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sábado, 4 de febrero de 2023

Febrero de 2023




Y acá anda una, leyendo el nuevo programa de Literatura de tercero (aunque en los papeles el curso y la materia se llamen de otro modo). 
32 páginas de un pdf colorido y con variados esquemas (de las 8 que tenía el plan 2006), cuya columna vertebral sigue siendo una lista de autores del país y el continente, que escribieron en castellano, la mayoría del siglo pasado, sin ensayistas, con un ordenamiento en base a géneros literarios. 
¿Diferencias en la nómina de candidatos/as a estudiar? Se han agregado varios nombres. 
En narrativa se agrega Ángeles Mastretta y en lecturas complementarias viene Peri Rossi, se va Borges.
Lírica: vienen Sara de Ibáñez y Elena Garro en los autores a trabajar y en los complementarios se agregan Orfilia Bardesio, Virginia Brindis de Salas, Amanda Berenguer, Circe Maia, Ida Vitale, Cristina Peri Rossi. 
En teatro se agrega Gambaro y en lecturas complementarias vienen Jorge Curi, Taco Larreta y Mercedes Rein. 
34 hombres y 18 mujeres, de las cuales 10 pertenecen a los textos complementarios.
Nada más para agregar.





"¡A mi hija le tocó el IAVA!" me dijo ayer una amiga, y yo me quedé de lo más contenta. Conozco al IAVA desde los 15 años (los míos, no los de él, ¿eh?) y también fui feliz cuando me dieron el pase, aunque tuviera que viajar tres cuartos de hora desde mi casa de entonces -que, con intervalos, es la misma de ahora.
¿Qué tiene de particular este liceo? ¿Es una cuestión de prestigio? 
Los docentes somos los mismos que los de otros lados (aunque acá la mayoría tenemos vasta experiencia, que no es sinónimo de sabiduría pero para algo sirve). Los estudiantes, también (vienen de todos los barrios y clases sociales y no hay selección por escolaridad). El edificio es más lindo (quizás), aunque su edad avanzada y los reciclajes apurados lo tienen a mal traer, con techos que se llueven, tejas francesas que no hay cómo reponer, escalones de mármol que se quiebran y ahí se quedan, entre otras cosas. Y es helado, el edificio en invierno es el Polo IAVA, sin capacidad eléctrica para instalar aires acondicionados que calefaccionen sus salones gigantescos. Los planes de estudio son iguales. La Dirección cambia de vez en cuando, las adscriptas son estables, los limpiadores trabajan y la cantina es cara. Igual que en otros liceos. 
¿Entonces?
Un entorno cultural: mil librerías, fotocopiadoras y papelerías en dos cuadras a la redonda.
Un buen gremio estudiantil, que se empezó a gestar (en su etapa de retorno a la democracia) cuando con mi generación inauguramos los actos del 14 de agosto por el día de los mártires estudiantiles.
Una de las mayores bibliotecas del país en el piso de arriba, un gran museo de historia natural al costado.
Espacios amigables para exposiciones, muestras de teatro, canto, danza. 
Una comunidad docente estable (y preocupada por el estudiantado, pero eso es igual en todos lados).
El peso de la historia, la tradición, los grandes que pasaron por sus aulas. Yo no olvido que estoy dando clases en los mismos salones en que estuvo Idea (y me corre un chucho por la espalda).
No sé. 
Sé que nos llevamos bien, que no tenemos problemas de acoso (o no han llegado a nuestros oídos), que la gran mayoría de los que pasamos por el IAVA lo llevamos en el alma y que por eso y tal vez mil cosas más es que no puedo evitar ponerme feliz cuando una amiga me dice que su hija va a empezar a cursar con nosotros. 
Último día de febrero, estimados. 
Capten el cambio en la temática de mis posteos habituales. 
En fin.




Una vez, hace años, alquilé el rancho de una amiga en Valizas y me fui sola en diciembre. Como estábamos cerca de la playa no teníamos electricidad: se podía conectar una batería para cosas esenciales como la heladera, pero había un problemita y es que yo no sabía cómo, hasta que vino el vecino de enfrente y me ayudó. 
El vecino era un viejito amoroso que pasaba los días en el rancho, con la esposa inmovilizada en silla de ruedas y cuatro gatas obesas y bellas que habían traído en el auto desde Montevideo.
_ Tuvimos que hacer una separación con red para que ellas puedan viajar cómodas en el asiento de atrás y no interfieran con el manejo. -me explicó, mientras conectaba la generación de electricidad en mi rancho. 
Durante todos los días que pasé en esa casa los veía charlar y tomar solcito por la mañana, rodeados por las gatas y con una señora que los ayudaba a trasladar a la enferma y a realizar los mandados y otras tareas de la casa, porque el señor era grande y ya rondaba los noventa. 
Después (mucho después) supe que su nombre era Pedro Aguerre, y por una amiga que era su sobrina llegué a visitarlo en Montevideo en una tarde inolvidable de charla y memoria, de pasado y presente. Pedro, el General Pedro Aguerre, había sido uno de los militares constitucionalistas, y su rechazo a la dictadura le valió largos años de cárcel. 
Hoy Pedro se nos fue. Lo más natural del mundo, y también lo más triste. Ojalá que haya otro tiempo después de este tiempo, y que lo que fue este gigante no se diluya del todo. Los que lo conocimos (aunque fuera un poquito) lo mantendremos vivo en la memoria. 
Hasta siempre, General. Con mayúscula.





