado del pizarrón- Está un poco decaído… 
_ Sí, profe: es Baudelaire.




Superyó: _ ¿Otra vez juntando fotos tiradas en la calle? ¿No te parece que todo tiene un límite?
Yo: _ Pe… Pero son muy lindos, y la foto tiene casi cien años. Está coloreada… la mandaron por correo…
Ello: _ Llevala, punto. En el galpón (todavía) tenemos lugar. 
Yo: _ Bueno, está bien. ❤️




Los que tienen hijos, ¿los dejan usar herramientas? 
Yo en la infancia tenía acceso pleno a los galpones de todos mis abuelos. Del de los paternos no hice mucho uso, porque una vez a los seis o siete le cerré la puerta demasiado fuerte escapando de un primo chiquito y medio denso, con lo que solo logré quedar encerrada un par de horas (origen quizás de mi leve tendencia a la claustrofobia). Era un galpón lleno de telarañas, desorganizado, sin un gran interés exploratorio. En cambio del galpón de los padres de mi vieja, en Osvaldo Cruz, no me quedó estante sin revisar ni herramienta sin usar. Clavos, martillos, serruchos, azadas y rastrillos: todo. Con mis primas del lado de los Barreto solíamos construir autos y casitas (para nosotras o para los caracoles de la granja que teníamos en un costado), arreglábamos juguetes o tratábamos de improvisar muchas palas para poder cavar juntas al costado de la casa y encontrar de una buena vez el cadáver de la muchacha enterrada en el sótano clausurado. Una infancia normal, en suma. 
Sí, bueno: así salimos. Pero acá estamos. 




Cosas que hubo hoy en la mañana del IAVA
* Lluvia.  
* Galletitas.
* Libros. Muchos libros.
* Una practicante creando una dinámica espectacular con los de quinto.
* Un salón en el que en medio de la tormenta cedió un pedazo de techo y le cayó un chorro de agua sobre la profesora (que no era yo...).
* Un sexto de Medicina en el que hay varias estudiantes que no quieren ser docentes pero apenas les pregunto algo se paran y comienzan a explicarlo desde el frente del salón, traen repartidos y los comparten con sus compañeros.
* Un café que tuve que tirar porque el agua del filtro salió fría.
* Un grupo de Ingeniería que llevó comida como para medio liceo.
* Lectura de Pizarnik con biografía.
* Patios inundados y plantas nadando.
* Un buen rato sin agua en las cañerías. 
* Un libro de cuentos de Poe con hojas negras, letras blancas y dibujos maravillosos.
* Escones caseros.
* Pajaritos felices antes del timbre de entrada.
* Una docente que se pasa toda la mañana tratando de no resbalar con sus championes sin agarre en el suelo lavado como playa (diría Baudelaire).
* Mensajes ocultos en las lecturas.
* Grupos quejosos porque aún no tuvimos café literario. 
* Felisberto, Idea, Crepúsculo, una curandera brasilera, García Lorca. 
* Comunicación.
* Una persona encerrada toda la mañana en la Dirección sin saber lo que se pierde. 
* Dos chicas bailando un tango bajo la lluvia sobre la rayuela del patio. 
* Día del libro. 
* Viernes.
* Y así.




Mañana artesanal con mis grupos de tercero y cuarto: dedicamos la clase de hoy a diseñar folletos por el día del libro, con frases alusivas a la fecha. La mañana estaba lloviznosa, así que pusimos algo de música y arrancó la tarea de dibujar libros y escribir palabras. Mientras ellos trabajan yo escucho fragmentos de sus diálogos, y a veces intervengo. 
_ No sabés lo que me pasó ayer. -dice una chica charlando con su compañero de banco- Me bajé de la parada cuando ya era de noche y sentí pasos, como que me seguían. 
_ ¡Te dije que te tomaras un Pando!
_ Sí, la próxima vez te hago caso. No pasó nada, pero ¡me di un susto!
....................
Uno de ellos tiene de pronto un ataque de risa. 
_ ¿Qué te pasa, Fulano?
_ Es que no puedo creer lo que me acaba de decir esta muchacha, profe. ¡Preguntó qué era un chichón de piso!!
_ Una metáfora.
_ Sí, sí, claro: una metáfora. Es lo que le dije. Eso mismo.
..................
_ ¿Feliz cómo va?
_ Sin tilde. 
_ Gracias.
...............
_ Profe, ¿le puedo romper los bordes al folleto?
_ Lo que quieras. 
................
_ Oigan, ¿pueden buscar una canción que no diga malas palabras?
_ No hay.
..............
_ "Ser escritor es robarle la vida a la muerte". ¡Es la pavada más grande que escuché!
_ Bueno, podés elegir otra frase...
_ No, no: voy a hacer esta porque es fácil.
..............
_ ¿Y cómo dibujo un libro?
_ Podés fijarte en el emoji. 
_ ¿Hay emoji de libro? ¿Y para qué???




