Vistas de página en total

domingo, 28 de agosto de 2022

Historias sin por qué





1. El sueño de Inés
Sucedió en los noventa. Mi vieja dormía profundamente en su casa de Ñangapiré, a veinte kilómetros de Melo y a media cuadra del Tacuarí. El Cele, como siempre, roncaba despacito a su costado. No andaban con mascotas en ese viaje, y por el frío que hacía habían cerrado todas las ventanas y tapado las hendijas de las puertas.
En determinado momento el curso habitualmente plácido de su sueño empezó a derivar en pesadilla: había una mujer rubia que la perseguía por toda la casa tratando de matarla. Despertó agitada y al instante percibió algo en el aire: supergás. No había electricidad en la zona; la heladera funcionaba prendiendo una llamita conectada a una garrafa, que en algún momento de la noche se había apagado. La casa estaba inundada de olor a gas.
Mi vieja se tiró hacia la ventana, la abrió y trató de despertar al Cele, que estaba más amodorrado que de costumbre. Sin importar el frío ni los vientos mantuvieron todo abierto hasta que el olor terminó de disiparse, y solo les quedó un dolor de cabeza que demoró varias horas en irse.




2. Historia pequeñita Turismo de 2019. Estaba con dos amigas y un montón de gente en el Cerro del Zapato, en Córdoba. Frente a nosotras, el Uritorco majestuoso, al que todavía tengo pendiente visitar. Una de mis amigas me pidió una foto sentada en una roca con el cerro de fondo, una foto con mi teléfono, porque al suyo se le había acabado la batería. Suelo enfocar muy bien y siempre me fijo que haya armonía entre la figura y el paisaje, pero cuando fuimos a ver la imagen resultó que solo habían salido sus pies sobre la roca. Rarísimo: yo sé que no había movido el teléfono, pero en fin.
_ ¡Pero qué fotógrafa más chambona! -me dijo la modelo, entre risas, y al instante le propuse sacar otra. Volvimos a la roca, volvió a posar con el Uritorco a lo lejos, pero la foto no pudo ser porque se me apagó el celular, aunque aún tenía la mitad de la batería. Hace tres años que lo tengo, esa fue la única vez que se apagó solo y no volvió a prenderse hasta que nos fuimos.




3. La muchacha de negro 
Esta es una historia más que triste, que aún me persigue.
Sucedió un día de diciembre, hace como quince años. Por la mañana fue la fiesta de fin de cursos de un colegio en el que yo trabajaba, y aunque mis estudiantes ya habían tenido su acto de cierre (porque eran de quinto año) de todos modos me tiré hasta ahí para acompañar un rato a los más chicos. El día estaba precioso, y creo que yo tenía que firmar un recibo de sueldo o algo de eso. 
Cuando estaba por comenzar el acto hubo un murmullo de admiración entre los de tercero: había venido (digamos) Lucía, una compañera que hacía meses que no veían, porque había abandonado los estudios. Ellos estaban muy formales con sus uniformes azules y verdes; Lucía se vino de negro, con la onda gótica de algunos gurises de ese tiempo, maquillada con delineador y labios negros, el pelo muy lacio, los ojos muy oscuros. Había ido a saludar a sus compañeros; estaba bellísima, parecía una reina. Durante el tiempo que duró el acto y un rato después, cuando todos nos quedamos charlando en el patio bajo el sol de la mañana, tuve varias veces el impulso de ir a hablarle, pero no lo hice. Quería decirle algo, solo que no sabía qué. Que era preciosa, que me encantaba su aire de libertad, que no se diera por vencida, que volviera a estudiar, no sé, algo, pero me frenó el hecho de no haber sido su profesora. Yo no la conocía (de hecho, no recordaba haberla visto antes), y andá a saber si la gurisa no interpretaba que la estaba cargando, yo qué sé, no pude. 
Cuando salí del colegio charlando con el profe de Química (íbamos para el mismo lado), Lucía estaba sentada en la vereda con sus compañeros. 
_ Chau, nos vemos... -saludó el profe- Qué bueno verte, Luciana.
Y empezamos a caminar hacia nuestra parada. 
_ Qué boludo, le dije Luciana y creo que es Lucía.- dijo él- Bueno, igual no importa, la próxima vez que la veo se lo digo.
Nos fuimos charlando sobre la elección de horas y esos temas típicos de diciembre, hasta que vino su ómnibus y yo seguí caminando hacia mi casa. El colegio me quedaba a media hora; era lindo caminar en esos tiempos. 
Por la noche me reuní con mis compañeros del liceo público: había una chorizada despidiendo el año. Éramos como cuarenta profes, porque el liceo era grande y todos nos queríamos mucho. Me extrañó que Claudio (digamos), el de Biología, demoró mucho en llegar y cuando apareció estaba con cara de que algo le había pasado. Cuando pude charlar con él le pregunté, y me contó. Él es médico, y esa tarde le había tocado presenciar algo terrible: una chica de su edificio había tenido una discusión muy fuerte con el padre porque no la dejaba ir a no sé qué concierto, y se había tirado por el balcón desde el piso ocho. Murió en el acto. 
_Se llamaba Lucía, capaz que la conociste: iba al colegio en el que vos das clase. -me dijo. 
Desde ese día trato de no dejar de acercarme a alguien si siento que debo hacerlo. Probablemente nada habría cambiado, pero yo sé que algo (o alguien) me empujaba hacia ella y me negué al llamado. Tampoco me culpo; ¿quién soy yo para cambiar el destino de nadie? Pero no sé, no sé, no sé. Y tampoco olvido.





4. Los gatos En mi familia después que se muere un gato mi vieja y yo siempre lo volvemos a escuchar. Me pasó con Roldana, con Matilda, y antes de ayer con el viejo. Cada bicho tiene su voz y una reconoce esa frecuencia entre las otras. _ Lo oí maullar en la puerta el miércoles por la noche. -le digo a mi madre y ella, con su tendencia a superarme en todo, dice: _ Ah, yo a la Guaytica la estuve oyendo como un mes. Sonrío al teléfono y recuerdo mis ocho años en la vieja casa, cuando tanto ella como yo escuchamos varias veces el sonido de la banderola de la cocina abriéndose para que entrara el Viruta, que se nos había ido en un accidente. Más cercano en el tiempo (hace exactamente un año) se me viene la imagen del viejito León entrando a casa y frenándose en seco el día en que se fue Matilda, aunque de eso habían pasado ya como doce horas y la muerte no había sido en el piso de abajo sino en el dormitorio chico. _ Mi gato hace unos días me vio muy angustiada ante la muerte de alguien que me removió los dolores -me cuenta mi compañera de trabajo- y enseguida vino a acostarse y ronronear sobre mi pecho, cosa que nunca había hecho. _ Cuando mi novio me dejó -dijo una amiga hace años- la gata que no me daba ni corte empezó a perseguirme y me acompañaba a todos lados. No se despegaba de mí ni por nada. _ ¿Podés creer que el gato vino y se puso a apoyarme despacio las patitas en la pierna exactamente en el lugar en que tenía la contractura? -fue un fragmento de otra historia. Unas pocas de las tantas. Cuando murió Matilda lo primero que hice (igual que ahora) fue lavar todos los pisos y airear las habitaciones, para ver si con la brisa empezaban también a disiparse las tristezas. Al día siguiente entré al dormitorio chico y en el sitio donde ella había pasado los últimos días encontré una pequeña flor de color lila. Nadie más había estado en casa. Nunca supe de dónde había salido. Y así, todo.




