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domingo, 11 de diciembre de 2016

Juan y el 2002: una historia negra





1
Juan había sido mi primer novio, allá por los años ochenta.
El padre, un gallego fuerte y de buen carácter, dueño de una quinta en las afueras, ni bien su hijo cumplió los 3 años de edad ya le había permitido sentarse al volante del tractor y empezar a tomarle el gustito a los fierros. Cuando lo conocí me impresionó (como a todos) la velocidad desquiciante con la que manejaba, aunque justo es reconocer que lo hacía con una pericia inigualable. Él no sabía lo que era andar en ómnibus. Formaba parte de esa minoría montevideana que siempre contó con un par de coches en la familia, de manera que ya desde la adolescencia sus salidas eran con auto propio.
Su vida entera giraba en ese tiempo en torno a la velocidad. Había incursionado en el motocross, los domingos de tarde me llevaba a ver las carreras en el Autódromo de El Pinar, el programa preferido de televisión era El auto fantástico y la película que más le había gustado había sido “Christine, el auto del demonio”. 
Nos pasábamos las horas en las salas de maquinitas, yo en el Pac Man y él en jueguitos de carreras de los que no guardo el menor recuerdo. Sus mejores amigos eran mecánicos. En mi cooperativa dos por tres lo paraban los vecinos para gritarle que sacara la patita del pedal, que había niños y su velocidad era imprudente, hasta que cortaron por lo sano y nos llenaron las calles con los lomos de burro que aún soportamos.
Juan Ramón y yo estuvimos tres años de novios y en ese tiempo lo vi cambiar varias veces de auto, pero a ninguno amó tanto como al BMW 2002 que se compró allá por 1985 Ni siquiera yo competía. 
Ese 2002 era un auto usado, pero no mucho. Él estaba orgulloso de haberlo pintado de blanco con detalles en rojo, y lo único que le preocupaba era no haber podido sacar LAS tres grandes manchas ovaladas Del tapizado del techo. Cada vez que lo lavábamos (porque yo lo ayudaba, obviamente, a cuidar de la criatura) probábamos diversos productos para eliminarlas, pero nunca lo logramos. Al momento de venderlo supo que el primer dueño apenas lo compró llevó a la familia de paseo a una playa brasilera y que las manchas en el tapizado las había dejado la cabeza de la mujer, decapitada en un accidente de carretera.
Ahí terminé de confirmar lo que siempre había sospechado: ese auto estaba maldito. Con el tiempo no hicimos más que ir acumulando pruebas.

2

Los viernes de 1985 canal 4 tenía un ciclo de cine de terror llamado Viernes 13, que empezaba a eso de las diez y pasaba varias películas, una detrás de la otra. Uno de esos días, en especial, no hubo fantasma o demonio que le produjera a Juan Ramón una impresión más fuerte que la que tuvo al pretender irse de mi casa y descubrir, ante la calle desierta de la madrugada, que alguien le había robado a su hijo, digo, a su auto.
No era cuestión de perder tiempo en inútiles lamentaciones: de inmediato despertamos a mis viejos y ellos y yo lo llevamos en el Lada de mi padre hasta la quinta de los suyos, que era en las afueras, cerca de Toledo Chico.
Ya estábamos ellos y yo volviendo hacia Arbolito cuando lo vimos aparecer a toda velocidad por José Belloni en el FIAT 128 verde de la madre. Venía dispuesto a buscar a su auto por toda la ciudad. Me bajé del Lada y ofrecí acompañarlo. A mis viejos la idea no les pareció acertada pero sabían que no había forma de que yo lo dejara solo en esa búsqueda, y no dijeron nada.
Dimos vueltas y más vueltas. El 2002 era fácil de reconocer, un  colorinche de blanco y de rojo. En una estación de servicio el empleado dijo que lo había visto pasar hacía una hora rumbo al centro. Es decir que lo estaban paseando. Seguimos el recorrido por calles y avenidas hasta que en cierto momento, en medio de Villa Española, Juan apagó de pronto el 128 y se puso a escuchar.
_ Lo estoy oyendo. -me dijo- Escuchá: ese es el ruido de mi auto.- Yo no había oído absolutamente nada, pero él reemprendió la marcha, persiguiendo el sonido como sabueso que se pega a un rastro apenas perceptible, hasta que lo vimos.
Iban dos muchachos en él. Juan aceleró y el 128 arrancó con un rugido que me hizo reconsiderar mi imprudente decisión de acompañarlo. Los ladrones lo vieron, entendieron lo que pasaba y aceleraron. 
Había comenzado la cacería.
Anduvimos a toda carrera, derrapando y tomando curvas a una velocidad demencial durante cinco o diez minutos que me parecieron siglos. Yo iba lívida, prendida con todas mis fuerzas al asiento con la mano izquierda y a la manija del techo con la derecha, gritando como una condenada, a la vez que Juan no emitía una palabra ni escuchaba un grito, concentrado en la afrenta y sediento de sangre. 
No teníamos celulares en ese tiempo, y no cruzamos ni un patrullero. En cierto momento ellos dieron la vuelta a la Plaza del Ejército en una curva demasiado cerrada, derraparon, treparon al cordón, la rueda se tajeó, hubo un zigzag, el auto se detuvo y ambos ladrones se bajaron echando a correr hacia lados opuestos. Un muchacho que iba en un carro cargado de verduras hacia el Mercado Modelo se bajó a ayudar, al tiempo que Juan hacía lo propio, y entre los dos atraparon al que había ido manejando, un flaquito de unos 16 o 17 años. El otro se escapó.
Llevamos al muchacho a la Seccional 16, donde radicamos la denuncia. Yo ni lo había mirado mucho, pero cuando el policía de turno le preguntó sus datos y él dio la dirección casi me caigo redonda: era un vecino de la cooperativa que había sido mi amigo cuando recién nos habíamos mudado. De todos modos era menor y no permaneció mucho tiempo detenido. Días después le contó a mi vecino de puerta que se había llevado el BM porque fue una tentación verlo ahí, con las puertas abiertas y la llave puesta, lo cual era cierto, porque Juan en su soberbia de esos tiempos creía que como la llave andaba mal solamente él era capaz de encender a su auto, cosa que evidentemente distaba mucho de ser cierta.



3

Al año siguiente, en setiembre de 1986, yo estaba una tarde a la hora de la siesta en mi cuarto cuando escuché claramente que mi viejo me llamaba y me asomé a su dormitorio.
_ ¿Qué querés?- pregunté.
Mi vieja y él me miraron con desconcierto.
_ ¿Eh?
_ Que por qué me llama el Cele.
_ Yo no te llamé, Mari.- respondió mi padre, y ambos me miraron como si estuviera delirando. 
Pero yo había escuchado una voz, de eso no había la menor duda. ¿Teníamos fantasmas en Arbolito? No quise pensar en el asunto, así que bajé al comedor y me puse a estudiar.
A la media hora sonó el timbre: eran dos amigos de Juan Ramón, que me miraron con cara de circunstancias.
_ Eeeh... No te asustes, pero hubo un accidente, Juan chocó el 2002. Está vivo, casi no sabemos nada. Vení que te llevamos al sanatorio.
Hice todo el viaje sin hablar, excepto cuando estaba por bajarme, que les pregunté:
_ ¿A qué hora fue?
_ Dos y diez.- me dijo uno de ellos, pero yo sabía que no era cierto. No había sido dos y diez sino dos y ocho, cuando había sentido el llamado. Ellos supieron la hora aproximada.
Juan Ramón la sacó barata. Había estado corriendo picadas con alguien, perdió el dominio, chocó contra una pared y rebotó en un poste con el cartel de la flecha de una calle. Este había sido doblado en ángulo recto y entrando a través del parabrisas casi lo había decapitado. El acompañante no se hizo nada. Los médicos de Casa de Galicia fueron unánimes en que Juan ese día había nacido de nuevo. Medio centímetro más, tal vez menos, y el corte le hubiera seccionado la yugular. 
El tiempo de la internación lo vivimos su madre y yo de forma casi permanente en el sanatorio. Las dos primeras noches pasamos pendientes de que el movimiento de la respiración no se detuviera porque a veces hay secuelas a las horas y uno nunca sabe. Yo miraba la sábana blanca sobre su pecho mientras él dormía, muriendo de angustia ante cada segundo de inmovilidad. 
Más adelante se le permitió recibir visitas: aparecieron sus amigos, mis padres, los abuelos. También fueron mis amigas, con una de las cuales terminaría él viviendo unas décadas más tarde, y los padres de un amigo que un mes después iba a morir en otro accidente de tránsito. La vida es imprevisible y sus guiones a veces nos descolocan.

