Vistas de página en total

martes, 1 de octubre de 2019

Octubre 2019

Halloween es una fiesta de diversión y dulzura. De la creatividad de los disfraces. De las madres acompañando a sus hijos (o a veces algún hermano mayor).Del dulce o truco. De las calabacitas de plástico. De las máscaras de goma. De las puertas aporreadas por hordas de infantes azucainómanos. De los gritos destemplados exigiendo golosinas. De la convergencia del barrio entero en mi cooperativa, donde no hay rejas y las casas están muy juntitas, para caminar menos. De los papeles de caramelos y los restos de globos tirados por todas partes. De la competencia por las mejores golosinas. Y del deseo, queridos, del súbito e impostergable deseo de caminata por la rambla, deseo que cesará ni bien caiga la noche y los recolectores se refugien otra vez en sus hogares para evaluar las ganancias de la tarde, devolviendo la calma a las calles y los portales.

¿Escape? ¿Quién dijo escape?
Lo mío es la vida sana.




Primer recreo de la mañana en el IAVA. Voy a sala de profesores y en el pasillo me cruzo con dos alumnos, que vienen hablando de promedios.
_ Yo con 6 igual me la llevaría; tengo que sacar más para exonerar...
Cuando pasan por mi lado uno de ellos, que está vestido todo de negro, me susurra al pasar:
_ Estamos de luto, profe...
Y sigue caminando rumbo a su clase.
De más estaría decir que no hemos hablado de política, pero uno va a las marchas y los actos, y se cruza con las personas.

_ Me quedo contigo acá - dice una compañera docente que me ve sentada en el banco afuera de la sala de profesores.- Necesito aire fresco, no quiero encerrarme ahí adentro. Y nos quedamos charlando hasta que el timbre nos anuncia el final del recreo. Tomamos las libretas y nos vamos, cada una a su grupo.
Cuando suena la siguiente salida de clase miro al cielo. La mañana sigue gris, aunque se intuye un reflejo de sol entre las nubes.
Hoy el ánimo de muchos está tan gris y pesado como el día, pienso, y por dentro un poco estamos de luto, pero acá no se ha muerto nadie. Seguimos vivos, caminando, como vamos a seguir siempre, por el tiempo que haga falta. Esto no es cuestión de discursos, que ya saben que yo no hago. Hoy es día (para mí) de resistir, y descansar un poco la cabeza, para volver al ruedo con las ideas claras y la energía dispuesta.

Si se sienten muy mal les puedo prestar a Matilda por unos días. Piénsenlo. Se las llevo a domicilio. Incluyo atún y piedritas. Piénsenlo. 




 Acabo de hacer una encuesta visual por mi cooperativa (por no decir que fui al bar de la esquina y en el camino me puse a contar balconeras).
200 viviendas
21 balconeras del Frente
0 de otros partidos
1 de Peñarol






Salí de casa con el tiempo justo para llegar a la CITA, y me tomé un Copsa. Por el camino, dos cosas. Un desvío en 8 de octubre nos hizo tomar a paso no de tortuga pero digamos que lento (de gato viejo, ponele), y ya volviendo a la avenida hubo de repente una frenada, seguida de un estruendo, que hizo temblar al 7A. Habíamos chocado con algo, creo que con una grúa. “No murió nadie pero chocamos”, dijo una chica a alguien a través del celular, y añadió: “a no ser que al ómnibus le fallen los frenos, porque estamos parados en bajada rumbo a 8 de octubre”. Me miró riendo desde el asiento de enfrente, y le devolví la sonrisa, mientras me paraba a ver si veía algo. El chofer había bajado de inmediato, con los papeles del omnibus en la mano.
“Ahora vamos a demorar acá hasta que venga el del seguro”, dijo alguien a mis espaldas. Calibré el tiempo que me quedaba... Difícil para Sagitario. Y me bajé.
Caminé una cuadra hasta Propios y subí a un 100 que estaba por arrancar. Pagué boleto, me senté, y en eso veo que una señora que está por bajarse le recrimina algo al chofer.
_ ¡Tampoco faltaba tanto!
_ Qué quiere, señora... Yo no puedo fiarle el boleto a todo el mundo.
_ ¡Pero eran 3 pesos!
_ Y bueno, si le voy a dar tres pesos a cada uno...
Y así un par de minutos, hasta que la discusión se vio interrumpida por el sonoro vozarrón de un hombre desde la mitad del coche.
_ Flaco, sos un sorete. Un tremendo sorete.
Y por si quedaran dudas, agregó:
_ ¡Tremendo sorete! Y no te equivoques, mirá que no sos el dueño de la Cutcsa.
El veinteañero que estaba sentado enfrente a mí lo aplaudió, mientras la señora se bajaba y el chofer volvía a concentrarse en su programa de radio.
Iba escuchando “Las cosas en su sitio”.
Cuando llegué a la terminal faltaban diez minutos para la salida de la CITA, y acá voy, rumbo a Florida, a comenzar la penúltima semana de clase, a pleno sol y con la esperanza puesta en el domingo, donde vamos a tratar de poner (de verdad) las cosas en su sitio.