Reencuentros
El gato Lío tuvo una instancia confusa esta semana, porque dos chicas que lo vieron en la vereda dijeron que era suyo y ahí nomás se lo llevaron. En verdad la frase de una de ellas (quinceañera) fue “ese era el gato de nuestro abuelo que se murió y nosotras le dijimos que lo íbamos a cuidar”. Claro que haberlo dejado tirado dos o tres meses no condice con la idea de cuidado, ante lo cual mi vieja intentó oponerse al traslado, pero ellas lo justificaron con una frase irrebatible: “es que estábamos de vacaciones”. 
Y se lo llevaron. 
El gato iba pateándolas y tratando de zafarse, pero igual. Mi vieja me lo contó por teléfono, muy angustiada, pero yo sabía que -salvo que lo encerraran- la cosa no iba a pasar de un par de horas, y así fue. Al rato apareció en la cocina de mis viejos, muy nervioso y asustado. Les dije que lo dejaran en mi casa, con una ventana abierta, y ahí se durmió en una silla, ya un poquito más tranquilo. 
Ayer llegué muy tarde, y por media hora no lo vi, pero enseguida apareció. Está bien, como siempre, durmió un par de horas conmigo y después me saltó desde el piso a los pies para despertarme y sugerir (sutilmente) que ya era hora de abrirle la puerta. 
Todo para decir que si uno tiene mascotas o decide heredar una tiene que darles un entorno seguro y saludable, y que, en el caso de los gatos, es el animal quien decide si quedarse o no en una casa. No son objetos: son seres sintientes. 
Buenos días.




Una foto de bote rojo a la que de repente le saltaron decenas de peces al costado. Una escena playera en la que irrumpe un hombre a caballo.  Ruido de aleteo sobre mi cabeza: son los patos que pasan rumbo a las dunas, mientras el sol se pone sobre el horizonte más allá del arroyo. Una tarde tan perfecta que solo daba para agradecer por estar vivo ante tanto milagro.




¿Vieron que una chica que vive en Polonia dice que cree que puede ser Madelaine? Se llama Julia, tiene grandes similitudes físicas con la nena de 3 años secuestrada en Portugal hace más de 15 años y pide una prueba de adn que la familia de Madelaine ya accedió a realizar.  En las redes mucha gente la está atacando (pues redes), pero ella aduce que no quiere dinero, solo saber la verdad. 
Me hace acordar a Edipo, me hace acordar a tantas historias de personas que crecieron ignorando sus orígenes y (sobre todo) me hace acordar a la maquinaria de silencios que continúa operando en estos lados. Todos merecemos saber quiénes somos, de dónde venimos y adónde han ido a parar nuestros seres queridos. 




Estaba tratando de llegar a la playa del lado de Valizas y me detuve cuando se terminó la calle y el mar seguía rompiendo con fuerza contra los muros de las últimas casas. Podría haber subido la duna pero ya era casi mediodía, así que me quedé un rato en la orilla mirando las olas y el juego de la espuma. 
Un pescador solitario dejó su sitio de poder y se me acercó. 
_ ¡Cómo se lleva las casas!
Nos miramos con gesto de impotencia y por unos segundos seguimos viendo el chocar del agua contra los cercos de madera, que inevitablemente me llevaba a otro lugar y otro tiempo. Después él se puso a hablar. Me contó que conoció varias filas de ranchos que hoy no están, que fue marino mercante, viajó por tres continentes y cuando era joven le gustaba ir a bailar a La Terraza. El señor debe ser más joven que yo pero tiene ese aire intemporal de los pescadores, sobre todo los de playa. 
_ ¡Sí habré ido a La Terraza!  -murmura, no sé bien para quién- Ahora solo queda la explanada vacía. Es muy triste. Lo que pasa es que el mar está enojado con nosotros por todo lo que le hacemos. Calentamos el mundo, excavamos donde no debemos, hacemos todo mal, y por eso él está furioso. 
Charlamos un poco más, me contó del rancho de su hijo, que está entre los candidatos a irse en no mucho tiempo a vivir entre las olas, y nos despedimos como conocidos que se cruzan por azar en la playa, aunque nunca nos habíamos visto. Es que el miedo y la preocupación ante el desborde de los elementos nos barren las distancias. En estos dos días todos por aquí hemos sido testigos de la fuerza del agua y el viento, y de repente recordamos que hay cosas más importantes que las noticias del día o de las redes sociales. 
Y en eso estamos.




La grandiosidad del mar cuando se encrespa es a la vez hipnótica y vertiginosa. Mientras en las orillas varios turistas tomábamos frío y sacábamos fotos tres surfistas desafiaban a la fuerza de la espuma. En el pueblo todos los comercios vacíos salvo El Gallinero, donde varias mujeres de diferentes generaciones poco a poco nos fuimos juntando en alegre y casual charla. 
No sólo hoy hubo alerta naranja por vientos cercanos a un ciclón: ayer se vieron trombas en el agua, pequeños tornados cercanos a la costa.
_¿Cómo pasaron la noche? -pregunta una de las dueñas a una señora que estaba con la hija adolescente. 
_Fue duro… -respondió la mujer- Todo el tiempo escuchamos contra la pared del frente los golpes de las olas, pero al final la casa resistió. Hoy se formó una laguna en el costado, aunque la tormenta ya está amainando. Por esta vez resistimos.
Yo me había pedido un capuchino, que terminé tomando de pie en la puerta, porque no quería abandonar la conversación pasando a otro ambiente del comercio. Les conté de mi rancho y sus vaivenes, mientras ellas recordaban cuántas líneas de casas se habían perdido en la costa, y no siempre por la acción del mar. 
_ ¿Tú te acuerdas del rancho de Cecilia, que se lo tiró la Intendencia por error?
—¿Por error?
_Sí: iban a tirar uno y tiraron otro, porque se equivocaron de número. 
Pregunté cuándo van a escribir un libro que rescate la memoria del balneario: por ahora parece que la opción que prevalece sería una obra coral, la historia del pueblo desde distintas perspectivas. 
A la caída de la tarde el frío del invierno en un febrero rarísimo terminó por encaminarme de regreso a la cabaña, donde (extrañamente) hace un rato que miro una película en la tele: es la primera parte de El Hobbit. Lástima que está en español, lástima que Peter Jackson hiciera cualquier enchastre, lástima que el color se ve raro y Gandalf a veces parece rubio, pero no está mal. 
Arriba de mi techo corretean bichos y hace un rato hubo apagón durante dos o tres minutos, pero aparte de eso no ha aparecido Juanchito y todo está más que bien. 
Mañana vuelve el verano. Creo. 




