Vistas de página en total

miércoles, 6 de julio de 2022

Julio 2022



_ ¿Qué hacés, guachita, cómo andás? -saluda la mujer que camina delante de mí en la feria llevando de la mano a su hija.

_ Muy bien, preciosa, y vos? -le responde una señora canosa y flaca con pinta de octogenaria.

En la feria del barrio la mitad de la gente parece conocerse. Yo también me encuentro a una vecina de la cuadra y nos pasamos un rato conversando, contándole de mis viejos y deseando ella (que ya está jubilada) y yo (que todavía no, pero en fin) que la ciencia avance lo bastante rápido para que nuestra vejez pueda transcurrir con dignidad y con algunas neuronas medianamente activas.

- ¡Todo barato, joven, qué le vendo, qué le vendooo?

Sigue el pulso de la feria, ruidosa, amontonada y llena de cachivaches, igual que cuando yo vendía ropa de niños con mi vieja en la esquina de Smidel y Manuel Calleros.

_ ¡Cuatro cancanes por cien pesos!

_ ¡Pregunte que no molesta!

_¡Acá sabemos todos los números de la suerte! ¡El 17 de Susana, el 45 de Moria, el 32 de Rial...!

Compro capuchinos y un par de quesos. Cada pocos metros controlo que el celular no se haya ido de mi bolsillo. Recorro varias cuadras con el radar enfocado en dos conceptos: café descafeinado y sobrecitos de comida para gatos, pero no, se ve que eso no rinde en este barrio. Hay ventas de juguetes usados, de ropa interior, de bijouterie, de remedios (!!!). Paso por varios puestos de libros: el 90 % son novelas de Sydney Sheldon y Danielle Steel, otros venden libros de texto, incluyendo un viejo ejemplar de "Ciencias Geográficas" que ya era arcaico cuando yo iba a la escuela. Compro "La soledad de los números primos", que ya leí pero no tengo. Le doy una mirada a los perros que duermen al sol en las veredas, a los veteranos compartiendo botellas de cerveza como si nunca hubiera habido covid, a los puestos de pastas rellenas sin refrigeración desde las ocho de la mañana. Evito detenerme ante los bagayeros repletos de Garotos y cocadas. Vuelvo a casa con la bolsa liviana y la cabeza llena de imágenes: por esta feria no ha pasado el tiempo. Por mí, por mi vecina, por los feriantes que eran mis compañeros y de los que no queda ninguno vendiendo sí, el tiempo pasó y pasa, inexorable, pero para la feria, los perros y los libros de Ciencias Geográficas de 1950 parece que no. Son como una burbuja donde el final del siglo XX se deja visitar los sábados, siempre y cuando una salga con alguna cosa, porque no es cuestión de andar por la feria del barrio turisteando.

_ ¡Todo barato, vecina, pregunte que se terminaaaa!

Y en eso estamos. 





Hace años que no tengo tercero, y por lo tanto había abandonado una propuesta que con los más chicos me funcionaba, pero este año la refloté en el único grupo de cuarto en que trabajo. Se trata de crear juegos de mesa tomando como base los textos que hemos ido viendo en la primera mitad del año; la única premisa es que para ganar haya que demostrar conocimiento de los temas de la materia y que ellos vengan a clase con todos los implementos, así cada juego se puede probar  y se ve si en la práctica funciona.

En el grupo de hoy uno o dos de los trabajos claramente fueron elaborados a las corridas, pero la mayoría revelaron dedicación, tiempo y esfuerzo. Hubo un tablero de madera, otro de cartón plegable, fichas sacadas de algún juego de ajedrez de los padres y un dado luminoso al que de inmediato bautizaron "dado tincho". Comenzaron por presentar y explicar cada juego, tras lo cual vino la parte lúdica. Algunos de los partidos despertaron tal nivel de fanatismo que hubo que controlar a la hinchada, que elaboró banderas de apoyo a los jugadores y hasta tenía una montaña de papelitos picados para festejar el triunfo (papeles que requisé y fueron a parar a la basura porque mucho jueguito, mucho jueguito, pero el salón al profe siguiente siempre hay que dejárselo en condiciones). 

Cuando ya habíamos ordenado todo y estaba por tocar el timbre les dije notas: varios reclamaron que le subiera un punto al trabajo de algún compañero, explicándome el tiempo que les había llevado realizar el juego (pese a que yo había puesto calificaciones de 8 para arriba). Después cuatro o cinco vinieron en el recreo a contarme lo felices que estaban de que Luis Suárez estuviera en Nacional y cómo el tema había sido trending topic en el fin de semana, con millones de menciones en twitter.

Y digo yo: ¿de qué clase de Literatura se van a acordar estos gurises cuando sean adultos y hayan dejado muy atrás a Bécquer y a Lazarillo de Tormes? ¿Cuánto tuvieron que estudiar y repasar para elaborar 20 o 30 preguntas de los temas que hemos visto desde marzo hasta ahora? ¿Y qué mejor oportunidad que esta para evaluar la solidaridad entre pares y el acercamiento cordial entre estudiante y docente? 

Yo aprendo mucho de estas clases. 

Y así estamos.





Jueves de tarde. El gato viejo duerme desde la mañana y decido enfrentar el frío para hacer un par de trámites y algunos mandados. De camino paro en una cafetería que me seduce con finalidad de vicio y mientras tomo el calórico, caro y nunca bien ponderado moka se me da por revisar las notas del teléfono, a ver si borro alguna cosa (porque desde hace dos años y medio edito siempre la misma página y la cosa a veces se vuelve medio entreverada). Leo largas listas de compras, recomendaciones de libros, series y lugares, apuntes de conferencias, crónicas inconclusas y un montón de datos y frases que no logro interpretar. Entre ellos, una lista de lugares y animales que me dejan un tanto desconcertada: ¿qué tienen que ver Neptunia y una hormiga? Se aceptan sugerencias.