Bueno, ta. Nada que ver, pero igual: #NoALaReforma




 El muchacho de al lado en el 103 me ofrece un asiento y yo lo acepto rapidito. No vaya a ser que se le escape un “sientesé, señora” y quede en evidencia que no me lo está cediendo por género, sino por edad. Antes caballerosidad anacrónica que péndex sumándome años. Pucha, digo.



Ayer salí de Ciudad Vieja y marqué el reloj en el trabajo a las 17.56. Caminé todo el Centro, hasta la parada del IAVA, donde tomé un 104. Crucé varios barrios, bajé en Mdeo. Shopping, miré el reloj: pensé que eran siete y pico pero no: 18.48.
Hoy me desperté a las 6, busqué un programa en youtube y me fijé si hacía calor en el teléfono. Miré el reloj: pensé que serían seis y diez, pero no: 7.05.
¿Estoy trastornada, he caído en un agujero temporal, o es que todo es relativo?
No sé, pero parece que no soy la única a la que le pasan estas cosas; incluso he oído de personas que de golpe se están despertando en los setentas, o al menos eso creen. Ojo. Que esto es 2019, vamos para adelante y a las seis nos vemos.




El Nuñez salía a las seis de la nueva terminal de Río Branco. Le dije al Cele que mejor esta vez no me trajeran en auto, que quería sacar fotos y tomar un cafecito antes del viaje interminable de todos los regresos, así que cuatro y media me tomé un ómnibus local. A las cinco bajé en otro mundo. La terminal es una maravilla, impecable, amplia, con fuentes, muchos asientos, palmeras y un free shop gigantesco al que solo entré a comprar un café que en verdad terminó siendo chocolate.
Anduve recorriendo todo, de boca abierta, hasta que levanté los ojos al cielo y ya no pude bajarlos a la tierra. No sé cómo describir esto, de verdad. Todo el espacio que la vista alcanzaba a abarcar estaba surcado por bandadas de cientos, de miles de aves negras que avanzaban en formación, todas a la misma velocidad y para el mismo lado. Cada bandada tenía entre cincuenta y cien bichos, que bordaban el cielo y se acercaban como bailando, sin dejar nunca su grupo. Una, otra, otra... Miles, queridos, miles, miles, miles. Solo yo las miraba, el resto de la gente se ve era de la zona y ya no las percibía. Casi lloro. De verdad. En la laguna he visto cada atardecer cuatro o cinco bandadas, pero acá no paraban de pasar. Si mirabas todo el horizonte (y la terminal está en una zona abierta, frente al río) veías siempre ocho o diez bandadas a la vez.
Cuando eran las seis menos dos tuve que obligarme a subir al bus, pero hasta seis y media las seguí mirando, porque otras bandadas venían desde el campo, siempre hacia Brasil.
Nunca vi algo igual.
Vuelvo alucinada. Feliz. Impactada.
Feliz fin de domingo y buena semana para todos. Mañana cuelgo algún video. Filmé como veinte. El viaje recién empieza y ya me gasté media batería, pero valió la pena.