Volví a Aguas Dulces por un par de días: esta vez me alojo en una cabaña más pequeña, dentro del complejo al que vine con dos amigas en enero. Llego en un mediodía de cielo azul y mucho viento, y me atiende Viviana, la misma chica de la vez anterior.
_Che… -pregunto una vez que me instalo- Los lagartos que habíamos visto en las otras cabañas, también andan por este lado?
—Sí, sobre todo el grande. ¡Es enorme! Mira, te muestro un videíto. -dice Viviana mientras busca imágenes de un cocodrilo paseándose por mi patio como Juancho por su casa (nunca mejor dicho). - Aunque capaz que se murió, no sabemos, porque desde el mes pasado que no lo vemos. Ya era grande, tenía como 12 años por lo menos.
_Aaaah, pobre… -comento, mirando de reojo unas huellas MUY sospechosas junto a la puerta de entrada. Nota mental: googlear cuánto viven los lagartos y cómo son sus huellas.
_ Pero el chico sí, anda siempre por acá. No hay que darle de comer. 
_ No, no. Claro. -respondo con aire de persona ecologista a quien no le va a asustar un reptil de lengua bífida y larga cola paseando a centímetros de su puerta. - Mejor no darles nada. 
Y en esto estamos, estimados. Disfrutando del mediodía en el patio con toda la paz del mundo pero con la mirada periférica activada, por las dudas.





_Quiero salir, por favor. Uh. Llueve. Éntreme. Me aburro adentro. Abra la ventana. Me voy. Volví. Déjeme entrar. No me voy a quedar adentro. Salgo. Pero refrescó. No puedo estar afuera. Quiero entrar, por favor. 
Y así.



Papelera de reciclaje: 2020
_ ¡Cómo me gusta tu pelo! - dice una señora que desayuna sola desde la mesa de enfrente. - Desde ayer que te lo miro. Me encantaría tenerlo así. 
La miré. Era rubia, de rulos. 
_ Gracias... ¡Pero lo tenés como yo!
_ ¡No, qué voy a tener! Yo siempre quise tener el pelo así, pero tengo mis años, y una enfermedad que me hace caer el cabello...
La miré de nuevo. Tendría unos sesenta y algo. Cabello por los hombros, con brillo, lindo. 
_ Oíme: tenés un pelo precioso. 
_ A mis años ya no da para pelo largo…
_ ¿Qué edad tenés?
_ 81.
La miré otra vez. Flaca, vestido hippie, pañuelito en la muñeca, sola en el hostel. Fue como ver un espejo que adelanta, de esos de los que habla Cortázar en Historias de cronopios.
Seguimos charlando un rato, mientras Valizas despertaba y la niebla de la mañana terminaba de disiparse. Después tomé mi café y me fui a la playa. El domingo estaba comenzando.  





Problema neurótico 7654b: no puedo pasar por una planta tirada sin llevarla para casa. Esto no me ocurre cuando lo que cruzo son podas enormes (por suerte) pero si veo una pequeña arrancada lo más probable es que la guarde en la cartera y la plante después en algún lado. Hace unos días me pasó: recogí algo con leve olor a menta, un brote de unos 4cm de diámetro, y lo llevé en la mano mientras tomé el ómnibus, recorrí el shopping y terminé haciendo mandados en el supermercado. Incluso en cierto momento bajé especialmente al baño solo para mojarla. Estás en buenas manos, chiquita. Aguantá que en un rato llegamos a la maceta. Pero no llegamos, porque mientras maniobraba para guardar las compras en mi bolsa dejé la plantita momentáneamente asomando de un bolsillo de la cartera y me la olvidé por completo. Cuando me acordé, ya en mi casa, no quedaban ni rastros de la pobre. Esto no tiene pies ni cabeza, pero me sentí culpable. Yo le había ofrecido protección y terminé dejándola caer en cualquier lado. Por las dudas desandé el camino hasta la parada mirando el piso por donde había pasado, pero nada. Se me debe haber caído en el shopping, donde seguro que la habrán barrido poco menos que al momento. Un fracaso ilevantable. Descansa en paz, pobre plantita con aroma a menta. Ooom. Esta mañana me levanté con ganas de poner orden en el fondo, porque ayer encontré una planta con hongos (y hoy vi otras), fondo donde por el tema de la sombra he ido amontonando macetas a lo loco (tengo casi cien) y donde hay algunas invasoras a las que de vez en cuando debo ponerles coto. En la tarea arranqué ramas, tiré plantas y podé enredaderas sin el más mínimo cuestionamiento de que ellas también eran seres vivos que confiaron en mí como regadora y humana responsable. ¿Cómo funciona esto de la culpa? ¿Dependerá de en qué momento del día nos encuentre? No sé. Por ahora sigo anotando temas para una futura e hipotética terapia (y que Freud lo maneje). Buenos días.





Hace un par de años, en pandemia, escribí una novela corta con algo de imaginación y un poco (a partes iguales) de autoficción. Digamos que pensé una situación ficticia sobre la base de personajes reales que conocí hace más de treinta años. En la trama aparecía una figura masculina misteriosa y atractiva para la protagonista, una especie de mago o aprendiz, de quién en la vida real nunca supe el nombre (o tal vez supe y lo olvidé, que esto de los genes familiares me viene de larga data) y a quien con una de mis amigas llamábamos El Sucesor. Después no hice nada con el texto, se lo di a leer a un par de personas, modifiqué algunas cosas y ahí quedó el archivo, encarpetado. Ayer -sorpresivamente- mi amiga sacó de algún lado y me trajo el nombre del Sucesor, de quien ahora tengo al alcance de la mano sus perfiles en redes sociales y conferencias varias en youtube. Y no es. Este señor canoso y sexagenario con pinta de chanta de secta no puede ser el misterioso morocho de ojos claros que conocí en los ochenta. Me siento Penélope (la de Serrat, no la de Homero). Un poquito sigo diciendo que no puede ser, que alguien nos pasó el nombre de otro señor, pero una voz bajita en la conciencia me susurra que no solo debe ser él, sino que a la mitad de la gente que me conoció de esa época le debe pasar lo mismo conmigo. La semana pasada, en un cumpleaños, me pasó: alguien a quien en el siglo pasado conocí superficialmente (pero que sé que estaba interesado) no dio señales de reconocimiento. Por otro lado hoy de tarde una chica a la que no veía desde la misma época se me quedó mirando y dijo "no puede ser, estás igual". ¿Podemos cambiar tanto por fuera que alguien que tratamos de vez en cuando deje por completo de reconocernos? ¿Debería importarnos el reconocimiento o su carencia? Dudas nivel febrero, estimados. No mucho más. No sé si alguna vez haré algo con esa historia. No sé si alguna vez reconoceré al Sucesor. Espero que no sea el de los videos.






