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domingo, 3 de diciembre de 2017

Diciembre 2017







Hace años que un escritor nuevo (para mí) no me conquistaba así, por completo, en un momento. Lo leo despacio para que no se termine muy de golpe, y al mismo tiempo siento que me corre por las venas una especie de alivio grande como un universo: así que aún hay libros que me conmueven. Así que puedo sentir de nuevo que me zambullo en un universo de letras por el solo placer de leer y no porque tengo que, porque es tiempo de o porque hace mucho que no. Así que no todo está perdido, respiro, mientras miro cómo 18 de Julio se desliza ante mis ojos en el silencio de la mañana de diciembre y de tormenta. 

“El ómnibus va despacito, despacito”, dice una señora a alguien por teléfono, en el asiento de atrás. “Va despacito, pero voy bien”, termina, y me dan ganas de darme vuelta, de mirar sus lentes, sus arrugas, sus pelos grises y sus labios agrietados y decirle que sí, que tiene toda la razón del mundo, y que las dos vamos despacito despacito, pero vamos bien.




Primero fueron los bichitos de luz. Después desaparecieron las mariposas, los mamboretás y los guitarreros. Acabo de darme cuenta de que hace años que no ando por la calle enderezando cascarudos, porque no los veo por ningún lado. ¿Qué nos pasa, Montevideo? ¿Estamos perdiendo los bichos buenos? ¿Nos hemos convertido en territorio exclusivo de mosquitos, hormigas y caracoles? ¿O solo pasa en mi barrio?





Saco a la gata por el frente y a los cinco segundos la veo entrar corriendo por el fondo, perseguida por un benteveo. Evidentemente el equilibrio de poderes es una cosa delicada; me fui tres días y algunos se subieron al carro y ahora quieren dar un golpe de Estado en Arbolito. Voy a tener que reconquistar mi reino, esta mañana marcará el inicio de las hostilidades.
¡A defender nuestro territorio! 
¡Adelante, mis valientes!


(¿Mucho TEG en estas fiestas, vos decís?)





Tips para realizar su propio horóscopo chino (de acuerdo a las predicciones que aparecen hoy en la nunca bien ponderada Paula, de El País):

1. Comience con una dosis de denuncia contra las grandes potencias.
2. Plantee un alegato en favor de la familia.
3. Imagine all the people, living for toooday... iu hu uuu...
4. Termine con un llamado a la conciencia ecológica, que siempre rinde bien.

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Ahora levante la cabeza del teléfono, deje de criticar a Ludovica Squirru y constate, azorado, que se equivocó de ómnibus en el intercambiador Belloni, que los 405 y los 402 se parecen pero solo en el color, y que más allá del año del Perro o el bicho que sea usted debería concentrarse un poco más en el mundo que lo rodea. Solo un poco.





“El honor de la doncella
Es como la endrina:
Apenas la han tocado
Y ya el dedo le dejan señalado”
La vieja coplita española me da vueltas y vueltas en la cabeza. Me la enseñaron en el IPA, en relación a un personaje de ese nombre del Libro del Buen Amor. Parece que la endrina es una frutita frágil cubierta por una pelusita, medio como el durazno, y si se la toca se la marca.
Yo no soy ni española, ni medieval, ni mucho menos doncella, pero no puedo evitar sentirme endrina. Voy por la vida rebosante de moretones de variado tamaño y color. Hace un rato, por ejemplo, me descubrí uno en la pierna: gigante, como de siete por cuatro centímetros. 

Aviso esto por si me cruzan algún día y perciben alguna mancha sospechosa en mi anatomía: tranquilos, que no sufro violencia. Es solamente un caso extremo de torpeza doméstica. Disimulen.




Sábado. 6.30 de la mañana. Mensaje de wsp. 
_ ¿Vamos a la playa?
_ Mshhmmsí. 
_ Bueno. Salimos 7.30. 
Y aquí estamos. 

Se declara inaugurada la temporada de playa.





Historias mínimas

El viejo había tenido doce hijos con su mujer, doce hijos y todos de a uno, pero al parecer la docena no fue suficiente, o quizás la cosa le pasó sin pensar, de puro enamorado en tiempos de poco método anticonceptivo, vaya uno a saber. El caso es que existió un hijo extramatrimonial, al que algunas de las hermanas trataron y visitaron durante años hasta perderle el rastro. La esposa legítima, madre de los seis hombres y las seis mujeres que aparecían validados por la inscripción en la libreta matrimonial, era una señora dulce y angelical, flaquita y frágil, pura bondad y estoicismo. No sé bien cómo se llegó a enterar del affaire de su marido con la parda Tobinha, petisa y entrada en carnes, pero que lo supo lo supo. Cuentan las malas lenguas que cada vez que iba a aprontar el mate de la tarde la buena señora, sin que se le moviera un músculo de la cara, le pedía a alguno de sus hijos que le alcanzara la caldera tiznada del fuego, deformada por los muchos años y los muchos mates, diciendo:

_ M’hijo, hágame el favor, páseme la Tobinha, ¿quiere?




Me despertaron los truenos, cinco minutos antes de que el teléfono se pusiera a sonar. Había pensado bañarme y tomar un capuchino antes de salir de casa pero a juzgar por los relámpagos la lluvia era inminente, y decidí prescindir de todo protocolo higiénico o nutritivo. 
Salí con mi mochila cargada al máximo, saludé al sereno de enfrente y arranqué a patear hacia la parada a toda velocidad. Dos cuadras, necesito dos cuadras antes de que empiece el agua. Ya iba una cuando pensé en la pobre gatita, en el jardín. ¡Un momento! ¿La había sacado antes de mi siesta nocturna? ¿O estaba en el sillón y con el apuro mi la miré? Mmmh... 
Di vuelta. 
_¿La corrió el agua?- preguntó el sereno. 
_¡No, pero me olvidé de algo!- jadeé, ya sin aliento. 
La gata estaba en el jardín. Igual subí y miré que hubiera desenchufado el calefón, más que nada para disimular con el sereno. Volví a calzarme la mochila al hombro. Salí.
Dos cuadras, necesito dos cuadras antes de que arranque el agua. Los relámpagos eran enceguecedores. Pero llegué, y a los cinco minutos me subí al primer ómnibus que pasó. 
Íbamos por la Unión cuando empezó la revuelta de viento. Nunca había visto algo igual: desde mi asiento de adelante dominaba todo el panorama de 8 de octubre, y fui espectadora privilegiada de la Danza de la Basura. Cientos de bolsas, hojas, papeles y hasta botellas de plástico se arremolinaban frenéticamente, subían hasta la altura del ómnibus, se perdían en el horizonte. Una basura tan preocupante como poética, podríamos decir. 
La lluvia comenzó tres paradas antes de que me bajara. 8 de octubre se llenó de personas con capas de nylon de colores, la mayoría refugiada a la entrada de un bar o bajo el techito de una parada. Los truenos eran cada vez más intensos. Una vez en la calle corrí media cuadra y ya estuve en territorio protegido, con solo algunas refrescantes gotas encima y con la ropa seca. 

No sé por qué, pero me siento como si hubiera sobrevivido a un huracán. Debe ser que una a veces es un poco exagerada, especialmente cuando hay alerta naranja y sale de su casa en mitad de la noche. Debe ser eso.





La gata de mis viejos al atardecer cobra una extraña hiperactividad. Salta en el aire, corretea, persigue enemigos imaginarios. 
_ ¡Ya le dio la chiripiorca!- dice mi madre. 
_ Desde que la mordió la crucera el año pasado quedó así. - complementa el Cele- Pero no pasa nada, porque la sacamos un rato al fondo, se distrae y se olvida.
Mientras tanto el Gatón duerme en el galpón a partir de las seis y media, porque es un digno gato de esta casa y le gusta acostarse con las gallinas. Hoy ha andado todo el día medio extraño; parece que anduvo de pelea con el negro del fondo y ya le vimos un par de heridas pequeñas en el costado. 
Guaytica, Gatón y el Negro Enemigo no son los únicos que toman como propio el terreno de la casa: también anda en la vuelta una panzona de tres colores con collarcito rosado y a punto de parir, así como varios bebés, algunos de ellos siameses, que nacieron en la casa del fondo y vienen a jugar a la nuestra. Todavía no vi a los chiquitos ( ni falta que hace). 
_ ¿Y los tuyos qué hacen cuando ven a los gatitos? -le pregunto a mi madre- ¿Los corren o les da curiosidad?
_ Ni una cosa ni la otra: se meten para adentro en un segundo, muertos de miedo. 
Ah, sí. Para valientes, los de esta casa, vio...
Y así está el Mundo Felino en lo de mis viejos, estimados. El Cele es capaz de pasarse horas sentadito inmóvil para no molestar a Guaytica, que dicho sea de paso ya le ha destrozado un par de pantalones, amasando con sus uñitas mientras la tiene en la falda. 
Mundo Canino por ahora se compone de los tres divinos de enfrente a los que mi vieja alimenta durante la semana, cuando la dueña está trabajando fuera del pueblo, y también hay en la cuadra un Mundo Ave variopinto y colorido. En la calle frente a la casa ya he visto gorriones, horneros, tijeretas, benteveos, churrinches y cardenales, mientras que por el cielo dos por tres pasan garzas y otras aves enormes que no sé identificar. Mundo Ofidio por ahora no se ha hecho notar, en tanto que Mundo Humano se ha visto reducido a unas pocas interacciones, dado el carácter tormentoso de este domingo de lluvia y de viento. 
Y esto fue un reporte espontáneo de mi parte, desde el dormitorio B de la casa de mis progenitores. 
Así está el Lago, amigos.






Me tiro en la hamaca y el Gatón viene a hacer mimos. Cuando me olvido de él concentrada en la lectura salta hacia mi cabeza y me atrapa el pelo. Lo mastica un ratito, hasta que se aburre y se tira en la tierra a revolcarse.

Hoy vimos cinco tortugas muertas en distintos lugares de la playa. Algunas recientes, otras no tanto. Al llegar al pesquero mi viejo me hace una seña silenciosa y voy. Había una sobre la arena, asoleándose; no llegué a verla. Me quedo diez minutos en la orilla a ver si se asoma, pero nada. Cuando pegamos la vuelta la vemos metiéndose a la laguna; pasó por delante de mis narices, la muy ninja. Le deseamos buena suerte, la miramos un rato hasta que dejamos de percibir la mancha negra entre las olas y seguimos nuestro camino.

Luego de diez meses de ausencia ayer apareció el brasilero de al lado. Estuvo enfermo, con cáncer, pero ahora parece estar bien, y ya no es gordo sino “magro”, dice. Contrata a uno para cortarle el pasto y nosotros respiramos aliviados, porque el terreno es una selva y en las selvas suele haber alimañas. Hoy de mañana, por ejemplo, el señor que corta el pasto encontró cuatro criaturas entre la maleza. Unos bichos peludos, de un mes y medio más o menos. Invado el terreno del brasilero y el señor me pone uno de ellos en los brazos, uno negrito, que huele a perfume y ronronea. Miro a mi madre, que eleva los ojos al cielo y dice que no me preocupe, que son de unas gurisas que viven al fondo de casa, por la otra calle. Dejo al perfumado en el suelo y corre a reunirse con la madre adoptiva, una gata hermosa de tres colores y con collar rosado, a punto de parir nuevas criaturas laguneras.El hombre retoma el corte de pasto. Nosotros nos vamos a caminar.

En la playa algunas cosas han cambiado, pero poco. Ahora desde la orilla ya se divisa el castillo misterioso, que antes no se veía. Hay barrancas nuevas, la lengua de arena no ha vuelto a aparecer y el paso a la altura de los caños de la arrocera se complica un poco más cada verano.

A la vuelta paro a comprar agua en el almacén de la esquina. Ayer me desubiqué con un par de quindims de coco, es tiempo de compensarlo con una alimentación sana e hipocalórica. 
_Llevo esta agua. Eh... ¿qué son esos?
_ ¿Estos de acá? Son de maní con dulce de leche.
_ Ah... Dame uno.