Saludos desde la tarde que amagó con tener sol pero se arrepintió al instante. 

Ya vendrán tiempos mejores; incluso (quizás, si todo sale bien) es posible que algún día podamos lavar la ropa. 

Buenas tardes.




Miércoles, 4 de la tarde. Suena el teléfono fijo. Lo miro de reojo desde la mesa de la cocina: no tengo ganas de atender porque suelen ser promociones de Secom o propuestas para cambiar alguna cosa largando algunos pesos. Como escuché en la radio: "cuando suena el fijo solo puede ser mamá, promoción o secuestro express". 

Pero el teléfono sigue sonando, y termino por levantarme.

_ Hola. 

Silencio. Voz de viejita:

_ ¿Quién habla?

_ ¿Con quién quiere hablar?

Silencio. Al rato, una risita:

_ No debe ser ahí, en esa casa son todos hombres. 

_ Ah, entonces no. 

_ Ta luego. 

_ Ta luego. -respondo, aunque a la viejita de la risa pícara no la voy a ver luego ni nunca. 

Dos minutos más tarde vuelve a sonar. Ocho o diez veces. Corta. No vuelve a intentarlo.

Y esa ha sido la mayor interacción con el teléfono fijo que he tenido (más o menos) en lo que va del siglo.





7.25 de la mañana. Una compañera y yo estamos saliendo de la sala de profesores del IAVA cuando ella ve un movimiento debajo de las mesas de las computadoras: 

_ ¡Mirá, hay un pajarito! 

_ Ah, pobre, se debe haber quedado encerrado desde ayer... -comenté, al tiempo que abría una de las puertas para dejarle el camino libre, hasta que la profe dijo:

_ Uy, tiene una pelusa enganchada. No va a poder volar. 

Era cierto. El bichito era un pichón ya un poco crecido y arrastraba tras de sí una pelusa de pelos y mugres varias de unos diez cm. de largo. 

Comenzamos la cacería. El pichón no iba a poder volar con ese colgajo, así que cerramos la puerta y le cortamos el paso hasta que la otra profe logró atraparlo y yo salí en busca de unas tijeras. Por suerte afuera había unas chicas del Artístico del año pasado que en seguida nos facilitaron una. Traté de cortar la pelusa con la mayor delicadeza pero no era fácil, porque estaba muy enredada en sus deditos y la miopía y todo eso. Al fin lo logramos, pero el pichón no volaba. 

_ ¿Qué hacemos?

_ ¿Y si lo dejamos encima de esa planta?

_ Dale.

_ Uy... ¡No me suelta la mano!

_ Pobre, está asustado. A ver si entre las dos... Ahí. Bien. Ojalá que sobreviva. 

_ Ojalá.

Dejamos al pichón entre las hojas de una plantita, protegido de la lluvia, y nos fuimos cada una a su grupo, mientras yo me concentraba en la buena acción de la mañana e intentaba olvidar la imagen que había visto hacía diez minutos de una persona durmiendo bajo la cornisa de un edificio, frente al liceo, sobre el suelo mojado del invierno. La otra profe y yo realizamos una pequeña y buena acción individual pero lo otro sigue estando, implica un problema estructural y demanda por lo tanto soluciones estructurales. 

Todo para decir que me siento impotente (y triste). Tan gris como el martes. Como si me hubiera quedado encerrada en un mundo que no es el mío y por alguna razón no pudiera volar, por ahora. Por ahora. 

Espero que por lo menos el pajarito se salvara. El de la foto no es él sino uno parecido. Si alguien sabe de su paradero se agradecen informes: es un bicho gris, plumoso, un poco tímido y bastante silencioso. Mullidito. Lindo.




Hace como tres meses (sin exagerar) que el gato viejo solo duerme en el sillón, come y hace sus necesidades en la bandeja sanitaria. Hoy lo saqué un rato a la ventana, por aquello del sol y la vitamina D (que no sé si aplica a los gatos) y de repente ya no estaba... Salgo al frente a ver si no lo sacude algún perro del barrio (porque el viejo está flaco y debilucho) y lo veo yendo al baño en el jardín de una vecina que no soporta a los gatos!!!! Por suerte terminó y vino corriendo a meterse en el living y zambullirse en su sillón, porque la vecina no tiene buen carácter y yo ya me veía metida en un lío barrial de esos que una no busca pero a veces encuentra. 

El gato viejo ha sobrevivido mucho más de lo previsible dado su edad y sus múltiples heridas de bicho entero y callejero; mi relación con la vecina es cordial y vamos a ver si sobrevive. 

Historias mínimas, estimados. Acabo de escuchar en la radio que el martes es el día de Aries y voy a ver si en lo que queda del día justifico mi condición de ariana o si empiezo a descreer de la astrología radial (lo que me quede más fácil, como siempre).

Buenas tardes.