Como consecuencia del accidente le quedó una gran cicatriz en el cuello. Juan Ramón estuvo unos días internado y después volvió para su casa, donde por mucho tiempo el padre le mostraba a cada visita la remera ensangrentada que su hijo había llevado puesta ese día. 
Él nunca recordó el accidente, y no pasó mucho tiempo sin que volviera a pisar el acelerador; esas cosas no se cambian por un susto. Por ahí debe de andar ahora, persiguiendo un destino que quién sabe qué le tiene deparado, pero no conmigo. Por suerte. 

viernes, 9 de diciembre de 2016

Enrique



Yo debí haber imaginado que nada bueno podía resultar de mi fugaz relación con Enrique. Los hombres que en esa época usaban bigote nunca eran buenos ni en el cine ni en la literatura; ¿por qué la vida real iba a ser una excepción? 
Pero no lo pensé.  
Nos habíamos conocido en un baile en los ochenta. Él era alto, agradable y de buen ver, si exceptuamos el tema ese del bigotito. Salimos a tomar algo una o dos veces, hubo unos mimos, nada importante. Yo no terminaba de decidir si Enrique me gustaba o no, porque por momentos era medio lento. La conversación no fluía naturalmente; a veces parecía no tener ninguna habilidad social. Una noche, por ejemplo, a cuenta de nada paró el auto frente su apartamento y me invitó a subir, a lo cual me negué. En esa época a esas invitaciones había que prepararlas, darles tiempo y remarlas, pero él creía que teniendo auto y apartamento todos los sí se daban por sentados. Por entonces yo estaba haciendo el IPA y Humanidades: no me iba a conformar con una masa muscular con auto, casa y padre adinerado, por más que la masa muscular no estaba mal a la vista. 
La siguiente vez que nos vimos yo había decidido que la cosa no iba más. Tenía que decirle que nuestro noviazgo formal de ocho o diez días tocaba a su fin y debía hacerlo en persona, porque no solo no existían los celulares sino que en mi casa ni siquiera teníamos teléfono de línea. 
Habíamos quedado en que el viernes él me pasaría a buscar por la Facultad a las diez y media, hora en que salía de mi clase de Latín. Tenía pensado un breve discurso de despedida para cortar sin mucha vuelta, pero cuando lo vi en la puerta de Humanidades esperándome, recién bañado, con su nuevo corte de pelo y su ropa de estreno me pareció que sería mejor posponer el discurso por un rato. 
Por alguna razón que solo su cerebro comprendería, Enrique me propuso ir a jugar a las maquinitas a Las Vegas. No a las tragamonedas sino a los juegos del estilo Pacman o Space Invaders, que se jugaban con fichas baratas, tratando de que el cartel de Game Over no apareciera demasiado pronto en la pantalla. En esa época pocas mujeres se adentraban en Las Vegas, cosa que estaba muy mal vista y era limitada a los mayores de 18 años. Quizás por eso me llevó a ese lugar, quiso invitarme a un sitio en que me pudiera dar clase de algo, sentirse seguro, qué sé yo. 
Apenas entramos Enrique propuso que jugáramos un partidito enfrentados, aunque no en simultáneo: los dos jugadores podían ir disputando de a una vida y comparando puntajes. El problema fue que eligió el Gallagher, juego en el que yo era de las mejores del mundo. Él, su ropa nueva y su bigotito iniciaron las hostilidades y se fueron al muere en dos minutos. Yo jugué un partido sublime, tanto que a mi alrededor se empezaron a congregar espectadores porque estaba haciendo un puntaje récord y nadie podía creer que una mujer matara a tantas naves enemigas, supiera dejarse abducir y combatir con a dos avioncitos a la vez. 
Cuando me llegó el Game Over me sentí un poco culpable de haberlo vapuleado enfrente de toda la gente de las maquinitas, así que esperé a que estuviéramos sentados con una Coca Cola de por medio para pasar por el momento incómodo de la noche. O al menos uno más. 
Subimos al auto y al rato no me encontré en un bar tomando una Coca sino en el Besódromo de Kibón, sola con Enrique y su bigotito. Yo no quería ir al Besódromo. Yo quería irme a mi casa.
"Mirá, mejor vámonos porque es tarde y justo esta medianoche arranca un paro general, no voy a encontrar ómnibus para ir a mi casa." "Yo te llevo." "Prefiero ir sola." "Yo te llevo; nos quedamos solo un ratito y yo te llevo." "Eeeh…"
Miré alrededor. Cuatro o cinco autos estaban distribuidos a cierta distancia en la explanada bajo una noche oscura y sin estrellas, digna de ser vivida con otra compañía.  La cosa no daba para dilatorias: había llegado el momento de hablar. 
Mirá, quiero decirte algo, me parece que esta historia no da para más, nosotros no tenemos casi nada en común, mejor la dejamos por acá, etc. 
Él hizo un silencio, me miró como para decir algo trascendente y dijo la única frase que recuerdo palabra por palabra de esa noche:
_ Ah. Está bien. Y decime, vos… ¿no tendrías una amiga para presentarme?
Traté de que mi cara no reflejara las cosas que pasaron por mi mente en ese momento. 
No puede estar diciéndote esto, está loco, bajate, salí del auto, hacé algo. 
Ahí tendría que haberme bajado, pero le di un poco de charla para que no se sintiera tan rechazado, cosa que Enrique malinterpretó. Lo siguiente que recuerdo es que de un manotazo le puso el seguro a la puerta de mi lado a la vez que trataba de abrazarme, mientras a nuestro alrededor pasaba el tiempo y los otros autos se iban yendo uno por uno. Yo no hubiera podido ganarle en una lucha, y si gritaba adentro del auto nadie me habría escuchado. Por suerte de algún lado me vino la tranquilidad que necesitaba. Aflojé el rostro, me hice la no asustada y como mimoseando me tiré un poco para atrás y levanté las piernas, recostándolas en el parabrisas del auto. Él creyó que me ponía cómoda.
_ Me abrís la puerta del auto ahora mismo o te reviento el vidrio de una patada _le dije, y vio en mis ojos que tenía la intención de hacerlo. 
Sacó el seguro de la puerta, pero cuando bajé los pies y vio que su parabrisas no corría riesgos intentó retenerme como fuera. Forcejeamos. Era mucho más fuerte que yo. En ese momento el último auto del Besódromo, que ya estaba en marcha, frenó al ver que algo estaba pasando. Aproveché a soltarme y salir disparada hacia la rambla. 
Era más de medianoche y había paro general. 
Enrique había quedado aturullado pero en seguida me siguió en el auto y mientras yo caminaba por la vereda de enfrente me gritaba que había entendido mal, que no iba a hacer nada que yo no quisiera, que subiera, que me llevaba a mi casa.
En ese momento apareció un taxi libre. ¡Un taxi libre en la rambla de Punta Carretas en una madrugada de paro general! 
Al principio no dije nada, pero cuando el taxista vio que un auto con conductor de bigotito nos empezaba a seguir haciendo señas frenéticas no pude evitar contarle los titulares de la situación. "Qué horrible", fue su comentario. "Qué desubicado. Aunque puedo entender que tratándose de una chica tan linda como vos él haya tratado de…"
Sonamos: otro. 
Cuando entré a casa y cerré la puerta con llave me senté en el piso y casi lloro. No me había pasado nada. 
Al otro día estaba a eso de las once de la mañana haciendo mandados con mi madre por la Curva cuando me preguntó quién era ese hombre que nos hacía señas desde un auto blanco en la vereda de enfrente. Lo miré: estaba con la misma ropa del día anterior y parecía haber dormido ahí, en el auto. Ni idea, no lo conozco, murmuré, y seguí con los mandados. Enrique era loco y además peligroso. 
Un par de años después salí a bailar con alguien en otro baile, en el Defensor. Me acuerdo que esa noche había cantado Jaime Roos. ¿Cómo estás? dijo el muchacho ya en la pista, y cuando lo miré bien vi que el que me había sacado a bailar era el mismo Enrique, aún con su bigotito. Lo dejé solo y me fui con mis amigos: nunca más volví a verlo.
Tal vez hoy sea un hombre ejemplar, padre de familia, uno de tantos. Tal vez da consejos desde un sillón de cuero negro, tomando whisky y mirando la tele con su familia y un par de mascotas. Tal vez se ha olvidado. O tal vez no.