Como la planta estaba junto a la ventana por unos días pensé que el polvillo blanco que tenían algunas de sus hojas sería una suerte de descascaración de la pared (de la que no lograba encontrar el origen).
Como la miré de cerca vi que lo blanco en verdad era un hongo, que la estaba invadiendo a velocidad preocupante.
Como en internet decía que tirara lo hongueado y cambiara todo fui a buscar tierra y maceta para comprar en 8 de Octubre.
Como a las veinte cuadras una señora me saludó muy simpática salí de mi ensimismamiento caminador y resultó que era Rosario, mi maestra preferida.
Como le pregunté si sabía quién y me dijo que su sobrina vendía tierra allá fuimos, gran charla de política y preocupación social de por medio. 
Como (ya en casa) había que tirar la tierra vieja pero me pareció que era un exceso dejarla en la basura terminé por estrellar la maceta en el jardín del frente, en la parte en que el pasto nunca crece.
Como ipso facto salió de la maceta una cosa semi lombriz semi víbora de unos veinte centímetros que se empezó a retorcer furiosa sobre el suelo el gato Lío vino a intentar atraparla, mientras yo difusamente aceptaba el hecho de que había convivido por lo menos durante un año con esa mascota de incógnito a un metro de la mesa de mi cocina. 
Como lo tapé de tierra el bicho alargado reptante se quedó quietito, en tanto el bicho alargado cazador pronto perdió el interés y se acostó a mirar la calle, como siempre.
Como limpié las hojas y tallos lo mejor que pude y planté en una nueva maceta tres ramitas de la planta original voy a pasar unos días sin saber si la ortiga de terciopelo* al final vive o sucumbe. 
Pequeñas historias de febrero. 
Es lo que hay. 

*ese es su nombre. 





Cuando yo era niña en todas las casas se escuchaba radio. En la mía folklore, noticias y algún partido de fútbol. En las de mis tías estaban pendientes de los radioteatros de Julio César Armi, que comentaban en el encuentro vespertino de cada día al mejor estilo de la Vieja y la Gorda de al lado de Niñoquepiensa. Yo llegué a oír unos cuantos, pero nunca me engancharon (era demasiado chica).
Ya en la adolescencia temprana (ponele: 13) me pasaba las horas de la siesta escuchando Tu Discolandia en la tarde (CX24, radio El Tiempo), Sea usted Juez por un minuto -nadie es perfecto- en CX 10 Radio Continente y -atentti- Rumbo al Deporte, donde unos viejos que se llamaban Penino y Dalton casi casi que se agarraban a las piñas verbales todos los días cada media hora. Habla Luciana, escucho. Aquí está su disco. Música de regreso a casa. Música de las estrellas. 
Una noche no pude dormir, porque el locutor anunció que "este puede ser el día más triste de la historia de la humanidad" por el bombardeo de un barco soviético por los chinos (o viceversa), aunque después no pasó nada. 
Ahí por los 15 arranqué con Radiomundo e Independencia, los Old Hits, la música en inglés y el rock argentino de 9AM (y después 3PM) que con mi amiga Graciela escuchábamos en los recreos, en la radio de la cantina del piso de arriba del IAVA (sí, hubo una cantina del piso de arriba, bendita sea, que por ella nos daba tiempo para escuchar medio tema de Charly o un cuarto de Spinetta). Escuché cómo se crearon las primeras Fiestas de la Nostalgia, a las que no me dejaban ir. Sui Generis en el Franzini, ídem. Van Halen. 
Después vinieron el IPA y la democracia, y ahí me colgaba horas oyendo Parlamento del Pueblo (que trasmitía en directo las sesiones del Palacio Legislativo), un programa medio humorístico de Julia Amoretti en la 44 y al inefable José Germán Araújo en Diario 30 ("qué tal, amigos...").
La radio siempre ha estado y está en esta vida. Caras y más caras, las tertulias de El Espectador, los programas de Dolina (y las colas interminables para conseguir entrada), un par de horas de música africana creo que en la Equis, los clásicos del fútbol con Esmoris y el Profe Eyherabide, los segmentos de alquimia de un tal Floriano sobre Piriápolis, la columna pionera de sexualidad con Gastón Boero.
Hoy (hace añares) abandoné la radio uruguaya y me pasé para la otra orilla, desde donde escucho programas por Youtube, Spotify o Radiocut, porque no importa el soporte ni el origen: la radio siempre seguirá existiendo en esta casa. El día que no se emita más buscaré programas viejos o crearé los míos, lo que sea. 
Parece que hoy es el día mundial de la radio y ya saben cómo es esto: una lee posts, empieza a recordar y termina en una mezcla de lo personal y lo colectivo, como siempre. 
Y en eso estamos.





Estoy viendo en youtube el programa de María O´Donell y de repente aparece una imagen de Gran Hermano, donde ayer un señor veterano se fue de la casa, vestido de jean y campera de cuero. ¡Campera de cuero!!! En Buenos Aires hubo un récord histórico de calor para febrero, todos andaban de tops y biquinis, menos él. Me hizo acordar a los 15 años, cuando la pinta era lo único que importaba y si sentíamos que x prenda nos quedaba bien no la largábamos por nada. Además (dato de color) se fue enojado, culpando de su eliminación al peronismo. 
Miren que hay gente rara en este mundo, ¿eh?
Y ahora, con su permiso, los dejo, que tengo unos gatos ajenos en el jardín y les voy a preguntar qué desean ordenar para el desayuno.
Buenos días.





