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jueves, 3 de febrero de 2022

Febrero de 2022


Cuando yo era chica la mayoría de las mujeres de mi entorno dedicaba largas horas del día a chismear acerca de otras (parientes, vecinas, conocidas, chicas de la tele o las revistas). El chisme siempre se centraba en temas de "moralidad" en relación a lo sexual, algunas veces matizados con la ineptitud como ama de casa, la pereza o el poco o mucho arreglo personal de la criticada. "¿Supiste de...?" "¿Viste lo que hizo...?"

Hoy (que tengo más de cincuenta) me di cuenta de que con mis amigas los temas son nuestras cosas, el país, los viajes, las mascotas, pero no "las otras". De verdad. No somos ni santas ni iluminadas, pero siempre tratamos de abrirnos mutuamente las cabezas cuando algún resquicio del pasado se asoma como queriendo reactivarse. Me acabo de dar cuenta de eso, ¡y me dio un orgullo! 

El camino recién empieza. Cuando iba a la escuela creía que a partir del voto femenino la igualdad de hombres y mujeres estaba reconocida*, pero es que era muy ilusa. Esto recién empieza. Chapeau para madres y padres que educan sin prejuicios a sus hijos, para los docentes y otros actores sociales que hacemos lo propio, para los que de repente interrumpimos una charla y decimos "pará, eso suena raro, ¿vos estás diciendo que...?". Pero es verdad que esto recién empieza y parece interminable, porque los prejuicios son fuertes, adoptan muchas formas y siempre están queriendo colarse en nuestras cabecitas plásticas y moldeables.

Empecemos por reconocer la libertad del otro en todo aquello que no vaya contra la integridad de un tercero (que ya es bastante). 

Feliz lunes, feliz carnaval, feliz fin de vacaciones (snif!). 

Y así estamos.

* También creía que la esclavitud había sido abolida, que todos podíamos lograr cualquier cosa con el mismo esfuerzo, que las leyes se aplicaban sin distinciones... Esas cosas que los maestros decían (y quizás dicen) para no amargar a sus alumnos.





Nueve y media de la noche; salgo de la casa de una amiga y veo cinco o seis patrulleros y un montón de policías en Veracierto e Iguá. Unas cuadras adelante otro patrullero, una ambulancia y varios policías tomando declaración en una farmacia a la altura de Almería. Pero tranquilos, que la prensa y las estadísticas dicen que estamos muy bien, en el segundo año de los cinco mejores de nuestras vidas (y quién se cree que es la realidad para llevarle la contra a la prensa y las estadísticas).



Condiciones para creer que se tiene un buen viaje de retorno de Río Branco a Montevideo:

1. Viajar sin nadie en el asiento contiguo ✅

2. Ir del lado de la puesta de sol ✅

3. Sacar fotos (desenfocadas) del atardecer ✅

4. Ver una garza rosada ✅

5. Haber comprado una pascualina en un lugar nuevo y descubrir que es deliciosa ✅

6. Haber alternado las casi primeras dos horas de viaje entre lectura de policial y observación del paisaje ✅

7. Saber que a partir del anochecer las horas se estiran hacia el infinito ❎

8. Venir en un ómnibus sin wifi ❎

9. Tener a un par de metros a un pasajero que se pasa escuchando audios a volumen intermedio ❎

10. Tener en la mochila la batería externa del celular cargada, media botella de agua tónica y alguna que otra coisa doce proveniente do pais irmâo du Brazil ✅

Parecería que el conjunto es bastante positivo, aunque el punto 7 a veces… A veces. 

Saludos desde algún lugar de la ruta 18, quizás llegando a 33. O no. 

Y así (por ahí) estamos.





Cada vez que vengo al Panda pienso lo mismo: ¿qué tiene que ver esto con Río Branco? “No dialogan”, habrían dicho mis profes de Bellas Artes. Raro, acoto yo mientras hago tiempo para el bus de la vuelta con mocaccino y torta de frutos rojos, en una plaza de comidas con aire acondicionado, wifi y cargadores gratis para los teléfonos. Digan que no soy consumista y los free shops no me llaman… El café sí, los free shops no. Cada uno con sus cositas, ¿no? 





