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sábado, 24 de julio de 2021

4 historias invernales


1.

El 103 de la tardecita vino a medio llenar. Yo iba parada junto a la puerta del fondo frente a dos chicas que eran estudiantes de un liceo público, aunque su conversación no trataba de profesores, otras amigas o algún compañero que les gustara. Hablaban de viajes: una de ellas había estado en Brasil hacía poco y la otra expresaba su deseo de conocer Bariloche.

_ Pasa que mi viejo me tiene que firmar el permiso de menor, y como no me hablo...

_Sí, es una transa. Yo al mío no lo veía hacía años. Tuve que irlo a buscar al trabajo, porque ni el número tenía, y resulta que lo habían mandado al seguro de paro y yo no sabía dónde encontrarlo para que me firmara los papeles.

_ Yo al mío además que no me hablo lo tengo en España. Si espero que le llegue una carta y después que me conteste y me firme el permiso me vuelvo vieja. Literalmente: me vuelvo vieja. 

_ Sí... Yo al mío al final lo encontré y me firmó, pero fue re difícil ubicarlo. Bueno, che, me bajo. Ta mañana. 

_ Chau.

Tres paradas escuché su diálogo, solo tres paradas. Después de bajar del 103 caminé mis dos cuadras pensando en esas gurisas tan serias, tan maduras, tan cascoteadas por el desamor y el abandono que ni se daban cuenta de que el problema iba mucho más allá de una firma en un papel. O quizá sí, quizás se daban perfecta cuenta y la ilusa era yo que no captaba sus maniobras de aparente olvido para gambetear una ausencia grande como una frontera.

Llegué a casa y me distraje con la perrita vieja de la cooperativa, que me siguió en silencio como una sombra más entre las sombras. Le di algo de comida y ambas sentimos por un par de minutos algo así como un poquito de calor mientras a nuestro alrededor terminaba de caer la noche. Iba a ser una noche larga, como todas las del medio del invierno.



2.

Eran las cuatro o cinco de la tarde. Yo estaba joggineada y empantuflada, trabajando en la computadora y con vistas a desplomarme de sueño a la primera oportunidad, cuando una persona desconocida me mandó un mensaje. Era una profesora del liceo 58 invitándome a un homenaje de entre casa que le iban a hacer a Vanessa, su ex alumna, de la que fui profesora en tercero en el liceo 19 y con quien me he encontrado y reencontrado a lo largo de todos estos años. 

El motivo era la publicación de una antología de poetas jóvenes en Buenos Aires que la incluye entre sus voces, o tal vez también el fin del ciclo liceal en el Nocturno, o quizá fue simplemente el deseo de celebrar una vida luminosa que se nos cruza en el camino, vaya una a saber. 

La invitación era para hoy, y la premisa básica era la discreción, porque la cosa iba en tren sorpresa. Salí del cansancio, de la pantuflez, de la cara lavada y los pelos atados en lo alto de la cabeza, y fui. Ya al bajar del 103 encontré a Fernando, a quien había convocado (en un rapto de lucidez) porque estuvo en el mismo tercero que Vanessa y sabía que siguen siendo amigos. Él venía con el tiempo justo de sus dos horas puente como profe de Química en el 37. Mirá vos mis alumnos... 

Cuando Vanessa llegó ya los organizadores del encuentro habían decorado la biblioteca del liceo con carteles, libros y globos de colores además de tener pronto el café, una torta con dulce de leche y otra, la especial, que atentaba contra cualquier intento de dieta en una fría noche de julio. El director, sus profesores, sus compañeros y amigos leímos sus poemas, le hicimos preguntas, charlamos, le dimos una placa de bronce y le deseamos la mejor de las suertes ahora y siempre. 

El liceo 58 (como antes el 19) es una gran familia. 

Salí pasadas las diez en medio de la niebla y la soledad difuminada de Camino Maldonado pero no importaba nada, porque esta noche había recibido luz suficiente como para alumbrar un montón de mañanas. 

Cosas que la prensa no te cuenta. 

Qué raro, ¿no?


3.

El señor tiene una hermosa piel casi sin arrugas, pero el cabello totalmente blanco y la expresión de su cara indican que hace rato que pasó los setenta. Viene muy derechito en su asiento junto al mío. Cuando pasa un muchacho vendiendo maní con chocolate le pide un paquete con un mínimo movimiento de la mano. Tiene que pararse para rescatar algunas monedas del fondo de su bolsillo; a continuación vuelve a sentarse y extiende la palma de la mano ofreciendo tres monedas de a cinco relucientes. 

El vendedor espera, confundido.

_ Son veinte pesos, señor. 

El viejo lo mira, contempla las monedas y no dice nada. Toma con la otra mano una de ellas y observa, interrogativo, al vendedor. 

_ Esa es de cinco- aclara el muchacho, y de reojo confirmo que es verdad - Ahí tiene quince. Faltan cinco. 

El hombre sonríe y se queda en silencio hasta que parece comprender y agrega una moneda. 

_ Perfecto. Ahora sí. Muchas gracias, caballero. Que tenga un buen día.-saluda el vendedor antes de bajarse. Esta ha sido su única venta.

Aparentemente vuelvo a zambullirme en el libro que vengo leyendo, pero en realidad quedo atenta a los sonidos que comienzan a llegar desde el asiento de al lado, donde el viejito trata inútilmente de abrir la bolsita de nylon que acaba de comprar. Una de esas bolsas que vienen selladas como si contuvieran un virus: intenta meter las uñas, hacer fuerza con los dedos de las dos manos, pero nada. La bolsita acorazada resiste todo intento de acceder al contenido. Comienzo a pensar si debo ofrecerle ayuda, pero no estoy segura de si lo tomaría bien, y además nadie me asegura que yo sí sea capaz de abrirla. El veterano opta, al final, por lo mismo que haría cualquier persona de bien: le mete un dedo a la fuerza, con lo cual logra vencer la férrea resistencia del nylon y generar un camino hacia el chocolate, que comienza a comer con evidente satisfacción. 

No sé si acabo de ver una escena del presente del Cele o del futuro de Mariela, pero por las dudas elijo deslindarme del tema y volver a mi libro durante el resto del viaje. Igual yo no compro maní con chocolate en el ómnibus porque prefiero los de Tienda Inglesa. Los que vienen en cajita.


4. 

Ayer fue un día largo y productivo; sobre todo largo. Estaba en casa, cercana a la medianoche y a punto de entregarme al sueño reparador implorado por mi organismo desfalleciente, cuando me cayó este mensaje: 

"Un dato importante, Donde sale san josé esq martínez trueba se incendió una librería, hay una volqueta llena de libros". 

Quien lo enviaba, estudiante de uno de mis grupos del IAVA, agregaba que su padre le había llevado de la volqueta solo un libro de Inglés pero había más, MUCHOS más esperando ser adoptados por un alma caritativa con poco sentido del olfato.

Había que hacer algo. Dado que hoy entraba a las ocho menos veinte de la mañana mi cerebro (o lo que quedaba de él) empezó desde que leyó el mensaje a trazar complejos planes que más o menos se resumían en esto:

Visto: que esos libros van a durar poco en la volqueta.

Considerando: que los quiero.

Resuelvo: levantarme media hora antes y pasar por el lugar antes de la primera hora de clase en el IAVA.

Comuníquese, publíquese, etc. 

Pero el inconsciente no sabe de resoluciones tomadas a la medianoche, así que me dormí, llegué en hora a la clase y recién pude pasar por el lugar al mediodía. 