sábado, 3 de diciembre de 2016

Diciembre 2016





Muchos fueron los gatos a los que traté de alimentar mientras vivía en Pasaje Giordani, pero algunos, obviamente, fueron mis preferidos. Entre ellos una gata manchada de tres colores, muy dulce, a la que cierto día de diciembre mientras yo estudiaba en el patio vi dirigirse a un terreno baldío detrás de la casa, maullando de un modo que nunca le había escuchado. Como la vi bajar a la espesura y no entendía qué se proponía puse una escalera, contemplé desde la altura del techo el terreno vecino, y me quedé sin aliento: estaba amamantando a dos gatitos, dos pequeñeces amarillas que no tendrían más de un mes de vida. Una cosa peluda, amarilla y blanca, otra más clarita y de pelo corto. 
El terreno pertenecía a la embajada rusa; no había forma de acceder desde la casa ni por la calle. Me acostumbré a jugar desde mi techo con los dos gatitos, tirándoles cuerdas con algo en la punta para hacerlos corretear entre los yuyos. El más vivaz era el de color té con leche, que corría y saltaba más alto que el otro, el peludito. Pasado el tiempo ambos aprendieron a trepar por un árbol cercano y pasar a nuestro techo, donde solía haber otros gatos vagabundos esperando por una ración de arroz con atún o unos mimos, lo que llegara primero. 
Con Aldo tratamos de adoptar a los dos bebés del fondo, pero no fue cosa fácil. El peludito era muy apocado; si lo entrábamos a la casa se quedaba encogido en un rincón y no había forma de moverlo. Le pusimos de nombre Roldán, por Rogelio Roldán, el personaje de Olmedo, el que ganaba 140 Australes por mes, y demoramos un tiempo en darnos cuenta de que era una hembra. El otro, en cambio, era todo lo contrario: una fiera salvaje, un demonio de Tasmania que peleaba y bufaba como loco las pocas veces que tratamos de dejarlo un rato en la cocina a ver si se adaptaba. El nombre de Tania vino tiempo después, al ver que era otra hembra, y tiene que ver con alguien de personalidad muy complicada y arisca que Aldo conocía por esos tiempos. 
Obviamente no había terminado el verano cuando ya ambas se paseaban de lo más tranquilas por la casa. Por su casa, debí decir. Roldana perdió poco a poco su timidez inicial y se convirtió en una gata muy mimosa y sociable. Tania, en cambio, siguió siendo siempre arisca, aunque hizo una excepción conmigo y siempre me dejó acariciarla ronroneando. 
Las dos tuvieron cría en la siguiente primavera, casi el mismo día. En verdad fueron seis las gatas parturientas de esa semana, y la casa se vio colapsada de cajas de cartón con madres y bebés por patios y dormitorios, cual improvisada maternidad de último momento. Hubo 16 bebés para cuidar, desparasitar, alimentar y evitar pisar durante un tiempo, hasta que todos fueron adoptados. El parto de Roldana en particular fue complicado, y tuvimos que llevarla a la veterinaria. Estaba haciendo una eclampsia; los veterinarios lograron salvarla a ella y los gatitos pero no sin darle anestesia general, lo que la dejó durante la primera noche totalmente inhabilitada para atender a sus tres hijos, que pusimos con ella en una caja en el dormitorio, para tenerla controlada. La anestesia general en un gato es disociativa, lo que quiere decir que la pobre anduvo casi inconsciente, cayéndose, sin ver mucho, toda la noche. De todos modos no tuvimos que preocuparnos por sus bebitos. Tania, que había tenido cinco el día anterior, vio la situación, olfateó la caja de Roldana y se fue llevando en la boca de a uno a los gatitos de la hermana hasta su propia caja, en el living, donde ella y los ocho bebitos durmieron toda la noche sin contratiempos, hasta que al día siguiente Roldana pudo retomar su rol maternal y amamantar a los suyos.
Con el tiempo Tania y Roldana se convirtieron en dos gatas enormes y bellas. Fueron operadas junto a las otras cuatro en una estrategia de castración múltiple, ante la eventualidad de tener que volver un día a ubicar 16 gatitos pequeños, cosa nada sencilla ni entonces ni ahora. Cuando me mudé para Arbolito Aldo y yo decidimos repartir las mascotas, y me las traje conmigo. Nunca habían subido una escalera; el primer día pasaron maullando desde el piso de arriba, pero al final se adaptaron al nuevo espacio y se apropiaron de casa, galpón y jardines. 
Tania y Roldana son las primeras mascotas que tengo desde pequeñas: llevamos 16 años juntas, y aunque a veces me quejo de que son demandantes y por momentos un poco pesadas, son lo primero que busco cuando llego del trabajo, y siempre me reciben con mimos y ronroneos. 
Pero ya son ancianas, y su tiempo de vida se acerca al final. En este momento, mientras Roldana dormita en el sillón del living, Tania se me está muriendo en el patio. No hay mucho por hacer, ya hablé con el veterinario. Y es lógico y es vieja y es natural y todo eso, pero no puedo dejar de llorar. No puedo. Escribir y llorar son formas de liberar la angustia, quizás, aunque sea de a poquito. Pero no sé.

Perdonen.