Reciclando historias… (2015)

_ ¿Va a llevar algo más?
El feriante joven me miraba, bolsa de nylon abierta y lapicera preparada para seguir sumando ítems en la cuenta.
_ Sí. Mandarinas. ¿Esas que tenés ahí son Elendale?
_ No, joven.- terció un veterano, el dueño del puesto, de mejillas coloradas y unos ojazos azules que gritaban a las claras su ascendencia italiana.- Esas son tangerinas-tangerinas. Pruebe una.
_ No, igual te creo...
_ Pruebe, pruebe.
Y probé. Dulces, suaves deliciosas.
_ Y ahora pruebe aquellas, las de adelante. 
_ ¿Qué son?
_ Pruebe.
Y probé otra vez, y me fui de golpe a los ocho años, al sabor de verdad, al olor, a la cáscara que se pega en la fruta, al tangerino del patio de mis abuelos al que con mis primas asaltábamos a diario y que era el refugio cantado en todas las escondidas.
_ No puedo creer…
_¿Vio? Se llaman Montenegrinas. Es que las de Salto son tangerinas de verdad.
Y siguió explicando cosas sobre las variedades de frutas y el proceso de transporte y almacenamiento de los cítricos, mientras yo pensaba que cuando uno ama lo que hace no hay profesión anodina.
_ Adiós, querida, que te vaya bien, cuidate.- me despidió, ya con la confianza de saber que me había convertido en su fan número uno y clienta de cada fin de semana a partir de ahora. 
Y me fui.





En una época caminaba por la rambla y cuando veía a una persona sentada sola y mirando la playa pensaba “pobres, los solitarios de domingo, salen a ver pasar la gente igual que las familias del interior sacan el auto al borde de la ruta para contemplar el tráfico del final del fin de semana”. 
Ahora, a veces, cuando no voy a caminar por la playa y el tiempo no está demasiado neblinoso, me siento en una cafetería a ver pasar la gente y a imaginarles historias. 
A mi lado hay una pareja con cuatro niños varones de entre cuatro y nueve años. En cierto momento uno de ellos dice que cuando se vayan va a extrañar al Uruguay y dos de los otros le hacen coro:
_ ¡Yo también voy a extrañar a Uruguay!
El que no dice nada es el mayor, que mira para abajo pensativo y se pone a ordenar los autitos rojos de plástico que los hermanos han desparramado sobre la mesa.
En la puerta de la tienda de enfrente hay un par de hombres cargados de bolsas esperando a que salgan sus parejas. Miran el celular, no saben cómo pararse, hasta que ellas asoman y deciden que ya es hora de avanzar y continuar mirando otros comercios.
Detrás de mí alguien le da una indicación a una chica que parece ser su novia: 
_Vamos a ver si más allá hay lugar. -y lo dice con tal tono de cheto que reprimo las ganas de imitarlo y repetir sus palabras en voz alta, porque debo decirles que no soy buena persona y cuando escucho una voz afectada enseguida me vienen terribles ganas de parodiarla en voz alta.
Dos adolescentes con pinta de primero de liceo recorren el local hasta que encuentran las sillas vacías que necesitan para llevar a una mesa abandonada, en un costado. 
La música funcional se mezcla con los gritos de los niños que van a extrañar a Uruguay, con las voces de los empleados llamando a los clientes para darles sus cafés ya preparados y con el ruido de los autos en la avenida, a pocos metros. 
Empiezo a planear una novela cuya acción sólo transcurra en una tarde gris y cuyos personajes todo el tiempo entren y salgan del mismo shopping. La narradora podría ser una profesora de Literatura que solía ir a caminar a la rambla cuando había sol y el tiempo no parecía estar demasiado neblinoso. Alguien que de repente se encuentra un domingo de tarde sentada en una cafetería viendo pasar la gente e inventándole historias. Algo así.





Tuve un sueño en el cual despertaba en un lugar extraño y recordaba el sueño de esa noche, en el que yo revivía un viaje en ómnibus con mis amigas que en verdad nunca existió. 

Ahora no sé si estoy adentro o afuera y no estoy segura de dónde prefiero estar, porque en el sueño del sueño volaba, y volar es algo que vengo intentando desde que tengo memoria (o quizás desde la última vez en que creí despertar). 

Buenos días.




Ella tiene unos 4 o 5 años, viene abrigada con una camperita fucsia y peinada con un coqueto moñete en lo alto de la cabeza. Los padres tienen veinte y pocos años, parecen alegres y juegan todo tiempo con la niña. Ella canta, ríe, pide que le hagan cosquillas y cada pocos segundos grita de alegría con toda la fuerza de sus pequeños pulmones. 

Qué lindo es escuchar reír a un niño, pienso, qué importante para todos recordar que la vida no es solo bajón, invierno y un gobierno blanco interminable. 

……….

Algo para el dolor de cabeza, ¿tienen? Porque la nena gritona y los padres cosquilleros vienen acompañando mi viaje desde hace media hora y no-los-aguanto-una-parada-más. 

Buenas tardes. 

Saludos desde el mundo de la intolerancia a los chillidos y a cualquier sonido fuerte (excepto si proviene de Peluffo cantando en vivo y yo gritando malditos tus ojos que me han condenado el corazón, etc).




Salgo del liceo y camino hasta la Ciudad Vieja. Hablo media hora por teléfono con mi madre. Tomo un moka. Miro el cielo azul que se deja ver desde la esquina. Respiro lento, suspiro en silencio, pero la sensación de impotencia no se va.

No es tarea fácil ser docente, estimados. Más allá de cuántos palos nos peguen por los prejuicios de siempre o por las razones políticas de turno, no es fácil estar cada año al frente de cientos de gurises cuyas historias muchas veces ni siquiera vislumbramos. Hay una soledad helada y cortante que se nos viene encima dos por tres y nos deja medio desactivados. Después hablamos con algunos compañeros y nos ponemos de nuevo en pie, pero ¿a qué costo?

A mí escribir me salva (por ahora).

No es un mensaje alegre y alentador por el día del amigo, lo sé, lo siento, pero a veces no se puede. A veces no se puede.




Hay veces que las palabras no sirven para nada. Una quiere decir tanto y ellas ahí, tan insuficientes. 