5. La casa Hace poco más de un año que empecé las negociaciones por la casa de mis viejos en la cooperativa. Es una de las poquitas de un solo piso, la única vacía desde hacía largos años, tras la muerte de un veterano que siempre nos cayó muy bien (y que me hizo hace más de media vida una biblioteca de las que tengo en el piso de arriba). Tras conseguir el teléfono del hijo del carpintero (que me cayó muy bien) empezaron los larguísimos trámites ante la cooperativa. Entrega de la casa, puesta en condiciones, llamado a interesados (con temas médicos que justificaran su opción por la casa sin escalera), resolución de una facultativa y un largo etc. Los meses pasaban, los planes de mi vieja de ya estar en Montevideo al inicio del invierno 2021 fueron quedando en la nada y mientras tanto yo me negaba a iniciar nuevas búsquedas, porque mirar para otro lado era como decirle al universo que ya estaba, que la vivienda no iba a ser para nosotros. _ Mirá que lo de la casa no salió. -me comunicó alguien de la Directiva hace unos meses. -Por un tema de salud más grave se la adjudicamos a otra socia. _Marchamos con la casa. -le dije a mi vez a mi madre- Apenas afloje un poco el ritmo de las clases me pongo en campaña para buscar algo cerca. Pero a la semana hubo cambio de planes: _La socia al final no va a ocupar la casa y usedes son los siguientes en la lista; avisale a tus padres que la semana que viene hay reunión con Directiva. En octubre vinieron, acordamos, pagamos la diferencia, yo compré mi casa y la semana pasada los viejos y sus tres gatos se mudaron. Para mí fue un alivio y una grata sorpresa que las cosas terminaran por inclinarse a nuestro lado. El Cele por momentos entiende y por momentos cree que sigue en la laguna (o vaya una a saber dónde). La única que nunca tuvo dudas de dónde iban a terminar viviendo fue mi vieja. _ Yo sabía que esa casa era para nosotros, porque apenas nos contaste que habías hablado con el hijo del carpintero esa noche soñé con mi padre. Venía contento a saludarme, y me decía: "Te felicito, m´hija: ¡qué casa te conseguiste!". Con la racionalidad (y un poco la suspicacia) propia de quien no suele tener sueños premonitorios, preferí no contar lo del sueño hasta que no terminaran de instalarse ella y el Cele. Mi madre siempre tuvo una conexión especial con el Viejo Barreto: cada vez que sueña con él se despierta rodeada de una inmensa paz que no sabe explicar. Ni falta que hace. Buenas tardes.

viernes, 12 de agosto de 2022

La mujer del vestido antiguo




_ Respiramos con tranquilidad, dejamos que el aire suavemente recorra nuestro cuerpo y sentimos que todo se va aflojando, aflojando… No hay nada que sostener, no hay nada que demostrar. Solo dejamos que el cuerpo se relaje y se vaya deslizando hasta lograr la posición que necesite.

La voz de Sonia me iba guiando; yo solo escuchaba y obedecía (o trataba de hacerlo), aunque no siempre era fácil. Sucedió el año pasado; íbamos por el tercer o cuarto encuentro de biodecodificación y a mi mente le costaba muchísimo callarse un poco. Sonia es más joven que yo, delgada, de pelo largo y ojos profundos. Tiene una voz tranquila pero a la vez poderosa. 

Estábamos enfrentadas, cada una en su silla. Traté de desprenderme de la tensión y para cuando ella dejó de hablar me di cuenta de que había quedado con la espalda encorvada, de cabeza baja, con las piernas paralelas y brazos apoyados en los muslos. La voz que me guiaba volvió a hacerse oír.

_ ¿Cómo te sentís en esa posición? 

_ Más o menos… No me muevo. Parezco derrotada.

_ No, no te movés. ¿Y encontrás algo que te indique por qué estás así? Si tuvieras que pensar en una persona a la que te lleve esta imagen, ¿quién sería? ¿Se te ocurre?

_ Mi bisabuela Teodora. Así era ella. Siempre sentada en una silla, sin moverse. Cuando la llevaban a la cama iba muy despacio, arrastrando los pies y apoyada en el brazo de su hija más chica, que era la tía de mi madre. Tenía casi cien años. 

_ Bien… -Sonia demoró un instante antes de proseguir, y mientras tanto yo traté de repasar lo qué sabía de la vieja. No era mucho: más bien nada. Aunque durante mi infancia vivíamos en casas contiguas no recuerdo haberle hablado más allá del saludo automático a una anciana que no parecía saber mucho de nosotros. Para mí la bisabuela Teodora solo era una viejita inútil que tuvo varios hijos y vivió mucho tiempo, pero hacía muy poco que mi madre me había contado una parte de la historia que yo nunca había escuchado. 

_ Una viejita inútil… -continuó Sonia- Al parecer tenés una conexión muy fuerte con esa persona de tu familia.

_ ¡No!

Desde mi postura encorvada en la silla abrí de golpe los ojos y volví a cerrarlos al instante. No quería salir de la relajación, pero nada más lejos de mí que la bisabuela inmóvil y de pasos cortos, y me negaba de plano a identificarme con ella. Mi conexión fuerte siempre fue con las abuelas, más cercanas y amadas que ese fantasma de pelo blanco y voz casi inaudible, aunque debo reconocer que mi postura repetía exactamente la de la vieja Teodora, como una especie de molde que llevara cuarenta años olvidado en mi cabeza.

_ Hablame de ella. ¿Qué me podés decir?

_ Nada… Lo único que hizo fue casarse y tener hijos.

_ ¿Cómo que lo único? ¿Te parece poco? –la voz de Sonia sonó momentáneamente endurecida. Recordé que ella también es madre y quise enmendarme:

_ Yo qué sé… Es que ya la conocí muy grande; lo poco que sé son historias contadas por otros. Yo con ella nunca hablaba.

_ No importa quién contara las historias: alcanza con que sean ciertas. 

Traté de bucear en mi memoria a ver qué salía, y poco a poco empecé a contar lo que fui encontrando. Siempre se dijo que como era muy viejita ni ella misma conocía la fecha exacta de su nacimiento, que le habían asignado un día de cumpleaños que podía o no coincidir con el suyo. De alguna forma toda la vida yo había aceptado esa versión simplificada hasta que mi madre, con su memoria implacable, me dijo que la mamá de Teodora había muerto joven por una peste de la época que era muy contagiosa. Fue en pleno campo, en mil ochocientos y pico. Teodora y su madre vivían en Cerro Largo; de su padre nadie habló nunca y ni siquiera hay recuerdo de su nombre. Solo se sabe que de pronto a la mujer la atacó una enfermedad embromada: una peste contagiosa que mataba a mucha gente. Cuando quedó claro que no iba a tener cura la gente de la zona decidió hacer lo único que estaba en sus manos: sacaron del rancho a la nena, que tenía unos cinco años, y a la moribunda la dejaron sola, esperando el desenlace inevitable. A los días el olor anunció lo sucedido, y después el ranchito fue quemado con todo y cuerpo para evitar que la peste se desparramara entre los vivos. 

Cuando terminé de contar Sonia se quedó unos instantes pensativa, tal vez impresionada por la historia, hasta que decidió que era tiempo de aplicar una técnica diferente. A mí me gustaba su capacidad de innovaciones: nunca tuvimos dos sesiones iguales y la falta de previsibilidad enriquecía cada encuentro.

_ Vamos a hacer una cosa. Quiero que te tires en la colchoneta y te concentres en eso que me acabás de contar. Que me digas que ves, que visualices una situación y me la cuentes con la mayor cantidad de detalles que te sea posible. 

_ ¿Tiene que ser acá? –pregunté- ¿No podemos salir al patio?

