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lunes, 2 de noviembre de 2015

Noviembre 2015




Detesto las promociones, me molestan los volantes, folletos y todo ese papelerío en vano, pero cuando una promotora me da un folleto para entrar a una universidad me dan ganas de darle un abrazo y pedirle que nunca falte



Di un paso en la quinta, un solo paso, y me fui a otro mundo. Un mundo verde, fresco, silencioso y quieto. Había caminos entre los árboles y las enredaderas viciosas y enormes, caminos angostos que parecían invitaciones abiertas a quién sabe qué. Al misterio. A lo otro. No sé. 
Un par de glorietas herrumbrosas se venían casi abajo por el peso de las plantas. Los helechos trepaban por los troncos y desde allí se dejaban caer lánguidamente para acariciarte la cara al pasar. En medio de la selva, un auto gris, antiguo, desvencijado. Sería el de don Vaz Ferreira, pensé, justo un segundo antes de verlo con el amigo Einstein, sentados en un banco entre el follaje, sin preocuparse por los pies cubiertos de hojas.
A las once y algo comenzó la velada musical. Violines, viola, violoncello y clarinete junto a la ventana por la que veíamos como fondo las hojas y las mariposas jugar con el viento. Mozart y Shosta kovich para alegrar el mediodía de María Eugenia, que andaría sonriendo por entre los muebles y las escaleras de su casa.
No sonó un celular. No hubo un murmullo. No se abrió un caramelito ruidoso. Solo se oyó en el silencio de la última nota un pájaro, que nos dio pie para el aplauso final emocionado.
Me fui silbando bajito con dos libros nuevos para entretener mis vacaciones, y al salir le saqué una foto a una viejita de pelo blanco que se negaba a irse y daba vueltas absorbiéndolo todo con la mano apoyada en su corazón. 
Cerca de la parada me topé con una feria donde los precios parecían haberse quedado en los tiempos de las casas enormes y los jardines sombríos, y terminé agregando queso y frutos secos a mis adquisiciones matinales. 
Montevideo es un aleph, inagotable y tentadora. 

No es el mejor de los mundos posibles, pero es sin dudas mi mejor lugar en el mundo





No estamos todos, pero casi. Mis ex alumnos del 19, del 58 y del IAVA de este año. Las veteranas flacas y regias con calzas satinadas. El gordito de remera y bermudas. Arana y Michelini. Profes que conozco de vista. La viejita que recorre las filas mirándonos a los ojos y diciendo a cada uno que hay que preparar el corazón para la marcha.
No estamos todos, pero casi.
Cada año son más los que entienden que esto es un símbolo, nada más y nada menos. Un grito silencioso de basta a la violencia y un luto por las víctimas de antes y de ahora.
Que nunca falten.






Quienes me conocen saben que no me caracterizo ni por ahorrativa ni por gastadora, pero con relación a la plata hay dos cosas con las que soy especialmente agarrada: los billetes de 20 y de 50 para el ómnibus y las moneditas (todas, excepto las de 50) para los capucchinos de la máquina del liceo.
Acabo de subir a un 404 y de pagar el boleto con 100 pesos, y por las dudas me creí en la obligación de decir:
_Perdoná, no tenía cambio.
_Ningún problema- aclaró amablemente el guarda-chofer -Solo que te voy a llenar de monedas, porque no tengo de a 50.
_Ah, todo bien, no te preocupes. Sirven para el próximo boleto.
_Que andes bien. Nos vemos.
_Gracias.
Y me fui a sentar, confortada por la amabilidad ajena, millonaria en futuros capucchinos y con asiento propio a las 7.30 de la mañana.

Que nunca falte





El coche 98 de Cutcsa de la línea 100 viene oyendo a TODO volumen el programa de Ignacio Álvarez.
Gracias, coche 98, por permitirme saber que no hay nada definitivo en esta vida. Yo creí que no podría haber nada peor que Ariel Pérez, y ya ves...
Malísima copia de Joel y Darwin, recopilación decadente del chiste fácil populista, demagógico y (pa' peor) homofóbico.

Una verdadera tortura.