Y bueno, es diciembre.

Ya vendrán dietas mejores




La mañana asomó gris, aunque sin lluvia; anduve cazando gatitos con el celular y solo pude atrapar a uno. Con los perros fue más sencillo, pero su efusividad me descolocó un tanto; terminé cayendo en el jardín, sobre un murito, a resultas de lo cual seguí por la vida con dos agujeros en el traste de la calza. Igual acá nadie se fija, o eso quiero creer. 
Antes de ir a la playa pasé por la ferretería a comprar Piracalamina porque hace dos días me picó un bichito invisible en un dedo del pie y lo tengo un tanto hinchado y rojo. Sí, en la ferretería venden Piracalamina y todo tipo de medicamentos, además de dulces del Carioca y libros del dueño, que firma con sus dos apellidos para darse dique con que es pariente de Benedetti. Lento, el comercio en la laguna, hay que venir munido de una carga de paciencia que no se consigue por mis pagos. 
En la playa, cero gente. Anduve juntando cosas que trajo la marea: caracoles, pequeños juguetes, gomitas de pelo, una pulsera. También vi un par de anzuelos en buen estado, enredados en una tanza, y los dejé como estaban (bien por no hacer que sean útiles de nuevo y mal por no tirarlos a un tacho, lo sé, lo sé). Hice un par de mandalas, los dejé en la arena y empecé a volver con las primeras gotas, pero como la cosa no pasó de ahí decidí cambiar de playa y arranqué para el lado de la Virgen de los Pescadores. 
“Esa zona está llena de víboras”, les había dicho un viejo a mis padres hace un par de días, así que anduve con cuidado. Una cigüeña estaba inmóvil en el agua, cerca de la orilla. Me miró un segundo y volvió a concentrarse en la pesca, que se ve que no se estaba dando muy bien, porque estuve unos quince minutos y nada. Fui para un costado y me llamó la atención que justo en ese momento arrancó un concierto de insectos a unos tres metros, entre el pasto. Me están avisando que anda una víbora, pensé, porque es sabido que insectos y pájaros alertan de la presencia de los enemigos ofidiosos. ¿Dónde estará la bicha? ¿Será grande o pequeña, culebra o crucera, pacífica o agresiva? ¿Le sacaré una foto o mejor la filmo en video? La respuesta no es ninguna de las anteriores: cuando la vi en el pasto, de color verde oscuro, a un par de metros de mí y con la cabecita levantada, salí corriendo como alma que lleva el diablo o como fóbica que se encuentra con su peor pesadilla. 
A partir de ese momento abandoné mi faceta NatGeo y dediqué el resto de la mañana a filmar cardenales y churrinches, que son bichos no reptantes y sin lengüita bífida, que yo sepa. 
Lo mío no es la aventura. 

Fui hasta la rotisería de la esquina, compré un quindim de coco y volví para la casa.





Autos llamativos, tierra, calles de adoquines, perros gordos, casas de colores.
Rapaduras, cocadas, bolas de geleia de abacaxi, de morango, de pessego, tés de maracujá, galletitas rellenas, chocolates, quindims, Nescafés, Amanditas.
Reales, acentos raros, palabras que acaban en enchi, ropas de colores, gente haciendo ejercicio, ojos claros, sonrisas. 
No es un puente lo que separa Río Branco de Jaguarao, ni un río ni una hipotética frontera política; son dos mundos distintos.

Visito ambos universos en una hora y media enloquecida y termino sentada en la agencia de Núñez, donde mi celular hambriento encuentra un enchufe que calme momentáneamente su ansiedad. Vuelvo a casa con la mochila llena de calorías. Sé que también constituyen un ansiolítico momentáneo, pero, bueno, nadie es perfecto. No son unas rapaduras lo que me separa de mi peso ideal; es un supermercado entero.


¿Autorregulación, conducta, dígale No a lo dulce? Sí, sí: el año que viene empiezo. El año que viene. Creo.





Ella es muy rubia, muy trajecito azul, muy botellita de Coca Cola en la mano. Subió en la terminal de Minas y cometió la terrible herejía de despertarme de mis únicos dos minutos de sueño del viaje, solo porque mi mochila ocupaba el asiento que ella quería, pese a que había otros libres más atrás. Ahora voy apretada, porque la mochila post Yaguarón es gigante y pesada, o sea que miro de reojo a la rubia, la odio en silencio y voy pegándole mentalmente con un martillo de plástico, por desubicada. Además el novio la acompañó a tomar el bus y los dos se pasaron despidiendo por teléfono. Diez minutos. En vez de mirarse, miraban la pantalla del celular y sonreían como tontos. El guarda le preguntó dónde baja y ella dijo que en Cufré. Vamos por 8 de octubre... Ah, entonces en la terminal.

Háganme caso: no me despierten del primer sueño de la noche, o les voy a tirar mala onda hasta que llegue a mi casa, me dé un buen baño y me prepare un café para acompañar las delicatessen con gusto a coco que traigo do pais irmao Brasil.


Están avisados.





¡Hoy nos INSPIRAmos!

Este mediodía, en la Sala Idea Vilariño de la Torre de Telecomunicaciones, tuvo lugar la tercera edición de INSPIRA, el evento a través del cual el CES brinda un reconocimiento a sus estudiantes destacados del año. 
Eran gurises de muchos departamentos, tanto de ciclo básico como de bachillerato, que vinieron con sus padres y profesores. Múltiples disciplinas fueron aplaudidas en la jornada: jóvenes destacados en deportes, teatro, literatura, ciencia, robótica, acciones solidarias, entre otras. Mas de cien estudiantes recibieron el reconocimiento por su labor, así como muchos de los docentes que los acompañaron en sus proyectos. A todos les regalamos una mochila con útiles escolares y libros de lectura recreativa, y un llavero re lindo para los profes. Terminamos a puro hip-hop, y quedamos todos diciendo "aaaaah!!!, impresionados. ¡Una fiesta!


Ah... ¿no lo viste en la prensa? Qué raro... ¿En serio?




Escena montevideana de verano en primavera

Cuando subí con mi caja de sandwiches de La Nueva Barcelonesa al primer ómnibus, el chofer hizo una broma al respecto: que qué bien, que justo era su cumpleaños, algo así. El segundo, en un 100, directamente estiró la mano y dijo que él me la guardaba. Era un flaco castaño con cara de pícaro. Me reí y arranqué derechita hacia el asiento con mayor porcentaje de sombra que pudiera encontrar en esta tarde de horno prendido fuego. 
Cuando me disponía a bajar nos miramos; él adoptó un aire indiferente de hombre mirando al horizonte y puso la manito. 
_ Pah, yo te daría un sandwiche, pero te faltan servilletas, viste... No va a poder ser...- bromeé.
_ Mirá, no me pelees, porque ahí abajo- dijo señalando una zona de bolsos y cosas al costado del asiento- tengo servilletas. 
Abrí la caja.
_ ¡Servite!
Me miró azorado; aquello era una broma, no un mangueo.
_ No, no, nada que ver. 
_ Servite uno- insistí.
_ ¡Bueno!
Y me bajé, con unos gramos menos de peso en la caja, pronta para enfrentar la inclemente caminata hasta las alturas del barrio, vulgo, mi calle. 

Montevideo seguía siendo un horno, pero no importaba, porque el diálogo con un desconocido acababa de refrescarme el alma.





Mediodía de calor alienante. 
Subo a un 404 que viene sin personas paradas y con un solo asiento libre, junto a la puerta del fondo. Me instalo en él, mientras dos cantores folklóricos con guitarras se paran en el medio del coche a asegurar que “yo voy a seguir cantando, verdad mi vida, para gritarte otra vez”, o algo parecido.
La mujer a mi lado, contra la ventanilla, va concentrada en su teléfono y yo me meto en el mío, que no miro desde que salí de casa hace como seis minutos. Dos paradas después pide para pasar, me mira, toca mi brazo y pega un grito:
_ ¿Pero por qué te sentás al lado mío y no me saludás, Mariela Rodríguez?
La miro: mi amiga Marita. Empezamos a reírnos por el mutuo despiste, charlamos un minuto y ella se baja. Una historiecita mínima, después de todo. Pero no. Nada de mínima, porque allá lejos, medio escondido en el fondo del alma, a ambas nos corre un pequeño chucho. Un chuchito, algo que no llega a ser miedo y se queda en inquietud, germen de angustia, desasosiego. 
Estamos dejando de percibirnos en vivo. Para mí ya hay amigos, parientes o alumnos que registro más con el nombre de facebook que con el de nacimiento. Del otro nacimiento, digo. Nombres que me hacen pensar automáticamente en una foto de perfil, sea un retrato, una mascota, un objeto. Cumpleaños, excepto ocho o diez, solo si esto me lo avisa. ¿A ustedes no les pasa a veces que mantienen dos diálogos a la vez con una persona, por acá y por wsp, por ejemplo? ¿Y no sienten que son dos sus interlocutores? ¿O solo yo estoy al borde de un abismo de despersonalización general e irrestricta?
Reflexiones de viernes a mediodía y a temperatura de horno, estimados. El recorrido del 404 es interminable, y voy hasta el destino. 

No me juzguen.





El señor es un poco más joven que mis viejos, vive en la cooperativa desde el principio, es un tanto panzón y de bigotes. Una suerte de Mario Bros del barrio, pero sin los saltitos. Es muy serio, en las asambleas nunca hace kilombo, y siempre me ha caído bien. Una especie de abuelito bueno, el señor. Me lo cruzo hace dos minutos, camino a los mandados. 
_ Buenos días, joven- me dice. 
Ta. Listo. Ya no me cae bien. Ahora lo amo. 

Y sigo rumbo al Disco, con paso gimnástico y sonrisa en los ojos, como caminamos los jóvenes que estamos de vacaciones bajo el sol de diciembre.





"Memes para que regrese tu papá", se llama un grupo de facebook que comparte chistes sobre hijos que esperan eternamente a sus padres. No hablan de padres muertos, sino de aquellos que se han olvidado de los hijos. "Abandonaditos" es el lema que aparece en la foto de portada, y verla y recorrer la página me produce una extraña mezcla de sensaciones. Es espeluznante percibir la cantidad de gurises (y no tanto, pero esta es una página para adolescentes) que sufren la falta de su viejo, pero a la vez resulta sublime ver cómo la pelean desde el humor, creando y compartiendo contenidos a través de los cuales reivindicar su valor como individuos, más allá de ajenas decisiones. 
En estos días medio de casualidad (o no tanto) he estado hablando con amigos de mi generación sobre el tema de la paternidad desde distintos roles: algunos se quejan de haber tenido padres demasiado estrictos (cerrados, en algunos casos), otros están preocupados por la decadencia paterna propia de la edad, angustiados por los reclamos y las críticas de los hijos adolescentes, asistiendo al abandono de los gurises por parte del hombre después de la separación de la pareja, en fin, todos los ángulos posibles. 
Yo no tengo hijos, y con mi viejo me llevo y me llevé siempre espectacular, pero el tema, de una u otra manera, nos toca a todos. Este año, por ejemplo, en una clase de lectura de textos propios en un quinto año, una gurisa se pasó los primeros minutos en un costadito, escribiendo frenéticamente en su cuaderno. Después me pidió que lo leyera: era una carilla manuscrita, que planteaba de modo desgarrador el dolor por la ausencia del padre. Mientras yo lo iba leyendo ella se sentó al fondo de la clase, en el piso, a llorar en silencio. Le di un abrazo, dije alguna cosa... Nunca alcanza. 
Y ta, era eso. Un tema más para pensar cómo trabajar desde la clase de Literatura, en la medida de las posibilidades, que no son muchas pero algo son. Me alegro mucho de no haber elegido ser profesora de Geografía (que era mi opción primera) o Química (que era la 2), aunque igual el tema sale de cualquier manera, en cualquier clase, en cualquier charla. 
Seguimos pensando. 