Una dice "buenos días" por costumbre y sin pensar, justo un segundo antes de darse cuenta de que aunque afuera hay sol y cielo azul adentro del salón solo se ven ojos llorosos que no saben para dónde mirar sin ser mirados. Ojos bajos. Bancos sin cuadernos. Un pizarrón escrito desde antes de las vacaciones. Silencio.  Nadie sabe qué hacer o qué decir. Ni ellos ni yo. 

Les hablo desde el corazón y les digo que francamente no sé que es lo mejor para ayudarlos, pero quiero. Ellos tardan unos minutos, hasta que poco a poco empiezan  a encontrar las palabras.. Me siento en un banco del fondo, porque no quiero quedarme junto al escritorio: todos somos iguales ante la muerte. Al rato empezamos casi sin hablarlo a acomodar los bancos para que queden en ronda, y seguimos buscando caminos que diluyan (un poco) las angustias. 

Hablamos de la adolescencia, de la literatura y de las palabras que no saben ser suficientes ante un dolor tan fuerte y tan inesperado. Ellos me van contando quién era la compañera, y a través de sus palabras comienza a perfilarse su figura en el recuerdo. 

_No cursaba Literatura porque ya la había aprobado.

_Era un poco mayor que nosotros; tenía veinte años. 

_Yo la conocí antes, en el volley…

_ Con la que hablaba pila era con una pelirroja…

Antes de terminar la clase les reparto las pruebas corregidas, ellos leen en voz alta algunos textos propios y las nubes empiezan a hacerse (un poquito) más livianas. 

_Gracias, profe. -dijo uno de estudiantes cuando tocó el timbre- Ahora que pude desahogarme me siento un poco mejor.  

Yo no me siento mejor. Me arden los ojos y por mi cabeza no hacen más que desfilar poemas tristes. El dolor ajeno se me metió en el alma y va a quedarse allí un ratito, pero al menos las palabras ayudaron, pienso, sabiendo que de todos modos nunca serán suficientes. 

Las palabras, el tiempo y el afecto. ¿Qué más nos queda para compartir? Son todo lo que tenemos. 

Y así estamos.





"En ese momento, cuando nos ponemos el saco de incendio y el casco, no hay emociones" dice uno de los bomberos que trabajó en el rescate de las víctimas en el atentado a la Amia (Bs. As.) hace 28 años.  "Después pasa esto" dice, con la voz quebrada, mientras recuerda detalles del rescate. 

A las 7 de la noche, cuando estaban desde el mediodía trabajando, se produjo un segundo derrumbe. Un frío helado, personas con el agua al cuello, una de ellas atrapada tras una mesada que se le vino encima pero de alguna manera le salvó la vida, al crear un espacio que no quedó tapado por los escombros. Era Martín, un mozo que al momento de la explosión estaba repartiendo el café, al que solo podían acceder a través de un pequeño hueco de lo que fuera una pared. 

_ Pudimos llegar hasta él, yo que era el más delgado pude pasar el brazo, le agarré la mano y no me soltaba ni por casualidad. 

Ante la amenaza de un segundo derrumbe los bomberos tuvieron que salir. Le dieron una linterna a Martín y uno de ellos antes de irse se sacó el reloj y se lo dio. 

_Era de mi papá: lo voy a venir a buscar. 

Martín fue el único de los que estaban atrapados en ese sector que pudo sobrevivir. Hubo 85 muertos y 300 heridos. No hay culpables condenados por el atentado. 




Dos por tres voy a caminar por la rambla para el lado de Punta Gorda (cada vez que pierdo el ómnibus a Malvín y pasa un 306, por ejemplo): suelo arrancar en Gallinal y a veces llego hasta Arocena. Hoy en particular me llamó la atención la cantidad de macumbas que vi entre la playa de los Ingleses y la Verde: maíz, naranjas, jarrones, flores blancas, muñecos (bastante creepys) de madera, entre otras cosas. Unos veinte “trabajos”, quizás más. 

Hace unos meses una chica de sexto año de Ingeniería me dijo que esta es una época donde los jóvenes se sienten tan perdidos que hay un florecer de la astrología (en su peor variante) y de todo saber que se aparte de lo racional. Como que, dado el fracaso de la ciencia y la filosofía tradicionales para dotar de sentido a un mundo que cada vez se siente más impredecible, de alguna manera ellos sienten que este es el momento de apostar a lo esotérico. 

No sé si eso tiene que ver con la cantidad de cosas que vi hoy en la orilla. Collares, vasijas, ataduras, gallinas muertas… Una naranja medio tajeada y revestida de plumas negras (muy inquietante, por cierto). 

Comparto unas pocas imágenes, las más leves. 

Ayer comenté que un poquito me sentía en la Edad Media; hoy creo que debo andar por sus inicios. 

¿Cuándo para este retroceso? ¿Tiene un final? Supongo que se da solo en Latinoamérica, pero (la verdad) no estoy segura. 

Y con estas alentadoras consideraciones, me despido, estimados. 

Que tengan un buen final de domingo.




El muchacho era sudafricano y tenía 23 años. Participó en un juego o desafío en un boliche para ganar un premio de 12 dólares, se tomó una botella entera de Jagermeister en dos minutos, sufrió un colapso y se murió. Hasta ahí una tragedia, la peligrosa fusión de ignorancia y pobreza sumadas a la inconsciencia propia de algunos gurises que a los veinte años suelen sentirse eternos. 

¿Da para que en las redes se comparta el video?

¿Cuál es el morbo de cosechar likes por haber registrado el momento mismo de la muerte?

Obviamente, el suceso se registró como parte de la apuesta, pero una vez que el chiquilín se muere, ¿por qué subirlo?