_ Sí. Podemos. 

El patio interior tenía la misma forma y tamaño que la habitación en que teníamos las sesiones. No sé por qué necesité el aire libre, pero fue agradable recostarme en la colchoneta y sentir en la cara  y en las manos lo que quedaba del calor de la tarde. Marzo tenía aún consistencia de verano, faltaba un rato para que se pusiera el sol y las plantas en las macetas a nuestro alrededor parecían contentas ante la inesperada compañía de la humana acostada y su terapeuta sentada a un par de metros. 

_ Bien. Vamos aflojando… Decime dónde estás. ¿Qué ves?

Volví a cerrar los ojos, y visualicé una escena. No la estaba imaginando: la veía. Aún la estoy viendo.

_ Estoy en un rancho. –respondí, tratando de describir el ambiente- Es muy chiquito, una sola habitación con paredes de barro y techo de paja. El piso creo que es de tierra.

_¿Qué hay en el rancho? ¿Y quién sos vos?

_ Hay una cama, dos sillas y unos estantes. Adornitos. Algo de ropa tirada en el piso y encima de un mueble viejo que parece una cómoda. Soy la mujer enferma. Miro todo desde la cama pero no puedo moverme: apenas si levanto la cabeza. Está oscureciendo;  se divisan borrosos los contornos de las cosas. Todavía soy joven, pero estoy sin fuerzas. Tengo miedo. 

_ Tratá de conectar con esa joven, sentir lo que pensaba…

_ Es que hubo un cambio. Ahora no soy ella: soy la niña. 

_Bien. Dejá que las imágenes vengan y te hablen por sí mismas, sin forzarlas. Contame lo que ve la niña. ¿Está asustada?

_ No entiendo mucho. Camino por el costado de la cama y no sé qué hacer. Veo todo desde la altura de mis ojos: ahora el rancho parece mucho más grande, y no termino nunca de darle la vuelta a la cama. Viene una gente y me toma por el brazo. Quieren sacarme de al lado de mi madre. Tengo miedo. 

La escena del rancho se me fue de repente, pero mi cabeza no quedó en blanco. Había pensado que la visualización se cortaría en algún momento, aunque no estaba preparada para lo que vendría. 

_ Ya no estoy en el rancho sino afuera, porque encima de mí está el cielo. Veo las ramas de los árboles; estoy boca arriba, pero no hay sensación de descanso, sino miedo. Mucho miedo. Siento el frío de la tierra a mi costado. Es de tarde. Ya no soy la mujer de la peste sino otra, no sé quién, pero de antes. De otro tiempo Tengo puesto un vestido ligero color claro, un vestido largo, que está roto en varias partes. Estoy tirada boca arriba en un pozo poco profundo. Siento la humedad de la tierra y las raíces de los pastos en mis manos. De pronto empiezan a llover terrones, veo desde abajo los puñados de tierra con los que alguien desde arriba trata de taparme. Quiero gritar pero no tengo voz, porque el hombre que ahora me entierra antes de violarme me cortó la lengua. Muevo la cabeza tratando de esquivar los terrones, pero el peso sobre mi cara y mi cuerpo es cada vez más grande. Todo está oscuro. No veo más.

Sonia se quedó unos minutos en silencio, mientras yo volvía a ver una y otra vez las imágenes desfilar ante mis ojos. Tres mujeres unidas por el dolor, cuatro conmigo, viviendo en tiempos diferentes, y aún así conectadas. ¿Qué diablos iba yo a hacer con toda esta información? Traté de tragar saliva y noté que hacía rato que tenía la lengua pegada al paladar. Una imagen se me vino de repente a la conciencia: toda la vida he tenido una reacción de angustia cuando mi boca está cerca de un cuchillo. Al pasarle la lengua al metal para lamer un resto de dulce de leche, por ejemplo, o al tomar directamente de él un pedazo de queso que acabo de cortar: siempre, siempre tengo un gesto rechazo cuando la imagen de la lengua cortada aparece ante mis ojos. Nunca me lo había podido explicar. Quizás fuera un resabio de otra vida… ¿Cuántas otras cosas de mi día a día vendrán de los avisos y los miedos instalados por otros en lo más profundo de mis células? El terror a ser enterrada viva, por ejemplo, que desde hace largos años me ha llevado a avisarle a todo el mundo que cuando muera solo quiero ser cremada, trámite que por otra parte ya he realizado y pagado desde antes de cumplir los cuarenta. 

_ Vamos a hacer una cosa… -dijo la voz de Sonia de repente, sacándome de mis cavilaciones. Yo seguía recostada en la colchoneta, con los ojos cerrados y el cuerpo relajado. El sol se había puesto hacía rato y el patio comenzaba a acusar los efectos del atardecer. No iba a poder quedarme mucho sin empezar a sentir frío, y la sesión, por otra parte, ya se acercaba a su fin. 

_ Quiero que vuelvas a esa escena y le cambies el final, que visualices que alguien te encuentra y te salva. Después podés o no buscar que el culpable sea castigado. Dejá que las imágenes fluyan sin forzarlas…

Volví a ser la mujer del vestido antiguo y los dolores eternos, me metí de nuevo en la pesadilla de la humedad y las sombras hasta que un movimiento desde la superficie pareció aliviar el peso sobre mi cuerpo: alguien estaba escarbando en la tierra removida. Era un perro. ¿Quién más podía ser? Era un perro blanco y negro, desconocido, que había olfateado mi presencia y aparecía para salvarme cuando me había sabido definitivamente perdida. Con gran dificultad pude poco a poco incorporarme, escupir algo de barro y volver a ingresar aire a mis pulmones, hasta que terminé sentada sobre el pasto. Mi cuerpo era un dolor solo; estaba tan mareada que varias veces pensé que iba a caer de nuevo al pozo, desmayada.

El perro había desaparecido de mi vista; me encontraba en una zona de campo sin casas, entre dos islas de árboles altos, probablemente eucaliptos. Sabía perfectamente quién había sido el culpable, veía su rostro con absoluta claridad, tanto como sabía que nadie me iba a apoyar si lo acusaba. Él era uno de los poderosos de la zona, yo no. Intenté visualizar que le pasara algo, que lo acusaran de lo que me había hecho, pero solo era una imagen forzada y desistí de buscarla. 

_ Sonia, ¿y ahora que hago con todo esto? –pregunté cuando ya había salido de la relajación y estaba de nuevo sentada en la sala, frente a ella. 

_ En principio podés empezar a mirar para adentro más seguido. –respondió- Tratar de conectar con las mujeres de tu pasado, agradecerles los avisos de peligro y decirles que sus mensajes fueron recibidos pero que las circunstancias cambiaron y el miedo ya no es necesario. Que ahora sos fuerte y capaz de defenderte.   

_ ¿Y no puedo hacer nada por ellas, entonces? 

_ ¿Y qué podrías hacer? No tenemos nombres, ni fechas, ni lugares concretos. Todos conectamos con los que han transitado la memoria de nuestros orígenes, pero eso no significa que tengamos que continuar llevando sobre los hombros las cargas que no son nuestras... Lo que sí podés hacer es rescatar la memoria de estas mujeres poniéndolas en palabras. Quizás para eso estás viniendo: para que no mueran del todo.

_ Quizás… No sé si pueda. 

_ No tenés por qué hacerlo ahora. Cuando llegue el momento te vas a dar cuenta y las palabras van a hablar por sí solas. Y si no llegan, no llegan. Dejalas fluir en tu interior: ellas van a encontrarte. ¿Nos vemos la semana que viene, como siempre?

_ Dale, nos vemos.  