20.50: ¡Bienvenidos al evento social del año! 
Somos unos 200, hombres y mujeres de edades variadas, en un salón sin aire acondicionado. Tenemos planes de estar acá varias horas, pero no hay comida ni bebida. Entre los asistentes hay dos ex alumnos, un tío y un ex compañero de trabajo. Nos vamos a pelear por algo, eso es absolutamente seguro. 
No, no es una broma de inocentes. Ojalá. 
Bienvenidos a la última asamblea del año en la cooperativa. 
Si la noticia lo amerita iremos actualizando la información (y si me aburro también).
9.09: Aún nadie discute, porque estamos en la interminsble lectura del acta anterior. Una viejita a mi lado hace jueguitos con el celular, un cincuentón hojea un libro con pinta de Enciclopedia uruguaya encuadernada, mientras la hija del socio Rodríguez comienza a lamentar no tener abanico.
9.22: aún reina la paz en la asamblea. Se leyeron dos actas interminables y ahora se lee un informe. Esto pinta tranquilo. Cruzo los dedos.
9.30: primera bomba. Si pagamos en fecha liquidamos la deuda en 4 años. Si no, cae el convenio y pagamos por 15 años más.
9.53: ahora nos quejamos de que las fotocopias que vienen con el recibo vienen con poca tinta y se leen con dificultad.
10.06: se fue la contadora. Quedamos solos. La tormenta se siente en el aire.
10.30: La hija del socio Rodríguez tiene ganas de acogotar a: 1) el que desde hace una hora hace ruidito con el llavero. 2) el que mete la palabra "política" cada dos minutos. 3) el que toma la palabra y no la larga.

10.43: Una socia habla por la ventana, porque vino con el perro y no lo puede dejar afuera Se avisa varias veces que en la próxima asamblea habrá trámites de exclusión para votar. En buen romance, se va a echar a los socios deudores. La comedia y la tragedia de la mano en el Salón comunal de la COVINE.
11.17: tenemos conflictos con la IMM, la Iglesia y el depósito de metales de la esquina. ¡COVINE 5 contra el mundo!
12.21: el hijo veterano de una socia septuagenaria entra a la asamblea y le alcanza una Sprite helada. Todos deseamos secretamente ser ella por unos minutos, mientras una señora lee un informe muy aburrido y el socio del llavero sigue haciendo ruidito a mis espaldas.
12.37: fin.





Estoy a punto de ser atendida en una nueva peluquería. Pertenece a Intercoiffeur, me dieron un cafecito con delicatessen de chocolate y las clientas conversan de sus casas en Punta del Este y las caravanas de brillantes que recibieron para Navidad.
Si no me ven este fin de año será que terminé en la cárcel por deudas, pero sin canas. 

Au revoir.



Voy sentada en el último asiento de un 103 que hierve sobre el asfalto símil lava de 8 de Octubre. A mi derecha una joven adicta al celular manda un mensaje tras otro. A mi izquierda dormita un muchacho de uniforme, mientras yo me entretengo tratando de develar el abigarrado tatuaje de su brazo. Un viejito como de 80 años viene charlando con un adolescente, que al bajarse le advierte:
_ Vos tené cuidado con lo que hacés a Fin de Año, ¿eh? Que vos sos terrible, no dejás títere con cabeza...
El viejito se ríe; tiene una sonrisa luminosa que le quita como veinte años a sus preciosos ojos verdes, y dice:
_ Vamos a hacer lo posible, pero no prometo nada. 
El otro sonríe, se baja, y yo me concentro en una mujer que viene parada a un par de metros del fondo. Es muy muy flaca, encorvadq, de pelo oscuro con moñete en lo alto de la cabeza, y quedo sin aliento cuando le miro la cara: es IGUAL a la Princesa Leia, igual, igual. Seguro que su vida ha sido muy poco estelar hasta ahora, pero de las guerras del vivir pobre en Uruguay sí tiene pinta de saber, y mucho. 
Y corto la crónica, que un cantor acaba de arrancar con El arriero va, y me desconcentra. 

Ta luego.



Supongo que el dolor de cabeza que me vino al atardecer estaría relacionado al par de horas que pasé bajo el sol trabajando en el jardín y podando el seto, aunque tal vez también tenga que ver con la preocupación por una perrita amorosa que sigue día tras día en la calle frente a casa sin lograr ser adoptada, o quizá con alguna mala noticia que me llegó en la tarde; no lo sé. El caso es que decidí, contra todos mis hábitos de seguridad ciudadana, tirarme hasta el Disco de la Curva, pese a que la noche ya estaba cayendo a todo calor en la COVINE. Necesitaba caminar, tomar aire, despejarme unas cuadras.
Las compras fueron rápidas y escasas. Estaba depositando en la caja los limones, las toallas de cocina, el queso de rallar y la carne picada que compré para la perrita cuando un hombre se me quedó mirando con cara de "te conozco... creo". Y tenía razón.
Era un ex vecino de cuando recién me había mudado para el barrio; dos por tres charlábamos mucho él, yo, su mujer y una nenita de la que solo recuerdo que se llamaba Alejandra. Mantuvimos un diálogo a distancia, de esos típicos de supermercado en los que todo el mundo oye lo que uno conversa pero hace como si no se diera cuenta. Que cómo están mis padres, que la semana pasada me cruzó pero no estaba seguro si era yo, que así que volví al barrio, que yo estudiaba magisterio, ¿no?, que si ahora tenía pareja...
Alerta naranja. Alerta naranja. Alerta naranja.
Por suerte el interrogatorio fue interrumpido por la cajera, que cuando mencioné que en verdad no había hecho magisterio sino profesorado consideró oportuno intervenir en la conversación:
_ Profesora de Literatura, ¿no? ¿O era de Filosofía?
Dejé de conversar con el curioso ex vecino, al que ni me di cuenta pero a partir de ahí olvidé por completo.
_ Sí, de Literatura. ¿Fuiste mi alumna?
Y había sido, mismo. Liceo 58, 2013, 6º de Economía. Un encanto; me acordaba de ella y todo.
Ya entrando en mi cooperativa veo a un vecino, profe también él, aunque de Matemática, que andaba medio perdido porque se había quedado afuera de su casa sin llave y no quería interrumpir a su mujer, que andaba en una clase de Zumba en el Salón Comunal. 
Nota al margen: hay clases de Zumba en mi SUM, y yo (como en tantos aspectos de mi cooperativa) ni la menor idea. Cierre de nota al margen. 
Mi vecino, Fernando, se está dedicando a la pintura, y me tiró como idea al pasar que podríamos hacer algo que dinamizara un poco el barrio. Yo podría armar un taller literario o de lectura, él algo de pintura, otras personas otras áreas. Me encantó. No sé si sale, pero me encantó. 
Llegué a mi casa, le di un poco de carne picada a la perrita (medio a escondidas, que los vecinos se quejan si me ven en esas lides) y otro poco a Roldana (porque olió la cosa y se puso a maullar como si estuviera en riesgo de muerte por inanición) y me preparé una merienda. 
El dolor de cabeza ya había retrocedido diez casilleros y estaba a punto de desvanecerse por completo. Efectos de los afectos, qué se le va a hacer: aún los más sutiles obran maravillas en el cuerpo y el alma. 

Y terminaría copiando por enésima vez a Rosencof con aquello de que nunca falte si no fuera porque uno de mis amigos me dijo que ya me estaba poniendo pesada y que era hora de cortarlo, con lo cual debo admitir que coincidí plenamente. 



¿Vieron cuando los viejos se empiezan a poner tercos, desconfiados y demandantes? 
Bueno, así. 
Roldana hace meses que agudizó su control sobre mi persona; me mira continuamente, pasa entre mis pies, me persigue noche y día. Tiene el atún puesto en el plato pero pide comida. Quiere salir, le abro y al momento pide para entrar. Se lava poco. Come lo suyo a toda velocidad y se desplaza a lo bobo al plato de su hermana para robarle lo suyo. Es una viejita graciosa, repetitiva y un tanto caprichosa.
Tania, por su parte, desde que arrancó el calor vive sola en la República Oriental del Galpón, encima de un felpudo rojo que constituye el 90% de su universo. Está menos mimosa, tiene cara de desconfianza y se deja acariciar pero evidencia cierta tensión. Como algunas ancianas que se pasan mirando el informativo y le empiezan a temer a todo lo que las rodea.
La tercera integrante del hogar, por su parte, está cada día más linda, simpática, inteligente, creativa y modesta: la típica muchacha optimista con una acertada percepción de la realidad. 
¿Que ya he hablado de mis gatas, que estoy haciendo crónicas fáciles, que me repito? ¿Que el tiempo pasa y yo hago como que no? 