Estamos parados en Vergara esperando la hora de salida. ¿Saben qué hace el guarda? ¡Juega en el celular a un jueguito en el que va a toda velocidad por una carretera! O sea, tiene un viaje de siete horas mirando una ruta, y en los “recreos” mira otra ruta.

Cosas veredes...



Queridos, trabajo todo el día, vivo sola y estoy un poco alienada. Me gusta charlar por acá con algunos de ustedes, los conozca o no de otros lados. Aprecio el humor, las buenas fotos y las palabras justas, y francamente poco me importa si disentimos en matices. Está todo bien, salvo con los que piden (proclaman, exigen, sugieren, reivindican) que vuelvan al poder los milicos. Nada personal con los militares, pero en su rol, que no es gobernar.
Quien quiera botas en el poder, que lo escriba para otros ojos. Yo acá me junto con mi gente, más allá de banderas, y mi gente no apoya nada que no se vote.

Ta, era eso.
Continuemos con nuestra programación habitual.
Buenas noches.



Salí del IAVA a las doce y cuarto, y ya se notaba un ambiente diferente en el barrio. Muchos veteranos, algunos de ellos en parejas, otros en grupos, caminaban lentamente por Eduardo Acevedo hacia 18.
_ Está todo cortado, profe.- me pegó el grito una alumna, que iba volviendo sobre sus pasos, y agregó: -Voy a ver si los ómnibus pasan por abajo.
Le agradecí y dije que ya lo sabía. Ella me miró con extrañeza pero siguió su camino sin detenerse, porque en un rato entraba a trabajar en el banco, y andaba con el tiempo justo.
Empecé a moquear ni bien llegué a la esquina. Un mundo de gente silenciosa aguardaba de pie, todos serios, muchos con banderas comunistas, algunos con una rosa roja en la mano. Había viejitos que caminaban lento, mujeres con abrigos rojos, jóvenes de ojos húmedos. Una única bandera de Uruguay. La foto de Bleier presidiendo la entrada de la Universidad, y un cartel negro con letras blancas a cada lado: uno con su nombre y un enorme "¡Presente" y otro que decía "Nunca más terrorismo de Estado".
El frío del mediodía se nos fue metiendo en el alma, casi tan tangible como el viento inclemente, propio de otras épocas.
Cantamos el himno con la Filarmónica, y el "¡tiranos temblad!" resonó fuerte y claro. Alguien (Felipe Michelini) leyó una proclama que apenas pudo terminar, porque la voz se le cortaba. Tabaré presentó sus respetos ante los restos de Eduardo Bleier y salió por el medio de la gente, que lo aplaudió emocionada.
El Paraninfo fue recibiendo uno a uno a quienes venían a despedirse, mientras la Filarmónica finalizaba con el Himno a la Alegría. Algunas personas depositaron flores rojas en memoria de Bleier, abrazaron a su hijo con fuerza o levantaron un puño al cielo en señal de unidad, y no hay foto (ni mía ni de los que saben) que pueda plasmar la intensidad de este mediodía.

MEMORIA.
Respeto.
Y nunca más.



Recortes de la semana

1. Lunes
Despierto agotada. Empiezo a dar clase en el primer grupo y los gurises me miran extrañados.
_ Profe, vos te olvidaste que hoy tenemos el escrito, ¿no?
_ Ups.

2. Martes
Despierto cansada. Miro el reloj: 6.30. Matilda me mira con cara rara. Pienso que ya ni el dormir me carga las baterías; debo estar en 60%. Me lavo el pelo, bajo a la cocina, pongo a calentar agua, prendo la computadora. Miro la hora: 3.56. Vi mal. En fin.