_ Te acompaño hasta la puerta.

Muchas gracias. 


martes, 2 de agosto de 2022

Agosto 2022




Historia mínima La buena noticia es que al fin encontré algo que el gato viejo puede oler (y por lo tanto, come). La mala noticia (para mí) es que es suprema de pollo. Chau, chau sueldo, fue un gusto verte. Adiós.




Los miércoles no madrugo, y puedo quedarme un ratito remoloneando con el teléfono, aunque eso signifique una mirada de reproche del parte de gato viejo, acostumbrado a ser alimentado otros días desde casi antes del amanecer. Hoy me puse (por primera vez) a mirar reels en esta red, y me impresionó lo machistas, lo simples y lo vintage que son. Señoras explicando por qué perdonaban infidelidades con tal de tener marido, chistes sobre cómo si él se va seguido al baño es que chatea con la amante, consejos para parecer flaca, para que no se vean las canas, recetas, ideas para arreglar cosas y consejos para cortarse el pelo. Ninguna de las personas que vi tenían pinta de uruguayos, que no digo que seamos looo adelantados, pero ya superamos la etapa australopithecus -o eso elegimos contarnos, por lo menos. La pregunta es: ¿esto va por fuera del algoritmo y es una cuestión latinoamericana en general? Si es así me generan una sensación agridulce: al menos hay una cosa que no controlan controlándome, pero a la vez qué espanto. Y si no va por fuera, entonces voy a quejarme y preguntar dónde están los gatos, las piedras, los volcanes, los hongos y los fósiles de la megafauna. Y a otra cosa mariposa.





Ustedes me ven muy normal pero en los últimos días he pasado por la mano de tres dentistas. Ustedes me ven muy normal pero estuve desde el sábado conviviendo con un enemigo dentro de mi propia boca (el alambrecito suelto de un arreglo que me pinchaba la lengua una palabra sí y la otra también). Ustedes me ven muy normal pero hoy de mañana me puse un algodoncito en la boca para evitar el dolor y al rato me lo comí. Ustedes me ven muy normal pero ni bien salí de la segunda dentista me vine a tomar un café para compensar (si los dientes se me van a estropear, que sea por una buena causa). Ustedes me ven muy normal pero cada vez que me gasto una fortuna en mokas me llevo para casa dos sobrecitos de edulcorante como souvenir. Ustedes me ven muy normal pero acabo de cantar Mariposa Technicolor en pleno Starbucks (bajito, eso sí, creo que a Fito no le habría molestado). Ustedes ¿me ven muy normal? No me contesten. 🙂 Buenos días.





Diálogo de liceo Recreo, sexto de Ingeniería. Yo: _ ¿En qué andan? Ellos: _Abriendo sobres, profe. Valentín se compró un montón. Yo: _ Aaahh… Valentín: _¿Querés abrir uno? Yo: _ ¡Bueno! Y volví a abrir un sobre de figuritas por primera vez desde Zoo Color (año… eh… hace tiempo, en fin). Salieron un montón de desconocidos que le di a Valentín, justo cuando tocaba el timbre para comenzar la hora de clase. (“Lejana infancia, paraíso, cielo. oh seguro, seguro paraíso”…)





Restaurante Rodríguez: alimentamos a los gatos (grises) del barrio desde 2016, en especial a los que aparecen justo a la hora en que tenemos que irnos. 🙄🙄🙄 (El corrector del teléfono insiste en escribir “gastos” en vez de “gatos”… y creo que comienzo a comprenderlo)


Mañana de sábado lluviosa, en el siglo pasado. _ Yo creo que va a abrir, tendríamos que ir yendo... -decía mi madre, optimista a prueba de Santas Rosas. _ No, Inés, mejor no vamos. -respondía mi viejo, mirando el cielo por la ventana.-Vamos a armar el puesto y se nos van a mojar todas las cosas. Además mientras llueva no va a haber ni un alma. _Sí que hay: los verduleros están todos. _ Pero a las verduras no les hace nada que se mojen, y lo que no vendan hoy lo van a vender mañana. Pero nadie compra ropa mojada; vamos a esperar un ratito. Y a los cinco minutos, ella: _ Para el lado de la Curva está más claro. Esto para en dos minutos. Y en general paraba, pero a veces no. Nosotros vivíamos de la feria, que era tres veces por semana, porque el resto del tiempo se dedicaba a hacer la ropa para vender. Si llovía un jueves no pasaba gran cosa, porque era una feria pobre y no se movía mucho, pero los sábados y domingos eran nuestro fuerte, y cuando había meses con fines de semana lluviosos la economía familiar tambaleaba. Cosas que una recuerda cuando abre los ojos, se acuerda de que es sábado y escucha el sonido de la lluvia en la ventana. Primero hay un alivio al estilo de "al fin se descargó esto; vamos a ver si salimos del calor malsano de la previa a la tormenta", y en seguida: "uh... los feriantes". Pero capaz que abre, y hasta las diez de la mañana no es mucho lo que se vende. Yo creo que está aclarando.




Estoy tomando un moka post almuerzo de lo más tranquila cuando oigo a mi izquierda una voz que me suena familiar. Es un hombre de unos 60 años o tal vez más al que he escuchado un montón, pero nunca hasta ahora en persona: ¿se acuerdan de “Besotón”? Fue protagonista de una serie de audios hace dos o tres años: siempre quedaba en ver a una mujer pero algo (según él) se lo impedía, hasta que ella se dio cuenta de que la situación era de lo más risible y compartió los audios. Acabo de ver que en youtube aparece un mashup con el título “Fritonga”. My intelectual lo mío, no me digan nada, pero… es igual!! Es igual!! Capaz que no es, pero acaba de llamar a una señora y el saludo es muuuuy onda Besotón. Hasta luego. Ps: ténganme paciencia, que tengo dentista en un rato y estoy tratando de juntar ánimos. Tres cosas que nunca me salen bien: dentista, oculista y declaración de IRPF. Ufff…




Leo en Mdeo. Portal que un hombre en Italia dio positivo a la viruela del mono, al VIH y covid al mismo tiempo, y la noticia no me impresiona tanto como la imagen que la acompaña: algo como una aguja con un tubito lleno a medias de sangre. Digo "algo como" porque apenas la vi desenfoqué los ojos en defensa propia. No me pasa nada con la sangre, en general, salvo que venga en formato de agujas, tubitos, hospitales. En ese caso tengo que salir rápidamente del tema o me caigo redonda. Todas las (tres o cuatro) veces que me desmayé en la vida fue por la misma causa. ¿A alguien más le pasa? Además de mi padre, digo, porque parece que esto es algo hereditario. Y lo de desenfocar los ojos, ¿es normal? ¿Y lo de escribir de cualquier cosa para olvidar que en un rato vuelvo a ver a uno de los hombres que más me critica, me rezonga y (a veces) me hace sufrir (vulgo dentista), es común? Viernes de asueto, niebla y arrepentimiento, estimados. Debo usar siempre el hilo dental. Debo usar siempre... etc. Mea culpa. Saludos desde la casa pum para arriba. El gato viejo resiste: come, va al baño y duerme. Yo hago lo mismo, pero con wifi. Buenos días.