Pasó en el otro extremo del mundo, pero igual. Estamos todos en el mismo barco. 

Hay días que me siento en la Edad Media.




2016-2022: adivinen quién fue la que más creció en los últimos 6 años en esta casa. 🌿

Ps: ¿Siempre llueve en esta fecha?

Ps 2: ¿Siempre estoy con tiempo para intrascendencias los 16 de julio?

Ps 3: ¿Qué se hizo del farolito del fondo?*

Ps 4: ¿Quién le dijo al laurel que él también estaba admitido en este patio?

* Lo tiró Matilda. 

Ps 5: Extraño a Matilda.

Ps 6: Sorry, golpe bajo, trataré de no hacerlo muy seguido. 

Buenos días.




Ellos son dos cuarentones que vienen un poco copeteados y charlan en voz muy alta en el ómnibus. Al principio el tema es la guerra de las Malvinas, después discuten por qué les caen mal los chilenos y al final recalan (cuándo no) en el fútbol. 

~ Cuchá, Cabeza: el uruguayo es conformista. Cuando tiene en el bolsillo treinta millones de euros ya no juega más. 

Mirá vos, ahora resulta que soy definida por un señor semi tomado en el 405. Yo no juego al fútbol, pero desde ya afirmo que cuando tenga treinta millones de euros voy a hacer lo posible para encajar con ese estereotipo. 

Buenas tardes.




Voy a anotar en las notas del teléfono la novela que alguien acaba de recomendar en la radio y me encuentro con una anotación que hice en la madrugada: alguien me había transmitido un mensaje muy importante y no quería olvidarlo, así que lo escribí. 

"buenos días deberé Valle rubia". 

Qué bueno que lo tengo registrado; ahora mi vida tiene sentido. 




Las dos vienen charlando animadamente en el 405. 

_ Esta es peor edad. Es el momento en que se define toda tu vida, todo el futuro, el de tu familia, todo. 

_Ay, sí, esta es la peor edad.

_La crisis de los veinte... 

_Tal cual.

Me dan ganas de decirles que están en la mejor edad de la vida, que no se carguen de ideas fatalistas y que los zapallos siempre se acomodan en el carro, pero sé que no corresponde escuchar conversaciones ajenas y además (sobre todo) sé que es difícil que un veinteañero escuche la voz de la experiencia, así que me pongo a escribir en el teléfono para salir del modo escucha. 

Saludos desde la mejor edad de la vida, estimados. Que la lluvia de hoy no nos amilane, que el sol ya va a volver (si él quiere).




Momento publicitario

Lavalleja se va para arriba. No solo en Villa Serrana hay un despliegue más que interesante de propuestas turísticas y gastronómicas asociadas con lo orgánico y natural, sino que en los alrededores de Minas hay al menos media docena de sitios para recorrer sí o sí. Con mis amigas hace un par de años hicimos el camino del Hilo de la Vida, la gruta del Arequita y otros sitios, con mis viejos muchas veces he ido al Cerro del Verdún, al Campanero y el Parque de la UTE. Esta vez recorrimos el Penitente y el Parque Salus (al que no iba desde los diez o doce y fue como un viaje al pasado porque salvo unos cartelitos lo demás está igual, igual, tan igual como si nadie nunca le hubiera puesto un peso para renovarlo). Todavía me falta el Templo Budista, al que ya agendé para ir en setiembre (porque abren poco para las visitas).

El almuerzo en la Estación Penitente (en un restaurante armado sobre la base de vagones de tren, con mirador panorámico hacia las sierras) resultó una experiencia inolvidable tanto por el nivel de la carta como por la atención y la decoración del lugar, incluyendo una gata mimosa en el adentro y un perro hermoso y acompañador en el afuera. Pasamos la noche en San Francisco de las Sierras, un complejo de cabañas con ventanales enormes, piscinas fría y climatizada y desayuno con productos caseros, a 12 km de Minas.  

En tres oportunidades vimos zorros (en el Penitente y en el Parque Salus). Ayer de mañana nos levantamos con la sorpresa del campo blanco por la helada en todos los sitios a los que el sol no había llegado a derretirla. Vimos la salida de la luna enorme en la tarde el martes y el cielo despejado del miércoles nos regaló una luna llena a la caída de la noche, tan impresionante como nuestros inútiles esfuerzos por plasmarla en fotos de celulares que mostraron -sin excepción- un foquito desvaído y falto de contornos, medio flotando sobre el horizonte. 

Con algunas de mis amigas charlábamos ayer sobre la posibilidad de vivir en el campo: a ellas la soledad y los grandes espacios vacíos no les resultan tentadores, pero a mí sí. Dame una casita en Lavalleja con wifi, que yo en seguida me consigo un par de gatos, un perro y tal vez alguna oveja (para no sentirme la única de rulos en la familia), y ahí me quedo. Minas está a 56 km de Pan de Azúcar (sí, me fijé…), así que de última estoy más cerca de Valizas que desde Montevideo. 

Proyecto de cambios post laborales gestándose en 3…2…1… 

Y en eso estamos.