No había una volqueta con libros: había dos. La mayor parte de los libros en ellas estaban húmedos por la acción de los bomberos, tiznados o sucios por el incendio. De todos modos anduve mirando lo que había, junto a dos o tres personas que tímidamente revisaban las estanterías del Shopping On Fire (o más bien Post Fire).

Tres hombres que andaban cartoneando nos dijeron a una chica y a mí que quizá mejor debiéramos preguntar qué había para llevar a los obreros que estaban adentro de la librería, pero no nos animamos, hasta que uno de ellos se asomó y pegó el grito:

_¡Jefe! Acá las muchachas quieren saber si hay alguna cosa que se puedan llevar de la librería, algo que no esté en muy mal estado.

_ Bueno..._ contestó alguien desde adentro_ Si nos hacen una fuercita para la Coca Cola puede ser que haya algo.

_ Si entrás vos yo entro._ susurró la otra chica. Y nos metimos. 

Por la módica suma de $50 de colaboración con el almuerzo de los obreros me terminé trayendo libros tan pero tan útiles como uno de ejercicios de inglés, otro con recetas para hipertensos y tres de cocina, de esos en que no conocés la mitad de los ingredientes pero quizá algún día en una de esas quién te dice.

Después de todo el móvil no era la ganancia sino la aventura, así que cuando volví al liceo para dar el resto de las horas de la jornada iba de lo más contenta mientras los libros rescatados trataban de disimular su olor a humo desde el relativo aislamiento de una bolsa de supermercado.

Y eso fue todo.


domingo, 11 de julio de 2021

Julio 2021





Cosas que no entiendo (top five): 5. Que un hombre haciendo un pozo en su fondo en Sri Lanka encontró un zafiro de 510 kilos que vale 1000 millones de dólares y yo del mío solo saqué un enanito de jardín de 4 cm. 4. Que ayer esta red me notificara que la Warner Music Group no va a reclamar por mi video. (??????????????) 3. Que Gabriel Peluffo siga viviendo sin mí y no parezca deprimido. 2. Que el 28.62% haya decidido que estos son los mejores 5 años de mi vida, bla bla bla, nos vemos en octubre de 2024. 1. Que las pruebas que hicieron mis alumnos la semana pasada sigan ahí intocadas y no se estén autocorrigiendo. Raro, no? Seguiré investigando el tema y si hay novedades les aviso.





Querido docente que has confiado en el período de pruebas propuesto por la DGES y has fijado tu evaluación para el próximo jueves: olvídalo, porque hay ATD. ¿Que cómo vas a hacer, si ya la semana siguiente son las reuniones de bachillerato? ¿Que hay algunos chicos que recién aparecieron con la presencialidad y por lo tanto apenas los has visto una o dos veces? ¿Que habías planeado con esfuerzo y seriedad una evaluación que ahora quedará para quién sabe cuándo, ya pasadas las fechas de reuniones? Qué le vas a hacer, así es la vida. Te proponen pruebas hasta el 6 de agosto y el 29 de julio te comunican que te han quitado el penúltimo día: haz tu magia, amigo docente. Ponte a mandar mails a tus alumnos a ver si de casualidad tienen aunque sea una hora disponible antes, siempre y cuando no coincida con ninguna de las tuyas con otra clase, porque no vamos a andar juntando grupos en épocas de pandemia. Cuando se está lejos de las aulas se decide fácil. Todo es muy fácil si prescindimos del pequeño detalle de la educación (salvo que les estemos enseñando a improvisar, porque allí sí, vamos por muy buen camino).





Ya tenemos un gobierno espantoso, estamos atravesando la pandemia y llevamos varios días de viento y frío helado. No estamos como para decepciones, así que lo voy a decir una sola vez: DEJEN DE PROMETER NIEVE. NO a la ilusión de la nieve en el país templado con forma de corazón y con suaves praderas onduladas. Dejen de ilusionarnos, porque el corazón no quiere entonar más retiradas. ¡Cada año lo mismo y seguimos cayendo como unos crédulos!! Me voy a tomar un café para sobrellevar el invierno del desencanto mientras miro por la ventana el patio a ver si aparece algo blanquito flotando en el aire, pero no: solo plantas y gatos, lo de siempre. Y mis gatos ni siquiera son blancos. Todo mal.





En estos tiempos de clases por subgrupos y estudiantes que asisten medio horario (al menos en mi liceo) puede suceder que una tuviera que hacer un repaso reglamentario para la prueba casi dos semanas antes de la fecha de la misma. En ese contexto, un día que tenía solo una hora de clase con cuatro estudiantes, les propuse una tarea de escritura creativa que llevaba por título "Querido diario". Consistía en escribir una entrada del diario íntimo del protagonista de Cándido de Voltaire, el yo lírico de "El enemigo" de Baudelaire o el de "1964" de Borges, imaginando que la escritura tenía lugar en 2021 e incluyendo al menos dos citas del texto original. Miren lo que escribió uno de los estudiantes en la media hora que tuvieron para pensar y llevar al papel este trabajo. Querido diario: Está siendo un año extraño. Hace cuatro meses que el señor barón de Thunder-Ten-Tronckh me invitó a retirarme del castillo, indicándome la salida con su pierna. Desde entonces me decidí a reencontrarme con la dulce Cunegunda, y en el trayecto me he encontrado con una situación singular. En marzo aterricé en una calle de pavimento desierta. Me senté en la vereda para reordenar mis ideas y en ese tiempo vi pasar solamente algunos carruajes chatos, hechos de metal, con caballos adentro más que adelante. Eché a caminar y después de no ver ni una persona me detuve frente a una casa con una puerta de madera, no tan grande como la del castillo. Toqué y salió una señora que, al ver mi virtuosa ropa hecha de tela y agujeros, no dudó en hospedarme. Se lo agradecí, pero no me sorprendió, dado que ya lo decía el señor Pangloss: "Todos los hombres deben ayudarse entre sí". Una vez más, la casa no era el castillo de Westfalia, pero era acogedora. Me sorprendió que apenas entrar el padre y el hijo me recibieran colocándose una máscara de oreja a oreja; pero en seguida me regalaron una y me sentí en casa. En los siguientes días me enteré que se estaba cursando una pandemia a nivel mundial, y sobre todo me di cuenta de que estaban muy preocupados por ello. Yo recordé todo lo que me había enseñado el ilustre Pangloss y los tranquilicé explicándoles que todo está hecho para un fin y, si es así, este no puede sino ser el mejor de los fines. Creo que los alivió un poco. De allí en adelante me involucré en las tareas de estudio del hijo de la casa. Con el tiempo me fui dando cuenta que aprender a través de ese objeto llamado "computadora" no se acerca ni un poco a las clases cara a cara con el señor Pangloss. Dan dolor de cabeza, estresan, son muy frenéticas y difíciles de entender. Pero todo sucede por una razón, y quizás terminemos aprendiendo más cuando volvamos.