CONFESIÓN
Que no soy ejemplo de valentía para nadie lo sé desde siempre. 
Que tampoco soy ejemplo de desprejuiciada (en el buen sentido) en cambio, no, no lo sabía, al menos hasta hace un rato. 
Venía de lo más contenta por 18 de Julio, zarandeando mi bolsita roja de nylon con la muela de un mastodonte y una vértebra de lestodón (porque venía de un curso de fósiles y me sentía la reina de la paleontología versión Curva de Maroñas, o poco más o menos) cuando me crucé con dos morochos extranjeros, muy oscuros, con sombrerito blanco y ropas medio musulmanas, también de color blanco, que iban charlando por la vereda. No tenían nada especial, y apenas los miré. A la media cuadra, en sentido inverso, aparecieron otros cuatro. Todos hombres, todos jóvenes, morochos, de ropas blancas, caminando tranquilos por 18, como quien viene de un agradable paseo después de un seminario o conferencia, exactamente como yo lo estaba haciendo. 
De repente me descubrí calibrando de reojo si entre esas ropas sueltas pudiera haber espacio para esconder una Kalashnikov, y me asusté de mis propios pensamientos.
Lo que debe ser salir en estos días por cualquier ciudad amenazada, sea por quien sea, pensé, y entonces oí un cantito a media voz que venía de cerca, a medio metro de mi cabeza. Era el caramelero, un morochazo enorme de unos veintipico, que repetía todo el tiempo con la misma tonada "Salam Aleikuuuum... Salam Aleikuuuum..."
Nunca demoró tanto en llegar el bendito 103 de todos los días, y en verdad nunca vino. Me subí al primer 100 que se cruzó por mi camino y puse distancia, no solo del centro, sino de la constatación fehaciente de la propia pequeñez a la hora de calibrar los prejuicios que uno saca no se sabe de qué fondo miserable. 
Volví a casa pensando en todo lo que había aprendido de la megafauna de Uruguay en la Era del Hielo, porque hasta un Megaterio de varias toneladas sería chiquitito frente a los monstruos interiores que de repente se nos aparecen por detràs de la oreja y nos recuerdan que los prejuicios ahí están, que viven y luchan, y que lamentablemente no hay Era del Hielo que alcance a extinguirlos de una vez y para siempre. 

Pero seguimos luchando.





Vos te podés hacer la péndex, seguir con el look hipillo de la época de Bellas Artes y hasta borrar de facebook el año de tu nacimiento, todo lo que quieras, pero cuando te toca presidir una reunión de profesores en el IAVA ya está, listo, no te queda otra que asumirlo.

Estás en el horno.





El coche 98 de Cutcsa de la línea 100 viene oyendo a TODO volumen el programa de Ignacio Álvarez.
Gracias, coche 98, por permitirme saber que no hay nada definitivo en esta vida. Yo creí que no podría haber nada peor que Ariel Pérez, y ya ves...
Malísima copia de Joel y Darwin, recopilación decadente del chiste fácil populista, demagógico y (pa' peor) homofóbico.

Una verdadera tortura.





Me encanta esto de no viajar en el 103 oyendo lo que quiere el chofer. Un aporte a la tranquilidad, a la posibilidad de elegir lo que uno quiere escuchar.
¿Que por qué entonces me acabo de cambiar de fondo al primer asiento? Ehhh... No, por nada... 
¿Que son las 9 y algo y una voz medio disfónica acaba de atraerme como movida por invisible resorte?
No sé de que hablás. 
Aaah... ¿Es Darwin lo que escucha el chofer? No me había dado cuenta. 
Ahora, ya que estoy, me voy a quedar acá adelante, aunque el señor chofer viene incumpliendo las normas, qué barbaridad, nosepuedecrer, sunescán daluna buso. 
Un poquitito más alto, ¿puede ser?





La Tienda de Bobinados "El Fortín" tiene como oferta en la vidriera un cartel que promociona fasicos y ofasicos de voltaje. Aviso por si alguien precisa, y de paso me explican qué es una tienda de bobinados y qué son los fasicos y los ofasicos, que nunca tuve uno y capaz que eso explica muchas cosas.




Él va sentado en el asiento de adelante del 103 repleto en el que voy parada, oyendo tres conversaciones telefónicas a la vez. No lo veo mucho, pero tiene veintipocos años, es alto, de pelo oscuro y sombrero tanguero negro con rayitas blancas. Lo contemplo durante tres paradas, hipnotizada: arma y desarma el cubo de Rubik que lleva en las manos en menos de un minuto cada vez, MIENTRAS MIRA POR LA VENTANILLA del coche como si lo que hace no fuera prodigioso, o al menos casi tan prodigioso como el hecho de que la pesada que grita su vida privada al teléfono no se quede afónica ni cuente nada lo suficientemente interesante como para que yo lo haga crónica.
Nunca armé ni una cara del famoso cubo. 

Debe ser que no tengo los afosicos de voltaje adecuados, y eso explica muchas cosas.