Iba a ver a una amiga internada por un tema de páncreas en una parte con varias habitaciones privadas y una gran sala común. Mi amiga tenía pelo corto y unos cuarenta años. 
_ ¿A qué no sabés quién está en esa habitación? -dijo al verme, señalando una puerta frente a ella.- ¡Cristina Fernandez! 
La ex presidenta argentina había sufrido un quebranto de salud mientras visitaba Uruguay y su paradero era un misterio, para evitar a la prensa. Nosotras decidimos colaborar con el incógnito, en la medida de lo posible, pero como mi amiga era muy deportista en cierto momento con ella y un par más de la sala organizamos un tour corriendo por los pisos del hospital para hacer ejercicio y al volver encontramos una muchacha nueva, preguntando por Cristina. Ahí decidimos que yo me iba a quedar siempre en la habitación, como medida de seguridad. 
El resto del sueño fue una sucesión de gente que entraba a preguntar y nosotros que los disuadíamos actuando muy bien, hasta que se iban. Nunca la vimos. No sabíamos si su sala estaba cerrada por dentro, si estaba consciente o si había alguien cuidándola. Al fin yo (que era solo acompañante) me tenía que ir por un rato, tomaba un bus, bajaba cerca de 8 de octubre y Luis A. de Herrera y me ponía a caminar por una calle extraña. Retrocedía hasta un lugar conocido, y en eso pensaba que hacía mucho no miraba el teléfono y tenía que controlar cómo seguía el asunto con la ex presidenta. Tenía varias notificaciones, llamadas y mensajes. Al sacarlo del bolsillo se me caía el teléfono de los nervios, y cuando lo abría la pantalla estaba medio borrosa, porque no andaba de lentes. 
Ahí sonó el despertador y pasé de la intriga política y hospitalaria al amanecer con lluvia y gato. Yo creo que salí ganando.




Hace unos días mis viejos compraron unos sillones, pero no pudieron entrarlos por la puerta y los terminaron devolviendo. No pasó nada, les cobraron unos pesos por el traslado y listo. A cualquiera le puede pasar. 
¿Qué son 15 cm más o menos? Seguramente alguien movió la regla cuando medían la bodega del avión y la unidad potabilizadora de agua: es un detalle.
Ni que la salud del país dependiera de eso.
Ni que hubiéramos comprado a 22 millones de euros unas máquinas viejas que se empantanan en los aeropuertos o se usan para vender saltos recreativos en paracaídas.
Ahora a esperar que llegue la unidad potabilizadora en un barquito, que aparezca La Niña o que modifiquemos nuestro metabolismo hasta que nos salgan branquias y empecemos a procesar agua salada. Lo que llegue primero.
Mientras tanto mis viejos siguen sin solucionar el tema de los sillones (pero empezaron a comprar agua embotellada).




Ayer Marcha del Silencio, hoy culto al capitalismo… 
El libro de  la Vallejo está tan bueno que cuando venía leyéndolo en el 405 me pasé como diez cuadras de la parada. Esto solo me ocurrió dos veces antes: con La metamorfosis a los diecipico y con El lugar, de Levrero, a los treinta y algo. Una vez cada veinte años, por lo visto, o tal vez es que hoy venía leyendo con una parte del cerebro en la novela y otra planeando compartir un capítulo con los de quinto Artístico, una vez que hayamos visto La Divina Comedia. El libro hace una reelaboración de la historia de Eneas, por un lado, y de Virgilio en la época de composición de La Eneida, por otro. Está bueno ver a un Virgilio dubitativo y humano, bien diferente del sabio reposado que guía a Dante por Infierno y Purgatorio. 
El Shopping está vacío, como corresponde a un domingo a mediodía, donde los que vivimos solos y no almorzamos con la familia aprovechamos para no hacer colas en la cafetería ni esperar turno para entrar a los probadores de las tiendas. Domingo nublado de mayo, pre feriado. 
Detrás de mí una chica comienza una comunicación en italiano a través de su teléfono, y yo capto una palabra de cada cinco.
_ Lo sabbiamo, sí, lo sabbiamo.  É cosí… Guarda, guarda… Niente. Guardamo solo la carta; aspetta... 
Deslizo en mi cartera el libro de la Vallejo y dejo el final de Virgilio y Eneas para el ómnibus de la vuelta, mientras arrranco a la pesca de señales y comienzo a acariciar la idea de un enero invernal en el que me reencuentre con las calles del Trastevere.
_Facciamo di prima… - dice el joven que está con la chica a su interlocutor de la videollamada. - Sopratutto é un estado di gracia… La cosa bella significa grandi  cose.  L'opportunità è questo gennaio…
Bueno, no: la última frase no la dijo, pero igual. Considero que son suficientes señales para este mediodía, y me voy a recorrer el shopping, a ver si me compro  unos jeans Fiorucci, para entrar en el mood. Ah, ¿no existen mas? ¿Y así como va una a buscar inspiración para un viaje -especialmente si una tiene el sueldo de un docente-? 
Aún no está nada dicho.
Lo seguimos pensando.
Buenos días.




Cada año es lo mismo: el ómnibus lleno de gente con remeras de Familiares, el inspector que anuncia un desvío un par de cuadras antes, la caminata hacia el punto de encuentro con los amigos, el silencio posado (y pesado) sobre 18 de julio que nos golpea a medida que nos vamos acercando al punto de partida. Las personas hablan bajo, aunque aún falta media hora para la marcha. Cámaras, entrevistas, rostros conocidos. Y abrazos. Muchos abrazos. 
Una marcha que se hace lentísima, porque en cada cuadra se van sumando miles y miles de personas. Dejamos de ver la línea de adelante, donde van la mayor parte de quienes llevan fotos de los desaparecidos, y empezamos a preguntarnos cuántas cuadras seremos este año. 
Llegan mensajes con fotos y ubicaciones en tiempo real; pasamos media hora estirando el cuello, hasta que todo nuestro grupo termina por conformarse. Este año somos ocho, más un par que se nos fueron hacia adelante y dejamos de ver, entre la gente. 
Cuando aún no hemos pasado la Plaza de los Bomberos se empiezan a escuchar las voces de "Presente", porque hay gente que va oyendo alguna transmisión y ya sabe que en la Plaza Libertad comenzaron a decir uno por uno los nombres de los desaparecidos. Nos miramos sorprendidos: ¿ya llegaron? Nunca los "presente" nos encuentran en la Plaza, pero en general cuando la marcha llega a destino nosotros vamos por la Intendencia, o más o menos. Este año somos más, muchos más. Abrigados algunos, resfriados otros, pero acá estamos. 
Cantamos el himno con la polifonía más despareja: no terminamos de decir lo de "de entusiasmo sublime inflamó" y ya escuchamos los gritos de "tiranos temblad". 
Con mis amigos nos separamos una cuadra antes del Gaucho. Yo evalúo hacia dónde ir a buscar el 103, y termino caminando hasta la primera parada por 18. La marcha ya ha terminado, pero la avenida sigue siendo un desfile. En la Plaza Libertad las personas, como siempre, se demoran formando grupos de reencuentro, y algunas continúan siendo entrevistadas por los medios. Desde lo alto la estatua nos mira impasible, pero yo sé que por dentro le deben estar corriendo unas lagrimitas de emoción al ver a tantas y tantas personas reclamando por los derechos de todos. 
Conocer la verdad, ni más ni menos. 
Cada año es lo mismo, y sin embargo es diferente. Este es un ritual de memoria y sanación, porque reconforta encontrarse con lo mejor de nosotros, sabiendo que hay semillas que nunca (pero nunca) pueden dejar de germinar. 