No sé de qué me hablan.



Quienes me conocen saben que no soy una persona especialmente modesta: sé y no tengo problemas en reconocer que algunas cosas las hago bien, muy bien o excelentemente bien. 
Los trámites bancarios no entran en ninguno de esos ítems. Cada vez que vengo a preguntar algo salgo con más dudas que certezas; para mí el Brou es una suerte de Narnia donde las leyes del mundo habitual se diluyen en un formulario tras otro, ninguno de los cuales coincide con mi percepción de la realidad. 
Saludos desde la vereda; ya debe ser hora de que le toque a mi número de consulta. . 

Ave Brou: los que se van a confundir te saludan.



Dos desconocidos (un viejo y una mujer) me saludaron y desearon felices fiestas por la calle esta mañana. Me pregunté si sería un nuevo capítulo de la fascinante saga “Borrando rostros”, de la que soy protagonista hace varios años, pero estoy casi segura de que no, que esta vez sí eran extraños, solo que imbuidos de espíritu navideño. El mismo espíritu que se apoderó del motociclista que anduvo una cuadra por la vereda en Camino Maldonado, del auto que dobló en U en medio de 8 de Octubre, del veterano que dormía tirado en un portal con una chismosa vacía en la mano o del canoso que ayer estaba en el piso a la entrada de mi cooperativa, totalmente borracho y al lado de otro que lo conminaba a reaccionar: 
_ Dale, vo’, levántate de una vez que tenés que ir a clase de Filosofía…
Hoy había pensado ir a caminar a la rambla pero ya en mi parada se percibía un clima tan de compras, mandados, ansiedades y apuros que cambié de idea y solo hice una hora y algo por el barrio, que no será de playa pero cuenta con sombra a la ida y a la vuelta, lo que no es poco.
Los comercios rebosaban de gente. Por las veredas había que andar esquivando personas y paquetes. Bocinas. Perros vagabundos espantando moscas imaginarias. Puestos, puestos nuevos de fuegos artificiales, juguetes, ropas, verduras y bijouterie. Viejitos de bastón, niños obesos, parejas atareadas. En medio del calor de locos, un muchacho vendiendo gorros de Papá Noel con peluca de blancos rizos asomando por la nuca. Los únicos felices, como siempre, los botijas. Todo el mundo corre, mientras yo no puedo evitar sentirme una simple espectadora, sin más tristeza ni más alegría que el resto de los días. 

La Navidad se terminó para mí el día en que murió el último de mis abuelos, y no puedo cerrar esta crónica agregando ni una palabra más. Eso es todo.




Él es alto, espléndido, de pelo negro, con unos enormes ojos celestes que por años le quitaron el sueño a muchas conocidas de mi adolescencia. Recuerdo que había una en especial que supo quedarse a dormir en casa dos por tres y se pasaba sufriendo porque él no le daba corte. 
Tal vez por solidaridad con esas desdichadas o porque su hermana era mi mejor amiga y yo pasaba los días metida en su casa, lo cierto es que a mí en particular nunca me movió el piso por entonces. 
Claro que el tiempo pasa, y para algunos pasa muy muy muy bien. Repito: muy.
Hace como un año la hermana me comentó que a él le sorprendía verme siempre igual: "che, para tu amiga no pasa el tiempo; está siempre buena". Oh oh, dato interesante, aunque de todos modos casi nunca lo veo, porque hace mucho que vive en otro continente y solo viene una vez al año a ver a la familia en las fiestas. 
Tal vez por eso cuando lo crucé hoy y él estaba jugando a la paleta en la calle con el hermano menor pensé que era una lástima saludarlo de pasada, pero, en fin. Un hermano es un hermano. Y seguí mi camino. 
Hace un rato iba yo hacia la parada del ómnibus cuando lo vi caminando hacia mí. Nos miramos. Sonrisa onda "al fin podemos charlar sin hermanos de por medio" (o eso pensé yo, al menos, que ya saben que soy hija única y no le doy mucho corte a los hermanos ajenos). Yo iba impecable: rulos armados, minifalda cómplice, maquillaje discreto, cerebro descansado. Él venía iluminando la vereda con la mirada. Momento cinematográfico. 
En eso un par de viejos que estaban charlando de la nada cruzan hacia él, lo agarran del brazo y se lo llevan en mis propias narices. 
_¡Viajero! ¿Cómo andás, tanto tiempo? Vení a contarnos cómo van tus cosas. 
Él me miró: ambos sabemos que los viejos son insistentes y no había escapatoria. Cruzamos el segundo saludo fugaz de la tarde, y seguí caminando hacia la parada.
Lo que me faltaba. Derrotada por dos veteranos, y encima amigos de mi viejo. 
Lpmqlp al cooperativismo y los lazos afectivos entre los socios. 

Así no se puede. Así, no.



El 103 de mi última mañana de examen viene lleno, para que no me sienta fuera de lugar. 
Voy sentada en el primer asiento detrás del chofer. Sube una viejita y pienso si debo darle el asiento, porque en los preferenciales para embarazadas y eso va primero otra anciana y al lado una cincuentona. Dejo a la viejita en sus manos y le doy MI asiento a una mujer joven con niño de unos dos años. Ella me lo agradece y se sienta, pero a la cuadra hace parar al niño y le cede el asiento a la viejita, que seguía de pie. 
Resultados: 
Madre de niño y yo: 1, felicitaciones.
Señora cincuentona: -1, puede y debe mejorar. 
Bueno, ta. 
Ya dije que estoy yendo a mi último examen. 
Ustedes comprenderán. 

Buenos días.





Desperté con todo el argumento, los personajes y la estructura de una novela en la cabeza. Nunca intenté (ni pensé siquiera) escribir un texto largo, pero este me vino servido en bandeja.
Ta, me lo olvidé a los dos minutos, pero era bueno. Muy. 

Maldito ello.




Debo reconocerlo: acabo de mentirle a un hombre por teléfono. 
_ Rutas del Plata, buenos días.
_ Hola. Llamo para asegurar que tienen apuntado que subo en Libia. 
_ Cómo no. ¿Qué asiento?
_ El 20. 
_ Libia, sí, está anotado. 
_ ¡Gracias!
_ De nada, buenos días. 
Ya sabía que me habían anotado, pero decirle al señor que la última vez que entré por la ruta 8 me apedrearon el ómnibus y que hace un año viajé en uno que por ese motivo salió por Camino Carrasco y que hoy me entró la duda de si no harían de nuevo cambio de ruta... En fin. 
Antes mentirosa que obsesiva. 
Toc toc... 

Alguien sabe si demora mucho en pasar el Rutas de las 12?