Pelo una manzana. Mi vieja guarda las cáscaras para dárselas a las comadrejas por la noche. Salgo al frente y le doy un pedazo al Cele, que está sentado a la sombra de los árboles escuchando la radio. 

_¿Querés manzana?

_Bueno.

La mordisquea de a poquito y me pregunta:

_¿Esto qué es?

_Manzana.

_Está riquísima. 

Hace un ruido raro al masticar. Cuando la termina repite:

_¿Esto qué era? 

_Manzana.

_Estaba riquísima. 

_Qué bueno.

Mi madre, entretanto, también se ha sentado bajo los árboles y charla todo el tiempo (no queda muy claro con quién), mientras yo escribo en el teléfono y pienso que cada vez que vengo este oficio de ser hija me estaría resultando más difícil.

Y en eso estamos.





“La lengua” es el nombre de una playa que solo aparece en verano, cuando bajan las aguas de la Merín. Es zona de deportes náuticos y de caminatas sin demasiada gente cerca. Este año la lengua está enorme, mansa y amigable, aunque alguna vez me quiso comer, y por eso no confío del todo en la estabilidad de su superficie. Pero que es otra cara del paraíso, es.





Medianoche, en mi casa: el gato viejo continúa pidiendo comida. Ya dio cuenta de cuarto kilo de carne picada y dos sobrecitos de algo con gusto a salmón, pero no parece satisfecho.

Una de la mañana, en la parada del ómnibus: “¿Seis paltas a $100?” pregunta un muchacho al pasar. Le digo que no y continúo esperando, con mi mochila celeste a la espalda. Dos gurises en bici comienzana andar por los carriles exclusivos de ómnibus del Intercambiador. Son detenidos por un patrullero. El resto de la escena transcurre fuera de mi radio de acción y no veo en qué termina. Cuatro taxis en la parada; uno de ellos no puede estacionar y los otros tres se adelantan diez centímetros cada uno para hacerle lugar. Es la una y diez, tiempo de cruzar a la parada de los Interdepartamentales.. 

Las dos y media en Solís de Mataojo. Esperamos unos diez minutos sin avanzar, hasta que guarda y chofer terminan de salir de la panadería. A la cuadra otra detención: hay un patrullero y un camión brasilero en la esquina. El camión tiene un cartel luminoso que dice y repite todo el tiempo “Bom día. No intentes ser diferente. Intenta ser buena persona que eso te hace diferente a todos… El Martincho. Vida bandida.”

En algún momento de la mañana abro los ojos y el cielo se incendia de rosados y fucsias.

Amanezco en Río Branco. Tiempo de comenzar el segundo viaje de la jornada. 

Y así estamos.





"Una buena idea: ordenar libros por colores" es el título de una nota que se cruza en mi camino. Viene acompañada por imágenes: hay bibliotecas verdes, rojas o con todos los colores del arco iris. "El impacto visual es magnífico", dice la nota, "evidentemente no será tan fácil encontrar un libro como si los tenemos catalogados, pero a poco que recordemos el color del libro (lo cual no es difícil si tenéis algo de memoria visual), podremos ubicar la zona en la que se encuentra".

De inmediato me viene a la memoria una imagen de muy lejos, del primer día de clases en el IAVA. Mirza (el de Literatura) estaba hablándonos del placer de la lectura y del papel que cumplen los libros en las casas. "Salvo que se tengan como decoración, cosa que también pasa", agregó. "En ese caso las personas dicen que necesitan medio metro de verde para poner arriba del sillón o un par de metros de gris que combine con la alfombra". 

Creo que fue ese el día en que empecé a considerar la posibilidad de estudiar Literatura y no Geografía o Química, que eran mis proyectos del liceo anterior, cuando estaba en tercer año y Literatura era la materia más aburrida e inútil del mundo (y no solo porque arrancaba con el Cid). 

Desconfíen de las casas con los libros tan ordenados como lápices de colores en caja recién comprada. Y desconfíen de las casas excesivamente ordenadas (ya que estamos). 





¡A la mierda!

(repítase cada vez que el cielo se abre en un relámpago dejando salir al ser de las cavernas aterrorizado con la tormenta que un poquito todos -o casi- seguimos siendo)






¡Aaah, la paz de Valizas en una tibia tarde de febrero! Parece que todo es armonía, todo inmóvil, todo en calma… 

Pero no.