Abrí los ojos y prendí el aire. Me senté en la cama. Todo empezó a girar y girar alrededor. Me volví a acostar. Tras repetir la secuencia un par de veces llamé al Semm y también a mis viejos, por las dudas. Tuve que bajar a abrirles, porque (cosa rara) había dejado la llave puesta en la puerta. Bajé tambaleando, abrí y me desplomé de mareada sobre la alfombra. Al rato tuve que ir al baño y subí, a los tumbos, prendida al pasamanos de la escalera.
[Aclaración: no me da para hacer oraciones complejas, el ritmo es bastante entrecortado, es lo que hay. Pero capten que aprendí a usar los paréntesis rectos.]
A los 50´ vino el médico, con una doctora o enfermera. Muy amables. Yo seguía (sigo) sin poder ni siquiera incorporarme. 
Mientras tanto mi viejo estaba en el frente, barriendo hojitas secas, que es lo que más le gusta hacer en su casa. Habían dejado entrar al gato Lío, que deambulaba feliz entre las piernas de todos. 
_ ¿Por qué no vas con el Cele?- le dije a mi madre, que empezó a bajar la escalera. 
_Lindo gato. -comentó la doctora, mientras yo al mismo tiempo aclaraba:
_Tiene Alzheimer. 
_ ¿El gato? -dijo ella, y a partir de ahí el resto de la consulta la hicimos a las carcajadas. El médico dijo que esto le iba a valer un par de meses de gastadas; yo traté de defenderla, todo en medio de las risas, mientras, recordemos, seguía sin poder ni sentarme en la cama.
Parece que estoy incubando una gastroenterocolitis, aunque obviamente ni idea de qué la trajo. Por ahora le estamos echando la culpa a una fruta rara que probé ayer por pura novelería: pitahaya, aunque yo creo que fueron una ciruelas que estaban medio blanditas, en fin, quién sabe.
_Este cuadro puede durar de tres a siete días.-dijo el médico, y le pregunté si en Carnaval me podría ir a Valizas.
_Sí, claro, si estás bien no hay problemas. Acordate que tenés convenio con la mutualista de Castillos. -y me dijo el nombre, que me olvidé. -Yo trabajé ahí hasta hace unos meses.
_Ah, sí, la conozco. Ahí fui cuando me quebré la nariz, hace un año; fue donde me atendió George Clooney. 
_ ¿Quién es George Clooney? Un médico alto, medio canoso, de pocas palabras?
_ Ese. 
_ ¡George Clooney! Se llama Fulano (me olvidé del nombre). Le voy a escribir y le cuento... 
_ Bueno. Y yo, por ahora, ¿qué hago si no me puedo ni incorporar en la cama?
_ Quedate acostada y descansá. 
Me mandó un remedio que mi vieja va a ir a buscar en un rato (pues domingo y farmacias cerradas todavía). 
Y aquí estoy. Si me siento sigue girando el universo, pero por lo demás estoy bien. Por las dudas ya activé que puedan publicar en mi muro, por si el duelo y esas cosas. No, no es broma: soy así de previsora, y acabo de hacerlo. Si me voy antes que vos (🎵) ojo con las fotos de mí que cuelgan, que voy a estar mirando todo y recuerden que puedo venir a espantarlos. 
[Es el humor negro de la familia, no se asusten]
Hermoso domingo de febrero. Afuera cantan las chicharras y se empieza a cocinar otro día marabishossso de calor inclemente. 
Menos mal que (todavía) no me borré de Netflix. 
Buenos (?) días.





El concepto de felicidad va cambiando día por día. Hoy la felicidad no es salir de la feria cargando frutas en lugar de ropa, y ni siquiera es la paz de ver el agua y sus barquitos al final del recorrido, no: felicidad es que cuando llega el 405 a la parada viene chorreando agua por el costado de la puerta, porque eso quiere decir que tiene aire acondicionado. Bendito remanso de frescura en medio del fuego sabatino. Creo que me quedo todo el día yendo de Peñarol al Parque Rodó y viceversa. No me juzguen.





Una se va a otro barrio y todo cambia. 
El muchacho de la miel es directamente apicultor (y una recuerda que por años le compró a su padre, un viejito muy amable pero un poco sordo). En la parte de las verduras las remolachas vienen sin hojas y una sucumbe a una fruta colorida y cara solo por la novelería de que nunca la ha probado: pitaya. Ya en la feria de la ropa una se queda de lo más sorprendida porque ha desaparecido el 70% de los puestos (y otro tanto de los clientes). ¿Es que Villa Biarritz nunca se levantó después de la pandemia o la culpa es del calor y por lo tanto pasajera? 
La cafetería de siempre: vacía. Aquí sí tienen bolsas gratis de restos de café para fertilizar las plantas, el moka viene con más crema pero sin chorritos de chocolate, sin vaso de agua ni amaretti de cortesía. La cajera cuando me va a preguntar el nombre dice algo inusual: “¿cómo era que te llamabas?”, y ahí yo me tiro al agua con la única respuesta posible: “Mariela. ¿Vos era mi alumna?”. Y era. Punto para Mariela-cómo-era-que-me-llamaba. 🙂
Saludos desde la pausa con aire acondicionado mientras afuera 
arde la ciudad, llueve en tu mirada gris
La gente festeja y vuelve a reír
Pero este carnaval, que hoy no te deja dormir
Mires donde mires ella está ahí… *
Buenos días. 
*No tengo una ella que no me deje dormir: lo que sí tengo es un él barcino, bellísimo, trasnochado e hipervocalizador, que no sé cómo voy a educar de aquí al comienzo de las clases. Se escuchan consejos.
 