Mateo es un niño muy creativo que viene cantando junto a mi oreja temas experimentales de su autoría; a veces los interrumpe para simular balazos que no sé a quién van dirigidos. Viene con su madre de voz aguda y con un hermanito que por ahora no se deja escuchar mucho.
Hace cinco horas que viajo, el bus de Rutas del Plata no tiene aire acondicionado ni wifi y ha venido lleno de gente parada la mayor parte del camino. Incluso escolares, que no sé si van a ir a clases hasta Navidad o Año Nuevo. Unos liceales subieron en Minas y se bajaron 150 km más adelante. Eran tres, y cada uno llevaba una colorida cuadernola nueva en la mano; tal vez venían de algún acto. 
El paisaje ha sido sublime en Lavalleja y hasta un poco después de Mariscala. Espejos de agua y piedras por todos lados, vacas, halcones, horneros, garzas y (por ahora) solo un ñandú a la vista. Perros debajo de los autos y gatos acechando palomas en los pueblos. Mucho rancho a medio caer. Poca cosa nueva en el camino. 
Mateo sigue cantando junto a mi oreja. Sigue. Sigue. Inventa músicas y letras o directamente emite sonidos discordantes con un leve dejo musical. Que se baje en el próximo pueblo, por favor. En momentos como estos preferiría tener en el asiento de atrás niños como los de The Wall antes de rebelarse (por no decir antes de la picadora, que lo pensé pero no queda bien decirlo).
El campo está lleno de flores blancas y de ceibos enrojecidos. Una vaca descansa tirada debajo de los restos de un cartel publicitario que debió caer por una tormenta. Otra se inclina hasta lo indecible por alcanzar desde un barranquito el agua de la cañada ante sus patas. El campo amarillea con pinta de reseco y todo parece seguir detenido en una siesta interminable. 

Hasta Mateo se ha callado de repente. Shhhh... No vayamos a despertarlo. Silencio. Silencio...





La medianoche en la laguna es sonora y estrellada, con un concierto perfectamente armonioso de mil voces chiquitas de las cuales solo puedo identificar unas pocas: grillos, ranas, perros a lo lejos y unos gritos humanos como de hinchada de estadio que resultan totalmente incongruentes en este universo y supongo vendrán del televisor de algún vecino de la otra cuadra. También se escuchan unos ronquidos no muy ruidosos que provienen del dormitorio de al lado, y no sé si son humanos o felinos. Nada de autos, ni charlas, ni aparatos de sonido, ni ruidos de motores de ninguna clase. Este es un silencio poblado de susurros.
Acabo de venir del agite del centro y ya estoy refugiada en el búnker de tul mosquitero. Hay planes de excursión a las bocas del Tacuarí y hay un misterio por resolver en forma de extraño personaje que vive en una fortaleza llena de hallazgos fósiles e indígenas en el extremo del pueblo. Lago Merín tiene pocos habitantes, pero todos se las traen. Uno hace casas con neumáticos, otros escriben cuaderno tras cuaderno de historias de hace setenta años, o crean clubes de lectura, o dejan la fotografía de alto nivel para venir a fabricar dulces caseros, o se descubren actrices a los cincuenta, o tienen madres centenarias, o lo que sea. Todo puede suceder en este universo de aguas interminables. 
Incluso puede darse que yo esté contenta porque este verano no vendrá pintado de aeropuertos y nuevos paisajes, oyendo otras lenguas y mirando a lo lejos, sino que será precisamente lo contrario: un espacio para empezar a mirar hacia adentro y ver qué hay. 
Un tiempo de paz, finalmente. Un tiempo de paz. 
Y ahora, con su permiso, me voy a dormir oyendo a los grillos y los sapitos pero no a los mosquitos, porque mi fortaleza de tul es inexpugnable. 

Vini, vidi, vinci. 




Solsticio de verano, cumpleaños de mi vieja y segundo día de mi fugaz pasaje por la laguna de diciembre. Un día a todo sol y calor, pero agradable y con viento. 
De mañana, la clásica caminata por la playa juntando caracoles y devolviendo al agua los bichos que alguna ola dejaba boqueando sobre la arena. No, no eran peces en este caso sino cucarachas de agua, que también tienen derechos, ¿no? La laguna amaneció medio revuelta y con olas medianas (de unos veinte centímetros). Poca gente, menos de diez tomando sol o de paseo con sus perros. Llegamos hasta el caño que chupa agua para la arrocera, donde hay una estructura que se mete como media cuadra en la laguna. Allí, tomando sol o esperando algún cardumen, había como cincuenta aves negras enormes, todas prolijamente alineadas y de espaldas al pueblo. 
Al almuerzo siguió, como siempre, la hora de la siesta, que yo paso en la hamaca bajo los árboles, tratando de fotografiar mariposas gigantes pintadas de Peñarol y picaflores esquivos tornasolados. 
Un par de horas de charla, a la sombra, muchos llamados a mi vieja por sus 77, shows varios del Gatón, golosinas brasileras, cantos de pájaros. No hay sentido que se deje de lado en este mundo. 
Caminata vespertina hacia el otro lado, lleno de gallinetas, urracas, cardenales, cotorras, teros, gaviotas, tijeretas y churrinches. Hay lagunas en un campo que otras veces estaba seco, y el camino tiene ahora unas cañadas nuevas que son un placer para la vista. Volvimos por la Virgen de los Pescadores, siempre cuidando que ningún perro se quisiera autoadoptar, cosa que suele pasar una vez por paseo en promedio. 
A la tardecita el Cele y yo enfilamos a ver la puesta de sol en la distancia. El campo estaba lleno de vacas negras con terneros, algunas de las cuales se nos acercaron con curiosidad, como hacen siempre. Bicho lindo la vaca; no sé cómo alguien puede comerlas pero, en fin. Si hubieran visto a la que vi yo lavando a su ternerito con una meticulosidad digna de una excelente madre capaz que al menos se les cruzaría la sombra de una duda, no sé. Digo. 
La puesta de sol fue grandiosa. Ahora acaba de caer la noche; el concierto nocturno hace ya rato ha comenzado, y yo estoy chocha de la vida porque instalé el Fuerte Tul en el frente y los mosquitos están siendo burlados con todo éxito. 
Así es la vida por estos pagos; uno se vuelve contemplativo y cambia las prioridades. Estar leyendo bajo las estrellas, al vientito de la noche, y no tener que llenarse de Off o morir en el intento es lo más fantástico que me ha ocurrido en todos los viajes a la laguna. 
Me siento un Premio Nobel. I love me. 

Buenas noches.