Ocho y veinte de la helada mañana del martes en la peor semana del invierno. Primera prueba con un grupo. Cuando llego al liceo está sonando el timbre de la entrada y al entrar al salón veo que solo están tres de los 16 posibles asistentes a la prueba. _Hola, buen día, ¿cómo andan? Qué bueno verlos… Con el correr de la clase fueron llegando algunos, a los que les entrego la propuesta y las hojas del escrito. En la pregunta 2 tenés que elegir un fragmento para analizar, acordate que es con lapicera, sin esquemas. No, no podés tener el celular. Sí, podés ver el texto. Pueden responder en cualquier orden. Los estudiantes siguen apareciendo, algunos casi al final de la primera hora. La flaquita simpática, el de los championes sin medias, la que se vino abrigada como para la guerra. Ninguno explica por qué llega tarde: es el día de la prueba y nadie quiere perder tiempo. Las charlas sobre la puntualidad quedarán para otro día. Cuando solo faltan quince minutos para el final aparece (digamos) Jorge, a quien casi no he visto en todo el año. Se sienta en el fondo del salón y saca una lapicera. Voy hasta su banco. _ Jorge, está por terminar la prueba… ¿Vos te acordabas que era hoy? _No. _Ah… ¿Querés hacerla el jueves con el otro subgrupo? _ Sí. _ Bueno. ¿Sabés cuáles son los temas? _ No. Jorge no me mira mientras habla, pero tiembla y su temblor no parece ser producto del frío o de los nervios. Jorge viene un día sí y cuatro no; cuando está en clase por lo general interviene todo el tiempo y es difícil lograr que haga una pausa o le ceda la palabra a un compañero. Jorge es una luz, lee y sabe mucho más que lo que el liceo le exige a un estudiante de Bachillerato, pero no puede sostener la presencia ni manejar la ansiedad a la hora de expresar sus ideas. Yo hago pesar más sus intervenciones orales que lo poquito y nada que le he corregido por escrito, pero no puedo dejar de pensar en lo difícil que debe ser para algunos (más que para otros) transitar por este año raro y como entre paréntesis por el que a veces nos vamos arrastrando. 2020 y 2020bis han sido escenarios de disputa entre la cordura y las zonas oscuras que solemos mantener a raya en la frontera, y la oscuridad muchas veces se niega a dejarse replegar sin dar batalla. Cuando suena el timbre quienes aún están escribiendo terminan de entregar sus trabajos y salen al patio buscando unos minutos de sol y charla con los compañeros. Otros siguen en sus bancos con la mirada fija en la pantalla del teléfono y algunos (no sé cuántos) solo se quedan sentados mirando a la nada, esperando que vuelva a sonar el timbre y un nuevo profesor entre al salón y diga algo al estilo de: _ Buenos días, muchachos. ¿Cómo están? Mientras tanto aprovecho mi hora puente para ir hasta la panadería de la esquina y pedir un chocolate caliente, a ver si el exceso de azúcar o la tibieza de la bebida me pueden suavizar un poco el gustito amargo de las mañanas heladas con sabor a impotencia.






Bienvenidos al miércoles. Gélido (a esta hora). Vacío (este barrio). Silencioso (en esta calle). Esperando la primavera. Celebrando el encuentro. Disfrutando los colores. (Iba a agregar que ya pasó un año y cuatro meses de gobierno, pero aún es poco para festejar) Voy en el 103 acompañada de una sensación de ligereza inexplicable, hasta que algo me trae una imagen del sueño de la noche y recuerdo que anduve volando sobre techos y calles. Bienvenidos al miércoles. Y a seguir aspirando a lo más alto.





7.40 de la mañana estaba empezando mi clase de repaso para la prueba con un grupo de quinto que durante la virtualidad tuvo muy poca asistencia, cero cámaras prendidas y solo un par de personas participando activamente de las clases. Para mi sorpresa hoy habían asistido casi todos, habían estudiado lo que dimos en el zoom e intervinieron de manera fluida durante las dos horas de clase sobre los temas dados en los meses pasados. En cierto momento hablábamos de los símbolos (por aquello de los “ramos de suplicantes” en Edipo) y comenté al pasar que el pasado fin de semana había estado de rebote en un acto patrio en Artigas donde estaban todos los símbolos pero faltaban personas (especialmente mujeres). Cuando tocó el timbre de salida a las nueve un estudiante se acercó a charlar, a contarme que en la familia preparan caballos de carrera, que tienen uno que es el mejor de Latinoamérica y que en una carrera que corrió hace unos días en Artigas el de ellos no ganó porqué hubo cosas raras. _ Nuestra gatera estaba trancada, profe, mi padre se dio cuenta cuando faltaban cinco minutos y presentó la queja pero ya no se pudo arreglar; el caballo salió mal, como pudo, y terminó perdiendo la carrera por un cuerpo. Fue raro. Yo no sé lo qué pasó pero había plata de por medio y eso fue raro. Terminé de guardar las cosas en la mochila, salimos del subsuelo y fuimos charlando hasta la sala de profesores. Un rato después, cuando yo ya iba volviendo de la panadería de la esquina con mi café de las horas puente, él (que está recursando y también tiene puentes) me preguntó dónde lo había conseguido y se fue a buscar el calor matinal bajo la forma de café, chocolate caliente o capuchino. Está bravo el frío del liceo para pasar la mañana sin cantina y sin máquina de café; el peligro son los bizcochos calentitos de la primera hora, de los que hoy salí indemne (aunque no prometo mantener esta conducta en los días futuros ). Me quedo pensando que no está bueno conversar con un estudiante sobre el tema de las carreras de caballos y menos si hay plata de por medio (o sea siempre), pero a la vez es un alivio poder comunicarse de nuevo con las personas que tenemos en nuestros grupos, más allá de la materia y los escritos. Y aguante el café, chocolate o capuchino nuestro de cada mañana (o de cada hora). Las neuronas agradecidas.




Desperté en mitad de la madrugada: algo se estaba moviendo en mi cuarto, y era la mecedora que había sido de mi abuelo. Prendí la luz. No había fantasmas a la vista, pero sí una gata novedosamente instalada en un sitial elevado (aunque inestable). Creo que en mi ausencia el gato negro de no sé quién se había estado adueñado de la casa, porque hoy lo vi en la ventana buscando restos de comida en el platito que le había puesto a la vecina Demonio de Tasmania. Cosas que pasan. (Es lindo el gato negro, es muuuy lindo; no sé cuánto tiempo más voy a hacer de mala)




Rumbo Norte

Despierto lejos de mi casa, en el estacionamiento de una estación de servicio. Son las siete de la mañana pero ni miras de aclarar el día. Todo está envuelto en una espesa niebla. _¿Café? -dice una chica, y ante la palabra mágica una no puede menos que murmurar: _Sí. En el ómnibus empiezan a escucharse voces bajitas que dicen cosas. “No pude dormir en toda la noche”. “Que niebla, eh?” “Estoy bien; por lo menos no me pasé cagando”. “Me sacás una foto así, como que estoy dormida?” Una escucha pero no dice nada, mientras va tomando el cafecito hiper matinal. La misma chica de antes unos minutos después llega hasta el asiento del fondo (donde una se había refugiado al inicio de la noche, comienza a recordar) y pregunta: _Tú sos la chica que… Hace una pausa y le termino la idea: _ Sí, soy yo. Ella se va hasta la parte de adelante del bus y vuelve con la parte sólida del desayuno, en este caso opción vegetariana, como corresponde a “la chica que”. Un refuerzo gordote de pan con una feta de queso y una dona gigante con leves huellas de chocolate (de los que me comí la feta de queso con lo que quedó del pan sacándole el 80% de la miga y dos mordidas de la dona -que guardé para más tarde, por si acaso). Prepárense para un aluvión de fotos de casas y piedras. Están avisados.
 
A punto de perder la cordura. Los caminos de Artigas están hechos de ágatas y amatistas. Los ca mi nos. Piedras transparentes, veteadas, erizadas de puntas, y son -apenas- el material del que están hechos los caminos. Lo dicho. Yo de acá no salgo igual que como llegué. Diossssss…

_ Hola. ¿Está habilitada la piscina? _ Sí. _¿Y cómo está el agua? _ Helada. _Gracias. Buenos días.