#TodosSomosFamiliares




Vengo metida en el teléfono cuando suben un par de veteranos a mi 103 y saludan a otros tantos, hombres y mujeres canosos y abrigados como una (por lo de abrigados, digo). Una voz se deja oír en el pasillo.
_ ¡Peeero, tanto tiempo, cómo andan! ¿Adónde van?
_ Al cine… -dice una de ellos, y ya estoy empezando a pensar en la pluralidad de mundos que coexisten con lo que yo creo que es” la realidad “, cuando la que dijo lo del cine sigue hablando:
_ Vamos a ver una película que se llama “Ni olvido ni perdón”. Hace tiempo que está en la cartelera…
Por primera vez los miro: todos vienen con remeras y pañuelos de Familiares. Sigo el viaje al encuentro con mis amigos, pero sé que desde ahora comienzo a estar acompañada por los míos. 
Esta es una cita con la memoria y los valores. 
Presente.





Se me cruza de repente un recuerdo de la clase de ayer con un sexto de Ingeniería: ¿cómo diablos llegamos a hablar de cuál fue la fecha probable de extinción de los mamuts? ¿No estábamos dando Baudelaire? 
Sí, arrancamos por Baudelaire. El poeta maldito, los poemas que escandalizaron a la sociedad de su tiempo, por ejemplo (digo yo) "Una carroña". 
_ Profe, sabías que en un comienzo todos fuimos carroñeros? -pregunta desde el fondo un flaco alto que siempre está tomando mate.
_ ¡Yo no! -trato de sacar la pelota de la cancha para volver al poeta, pero ya no hay quien los pare, y empiezan él y dos o tres más a explicarme que mientras no dominamos (como especie) el uso de las herramientas no podíamos cazar un bicho, porque no tenemos ni velocidad ni fuerza, o sea que dependíamos de los despojos de los otros cazadores. 
_ ¿Vos decís que no cazábamos una liebre? ¿Ni siquiera una apereá?-tiro, de nuevo queriendo desviar su atención con el humor, pero ellos siguen explicándome que teníamos que desgarrar la carne con los dientes y por eso nuestra mandíbula era prominente, y que de cazar un mamut ni soñarlo hasta que no tuvimos lanzas y esas cosas. 
Me quedo pensando unos segundos...
_ ¿Nosotros convivimos con los mamuts? Me parece que sí, pero no estoy segura. ¿Cuándo se extinguieron?
_ No se sabe, profe, se supone que fue en la última glaciación, hace doce mil años, pero hay teorías que no coinciden.-dice un muchacho de rulitos que no siempre estudia pero es brillante.
_ Mmmh... Esa fecha me suena a una serie de Netflix que estuve viendo estos días.
_ ¿"Los apocalipsis del pasado", no? ¡Está buenísima!- interviene de pronto alguien de quien nunca pensé que viera documentales. 
De alguna manera (no recuerdo si natural o forzando la vuelta a los temas originales) Baudelaire se reinstaló en el foco de la atención, pero me quedé pensando que si alguien filmaba ese recorte de tres o cuatro minutos cualquiera pensaría que voy a charlar a mis grupos. Y un poco sí. La gracia está en dejar que el arte entre en diálogo con otras esferas de la actividad humana, y no encapsularlo en el Mundo de lo No Científico, especialmente en los sextos de Ingeniería, cuando los jóvenes no charlan del partido del domingo o el chimento de la semana. Todo en su justa medida: he ahí un desafío docente. A veces sale, a veces no.
Y ahora, con su permiso, me voy a cazar unos capuchinos y un trozo de queso en la feria del barrio. Buenos días.





No digo que siempre
Pero a veces
De vez en cuando
Qué bien viene un viernes a la noche
Con un gato durmiendo en el costado
Un buen libro que avanza a paso lento
Y el sonido de la lluvia cayendo
sobre el suelo sediento y resecado.
No digo siempre
Pero digo a veces
O quizás de vez en cuando.