Lentamente empezó a nublarse el cielo en la laguna. Corre un viento agradable, al menos en el fondo, pero el día ha sido caluroso, de manera que un poco de nubes resulta más que bienvenido. 
Hoy fui a visitar a mis amigos, los patos negros de la estructura metálica. Eran incluso más que la última vez que los vi: conté casi 60. Algunos estaban nadando en la vuelta, otros revoloteaban, pero la mayoría se mantuvo igual que ayer: erguidos, enfilados, mirando todos en la misma dirección, de donde parece que a cierta hora vienen cardúmenes de mojarritas, que es lo que esperan con eterna paciencia. 
Poca gente en la playa, todavía. Uno se instala en la orilla y tiene cincuenta metros de arena libre para cada lado. A veces pasan y saludan perros lugareños, y hay cierto control aéreo de halcones que vuelan y revuelan constantemente entre los árboles, pero no molestan. Los que sí son unos conventilleros son, cuándo no, los teros. Bicho molesto y ruidoso, aura que dice, el tero. Uno se cansó de amenazarme con gritos y me pasó volando muy cerca, pero después vio que yo andaba con un palo en la mano y al rato desistió de perseguirme. 
La laguna estaba más limpia que ayer, y no fría. Pasé como una hora sentada entre las microolas, siendo masajeada por el suave movimiento del agua, a unos veinte metros de la orilla y con una profundidad de más o menos cuarenta centímetros. Es llana la laguna, sí, al menos frente al pueblo, aunque si uno camina, camina, camina y camina puede ser que en una de esas le llegue hasta la cintura. 
Vine con la cartera cargada de caracolitos de tamaño infinitesimal para ver con lupa: al igual que en Montevideo, lo que parece arena gruesa resulta ser, si uno lo examina con cuidado, un mundo de caracoles de menos de un milímetro de largo. A la vuelta llegué por la ferretería y compré un frasco de naranjas en almíbar del Carioca, que no se ha hecho ver últimamente por estos pagos, o eso al menos dicen mis viejos. 
Mi hamaca tiene este verano un toldo hecho por el Cele que no deja ver los árboles sobre la cabeza pero me impide el sol en la cara, así que no me quejo. Hoy al habitual concierto de pájaros y al rumor del viento entre las ramas se suman las voces bajitas de dos brasileras que acaban de llegar a la casa de al lado, y de vez en cuando se oyen también pasos entre las plantas, pero no me preocupa, porque sé que es el Gatón que en algo anda en la espesura. 
22 de diciembre en la laguna: paz, calor, playa, pocos turistas, muchos bichos; balance perfecto para el cuerpo y el alma. Poco a poco comienzo a comprender por qué estos dos viejos tercos dejaron Montevideo para perderse en este pueblo sin médico y sin supermercados, aunque no se los voy a decir, por aquello de que de tal palo tal astilla. 
Y sigo disfrutando de la paz de la siesta, ahora con un cielo definitivamente nublado, cosa que el cuerpo agradece. Un gallo canta a lo lejos, un tanto extraviado en el horario. Las brasileras de al lado sacan cosas de la casa, barren, sacuden el polvo de sillas y tapetes. Mis viejos duermen a pata suelta en un dormitorio, Guaytica en el otro, y el Gatón hace un rato que se me perdió en la maleza. 
Feliz jueves. 
Feliz diciembre.
Feliz vida. 

Jinguelbel, jinguelbel... Etc.




Lado B
Una vez, hace años, una amiga oriunda de Cerro Largo me dijo que mis fotos del pueblo de mis viejos eran onda "Visite Lago Merín", que solo mostraban una cara de la realidad, y tenía razón. 
Tiendo a recortar las mejores facetas de cada sitio que visito y a olvidar los aspectos negros, cosa que también hago con las crónicas escritas. Al fin y al cabo, fotos y palabras obedecen al mismo cerebro que determina dónde se hace el corte cada vez, y aunque no lo parezca una tiene cierta coherencia, vio...
Pero esta crónica de hoy es particular. Quizá movida por la decepción de no contar con wifi en el ómnibus de Núñez que me lleva raudo y veloz a mi casa, hoy voy a hacer un punteo de los lados B; la otra cara de Lago Merín. 
Comenzamos en 3... 2... 1...
* La playa suele estar muy sucia en la temporada. En general se le echa la culpa a los brasileros, pero no creo que sean los únicos que dejan botellas, nylon, plástico, restos de comida sobre la arena. 
* La arrocera junto al pueblo es frecuentemente fumigada con sustancias que al fin y al cabo van a parar al agua. Esto no me huele bien. 
* Hay robos dos por tres. No rapiñas, pero sí descuidistas, rastrillos, gente que roba incluso la leña de los vecinos, ese nivel de cosas. 
* No se sabe cómo motivar a los adolescentes; hay mil emprendimientos pero hay unos cuantos a los que nada los saca del celular y el alcohol. 
* No se puede confiar en las fechas de vencimiento de los almacenes, porque muchos apagan heladeras. Hay poca variedad de productos, siempre más caros que en Rio Branco. 
* Cuando hay instancias tipo recitales, luau o elección de reinas, la basura al otro día se acumula en las veredas a niveles increíbles.
* Algunos encargan materiales de construcción y los dejan en la calle misma, cortando el paso a todo el mundo. 
* En temporada alta los autos vienen con tremendos equipos de sonido en la valija; estacionan uno al lado del otro y aturden con sus reguetones a varias cuadras a la redonda.
* Hay exceso de perros y son un problema, sea por garroneros o por abandonados, pobres bichos. 
* Hay mucho nabo con plata y camioneta. 
* A veces hay cruceras. Pocas veces. 
* Cuando hace calor, hace MUCHO calor. 
* La proporción de mosquitos es de unos mil por habitante, todos con hambre. 
* Queda a siete horas y unos $1500 de Montevideo.
Igual no importa, nada importa demasiado. En cualquier momento volveré y seré millones... De fotos. 
Hasta la próxima.

Ps: ¿Cómo no volver? Acabo de ver posadas en el campo una bandada de como veinte garzas blancas, dos negras y tres rosadas. Maravilla.




El viaje de seis horas y media de Río Branco a Montevideo siempre se hace interminable, y más si una se ilusionó porque la última vez tenía internet y ahora va en un coche deswifizado. Porca miseria. 
Tal vez por eso traté de dormir un rato cuando ya llevaba varias horas de viaje, cosa que logré, en parte. Al abrir los ojos en medio de la nada me sorprendió una profusión de luces y rayos en el horizonte; aún no llovía pero la cosa estaba fuerte. 
Como no podía ser de otra manera, el diluvio se largó justo al entrar a Montevideo. ¡Y qué diluvio! Las calles colapsaron en cuestión de minutos, transformándose en piscina de cordón a cordón. Me arrimé al primer asiento al acercarnos a Libia, pero cuando el guarda orilló el ómnibus de Núñez y vi el panorama no encaré bajarme: aquella esquina era la imagen misma de la desolación. No había un alma en toda la cuadra, un viento de locos, una cortina de agua compacta, y yo de minifalda y musculosa, con la mochila que llevaba la cámara, el ipad, el celular y (lo principal) la miel de Río Branco y el dulce de naranja de El Carioca.
_ Eeeeh... ¿Sabés qué? Cambié de idea: bajo en Larravide. 
Y seguimos el viaje. Una vez ahí (donde llovía, pero menos, y donde había otras cuatro personas esperando su bus) enseguida me di cuenta de que esperar un taxi iba a ser misión imposible, pero por suerte en cinco minutos apareció el nunca bien ponderado 103, que me dejó en una cooperativa oscura como boca de lobo.
_ Apagón... yo no te puedo creer...- me dije, mientras arrancaba a caminar con la mochila al hombro. 
Por suerte no había caminado diez metros cuando se hizo la luz. Fiuu... Además justo caí en un impasse del diluvio, así que hice las dos cuadras bajo suave llovizna. Entré a casa y vi la cocina inundada a través de la ventana abierta, pero no importaba. Ya estaba en mi hogar dulce hogar, explicándole a mis dos criaturas demandantes que las había abandonado por una buena causa, para atender a otras dos criaturas ídem que viven en un pueblo muy, muy lejano.
La lluvia volvió, con más fuerza que antes. 

Cerré la ventana y me fui a dormir.




Llovía a baldes cuando entré hace un rato al supermercado, y al parecer no había diálogo posible que no tocara el tema.
_ ¡Gracias, papá, gracias por sacarme a pasear hoy!- decía una cincuentona con sarcasmo dirigiéndose a un septuagenario que no acusó recibo de la mala onda y siguió su camino detrás de ella como si nada.
_ ¡Pah! ¡Cómo llueve!- informó una señora joven con expresión de infantil sorpresa, mirando encantada la cortina de agua que se abatía sobre el mundo exterior. 
_ ¿Y qué querés que haga?- respondió avinagrado el marido. Y siguieron caminando. 
Esa pareja tiene los días contados, pensé, y empecé sin apuro a tecorrer las góndolas. 
La gente seguía entrando en las típicas hordas familiares de domingo a mediodía Algunos ensopados y felices, otros apenas húmedos pero bufando. Lo de siempre.
Salí del súper llena de garrapiñada, budín de chocolate, dulce de avellanas, pasta frola y unas hamburguesas al horno de espinaca, para compensar. Lo de siempre. 
Miré hacia afuera mientras completaba mi cupón para el sorteo de una camioneta hipermegatop: la cosa seguía, el diluvio estaba en su punto máximo. 