No queda otra.




Esto no es un lanzamiento de cohete espacial, aquí no hay técnicos supervisando las acciones, ni countdowns, ni periodistas, pero que hay un sistema de fases cuidadosamente preparado y que se verifica día por día, hay. Yo creo que en tantos años de repetir rituales estoy en condiciones de conocer las reglas básicas que todo gato aprende de su madre desde el momento del nacimiento, o quizá desde la concepción misma. 
Comparto el aprendizaje de toda una vida, Humanos. Espero que les resulte de utilidad.

1. El reclamo sonoro debe ser iniciado al instante mismo en que el Humano abre alguna de las persianas del Refugio.
2. De no recibir respuesta se procederá a incrementar el volumen de la vocalización y, en caso de extrema indiferencia, a modular la queja lastimosa (suerte de ronquera asordinada que sugiere un desgaste de las cuerdas vocales motivado por la falta de respuesta del Humano que administra el Refugio).
3. Una vez adentro, la vocalización se realizará mirando alternativamente al Humano y al platito del atún, procedimiento que se acompañará de maullidos desesperados hasta el momento en que se sirve el alimento.
4. Una vez lamido el juguito del atún se procederá a retomar la demanda sonora. Se sugiere poner cara de incomprensión cuando el Humano diga cosas como "pero el plato está lleno, ¿qué pretende usted de mí?". 
5. En caso de recibir pastillitas, comer tres por vez será suficiente. A continuación, reiniciar maniobras vocales hasta que el Humano se ponga de pie y reagrupe el alimento. Allí se podrán comer otras tres piezas, y así se proseguirá durante un tiempo promedio de cinco minutos.
6. Mirar al Humano hasta que le duela, traspasarlo con las pupilas, perseguir cada uno de sus movimientos. En general los individuos de esa especie no resisten más de un minuto siendo observados con fijeza por el Felino a su alcance. 

7. En último caso (medida extrema), si la Mirada Fija y la Vocalización Nivel Alfa no resultaren suficientes, siempre se podrá acudir a refregarse contra el pie o la pierna del súbdito alimentador, acción que por lo general recibe como respuesta la inmediata puesta de pie del Humano y la consecución de los fines del Felino. Se sugiere reiterar el protocolo una vez por la mañana y otra por la tarde, por lo menos.




Un grupo de antropólogos forenses trabajó en la identificación de los cuerpos de los caídos en Malvinas, algunos de los cuales seguían como NN en uno de los dos cementerios a los que fueron a parar. La hermana de uno de esos soldados cuenta cómo vivieron ella y su madre el proceso, en el cual finalmente fueron informadas del paradero del caído, que tenía 19 años al momento de morir. Encontraron pertenencias, pudieron saber dónde estaban sus restos, al fin. Cuando se lo comunicaron la madre dio un grito. 
_ Mi hijo nació de nuevo- fueron las palabras de la viejita. 

No puedo dejar de llorar mientras me preparo el almuerzo, y eso que esta vez no estoy cortando cebollas.





No suelo sacar fotos en el teatro, pero hoy vi una muestra tan excelente que no pude evitarlo, y además como era al aire libre me pareció que el celular en silencio no jorobaba demasiado. 
Deconstrucción Quiroga, de Implosivo Teatral, en el patio de Arquitectura, con un viento tan imponente que en cierto momento llegó a volcar algo (una taza, una jarra, no sé) de encima de la mesa. En una de las últimas escenas los personajes comen hojas de lechuga, que el vendaval fue haciendo volar por el patio. Algunas aterrizaron en el estanque y fueron de inmediato devoradas por misteriosos peces recolectores de hojas verdes, que en la oscuridad no divisamos pero deben ser gigantescos a juzgar por el revuelo de aguas que causaban sus irrupciones. 

Salí de la muestra flotando, entre el gusto por lo que había visto y la fuerza del viento correteando a sus anchas por Bulevar Artigas. Por suerte no me volé, porque previsoramente había comprado a modo de plomadas unos bombones de coco y de yema quemada en la feria de Ideas+, un rato antes. Mariela: inteligencia




No termino de llegar a la parada cuando escucho sirenas y veo pasar un ómnibus de Núñez que corre por Camino Maldonado raudo, veloz y sin destino escrito.
Miro a mi alrededor: sonamos. Otra vez caí en la marea de uniformes amarillos y negros rumbo al Estadio. Extraña capacidad la mía de coincidir con el bus de los jugadores y el momento de mayor concentración de la hinchada de cada domingo. 
Por ahora van todos tranquilos, al menos en el COPSA que me tomé tras dejar pasar tres o cuatro buses cuyo nivel de festejo anticipado superaba los límites de mi tolerancia sonora de domingo. Pero a la vuelta... 
Indiferentes, temblad. 

O tomaos un taxi. 




El señor tiene unos pocos años más que yo; viaja en su bicicleta muy prolijito, con chaleco reflectante y sombrero para el sol de dudosa utilidad a las diez y media de la noche. 
El señor va por el medio de la calle, y hace dos minutos acaba de nacer de nuevo gracias a una poderosa frenada de mi ómnibus, que nos desestabilizó primero y despertó un unánime grito después, cuando lo vimos casi bajo nuestras ruedas. 
El señor continúa su camino por la mitad de 8 de Octubre, tranquilo, como si nada. 
Nosotros volamos sobre el asfalto. El chofer viene a puro Redondos y se ve que se le metió un espíritu de misa ricotera en la sangre, porque acelera y frena todo el tiempo, todo el tiempo, todo el tiempo. 
Yo tarareo en voz baja. 
Noche de sábado de verano en Montevideo: cada loco en su mundo, o en su pequeña isla, por lo menos.


Violenciaaaaa es mentir...





La fotógrafa toma una hoja de papel de la mesa, y lee. Lee despacio. Me molesta que vaya desgranando las líneas como si fuesen párrafos, hasta que entro en su ritmo y comprendo que cada pausa tiene una cadencia musical que es la suya y no la mía. Me dejo llevar. Habla de la fotografía, describe imágenes que nunca vemos con los ojos, reflexiona, actúa, hipnotiza. Siempre en presente, frases cortas, palabras sencillas, conceptos complejos. De vez en cuando levanta los ojos y mira a alguno de los ocho o diez que la escuchamos de pie o sentados en el piso, en un cubículo pequeño absolutamente blanco, una suerte de isla rodeada por voces y pasos de personas que tampoco vemos. Hay tres cámaras fijas que proyectan al exterior la imagen y el sonido del adentro. La performance dura una hora, y los fieles asistimos a la ceremonia en silencio y sin mirarnos. Ella continúa tomando una por una las 18 hojas que ocupan perfectamente todo el espacio de la mesa iluminada desde abajo. No sigue un orden aparente pero sabemos que ningún detalle es aleatorio. Hace pausas. Parece escribir algo con un lápiz. Mueve un lente de cámara que está sobre alguna de las hojas. Continúa. Cuando termina la lectura camina dos metros hasta la puerta y se va. No la aplaudimos, como no se aplaude a un sacerdote después de la liturgia. Poco a poco nos vamos levantando, y abandonamos la sala.
Voy a otro sitio, lleno de voces y ojos. Manos con celulares, mozos sin sonrisas. MIro a un costado: hay una foto esperando. Me entrego. Un segundo después la silla se ocupa y la foto desaparece. 
Y así todo.





Ya el hecho de que ayer me apareciera en el blog de Literatura en Obra un comentario de Homero Simpson en la información de Romancero me sonó un poco raro, pero, en fin. Que su comentario fuese de una sola palabra: "Incorrecto" no me mereció ni dos segundos de consideración: hay loquitos sueltos por todos lados, y estamos en época de examen. pensé. 
Hoy me llega otro comentario, esta vez no de Homero Simpson, sino de origen desconocido: "no te pongas la gorra pinguino que te vamo a caer con todo lo pi volves a judiar al gatito y te prendemo fuego"

O sea.

Me doy por vencida. ¿Cuál es la solución del acertijo? ¿En qué página está?


Yo solo sé que no sé nada.





En primer plano, la Facultad de Derecho, imagen emblemática de la UDELAR, con las escaleras y el piso sucio por los festejos de los que acaban de recibirse.
Al fondo, flanqueadas por globos de colores, las carpas de una feria de Huertas Educativas, proyecto universitario que trabaja motivando los plantíos orgánicos en las cárceles. En este caso, con la de Punta de Rieles, uno de cuyos presos está hoy en salida especial para trabajar en la feria atendiendo al público, con un par de policías sentados discretamente a sus espaldas. 
Derecho y cárceles. Universitarios trabajando por la inclusión, presos aprendiendo algo más que una salida laboral, y en el medio nosotros, sorprendidos transeúntes en el mediodía de 18 de julio. 
Vuelvo a mi casa cargada con las compras, esparciendo efluvios de albahaca, menta y ciboulette en el no muy aromático ambiente del 110. 

Está saliendo el sol. Un poquito.





Una tiene examen hoy en el IAVA. 
Una se duerme.
Una de todos modos desayuna, aunque signifique salir tarde de su casa. 
Una toma lo primero que pasa.

Y aquí voy, en un COPSA viejo como mi abuela, que rechina aunque esté detenido, que tiene un andar medio saltadito y unos asientos duros que han conocido mejores siglos. Saludos desde 1939. Con suerte, quizás llegue para el último examen de diciembre.





Entro a leer una reseña en Ñ: “Cuatro estaciones en Pekín”; parece interesante. Tras el texto, los típicos enlaces para que una siga leyendo y no vuelva nunca al mundo real. Vicho los primeros titulares: me proponen convertirme en una máquina quemagrasa con solo 10 minutos al día, aprender un idioma en 3 semanas o mejorar mis ingresos trabajando dos horas diarias. 
Yo no sé que estoy haciendo aquí, en este 300, donde en vez de quemar grasas debo escuchar ofertas de tabletas de chocolate a 2 x 20, donde el único idioma que se habla es el de la guarda que atomiza al chofer pero no se entiende desde mi asiento, y donde en vez de generar ingresos estoy gastando $29 por hora. 
No sé lo que estoy haciendo, repito. Y sigo leyendo, mientras pienso que así no voy a ser nunca como “Tini de Boncurt, espléndida a los 67”. 
Solo unos pocos elegidos pertenecen de verdad al gran mundo...
Sigo mi viaje en el 300. 

(No le cuenten a Tini de Boncurt)





2.53: despierto escuchando un sonido inesperado: llovizna. Dejé a la gata en el sillón y la ventana abierta, por si quiere ir al baño. Me levanto a cerrarla. 
2.55: la criatura demandante hace honor a su principal característica. No encaro sacarla ni cerrar la ventana, porque llueve pero poco, así que la dejo comiendo y vuelvo a mi cuarto. 
3.07: Llueve a baldes. Bajo. Cierro ventana. Vuelvo. Me acuesto. 
3.20: Concierto en Gato Menor Número 5. 
3.24: Bajo. Muestro a la felina que el plato sigue lleno de alimento. Ella parece sorprendida ante la constatación, y se queda comiendo, contenta.
3.35: Nueva Cantata en Miau Mayor frente a mi puerta. Dudo si sacarla al patio (donde llueve pero hay techito), hacer oídos sordos o bajar y volver a mostrarle que tiene comida en el plato. Mi capacidad de razonamiento resulta a esa hora bastante menguada; bajo, me tiro con ella en la alfombra y le hago mimos, sin llegar a resolver el dilema ventana abierta/ gata afuera. Al fin, suspiro, me hago una nota mental (“volver a habilitar el baño felino de interior”) y me acuesto. Otra vez. 
3.47: Apocalipsis Now al otro lado de mi puerta, parece que la estuviera matando de hambre. Nueva mota mental: menos mal que no hay vecinos al lado, por ahora. 
3.55: La lluvia casi ha parado. Qué lindo el patio del frente, ¿verdad? Chau, chau, hasta luego. Bye. 
4.14: Bzzz... bzbzbz... ¡Socorro! El Primer Mosquito del Verano, también reclamando mi atención. Nota mental: maldito bicho del demonio, ojalá te mueras o te quedes afónico, por lo menos. Bzzz... Bzzzz...