Si amplían la foto verán la silueta de una niña corriendo hacia la duna. Es seguida por su padre, que no salió en la imagen. ¿Qué creen que van persiguiendo la niña y su progenitor? ¿No adivinan? ¡Una sombrilla!! Sí, estimados.  Una sombrilla verde que para cuando saqué la foto ya se había ocultado tras la duna luego de recorrer media playa rebotando alegremente por la arena y amenazando con levantar vuelo para siempre. 

Miré al pasar: los humanos caminaron como media cuadra antes de encontrar a la Mary Poppins de Valizas trancada en unos arbustos. Volvieron con ella y la dejaron desarmada sobre la arena, mientras yo apuraba el paso y abandonaba la playa por este viaje, no sin antes decirle (como siempre) que en cualquier momento nos vemos de nuevo. 

A la playa, digo. 

Yo con las sombrillas no me hablo. 





Pregunta: ¿a ustedes también les llegan mensajes de una app de citas que se llama Zoosk? Me están bombardeando por mail, y si bien alimenta mi ego que me propongan conocer a gente de treinta y pico/cuarenta, no dejo de ver que son todos extranjeros (al menos por las fotos y nombres que se muestran sin que descargue la aplicación). 98% hombres, un par de mujeres, por si acaso. ¿Existe esa app, o solo a mí me llega? ¿Netflix va a dar en un futuro cercano la película “El estafador de Zoosk”? Porque no quiero ser de las entrevistadas. 





Cómo estará de cambiada la playa que ahora en vez de fósiles encuentro muñecas… 

Estaban contra la duna; se ve que fueron olvidadas y el mar las sacó de la orilla. Tengo que ver a quién darle la custodia. 

Dos notas al margen, dos. 

Una: ambos tienen los ojos celestes (¿será que los ojos marrones no dan imagen de inocencia o es un simple resabio cultural?). 

Dos:miren las piernitas de la Barbi!!! Formando estereotipos femeninos errados en 3…2…

Saludos desde el viernes de sol y nubes. El verano resiste y se deja disfrutar (en algunos lados más que en otros).





La otra cara de Valizas

Ayer me impresionó al llegar ver un par de máquinas pesadas maniobrando en la plaza del pueblo. La enormidad de las topadoras, el ruido de su avance, su dificultad de movimiento por callecitas pensadas para pocos vehículos desentonaban de manera chocante. A mí en particular me trajeron a la memoria los años en que tuve el rancho en la costa, donde dos por tres aparecía el fantasma de las topadoras aunque por entonces no llegaran a tirar ningún rancho en Valizas (aunque si en otros lugares como el Cabo y Punta del Diablo).

Por lo que leí en la prensa el plan era demoler dos ranchos, uno en la salida de la playa y otro en las afueras. El de la salida era el del cartel “El paseo de las lindas”: hace años que estaba semi tapado por la arena y al parecer la dueña había pedido que lo tiraran porque tenía miedo de que alguien se metiera igual y la construcción terminara derrumbándose y causando daños irreparables, lo cual resulta más que comprensible. Ayer cuando bajé a la playa ya no quedaban ni rastros de la casa (que era de material, de un solo piso y de tamaño mediano). Nada. Un pozo en la arena, un montón de pedacitos de hormigón entreverados con la duna y aquí nunca ha habido una casa. 

Del otro rancho no sé, porque ayer preferí la zona del arroyo y no llegué a las Malvinas. Lo que me llama la atención es la noticia del portal “Rochaldía”: al parecer había que demoler esa construcción porque “es una especie de asentamiento irregular con la presencia de ciudadanos de varias nacionalidades”. Casi todos los ranchos de la costa están en situación irregular; ¿cual es el problema precisamente con este? No tengo idea de cuál es ni de por qué lo tiran (o tiraron) de verdad, pero esa “justificación” me pone los pelos de punta. ¿Ahora es delito ser de otro lado? 

El lenguaje no es inocente; sea que fueran palabras del intendente, de alguna autoridad menor o del propio medio de prensa. 

Y así estamos (también por estos lados).





Escenas de hostel. 