La plaza Batlle y Ordóñez y el acto solemne por el 18 de julio: duró 5 minutos, estaban las autoridades militares y políticas, prensa, músicos y público. 3 de público, entre ellos yo. La comitiva e estaba integrada por unas 45 personas, de las cuales sólo dos eran mujeres (días integrantes de la orquesta). El Club de Toby versión norteña.En mi país qué tristeza cuando empieza a amanecer.

Y bien, que todo siga en su sitio: el camino, el precipicio y estas palabras. Dicen que en el pago me tienen idea. Misterios de la memoria: me acuerdo de la letra de todos los temas de canto popu con los que el chofer nos deleita al comienzo del viaje de vuelta*, aunque dos por tres me quejo de mi memoria y empiezo a temblar por aquello de la genética. Saludos desde la ruta sembrada de arroyos y montes, bajo el cielo azul y limpio del Norte. *algunos dicen que solo quiere dormirnos pero no sé, no sé.

Bueno, nos quedamos en el camino.
Acabamos de pasar (parece) por Masoller (donde murió Saravia). Un pueblito pequeño donde de un lado del camino es Uruguay y del otro Brasil. Estamos en Rivera y acá nos quedaremos hasta que alguien arregle el ómnibus. El clima de la población en el vehículo es alegre y dicharachero, por ahora. Tengo golosinas brasileras y vino Sangue de Boi en la mochila, así que no me preocupa gran cosa la demora. Ampliaremos.





Respirar. Respirar fuerte. Tratar de renovar el aire de los pulmones a la vez que el cuerpo se reencuentra con el movimiento y el calor de la caminata. Una hora por mi barrio al atardecer no suele ser un ejercicio propicio para la meditación o el mindfullness, pero yo necesitaba bajar uno o dos cambios (quizás tres), así que allá fui. Mi cabeza se negaba a darme una tregua: los pensamientos, las variables y los miedos fueron la compañía de todos y cada uno de los pasos de esa hora vertiginosa de tratar de acomodar mi vida y de armar un puzzle donde todas las piezas se sintieran a gusto, pero no. Las piezas no se dejaron encajar. Cada pocas cuadras, una carta. Todas de distintos mazos, todas dadas vuelta. Tengo que aprender a interpretar qué significan, pensaba, y también tengo que aprender (otra vez) a manejar, tengo que corregir los trabajos de quinto que voy a devolver el lunes, tengo que hablar con varias personas, tengo que ver cómo va a estar el tiempo el fin de semana, tengo que armar un bolso, tengo que, tengo que, tengo que. El té de tilo de antes de la caminata no me hizo el menor efecto. Los colores del atardecer no me llevaron a ninguna foto. Las voces amigas en el teléfono no estaban conmigo mientras caminaba tratando de respirar y de bajar uno o dos cambios (quizás tres). Nada, eso. Una tarde de sentirme agobiada y sola, quizás más sola que agobiada o tal vez viceversa. Mañana será otro día y estaré en otro lado. No todas las crónicas son alegres y dicharacheras, y no todas tienen remate. Esta no, por lo menos. Esta no.




El animal más grande es la ballena azul, que llega a medir 29 m de largo. El vegetal es una sequoia de 115 m de altura, en tanto que el ser vivo más grande del mundo es un hongo de Oregón cuyo micelio se extiende por 965 hectáreas. En cuanto a las edades, el árbol más viejo tiene 4847 años, el hongo va por los 8650 y en el reino animal hubo una esponja que alcanzó los 11.000. Bienvenidos a nuestra habitual sección "Siéntase pequeño e insignificante", como siempre a esta misma hora, por este mismo canal. Buenas tardes.





Breve paréntesis expresivo. Nunca escuché tantas bombas y cohetes por un partido de fútbol, reverendos imbéciles, van a enloquecer a todos los perros y gatos de la ciudad, por no hablar de las personas que tienen problemas con los estruendos!! Tarados. Descerebrados. Subhumanos. Listo, era eso. Cierro paréntesis.