Arbolito: hogar de seres demandantes. 

Menos mal que traigo café en la cartera.




Primero pensé que mi hora de ir a caminar por la rambla (405 mediante) no fue totalmente afortunada, toda vez que mi barrio y ciertas avenidas parecen haber sufrido una mutación genética que ha teñido a las personas de pies a cabeza de amarillo y negro. Pero los mutantes no andan con espíritu de interactuar con los que portamos otros colores, es decir que no va a haber inconvenientes (al menos por ahora, y según cómo les vaya). 
Después me di cuenta de que el chofer del bus iba oyendo a Petinatti, que es una voz chillona que dice y repite hasta el hartazgo que quiere darle una mano a la gente, pero bueh, traté de hacer oídos sordos y sobrevivir. Es un poquito difícil, pero se logra. 
Ahora veo el reflejo de mi ómnibus en un comercio y constato, azorada, que un cartel enorme en su costado está dedicado a promocionar papas fritas con gusto a huevos fritos. Papas fritas con gusto a huevos fritos. Papas fritas con gusto a huevos fritos!!!
Listo. Todo mal. Hoy no es mi día de suerte. Capaz que voy a Tienda Inglesa y todavía tengo que pagar lo que compre, en fin. 
Todo es posible.





102 lleno de las diez de la mañana. Frente a mi una mujer amenaza todo el tiempo con bajarse y no lo cumple. Al lado, otra, que juega algo en el teléfono y hace gestos de desaliento con caras y manos cada tres minutos, promedio. Más allá, al fondo, un péndex de gorrito viene oyendo a volumen alto unas cosas horrendas con aire reggetonero. Llegamos a 18 y el coche no se vacía, no se vacía. Hace calor. Estoy yendo al trabajo. De pronto leo un titular: “Roger Waters tocará por primera vez en Montevideo en 2018”, y se acaban las señoras molestas y los reggetones insufribles, pienso que la vida es bella y oscilo entre reírme sola, lagrimear de la emoción o salir corriendo a hacer cola para sacar mi entrada, porque parece que la cosa es en febrero y no es cuestión de arriesgarse.





¡Sunescán! ¡Daluna buso!
¿Una pera 30$? ¿97 medio litro de yogurth, 82 unos brotecitos de soja? ¿Pagué 493 $ por estas pocas compritas vespertinas, saludables y vegetarianas? ¿En serio?
No. No pagué. 493 es lo que decía el ticket, pero yo no gasté un peso, porque fui sorteada para mi compra gratis, la la la la!
Exacto, estimados. Este no era un post de queja sino de baboseo: gané, gané, gané! 

Lo bueno por cero, en Tien-dain-gleeee-sa! 🎵




En esta última semana se han conjugado dos revoluciones en mi vida de cooperativista: un amigo se mudó a una cuadra y abrió un bar en la esquina que es rico, barato y tranquilo. 
¿Qué? ¿Parece que estoy contando algo bueno? No, no, no, al contrario, todo mal. Alerta roja.

_ En qué andás? ¿Cenaste? 
_ No...
_ ¿Vamos hasta el bar?
_ ¡Vamos!

"Vamos..."
¡Vamos a llegar al verano rodando por la bajada de la cooperativa! Este es un camino de ida. 
Recuérdenme como era hasta el mes pasado, ta? 

Fue un placer.





El 103 aparece lleno de hinchas de Peñarol, no hay uno que no venga de amarillo y negro. Me preparo para un viaje de cánticos, saltos y olor a vino, pero no. Todos vienen tranquilos conversando, y cuando suben dos viejitos enseguida les ceden no dos: tres asientos, por si acaso. Hay parejas, muchachos veinteañeros, señoras cuarentonas. Cada uno en lo suyo. 
Derribando mitos, versión dominguera.

La vida te da sorpresas, sorpresas te da la viiiida, ay, dios...





En el segundo ómnibus del domingo asisto a una escena de gritos y pataleta infantil a un nivel nunca antes logrado. Un niño hace una escena tal que parece que alguien lo estuviera carneando. La madre le habla, le habla tranquila, pero el nene parece poseído. Como será la cosa que hasta el chofer intenta hacer que se calle, sin éxito alguno. Rubiecito, de unos 3 años. Grita al menos desde que subo en 8 de octubre hasta que se baja, en Rivera. Al fin, al rato largo, comienzo a entender qué le pasa: quiere ir sentado solo y la mamá no lo deja. El niño grita, grita, y le dice “tonta de mierda”. Recuerden este nombre: Valentín. Todas las personas lo miran. Nunca vimos algo igual. Su nombre, repito, es Valentín, y de santo no tiene nada. Si lo ven en una clase de aquí a diez años, tiemblen. Y corran.





Hay regalos que te alegran el alma, que te ilusionan, que superan todas tus expectativas,pero también están los otros, ante los cuales no sabés bien cómo reaccionar y solo atinás a disimular un poco para que quien te lo dio no se sienta demasiado defraudado.
Tal es lo que ocurre cuando te despiertan maullando a las tres de la mañana y te hacen salir al patio del fondo bajo la llovizna para mostrarte un pajarito muerto que han cazado para ti, por ejemplo.
Qué he hecho yo para merecer esto, pensás, mientras tirás al pobre bicho para el patio del frente, porque no estás segura de que esté muerto del todo, aunque tiene toda la pinta, pero por las dudas.
La dadora de obsequios se queda olfateando las tablas del sitio donde depositó su ofrenda, y no parece comprender cómo me he hecho cargo del banquete sin invitarla, pero estas no son horas de andar dando explicaciones, y me vuelvo a mi cuarto esperando no ser sorprendida por más presentes, por lo menos en lo que queda de la noche.





jueves, 2 de noviembre de 2017

Noviembre 2017






Ómnibus + calor = ventanilla abierta.
Ventanilla abierta + cosas que vuelan = ojo impactado. 
Ojo impactado + imposibilidad de encontrar la pelusa que lo impactó = ojo derecho lloroso. 
Ojo derecho lloroso + ojo izquierdo sano que no llora = mujer rara. 

Y en eso estamos. 





El G va raudo y veloz cruzando calles y avenidas bajo el sol del mediodía. Esta vez no es el 103, porque no voy para casa sino hacia el Cordón, a llevar la designación de horas al IAVA. 

Iupi.




_ Pensé que ibas a frenar ahí- dice la guarda, y el chofer contesta de inmediato, con tono inseguro. 
_¿Por?
_ No sé... estoy acostumbrada a viajar con Miguel. 
Silencio. Y al rato, él:
_ ¿Maneja bien Miguel?
_ No sé... Te dije por decir, nomás.
No sé ustedes, pero yo creo estar percibiendo una sutil escena de celos entre el personal autorizado del 103. Ella ahora se ofrece a traerle verduras que planta no sé quién. Creo que con eso ya lo distrajo y Miguel no vuelve a aparecer en el diálogo, aunque su sombra sigue interponiéndose entre ellos.

Mariela, testigo de un mundo de veinte asientos.





¿A qué hora era? ¿Y yo qué número tengo en el escalafón? De Ciudad Vieja al Bauzá me tomo... Tengo que averiguar qué ómnibus me sirve. Y me lleva... Tengo que averiguar cuánto me lleva el viaje. ¿Y si no hay IAVA, qué hago? ¿Y si hay solo cuarto? ¿Tomo grupos de tarde? ¡Aaay! ¡La cédula, me olvidé de la cédula! Ah, no, acá está.
Rituales del día de elección de horas, estimados. No se preocupen: es una neurosis pasajera.

HOYHOYHOYHOYHOYHOY!!!!!





Padre joven a hijo de unos 8, a juzgar por las voces en el 405, a mis espaldas.
_ Vemos la peli hoy, te llevo a lo de tu madre y el sábado te quedás en casa. Te parece? 
_ Sí, este sábado me quedo en tu casa, pa. 
_ No, este sábado no, amigo, el otro. 
_ Ah. 
_ Lo que pasa, amigo, que ando metido en varios proyectos, y no me da el tiempo.
Suenan mensajes una vez, otra, otra. 
_ ¿Otro watsapp, papá?
_ Sí, amigo, es que recién estoy saliendo de algo que me tuvo muy ocupado.
Y al rato: 
_ ¡Dejame jugar a mí, pa! ¿Solo vos jugás?
_ Ta, dejame ver algo, un segundito. 
_ Te lo estás agarrando todo el tiempo...
_ Ta todo bien, amigo, pero donde te pongas pesado...

Y se ve que bajan, porque dejo de escucharlos. Dentro de años voy a tener a ese chiquilín en un grupo; ojalá para entonces el padre haya sido un poquito más padre, para que el gurí tuviera la oportunidad de ser un poquito más hijo. Y si no, para eso (entre otras cosas) estaremos.





Tengo problemas escribiendo. Ya conté alguna vez que hay palabras que me salen habitualmente mal como "estudiante", que tiendo a escribir "estudainte", pero además meto el dedo en cualquier tecla, entrevero letras y suelo cambiar espacios por consonantes. Detesto la escritura predictiva porque me quita rioplatensidad y no me deja inventar palabras, y en general confío en que el teléfono podrá adivinar a qué me refiero y deshacer el entuerto de la mejor manera, pero no. A veces no. De pronto escribo una masa de tres palabras mal tipeadas y sin espacios y él muy tranquilito cuando oprimo corregir, me lo traduce perfecto. Otras veces cometo un error pedorro, por ejemplo poner "hiras" en vez de "horas", y se tara, se queda ahí, subrayando, sin la menor idea de lo que quise decir. ¿Cómo puede pasar de la brillantez deductiva a la inoperancia lectora en un momento? ¿Será que tiene sus picos de estrés durante el día? ¿O se hace el que no me entiende para que no me achanche y siga tratando de mejorar mi relación con las teclas?

Alerta, humanos. Estas cosas se van pareciendo cada vez más a nosotros, o al menos lo intentan.





Andaba buscando inspiración para un horóscopo en broma cuando caí en la sacrosanta página de Susana Garbuyo, en la no menos venerada sección M de Mujer del benemérito diario El País de hoy. Las predicciones son de dos renglones por signo, pero igual se las resumí, estimados, para que sepan a qué van a enfrentarse sin pérdida de tiempo. De nada.
Aries: Hoy se termina algo.
Tauro: Todo finaliza.
Géminis: Todo es mucho más sabio de lo pensado y debe terminar.
Cáncer: Muy buen día para terminar.
Leo: Se sentirá nostálgico, pero mañana todo comenzará.
Virgo: Día raro.
Libra: Hoy termina con algo.
Escorpio: Está terminando.
Sagitario: Algo se termina.
Capricornio: Día oscilante.
Acuario: No se deje llevar por lo que aún no sucedió.
Piscis: No se ponga mal si algo termina. Día de final.
That's it. Es hoy. El famoso día del fin del mundo, en que todo termina para todos (salvo para los de Virgo, que tienen un día raro porque a su alrededor los demás signos caen como moscas, para los leoninos, nostálgicos de cuando todo no se terminaba, y para los capricornianos, que tienen un día oscilante porque se deben haber tomado todo para no pensar).
Fue un un gusto haberlos conocido; es una lástima que todo deba terminar entre nosotros.

Feliz lunes.