La tarde cae entre nubes y rastros de soles esquivos, sin viento y con un silencio profundo que casi tiene algo de sagrado en este pueblo tan propenso a los sonidos. Hoy al mediodía, mientras afuera la lluvia realmente se hacía sentir*, mis ojos pasaron sin aviso del libro al sueño. Cuando desperté tardé unos segundos en ubicar dónde estaba, y lo primero que sentí fue el abrazo de un silencio para mi desconocido en este pueblo. En mi rancho siempre había olas, en las noches voces, en el hostel música, pero hoy no. Solo la quietud extrema omnipresente y disfrutable en la previa del último coletazo de la temporada. 

Después vino la playa, el arroyo, las personas, y ahora estoy de nuevo sumergida en medio de la paz que precede a la caída de la noche. 

Y en eso estamos. 

*Por esta vez (quizás) el cielo puede esperar (y Peluffo también).




Una no sabe si el año comienza cuando aparecen los útiles escolares en los supermercados o cuando pasa el primer 103 sin detenerse porque va muy lleno. Bienvenidos al 2022. 





Selfie post trabajo disimulador de los efectos indeseados de las sombrillas voladoras. Creo que me quedó más o menos, pero de lejos pasa. “Aún te queda algo de mapache pero te lo podés maquillar”, dijo el cirujano hiper veloz de la última consulta. Y aquí vamos. Le metí algo de base y polvo a las mejillas porque estoy harta de andar de tapabocas al aire libre, casi tan harta como de seguir siendo el blanco de miradas indiscretas por la calle. Ha habido gente que se codea a mi paso, que me mira fijamente, que comenta “qué horrible”, como si yo hubiera pasado mágicamente de ser sujeto a objeto (probablemente -en sus cabezas- objeto de violencia ajena). ¿Y si lo hubiera sido? ¿Y si hubiera nacido con una mancha en la cara? Hay un temita con la empatía que (todavía) tenemos que mejorar. Zafar del morbo de marcar al diferente, pasar del conventillo, no joder al que se sale de la norma, que a mí no me afecta demasiado porque mis “mapaches” son producto temporal de un accidente, pero no siempre es así y lo que no suma resta. 

Arranqué por la selfie y terminé en un alegato. Ya se me va a pasar.

Buenos días.





No suelo tener pesadillas pero hoy desperté a las cuatro y media de la mañana en medio de una situación espantosa: mi vieja había tenido un ataque, en el sanatorio no lograban hacerla reaccionar, el Cele estaba solo y aún no se había enterado de nada. Demoré como una hora en volver a dormirme.

Cuando se hicieron las ocho y fue una hora decente llamé a la laguna con la excusa de ver cómo andaba la enferma, que no es mi madre sino la gata Guaytica. Guaytica es la blanca, la mimada del Cele, una que hace como cuatro años fue mordida por una crucera en Ñangapiré. En aquel momento se recuperó de lo más bien pero ahora está mal, tiene cáncer de piel, no le queda mucho tiempo. Hace varias noches que a la Guaytica se le dio por dormir en el fondo de una enramada. MI vieja temía que las comadrejas la pudieran atacar, pero no. Solo alguno de los gatos del barrio han venido a marcar su territorio, y en cada uno de esos casos uno de los nuestros, la siamesa, ha salido en defensa de la enferma. Los otros dos (el Gatón y la barcina) optan por no molestarla pero andan todo el tiempo en la vuelta controlando que todo esté en orden. Igual que el Cele.  

_ Acá con tu padre decimos que la Guaytica ya debe andar por la sexta vida. -dice mi mi vieja- Y tu gato, ¿cómo anda?

_Y... me parece que va por la séptima.-le respondo, aunque el lunes de Arbolito amaneció con la novedad de que el viejo pidió para salir después de desayunar, cosa que no pasaba desde hace un montón de días.

Seguimos charlando. Manejamos la posibilidad de que yo le lleve aceite de cannabis la próxima vez que vaya, porque alguien le dijo que el marido había mejorado con eso del alzheimer, y quedamos en que voy a comprar un par de frascos para llevarles e ir probando. 

La pesadilla de la madrugada por suerte había quedado en el olvido, y no éramos más que dos mujeres hablando del cuidado de sus seres queridos, como siempre. 