Tres cuentitos (ajenos) 

1. Historia de mi tío (ayer, en la plaza)

_ A la gente de antes le gustaba que fueran visitas de Montevideo, porque un poco les llevaban las noticias en una época en que no había tele ni radio; por eso a Los Montaraces los invitaban seguido para que fueran en Turismo a alguna estancia. Una vez yo no había podido sacar licencia en la fábrica y solo tenía (juntando unas guardias) 56 horas para compartir con la barra, que estaba pasando la semana en lo de Rogelio, en los Cerros de Amaro. Por suerte tu viejo llevó la bicicleta y me la dejó recostada a un alambrado en el frente de un almacén. Así nomás, sin candado ni nada, porque no hacía falta. Yo fui en la Onda, me bajé, agarré la bici (que no era una cosa del otro mundo, más bien todo lo contrario) y pedaleé los 10 km hasta el campamento. A la vuelta tuve que hacer igual, pero el problema es que era de noche y llovía; incluso por el camino me salieron al cruce un montón de perros que casi me hacen caer. La Onda pasaba como a las dos de la mañana y yo llegué pasada la medianoche (había salido con tiempo, por las dudas). Cuando llegué a la carretera dejé la bici en el alambrado, crucé a esperar el ómnibus y me refugié contra una roca enorme que por suerte me paraba un poco la lluvia, pero en eso se me apareció un zorrillo y tuve que salir corriendo, porque si el bicho me rociaba no me iban a dejar subir a la Onda. O sea que me ensopé, pero por lo menos pude hacer el viaje, porque a la fábrica no podía faltar.

2. Historia de mi vieja (hoy por teléfono)

Una vez estábamos acampando y el Cele se fue de noche a cazar con el rifle. Yo me quedé sentada en unas rocas, mirando la noche, hasta que en eso siento como una respiración rara al costado, y del susto me tiré para atrás y apoyé la mano en una cosa peluda, como con espinas. ¡Era un tatú! Yo me había sentado en la puerta de la cueva y se ve que como estaba tan quietita el bicho no me sintió, y estaba saliendo de lo más pancho cuando le apoyé la mano en la cabeza. No sé quién se asustó más, si el tatú o yo.

3. Historia de mi prima (hoy, por mensaje)

Los hermanos de la Baia eran Imágino, Godofredo, Floro, Francisco y Rosalino, y las hermanas eran Floriana y Esmeralda (la Nena y la Nenita, nunca supe cuál es cuál). Y después estaba el tío Dulo, que con los años me enteré que era Teodulo y que no era pariente sino vecino. Una vez que vino de visita a Montevideo (allá por el 70 más o menos) se subió en un Cutcsa de los viejos abiertos atrás, no sé si era un 102, 106 o 110, sé que doblaba por Cuchilla Grande. Iba tan lleno que le colgaba un pie, y Teodulo desde que subió en Pirineos hasta que se bajó fue sacando chispas todo el camino.



Mi tío Valmar es el menor de los hermanos varones de mi viejo y el penúltimo hijo de la docena que tuvieron mis abuelos. Estuvo operado hace unas semanas y (pese a que vivimos a una cuadra) hacía muchos días que no me lo cruzaba, así que cuando lo vi hoy recostado a su árbol favorito de la plaza me paré a charlar un ratito. Eran las doce del mediodía y yo estaba arrancando tardíamente hacia la feria de Tristán para hacer mandados y sacar alguna foto, pero bien valía demorarme diez minutos a charlar con mi tío preferido. 

Él arrancó por contarme que hace un tiempo se arregló el tronco del árbol a su gusto, sacándole unas protuberancias que le molestaban para usarlo de respaldo. Yo me senté en el pasto y empezaron a desfilar los temas. Historias de mascotas, de la familia, recuerdos de una estancia a la que fuimos él, mis viejos y yo en febrero de 1979, cuentos de cuando él y mi padre se iban todos los Turismos a acampar con la barra de amigos del barrio ("Los montaraces"), historias de la dictadura, de las bodas de oro de mis abuelos, de campos que quedaron en el recuerdo y de misterios nunca aclarados. 

Cuando me decidí a levantarme ya eran la una y media de la tarde. Demasiado para tomar el 103 hacia el Cordón: terminé en el bar de al lado de la cooperativa comprando una muzzarella con roquefort, que siempre sale rápido y les queda más que bien. 

Charlé con la señora de la caja, charlé con la del quiosquito de al lado (donde pasé a comprar algún vicio en forma de chocolate), charlé con el vecino de enfrente (que dijo que me invitaría a un asado si no fuera que no como carne) y me crucé con una viejita de la otra cuadra que de pasada me dijo que tiene una foto en la que aparecen mi abuela y parte de la familia, y que me la va a alcanzar apenas pueda. Entré a la casa (todavía fría por los días anteriores) y terminé explicándole al gato viejo que no todo en la vida son sobrecitos fucsia de comida con gusto a salmón, cosa que no creo que haya entendido del todo. 

El veranillo de San Juan nos regaló un domingo esplendoroso, y cada uno lo disfruta como puede o quiere. En mi caso ya saldré a caminar un rato antes de que caiga la tarde: por ahora urge registrar las historias antes de que se borren de la plasticina imprevisible de la memoria de los Rodríguez.  

Y en eso estamos.




Imaginate ser una mujer que nace en una favela de Río en 1930, hija de un obrero y una sirvienta. Imaginate que a los 12 fue abusada por un amigo del viejo, que no tiene mejor idea que casarla (a los 13) con el violador. Imaginate que vivió con él nueve años y que tuvieron cinco hijos, dos de los cuales murieron de hambre. Que le pegaba y no la dejaba cantar, pero igual ella se escapó un día para ir al programa radial de Ary Barroso, al que llegó con un vestido de la madre sujeto con alfileres, tan estrafalario que el conductor preguntó:  

_ ¿De qué planeta venís?

_ Del mismo que vos: del planeta del hambre. 

La gente se quedó callada, Elza cantó y Ary terminó el programa diciendo:

_ Hoy ha nacido una estrella.