Crónica asquerosa
“Es un paquete pequeño de galletitas Chiquilín... No es tan grave”, pensé cuando paré en un saloncito a comprar algún vicio, porque acababa de caminar una hora y cuarto y no es cosa de andar bajando drásticamente el nivel de calorías del organismo, que capaz que se descoloca y no comprende. 
Casi enfrente estaba la parada del 316, que demoró como 15 minutos porque los domingos no es muy pasador. Apareció al fin, casi vacío, y saqué boleto de una hora, más por costumbre que porque fuera a necesitarlo. Los asientos individuales estaban casi todos libres; fui hasta el penúltimo y ahí me frené en seco cuando lo vi: un vómito espeso y marrón, tan abundante que cubría por entero el asiento y decoraba también parte del piso. Insólito. No que estuviese, porque el bus es circular y el encuentro con el agua en el destino aún estaba lejos, sino porque no sé cómo un cristiano pudo contener tamaña cantidad de comida en su interior. 
En fin. Había que encarar. 
Al principio me senté en uno de los asientos dobles de enfrente, pero la mancha me resultaba visible a nivel de visión periférica y opté por cambiarme. Me fui tres filas para adelante. Ahí no veía nada, aunque de cuando en cuando me llegaban los acres efluvios del Volcán Incontenido. Abrí la ventana: igual lo seguía percibiendo. 
Las galletitas Chiquilín empezaron a perder su carácter tentador. Debo reconocer que un poco me dio miedo de que me cayeran mal, pero continué heroicamente haciéndoles los honores, porque la implícita consigna (mía y supongo que de los otros cuatro o cinco pasajeros) era Aquí No Ha Pasado Nada, y había que respetarla. 
Hasta que subieron ellas. Las adolescentes. 
_ ¡Boluda, no puedo creer! ¿Cómo alguien pudo hacer eso tan gigante?
_ Pah... yo ya venía con ganas de vomitar, ahora en cualquier momento...
Y así.
No cambiaron de tema, no se aburrieron, no se acostumbraron: siguieron dale que te dale, hasta que a la altura de Bellas Artes no aguanté más y me bajé con la excusa interna de ir a la Tienda Inglesa a comprarle una lata de atún a la gata.

Bendito boleto de una hora. 
Mi salud te lo agradece.

Ps: Yo te avisé en el título. Ahora no quiero quejas.





Gordito lindo. No digo el actor, sino el personaje. Hace unos días se lo nombré a una compañera de treinta y pico y no tenía idea de quién era. Repetí el experimento con otra, con igual resultado. La memoria colectiva se va limpiando y se hace lugar para los nuevos, pero en la mía esta carita siempre estará asociada a la risa inocente de la infancia, al cine en la tele una vez por semana, a las hermanas que cantaban siempre igual, a la Compañía de Sombreros Susquejana y a las pésimas traducciones de Quién juega en primera base.
Domingo nostálgico.

Debe ser la edad. 







Yo no diría que he perdido la cuenta de en cuántos colegios privados trabajé en la vida, aunque tendría que pensar un rato para armar la lista, pero si me preguntan en cuál encontré los gurises más divinos no lo tengo que pensar ni un segundo: son los Beatos. 
Estuve en el Beata Imelda 4 o 5 años, siempre en tercero, siempre jueves y viernes, siempre los mismos dos salones al lado de la subdirección. Los Beatos tenían (deben seguir teniendo) 3 horas de clase corridas, un recreo de 10 minutos, otras 3 horas, y así desde 7.30 hasta una y media o dos de la tarde. No tenían permitido usar el celular ni siquiera en los recreos, el maquillaje estaba radicalmente proscripto de sus aulas, y si alguno cometía la herejía de hacerse un piercing debía quitárselo todos los días antes de ingresar al sacrosanto recinto de la institución. Recuerdo haber escuchado conversaciones de airada impotencia de las autoridades ante el caso de un botija que había conseguido que un médico le certificara la imposibilidad de remover el piercing por razones de salud, con lo cual les ganó la parada: fue un caso excepcional, que no volvió a repetirse mientras estuve. 
Con los docentes las autoridades Beatas eran amables y cálidas, pero no nos dejaban faltar ni siquiera por asistir a reuniones del profesores de otros liceos (ni hablemos de la ATD), aunque en cierto momento alguien les hizo un juicio y se empezaron a flexibilizar algunas de sus máximas grabadas a fuego. No faltarás. No utilizarás nunca una hoja de escrito para otra cosa que no sea su cometido inicial. No harás actividades ruidosas. No inventarás cosas raras. Igual eran bastante queribles, si uno no se ponía a pensar demasiado. 
Cierto día (debía ser un jueves, el último de ese año) estaba yo en Sala de Profesores, en mi hora puente, cuando vi entrar a la Sub como una tromba, llevando en sus manos una torta de chocolate y profiriendo en dirección al Salón 2 una frase célebre: 
_ Ustedes ya saben que no pueden tener ideas. 
Y se acabó la merienda compartida prevista con el profe nuevo de Física, al que de paso le aclararon que se dejara de cosas y no perdiera ni un minuto en actividades extra-materia. 
Otro fin de año (o tal vez el mismo) yo estaba de gran despedida con los gurises ( a puerta cerrada, obviamente): habíamos hecho el cierre y la evaluación del curso, les escribí mensajes en el cuaderno a los que me los pidieron y nos sacamos unas fotos. En eso se me ocurrió ir a pedirle a la Sub si nos sacaba una a todos juntos, ellos y yo, en los últimos diez minutos de la hora. Se le transfiguró la cara; pareció de pronto tener dificultad para encontrar las palabras, hasta que articuló:
_ Pero... ¿tú no estás dando clase?
Y no. Se ve que cerrar el curso y afianzar los afectos el último día del año no entraba en los parámetros esperados del concepto "dar clases", en fin. 
Igual eran queribles, repito. Y los gurises adorables. 
Ayer una amiga de estas redes me etiquetó en una foto de 2009, y me volví a encontrar por un ratito con los beatos. No sé por qué me faltan todas las chiquilinas; capaz que quien sacó las fotos nos separó por géneros, al mejor estilo de las fotos de antes, no sé.

Mariela y sus beatos. 




0900 2020: ¿Qué precauciones debe tener una persona que quiera aprovechar las pitangas del árbol generoso del frente, un resto de grappamiel y una petaca vacía para experimentar y ver qué sale?
1. Ojo con la mesada, el repasador o la tabla en que apoyes las susodichas pitangas, porque su poder de manchado es inversamente proporcional a su tamaño.
2. Luego de maniobrarlas lávate las manos dos o tres veces antes de tocar el teléfono, salvo que desees una pantalla morada, que puede tener terrible onda pero no es del todo práctica para ver lo que escribes.
3. Nunca, pero nunca salgas de tu casa sin revisar si no te quedaron manchas de pitanga en la cara, excepto que estés en el medio del campo o con apagón general. En caso de emergencia se aconseja poner actitud de superada y afirmar cosas como que “la naturaleza es sabia, a mí me encantan las frutas autóctonas, viva lo orgánico y abajo Monsanto”.

De nada.





Esta red está llena hoy de publicaciones de personas dolidas, enojadas, impotentes, desoladas. Todos rabiamos o lloramos de alguna manera. De pronto algo me hace ruido: ¿me parece a mí o aquí hay voces que están faltando? Simple estadística casera: recorro y cuento. Cuando llego a las 15 publicaciones de mujeres reclamando justicia y no he visto ni un post de mis amigos varones pienso: "ta, debe ser que estoy viendo lo más destacado; voy a poner para ver lo más reciente". A las 25 publicaciones femeninas y cero de varones dejo de contar. Ellos hablan de música, de fútbol, de otras cosas.
Debe ser casualidad, pienso. Tal vez esto no es indicativo de nada. ¿O es?

Para decir #NiUnaMenos necesitamos de todas las voces. No alcanza con nosotras, y mirar para otro lado nunca ha resuelto nada. Si la lucha contra la violencia de género se da por otras vías, bienvenida sea, pero no vale la indiferencia. Ya no vale.





Eran las dos de la tarde de un martes de setiembre, en 1986. Yo estaba en mi cuarto leyendo, cuando escuché que mi viejo me llamaba. 
_ ¿Qué?- le pregunté, asomándome a donde estaban él y mi madre. Ambos me miraron raro. 
_ Nadie te llamó, Mari. ¿Estás oyendo voces?- dijeron, pero yo pensé que estaban bromeando porque había escuchado mi nombre con tal claridad que no me quedaba lugar a dudas. 
Media hora después tocaron el timbre de mi casa, y yo fui a abrir. Eran Eduardo y Daniel, los dos mejores amigos de mi novio. Demoraron en empezar a hablar. Sus caras lo decían todo. 
_ Hola... Eh... Juan tuvo un accidente con el BM... Está internado. No te preocupes, va a salir, pero el choque fue grande. 
Hicimos el viaje hasta el Sanatorio de Casa de Galicia en un casi total silencio. En cierto momento les pregunté a qué hora había sido el accidente pero solo como trámite: yo ya sabía que había sido un rato antes, cuando escuché la voz que me llamaba.
Hacía casi 3 años que éramos la pareja perfecta; yo lo adoraba con toda el alma. Si él se hubiera muerto ese día una parte de mi ser se habría secado para siempre, porque los dos sabíamos que nuestro amor era a prueba de todo, que estábamos destinados a estar juntos y que nada, excepto la muerte, iba a poder con nosotros. El accidente había sido durísimo, él sufrió un corte a la altura del cuello que estuvo, en palabras de los médicos, a un milímetro de costarle la vida. Nació de nuevo, repetían todos. Nació de nuevo. Y sobrevivió.
Un par de meses después, en noviembre, mis viejos compraron la casa de Ñangapiré y ellos y yo fuimos a pasar allí unos días, a limpiar las habitaciones y arreglar el terreno. Cuando volví a Montevideo me di cuenta de que algo raro estaba sucediendo, porque Juan no apareció por mi casa ni ese día ni el siguiente, y cuando lo llamé y hablé con la madre me pareció percibir cierta incomodidad en la voz de ella, siempre tan dulce conmigo. En el correr de la semana me enteré de que el muchacho se había puesto de novio con una amiga de la infancia, que estaban todos muy felices y que solo faltaba el pequeño detalle de comunicarme la novedad.
Juan era, fuera de toda duda, un pobre tipo. Mentiroso, posesivo, machista, hueco y un largo etc, pero yo a los 19 era incapaz de percibirlo, y nadie me saca de la cabeza que si se hubiera matado el día del accidente yo no habría sido capaz nunca en la vida de despegarme de su recuerdo. Habría comparado a todos con él, y ninguno hubiese estado a su altura. Hoy lo recordaría como el amor perfecto que no pudo ser, y diría que el amor, el verdadero amor, se terminó para mí un martes de setiembre, a las dos de la tarde.
Los que me conocen lo saben: me encantan las historias sobrenaturales. Esto de la voz que me llamó en el preciso instante del accidente lo he contado una y mil veces, pero creo que no fue hasta hoy que me di cuenta de su verdadero sentido, y por eso hace un rato arranqué (otra vez) a escribirlo. Lo que escuché fue, de verdad, un llamado, pero no de Juan. Hacía demasiado que yo estaba durmiendo, ya era tiempo de despertar. Alguien me dio un par de meses para que pudiera abrir los ojos, ver algunas cosas como de verdad eran, y salir corriendo.
Nací de nuevo aquel día. Y aquí estoy.
Ps: No, no se preocupen: esto no es un brote místico.

Ps 2: Creo.





Padre joven e hija pequeña, en el asiento detrás del mío. La nena va cantando cosas que inventa en el momento, cuando de pronto se interrumpe.
_ Me tiré un pedo.
_Sí, ya me di cuenta.
_ Pero no huele. 
_ Sí que huele. El guarda te va a bajar del ómnibus. 
_ Mentira. ¡Ni vos lo olés!
_ Lo huelo. Hay que sacarte esos pedos. Te tienen que pinchar con un cuchillo. 
_ ¡Mentira!
_ Sí. Primero te cortan un pedazo de oreja. Después, un pedazo de nariz. Al final te pasan por pan rallado y hacen una milanesa con tu cara. O una brochette.
...

Y es por eso, estimados, que estudiar Psicología siempre es una buena idea: nunca van a faltar los pacientes.