Y en eso estamos.





Siete y media de la mañana. El viejo sigue más o menos y solo come comida de sobrecitios. La vecina Juancha pide su ración de pastillitas en el fondo y en la ventana del frente el Pequeño Demonio da cuenta del atún desmenuzado al agua. Este restaurante donde soy moza, chef y personal de servicio se me está yendo de control. 

Con su permiso, creo que ahora que todos se están lavando tengo permiso para desayunar. 

Buenos días.





En su primera noche de trabajo ya le quedó claro que vigilar el museo era un embole. La lapicera estaba ahí a mano y esas caras pedían a gritos que alguien les hiciera ojitos. Ahora el vigilante puede ir a prisión, enfrentar un año de trabajo correccional o una multa gigante. 

Qué mundo injusto: él solo quería salir de la angustia de esos rostros sin ojos. Menos mal que en mis liceos no tenemos cuadros de Anna Lepórskaya (porque si los hubiera serían reinventados en el primer recreo o quizás el segundo).


Dos personas en situación de calle, en el cantero central de Avenida Italia. Dos hombres de treinta y pico, tirados a la sombra de los árboles, cada cual sobre una lona, leyendo. Leyendo un libro como si no importaran los autos corriendo al costado, los carritos de supermercado con sus cosas a pocos metros o la mirada indiscreta de una mujer desde el ómnibus que pasa y sigue. 

Ellos leen y mientras tanto la vida sigue y esta historia no tiene remate: solo una sensación agridulce que se instala en la boca del estómago y no parece tener ganas de diluirse. 

Y así estamos.





A partir de hoy estoy oficialmente dada de alta en relación a mi reciente operación. La consulta con el cirujano no duró ni tres minutos.

_Mantenete alejada de los médicos.- fue su única recomendación. 

De las sombrillas no dijo nada. 

Y me fui.





“Vivo sola” suelo decir, aunque no es del todo cierto. 

Vivo con un gato viejo como la tristeza, gris como la soledad, frágil como el desaliento. Un gato entero que a veces se va por varios días y cuando aparece viene hambriento, flaco y arañado. Pide comida, duerme en los sillones y por unas horas parece domesticado, pero sé que mi casa solo es para él una especie de hostel donde reponerse antes de volver al depósito de hierros viejos de la esquina.

Nunca fue mi mascota. Apareció en el jardín hace unos años, demoró semanas en dejarse tocar y desde entonces solo hay dos personas a las que deja acercarse, que somos mi viejo y yo. Es raro el gato. Jamás pelea con las gatas de los vecinos ni lo hacía con Matilda, aunque no eran amigos. Siempre está alerta y asustado. Tiene marcas de guerra en las orejas y un ojito más cerrado que el otro.

Hoy le llamé al veterinario, porque hace tiempo que el viejo anda baboso y con olor, de pelo sucio y demasiado flaco. Hacía días que trataba de tener esa consulta pero entre mi operación, el tiempo de las vendas en la cara y todo eso la verdad es que el tiempo fue pasando. Me acostumbré a darle de comer en el marco de la ventana porque aún tengo prohibido agacharme, cosa que me puede joder la nariz y me da miedo. 

El veterinario le dio un inyectable de esos que tienen antibiótico para dos semanas, que es lo que usan con los gatos callejeros a los que no pueden controlar todos los días. Dijo que de ninguna manera es tan viejo como yo creía, y que la prioridad apenas salgamos de esta crisis va a ser castrarlo para ver si por ahí empezamos a recuperarlo. 

El gato se dejó inyectar en medio de bufidos y amenazas, pero ni bien se fue el intruso reclamó comida y se lavó un poquito. Yo me senté en la alfombra y le acaricié la cabeza. Él ronroneó y se refregó contra mi mano. Le dije que no lo iba a dejar tirado, que aunque estuviera baboso, maloliente o debilucho igual iba a hacer lo posible para mejorarlo. 

No estás solo, viejito. 

Extraño a Matilda pero no estás solo, y yo tampoco.

Puta madre. 

El médico no me aclaró si tenía permiso de llorar. 

Se le debe haber olvidado.