En lo de mis padres hay una gatita en lo alto de un enorme muro. Mi vieja le está dando de comer desde hace meses; es arisca y apenas si le permite acercarse y de repente tocarle un poquito el lomo. El muro separa a la cooperativa de un depósito de hierros que ocupa media manzana, sitio poblado de interés y escondrijos varios para los gatos del barrio. 
_ Hace unos días no sabés lo que hizo la gata Clarita. -dice mi vieja, aludiendo a la pseudo siamesa de ojos celestes que es mi perdición cada vez que los visito (es decir todos los días)- Ella no es de callejear, pero se subió a lo alto del muro y después no sabía bajar. Estuvo como media hora llorando desde arriba; yo la llamaba pero no podía hacer nada, porque no hay escalera que llegue tan alto. En eso apareció la Cara Manchada -la de la foto- y le empezó a explicar algo con maullidos. Medio que se comunicaron entre ellas, y después ¿a que no sabés que hizo la Manchada?
_ ¿Qué?
_ De un salto se subió al muro, le pasó por arriba a Clarita, se dio vuelta para indicarle que la siguiera, le hizo unos maullidos y las dos se fueron para el lado del ombú de la plaza. Y no sé cómo hicieron, pero al rato la Clarita andaba acá en el patio. ¡Qué cosa, lo que son los gatos!
_ ¿Y le diste algo como recompensa?
_ Le dejé unos pedacitos de carne en el techo del parrillero, pero andá a saber si los comió ella...
_ ¿Y la Clarita?
_ Durmió toda la noche conmigo sin moverse. ¡Una santa!
Dejo Mundo Padres y sus historias mínimas. 
Antes los cuentos incluían cruceras, tortugas y garzas moras, ahora hay felinos comunicativos. Mientras mi madre me cuenta la historia el Cele ve en Animal Planet un documental de elefantes en África y me comenta que qué buena esa historia sobre los leones. Cada uno en su mundo, por lo visto, pero por suerte de vez en cuando encontramos caminos para comunicarnos, como todos los bichos de la tierra. 
Buenas noches.





Múltiples caras del IAVA. 
De la denuncia de situaciones complejas (nuestro Director continúa retirado del cargo, y muchos docentes están siendo citados a declarar en calidad de testigos de lo qué pasó el último día de marzo) a la alegre despreocupación adolescente de los que dejan cosas en los salones aunque se vayan a un laboratorio dos pisos más abajo y a la expresión artística donde sea y con lo que se tenga a mano. 
Nota de color: al anillo lo vi porque me senté entre ellos, mientras una chica (de motu proprio) daba una clase tan excelente sobre Parnasianismo que parecía una practicante del IPA y terminó aplaudida por todos los (más de treinta) compañeros. 
Me encanta esta gente. 
Que nunca falten.




Yo, con el pelo mojado a las ocho de la mañana. ¿Es acaso una imagen de la cotidianidad, del hábito diario? No. Cada vez menos. 
Me mudé a la cooperativa con mis viejos en enero de 1983; era una vivienda a estrenar, y los tres nos pusimos felices de abandonar la vieja casita con techo de chapas de la calle Barros Arana. Salvo por el agua. Mi calle queda en lo alto de un repecho, y desde ese verano los vecinos empezamos a quejarnos de la poca presión del agua, especialmente en el piso de arriba, donde está el baño. Desde entonces hemos elevado queja tras queja, sin grandes resultados. Hace seis o siete años hubo unas obras frente a casa que redundaron en mayor presión, y las cosas parecieron establilizarse (aunque no del todo), pero con la crisis actual retrocedimos varios casilleros. Hoy estamos peor que cuando nos mudamos. 
Esta semana, por ejemplo, llevamos cinco días sin agua arriba y con apenas un chorrito infame saliendo por la cocina. Salobre, no del todo transparente, y encima casi inexistente. Esto ha implicado (obviamente) modificaciones en los ciclos y modalidades de la higiene personal, cosa que ya es compleja en mi casa (donde el gato se lava por su cuenta) y no quiero ni pensar cómo se arreglan las familias con varios integrantes.
Por eso a las ocho ando con el pelo mojado, aunque esté cursando una gripe: porque cuando hay agua se aprovecha, y puede ser que eso sea a las seis de la mañana. Ni siquiera por la noche, eh? Que ayer a las diez no salía una gota. 
Este no es un post para pegarle a este gobierno (que por otra parte bien se lo merecería); es una publicación preocupada por el futuro de esta ciudad si la bendita lluvia no se deja ver por estos lados. Ciudad, país, planeta: el cambio climático no admite escapes (aunque algunos lo pasen mejor que otros). Estamos en el mismo barco: uno que hace rato que navega sobre aguas salobres y un tanto turbias. 
¿Alguien conoce alguna danza de la lluvia?
Buenos días.





El flagelo del agua, versión Mundo Padres
_ Tu viejo me tiene harta. -dice mi madre por teléfono (porque le dije que no viniera a casa, que está todo muy griposo)- Últimamente se le dio por hacer una cosa que me agotó, pero ya le solté la mano: al loco hay que correrlo para el lado que dispara.
_ ¿Y qué se le dio ahora?
_ ¿Viste que hace tiempo que se pasa todo el día cambiándole el agua a los recipientes de los gatos? Bueno: ahora yo voy, les pongo agua Salus, y él al rato la tira y les pone de la canilla. ¿Y quién lo hace entender? Ya se me fue una botella entera de Salus, me di por vencida. Ahora espero que llueva y pueda llenar unos baldes de agua que no sea salada. Y ahí vemos si lo puedo hacer entrar en razón. 
_ Suerte en pila. 
_ Gracias. ¿Precisás algo?
_ No, todo bien. Hasta mañana.
_ Hasta mañana... ¡No, Cele, no tires esa agua!!!




Estoy cursando una de esas situaciones invernales en las que de repente tenés fiebre, llagas, mocos, poca fuerza. Hasta ayer brillaba; hoy soy un fue y un será y un es cansado (con perdón de Quevedo).
Mis viejos pasan a saludar, pero lo que traen en la mano es para el gato (carne de cerdo, que le dura diez segundos). Yo termino de tomar té con Perifar mientras los dos homenajean al verdadero centro de la casa, que es muy lindo de tocar y se deja mimar sin resistencias. La vecina barcina observa desde afuera y reclama un segundo plato, en tanto la peludita pasa un rato adentro y por una vez se deja desalojar sin resistencia. 
Es el otoño; quien lo vivió lo sabe. He tocado el otoño de la idea y es tiempo de emplear las palas y los rastrillos para agrupar las tierras inundadas. Un otoño sin patriarca. Aprovechemos el otoño antes de que el futuro se congele. En llamas, en otoños incendiados, arde a veces mi corazón (pero no mucho). 
Dejo las citas apócrifas, especialmente porque se me fueron las ideas y a las últimas dos las copié de algún lugar. 
Feliz otoño, primavera, lo que sea que se les venga en estos días. Que llueva mucho sobre este país reseco, pero que pare un ratito  el sábado a las siete. Que cambie algo. Para mejor: que cambie algo.