Crónicas de cuando esperaba seis horas en un aeropuerto o me iba a un pub a las cuatro de la tarde 1. Yo hice todo bien, todo. Me puse en la cola correcta, entendí y respondí el chiste que me hizo la que chequeó el pasaporte, me saqué los championes, puse las cosas electrónicas solas y sin carcazas o sobres en una bandeja, la mochila en la otra, la valija chica en la mesa, me saqué todo lo de metal y aguardé en la fila para pasar por el scanner. Como estaba descalza y tuve que esperar un minuto aproveché a chequear cómo iba el pie derecho (dolorido). Me apoyé en lo que creí una pared y de inmediato y con amabilidad un guardia me pidió que no lo hiciera, porque eso era parte del scanner de al lado. Ok, ok, un pequeño error. La mujer que esperaba detrás de mí me dirigió en ese momento la palabra. _ Disculpe- (en inglés)- Usted no viaja muy a menudo, no? _ Eeh... No mucho. ¿Es evidente? _ Sí. Yo sí viajo, todo el tiempo. Pero lrpm, lo que me faltaba: ser tratada de pajuerana justo cuando estaba haciendo todo bien. Igual la mujer fue simpática, debo decir. Muy simpática. Si hubiera sido un hombre me habría parecido que buscaba darme charla... Ta, es eso. No es que yo pareciera novata (y sin serlo, que es lo peor): es que le resulté irresistible, y esa será a partir de ahora mi versión oficial. He dicho. 2. ¡Ventanilla! En el vuelo anterior una viejita mexicana de Cuenca me garroneó la vista y no encaré desalojarla porque ellla iba muy contenta con su pollera tableada, calzas, blusa floreada y largas trenzas. En el aeropuerto un guardia me había pedido que la acompañara por si se perdía, e incluso en cierto momento fui con ella hasta el baño, pero cuando al rato miré a su asiento ya la viejita había desaparecido: otra mexicana me dijo que apenas llamaron al embarque enfiló muy decidida y la dejaron pasar, pese a que era del grupo 5. Ahí fue cuando me chorreó la ventanilla. Antes de despegar se hizo la señal de la cruz. Cuando la azafata ofreció bebidas pidió “un cafecito”, y después pareció feliz con el “vientito” del aire acondicionado. Se puso nerviosa al aterrizar, se aferró con fuerza al respaldo del asiento de adelante y solo murmuró “qué susto” cuando ya íbamos carreteando. 3. Historias varias de Minnesota Mientras hacíamos un último tour de compras y yo trataba de desprenderme de cada uno de los pennys que había ido acumulando (que al final terminaron en el autoservicio del Target) me fui enterando de algunas de las cosas de este mundo. Por ejemplo, pasamos por una Universidad privada y religiosa (Bethel) que antes de ingresar hace firmar a sus estudiantes un contrato por el cual no pueden tener sexo ni consumir alcohol mientras estén estudiando. Acá no hay sistema jubilatorio, es decir que ahorrás para la vejez, confiás en que tus hijos te mantengan o trabajás hasta el fin de tus días. He visto mucho viejito activo, aunque también es posible que algunos opten por trabajar dos o tres horas porque eso los mantiene bien: los que vi no tenían pinta de estar mal. Hay una cárcel de la cual hace poco se fugó un recluso metiéndose en una camioneta en la que estaban ingresando ocho presos. Lo raro es que los otros no quisieron sumarse al escape sino que pidieron que no los incluyera y que los bajara allí mismo. Ayer un operador se quedó atrapado en un cajero automático, no en la cabina, sino en el cuerpo de la máquina. Como no podía salir empezó a pedir socorro a través de mensajes que pasaba por la ranura por la que sale el dinero, cosa que hizo hasta que alguien escuchó un ruido extraño, vio los papelitos y pegó el aviso. Este es un mundo raro. Un mundo donde Amazon deja las cajas en las puertas al alcance de cualquiera. Donde si no está la persona que supervisa la entrada a un parque se le deja el importe en un sobre. Donde en los restaurantes te dan comida como para tres pero siempre ofrecen empaquetarla para que la lleves. Donde comprar es más barato online pero a veces las tiendas bajan sus precios si uno les demuestra que por internet el producto cuesta menos. Donde sin GPS no llegás a ningún lado. Donde los autos tienen calienta culo. Donde todo está inventado. 
4. Salpicón aleatorio No hay personas a la vista en las calles de Estados Unidos: solo casas y autos. Nadie camina por las veredas, no toman mate en el porche, no charlan en la esquina con los vecinos. Una puede recorrer kilómetros sin ver personas; en algunas zonas se ven deportistas trotando o caminando, pero pocos. Ciclistas, menos. Hay venados que cruzan la carretera, así como patos, pavos o gansos, águilas calvas, angry birds, tortugas y conejitos. También zorros y mapaches, que no he visto. Hace un tiempo apareció un oso y lo terminaron matando, lo que provocó encendidas protestas: el argumento fue que era muy costoso dormirlo y relocalizarlo en otro sitio, pero no resultó convincente. El prefijo Minne significa "agua", por lo cual hay muchas cosas con nombre similar por estos lados. Minnesota (tierra del agua), Minneapolis (ciudad del agua), Minnehaha (agua que ríe), Minnetrista y Minnetonka (no me acuerdo). La ciudad con mayor población es Minneapolis y la que tiene menos es una cuyo nombre no registré pero sí la cantidad de habitantes: cinco. Todo impresiona como gigantesco: los comercios, los estacionamientos, las autopistas, los aeropuertos. Los shoppings son moles sin ventanas y cada supermercado es una pequeña ciudad. La vida gira en torno a lo digital. Las mozas toman el pedido en el teléfono, los malls te indican dónde están los locales a través de pantallas táctiles, la gente busca las ofertas en Amazon antes de comprar nada en la realidad real. El efectivo casi no existe. Esto de estar tan al Norte hace que aclare a eso de las cinco y caiga la noche poco antes de las diez. Nunca refresca en la tarde y es raro que haya viento. La hora de cenar es alrededor de las seis. Los pubs son muy concurridos durante la tarde y la happy hour es de tres a seis. Una puede entrar a The Alchemist de White Bear a las cuatro y ver en una mesa a seis motoqueros tomando cerveza o a dos uruguayas frente a una pizza deliciosa y tragos ídem. Las motos en su mayoría son tipo Harley; los dueños suelen ser cincuentones de grandes bigotes y ropa negra, preferentemente de cuero. No es obligatorio el uso del casco en Minnesota. Hace mucho calor en verano, y los mosquitos son tamaño abeja. Hay iglesias de todo tipo, casi todas protestantes. Tienen carteles promocionales en la calle al mejor estilo tienda y sus construcciones no son convencionales: más bien se trata de grandes galpones con una cruz en algún lado. Todo está lleno de reglas. Para alquilarte un apto, en caso de tener gato, tenés que certificar que lo operaste para extraerle las uñas. Muchas veces no podés fumar en las casas, en el balcón o en la vereda: en el caso de mi amiga hay que ir a una mesita guetto en el extremo del complejo, a media cuadra de la casa. 5. El estrés de la vuelta Una se baja en Miami (¡chico!), va hasta la pantalla, busca su vuelo pero no lo encuentra porque todavía le faltan seis horas para la partida. Una al rato pregunta, y le dicen que vaya a la puerta D16 tomando el tren, porque no hay forma de llegar caminando. Una busca la estación, espera 3 minutos y sube al tren. En la primera parada bajan todos aunque no es la D sino la E. Una es aconsejada por una big mamma, que la adopta por dos minutos. Una sube una escalera mecánica (o baja, ya no se acuerda). Una camina cuadras. Una toma un sky train. Una sube o baja interminables escaleras mecánicas. Una camina otras cuadras hasta que ¡por fin! arriba a la puerta 16D y decide no volver a moverse de aquí a la eternidad o hasta que salga el vuelo 989 de American. Lo que llegue primero.




Cola de Tienda Inglesa, hoy a las once de la mañana. Tenía a una señora delante de mí y a otra detrás, una veterana flaca y de pelo blanco que en cierto momento me pidió permiso para estirar su mano por delante a fin de manotear de la góndola dos tabletas de chocolate Garoto medio amargo, en la zona de las tentaciones que yo había estado mirando sin llegar a decidirme a meter en mi canasto. _ No lo puedo resistir. -dijo, sonriendo pícara. _ Es que ese chocolate es muy rico. -coincidí cortésmente, y ella aprovechó a darme charla. _ Ahora cuando llegue a casa voy a tener que esconderlo de mi marido. _ ¿Por qué? ¿Se lo come muy rápido? _No, no, al contrario... Soy yo la que no puede. Es que me lo tiene prohibido, porque yo no puedo comer chocolate. Nada de grasa, me dijeron, nada de nada, desde que me abrieron el corazón y me pusieron un stent. Ahora en unos días voy al doctor y vamos a ver cómo están mis resultados... _ Pero entonces no deberías llevarte ese chocolate. _ Ya sé, m´hija, ya sé, pero ¡es tan rico! Y después de todo de algo hay que morirse. En ese momento la cajera me indicó que pasara y me dirigí a pagar las compras, no sin antes saludar a la viejita y manotear a la pasada una tableta de chocolate, en este caso Águila. Porque es muy rico, porque es invierno y hace frío, porque de algo hay que morirse y porque sabido es que las personas viciosas tienden a hacerse cómplices, reafirmando las conductas de riesgo o las poco aconsejadas, por lo menos. No me juzguen.