Nunca he encajado muy bien en el concepto de femineidad. No hablo de la hegemonía sino del conjunto de elementos simbólicos que en nuestra cultura se asocian a la condición de “mujer femenina” (con toda la controversia que la yuxtaposición de ambos términos supone).
¿A qué voy con esto? A nada profundo (ya adelanto). Solo que me niego por igual a los tacos y los maquillajes, que le escapo a la bijou que se me enreda en el pelo, que a la peluquería voy cuando no tengo más remedio y que cuando elijo qué ponerme privilegio siempre la comodidad por encima de la moda o la belleza. Dicho esto entenderán tal vez por qué veraneo en Valizas. Y dicho esto (ahora sin bromas) entenderán que muchas veces circulo por la ciudad sintiéndome virtualmente invisible. Lo mío es el perfil bajo. Le escapo a los escotes y a la ropa sexy, no por pacata sino por cómoda. Minifaldas sí, bienvenidas, pero otras cosas… Me torturan los soutienes con aro, las caravanas pesadas, el calzado apretado y toda la parafernalia de un aparato de seducción diseñado para que las mujeres pasemos de un mandato al otro sin que jamás nos sintamos conformes con lo que muestra el espejo (aunque esto depende de cada quien, y hay personas que se manejan con un taco aguja mejor que yo con chatitas: toda generalización es por definición injusta). Pero a veces el verano puede más, y entonces pelo escote y meto colores claros: de golpe me vuelvo visible. Es fácil visibilizarse. Entonces los empleados de los comercios me sonríen seductores, algunos señores por la calle se percatan de mi paso, y aunque a las chicas jóvenes no les voy ni les vengo nunca falta una cuarentona que me observa con mirada desafiante. La deconstrucción que celebramos en los últimos años demora mucho en llegar a todo el mundo: a los de mi generación nos está persiguiendo con paso de tortuga. Todo esto para decir que estaría buenísimo hacer carne el concepto de vivir y dejar vivir, cada quien con sus hábitos, sus estilos e intereses, y también para decir que cuando una señora (usualmente una señora grande) se me queda mirando desafiante hay algo de la ariana desactivada que soy que aparece de la nada y me saca de repente la más fría de las miradas a manera de respuesta. ¿Es este un post profundo y reflexivo? No, estimados. ¿Cómo va a reflexionar alguien en medio de este horno? Neuronas a punto de ser freídas, imposible la labor de la sinapsis. Saludos desde mi terapia para sobrevivir a esta ola de calor urbano calcinante: nada mejor que un moka de pistacho BIEN caliente. ¡Y que se derrita todo! Buenas tardes.




El año pasado demoré tanto en ir a ver Bosco que me quedé sin verla. Hoy la pude disfrutar al aire libre, matizada con los grillos, teros y ranitas del Molino de Pérez, en una noche con alerta meteorológica para otros lados pero de extremo verano y quietud en Montevideo. Vi la película con una amiga, rodeada de gentes y perros, con la playa a una cuadra pero en silencio (porque este no es el mar de Valizas). La película: poesía pura. Me encantó. Fan de la directora (Alicia Cano) y de los viejos de ambos lados del océano, tan parecidos a los míos y a la que quizás llegue a ser yo algún día. Por ahora le seguimos ganando a la Inteligencia Artificial. Por ahora.




¿Cuándo fue la última vez que recibieron por correo una carta manuscrita? ¿Y que escribieron una? Yo no me acuerdo. Hoy escuché una historia de amor de la década del 60´, una historia a distancia entre argentino y chilena, y no pude evitar recordar lo lindo que era recibir una carta, y más si ya desde el sobre se percibía que tenía más de una hoja. Cartas de amor, cartas de amistad, cartas familiares... La solemnidad absoluta de la Tía Eva (ese era su nombre, con el parentesco siempre explicitado) con su letra alargada y sus buenos deseos para mí y para mi hermosa familia desde Melo, el humor de mi amiga Graciela a la que veía todos los días en el liceo y que incluía en el sobre chistes dirigidos al cartero, la confesión amorosa de algún alumno una vez que las clases terminaron (en este caso no me llegó por correo sino en mano propia, con la indicación de leerla solo después de salir del liceo)... Cartas con dos chicas desconocidas, una de Santiago de Chile y otra de Maldonado, que eran amigas de mi compañera Bibiana y terminaron también escribiéndose conmigo. Una misteriosísima carta sin remitente desde Ecuador dirigida a los "Sres. de -y aquí la dirección de mi casa-", sobre que al abrirlo solo contenía un folleto religioso avisándonos de la inminencia del fin del mundo. Una del amor de mi vida de los 16, de la cual no sé si me impresionó más lo mucho que él me amaba o lo mal que escribía (carta que siempre sospeché que fue el principio del fin). Una o dos cartas (creo que una) que venían de la orilla de enfrente y hablaban de alguien que se sentía viviendo en un país equivocado. Alguna que alguien dijo haberme escrito pero nunca fue enviada. Una que escribí pero la persona a la que se la di no llegó a echar al correo. Otra que tuve que hacer para una amiga corta de palabras, dirigida a un hombre al que yo no conocía. Una que enviamos con una amiga a su hermano en Suecia, donde le metimos al sobre un poquito de arena de Valizas. Después vinieron los mails, los mensajes de texto, los wsps, pero ya no volvió a ser lo mismo. Yo, que defiendo a ultranza la literatura digital porque la obra siempre va más allá del soporte, debo reconocer que en materia de cartas hemos salido perdiendo y que nada iguala a la ansiedad agridulce de la espera o la emoción interrogativa de ver al cartero dejando algo en el buzón de tu casa. Ustedes, ¿tienen cartas guardadas? ¿Escribieron o recibieron alguna en este siglo? ¿Las extrañan?