Termino de barrer un pasillo al costado de mi casa y la gata vecina al instante se pone a revolcarse en el rastro de tierra que he dejado. Igual que los pajaritos, los perros y quién sabe cuántos otros bichos. ¿Por qué los humanos no amamos tirarnos en el piso sucio? Porque con la arena todo bien, pero a la tierra le escapamos. ¿Es algo puramente cultural, o será que a un gato la tierra seca le sirve para algo que a nosotros no? Mediodía feriado, estimados: no esperen más profundidad (porque al menos por acá no-la-van-a-en-con-trar). 🙂 Feliz independencia





Tres gatos blancos en una quinta con perros, un mega recital en Nueva York, un ex que se carga a una rubia de pelo lacio (!!!), una intrusión de mi parte a la casa de una familia desconocida, una charla sobre el cáncer de piel... Todo eso y mucho más en el sueño de la noche de hoy. ¿Cómo diablos hace el inconsciente para darle consistencia narrativa a tanta cosa diferente? Nunca terminaré de sorprenderme.





Uno no puede ser uruguayo y no ponerse nostálgico un 24 de agosto; yo echo de menos muchas cosas. Extraño las horas de apoyo con las que podía ayudar a mis estudiantes. Recuerdo con amor los tiempos en que había un psicólogo en cada liceo y que todos los gurises sordos tenían sus intérpretes de LSU. Los años en que no se decidía una reforma educativa a espaldas de los docentes. El tiempo en que no se perseguía a quien pensara diferente. Cuando se creaban liceos y se abrían grupos. La época en que se podía dialogar; ¿se acuerdan? ¡Qué tiempos! Uno no puede ser uruguayo y no ponerse nostálgico un 24 de agosto, pero a veces para ponernos contentos necesitamos algo más que un Last train to London sonando bajo la bola de espejos. Porque "nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos", y sin embargo por momentos nos sentimos retrotraídos a unas épocas que van mucho más allá de nuestro pasado reciente, y a esas sí que (por más nostálgicos que seamos o que nos digan que somos) no queremos volver. Y con estas reflexiones, me voy cantando bajito*. Vivimos revolcaos en un merengue Y, en el mismo lodo, todos manoseaos... Buenas tardes. *En la voz de Peluffo.






Diálogo de liceo Clase con cuarto año a mitad de la mañana: tenían que buscar la biografía de Gregorio de Laferrère y algo de información sobre "Las de Barranco", que empezamos hoy, y extrañamente todos habían hecho los deberes. _ No vayas a creer que algunos las copiamos hace un rato porque nos faltó la profe de la hora anterior, ¿eh? -dijo alguien. _ Ah, con razón había dos o tres biografías tan cortitas que no llegaban a ocho renglones... _ Pero lo hicimos. _ Sí, está bien. Medio de casualidad, pero lo hicieron. La vida del señor Gregorio se charló entre todos, reflexionamos sobre por qué no importaba si había nacido un martes o un jueves, un marzo o un noviembre, ellos fueron anotando las cosas más importantes en el pizarrón y después hice un sorteo con los ocho textos de la obra que llevé para prestarles. En el grupo son quince; a los que no les di les voy a fotocopiar el primer acto en el colegio, pero el texto entero está colgado en Crea desde la semana pasada para que lo vayan leyendo. Repartimos personajes (sin importar el género de quién iba a leer; eso estuvo bueno) y empezamos a medio leer y medio actuar el primer acto, hasta que tocó el timbre de salida. _ ¿Ya pasaron las dos horas? -dijo uno, y otro contestó: _Ni me di cuenta. Empecé a guardar mis cosas, y un tercero al pasar rumbo al recreo me felicitó: _ Hoy la clase estuvo buena. Salí a mi vez al patio, sin terminar de decidir si "hoy la clase estuvo buena" entraría en la categoría del elogio o de la crítica, pero, en fin, ya era la hora de enfilar hacia los scones de queso de la cantina, así que no daba para mucho cuestionamiento. Y aquí estoy, en mis mini vacaciones de la Independencia, sin clase hasta el lunes y sin la menor nostalgia por los madrugones y las salidas casi de noche de mi casa. Feliz pre feriado, feriado y post feriado.





Un par de papeles sueltos en el frente me llevan a salir con una bolsa y empezar a sacar también las hojas secas y los caracoles. Cosas que una hace en las mañanas de sol y de paro. Empiezo con la palmera devenida casi en bosque: saco cuatro, cinco hojas secas que se desprenden con la mayor facilidad y de repente una que se resiste. No está menos muerta que las otras, pero sigue prendida a la ilusión de la vida y termino por dejarla, por ahora. Con los malvones realizo una labor similar, arrancando las hojas amarillentas o que empiezan a estar apestadas, y en la concentración de la tarea descubro dos cosas, bah: tres. La primera, que tengo que ir cambiando el ángulo de observación, porque hay zonas de hojas marchitas que solo se ven desde cierta perspectiva. La segunda, que hay quienes crecen contra viento y marea (como las que planté allende el murito, en una tierra seca que casi nunca riego) y a veces son las más fuertes y rozagantes. La tercera, que hasta en seis metros cuadrados se puede sembrar una selva, aunque después hay que atenerse a las dificultades de circulación en el terreno. Filosofías agrícolas matinales, estimados. De todo se aprende, si hay tiempo para el hacer y si el sol acompaña a las neuronas. La fauna local acompañó la tarea poniéndole el toque de belleza que la jardinera desaliñada no posee (ni mucho menos).





Yo: desayuno y miro cosas en la notebook desde hace 40’, porque hoy no fui al liceo. Él: hace 40’ que espera que le vuelva a dar del paté hiper caro. Adivinen quién va a ganar esta contienda silenciosa.



Diálogo de liceo Sexto de Ingeniería: los más grandes y maduros del liceo. La practicante está a punto de empezar su clase cuando escucho ruidos en los bancos del fondo. Miro disimuladamente: un par de estudiantes le están pegando con la palma abierta al banco. Me ven mirándolos con cara de asombro y uno de ellos explica: _Es que estamos ensayando la tapadita, profe. _Por el álbum del mundial. No nos acordamos de cómo era. -aclara el otro. La profesora declina hacer comentarios, y se dispone a escuchar la clase.





El amontonamiento nuestro de cada domingo… Hoy creo que por primera vez le encontré algún borde a la feria, porque normalmente camino por horas siguiendo rutas aleatorias y no llego a ningún lado. Confluencia de olores, músicas y acentos, gentes de cualquier edad, perros felices con el paseo, kilómetros de puestos, estatuas, intérpretes: el pulso de la ciudad late en la feria de Tristán Narvaja y nosotros vamos flotando entre sus ondas. Alguien me toca la mano desde atrás: es un niño de ocho años disfrazado de payaso que se da vuelta al pasarme, me sonríe y sigue su camino. Me parece que anda solo: en tres segundos lo engulle la multitud y no vuelvo a cruzarlo. Vine a la feria con solo dos objetivos: comida de sobrecitos para el gato y libros de “Las de Barranco” para mis alumnos de cuarto. Lo del gato lo soluciono en dos minutos; de los libros que busco solo encuentro uno, pero hay otros tres o cuatro que acaban en mi bolsa de compras. Una resistencia por vez: hoy no traje suculentas, pero sí un Mankell, un Pedro Juan, un Matute y un par de amigos. Ah: y un Garoto Meio Amargo, por aquello del chocolate y de las endorfinas. Cuando subí al 100 de la vuelta el chofer venía a toda cumbia. _¿Cuánto cuesta el común?- pregunto, porque me dejé en casa la tarjeta. _ 48. -dice él- Los domingos es más caro. _¿En serio? _No. - responde con gesto simpático, antes de arrancar y poner proa a 18, 8 de Octubre y por fin mi barrio. He vendido en esta feria cuando tenía once o doce años; he pasado temporadas de olvidarla y otras de visitarla con frecuencia, pero siempre vuelvo. Es un vicio (como los libros, las suculentas y los chocolates amargos), y quién se cree una que es para resistirse a los vicios. Buenos días.