3. Miércoles
Calor pesado, húmedo, intenso, que me derrite a cada paso por la Ciudad Vieja.
_ ¿Torta frita, vecina?- pregunta uno de los dos cubanos que se instalaron en Rincón y Juncal.
_ Eh... No, hoy no. Otro día.
Llego a la oficina.
_ ¿No habría que decirles que en este país las tortas fritas son para los días de lluvia?- pregunta una compañera.
_ Y... No sé- digo, y miro por la ventana. Alguien les está comprando una, por lo menos.
Si andan en la vuelta: a 20 la torta. ¡Sabor!

4. Jueves
Charlo por facebook con dios en su versión Sergio Blanco, y paso flotando el resto de la jornada.

5. Viernes
La guarda me obliga a pagar un boleto local con mil pesos, y paso puteándola el resto de la jornada.

6. Sábado
Me asomo por un momento al mundo del taxi, cuando viajo en uno y veo que le llega un mensaje de texto en el celular, que tiene fijado contra el parabrisas: "Atención ojo muchacho con gorro de visera en calle tal y tal; dice que va va para el Cerro". No pude leer más. Portación de gorro, creo que se llama la figura delictiva.

7. Domingo
Una fila interminable llama mi atención en la Feria del Libro. La sigo, por curiosidad, y llego hasta una señora desconocida, que está de lo más ocupada firmando ejemplares de un libro.
_ ¿Quién es?- pregunto, y me contestan que es Lourdes Ferro, que hace (literalmente) tres horas que está firmando libros y sacándose fotos con sus seguidores. Parece que es una astróloga. "La de la tele", escucho un comentario admirativo a mi costado.
_ Y bueno, todos tenemos nuestros ídolos- pienso, mientras guardo en mi cartera el libro que acabo de comprar, el de la Señorita Bimbo. La de la radio.

Feliz semana, estimados.
Que tengan suerte, sol, energía, amor, esas cosas, y también memoria. Mucha memoria.




"El cuadrado empedrado y el cuadrado oscuro".

Yo estaba de viaje por Brasil con mis amigas. Un día hicimos una excursión por varios lugares, una parte de la cual fue por barco, pero me quedaron apenas unos jirones del sueño como recuerdo. Apenas la imagen de un compañero de trabajo que ahí era actor, hacía el papel de Edipo y estaba tirado con sus ropas blancas en la arena de una playita triangular encajada entre las piedras de un acantilado, de tres por tres metros de lado, azotada por las olas.
En la siguiente escena yo acompañaba a una de mis amigas al baño, donde teníamos que hacer una fila larguísima, aunque de rápido movimiento. Al llegar a los baños había dos puertas de un lado y una enfrente, a diez metros de las otras. Nadie sabía muy bien nada, mi amiga entró en un baño que se desocupó de los dos de un lado y yo entré al tercero, el solitario. En realidad no tenía muchas ganas de ir, pero como nos esperaba un viaje largo y ya había hecho la fila para acompañarla, quise aprovechar.
Ni bien cerré la puerta me di cuenta de que por dentro no había pestillo. Problema. De todos modos pensé ir a baño primero y estudiar después el tema de la salida, y ahí fue que me di cuenta de que eso no era un baño. Estaba en una lujosa residencia, llena de plantas y sillones marrones de cuero de esos enormes, con tachas de metal en los costados. Recorrí varias habitaciones sintiéndome una intrusa, pero ni encontré el baño ni se me cruzó una sola persona. Dije "hola" un par de veces: nada. Decidí buscar la salida. Antes de llegar a la puerta vi un cartel con la frase que copié al principio, a modo de contraseña que abriría la puerta. "El cuadrado empedrado y el cuadrado oscuro".
De inmediato se me ocurrió que eso era un colegio, que ese sería el despacho del Director y que el cartel era para los alumnos, que sabrían perfectamente a qué se refería la críptica indicación.
Encontré un botón metálico en una escultura gris y rugosa que podría pensarse como empedrado, lo apreté, hubo un sonido pero no pude hallar el cuadrado oscuro, el sonido se apagó a los dos segundos y la puerta permaneció cerrada. Desesperación. Miedo. Claustrofobia. El ómnibus que se iría. Sensación de intrusa. Dos alumnos.
¿Dos alumnos? ¿Qué diablos hacían dos alumnos ahí, en un pasillo a la derecha, haciendo ejercicios en un aparato tipo gimnasio?
_ Estamos haciendo un trabajo para la columna, profe. Nos trajeron acá, pero nosotros tampoco sabemos cómo salir.