Crónicas de cuando esperaba seis horas en un aeropuerto o me iba a un pub a las cuatro de la tarde 
1. Yo hice todo bien, todo. 
Me puse en la cola correcta, entendí y respondí el chiste que me hizo la que chequeó el pasaporte, me saqué los championes, puse las cosas electrónicas solas y sin carcazas o sobres en una bandeja, la mochila en la otra, la valija chica en la mesa, me saqué todo lo de metal y aguardé en la fila para pasar por el scanner. Como estaba descalza y tuve que esperar un minuto aproveché a chequear cómo iba el pie derecho (dolorido). Me apoyé en lo que creí una pared y de inmediato y con amabilidad un guardia me pidió que no lo hiciera, porque eso era parte del scanner de al lado. 
Ok, ok, un pequeño error. La mujer que esperaba detrás de mí me dirigió en ese momento la palabra.
_ Disculpe- (en inglés)- Usted no viaja muy a menudo, no?
_ Eeh... No mucho. ¿Es evidente?
_ Sí. Yo sí viajo, todo el tiempo. 
Pero lrpm, lo que me faltaba: ser tratada de pajuerana justo cuando estaba haciendo todo bien. Igual la mujer fue simpática, debo decir. Muy simpática. Si hubiera sido un hombre me habría parecido que buscaba darme charla... Ta, es eso. No es que yo pareciera novata (y sin serlo, que es lo peor): es que le resulté irresistible, y esa será a partir de ahora mi versión oficial. He dicho.
2. ¡Ventanilla! 
En el vuelo anterior una viejita mexicana de Cuenca me garroneó la vista y no encaré desalojarla porque ellla iba muy contenta con su pollera tableada, calzas, blusa floreada y largas trenzas. En el aeropuerto un guardia me había pedido que la acompañara por si se perdía, e incluso en cierto momento fui con ella hasta el baño, pero cuando al rato miré a su asiento ya la viejita había desaparecido: otra mexicana me dijo que apenas llamaron al embarque enfiló muy decidida y la dejaron pasar, pese a que era del grupo 5. Ahí fue cuando me chorreó la ventanilla. 
Antes de despegar se hizo la señal de la cruz. Cuando la azafata ofreció bebidas pidió “un cafecito”, y después pareció feliz con el “vientito” del aire acondicionado. Se puso nerviosa al aterrizar, se aferró con fuerza al respaldo del asiento de adelante y solo murmuró “qué susto” cuando ya íbamos carreteando.
3. Historias varias de Minnesota
Mientras hacíamos un último tour de compras y yo trataba de desprenderme de cada uno de los pennys que había ido acumulando (que al final terminaron en el autoservicio del Target) me fui enterando de algunas de las cosas de este mundo. 
Por ejemplo, pasamos por una Universidad privada y religiosa (Bethel) que antes de ingresar hace firmar a sus estudiantes un contrato por el cual no pueden tener sexo ni consumir alcohol mientras estén estudiando. 
Acá no hay sistema jubilatorio, es decir que ahorrás para la vejez, confiás en que tus hijos te mantengan o trabajás hasta el fin de tus días. He visto mucho viejito activo, aunque también es posible que algunos opten por trabajar dos o tres horas porque eso los mantiene bien: los que vi no tenían pinta de estar mal. 
Hay una cárcel de la cual hace poco se fugó un recluso metiéndose en una camioneta en la que estaban ingresando ocho presos. Lo raro es que los otros no quisieron sumarse al escape sino que pidieron que no los incluyera y que los bajara allí mismo. 
Ayer un operador se quedó atrapado en un cajero automático, no en la cabina, sino en el cuerpo de la máquina. Como no podía salir empezó a pedir socorro a través de mensajes que pasaba por la ranura por la que sale el dinero, cosa que hizo hasta que alguien escuchó un ruido extraño, vio los papelitos y pegó el aviso. 
Este es un mundo raro. Un mundo donde Amazon deja las cajas en las puertas al alcance de cualquiera. Donde si no está la persona que supervisa la entrada a un parque se le deja el importe en un sobre. Donde en los restaurantes te dan comida como para tres pero siempre ofrecen empaquetarla para que la lleves. Donde comprar es más barato online pero a veces las tiendas bajan sus precios si uno les demuestra que por internet el producto cuesta menos. Donde sin GPS no llegás a ningún lado. Donde los autos tienen calienta culo. Donde todo está inventado. 

4. Salpicón aleatorio
No hay personas a la vista en las calles de Estados Unidos: solo casas y autos. Nadie camina por las veredas, no toman mate en el porche, no charlan en la esquina con los vecinos. Una puede recorrer kilómetros sin ver personas; en algunas zonas se ven deportistas trotando o caminando, pero pocos. Ciclistas, menos. 
Hay venados que cruzan la carretera, así como patos, pavos o gansos, águilas calvas, angry birds, tortugas y conejitos. También zorros y mapaches, que no he visto. Hace un tiempo apareció un oso y lo terminaron matando, lo que provocó encendidas protestas: el argumento fue que era muy costoso dormirlo y relocalizarlo en otro sitio, pero no resultó convincente.
El prefijo Minne significa "agua", por lo cual hay muchas cosas con nombre similar por estos lados. Minnesota (tierra del agua), Minneapolis (ciudad del agua), Minnehaha (agua que ríe), Minnetrista y Minnetonka (no me acuerdo). La ciudad con mayor población es Minneapolis y la que tiene menos es una cuyo nombre no registré pero si la cantidad de habitantes: cinco. 
Todo impresiona como gigantesco: los comercios, los estacionamientos, las autopistas, los aeropuertos. Los shoppings son moles sin ventanas y cada supermercado es una pequeña ciudad. 
La vida gira en torno a lo digital. Las mozas toman el pedido en el teléfono, los malls te indican dónde están los locales a través de pantallas táctiles, la gente busca las ofertas en Amazon antes de comprar nada en la realidad real. El efectivo casi no existe. 
Esto de estar tan al Norte hace que aclare a eso de las cinco y caiga la noche poco antes de las diez. Nunca refresca en la tarde y es raro que haya viento. La hora de cenar es alrededor 
de las seis. Los pubs son muy concurridos durante la tarde y la happy hour es de tres a seis. Una puede entrar a The Alchemist de White Bear a las cuatro y ver en una mesa a seis motoqueros tomando cerveza o a dos uruguayas frente a una pizza deliciosa y tragos ídem. Las motos en su mayoría son tipo Harley; los dueños suelen ser cincuentones de grandes bigotes y ropa negra, preferentemente de cuero. No es obligatorio el uso del casco en Minnesota.
Hace mucho calor en verano, y los mosquitos son tamaño abeja. 
Hay iglesias de todo tipo, casi todas protestantes. Tienen carteles promocionales en la calle al mejor estilo tienda y sus construcciones no son convencionales: más bien se trata de grandes galpones con una cruz en algún lado. 
Todo está lleno de reglas. Para alquilarte un apto, en caso de tener gato, tenés que certificar que lo operaste para extraerle las uñas. Muchas veces no podés fumar en las casas, en el balcón o en la vereda: en el caso de mi amiga hay que ir a una mesita guetto en el extremo del complejo, a media cuadra de la casa. 
5. El estrés de la vuelta
Una se baja en Miami (¡chico!), va hasta la pantalla, busca su vuelo pero no lo encuentra porque todavía le faltan seis horas para la partida. Una al rato pregunta, y le dicen que vaya a la puerta D16 tomando el tren, porque no hay forma de llegar caminando. Una busca la estación, espera 3 minutos y sube al tren. En la primera parada bajan todos aunque no es la D sino la E. Una es aconsejada por una big mamma, que la adopta por dos minutos. Una sube una escalera mecánica (o baja, ya no se acuerda). Una camina cuadras. Una toma un sky train. Una sube o baja interminables escaleras mecánicas. Una camina otras cuadras hasta que ¡por fin! arriba a la puerta 16D y decide no volver a moverse de aquí a la eternidad o hasta que salga el vuelo 989 de American. Lo que llegue primero.




Empezando la vuelta. Allá quedaron los viejos y sus gatos, la playa, los hongos y las aves multicolores (las de verdad, quiero decir). Por delante, varios siglos de viaje, después el domingo, la vuelta a la presencialidad, el avance del invierno… Y ya será tiempo de deshacer este regreso. El tiempo no existe, o no existe de manera unívoca, por lo menos. Todo está sucediendo en este instante. Todo está aquí, ahora, conmigo, con ustedes. Feliz sábado, domingo, invierno, primavera, vida.