Pero la familia no la dejaba cantar, e incluso una vez el marido le pegó dos balazos. Para entonces ella tenía 16. Cuando cumplió los 21 él murió de tuberculosis, y allí arrancó la carrera musical de Elza Soares. Cantó con Armstrong, con Piazzolla, con todos, fusionó el jazz con el samba y terminó siendo amante de Garrincha, el futbolista bicampeón del mundo, que por ella dejó a su mujer y nueve hijas. La sociedad brasilera puso el grito en el cielo, y más cuando Elza cantó una canción con el título “Eu sou a outra”. En la radio rompían sus discos en vivo, como protesta.

A los 33 años Garrincha dejó el fútbol (por lesiones) y arrancó para la bebida. Los dos eran de izquierda; durante la dictadura sufrieron amenazas e incluso una vez les ametrallaron la casa, por lo que se fueron a Italia, donde los recibió Chico Buarque. Garrincha se puso más violento; una vez le voló a Elza varios dientes de una trompada, hasta que murió de cirrosis a los 50. Para entonces la ex mujer de Garrincha había muerto y Elza, que tenía un hijo de tres años con el futbolista, adoptó también a las nueve hijas anteriores. 

Pasan los años. En 1986 el hijo, “Garrinchinha”, muere en un accidente de auto, y durante mucho tiempo Elza toca fondo. Recién en el 92´se comienza a conectar de nuevo con la música, que como siempre la salva. En el 2000 inicia una relación con un actor 40 años menor que ella que la va llevando a la fusión del samba y el hip hop. Premios, nominaciones, éxito. Nueva relación, ahora con un hombre 47 años menor, que la introduce en el mundo de la electrónica. En 2015, con 85 años, graba un disco con el que la crítica explota y la transforma en leyenda viva de la música brasilera. 

Elza Soares murió en enero de 2022, a los 91. 

Avisó que ese día se iba a morir, fue a dormir la siesta y se murió.

Y una acá, preocupada porque las vacaciones de julio vinieron con poco sol. 

Imaginate.





Tres de la tarde: alguien golpea a mi puerta. Bajo el volumen de la computadora y atiendo por la ventana: es una chica que pregunta si alguien ha pasado por mi casa a dejar unas muestras de perfume.
_No, para nada. -le respondo- O tal vez pasaron y yo no estaba. -rectifico, pensando que en verdad alguien golpeó hace unas horas y no me dieron ganas de atender porque también tocó timbre en la casa de al lado. 
_Ah, bien... -dice ella, y agrega -¿A ti te interesa? ¿Tú no sos de usar perfume, no?
_ No, gracias. -contesto, antes de volver a meter la cabeza en mi casa. 
Está bien que todavía no me peiné y no tengo ni sombra de maquillaje encima, pero ¿daba para presuponer por eso que no voy a usar perfume? ¿Dónde están las técnicas de marketing, la motivación del cliente, el sutil mimo al ego que conduce del desinterés inicial a una posible venta? Me hizo acordar a un señor que vende buzos en la feria y cada vez que le pregunto un precio me contesta:
_Esos son los talles medianos, los grandes están acá, de este lado. 
Maldito señor sin psicología (y sin criterio, porque ya le compré dos medianos que me quedan perfecto). 
Quejas mínimas en la tarde de invierno, estimados. Pequeñas acciones inexpertas que provocan molestias en el receptor-potencial cliente. Tengan en cuenta que he sido vendedora durante más de diez años, o sea que supe estar (y estoy) de los dos lados. Las acciones que cuento serían equivalentes a que yo le dijera a un estudiante "a vos no te gusta leer, ¿no?", o "esos libros son para lectores expertos, los que vos podés entender son los de acá, de este lado". 
Media pila (y ponerse en el lugar del otro, que nunca viene mal, y no abunda).
Y ahora, con su permiso, me voy a peinar, y capaz que hasta me ponga perfume. Buenas tardes.



Parece que hoy Aries tiene que buscar a Escorpio, Tauro tiene a Escorpio en contra, Géminis recibe ánimos de Escorpio que a Libra le proporciona sabiduría, Sagitario tiene a Escorpio a su disposición y a Piscis la luna en Escorpio le hace bien. 

Para mí que la señora que hace los horóscopos en el diario quiere caerle bien a uno de Escorpio, o de repente trata de levantarle el ánimo haciéndolo imprescindible para la mitad del Zodíaco. 

Síganme para más conclusiones reveladoras de viernes por la mañana.




"Crimen pasional" se dijo durante años, e incluso se manejó la posibilidad de un pacto de suicidio. Delmira no fue la primera en faltarnos un 6 de julio de 1914 a los 27 años, pero sí es quizás la primera de la que tenemos memoria en esta "tacita de plata" donde la memoria es incapaz de recordarlas a todas y donde solo se aspira a pensar que algún día, tal vez, la violencia de género será cosa del pasado. "Si la vida es amor bendita sea", podremos decir sin mirar de reojo hacia el costado. 

Hasta entonces: respeto, memoria y resistencia.





Cae la tarde sobre la ventana de la cocina. Veo que Damian Kuc ha subido un video sobre astrología y decido distraerme un rato mientras tomo un cafecito con los scones de queso que (al fin) preparé hace un rato.

"No somos el centro del universo; para ser un poco más específicos vivimos en una nebulosa de polvo que orbita una estrella mediana en el brazo de una galaxia que forma parte de un grupo de galaxias del cual jamás vamos a salir. Ese grupo de galaxias es tan solo uno de los cientos de grupos que conforman  un súper cúmulo de galaxias y nuestro súper cúmulo es tan solo uno de los cientos que conforman lo que llamamos el universo observable, que es simplemente lo que podemos ver con grandes telescopios. Quizás el universo sea un millón de veces más grande, tan grande que nuestro cerebro ni siquiera puede comprenderlo o imaginarlo. Nosotros simplemente estamos ahí, diminutos, intentando creer que todo pasa por algo."