Y ahí desperté.

Ya entendí algunas claves; otras, las sigo buscando. ¡El ello se manda a veces unas contraseñas tan difíciles! Pero no me angustio. Todas las puertas, tarde o temprano, se terminan abriendo.



Llovía a baldes cuando llegué a la parada. No había nadie esperando nada. Yo había salido unos minutos atrasada de mi casa, y tenía sí o sí que tomarme un inter, porque eran casi seis y media, y la CITA de las 7 nunca espera. Vi aparecer un 103 y lo paré, pensando en bajar en el Intercambiador, donde pasan más líneas que en mi parada. Queda solo a siete cuadras de casa, son 3 paradas, pero ni el tiempo ni la hora daban para encarar caminata.
_Local- le pedí a la guarda, poniendo mi tarjeta, pero sonó sin carga. Se había quedado justo en cero con el último ómnibus de ayer, parece, y yo no me había dado cuenta. El problema es que andaba con los 55$ del Copsa en billete chico y moneda, después solo tenía uno de 500 y otro de 1000.
_ 23 pesos.- me apuró la guarda, mientras yo pensaba.
En eso veo que justo habíamos llegado a la siguiente parada, donde alguien estaba bajando.
_ Pensé que tenía saldo, y no tengo cambio, ¿me puedo bajar?-pregunté, decidiendo que de última esperaba un Copsa en esa parada, confiando en que no demorara mucho. Ya había dado un paso hacia la puerta cuando ella, sin mover un músculo de la cara, me dijo:
_ No. No podés bajarte. Tenés que pagar.
La miré, incrédula, pero fue solo un segundo. Saqué el billete de 50 y dije:
_ Bueno, pero este es para el Copsa. A vos te pago con 1000.
_ Bien.- respondió, mientras me daba 500$ en billetes grandes y el resto de a 50 y 20.
_ No te olvides del boleto.
_ No, no.- dije, ya caminando hacia la puerta, porque llegaba mi parada.
Viajé hasta Tres Cruces con los bolsillos cargados de billetes, y cuando llegué se los cambié a la panadera de enfrente, que quedó de lo más agradecida.
La otra pobre habrá pensado que me mandé una actuación para recorrer dos cuadras sin pagar, vaya una a saber qué pasa por la cabeza de la gente, y capaz que solo cumplió con su deber, pero igual me cayó mal, y ojalá se quede sin cambio y tenga que dejar a alguno viajar gratis, por inflexible (por no decir por idiota).

Arranca el casi antepenúltimo viernes de Literatura Uruguaya en Florida. Pasen bien y traten de no mojarse o al menos de no mojar la ropa, que parece que tenemos como diez días de lluvia por delante.



Él iba rumbo a Florencia, yo en camino a Florida.
Él compartió unas fotos de los museos florentinos, yo puse una imagen del libro que iba leyendo.
Él comentó que en Florencia hoy se iba a estrenar Tebas Land, yo le dije que la estamos analizando en clase con las chicas de cuarto.
Él dijo que va a pensar en nosotras y nos va a dedicar la función de esta noche, yo me agrandé tanto que casi no entro en la foto.