Vuelvo a casa con la garganta medio en llamas y quizás un poco afiebrada, pero decididamente feliz. Hoy en el Salón Azul de la Intendencia tuvo lugar una ceremonia mágica, una suerte de comunión entre escritora y lectores como muy pocas veces vi (si es que alguna vez he visto). 
Irene Vallejo fue nombrada esta tarde Ciudadana Ilustre de Montevideo (con la calidez entrañable de María Inés Obaldía), y luego tuvo a lugar una charla conducida de manera lúcida y afectuosa por la profesora Alicia Torres.  Supongo que todo está filmado, lamento que mi memoria (tan Rodríguez, ella) no me dé para transcribir una comunicación tan ilustrativa como encantadora (en el sentido original de la palabra). 
Releo lo escrito y pienso que parezco una cronista de hace un siglo reseñando un evento social, pero es que medio que me he quedado sin palabras (y de todos modos capten que hablo de cronista, presentadoras y entrevistada, todas mujeres, con lo cual aunque sea levemente me desmarco del siglo veinte -pero no del todo). 
La cola para que nos firmara libros luego de la charla era realmente impresionante; yo no hubiera dicho nada si me ponía “a Mariela”, pero no: ella se tomó su tiempo con cada uno de los asistentes.
Vuelvo a casa con otro de sus libros bajo el brazo, tan feliz con lo vivido como con lo por leer. Este ha sido (y es) un oasis entre tanta grisura y desvaríos cotidianos. Bienvenido sea, y a por más. Que nunca nos falten los libros, las palabras luminosas y los seres encargados de transmitirlas.




El 7A avanza tranquilo por las calles del Cordón. Somos pocos los pasajeros que todavía seguimos en viaje, entre ellos la veterana de enfrente que viene cantando lo mismo que el chofer escucha en la radio y yo silbo: 
Lança lança perfume
Oh oh oh oh
Lança lança perfume
Oh oh oh oh 
Lança lança lança perfume
Lança perfume
Gracias, Rita Lee. 
Siempre en nuestros corazones. 🎵





Lo mejor de los almuerzos familiares es que cada vez que voy a lo de mis viejos vuelvo con algún pariente nuevo. Tíos, primos y parientes lejanos de los que nunca había oído hablar van saliendo como catarata de las historias de mi vieja, que ya no se acuerda de qué cosas eran secretas y cuáles no. 
_ ¿Yo no tendré algún hermano por parte del Cele? Una vez una adivina me dijo que tenía... -tiro al pasar, y me sorprende su respuesta:
_ Ah, nunca supe nada, y ahora difícil que podamos saber, pero me encantaría que te apareciera un hermano. Pasa que entre la memoria del Cele y el apellido Rodríguez difícil que aparezca alguien.
Vuelvo a mi casa de hija única y me pongo a escribir el recuento de lo aprendido en la jornada, que los datos son muchos y la memoria no es de hierro (ni mucho menos).  
Buenas tardes.



Subo a un 109 en el que ya viene un señor cantando con guitarra. La canción es muy dulce y nunca la he escuchado; él anda por la cuarenta y pico, tiene buena voz y cuando termina de tocar los últimos acordes es sinceramente aplaudido por las diez o doce personas que venimos escuchándolo en el ómnibus. 
_ Muchas gracias, y perdonen que alguien como yo venga a molestar a personas como ustedes, que parecen gente normal, con su trabajo, su estudio…Muchas gracias, y que tengan un buen viaje.-dice, y sin mirar a nadie se dirige a la puerta delantera del vehículo. 
_ ¡Querido! - o algo así grita un muchacho desde el fondo, probablemente para darle algo de plata, pero él ya está metido en su mundo y no lo escucha. 
Baja del 109 y se queda tocando la guitarra, en la oscuridad de la parada.
En mi cabeza siguen resonando sus acordes.




Esto que voy a decir puede parecer un chiste, pero no lo es. Puede parecer una forma más de la resignación, pero no lo es (o eso espero). 
Para los que vivimos en casas: juntemos agua de lluvia. Baldes, palangana en patio, lo que sea. Después pasarla a botellas o bidones, porque no puede quedar al descubierto, pues mosquitos. Por lo menos la podemos usar para las plantas, y capaz que para lavarnos la cara sin que nos queden los ojos irritados. 
No estamos acostumbrados a colectar agua, pero (independientemente de lo que haga el herrerismo) quizás sea tiempo de empezar a acercarnos a la naturaleza. Mis viejos lo han hecho toda la vida, especialmente mientras vivieron en la laguna, donde de vez en cuando a sus plantas les caía una lluvia ácida. 
Para todo lo demás, existe la memoria. 
Y de esta etapa infame no nos vamos a olvidar.


Releyendo una biografía de Baudelaire escrita en 1926 me encuentro con tanto prejuicio en la descripción de la amante del poeta (Jeanne Duval) que no puedo menos que empezar a simpatizar con la muchacha. Tomaba mucho, le metía los cuernos, no le importaban un pito sus poemas, no sé: capaz que todo es parte del racismo del autor de la biografía, pienso, especialmente cuando veo que todo el tiempo Porché se refiere a ella como "la mulata", "una negra alcohólica" o "esa vieja niña perversa".