Lunes, siete y media pasadas: voy rumbo al liceo en un 405 repleto de señoras gordas. No es el inicio de una crónica de bus, no es el puntapié inicial de una historia, es -otra vez- esa sensación inquietante de la pobreza asociada a la mala alimentación. Cuando yo era chica los pobres eran flaquitos, como en mi familia; hoy son obesos. El 405 a esta hora va lleno de las empleadas domésticas que van a trabajar a las casas de Pocitos y Parque Rodó, por eso siempre la mayoría son mujeres. Otro tema. Hablan de un delincuente, doliéndose de que la policía haya evitado su linchamiento, y cifran sus esperanzas en que los presos lo maten apenas lo pasen a una cárcel común. Otro tema. 
El lunes arranca medio tenebroso, pero apenas bajo en Comercio y me subo al segundo bus todo se ilumina, porque es un 113 semivacío, limpio y alegre, que me lleva raudo y veloz hacia el liceo sin hacerme escuchar programas de radio ajenos ni exponerme a demasiados frenazos. 
Bueno, ta, es verdad que mentí un poco al principio cuando dije que esta no era una crónica de bus. Ustedes comprendan que es lunes y estoy empezando mis “vacaciones” yendo a trabajar, mientras estornudo de a ratos, poniendo nervioso a mi compañero de asiento. 

Feliz lunes de otoño en noviembre.





Diálogos con mi Temible Amigo Sincero
_ ¡Mirá! Ahí, a tu derecha. El rubio.
_ Ah. ¿Qué?
_ Nada, que salí con él hace años. 
_ ¿Ese bicho?
_ ¿Qué bicho, estás loco? ¡Es un dios griego! ¿Te acordás que te conté de alguien que estaba en una etapa mística y la dejó por salir conmigo? Era ese.
_ ¡¿Y para qué lo hiciste salir?! Lo hubieras dejado ahí, pobre hombre. Probablemente no estaba en una etapa mística: era que nadie le daba corte.
_ Vos no ves nada. Es perfecto.
_ ¡Nada que ver! Lo que pasa es que vos ves la estructura externa, pero los detalles se te van. Me hace acordar a un espectáculo de Malena Pichot.
_ ¿Cuál? ¿"Persona"?
_ No: "Hermostras". Para vos es hermoso, pero en realidad es un monstruito. 
_ Contigo no se puede hablar. ¿Vamos a ver que hay en los stands de comida?

_ Vamos.





Invité a un amigo a pasar una tarde en un hotel de una ciudad europea, solo una tarde. Mientras estábamos merendando plácidamente en los jardines vimos a una señora mayor y un hombre joven que, en la mesa de al lado, pasaban problemas porque algo sucedía con una de las patas y aquello amenazaba con venirse abajo con merienda y todo. MI amigo rápidamente se paró, levantó la mesa y la apoyó contra un murito bajo, con lo cual frenó la inminencia de la caída. La mujer veterana y el hombre joven cruzaron una mirada de inteligencia: “es de los nuestros”. Y le contaron. 
Hace muchos años, tantos y tan duros que quizá solo fueron meses, la ciudad fue cayendo bajo el poder del enemigo. Muchos de los nuestros murieron, y hubiéramos desaparecido todos si no hubiésemos encontrado un refugio. Un mundo nuevo. Debimos escondernos en el subsuelo gigante de ese hotel en que ahora merendábamos. Éramos muchos, cientos, no sabemos cuántos. El subsuelo contaba con varios niveles, y en ellos organizamos al ejército, los médicos, los maestros, todo, pero no podíamos salir, excepto a veces, de noche, por una pequeña puertita al nivel del garaje del hotel. La playa estaba enfrente, y dos por tres nos tirábamos al mar. Recuerdo que un par de alumnas en cierta ocasión llegaron al colmo del atrevimiento y quisieron salir con tablas de surf pero no las dejamos, porque era peligroso que llamaran la atención del enemigo. Durante el día hablábamos bajo. Vivíamos en una semi penumbra. Todo era en blanco y negro. Cuando salíamos por la noche y recorríamos el viejo hotel teníamos que dejar todo ordenado, por si había inspección sorpresiva y alguien se percataba de nuestra soterrada existencia. Yo dejaba mucha ropa encima de las camas, era un peligro, pero siempre a último momento me daba cuenta y la volvía a dejar en su sitio. En general éramos súper organizados, funcionábamos con la división de tareas y la previsibilidad de un hormiguero. No teníamos un líder, la atorregulación y la defensa del grupo era nuestro motor principal para la acción.
Y ahora me quiero acordar de más cosas, pero desperté y se me fueron disolviendo; voy a tener que buscar Underground, a ver qué tanto de ella hay en mi historia. 
Tengo un inconsciente perezoso que le copia a Kusturica. 

Lo que me faltaba.




Consulta: ¿a qué círculo del infierno le corresponde ir a una persona que saca un caracol de su jardín y lo deja en la vereda? ¿Es un atenuante si la persona lo deposita con suavidad en el pasto para no maltratarlo? ¿Constituye un agravante el haberlo dejado junto al arbusto de un vecino que no banco... eh... que no resulta especialmente apreciado por la persona que mudó de lugar al citado gasterópodo de tierra? Gracias por participar, tendré en cuenta su opinión. Buenos días.




Montevideo Portal publica una nota sobre Julio Bocca y un amor uruguayo y le pone por título “Bailar pegados”. Yo voy a escribir una crónica sobre mi viaje de vuelta en 103, y va a llevar por título “Viajar pegados”. 
Voy sentada a la ventanilla junto a una señora muy voluminosa, pero ese no es el problema, porque las mujeres (gruesas o delgadas) no nos tiramos abusivamente sobre la persona de al lado... Salvo si nos dormimos, claro. 
La buena señora se ve que viene muy, muy, muy cansada, y cada vez que la vence el sueño se me viene encima, llevando los treintaypico de grados de la tarde prelluvia a niveles francamente insalubres. 
Acabamos de pasar Beisso: adiós expectativa de perderla de vista en 3 Cruces. Y para peor la lluvia se demora. 

No se si resistiré hasta mi barrio. Por las dudas, fue un gusto conocerlos. Sean felices.




La nena va al jardín, debe tener unos 4 años. ¿Hace falta cargarla con una pulsera-perfumero , o quizás pulsera-dispensador de alcohol en gel? ¿No es peor asustarla de chiquita con que todo es sucio, malo, feo olor, caca? O será que todas las nenas lindas usan cosas de princesitas... No sé qué es peor.

(Arrancando el último día de clases en 3... 2... 1...)





Veo su foto y se me viene a la cabeza la imagen de un tipo raro. Escanlar entró al IPA en la misma generación que yo: no fuimos amigos, no recuerdo que hayamos charlado alguna vez, nunca supe nada de su vida personal. Solo sé que era un bocho, que tenía más lecturas que todo el resto de nosotros encima y que el IPA (o al menos el mundillo de Literatura en el IPA) quedó marcado a fuego después de su paso por ahí. Escanlar era capaz de percibir si un docente le había errado en un año a la fecha de publicación de un libro de la mística española del siglo XVI. Capaz de hacer una carpeta de Didáctica con hojas Tabaré y letra manuscrita como forma de quejarse por la materia y sus requerimientos formales ("Yo me llamo Gustavo Escanlar" decía en la carátula, "A mí me dicen Tabo o Tabito", seguía). Capaz de armar el escrito del examen de Pedagogía como la página de un comic en el que dos estudiantes discutìan las teorías educativas que se nos habían preguntado, o de hacer el análisis de un canto de la Ilíada en forma de diálogo entre Borges y Homero en el cielo, por ejemplo. Los profesores lo bochaban en todos los exámenes, pero cruzaban a la fotocopiadora de enfrente con sus escritos. Él nunca nos contó nada de todo esto, aunque era imposible no enterarse. Todo se sabía en los pasillos del viejo IPA. Si mal no recuerdo fue por esos años que ganó un concurso de poemas de la FEUU con un texto que no leí, de cuyo título es fácil no olvidarse: "Con el pene en la boca". En un grupo compuesto mayoritariamente por tragas y buenos estudiantes, por personas modositas y bien educadas, el gordo era indefectiblemente el distinto, a la vez que resultaba inquietante y admirable. No sé nada de su vida personal, repito, nada más allá de lo que veía de él en la tele o escuchaba en la radio, pero siempre le tuve cariño. 

Y ta, era eso. Vi la foto y me acordé.




Diferentes niveles de actividad en Arbolito, un domingo por la mañana. Ella duerme y yo corrijo. Las malas lenguas dirán que ella duerme y yo veo El universo de Stranger Things, pero no hagan caso. Es simple intromisión del upside down. 
Ups. 
They are here... The temibles parcials.

Oh, my...





Está ahí. Te mira. Es el último de los brownies de chocolate y nuez que te compraste ayer en la feria, y reclama ser homenajeado como lo fueron sus cinco hermanos. No, no es mágico: solo tiene nuez y chocolate amargo. Cuando ya creías que habías logrado olvidarlo vas al armario, lo encuentras disimulado detrás de las galletas de arroz y comprendes que será inútil toda resistencia, pero no te culpes, oh, mortal, que tú nada puedes hacer sino asentir, obedecer y después irte a caminar por un rato. Tras el pecado vendrá el perdón. O eso esperas, al menos.





Sí, sí, sí, de acuerdo: la primera prueba de fuego de tu nuevo e impremeditado corte de pelo fue caer al liceo ayer y ver qué te decían tus estudiantes, y salió bastante bien. La segunda, encontrarte con tus compañeros del CES y ver sus caras ante la novedad capilar: 2 a 0. La tercera, que un conocido con el que te saludás desde hace 25 años te mirara como por primera vez y se mostrara más que comunicativo ("escuchame... te dejo mi teléfono... mandame un mensajito... hablamos..."). Íbamos bien, casi casi empezabas a perdonar al Peluquero Manos de Tijera Veloz, pero la prueba de fuego estaba por llegar, y vos lo sabías. Tu amigo hipercrítico e insensible a los encantos femeninos pero de indudable buen gusto e intachable criterio estético. Tu amigo que no duda en decirte que algo es espantoso, y que no conoce el significado de la palabra "eufemismo". Tu temible Amigo Sincero.
Lo mirás medio con miedo. 
_ Bien.-concluye luego de evaluar por unos segundos la situación.- No parece estar terminado, pero es un proceso positivo. Me gusta. 
Listo. Cerrá y vamos. 
Le daremos otra forma a la masa rulosa, quizás, en estos días, pero el largo larguísimo descontrolado y salvaje no vuelve, como no vuelve el rubio claro amarillento.
He dicho.





Esta vez por fin la prisión te va a gustar... 
Suena a medio volumen la radio del ómnibus, que viene limpio, amable y semivacío. Afuera las personas recorren ferias, juntan firmas, hacen ejercicio o simplemente caminan bajo el sol de noviembre. Voy leyendo una novela policial, sentada a la ventanilla junto a una chica flaquita que no invade mi espacio personal. 
Hay aire de vacaciones en el aire. No del todo, pero casi. Tiempo libre, caminatas, comida sana, libertad! 

Sí, me encanta mi trabajo, pero... vacaciones, vacaciones, lalalala!