Parte veterinario: el gato se ve que pasó una noche excelente (durmiendo en el piso sobre una frazada, al lado de sus amados fósiles), porque hoy amaneció caminando, con hambre y maullando a todo volumen por el paté hiper caro. Todavía no le di (le toca de noche o le va a hacer mal, porque es MUY potente y hay que dosificarlo), pero sí pastillitas, comida de sobre y atún, y comió muchísimo de todo eso. Gracias por los mensajes; ayer estaba de verdad muy triste. Feliz domingo.





El gato viejo hace meses que solo deja sillón para comer o ir al baño. Muy ocasionalmente (dos o tres veces) ha salido un ratito al patio cuando hay sol: la suya es una vida que se sabe cercana al final y que trata de ahorrar hasta la última caloría y el más mínimo movimiento. Desvaría un poco de vez en cuando y le da por lamer fósiles, pero en general me reconoce y ronronea cuando me acerco. Come poco porque huele menos, y siempre tiene hambre pero no reconoce la comida. Hace varias semanas que me deprime verlo; ya me dijo un veterinario que no se va a recuperar, pero espero que el final llegue solo y no con mi decisión. En los últimos seis años se murieron mis tres gatas mimosas; estoy de verdad cansada de sufrir sin esperanzas. Hoy lo vio un veterinario nuevo, un muchacho muy dulce y con grandes ojos verdes que se tomó el tiempo de acercarse de a poco para que el viejo no se asustara (aunque ni hablar de salir corriendo, porque apenas se mueve). Le dio un par de inyectables, y casi de inmediato, mientras él iba a su camioneta a buscar el post para que le pagara la visita, el gato pidió comida y pareció reconocer alguna cosa. Yo fui después a la veterinaria a comprar un paté hiper caro que capaz que lo levanta un poco, y a la vuelta hice mandados y saqué unas fotos del atardecer. Caminé bastante (porque estaba triste) y al volver una hora más tarde hallé al gato en el mismo lugar en que lo había dejado: no podía moverse. Traté de levantarlo pero pegó terrible grito, así que lo volví a poner en el piso. Eso fue hace un par de horas. Desde entonces el gato a veces camina, pero no coordina movimientos. El paté le encantó, la dosis diaria permitida se la acabó en un minuto. De vez en cuando da unos pasos, y hace un rato fue al baño en sus piedritas, pero se queda sentado, como si las patas de atrás no le obedecieran, no sé. Ya le acerqué frazadas, pero prefiere el suelo frío. Ahora se subió a mis fósiles en el piso de abajo de la biblioteca y ahí está, en el sitio más incómodo de la casa, mientras yo a tres metros de él me demoro en la cocina para no dejarlo solo. Quiero que sea mañana (y mañana querré que sea pasado, y así).




De mi abuelo paterno no tengo ninguna foto, de mi abuela solo una y de los maternos debo tener 4 o 5. Tuve un novio en la adolescencia con el que nos sacamos dos fotos en tres años. Ni una con mi mejor amiga del liceo. Una sola con la maestra que tuve en cuarto, quinto y sexto. Eran otros tiempos, en mi familia solo usábamos un par de rollos de 24 para todo el año y no era cuestión de andar repitiendo a las personas. Pero de los bichos sí que tenemos: para ellos siempre había rollo suficiente (de tal palo... etc.). Saludos desde la mañana del sábado, mientras espero que venga el veterinario a ver al viejito. En eso estamos.





El señor de las tortas fritas es el más amado de los comerciantes del barrio del liceo. Hoy en el recreo vi a los de quinto Científico entrar con dos tortas fritas cada uno: _¿Son ricas o son baratas?- lea pregunté. _ Las dos cosas, profe.-dijo uno, y otro aclaró: _ Es que hoy están de oferta a $10; no nos podemos resistir. Cada uno con sus vicios, pensé, mientras cruzaba a por el segundo café de la mañana para degustar con el bombón de chocolate que acababan de regalarme los de Humanístico. Sacrificada la vida del docente. Ni me digan.





 Una sale de dos horas de transitar por caminos oscuros, de enfrentar el discurso propio y ajeno del dolor de la muerte, del suicidio, de la rabia y la impotencia, y una cuadra después la cercanía de la primavera le pone como un calorcito a la tarde (otra vez helada) del invierno.
Falta poco. 
Y acá vamos.





Diálogos conmigo misma:
_ Voy saliendo tarde…
_¿Te dormiste?
_No, pero volvió la gatita adoptiva de la esquina y tuve que volver, abrir las dos cerraduras, sacarle comida al gato, cuidar que la ardillita de al lado la deje comer…
_ Ah… ¿Y daba para ir sacándole fotos al amanecer, entonces?
_ Estaba lindo… 
Dos cuadras más adelante:
_Uy… ¡No traje ni plata ni tarjetas!
_ …
- Ah, no, las tengo en el bolsillo de la mochila. 
_ …
No es fácil vivir acá adentro, estimados. 
Buenos días. 
Feliz martes.
(Igual voy a llegar temprano)





Diálogos de liceo
Primer grupo. Quinto Artístico
Entran del primer recreo y un muchacho en el fondo charla un buen rato bajito con la de al lado. 
_ Fulano, ¿estás contándole algo de la Divina Comedia?- pregunto, con esa tendencia a ironizar por lo fácil que me caracteriza. Pero él no estaba para dobles discursos: 
_ No, profe. Le estaba contando que ayer vi a Lali. ¡Vi a Lali!!! Seis horas de cola, hice, pero la tenía a metro y medio. ¡Vi a Lali, profeeee!
Y ta, le pedí que nos contara cómo había sido todo, porque una contra Lali no puede. Y Dante tampoco.
Segundo grupo. Quinto Científico. 
_ Profe, ¿cuándo hay otro café literario?
_ Eh.. No sé, todavía no lo pensé. 
_ ¿Mañana?
_ No; hay que armarlo bien. 
_ ¡Dale! ¿Qué te cuesta?
_ Mañana no. ¿Por qué tanto apuro?
_ Es que quiero que hagas algo casero así tengo algo rico para el desayuno. 
_ Eh... No te lo recomiendo. 
_ Bueno. Igual traé algo comprado. Pero hacelo. 
_ Sí. Pero otro día. 
_ No te olvides. 
_ No.
Tercer grupo. Sexto Ingeniería.
_ Hola, profe. 
_ ¡Fulano! Hace dos meses que no te veía. 
_ Sí. Pero volví. ¿Puedo hacer la prueba mañana? 
_ Eh... Bueno. 
Cuarto grupo. Quinto Científico. 
_ ¿Eso del pizarrón es de ustedes? -pregunto, ante un cartel de "Feliz cumple, profe".
_ Sí, es del viernes. Se ve que nadie lo borró. 
_ Ah, lo voy a borra... ¡Aaaahg!
_ ¿Qué te pasa?
_ Me duele lo que le escribieron al costado. 
_ Es que los de la tarde le agregaron cosas. ¿Vos decís por lo de "obesa"?
_ No: lo de "ermitanea".
_ Ah... ¡Pero no fuimos nosotros! Nosotros lo hubiéramos escrito bien. 
_ ...





Domingo, atardecer de casi primavera, Día del Niño.
Dos nenas y dos varones de entre cinco y seis años; ellos de bermudas y remera, ellas de vestido, con moñitas rosadas en el pelo. Cuatro niños de entre cinco y seis años, sentados solos y silenciosos a la mesa de un bar, sin hablar, sin jugar y sin mirarse, pendiente cada uno de la pantalla de su celular. 
El futuro llegó hace rato... 
Y no pinta bien.