Salgo del video y miro la pared frente a mis ojos. En un rincón de la nebulosa de polvo hay un planeta azul y redondo que tiene en la periferia una zona de luces tenues junto a un río como mar pero barroso y sin olas. Soy un átomo silencioso e inmóvil que pestañea sin decidirse a reaccionar frente a la pantalla que acaba de cachetearme sin piedad por las neuronas hasta hace dos segundos distendidas y alegres en el comienzo de las vacaciones. 

_Miau.- suena entonces a medio metro de mi cerebro. Es un llamado que no admite dilaciones, filosofías ni pseudociencias.

_ Ya voy, gato, ya voy. 

El universo se reacomoda en el molde de lo cotidiano. Lleno el platito de unas cosas redondas con gusto a pavo, salgo de youtube y me pongo el segundo capítulo de una serie que solo se cuestiona quién fue el traidor en un grupo de amigos hace treinta años. Aquí no ha pasado nada, y los scones (pese a mis propios pronósticos) no quedaron del todo incomibles. 

Buenas noches.




Tomo un capuchino en una cafetería pequeña y acogedora, mientras mi amiga se ocupa de temas familiares. En las otras mesas hay gente que recién almuerza o que deja pasar las horas al solcito manso de la tarde de invierno. Un perro salchicha mira a su humana con adoración, al tiempo que ignora a un joven que trata de hacer lo mismo pero más disimulado. Un señor pelado se ocupa en mirar el mundo a través de unos lentes fluorescentes amarillos que casi casi hacen juego con su campera dorada. “Bueno, chicos, ¿cómo estuvo todo?” se escucha a cada momento, en tanto la señora rubia de rulitos (vulgo yo) sigue esperando a su amiga, toma su capuchino con exceso de canela y se pregunta si no habrá una forma más complicada de disponer las servilletas de papel que meterlas en un bollón de vidrio con tenedor de uso misterioso. (salvo que fuera para el micro alfajor de chocolate, porque la señora de rulitos acaba de almorzar en otro lado pero nunca es capaz de resistirse a una pequeña tentación,  especialmente si viene en formato chocolate-harina-dulce de leche). 

Y en eso estamos. 

A unos pocos kilómetros de casa, pero en otro mundo. 

Buenas tardes.




Las personas pasan y pasan frente a mis ojos. Tres cuartas partes visten de negro, incluyendo a los más jóvenes. El sol aún ilumina la avenida frente al shopping, pero ya muy débil y con ganas de rajarse. Es el primer fin de semana de las vacaciones y a los padres con niños se les suman los adolescentes con amigos y las parejas sin nada mejor que hacer en un sábado de invierno a las cinco de la tarde o poco menos. 

He venido a hacer mandados al medio de la gente para recordarme que después de la gripe sigue habiendo quienes charlan, caminan y hacen compras. He debido esforzarme en cada modesta interacción social de esta salida para que mi voz sonara más o menos normal y no al estilo de Gregorio Samsa tras la puerta. 

 Primero, el supermercado. 

_¿Algo más? ¿Lleva bolsas? 

_Eh… no. Dos, por favor. 

_Pin y verde. Su ticket. 

_Gracias. 

En la casa de electrodomésticos, trámite rápido y sin vueltas. 

_¿Tenés jarras eléctricas?

_Sí, claro. Por aquí, por favor. Son estas; hay de plástico, de metal… Todas son muy parecidas. 

_Dame la más barata. 

_Bien. Tiene dos años de garantía.

_Perfecto. 

Por último, había un lugar donde un Moka estaba esperando por mí desde hace un par de días. 

_ ¿Vos venís seguido por acá, no?- me pregunta el cajero de la cafetería, y antes que asuma que tal vez sea un ex alumno agrega, simpático: -te doy un cuponcito para próximos descuentos, así lo podés aprovechar. 

Lo miro con los ojos casi llorosos del resfriado que acecha en mi cerebro (aunque no emite señales, o la gente se asusta). ¡Alguien me reconoce en este mundo! Qué emoción. Me instalo con los mandados de la tarde y la jarra eléctrica  con dos años de garantía para ver pasar la gente de negro frente a mi ventana, mientras el sol del invierno me avisa que me apure, que ya se está por ir y no es cuestión de andar a la vuelta caminando entre las sombras. 

Algún día terminaré de mejorarme (espero). Al menos por ahora me voy con las compras más urgentes rumbo a casa, donde nadie se viste de negro y donde, para cuando llegue, el sol ya va a ser apenas un tibio recuerdo de otros tiempos menos fríos. 

Buenas tardes.




Hace más de una semana que estoy en casa (por gripe, tos, esas cosas) y casi no he repuesto los comestibles de la despensa, así que hoy se me ocurrió pensar que podría hornear algo para la tarde. Como no consumo leche ni manteca puse en el buscador "cocina con pocos ingredientes", a ver qué salía. Acá va el top 5 de las sugerencias: 

1. Salmón al horno

2. Garbanzos con calamares

3. Rodaballo gratinado al horno con patatas

4. Pollo al horno con finas hierbas

5. Fabada (una cosa con embutidos) en olla de cocción lenta

Listo. Ya tengo solucionada la merienda. 

Ah, es verdad que soy vegetariana, pero ¿quién no tiene en su casa algo de salmón, calamares, rodaballo, pollo o embutidos asturianos? 

Sí, caí en una página española, pero igual... yo solo quería hacer unos scones de queso sin manteca, yo qué sé...

Igual algo va a salir. Una pascualina, algo de eso. No sé. 

Ampliaremos.