3 versiones 3 de Hoy es viernes y tu cuerpo solo sabe que no sabe nada.
Versión matinal:
Profe, ¿hiciste los promedios? ¿Corregiste? ¿Cuándo te puedo entregar el trabajo? ¿Pudiste ver el video? ¿Sale despedida de fin de año? ¿Nos podemos ir? ¿Por qué no ocupaste con nosotros? ¿Cuándo nos vas a invitar a tu casa? ¿Viste que te mandé un mensaje? Un 9 yo, ¿no? ¿Me fui a examen? ¿Es difícil el examen? ¿Eh? ¿Eh? ¿Eh?
Versión vespertina:
Caminata dos menos veinte de la tarde IAVA - Teatro de Verano. Evento. Coreo de cumbia. Sol. Chacarera. Calor. Murga. Cansancio. Teatro. Sed. Musical. Baja batería. Agrupación vocálica. Hambre. Más teatro. Agotamiento. Cosas para desarmar, juntar, guardar, apilar junto a la puerta. Todos contentos, todos destruidos. Caminata. Rambla. 405. Asiento. Sueño.
Versión nocturna
Llego a mi casa junto a la perra Innominada por el frente y la Vecina Demandante por la ventana del fondo, pero yo tengo algunas cosas claras, y sé que primero lo primero, así que busco el cargador y enchufo al pobre celular que venía sosteniendo un heroico 1% desde Montevideo Shopping, más o menos. Luego sí, los bichos, y al fin la humana, yo. La merienda ultraveloz es seguida por una puesta a punto de unos dos minutos y medio y por una nueva salida, veinte minutos después de la llegada. Hay una actividad a la que me gustaría poder ir, me vendría bien un 316 pero como ando con el tiempo justo decido que me tomaré lo primero que venga. Si viene. Pasan uno tras otro nueve Cutcsas, un Coetc y un Ucot, y ni uno de ellos para. Casi todos van con cartel de Expreso, aunque algunos (de luz apagada) llevan pasajeros y tienen lugar de sobra. Empieza a circular una palabra a nivel de los siete u ocho que esperamos en la parada: "paro". Se pronuncia con signo de interrogación, en voz baja, con escepticismo o con bronca, pero todos hablan de un posible paro sorpresa. Busco en internet: ni noticia. Pasan dos expresos más, y decido pegar la vuelta. Seguro que no había paro, capaz que fue casualidad, pero ya era muy tarde para seguir esperando, y mi nivel de energía hacía horas que andaba titilando en rojo con carteles de "pare". Otra vez será.
Le doy de comer de nuevo a la gata, y me preparo un capucchino. A ver qué tienes para ofrecerme, Netflix.

Me declaro tuya hasta que el agotamiento nos separe.





“El olor a las peluquerías me hace llorar a gritos”, dice el viejo poema de Neruda, y yo agrego: a mí me da sueño. El olor, el calor, el ronroneo de los secadores y el concierto de voces femeninas a mi alrededor. Por eso pospongo la visita, estiro los plazos, hago como que no me veo la línea del crecimiento hasta que se hace franja y tengo que pararle el carro o me voy a vivir definitivamente a Señora. 
Sucede que me canso de ser rubia. 
Walking around. 

Penúltima vez en el año. Ooom.





Esto de ver las fotos de “Un día como hoy” te hace a veces comprender algunas cosas. Por ejemplo, que si te negás a aceptar nuevas relaciones afectivas tal vez sea porque hay ausencias que siguen doliendo. 

No me presionen más con la Vecina Demandante: le voy a dar comida y mimos pero no un lugar en mi casa. Necesito un verano, y después veo... salvo que la muy oportuna se me aparezca preñada, pero no, por ahora no parece. Por ahora.





Êl va sentado detrás de mí en el repleto 100 de la caída de la tarde. Habla fuerte, no porque grite o discuta sino porque parece no saber mantener otro tono que el ultraplusmáximoaltoelevado. Paro la oreja ante una frase que repite tres o cuatro veces: 
_ ¡Vos tenías cara de orto!!!
Estará bromeando o habla de una charla previa con otra persona, pienso, pero no. Le está diciendo (y repitiendo) a una chica al celular que tenía terrible cara de orto ayer, cuando se vieron. Y sigue.
_ Y sí. Estabas con cara de orto. ¿Y por qué te molestás, si es verdad? Ah, pero no entiendo nada... Todavía que le trato de meter la mejor onda a vos te cae mal. ¡Si tenías cara de orto, ayer, qué querés que te diga! ¡Ah, qué bonito! Uno le trata de poner la mejor onda, de hacer las cosas bien y vos te molestás... ¿Y ahora en qué andás? Ah, ya estás saliendo... Bueno, pero... Bueno, chau. Chau. 
Mister Cero Habilidad Social continúa su viaje en silencio, mientras yo pienso que ojalá que la chica le dé el raje por nabo. Ya que le cortara estuvo muy bien. 8 para Cara de Orto. 10 si lo larga. 12 si lo hace entender que no se puede andar por la vida insultando primero y haciéndose después el nunca visto.

(Recuerdan cómo empecé las crónicas esta mañana, ¿verdad? Miércoles de neurosis pre fin de año, mis queridos. Ya va a pasar. Espero. )





Época de parciales, o de pruebas especiales de evaluación, o de promedios finales, o de fin de cursos, lo mismo da. Todo se resume en una sola palabra que se te graba en la frente y va poco a poco expandiéndose hasta apoderarse de tu tiempo, tu cerebro, tu energía, tu pobre mundo (diría Idea): trabajo. Toda tu vida gira esta semana en torno al trabajo. 
Ya no hay tardes de plácida serie o caminata discalorizante, se acabó toda lectura que no venga en formato papel y lapicera (nunca lápiz, herejía hace largo tiempo condenada en este reino), olvidate hasta de los recreos de cinco minutos para desenchufarte de la clase. 
En esta semana y hasta el lunes (fecha límite para entregar los promedios) todo segundo se puebla de brazos que te paran por el pasillo, de ojos enormes, de caras preocupadas y de preguntas, muchas preguntas. 
Sobre todo preguntas. 
_ ¿Cómo me fue en...?
_ ¿Puedo entregarte fuera de fecha el...? 
_ ¿Hiciste los promedios?
_ ¿Me la llevo?
_ ¿Puedo hacer una tarea extra? 
_ ¿Corregiste los trabajos?
_ ¿Pudiste ver el video?
_ ¿Ahora cuándo venís?
_ ¿Me decís cómo le fue a...?
Una avanza por los menguados pasillos del IAVA, responde algunas cosas, difiere otras, y siempre termina pensando lo mismo: queda poco. Queda poco, ellos son un encanto y en algún momento vas a empezar a extrañarlos. Por ahora solo extrañás las horas de sueño y los ojos descansados. Casi casi que envidiás a los tipos que cruzás desde el ómnibus, sentados frente a una mesa de bar, con los ojos fijos en un partido de fútbol. 
Queda poco, repetís, queda poco, mientras mirás de reojo la carpeta llena de escritos sin corregir. 

Oooom...




No, señor veterano: usted no puede ir colgado de la misma agarradera que yo, porque su elaborado diseño está pensado para una mano sola, ¿ve?
No, no, pibe veinteañero: no podés sonarte la nariz durante medio minuto en el 404 de la mañana, y menos abrir después el pañuelo desechable para comprobar el color de los mocos porque es una chanchada, ¿viste? 
No, no, no, señor trabajador: no me mastique chicle con la boca abierta a treinta centímetros de mi oreja porque es desagradable escucharlo, ¿sabe?
Miércoles neurótico en el STM.

No me juzguen.







SIGLOS DE ORO ESPAÑOLES

* Había novelas dramáticas, líricas y narrativas. 
* Se pasaba mucha pobreza en ese entonces, la sociedad era bastante vaga.
* Todos querían llegar a ser nobles, ya sea comprando su título o intercambiándolo por tierras, se podía comprar el título de mesquita, los cuales eran los nobles que estaban más abajo en la pirámide social. 
* El Renacimiento fue una época donde el arte antiguo clásico fue interferido con arte de la edad media y su transición al barroco fue combinándose. 
* Dentro de las novelas se creía en la ficción y lo sobrenatural.

* Barranco fue una época donde se tomo en cuenta muchas obras y libros, la literatura estuvo mucho y fue importante.
*En el Renacimiento se creó la impresora.

DON QUIJOTE

* Don Quijote es una novela de tipo caballerizas.
* Miguel (de Cervantes) además de ser buen escritor era esclavo. 
* Le puso “Rocinante”, la terminación del nombre le daba un toque de grandeza y valor a este caballo pobre y desdicho.
* Nos ubica en un lugar de la ciudad de España llamado “La Mancha”. 
* Comienza diciéndonos tres espacios temporales donde va a transcurrir la escena. 

* La primera parte que se sacó al aire de Don Quijote fue significativa en la historia lírica.
* Cervantes fue recaudador de impuestos para la Armada Inverosímil.
* La ama y la sobrina son representaciones innombrables.
* El Quijote es una obra de Cervantes que se divide en publicaciones. La primera se da en el año 1547.
* (El Quijote) fue publicado aproximadamente en 1542.

* Estructura del Quijote: Está dividido en varias partes.

MACBETH

* A lo largo de la obra ocurren varias cosas no muy comunes como que le cortan en el final la cabeza a Macbeth y la colocan en la cima de su castillo.






El 103 sorpresivamente abandona 18 de Julio y dobla por una lateral: algo pasa a un par de cuadras, pero nadie nos lo comunica. 
La señora de adelante, una cincuentona tirando a la siguiente década, pregunta a su compañero circunstancial de asiento si sabe qué es lo que ha sucedido. 
El hombre (de su edad, un morochote de voz agradable y lentes negros) se pone a explicarle que hubo un hecho de sangre y que ese es el motivo del corte de 18. No oigo toda su explicación, sino palabras sueltas: un taxista... rapiña... dio vuelta y... ta bravo...
La mujer coincide con él en todo: qué horrible... sí, sí... nadie nos cuida... es lo que yo digo...
Vamos cinco o seis paradas y la charla está cada vez más animada; incluso al rato se vuelca a la política y se habla mal de todos los partidos. Luego arrancamos con el precio de las lechugas y los morrones, y si el presidente ya agarró o no agarró una torta de plata de no sé dónde. Los dos coinciden en todo lo que se charla y no se callan ni medio segundo. Son tal para cual. 
No sé para ustedes, señoras y señores, pero para mí es evidente que aquí Se Ha Formado Una Pareja.
Cabe señalar que al parecer también se ha formado un cotolengo, porque acaban de subir seis o siete ancianas, todas risueñas. Una de ellas cuando el 103 está por arrancar le pega el grito al guarda: 
_ Espere, espere que todavía faltan subir un montón de viejas.- con lo que sus amigas y ella se ríen a carcajadas. 
En eso volvemos a 18, porque la manifestación del taxi terminó, como hace notar sutilmente una de las ladies de blancos cabellos:
_ ¿Viste? Estos pelotudos de los taxistas ya se fueron. Qué ganas de jorobar.
Por la calle camina valija en mano un payaso alto y hermoso de unos veinte años. Le sonríe a los transeúntes, acompaña unos metros a algunas damas y se arrodilla ante otras para besarles la mano al mejor estilo de hace 200 años. Todos los del ómnibus nos distraemos mirando cómo él no abandona nunca su personaje, hasta que por fin nos ponemos en movimiento y lo vamos dejando en el pasado.
Mientras tanto, ya pasamos El Galpón. La parejita de adelante sigue de charla, las veteranas hablan del 5 de oro, y yo continúo exprimiendo los datos móviles y la batería de mi teléfono, que me pide a gritos un descanso.

El viaje en el 103 suele ser lento y eterno, pero nunca aburrido. El 103 es pueblo, como una. Y ahora si me disculpan voy a guardar en la mochila mi Iphone 6 plus, que una será pueblo pero no se regala. Hasta luego.





No, señor veterano: usted no puede ir colgado de la misma agarradera que yo, porque su elaborado diseño está pensado para una mano sola, ¿ve?
No, no, pibe veinteañero: no podés sonarte la nariz durante medio minuto en el 404 de la mañana, y menos abrir después el pañuelo desechable para comprobar el color de los mocos porque es una chanchada, ¿viste? 
No, no, no, señor trabajador: no me mastique chicle con la boca abierta a treinta centímetros de mi oreja porque es desagradable escucharlo, ¿sabe?
Miércoles neurótico en el STM.

No me juzguen.