El gato viejo terminó de comer y en vez de dirigirse a su sillón rumbeó medio tambaleante hacia una biblioteca. 
_ ¿Qué estás haciendo ahí, viejito? -pregunté mientras me acercaba. Estaba revolviendo unos adornos, pensé que pretendía ir al baño entre mis libros (!!!!) pero no: solo sacó un fósil de la repisa más baja, lo hizo caer al suelo (!!!) y se puso a lamerlo. Lo mismo hizo con un par más. 
¿Será que en los huesos de hace diez mil años queda aún algún nutriente que el viejo olfatea y necesita? ¿O se me enloqueció? Está muy mimoso, pobre, a veces pienso que busca esconderse por aquello de que los gatos prefieren morir a solas, pero cuando le abrí la puerta del fondo se rehusó a salir, y terminó instalándose (con mucho trabajo, y gracias a que le puse un escaloncito) en su sillón. Ahí está, lavándose, con pinta de aquí no ha pasado nada. 
Pero no sé. 
¿Alguien más ha visto un gato lamer fósiles? Ya sé que en general las casas no tienen huesos de la megafauna, pero por las dudas... Raro.





Estimados, si alguno de ustedes está suscrito al pasquín de la Plaza Cagancha tengo tres cositas para decirles: 
1. No está bueno apoyar a quien nos desinforma a diario, adalid del blindaje mediático de ya sabemos quién.
2. Hoy salió un artículo sobre los glaciares de Cerro Largo; ¿me lo pasan? Gracias. 
3. No me juzguen.




Una puede despertarse 35 minutos después de lo previsto, puede saltearse el desayuno, vaciar un sobrecito fucsia en el plato del gato y salir a las corridas. Lo que una no puede es dejar de sacar fotos cuando el cielo le ofrece un amanecer con colores de incendio sobre el horizonte. 
Una se toma el Copsa de los días apurados y piensa que este va a ser un jueves espectacular, mientras avanza sentada y cómoda hacia las clases y las reuniones de profesores, tratando de evitar la imagen del gato que cada vez está peor y ahora a veces se queda enganchado con las uñas cuando intenta subir al sillón en donde duerme. Una en medio del apuro de esta mañana igual le puso en el suelo un tatami a manera de improvisado escaloncito; vamos a ver si le sirve. Ayer una hizo el intento de hacerle la cama sobre sus almohadones en el piso pero no funcionó, porque el gato es un bicho de costumbres. 
Una mira por la ventanilla, trata de no pensar mucho y avanza hacia la claridad de la mañana.




Un grupo me quedó desfasado (por paro, porque ellos pidieron cambiar la fecha, etc) y recién hicieron la primera prueba, gracias a la cual acá estoy, en pleno agosto, enterándome de algunas cosas. 
* La Biblia es un rejunte de textos
* Otras de las religiones que se encuentran en la Biblia son el islam y el harekrishnas
* Si un salmo no tiene autor se llama "salmoherfano"
* El Nuevo Testamento habla de la muerte de Jesús y su llegada (después de la muerte de Cristo)
* Edipo dice algo con forma sutil, es decir, con un eufemismo: "hay que vengar la muerte con la muerte"






En el banco de la parada hay un señor y tres adolescentes sentadas, más una nena de pie. Un perro barbilla está acostado contra las piernas del hombre, que apenas me ve me dirige la palabra: _Él también espera el ómnibus… _Ya veo- respondo de pasada, pero él no demora un segundo en volver a hablar, como si charlar con desconocidos mientras se espera el ómnibus a las tres de la tarde del domingo fuera lo más normal del mundo. _¿Usté como dice que se llama él? _Eh… Benji. Todos ríen. _No. Con “t”. _Tranco. _No. Ti… _Tiago- digo, cansada de la adivinanza pero sin querer ser antipática. _No. La más chica me susurra que el perro se llama Tito; se lo digo y el hombre parece contento, aunque sigue con ganas de conversar. _Ellas son mis hijas; me vinieron a visitar, porque yo estoy viviendo en la calle. El Tito está conmigo, no sé va a subir al 328. ¿Usté sabe a qué hora pasa el 328? _No, ni idea… _Usté tiene pinta de ser del cante, ¿sabe?- dice de pronto, y las cuatro hijas lo rezongan: “no, papá, ¿cómo le va a decir eso a la señora?” La señora (yo) lejos de ofenderse piensa que capaz que sí tiene pinta de vivir “en un cante”, y eso que no se puso los guantes con los dedos cortados que ya le dijeron que dan un poco homeless neoyorquino, pero en seguida reacciono y me doy cuenta. Yo le seguí la charla sin fijarme en su aspecto desharrapado o en el dejo de vino que arrastran sus palabras, le sonreí a las nenas y adiviné el nombre del Tito, así que debo ser del cante. En eso justo pasó el 405 y me fui de la parada. El domingo se está haciendo cada vez más gris; ya es tiempo de volver a mi casa. Viene frío el invierno. Frío y complicado. Buenas tardes.




La cafetería está semi desierta el domingo a mediodía: algunas personas solas y unos cuantos binomios de un padre o una madre con un niño. Esta no es hora de los amigos ni de las grandes familias. En la mesa de enfrente una mujer de cuarenta y pico que no sabe cómo estar a solas un domingo a mediodía. Es novata en esto, y se le nota: mira a todos lados con gesto de autosuficiencia y hace una tras otra varias llamadas por teléfono, todas breves. El café no lo toca desde que yo llegué con mi cuponcito lleno de sellos a reclamar un moka gratis. Iba a ir a Tristán pero vino primero el 405 y hacía frío en la parada. Así somos los que vivimos sin familia los domingos: capaces de mudar de decisión en un instante y de reconocer a un recién llegado a nuestras tierras en menos que se enfría un café. Testigos del movimiento de los encuentros habituales más allá de los ventanales. Algunos en paz, otros desconformes. Haciendo proyectos o esperando que pase el tiempo: basta mirarnos para darse cuenta si estamos de este o del otro lado del domingo, como siempre. A veces pienso que debo ser un bicho raro (aunque me consta que de vez en cuando todos lo pensamos), porque me gustan los domingos, el campo al atardecer, las noches sin luna, el viento que me despeina y hasta los días nublados. Y el silencio. El tiempo libre. Saberme sociable pero no siempre. Solo a veces. Mientras tanto la señora cuarentona hizo un par de llamadas más y terminó por retirarse. Mi café se acabó hace diez minutos; es tiempo de ir a por un almuerzo saludarle o un vicio lleno de sellitos negros: lo que pinte primero.





 

Sueño: 
Yo iba al trabajo en un tren moderno, de estilo europeo. Dos por tres me pasaba que a la altura de Larrañaga (es decir, a media hora de mi casa) mi gata Matilda entraba por la ventana y se me subía a la falda. Me extrañaba, pobre, y lo peor es que yo tenía que sacarla por la ventanilla y confiar que supiera volver a casa, porque ese tren no dejaba viajar gatos. El problema es que en determinado momento mi trabajo cambiaba de destino y pasaba a ser Noruega, adonde iba cada día en un viaje de tres horas (Geografía: cero) haciendo trasbordo en un país europeo de cuyo nombre no me acuerdo pero como si fuera Croacia (es decir, no era uno de los más visitados). 
Nota al pie: el diccionario me marca con rojo "trasbordo" pero la RAE me da permiso, así que seguimos.
En realidad no seguimos: el sueño terminaba con que yo estaba haciendo fila en la aduana del primer país, con Matilda escondida en la mochila y sabiendo que fuera en ese o en el de destino un scanner me iba a sonar, porque no se puede pasar gatos de contrabando (y menos muertos hace un año, aunque se ve que en el sueño eso no sucedía).
_ Señor Freuuuuud, se solicita su presencia en Arbolito...
Ps: la foto es de 2020 (y aún la extraño).