Horas de apoyo: 4 Estudiantes en busca de horas de apoyo: 0 Cursos de Ceibal realizados: 1 Personas con las que se conversó del curso de Ceibal realizado: 10 Aprendizajes significativos tras el curso de Ceibal realizado: 0 Planes de acción social y ecológica trazados con los compañeros en Sala de Profes: 2 Cafés consumidos: 1 Panaderías cerradas que impidieron elevar el número de cafés consumidos: 1 Boletos gastados: 2 Olas de calor sufridas: 1 Gatos seguidores de humanos disuadidos con aspersor de agua: 1 Balance de la mañana: integración humana positiva; el resto puede y debe mejorar.





Empecé a ir a los bailes a los 15 y no había noche que no se armara una piñata. Cuando fui creciendo la cosa no mejoró. Piñas en la calle, piñas en carreras de autos, piñas en recitales, piñas en liceos. Por la tele vi piñas en programas de tele y en el parlamento. Salvo en los liceos, en que he tratado de separar, todas las demás veces me he alejado (pero alejado en serio, no quedándome a ver qué pasa). Ya no voy a bailar, mi barrio es muy tranquilo y en el IAVA ni siquiera he visto discusiones, pero que la violencia no se fue (ni ahí) es una verdad dura e ineludible. Estamos muy lejos de ser una especie pacífica, lo bastante lejos como para no esperar un cambio profundo a corto plazo, aunque quizás algunos ánimos se moderen al pensar en las posibles consecuencias, no lo sé. No sé nada, cada día sé menos. Leo las noticias y me tapa una ola de angustia e incertidumbre. Después mi optimismo habitual toma las riendas, pero allí adentro, en algún rinconcito del alma, sigue latiendo un germen de desesperanza. ¿Cómo se puede volver a ser persona una vez que le quitaste la vida a otro? ¿Se vuelve? Qué tristeza.




Estaba stalkeando a un ruso que a veces cuelga buenas fotos y me encuentro con esta imagen: yo soñé hoy con algo muy muy muy parecido. Estaba en el Cabo, a punto de entrar a un hostel nuevo y veía una performance en protesta por la violencia en la que decenas de mujeres se cubrían por completo el cuerpo y el rostro con telas blancas, generando un efecto muy similar al de la foto (aunque en el sueño no se les veían ojos ni bocas). Raro esto de encontrar lo onírico en lo virtual. Solo me falta salir a la calle y ver algo así en lo (quizás) real, en cuyo caso saldré corriendo a pedir hora con un psicólogo (o un parapsico, no estoy segura).





Salgo de casa en medio del silencio del atardecer y cuando paso frente a lo de mis viejos saludo a mi madre, que está cerrando una ventana. En ese momento el gato Lío, que hasta entonces se había limitado a seguirme sigilosamente, rompe el silencio y se acerca maullando a la puerta. Es su nueva modalidad. Desde que volví de Aguas Dulces me sigue como un perro a todas partes, y más de una vez he tenido que dar vuelta cuando a una cuadra de mi casa de repente aparecía su silueta silenciosa caminando a mis espaldas. Nos miramos con mi vieja. No hacen falta explicaciones. _ ¿Me lo aguantás un minuto? _ Sí, dale que cierro la puerta. -responde ella, en tanto el gato ya se ha colado en su living y mi viejo está de lo más contento haciéndole mimos, que el otro retribuye a ronroneos. Llego a la parada sin sombra felina. Hay varios muchachos esperando el ómnibus, además de una pareja de sexagenarios que está de espaldas a mí, junto al cordón de la vereda. Los miro con detenimiento, pensando que los años en común mimetizan a la gente: tienen la misma altura (bajitos), son igualmente flacos, de pelo blanco y tan corto que no llega a tocar el cuello de la camisa. Andan con ropa dominguera, de esa que no tiene muchos lavados. La señora habla mucho y en voz alta; se la nota molesta y enojada. Él parece más tranquilo, aunque casi no escucho lo que dice. Al parecer han salido a pasear sin ponerse antes de acuerdo en el destino. _ ¿Y qué vamos a hacer a la rambla? No tenemos nada que hacer en la rambla… -dice ella. Él murmura algo. Yo pienso que ir a ver atardecer junto al agua nunca puede no ser una belleza y si pudiera se lo diría, pero la señora no parece leer mis pensamientos y continúa hablando en voz alta, mientras apoya su mano en la cintura para reforzar su argumento. _ Yo no quiero ir a la rambla. Nosotros tenemos que ponernos de acuerdo, ver antes lo que vamos a hacer, no salir así, a lo loco. ¡Y yo no voy a ir a la rambla! Dicho esto se va de la parada y comienza a alejarse hacia la esquina, sin volver ni un momento la cabeza. El hombre cruza las manos a la espalda y baja a la calle, donde mira por unos segundos a la distancia como para evaluar si el ómnibus iba a seguir demorando. Después baja la cabeza y se va tras los pasos de la señora. Ella, entre tanto, llega a su casa y recién desde ahí se digna a mirar por un segundo hacia la parada, a ver si él la seguía. Confirmado el regreso del otro, se mete en la casa. Él hace lo propio al minuto, cerrando tras de sí el portoncito de la entrada, y ninguno de los dos volvió a salir (por lo menos) en los quince minutos que demoró en venir mi bus (pues domingo). Cada uno elige su propia relación tóxica, pienso, mientras me dispongo a recordar que se está terminando la comida de gatos y no puedo volver a casa sin llevar por lo menos un paquete. Y en eso viene el ómnibus, que me saca velozmente de las historias propias y de algunas de las ajenas.





"Rosita dio a luz por primera vez!!!! Miren qué bebés más lindos!!! Miren esos diseños!!!" Son palabras de una página de reptiles que sigo para ver si le pierdo el miedo a las bichas. Debo reconocer que, aunque aún dispararía si veo una cerca, tanto amor por ellas empieza de a poquito a desarmar no una fobia (en el sentido de rechazo) sino el miedo por ellas que me acompaña desde la infancia. ¿Será que la exposición al amor ajeno hace con el tiempo que una termine por desarmar los temores construidos en la infancia? ¿Qué dirán los psicólogos? Mmmh...