Paso un rato elaborando una teoría acerca de las cualidades que pudo tener la musa dominicana del poeta, tal vez injustamente agraviada por una sociedad xenófoba y misógina, las mujeres siempre relegadas, lo fácil que es echarle la culpa de todos los males a la pareja del artista, etc, etc, etc, hasta que leo que una vez Jeanne le mató el gato a Baudelaire. 

Ah, bueno. Mala, mala, mala Jeanne. Se te fue tu única potencial defensora. 

Todo esto para decir que puedo ser lo bastante seria como para estar leyendo materiales de estudio un viernes por la noche y lo bastante superficial como para depender mi juicio sobre alguien del siglo XIX de lo que hizo o dejó de hacer con los bichos de su entorno. Así son las cosas por estos lados.

Vuelvo al libro: aún me quedan unos años de biografía. Ya pasé la parte del albatros, espero que no haya más muertes de animales en la historia. 

Buenas noches.




Hoy no es uno de mis mejores días. 

Fui a solicitar la extensión del carnet de salud (llevado los papeles de controles ginecológicos que antes me habían faltado) y me olvidé de llevar el carnet viejo.

Tengo el pelo apelmazado y me imagino que el pobre está como si me lo hubiera lavado varias veces en el mar y nunca lo hubiese enjuagado. 

Terminó el café del post almuerzo y siento un regusto a sal en la garganta. 

No tengo ganas de hacer nada extra en el liceo. Ni café literario ni lecturas por el día del libro ni salidas didácticas ni nada que no sea esperar que esta pesadilla de los últimos dos meses se termine.

El otoño está precioso, pero hace mucho tiempo que no voy a la playa. 

Entro al supermercado y no quiero comprar nada. 

Coqueteo con la idea de jubilarme.

Tengo veinte libros abandonados para leer y otros tantos esperando ser escritos. 

A favor: es una linda tarde, terminé mi trabajo por el día, ya no tengo escritos ni promedios pendientes y mi árbol preferido sigue dando guayabos. 

A resistir el embate de la grisura cotidiana, estimados.

A desalambrar. 

A redoblar. 

Volverá la alegría…

Espero.





Cuando te matás para terminar de corregir los escritos y hacer promedios de dos grupos para mañana*, pero justo caés en un bache de mantenimiento. 🙄

*los promedios eran para el lunes pasado, fecha que se nos comunicó en la tarde del viernes, cuando ya teníamos fijados los escritos de esta semana. Todo muy lógico, especialmente en un liceo que ha perdido semanas de clase, donde las inspectoras no saludan y desconocen alevosamente el derecho de autonomía en la determinación docente de los temas a coordinar cada semana. Para ellas todos los miércoles tienen que ser de coordinación por materias, en salones separados, cosa de que no nos comuniquemos con los compañeros. Increíble. Vivir para verlo…




Clase sobre romances en cuarto año. Comento lo de la transmisión oral y nos ponemos a hablar de las canciones infantiles, que se pasan de generación en generación y se cantan siguiendo una coreografía, sin siquiera pensar en el contenido. Ellos me dicen la letra de una de su infancia y (además de comprobar que este sigue siendo territorio de las niñas) concluimos que el contenido es una glorificación de la violencia doméstica. Yo les digo que en mi niñez cantábamos“Andelito de oro”, donde la pobreza y las diferencias sociales quedaban claramente de manifiesto: 

_Andelito, Andelito de oro, 
Un sencillo y un marqués.
Que me ha dicho una señora
Qué bellas hijas tenéis.
_Si las tengo o no las tengo
Yo las sabré mantener:
Con el pan que dios me ha dado
Comen ellas y yo también. 
_ Yo me voy muy enojado 
A los palacios del rey, 
A contarle al rey mi padre
Lo que tú me respondéis.
_ Vuelve, vuelve, pastorcillo, 
No seas tan descortés. 
De las tres hijas que tengo
La mejor te la daré. 
_Tomo esta por esposa,
Por bonita y por mujer, 
Que se parece a una rosa
Acabada de nacer.

Ya en el bus de la vuelta me pongo a pensar si el romance habrá sido recogido en alguno de los cancioneros populares y resulta que sí, que al menos desde 1616 hay un registro escrito de su existencia. 
Las variantes son virtualmente infinitas. Parece que lo de “Andelito” es una versión uruguaya, porque en otros lados el comienzo solía decir “Anillito”, “Hilito” o hasta “Granito”. Miren qué interesantes las recomendaciones para el cuidado de la niña en alguna versión… Menos mal que por acá cortábamos la canción antes, porque sino seguro que la seguíamos tal cual, sin pensar en lo que andábamos repitiendo las nenas de seis o siete años en los recreos de la escuela. 🙄

“Azotitos con correa
Azotitos le daré
Mojadita con vinagre
Para que le sienten bien.”