SergioBlanco
Dios



Ayer pasé 8 horas y hoy 5 en el Cosquín Rock. Miles, miles y miles de personas, la enorme mayoría de entre 20 y 30 años. Algunos tomaban cerveza, otros comían choripanes, fumaban tabaco o marihuana. En grupos o en parejas. Con y sin remeras de sus bandas o de sus cuadros de fútbol, envueltos en banderas, saltando y cantando durante los toques, haciendo interminables filas para el baño o mirando sus teléfonos, como siempre. Algunos de bermudita o musculosa, pese al frío de ambas noches. Miles de jóvenes haciendo lo que querían.
¿Y qué pasó?
Pasó lo que tenía que pasar.
Tiraron la basura en los tachos. Pidieron disculpas cada vez que sin querer tocaron a otra persona. Se dieron indicaciones de cómo llegar a tal o cual lugar, si hacía falta. Se miraron con alegría, compartieron la fiesta sin hostilidades y llenaron de pañuelos rojos todas las pantallas.
Hay otro camino: el miedo no es la forma.
Chapeau, gurises. Y aplausos.



Sábado: _ ¡Rock and roll, aguante Buitres, el cielo puede esperar, no nos vamos nada!

Domingo: _ Che, todo bien con Skay pero ya hace horas que estamos, y empieza a hacer frío... ¿si nos vamos antes de que termine?

Lunes: _ Café... ¿quién tiene un sobrecito de café? O capuchino... ¡Pero ya!

(Y esa, estimados, es la razón por la que el Cosquín estaba lleno de gurises con pinta de estudiantes, y no de serios y responsables trabajadores de lunes)



Cuando Pedro Dalton empezó a cantar, eché de reojo una mirada a la luna que se iba perfilando en el azul profundo de la tarde: el día estaba terminando, y empezaba a sentirse el frío. Cada vez más flaco, el muchacho Pedro, un alfeñique de 44 kilos con voz de viejo patovica, que sonó como los dioses.
La noche hizo nido en medio de las luces, jugando entre los pinos y las colas de personas esperando para entrar al baño químico. Es la poesía de todos los recitales, y el de ayer fue maratónico. En medio del casi barro por los días de lluvia de la semana, de pronto, ya entre sombras, alguien me saluda: Pablo, ex alumno de Florida, músico, feliz, en su salsa.
Empezó el siguiente toque en el escenario Norte, y todos nos enamoramos de Aterciopelados. Hacía años que no los escuchaba, y solo sé las canciones de Caribe Atómico, pero igual.
Cuando terminaron me puse los guantes, y empecé a pensar que con ese frío iba a ser difícil que aguantara hasta Buitres. Mierda. Iba a tener que irme sin lo que más me gustaba. Todos los asientos y gradas estaban mojados, eran las ocho o poco menos, y el cierre arrancaba (arrancaba) a la una.
Mi amiga se encontró con su hijo, y yo con mi maestra.
Seguía haciendo frío.
Diana se compró un choripán y yo una garrapiñada. Re saludables. En fin.
Mis ex alumnitos de NTVG fueron (por lejos) los que tuvieron más público, en un predio amplísimo donde la luna iluminaba zonas de charcos entre el pasto. Nos sentimos en Woodstock.
Alguien me tomó del brazo entre las sombras: ex alumno. Creo que lo mandé a examen, pero nos caemos bien.
Falta mucho para Buitres: NTVG termina 22.30 y ellos arrancan 12.50. Le digo a Diana que si quiere nos vamos, pero entretanto seguimos deambulando, hasta que conseguimos unos sillones mojados, tendemos sendas bolsas de nylon sobre la superficie y nos sentamos como si estuviéramos en el living de Susana.
De los toques del escenario Sur (Prolijos, Mónica Navarro, la Triple y el Congo) vemos poco y nada: lo nuestro es el Norte, aunque admiramos la sincronicidad con que se alternan para evitar la contaminación de sonidos.
Esperamos por Babasónicos. Me pongo un gorro de lana. Diana se compra una hamburguesa. Yo un budín de naranja. Ninguna quiere tomar nada, para no usar los baños.
Babasónicos arranca, encabezado por un viejito de barba que parece una mezcla de Demis Roussos con Horacio Guaraní, pero resulta ser Darjelós. No podemos creer lo que vemos. Es Moisés en el Sinaí, de bata suelta, collar con plumas y pantalón deportivo. Miradita perversona, eso sí, eso no se pierde. Muy bueno. La voz sigue intacta.
Cuando terminan faltan aún quince minutos para Buitres. Le digo a mi amiga que igual me quedo sola si ella quiere irse pero no, se queda, y termina enamorándose de Peluffo. Otra. Por si éramos pocas.
Una amiga y su hermano me saludan desde la masa. Comienzo a pensar que no veo a nadie porque soy miope, aunque Diana dice que mi pelo se ve de lejos, y por eso ellos me ubican y yo en cambio solo veo siluetas difuminadas.
Como el Congo se demora en el otro escenario, Buitres arranca una y diez. El frío del suelo mojado nos taladra las entrañas y la garganta comienza a emitir débiles señales de “pido”, pero no importa. Nada importa. Esto es una misa, y los fieles no conocen de distracciones. Somos la barra con más agite por lejos, por años luz. Ellos se desbundan y tocan y tocan, mucho más allá del tiempo convenido. Una hora y veinte de locura, mientras la gente del Cosquín los conmina a bajarse y Peluffo (desacatado) grita que esto es a puro huevo y que no se bajan nada. Saltamos, gritamos, descargamos cuanta mala onda pudiera haber en nuestras vidas. Salimos agotados y felices. Destruidos, con los championes embarrados, las piernas acalambradas y la voz enronquecida, pero salimos riendo y nos vamos cantando por el camino.
Tocó Buitres.
El cielo tuvo que esperar.