Son las ocho y media de la madrugada en la laguna. En esta casa la hora de dormir empieza a eso de siete cuando se apaga la tele, se le mete candado al portón y se deja a los cuatro gatos adentro para que no anden pelando con los de los vecinos. Solo mi luz permanece encendida en el dormitorio que comparto con tres de ellos mientras leo cuentos de Dorothy Parker (que son de hace un siglo pero recién la estoy conociendo). Hace un rato pude ver a la quinta mascota de la casa: no tiene nombre, entra al galpón por algún agujero entre las chapas del techo, tiene larga cola y afilada cabeza. Es muy linda, y cuando la iluminamos con la linterna apenas si se esconde despacito, como sin miedo. Mi madre le deja siempre restos de comida y le dice “la comadre vieja”, como si con eso le estuviera dando un estatus más cercano al mundo de los humanos y sus bichos de compañía. Es rara la vida en el mundo de la laguna. Ni mejor ni peor: rara. Al menos la de mis viejos. Ellos viven encerrados, cierran las cortinas antes de que oscurezca, viven pendientes de los gatos y duermen (además de toda la noche) religiosamente una o dos horas de siesta al mediodía. Opinan que no podrían vivir en mi casa porque el barrio es muy ruidoso. Comen como pajaritos. Están llenos de mañas. ¿Ya les conté que soy hija única? Bueno, eso. Y no es fácil. Cada día menos. Debe ser por eso que cuando son las ocho y media de la madrugada me meto en la cama con mi gata preferida y me enfrasco en la lectura de los cuentos de hace un siglo de la Dorothy Parker. Menos mal que el libro es gordito y no parece estar por terminarse. No en este viaje, por lo menos. Que terminen bien el viernes. Y la semana. Y las vacaciones. Mañana por la mañana me voy a cazar amanitas muscarias. Deséenme suerte.




Nada como revisar las Selecciones de los años 50’ en la casa de mis viejos para encontrarme con un muestrario de los prejuicios que (aunque fuera décadas más tarde) de una u otra manera todos hemos ido atravesando. Solo en la ultima foto (que ya es de los 70’) aparece una mujer con birrete de universitaria, pero es un anuncio de cocinas. Cosas que una sabe pero igual siempre sorprenden.




Este post no tiene nada que ver con la LUC, aviso. No hay nada de urgente consideración en las charlas con mi madre durante el desayuno, y menos si afuera hay niebla y no da para andar paseando. Este mundo tiene otros tiempos y otras reglas. El silencio no es una de ellas: estas personas hablan todo el tiempo, y una de ellas muchas veces nos dice o nos pregunta vez tras vez las mismas cosas. La otra también se repite, pero menos. Cómo pasa tantas veces, la charla se enfila hacia el lado sobrenatural, porque esta es una familia de mucho fantasma y pocas racionalidades (incluyéndome). Mi vieja cuenta de una vez que tenían las cenizas de mi abuelo en Ñangapiré porque lo iban a dejar en Melo y de repente, en medio del almuerzo, los dos se miraron y dijeron “¿vos estás viendo lo mismo que yo?”, y era que el viejo estaba sentado a la mesa con ellos, callado y cabizbajo. “Dejamos el asado sin terminar, aunque estaba riquísimo, y esa misma tarde nos fuimos para Melo”, dijo mi vieja, comiendo una galleta. Y se habla de la vez que mi madre estaba medio despertando el día de Año Nuevo (también en Ñangapiré) y vio una luz que venía hacia la casa desde la carretera: era el viejo. “¿Que andas haciendo, papá? Vos no estabas muerto?” le dijo mi madre, a lo que él puso cara de pícaro y le dijo bajito: “sí, m’hija, pero me escapé, porqué quería verte y desearte que tengas un muy buen año”. Y se volvió a ir rápidito, porqué dijo que no tenía permiso de hacer eso y lo iban a descubrir si se quedaba mucho rato. “Ese año todo me salió bien”, afirma mi madre mientras sigue tomando su café con leche. Después pasamos a los duendes y apariciones traviesas, a las macumbas y las voces que salen de la nada, recordamos fugazmente las historias de la casa de mis abuelos y terminamos con una que yo no conocía y que me gustó mucho, así que se las cuento. Un día (hace un par de años) mis viejos iban en el auto hacia Río Branco cuando vieron a un niño de unos siete años parado al lado de una tumba al costado de la ruta, de espaldas a ellos. Mi madre enseguida quiso detenerse pero el Cele dijo que no, que seguramente el padre del nene estaría orinando por ahí cerca, que no pasaba nada raro y no había por qué parar. “Pero eso era puro campo y no había nadie cerca”, insiste mi madre. Unos días después, charlando con un milico de la laguna, se aclaró el misterio. El chiquilín era hijo de una pareja de cazadores de pájaros que se metían en campo ajeno a dejar sus tramperos y dejaban al gurí junto a la tumba porque era la única parte limpia de malezas, ya que la viuda del muerto en cuestión siempre mantenía limpia y bien carpida la zona del recordatorio. Se ve que el peligro de dejar a una criatura junto a una ruta, en medio de la soledad y las cruceras, no había entrado en la cabeza de los padres. Lo que me gustó de la historia es que el milico cuando descubrió lo que hacían los estuvo controlando a la distancia; al llegar de vuelta con su cargamento de bichitos apresados él arrancó el patrullero, les frenó al lado haciendo ruido (“para asustarlos”) y acto seguido les abrió todas las jaulas para soltar a los pajaritos, que se volvieron felices a sus nidos. Y así son las historias en este mundo, amigos. Lo mágico y lo realista, todo mezclado e indivisible. Una termina el desayuno y ya no sabe ni dónde está sentada, hasta que aparece una gata ronroneando y encauza la mañana para el lado de los mimos, al menos mientras siga la niebla y no dé para caminatas. Nos estamos viendo.




18 de Julio era una fiesta: por primera vez me había animado a ir sola a un festejo, pero la ocasión bien lo valía. La Corte Electoral había dictaminado que (agónicamente) habíamos alcanzado el número de firmas para votar contra la Ley de caducidad, y la fiesta fue espontánea, ruidosa y plena de abrazos, como solían ser las fiestas en tiempos de pre pandemia. Solo me encontré con una persona esa noche: con Galia, una compañera del IPA que también estaba sola y con la que nos dimos un inolvidable abrazo emocionado. ¿Se acuerdan de la ratificación de las firmas? ¿Que hasta Seregni tuvo que ir a reconocer que sí, que había firmado, y que el Sabalero se dejó estar y casi llega tarde el último día, cuando toda firma era total y angustiosamente necesaria? No sé por qué de repente me vino la memoria del voto verde. De todo. De los pins de plástico que decían “Yo firmo”, de los jingles de campaña, de nuestra juventud esperanzada y de la dignidad de los mayores que reencontraban sus sueños en los nuestros. Con eso me quedo, con eso elijo quedarme. Lo demás es historia, y ya pasó. Hoy no estuve en las calles, pero estuve. Me he pasado el día entero elaborando el tema de la memoria en distintos formatos. La memoria de lo que vivimos y no queremos repetir. La memoria de quienes se nos fueron en estos tiempos complejos y las múltiples formas de intentar mantenerlos con nosotros. La memoria de mi viejo que se le escapa de las manos y no hay quien pueda retenerla. La memoria de quiénes somos, qué queremos y hacia dónde vamos. No se dejen guiar por el comienzo de mis crónicas, estimados. A veces lo contingente no es más que una excusa, y las fotos de colores no son más que eso: pedacitos de tiempo que una quiere atesorar pero se saben fugaces. Carpe diem. No todo es política, no todo es futuro. Estamos aquí, ahora. Carpe diem.




Y mientras (por lo menos) 763.443 personas festejamos que tenemos voz y forma para expresarnos y tratar de mejorar las condiciones de vida para todos, hay una casa perdida en el mapa de Cerro Largo donde 3 personas y 4 gatos festejan el haber vuelto a encontrarse. Escenas de jueves en la laguna. El galpón parece un almacén de venta de sardinas, pero no es, y la de ojos azules parece ser la felina preferida de la fotógrafa y sí, es.