Cuando yo estaba estudiando en el IPA una especie de amigovio de ese tiempo, que hacía Arquitectura, una vez me dijo:
_ Vos no podés hacer un edificio, pero yo si preparo un tema perfectamente puedo estar al frente de una clase. 
Yo no sé qué le respondí, porque el amigovio estaba bueno y tampoco era cuestión de coincidir con todas sus opiniones, pero se ve que la afrenta me quedó dando vueltas, porque de esa charla han pasado más de treinta años y todavía me acuerdo.
Este año, en particular, no pasa una semana sin que tenga que enfrentar una situación nueva, revisar mis prácticas, recordar la palabra de quienes me formaron y buscar material académico que me permita vislumbrar un camino a la hora de tomar decisiones. Sin la formación del IPA y sin la práctica al frente de tantos y tantos grupos de gurises yo podría perfectamente disertar sobre este o aquel tema, podría poner pruebas y hasta terminaría ajustando algunas calificaciones, pero estaría absolutamente lejos de ser un agente positivo en el proceso de enseñanza aprendizaje en el que necesariamente estoy inmersa. "El docente como agente de salud mental", llamaba Ariel Gold a unos cursos que daba, y el nombre sigue siendo 100% acertado. 
Yo no sé si un docente nace o se hace, pero que se tiene que seguir construyendo siempre lo tengo absolutamente claro. La mayor parte del tiempo las interacciones con los estudiantes son fuente de alegría y descubrimientos interesantes y esas son las que cuento por acá, porque uno de mis objetivos es llevar la balanza para el lado de la esperanza, pero también están las otras. La chica que es un amor pero no estudia porque cada poco tiempo le están haciendo quimioterapia. El muchacho que no me da corte, parece perdido en una isla muy, muy lejana y cuando hablamos en el recreo me mira con una carga tan grande de tristeza que difícilmente puedo recuperarme para entrar a la siguiente clase y no ponerme a llorar sobre el escritorio. La señora que viene a mi curso para adultos en una silla de ruedas que es empujada cada día por una persona diferente. La nena que de la nada clase por medio se pone de pie y me susurra que la acompañe afuera, que tiene un ataque de ansiedad y no puede permanecer en el salón. La persona que se pone nombre de varón, pero a veces viene de pollera. Los que me dicen si pueden ser mis amigos, y por detrás de la broma se percibe una necesidad gigante por un poco de afecto y reconocimiento. 
Decididamente, yo no puedo construir un edificio. Tuve una vez una casa, pero sus cimientos estaban sobre la arena, vinieron las tormentas y las tempestades y se la llevaron entera (diría Mateo). Lo que sí puedo construir son relaciones humanas, y esas creo que las levanto firmes, sobre cimientos estables. Más estables al menos que los que les pueda dar alguien que prepare un temita y se pare al frente de una clase. Es increíble la arrogancia de quienes no respetan nuestra profesionalidad docente, y ya no estoy hablando del amigovio (que no sé si sigue estando bueno pero ojalá con el paso de los años haya madurado algún concepto) sino de algunas personas a las que por circunstancias de la vida y la política terminamos teniendo que ver casi a diario, de esas que hace décadas que no pisan una clase, salvo para ver si pueden con su presencia perjudicar a algún docente. 
Buenas noches. 
Y a seguir resistiendo.




Cosas que parece que dije en sexto año:
* Voltaire fue un escorpiano (el más escorpiano) nacido en el siglo XVIII.
* Voltaire se molestó TANTO, pero TANTO con Rousseau, que le responde escribiendo "Cándido".
* Cunegunda viene impactada, o más bien alterada hormonalmente, luego de ver a Pangloss en un momento íntimo con una de las criadas.
* Cándido no tenía padres fijos.
* El siglo XVIII es la época de la mente humana.
(¡Síganme para más revelaciones académicas!)


Ojalá que les cueste caro lo que nos están haciendo. Todo. El agua salada, el aumento de la edad jubilatoria, el regalo del puerto, los pasaportes falsos, la protección a delincuentes, la corrupción, el blindaje mediático, el accionar buscando el miedo, todo. Que esto sirva para no tropezar nunca más con estas piedras. 

Porque no me enllenan con cuatro mentiras

Los maracanaces que vienen del pueblo

A elogiar divisas, ya desmerecidas

Y hacernos promesas que nunca cumplieron*

Memoria, queridos, memoria y empatía. Hay que dejar atrás esta época oscura y empezar a reconstruir a partir de lo que queda. Me importa cero el reparto de las culpas. Vale para el país y para todo el planeta (que también está harto de mentiras, promesas y "maracanaces" que vienen a faltarle el respeto a cosas tan simples y esenciales como la tierra y el agua). 

#Harta

*Serafín J. García. Antes de naufragar en el mar de sus desmemorias mi viejo era fanático de Serafín, que era el escritor del cual teníamos más libros en mi casa. Ahora él se olvidó, pero yo no. Yo me acuerdo por los dos.




El muchacho vende chocolates en el ómnibus, pregona que cuestan uno 60 y dos por cien, pero nadie le compra. Un veterano pregunta si tiene blanco y él aclara: 

_No, caballero. No trabajo chocolate blanco porque una vez lo probé y no me gustó: demasiado dulce. Y yo solo vendo lo que considero rico.

En eso lo llama el chofer y le pide que se ponga alcohol en gel en las manos, tras lo cual le ofrece un buñuelo de verduras. 

_ ¡Gracias, bo’! Está riquísimo. ¿Los cocinaste vos?

 _ No, los hizo mi suegra. 

_ Uh. Entonces me deben quedar dos horas de vida. Están ricos mismo, ¿eh? ¡Y eso que la lechuga esté año está re cara! Salvo que le compres al rastrillo que roba de las quintas… Gracias de nuevo! Está muy rico, 

Y se baja.

Me quedo pensando que el muchacho era simpático y que ojalá que alguien le hubiera comprado, y cinco minutos después me lo encuentro en el siguiente bus, donde varios pasajeros (por suerte) sí le compran, incluyendo a sus tíos, con los que hay varios minutos de: 

_ Pero no, tía, ¿cómo te voy a cobrar? 

_ Cobrame que vos estás trabajando, me hacés el favor? 

Al final le pagan los chocolates, él sigue su recorrido por los buses de la noche y ellos se bajan un par de paradas más adelante. 

Esta ciudad tiene sus cositas pero que es pintoresca, es, pienso, mientras sigo mi camino hacia el teatro (al que me acaba de invitar una amiga hace un par de horas). 

Ojalá que nunca perdamos nuestra esencia. Que tengan buen fin de semana, y no se excedan con el agua, por las dudas. Buenas noches.



El gato de otoño

Busca olores entre las hojas

Se dejar mojar por el rastro de la lluvia

Trepa a los troncos secos

Saluda a los viejitos que van rumbo a la feria.