¿Habrá alguna novela policial escrita por un hombre en que el protagonista no resulte deseado por cuanta mujer atractiva se le cruce en el camino? Me pregunto. De Chandler a Rolón, pasando por todos los que me acuerdo, diossss... Me gustan las policiales y me gustan los hombres, pero esta incapacidad de pintar a un detective que algún día conozca a una mujer a la que no le mueva un pelo me tiene harta (y eso que acabo de nombrar a mi amado Chandler).
Catarsis de sábado, estimados.
Esto con Agatha Christie no me pasaba.




A veces es de noche y tengo que corregir escritos. 
A veces me meto a cantar viendo un video y luego viene otro, y no termino. 
A veces no importa que la voz no me dé y los agudos no salgan. 
A veces mis vecinos son oyentes involuntarios de un concierto que pasa de Buitres a No doubt y de Loop Lascano a Café Tacuba. 
A veces me desdoblo y mi yo responsable le dice a la cantante: 
_ Baby, you´re gonna miss that plane.
_ I know... -respondo, esgrimiendo un frasco rosado de crema de manos a manera de micrófono.
Y me río, porque algún día hemos de morir y mientras tanto habrá que seguir cantando. 
Ya corregiré por la mañana. 
Quizás.
Si rezo solo Dios se aburre igual
Pero así, creo, me escucha mejor... 🎵






Para salir de mi casa rumbo al Intercambiador tengo dos opciones: doy la vuelta por Camino Maldonado o corto Camino hacia Belloni atravesando un pasaje de pedregullo que casi no tiene casas, porque de un lado está el depósito de hierros viejos y del otro los muros de la Iglesia Santa Gema. El trayecto no es muy largo, media cuadra, pero en el barrio lo sabemos un tanto heavy (territorio ideal para que pase una moto y te quedes sin algo) y muchos preferimos históricamente evitarlo. Cuando iba al IPA y salía a las siete y cuarto el Cele me acompañaba a cruzarlo todas las mañanas. Después dejé de tomarlo hasta este año, que trabajo en un colegio para ese lado y la pereza me está haciendo elegirlo, con tal de ahorrar algunas cuadras. Todo para decir que desde hace cuatro días me le animo al pasaje a cualquier hora, incluyendo el comienzo o el final de la noche, porque en el depósito de hierros viejos apareció una gatita con pinta de perdida y no es cuestión de dejarla con hambre. Saludos desde el reino de la lógica y la prudencia. Es gris oscura, de ojos verdes, mimosa y acariciable. Y en eso estamos.




Hace mucho que no he reincidido en la queja contra los cantores de bus, pero algunos parece que la reclaman a los gritos… Y con parlantes, pobres oídos míos. Imaginen una versión en castellano de “unbreak my heart” (“regresa a mí”) a un volumen de estadio, en desvaída función de 121 para 7 pasajeros de los cuales sólo dos aplaudimos (un poquito). No es que ella cante mal: es que el volumen de la voz y la música aturden, y una que ya aclaró que es medió reacia a escuchar algunas cosas (especialmente los agudos)… Por suerte el show es breve y en pocas paradas volvemos al traqueteo del Cutcsa que avanza sin mucho apuro bajo el cielo húmedo y gris de la tarde de agosto. Viva el silencio chirriante y conocido. Buenas tardes.




Detesto enviar audios. Recibirlos me molesta un poco menos, pero siempre prefiero o la llamada a la vieja usanza o el discreto mensaje de texto. El único audio que envié fue un "Presente" para la Marcha del Silencio de 2021. No tengo problemas con la voz (hablo muchísimo en mi trabajo), ni tampoco con los sonidos en general: soy capaz de dormir -y lo he hecho- con una fiesta electrónica sonando a todo volumen a diez metros de mi cama, pero hay algunos que tengo que evitar. Una masticación con chicle me saca de quicio; soy capaz de recorrer todo el bondi para bajar por la puerta delantera y evitar el timbrazo desde el fondo y no tengo idea de cómo suena mi teléfono, porque siempre está en silencio*. Los videos de ASMR me resultan tan insoportables como la gente que grita o las voces afectadas. ¿Misofonía o intolerancia? Yo qué sé. Capaz que las dos cosas. O quizás es que hace años me hice amiga del silencio y nos llevamos muy bien. Vaya a saber. Buenas noches. *Sonidos que igual me gustan: -las olas de Valizas -el ronroneo de un gato -el viento -una estufa a leña -los cantos de las mezquitas en Turquía -el ruidito de las cebollas en el aceite caliente -la lluvia (a veces) -la música que elijo -las máquinas de coser -las ranas -la efervescencia -los cuencos -algunas voces




Salgo de casa envuelta en los últimos jirones de la noche y el gato me observa en silencio desde su sillón favorito.
_ Ella y yo somos opuestos. -debe pensar él- Yo me borro de la casa cuando amanece en tiempos de calor y la señora prefiere irse a callejear con el frío.
Salgo a enfrentar el martes de agosto sabiendo que elegí la especie equivocada. El gato cierra los ojos y se dispone a iniciar la nueva siesta.
Buenos días.





La noticia de dos viejitos que escaparon de un geriátrico es lo más triste que he leído en mucho tiempo (de verdad), pienso desde el 100 donde un señor muy pobre está tratando de vender pulseritas de plástico cuando sube una veterana ataviada como jovencita, micrófono en mano y altavoz a la espalda, evidentemente muy dispuesta a cantar algo para todo el pasaje capitalino.
El de las pulseritas le avisa que el ómnibus está ocupado; ella hace un gesto de molestia porque el chofer no le avisó que ya había un vendedor en el 100, se instala en la puerta para bajar y se rehúsa a escuchar al otro, que le dice un par de veces: “igual yo me bajo y seguís vos, mirá que no tengo problema…” Qué cosa dura esto de la realidad, che. Tan propicia a recibirnos con una piedra en cada mano, especialmente si es lunes y es agosto y una vuelve a su casa cansada, hambrienta, medio sensible y con ganas a veces de abrir una puerta y echar a caminar, a ver qué pasa. Ya se me va a pasar.





Hace un rato venía en el ómnibus medio triste por dos viejitos que intentaron escapar de un geriátrico pero los atraparon en la misma tarde. Temas sensibles en esta familia, estimados, imposible que yo lea esa noticia sin pensar en mi viejo, en un par de tíos, en mi futuro (?). Bajé del 100 y ni bien me dispuse a cruzar Camino Maldonado me pasaron tres cosas chiquitas pero lindas: vi esta imagen risueña en el teléfono, le pasé por el costado a un cartel de algo que solo repetía obsesivamente un nombre que no mencionaré aquí (digo, haciéndome la misteriosa), y al levantar la vista me encontré con el rostro risueño de una estudiante del IAVA a la que le había dado clase hacía unas horas. _ ¡Hola, Fulana! No me digas que somos vecinas... _ Jaja! No, profe, vengo al CLE a estudiar Francés. _ ¡Excelente! ¿Y tenés posibilidades de ir a Francia? -pregunté, por aquello de que en los Centros de Lengua los mejores estudiantes de cada generación reciben como premio un viaje a país cuyo idioma estudiaron (Francia, Italia, Alemania, no sé si Brasil o Portugal). Ella dijo que sí, que puede estar entre los finalistas. Y me alegró el día. Fácil para los cambios de ánimo, áura que dice...