Ayer comencé y terminé el día bloqueando personas de las redes. En medio de ambos extremos, por la mañana, interrumpí a un conferenciante para manifestar sus generalidades con errores, y por la tarde le arrugué en la cara dos hojas de papel con sus opiniones a otro, haciendo un bonito par de bollitos que dejé en su papelera, porque restregárselas por la nariz quizá habría sido demasiado (aunque no estoy segura de esto último).
Hoy arranqué el día con una catarata de malas noticias de orden ecológico, histórico y policial, y ya estaba por ahogarme en el escepticismo más desesperanzado cuando una amiga me manda esta foto, con su correspondiente historia. Alguien de Lago Merín halló dos crías de comadreja abandonadas luego que unos perros mataran a la madre, tras lo cual hace una semana que las alimenta, para liberarlas luego (como ha hecho antes con otros bichos) en un bañado cercano.
Miro por la ventanilla del 402: la tormenta parece haber sido conjurada.
Miro para adentro: el día de confrontación parece haber quedado encapsulado, aunque no termino de decidir si el hecho de enfrentar o bloquear a quienes lo piden a gritos es un paso atrás o adelante en mi camino, usualmente calmo y silencioso.
Por ahora ha salido el sol, y la vida continúa.




Yo digo, ¿no? Si a un tipo le filtran fotos íntimas y se viralizan...
¿Es menos grave que si le sucediera a una mujer?
¿Es menos grave porque es famoso?
¿Es menos grave si está bueno?
¿Es menos grave si la esposa hace un chiste?
¿O es la misma mierda de la invasión de la privacidad de la que tanto nos quejamos?
Si él/ella las publica, viva su libertad.
Si eran privadas, no me parece que dé ni para medio chiste.



El 404 avanza feliz por Camino Maldonado, levantando tsunamis a su paso por las zonas inundadas. Los pasajeros, la mitad cubiertos con camperas mojadas y la otra mitad sosteniendo paraguas chorreantes, miramos en silencio por la ventanilla y pensamos que hoy sería un excelente día para hacer teletrabajo. Tengo los pies mojados y el pelo mafaldeado, y ya estoy lamentando haber dejado abierta la ventana de la cocina.
Mientras tanto el gato León y la gata Matilda duermen a pata suelta, cada uno en su piso de la casa que la humana mantiene a costa de pies mojados y rulos con frizz.
Algo anda mal en el reparto de privilegios de este grupo cohabitacional.
Sigo mi viaje seria y pensativa. Que no me olvide que tengo que hacer mandados a la vuelta: el atún está por acabarse.