_ Bueno, para empezar vamos a dejar aquí nuestras pertenencias y a desplazarnos hasta el otro salón, donde haremos una actividad que…
Maldición. Ya caí en la trampa. Vine a un taller literario y termino respirando, aflojando, saludando gente, mirando desconocidos a los ojos y jugando a cosas que no me interesan. 
Dicho y hecho. Media hora de tonos enfáticos y sonrisas injustificadas en medio de una mañana de cielo azul y fondo negro, treinta interminables minutos adivinando palabras y tratando de vislumbrar si habría después del momento pseudo lúdico un algo o un alguito de base que me convenciera de permanecer allí, pero la casa era hermosa y la gente era buena y en el fondo cantaban los pajaritos y ya que estaba ahí para qué volver, y etc. O sea que no me fui. 
Una de las conductoras de la cosa planteó hacer un texto sobre la base de una palabra que nos había tocado en la instancia anterior, un texto que saliera del placer de la escritura, de sentir las palabras como plumas y esas cosas, para lo cual dispondríamos de un cuarto de hora a partir de este momento. A mí me había tocado “grifo”, lo que no estaba mal, porque podía apuntar a la canilla o a las estatuas de los alquimistas. Lo que no tenía era ganas.
Ocho minutos después seguía charlando con una amiga que trabaja en el lugar y ni siquiera había empezado a pensar nada. Recorrí la casa, saqué fotos, hasta que al final me senté en el patio generoso y escribí.
Voy sentada en el ómnibus y lloro. No puedo evitarlo ni lo intento. Las imágenes y las palabras desfilan por la pantalla del teléfono una vez y otra y otra. Las gentes abrazadas en el campo de juego y las tribunas vacías, las sábanas que caen por las ventanas de los edificios, las puertas que se abren con un par de palabras mágicas, un billón y medio de musulmanes que piden que no olvidemos que también rechazan el odio y el dolor. Voy sentada en el ómnibus y lloro. Nadie lo nota porque nadie me mira. Soy una estatua de piedra que contempla la desolación sin poder mover, gritar ni cambiar nada. Voy sentada en el ómnibus y sigo llorando.
A la flauta. Esto no les va a gustar a las señoras del curso, que hablan del placer y quieren amores, florecillas, piedras de colores y platos de comida hechos por mamá los domingos al mediodía. Me desdoblo para verme desde sus ojos y lo que veo es una tipa vestida de negro que habla de la muerte, apoya sus hojas en un libro sobre fósiles y le saca fotos a la cruz de la iglesia de la esquina. De todos modos, llegado el caso lo leo. Ellas no dicen nada y yo aprovecho para escaparme disimuladamente en un momento de distracción e ir a tomar mate con la amiga, que me cuenta historias de la casa y de su dueña anterior, enamorada eternamente de un hombre pero sin nunca llegar a confesarlo y vestida de luto para siempre desde el momento de su muerte. Todo muy romántico, si no fuera porque el señor era José Enrique Rodó, y un gran amor y Rodó son conceptos que no van de la mano. Lo siento, no se pueden asociar, o al menos yo no puedo. Mea culpa.
El curso continuó dos horas más, deambulando entre Derrida, Kristeva y varios otros, hasta que llegó la hora de irse y me encontré en la calle bajo el sol, charlando con un conocido sobre los atentados, sobre palestinos e israelíes, sobre las informaciones flechadas y las traducciones con trampa y los alumnos del IAVA y los perfiles artísticos. 

Esa extraña manía que tiene la vida de cruzarme con gente valiosa en los lugares más inesperados. Que nunca falte.




Estoy concentrada, trabajando en la cocina, cuando escucho un ruido seco y fuerte. "Un tiro", pienso, y sigo en lo mío. Al rato, otro. Y un tercero. Me asomo, medio pachorrienta, a la ventana del living, y veo a un muchacho corriendo por la calle de la cooperativa, pero no sé si es por los tiros o por la lluvia. 
Acabo de tomar conciencia de que desde mi más tierna infancia he vivido siempre en barrios complicados, donde este tipo de situaciones no llaman la atención. Será un festejo, será un ladrón, un borracho, quién sabe. 
De todos modos, por las dudas, la excursión con fines calóricos hasta el almacén de la esquina se suspende por tiempo indefinido, y ya voy echando mano al paquete de las galletas de arroz. 

Que nunca falten.