Amo a este hombre. He perdido la cuenta de las veces que lo vi cantar, empezando por los candombailes del Atenas y terminando en las dos horas de ayer en Atlántida. Siempre impecable, siempre conectado con lo más puro de nuestra esencia. Disfrute absoluto, con un público maravillado y una luna llena que se ocupó de despejar las nubes cada vez que la noche amenazaba tormenta (porque una desespera por la lluvia, pero no cuando canta #JaimeRoos). Un espectáculo gratuito de primer nivel, organizado por la Intendencia de Canelones (una no da puntada sin hilo, vos decís?).




Los predicadores son seis: cinco en el escenario y uno tratando de captar público en los alrededores. Habían, argumentan, cantan y aleccionan para un espacio vacío que no llega nunca a tener ningún adepto. Mientras tanto tres o cuatro personas revisan los tachos de basura y un señor que recicla latas de cerveza amenaza con romperle las piernas a un minusválido: _ ¡No vas a caminar nunca más, rastrillo! Un niño que viene con la mamá se pone feliz al ver una pelota aparentemente abandonada, y cuando ve que tiene dueño pregunta si se puede hacer amigo del nene, a ver si se la presta. Yo encuentro en el cantero una tarjeta de transporte y de la doy a uno de los cuidadores. Quizá fue robada, quizás solo la perdieron. Solo un día como tantos de los mejores cinco años de nuestras vidas.




La primera vez que fui a Florianópolis pensé: yo acá me quedo a vivir. Y no, no me quedé, pero hasta hoy extraño las queijadinhas de coco. ¿Ubican? Una especie de tortitas con masa muy fina, color caramelo, de forma redonda. En mi última incursión a tierras brasileras solo caminé unos metros para cruzar la avenida principal del Chuy, y eso fue suficiente para reencontrar cosas tan maravillosas como la cocada (en la foto, el ultimo bocado), las paçoquinhas (que ya fueron), las rapaduras de amendoim y el dulce de fíos de ovo (que sobreviven por una sencilla razón, y es que aún no fui a buscarlos a la casa de la amiga que me los trajo en su auto).
Mucho Lula, mucho Lula, pero si me dicen “Brasil” lo primero que me aparece es la góndola de los dulces del Cairo, el Londres o cualquiera de sus secuaces. 😊
(Díganme que no soy la única…)




Ahora resulta que cuando voy a lo de mis viejos tengo un gato-perro que me acompaña y se queda hasta que vuelvo a casa. Por suerte los locatarios (humanos y felinos) lo aceptaron bien de bien; es más: mi viejo no entendió que era mío y no dejaba de entrarlo a su casa. Y el gato chocho. Es lo más mimoso y de buen carácter que he visto.




Cuando empecé a veranear en Rocha Aguas Dulces era un balneario de familias y viejos; ahora, en cambio, se ha convertido en un pueblo de ambiente tranquilo, de lo más agradable y lleno de pibes de mi edad. 
Fuera de bromas: me gustó. Había ido a pasar unos días otras veces, hace ya muchos años, pero recién esta vez me sentí como en mi casa. ¿Esto será madurar? 
Puntos a favor: la gente de los comercios estaba distendida (pese a la poca afluencia de turistas) y con ganas de conversar, los precios son buenos, la playa hacia La Esmeralda es amplia y pródiga, no es un balneario que se extienda por grandes distancias, Doña Tota y lo de Marta son dos pilares, es lo bastante agreste como para que una vea lagartos, cardenales y dorados pero a la vez lo bastante civilizada para que haya servicios como retiro en efectivo y 5 de oro (esencial). 🙂
Puntos en contra: de la ruta de entrada hacia el lado de Valizas hay cada vez menos playa, no hay panaderías, los cientos de ranchos con cartel de "Se vende" le dan un aire levemente fantasmal, los helados (dicen mis amigas) no son ricos y las miles de piedras que apuntalan a los ranchos de la costa suponen un problema ecológico de difícil previsión a futuro. 
Fui a fines de enero, que no es la mejor fecha para evaluar la vida de un balneario, pero me dio la sensación de una segunda La Coronilla, uno de esos sitios que van cayendo en el olvido y no hay forma de repuntarlos. La Coronilla (lo sabemos) murió por el Canal Andreoni y el consiguiente enturbiamiento de sus aguas. Aguas Dulces está decayendo por el avance del mar y por un juicio por la propiedad de las tierras que tiene a todo el mundo en vilo y sin ganas de grandes inversiones. Probablemente falten atracciones para los niños y jóvenes, quizás no hay mucho hostel, debe haber otras razones (que por mi poco conocimiento de la zona no vislumbro). 
¿Quién puede anticipar el futuro de los pueblos? Son como organismos complejos, que a veces reclaman a gritos por ayuda del Estado (infraestructura, promoción, actividades culturales) y otras veces se van apagando de a poco y en silencio. En fin. Difícil para Sagitario (pero quién sabe).




La primera vez que fui a Aguas Dulces me hablaron de Doña Tota: comida deliciosa, a buen precio y en el mejor lugar del balneario. Hoy apenas entré vi a una mujer canosa y con lentes de sol que me saludaba: era la misma que me había hablado de Doña Tota hace más de treinta años. 🙂 Hay cosas que no cambian con los años. Por suerte.




La casa de tartas y tortas con el nombre más inapropiado y los productos más ricos. Dos hermanas nacidas en Aguas Dulces (donde han vivido siempre) fundaron un local de comidas ideal para merendar, coqueto como el que más, al cual los clientesy amigos van contribuyendo a decorar con gallos y teteras de los más variados tiempos y estilos. Marta, quien lo atiende, es un personaje simpático y maravilloso: “explosiva” la califica un artículo de El País en el que la entrevistan el 31 de diciembre del año pasado, artículo que no deja de mostrar a todo el que le cae bien y quiera verlo. Uno de los descubrimientos (para mí) en este año de reencuentro con una playa que tenía abandonada desde hace… no sé desde hace cuánto, quizás desde que tenía arena. Sí van, pasen. Y después me cuentan. 🍰