El gato de otoño

Ha acumulado tanta energía

Que no duerme por la noche

Ni se calma en las mañanas

Solo corre, maúlla, araña cosas.

El gato de otoño

Llega al límite de mi paciencia

Interrumpe mi sueño

Pide atención permanente

Quiere hacerme caer por la escalera.

Pero el gato es bello

Y ronronea

Sale bien en las fotos

Viene corriendo a mi encuentro

Y se queda.





Una pone en el escrito que "Voltaire era un escorpiano (el más escorpiano) del siglo XVIII", un compañero afirma que "Cunegunda después de ver a Pangloss quedó impactada (o más bien con las hormonas alteradas)". En otro grupo una chica no deja pasar un día sin preguntarme si sigo teniendo en la tacita de café el autoadhesivo que me dio hace unas semanas y otra corrige las palabras mal escritas en uno de sus trabajos pasándolas a un papelito que parece una suerte de anti-trencito. A los de Ingeniería les pregunto qué cualidades tiene que tener alguien para ser buen profesor y todo lo que contestan tiene que ver con amar a su trabajo y con ser buena persona.

Mientras tanto en el salón de al lado hay una asamblea, porque los gurises están más que preocupados por los hechos de violencia que ocurrieron ayer en dos de los liceos más emblemáticos de Montevideo: el Bauzá y el Dámaso. 

Del resto de los hechos de esta jornada no digo nada, porque ya corren ríos de tinta y los memes amenazan con comerse a los portales. Solo paso fugazmente por las noticias y me preparo (otra vez) un capuchino, mientras empiezo a corregir nuevos escritos. 

A veces me parece que soy uno de los músicos del Titanic, y también (a veces) pienso que este no es el mejor de los mundos posibles.




Los jueves por la mañana el shopping está casi vacío. Una puede dar rienda suelta a una catarata de pruebas de ropa sin que las chicas de los probadores la miren con cara de “¿otra vez?”. Una encuentra baños disponibles,  supermercados sin cola en las cajas y con lockers esperando a nuestras bolsas. Una tiene más de media cafetería a su entera disposición, pero antes inicia la recorrida por los comercios cercanos. Una empieza a notar que en las ofertas para el Día de la Madre las vidrieras solo destacan prendas para jóvenes y flacas. Una se va dando cuenta de que la única razón para que de vez en cuando encuentre cosas lindas en las tiendas es que las péndex talle S usan ropa oversized este año. Una empieza a odiar a las marcas, traza planes de escrache a los inescrupulosos que determinan cómo son los talles y empieza a esbozar acciones para La Revolución de los Cuerpos. Una se aburre a los veinte minutos (como siempre) y termina escribiendo en el teléfono frente a un moka con leche de almendras (como ídem). 

Feliz jueves.




Metasueño

Estaba en un extraño IAVA, que yo sabía que era parte de un sueño. El salón de Economía, por ejemplo, era parecido en tamaño pero se entraba por el otro extremo y en la parte del profesor había una especie de escenario teatral con ropas colgando, separado del resto por unas cintas amarillas de “Pare”. El espacio para estudiantes (en el que yo me ubicaba para dar la clase) era de apenas dos o tres filas de bancos contra la pared del fondo. Yo entraba, decía un par de cosas que sonaban con un eco extraño y me iba, porque sabía que eso no era la realidad. Recorría la galería de arriba del patio del Artigas, le decía a mis compañeros que no se apoyaran en la baranda (que estaba cada día más floja), creía ver al director en el piso de abajo (pero me acordaba de que estaba sumariado y no podía ser él) y era consciente de que mi gato andaba al mismo tiempo deambulando por todos los salones (aunque todos en el liceo sabían que no había que dejarlo salir a la calle). 

Al fin era hora de volver a clase, tres o cuatro chicas estaban esperando ante la puerta cerrada del salón, yo les decía que pasaran y entrábamos de nuevo a Economía. “Uh, este sigue siendo el salón del sueño”, pensaba, e iba a decir algo cuando una de mis amigas entraba corriendo: era la practicante, que ya me había avisado que llegaba un poco tarde. Pedía disculpas por el retraso y yo le preguntaba si podía adivinar algo de lo que había soñado por la noche: 

_ Tenés tres oportunidades.

_ Eh.. ¿era algo con animalitos?

_ Sí, había un gato. ¿Otra cosa?

_ ¿Era un sueño con lagartijas que jajacantan?

_ No, no había lagartijas. –contestaba yo, al tiempo que pensaba que mi amiga estaba cada vez más infantil, y que confundía un sexto de Economía con un cumpleaños de niños.

_ ¡Ya sé! ¡Una fotocopiadora!

_ Sí, algo de eso había…

En ese momento empezaba a oírse una cosa como una aspiradora amortiguada, y se abría un vórtice en una esquina del salón. Era un agujero que poco a poco iba cobrando fuerza y empezaba a aspirar las cosas a su alrededor.

“Bueno: se termina este sueño”, pensé. El vórtice se hizo más y más grande, y una succión vertiginosa nos arrastró a todos por el agujero. Yo me di cuenta de que despertaba, pero me cuidé de no abrir los ojos hasta que terminara de salir a la realidad. 

Faltaban tres minutos para la hora en que iba a sonar el reloj del teléfono, y el gato estaba tranquilo, ronroneando a mi costado.





El gato me despertó a las seis, me duele la espalda* y se vino en pocas horas el otoño, pero es feriado y hay especial de Tiranos temblad, la la la!** 🎵
*no sé si la solución es cambiar de colchón o comprarme una máquina del tiempo, porque de ir al gimnasio ni hablemos. 😊
**me seda la voz de este hombre; le voy a pedir que me grabe "Hola, Mariela. Un día más en Arbolito", así la uso de despertador para cuando pueda levantarme antes que el gato.