_Hola...Caaaarlos? Soy yo. Estoy acá, en Tres Cruces, por salir para ahí... HABLAME FUERTE QUE NO TE ESCUCHO!!!
La veterana de adelante no conoce el significado de la palabra "discreción ".
_ ¿Cuánto demora el coso este en llegar? ¿DOS HORAS? ¿Cuántoo? ¡A la pucha, qué lento!
La vi al subir. Tiene unos setenta, es alta, gorda, y se mueve con dificultad, apoyada en un bastón. Una típica imagen de abuelita que va a visitar a sus nietos al interior, pienso. Ella sigue gritando al celular:
_Escuchame, Carlos, ¿me vas a ir a esperar, no? Más vale que tengas whisky y algo para picar, porque voy muerta de hambre.
La tierna abuelita se me empieza a desdibujar, cuando oigo que remata:
_¿Y vas a ir vos solo a esperarme o vas a llevar a tu amigo?
Uuuuh...
_¡Hablá fuerte, Carlos, que no te escucho, te digo! ¡QUE NO TE OIGOOO! Bueno, no te escucho nada. Corto, Carlos.
Y no habla más.
Sigo mi viaje esperando que el tal Carlos vaya a buscarla y le lleve al amigo, el whisky y la picadita, pobre vieja, que la vida es corta y hay que disfrutarla, sea a la edad que sea.

Carpe diem.





Mr. Facebook en mi computadora se comporta de modo delicado y me sugiere promocionar Liceos en Red explicándome que así lo verán más personas y mi oferta podrá llegar más lejos. En el celular, en cambio, se vuelve crudamente práctico y me dice que si quiero promocionar la página son $U 149.
Creo que me cae mejor don Twitter, que no solo no me ofrece venderme sino que cada vez que voy a su encuentro me espera con un resumen de lo que ha ocurrido cuando yo no estaba. Una especie de tío chismoso pero con noticias cortitas y al pie, y que encima me ayuda a ser concisa, porque cada vez que me paso de caracteres me aconseja que debo ser más creativa la próxima vez.

(Maestra en disquisiciones intrascendentes, me decían...)






¿Qué diablos les pasa a las abejas? 
Hace días que no dejan de entrar a mi cocina, de a una, y se quedan medio atontadas contra el vidrio, sin saber cómo salir. Algunas terminan muertas, no sé si de cansancio o de qué, otras logran salir, pero siempre vuelven, y el zumbido me produce una extraña mezcla de lástima y pavor que conspira contra mi tranquilidad hogareña de fin de semana.
Espero que sea pura casualidad, porque el miedo que les tenía a nivel individual con el tiempo se ha ido convirtiendo en uno mucho más inquietante: si ellas se van del mundo, nosotros también.
¿Qué diablos les pasa a las abejas?




Pasos en una visita médica domiciliaria standard:
Saludo- indagación de síntomas- revisación de paciente- receta y recomendaciones- saludo.
Pasos en la visita de mi médico del SEMM ayer:
Saludo- indagación de síntomas- revisación de paciente- receta y recomendaciones-charla sobre Literatura- recuerdos del IAVA en común - la masonería y el número 33- consideraciones sobre la tartamudez, la fiebre reumática y el síndrome de Tourette- la narrativa y la Medicina- la narrativa y los navegantes- defensa del doctor Gabriel Peluffo- importancia del buen docente en el desarrollo de una profesión- saludos.

Que nunca falten los vocacionales, sea en el área que sea.





_¿Y en casa cómo te estás portando? ¿Más o menos? Yo ya te dije que vos no tenés que pelear con la chica. Tu madre estå cansada, vos tenés que ayudarla, no que empeorar peleando. Sí, yo sé que la más chica a veces te sobrepasa, pero si te quiere pelear vos no entrés. Hacete la sota, pero no entrés. Papá te lo dice siempre: no pelees con tu hermana, ayudá a mamá... Yo te vi el miércoles. ¿Ayer qué hiciste? ¿Y en la escuela? Bueno... Papá ahora vos sabés que se quedó sin las changas y tuvo que subir de nuevo a los ómnibus... Este fin de semana voy a ver si puedo ir a verte. Lo que pasa es que el domingo es el clásico, viste, y a las tres tengo que estar... pero si puedo voy. Portate bien. Chau, portate bien...

Guarda el celular, se pone al hombro una bolsa de chocolates Nikolo y se sube al primer ómnibus que para en el Intercambiador Belloni.