Quién sabe cómo habrá sido la verdad, pero yo imagino un comesantos (hombre o mujer, para el caso es lo mismo) al que de parte del dictador de turno le encargan “limpiar” la letra de “Para hacer bien el amor” de la Carrá, porque no es bueno ni instructivo para la nación que la gente ande por ahí cantando indecencias: hay que sacar todo lo que incite al pecado, lo que sea incontrolable o se salga de la norma. La canción censurada salió, a los tropezones, y no solo se le cambió el estribillo (como en una mirada distraída yo siempre había creído), sino el espíritu mismo de la letra libertaria. En vez de hacer el amor es mejor enamorarse. Ya no se habla de amantes sino de amores. El camino a la felicidad no es perder la inocencia: es vivir enamorada. Y si te deja no hay que buscarse otro más bueno, sino esperar que se te pase. Las mismas mojigaterías de siempre, en fin. La mujercita buena que busca un príncipe azul del cual enamorarse porque (ya se sabe) las mujeres solo queremos estabilidad, familia, hogar. Siempre santas, siempre honestas, siempre confiando en el amor (y el buen nombre) como camino a la felicidad: “Todos dicen que el amor es amigo de la verdad. Para mí que nunca miento es la única realidad”, decía la letra edulcorada, aunque en verdad Raffaella cantaba que “el amor es amigo de la locura pero a mí que ya estoy loca es lo único que me cura”. Como siempre lo dionisíaco, el desborde, lo descontrolado (“la barbarie”, dirían en el siglo XIX) se constituye en un peligro en las cabecitas de quienes nos quieren sensatos, prolijos y ordenados. En filas, si es posible. Y con el pelo corto (que no toque el cuello de la camisa). Estas no son épocas propicias al descontrol y la bacanal (qué duda puede haber), pero ya vendrán tiempos mejores y cuando eso pase, si alguien organiza una fiesta (qué fantástica fantástica esta fiesta) para bailar sacudiendo las cabezas con ropa de colores y sin buscar ni el amor ni la verdad me avisa, ¿eh? Que me pongo una peluca platinada y salgo al ruedo. Aguante Dionisos (y también la Carrá).




España. Siglo XVI. Caballeros que paseaban ostentando sus relojes de bolsillo colgando de una cadenita. Ladrones que buscaban víctimas fáciles a las que llamaban "pavos". Una vez arrebatado el reloj, la cadenita sin ningún valor que quedaba colgando se llamaba (en el lenguaje de germanía, que era el lunfardo allá y entonces) "moco"; era algo inútil que se sacaba y tiraba, porque no servía para la reducción del botín. Y ese es el origen de la expresión "moco de pavo". Cosas que una escucha en la radio y comparte, porque si no lo escribe se lo olvida en dos minutos. La memoria es cada vez menos memoriosa (y eso no es moco de pavo).




Paso la tarjeta en el 103. Suena un pip, pero de la máquina expendedora no sale ni la sombra de un boleto _ Tenías. -me dice el chofer, y yo no lo contradigo. Después de todo, si el chofer dice que mi boleto de una hora (que ya usé en dos viajes) sigue válido desde la siete y media de la mañana hasta las cinco de la tarde será que sigue válido, y listo. Quién soy yo para cuestionar los misterios del espacio y del tiempo. Saludos desde la Dimensión Desconocida, versión 103 (donde, ya que estamos, está “cantando” el peor representante del free style que he visto en la vida). Que anden bien.




Cosas que no entiendo: 1. Los agujeros negros. 2. Que en el ex Instituto Geográfico (hoy no sé qué es) haya cinco miliquitos parados en posición de “fimes!”, con un frío de cagarse y con esos uniformes que parecen cualquier cosa menos abrigados. (¿Me puse muy Tía Mariela? ¿O la onda es que se embromen, para qué son militares y la marencoche? Es la inutilidad del gesto lo que me subleva, la demostración de poder de unos y obediencia de otros. Me suena al que deja al perro helarse afuera sin cucha ni cama porque “para eso es perro”. )





A las seis de la tarde Pan de Azúcar despierta por un par de minutos mientras suenan unas bombas festejando el resultado del clásico. Los perros en la Terminal son amigables pero no limpios. No corre una gota de viento y no hay nadie más que yo esperando por el bus de regreso a Montevideo. El paisaje de la Sierra es increíble y la gente es amable e interesante pero no todo es color de rosas por estos lados. Peones que trabajan 16 horas y ni siquiera les pagan la comida. Ovejas en muy mal estado amontonadas y mezcladas en un campo embarrado y con poco pasto. Terratenientes que embalsan los arroyos y dejan sin agua a sus vecinos. Construcción de caminos y domos en medio de un área protegida, lo cual solamente genera tránsito de vehículos, tala de monte y restricción del habitat de especies que son propias de esta zona. Gurises que quieren estudiar más allá del liceo pero no tienen dónde, padres que no van en todo el año a ver lo que hacen sus hijos en los talleres a los que asisten voluntariamente. Aparte de eso, todo parece tener un ritmo a la medida de lo humano en este sitio. El contacto con la naturaleza está al alcance de la mano, los vecinos se conocen y saben las historias de sus lugares (como la piedra que marca el lugar donde se hospedó Charles Darwin, en lo que fuera la estancia de alguien que peleó con Artigas y hoy solo queda el campo y el mojón memorioso). No hay dónde tomar un café, eso sí, hay que decirlo. Solo un comercio pequeñito que no daba abasto con la venta de bebidas calientes, tortas y bizcochos. Y eso es todo (al menos todo lo que se puede apreciar en una visita relámpago). El balance es positivo. Muchos gatos, perros y aves. Los cerros rodeando el horizonte. Lindo.




Pan de Azúcar se despereza lento en la mañana del domingo. Todo es limpio, tranquilo, serrano, silencioso. Una feria con seis puestos. Perros asoleándose en todas las esquinas. Teros. Murales. Bizcochos tibios y deliciosos a una hora y media y algunas décadas de distancia de Montevideo.





En 2017 y 2018 me fui al verano en mitad del invierno. En 2019 hice paseo de amigas por las tibias sierras cordobesas. En 2020 y 2021 recorro Montevideo y sueño con la llegada de la vieja normalidad o de la primavera. Lo que llegue primero.





Día de la segunda dosis de mis viejos, en Río Branco.
_ Hola, ¿cómo les fue?
_ Ah, bien de bien, perfecto!
_ ¿Se quedaron los quince minutos esta vez?
(porque en la primera dosis les dijeron que esperaran un ratito pero los dos se fueron; se ve que los jubilados tienen mucho que hacer y no pueden perder tiempo)
_ No, esta vez nos dijeron que nos fuéramos nomás, que no había que esperar.
_ ¿Cómo que no había que esperar????
_ No, no. El problema era con la primera dosis, con la segunda no. Con esta vacuna, por lo menos, no había que quedarse los quince minutos.
_ ¿Cuál te dieron?
_ La Sinovac.
_ Es la misma que me dieron a mí, y acá todos tuvimos que esperar antes de irnos, por las dudas.
_Ah, no, acá no. Una vieja de noventa y pico, otra que andaba en silla de ruedas: todo el mundo se vacunó y lo mandaron derechito para su casa.
_ ¿Y están bien?
_ Sí, sí, lo más bien.
Cerro Largo: un mundo aparte. Con sus propias reglas (salvo que los que viven sin reglas sean mis viejos, que me mienten en la cara -o en el teléfono-, porque con esta gente todo puede suceder y yo ya no me sorprendo de nada. Ommm...)