Martes de sol y nubes, martes de estar sana y no del todo, martes de verano con reminiscencias de otoño, martes de estar y no estar. Preparo un moka con agregado de jengibre, me instalo en el patio del fondo y descubro que es febrero pero no hay mosquitos. En mi barrio las mañanas se deslizan sobre un manto de silencio y pajaritos, ideales para llevar las vacaciones para el lado de la radio, los libros o la escritura. Hasta el Pequeño Demonio de al lado parece estar sedado: en vez de joder y romper cosas se me sube a la falda y se adormece. Hay una paz en el mundo de este pequeño martes de fondo que solo se puede aceptar con humildad y alegría. Algo habremos hecho bien para merecerlo. 

Y así estamos.





Hacía años que no me llegaban mails pidiendo plata y ahora me están apareciendo uno por día, con distintos emisores.

"My name is Parmar Himatali and I hope this email finds you well.

The purpose of this email is to ascertain if you are able to handle

investment funds for a client of ours who seeks an experienced foreign business partner to engage in an investment plan."

Ese es el comienzo. 

¿A alguien más le pasa, o es que de alguna manera estoy dando señales de vieja gagá? ¿Muchas fotos de gatos, quizás? ¿Demasiada imagen de dibujo animado rosadito? ¿Exceso de posts sobre el tópico de los golpes con sombrillas en la playa? 🤔

Con su permiso, voy a ver si busco unas fotos de... No sé. De algo. Tengo que cambiar mi imagen por estos lados, o el señor* Parmar y sus amigos van a continuar buscando propuestas de inversión para mis supuestos "fondos". 

Buenos días. 

*o señora





¿Ya vieron "El estafador de Tinder"? Interesante la capacidad de manipulación emocional para conseguir plata ajena. ¿Les pasó alguna vez algo parecido?

A mí por tinder no: la verdad es que no lo usé mucho, porque (siempre tan oportuna) lo armé una semana antes de la pandemia y cuando volví el verano pasado en pocos días me cerraron la cuenta por "violar sus normas comunitarias" (creo que debe haber sido porque puse como descripción "Hola. Si sos de C Abierto hola y chau"). Antes de eso charlé con algunas personas, fui a tomar un café con alguien y listo: conocer gente por la aplicación no parece ser lo mío.

Por esta red, en cambio, me han llegado más de una vez mensajes de personas extrañas que tenían toda la pinta de ser estafadores. No digo onda los mails de hace años, que eran bastante evidentes, sino intentos de conversación iniciados por señores MUY lindos, siempre en inglés, nunca con conocidos en común, etc. Obvio que no seguí, no porque sea muy viva sino porque escribir en inglés me da mucha pereza, pero, en fin, me quedo con la duda de cuándo aparecería el pedido de dinero, la historia creíble, el bla bla bla. 

Tenemos que cuidarnos, estar alertas y nunca nunca nunca olvidar la empatía con las víctimas. Nadie está libre de ser estafado, y si a lo económico se le suma lo emocional las consecuencias pueden ser graves. 

Ta, era eso. 

Si me ven algún día ilusionada con un amor virtual péguenme el grito, ¿quieren? Yo hago lo mismo con ustedes.

Feliz domingo.




Aquí desde mi casa, ya sin yesos, mechas ni vendas, aún con precauciones pero convertida de nuevo en algo parecido a un ser humano.

Fueron cinco días que duraron dos o tres años.

Saludos desde el cansancio, porque de ayer a hoy dormí menos de dos horas. ¿Nervios? No sé, puede ser. En todo caso aquí estoy, con la frente bien en alto (especialmente porque los médicos no me dejan bajar la cabeza). 

Saludos a todos; feliz viernes. 

#SombrillasNo




Es una ella pero se llama Santiago, y se especializa en reconfortar a quienes lo necesitan. Ayer durmió en una alfombrita al lado de mi cama toda la tarde y cuando vino el médico él en vez de mirarme primero a mí se puso a hablarle a la gata. Hoy de mañana ella apareció a saludarme ni bien escuchó que despertaba. 

Saludos ya desde mi casa, sin gatos adentro pero con algún que otro gris pasando la mañana entre los pastos crecidos del jardín. 

La vamos llevando, y las amigas son el sol de estos días. Que nunca falten.