Ella es Laurita, y vive frente a mi casa desde que se formó el barrio, hace 30 años. 32, para ser mås precisos. Laurita es simpåtica, amable, petisa , de pelo negro lacio eternamente atado en cola de caballo. Siempre anda de campera verde. Nunca la vi maquillada. Debe tener 45, pero podría pasar por 30, porque es de esas personas intemporales que no conocen los vaivenes del peso ni la aparición de las canas. 
Dialoga con una señora en el 103:
_¡Todo el mundo a trabajar!
_No queda otra.
_Pero mañana a descansar. Bah, por lo menos yo.
_La parada estaba vacía hoy.
_Sí, poca gente.
_Atrás venía un 404.
_Y un 100. 
_No lo vi.
_Venía atrás de este.
Y así sigue la charla, la no-charla, hasta que Laurita se baja.
Es duro el precio de la intemporalidad, pienso.
Y sigo mi viaje hacia el IAVA, mirando con un poco mås de benvolencia mis canas, mis arrugas y mis kilos de mås. 
Estå buena la vida si uno se decide a vivirla.

Que nunca falte.






Subo al 7A en mi cooperativa y la primera parada que hace es en Comercio. No hay vendedores ni cantores ni payasos ni místicos ni nadie que reclame la atención a gritos, y el chofer escucha Sarandí a bajo volumen.
"Caro pero ispecial", diría mi vieja. Ispecial, con "i", porque la frase viene con tono de frontera.
Queda poco.
Queda poco.
QUEDA POCO.
Etc.
Buenos días.





Ya van varias tardes (todas las del fin de semana largo, ahora que pienso) que ella o uno de los suyos y yo repetimos el mismo paso de comedia, con un ritmo similar e idénticos resultados.
Primero es un zumbido. Algo como bzeueueuerouzeeee... Luego la toma de conciencia de que no se trata de un moscón, desde el momento en que, como sabemos, los moscones no hacen bzeueueuerouzeeee sino más bien mmmhzzzziiiimm, con más o menos "m" según el hambre que tengan al momento de invadir nuestra humilde y soleada morada. A continuación viene el avistaje, la búsqueda y aferramiento desesperado al primer trapo que se tenga a mano y la espera, la tensa espera de que el enemigo actúe. Si se acerca, revoleo de trapo con gritos destemplados. Si se dirige a la ventana, frases de aliento. Si se fue y luego amenaza volver, un par de maniobras disuasorias con la escoba pero desde lejos, porque el enemigo es bueno y no queremos herirlo.
El problema es que hoy nos quedamos en la Fase 1. Primero un par de bzeueueuerouzeeee y luego quietud, silencio, nada. Ya hace como cinco minutos que sé que está en casa pero ignoro dónde, hasta cuándo y -lo peor- para qué.
Voy a ver si convenzo a Tania y Roldana de dejar la modorra del patio y darse una vueltita por adentro, a ver qué pasa. Tal vez no es un buen plan, pero un líder debe saber cómo emplear a sus soldados allí donde su propia presencia resultaría ineficaz.
Y no, no, no me juzguen... Ya los quiero ver cuando empiecen a escuchar por sobre su oreja derecha el grito de guerra del invasor.

Bzeueueuerouzeeee...
Bzeueueuerouzeeee...
Bzeueueuerouzeeee...

Té de tilo, tienen?

Bzeueueuerouzeeee...

Valium?


Bzeueueuerouzeeee...

Impresiones de domingo

Me siento en el 405 junto a una chica de veintipico. Me habla:
-Ya dentro de poco te dejo la ventanilla, porque bajo en la Curva.
-Mmjjm.- mascullo, desconcertada.-No te preocupes.
No sé qué decir, y miro hacia adelante las dos paradas que faltan, mientras la mujer NO ME SACA LOS OJOS DE ENCIMA hasta que por fin se baja.
Una señora pasea a un perro viejo por 8 de Octubre, acostado en un carrito de supermercado.
Un veterano y una cuarentona se sientan en un bar, junto a la calle. Ella es linda, él no. El hombre demuestra su nerviosismo pasándose AMBAS MANOS por la cabeza, como para peinarse, en un gesto compulsivo e incesante. Cuento cinco veces, hasta que mi ómnibus arranca, y dejo de verlos.
Hay una promotora vestida de flamenca en Tienda Inglesa: tomo un cuadradito de algo al pasar, lo pruebo y accedo al Nirvana vía turrón de yema quemada de $199 los 100 gramos.
Las calles están llenas de basura.
Es noviembre y hace frío.
Alguien parece ir ganando algo 3 a 0.
Mañana no madrugo. Que nunca falten los fines de semana largos, ni las primaveras, ni los turrones de yema quemada, ni los inesperados encuentros con la perfección de lo cotidiano. 
Ojalå.