Época de parciales, o de pruebas especiales de evaluación, o de promedios finales, o de fin de cursos, lo mismo da. Todo se resume en una sola palabra que se te graba en la frente y va poco a poco expandiéndose hasta apoderarse de tu tiempo, tu cerebro, tu energía, tu pobre mundo (diría Idea): trabajo. Toda tu vida gira esta semana en torno al trabajo. 
Ya no hay tardes de plácida serie o caminata discalorizante, se acabó toda lectura que no venga en formato papel y lapicera (nunca lápiz, herejía hace largo tiempo condenada en este reino), olvidate hasta de los recreos de cinco minutos para desenchufarte de la clase. 
En esta semana y hasta el lunes (fecha límite para entregar los promedios) todo segundo se puebla de brazos que te paran por el pasillo, de ojos enormes, de caras preocupadas y de preguntas, muchas preguntas. 
Sobre todo preguntas. 
_ ¿Cómo me fue en...?
_ ¿Puedo entregarte fuera de fecha el...? 
_ ¿Hiciste los promedios?
_ ¿Me la llevo?
_ ¿Puedo hacer una tarea extra? 
_ ¿Corregiste los trabajos?
_ ¿Pudiste ver el video?
_ ¿Ahora cuándo venís?
_ ¿Me decís cómo le fue a...?
Una avanza por los menguados pasillos del IAVA, responde algunas cosas, difiere otras, y siempre termina pensando lo mismo: queda poco. Queda poco, ellos son un encanto y en algún momento vas a empezar a extrañarlos. Por ahora solo extrañás las horas de sueño y los ojos descansados. Casi casi que envidiás a los tipos que cruzás desde el ómnibus, sentados frente a una mesa de bar, con los ojos fijos en un partido de fútbol. 
Queda poco, repetís, queda poco, mientras mirás de reojo la carpeta llena de escritos sin corregir. 

Oooom...




Êl va sentado detrás de mí en el repleto 100 de la caída de la tarde. Habla fuerte, no porque grite o discuta sino porque parece no saber mantener otro tono que el ultraplusmáximoaltoelevado. Paro la oreja ante una frase que repite tres o cuatro veces: 
_ ¡Vos tenías cara de orto!!!
Estará bromeando o habla de una charla previa con otra persona, pienso, pero no. Le está diciendo (y repitiendo) a una chica al celular que tenía terrible cara de orto ayer, cuando se vieron. Y sigue.
_ Y sí. Estabas con cara de orto. ¿Y por qué te molestás, si es verdad? Ah, pero no entiendo nada... Todavía que le trato de meter la mejor onda a vos te cae mal. ¡Si tenías cara de orto, ayer, qué querés que te diga! ¡Ah, qué bonito! Uno le trata de poner la mejor onda, de hacer las cosas bien y vos te molestás... ¿Y ahora en qué andás? Ah, ya estás saliendo... Bueno, pero... Bueno, chau. Chau. 
Mister Cero Habilidad Social continúa su viaje en silencio, mientras yo pienso que ojalá que la chica le dé el raje por nabo. Ya que le cortara estuvo muy bien. 8 para Cara de Orto. 10 si lo larga. 12 si lo hace entender que no se puede andar por la vida insultando primero y haciéndose después el nunca visto.

(Recuerdan cómo empecé las crónicas esta mañana, ¿verdad? Miércoles de neurosis pre fin de año, mis queridos. Ya va a pasar. Espero. )






No diré que a esta altura de la vida ya me conozco a todo el personal del STM, pero es verdad que a muchos los ubico con toda facilidad. 
Hoy, por ejemplo, en el primer bus de la mañana me tocó con el Amable Guarda. El Amable Guarda pregunta si los pasajeros tienen calor antes de abrir la ventilación del techo, conversa con quien tenga alguna duda sobre el recorrido y ofrece dejar su mochila en el espacio del costadito a alguna cargada pasajera a quien se le haya ocurrido la peregrina idea de ir al trabajo con su computadora, cargador y parlantes para iniciar la penúltima semana de clases (iupiii!!!).
El segundo bus es semidirecto, viene bastante despejado y esta vez el que se destaca es el Amable Chofer, que no deja pasajero sin saludar con un cordial:
_ ¡Buenos días!

No han subido vendedores o cantores de bus ni proponedores de lo que sea. Comienzo a pensar que los lunes de noviembre vienen con un... qué sé yo. Cercanía de las vacaciones, creo que se llama. 





Hoy de tarde vine en el 103 escuchando de manera inevitable al innombrable de la radio. Una chica había llamado a su programa para algo; por suerte no escuchaba el cien por ciento de lo que se hablaba, pero lo que oí fue suficiente, algo así como: 
_ Y... al final salimos. Yo estaba de pijama y pantuflas. (...) Sí, era nuestra primera salida. Fuimos a lo de la ex, a llevarle la plata del mes para el nene. (...) ¿Sexo? Sí, hubo, y fue horrible. Yo me hice la dormida todo el tiempo y al otro día me hice la estúpida, como que no me acordaba, y no hablamos del tema. (...) Ah, pero el 24 de agosto se portó como un caballero: me trajo una rosa, compró las entradas y alquiló una pieza.

Ahora escucho otro programa de radio (este sí, elegido y no impuesto), donde un señor de mi edad afirma que las dos únicas cosas que le gusta hacer en la vida son comer e ir al fútbol.

Hace poco entrevisté a un muchacho y le pregunté cuál era su sueño, cómo quería verse de aquí a diez años: "igual", me dijo, "trabajando de lo mismo". No estaba trabajando ahí por vocación: fue el primer lugar en que cayó, y ahí se quedó. Quietito. Como un dado.

Las tres situaciones me quedaron dando vuelltas en la cabeza, hasta que me di cuenta de que su común denominador era la sensación de desperdicio vital, de tiempo malgastado, de posibilidades tiradas al tacho de la basura. Por cosas como esas es que decidí dar clases de Literatura, pienso: porque el que estudia tiene sueños, el que lee abre horizontes y el que no piensa pierde. Por eso. Porque si me cae en una clase la pobre gurisa sin autoestima, el señor limitado o el muchacho sin sueños tal vez puedo a través de las palabras ajenas mostrarles que la vida no se acaba en una hamburguesa o un escritorio, y mucho menos en una relación sin ganas y sin palabras. Puedo hacerlo o puedo intentarlo, por lo menos, que ya es algo. Que ya es algo.
Y ahora, con su permiso, voy a intentar hacer una pascualina. 
Buenas noches.






COLONIALES

Una le erra a la ruta y agarra para Colonia por la 5, justo unos kilómetros antes de meterse a contramano por la 1, llevando consigo una chorrera de autos de esos que siguen al de adelante a cómo dé lugar. 
Otra abre un cajón de la cocina, ve que hay unas velas y murmura:
_ Mirá... hay velas. Por si llueve. 
Dos de ellas se olvidan de la tormenta con alerta naranja y ponen el aire acondicionado tan en frío que uno siente que han dormido en un iglú. Son las mismas que mientras dialogábamos con la dueña de casa a propósito de un percance inicial con la heladera tiraron al disimulo sus petates en la mejor habitación de la casa, onda “¡no, no nos moverán!”
Hay quien quiere ser una madre para todas y mientras levanta la mesa cargada con decenas de platos y cubiertos igual quiere alcanzarle algo a otra, quizá apelando a una tercera mano cuya existencia hasta el momento ignorábamos.
En medio de la charla pasa una figura femenina patinando sobre el parquet al mejor estilo seis años, mientras otra persona sentada en el piso escribe y escribe frenéticamente en un celular de batería titilante. Es la misma que a la una y media de la mañana quiere salir a bailar, un 2 de noviembre, en Colonia.
_ ¿Dónde están mis lentes? No puedo encontrarlos hace rato...
_ Los tenés en tu cabeza. 
_ Ah, sí, cierto. Gracias!
Vamos a caminar bajo la tormenta pero nos quedamos charlando en la casa. cuando el sol ya ha salido. Hacemos planes de vida sana pero nos enganchamos con cuanta propuesta calórica se nos cruce en el camino. Proponemos un minuto de meditación en el silencio con olitas del puerto y la primera conclusión que se verbaliza es que ojalá que nunca cambien los faroles redondos de las calles de Colonia.
Son mis amigas. 
Cuando estoy con ellas no hay alertas naranjas, no hay soledad ni hay tiempo perdido. Tampoco hay hambre. Ni silencio. 
Son mis amigas.

Chapeau.



Fue abrir la puerta y entrar a Mundo Vicio. De un lado quesos, mieles, dulces. Del otro, chocolates. Mis amigas y yo dejamos de lado la sección 1 y fuimos como arrastradas por el viento del deseo hacia la parte 2, donde el color predominante era el marrón. Marrón bien oscuro. Calórico. Tentador. 
Las dos señoras que atendían el negocio estaban impecablemente ataviadas con ropa tradicional que me imagino debe ser típica de Suiza, porque estábamos en Nueva Helvecia. Elda y Danis: una era la dueña y la otra la empleada, aunque en el trato se advertía que el afecto entre ambas estaba por encima de roles circunstanciales. 
Elda comenzó describiéndonos todas y cada una de las variedades de cosas maravillosas que albergaban sus vitrinas. La lista era interminable. Mis amigas y yo la escuchábamos como imagino que oirían los hebreos a Moisés, solo que en este caso los 10 Mandamientos venían acompañados de la imagen y el aroma de los tesoros a los que ella iba dando contenido y textura: 
_ Estos de aquí son de chocolate con mango. Después tenemos los bombones rellenos de menta con un leve toque de ron, las tabletas de chocolate con sal marina, con almendras, con naranja... Los medallones tienen diferente porcentaje de cacao. El más alto tiene un 96%; en general no es gustado como golosina porque es muy fuerte, y solo se usa por razones medicinales. 
Elda habló por unos cinco minutos, mientras nos daba a probar uno tras otros diversos tipos de drogas. Nosotras nos movíamos por el local como mecidas por la conciencia del pecado y la certeza de su inevitabilidad, hasta que tímidamente empezamos a definir nuestros caminos. 
_ Yo quiero medallones...
_ Me parece que llevo de aquellos...
_ Voy a elegir unos bombones...
Una vez determinado el grado y el tenor de la caída de cada una de nosotras en la tentación descubrimos que la vida de Elda no se agotaba en la venta de delicias y el buen trato con el público. 
_ ¿Vos comés chocolates?- le pregunté.
_ No.- respondió, y nos quedamos todas sorprendidas.- A mí no me gusta el chocolate. Los he probado todos, eso sí, para saber cómo ofrecerlos al público, pero no, no me llaman la atención. 
A partir de ahí empezamos a charlar las dos helvéticas y las seis montevideanas como viejas conocidas. Resulta que Elda a sus 63 años es un ejemplo de vida sana y desbordante energía. Camina 5 km por día, tiene una familia con marido, hijos y nietos para atender, es tan coqueta que se maquilla y se pone tacos aunque sea para cocinar, pesa 54 kilos y tiene una piel espectacular. No para, y no puede parar: siempre está dispuesta a hacer cosas, a moverse, a ir para adelante. La empleada y ella se adoran y parecen divertirse en su trabajo "aunque eso no quiere decir que no tengamos problemas", acota Danis. 
Terminamos entre bromas y fotos, mientras la clienta que acababa de entrar al local esperaba su turno con una leve sonrisa en los labios, como quien no entiende del todo por qué la tienda se convirtió de pronto en living de una casa con siete mujeres riéndose a carcajadas. Salimos felices, y aprovechamos a despedirnos en la puerta de la tienda, porque íbamos en dos autos y nuestros destinos apuntaban a diferentes sitios. Todas coincidimos en que el encuentro con Elda a esta altura del viaje de amigas no había sido casual, ni mucho menos, y cada una se llevó en el corazón el modelo o el fragmento de modelo que más le convenía a sus planes de futuro. 
Y los chocolates. 
Especialmente los chocolates. 

Volvimos al caer la noche, y en plena carretera nos sorprendió la salida gigante y anaranjada de la luna llena. El viaje estaba terminando, entonces. O recién empezaba.