Tiré el cupón en la urna y seguí caminando.



¿Quién es Sofía en la vida del anónimo pasajero del asiento de adelante? ¿Esposa, hija, enamorada, madre, amor imposible? ¿Por qué decide alguien marcarse para siempre sobre la piel el nombre de un otro?
No estoy criticando, de verdad. Solo que no termino de entender. Hija o madre, vaya y pase, pero... Igual. No entiendo mucho, salvo que si empiezo a meter fotos estoy pasando un límite. 

Mal yo.



El Intercambiador Belloni desde que fue habilitado rápidamente se ha convertido en un centro social del barrio. Algunos gurises usan su explanada como pista de skate, otros se sientan en los escalones a ver pasar la gente, o simplemente se miran y se muestran, en fin, lo habitual.
Los que no se terminan de acostumbrar son los ómnibus. Algunos parecen no saber si entrar o no, se comen los cordones en las maniobras o se cuestionan (doy fe) si en caso de venir con atraso alguién se enterará si se lo sortean y le pasan calladitos por enfrente sin entrar. 
Nos gastamos un montón de plata, debo reconocer mi ignorancia porque aún no capto bien su utilidad en la organización del tránsito, pero que nos quedó lindo no hay dudas..

La Curva se mueve. Nos falta una playa y somos Malvín, mirá lo que te digo.




El ser humano baboso me resulta molesto, sea quien sea. 
En este caso se trata de una sexagenaria que viene parada frente a mí en un 111 y se está cargando alevosamente a un tipo muy lindo de unos 30, más o menos. Pensé que solo era una ploma, pero no. Los tonos, las miradas y la insistencia indican que estamos frente a una situación diferente de la típica viejecita que habla hasta por los codos. 
El pobre le contesta con monosílabos, sacándose el auricular de la oreja cada vez que ella arremete con nuevos bríos, pero no logra desanimarla. 
Bicho molesto el ser humano baboso, repito. Sea quien sea.

Alguna vez valiente y desmesuradamente esperanzado, quizá, pero siempre desubicado.



TV Bus:
"Arqueólogos encuentran sopa cocinada en China hace 2000 años. Ya estaba fría."
Humor naif para el horno del 404 decembrino. Simpático, no me quejo. Tiene una onda similar a los títulos de Mdeo Portal.

Ps: aire fresco... dónde se compra?



"Llega el verano y es tiempo de decirle chau a la planchita"
"¿Dónde abrió una boutique efímera Chanel?"
"Recrea anuncios para mostrar falta de diversidad racial"
Belleza, moda y modelaje (disfrazado en este caso de preocupación social): tres temas básicos para las lectoras de El País, en su sección femenina.

Cada vez me queda más claro: para esta gente yo debo ser hombre.



Pequeña crónica cotidiana sin nombres y con números redondeados:
3.00 de la tarde: Fulano me envía una solicitud de amistad.
5.00: chequeo su perfil; no hay amigos en común pero no parece un baboso típico, así que le doy aceptar. 
7.00: Fulano me dice por interno que soy muy linda y que quiere conocerme.
8.30: Fulano se sorprende de que no haya contestado su mensaje.
8.35: Fulano dice que se equivocó conmigo, porque evidentemente soy muy maleducada.
8.40: Fulano es eliminado y bloqueado de este perfil por nabo, por ansioso y por escribir con faltas de ortografía.

Moraleja: no, no hay. Voy a seguir aceptando gente hasta que me demuestre que no lo merece y a seguir teniendo todo lo que publico para público hasta que me aburra o cambie de idea, lo que no quiere decir que no me siga sorprendiendo la capacidad de alguna gente (¡gente grande!) para actuar como criaturas. Inconcebible, y más sabiendo que en cualquier momento me puede saltar la térmica y terminan convertidos en personajes grotescos y nominados de una crónica, en fin. Digo.



Son dos viejitas vestidas de negro.y con una bolsita de nylon en la falda. Creo que no se conocen, porque se tratan de usted. Van sentadas a mi lado en el 103. La charla ya viene empezada.
_ Y no sé que edad tendrá pero él es mayor que yo y yo ya voy a cumplir los 90.
_ Qué belleza.
_ El tiempo pasa. ¡Yo les digo a mis nietos que se casen de una vez, que yo quiero conocer a mis bisnietos!
_ Bueno, pero ellos tienen que hacer su vida.
_ Sí. Ellos me dicen: "Abuela, primero hay que estudiar".
_ Y tienen razón. 
A partir de ahí la charla toma derroteros médicos: cada una indaga si la otra tiene reuma, manos dormidas, mareos, qué medicamentos toma y con qué médico se atiende.
Yo me desentiendo, en parte porque ya estoy por bajarme, y en parte porque puede ser un poco fuerte seguir mirando por mucho rato ese espejo del futuro. Máxime que ayer anduve perdiendo las llaves de mi casa y por momentos me ronda aquello de que "el futuro llegó... hace raaatooo..". 

Maldito Indio Solari.



"A prisión los delincuentes que robaron cenizas del hijo fallecido de una pareja de brasileños."
"Ministro de Economía de Chile pide disculpas por posar con muñeca inflable, que le regalaron empresarios."
"Las tareas escolares se discutirán en el Congreso de los Diputados."

¿Soy yo, o las noticias de hoy son un tanto macondianas?



Listo, es un hecho: acabo de revisar mi casa con lupa y no apareció mi cédula por ninguna parte.
Lo bueno es que de paso aproveché a ordenar todo el papelerío.
Lo malo es que tampoco apareció el celular que tengo escondido por ahí hace más de un año, y que encontré un recibo de alquiler de abril que al parecer no he pagado. 
Cosas veredes...
No, no, no, no. Conclusiones a largo plazo no, por favor. Ya bastante me está costando acallar mis propios fantasmas, para qué agregar los ajenos.

En fin.



¿Se puede ser tan despistada (por decirlo delicadamente)?
Andaba buscando páginas relacionadas al CES para compartir noticias en Liceos en Red, veo la foto de un CLE y pienso "qué lindo lugar, parece cálido, con esos ladrillitos..."

Es en mi cooperativa, a dos cuadras de mi casa, y lo veo TODOS los días al ir a la parada del ómnibus, eeeen fin....






Estos dos se me están yendo de las manos: ayer se fueron a un cumpleaños de 80 en la laguna y hoy tienen uno de 100 en Melo.
¡Qué barbaridad, esta tercera edad solo piensa en fiestas y más fiestas! 

¿Dónde iremos a parar?




Primera escena: Un halcón se abalanza sobre el patio donde los dos viejos toman mate y atrapa con sus potentes patas un gorrión que andaba a los saltitos sobre el pasto.
Segunda escena: El gato amarillo salta olímpicamente un par de metros en el aire, le disputa la presa al halcón, logra que la suelte y se va triunfante hacia el galpón con el pájaro en la boca.
Tercera escena: Los viejos corren hacia donde se refugió el felino, lo obligan a abrir la boca y salen al patio con el gorrión, que no entiende nada pero sale volando y se aleja ileso.

¿Cómo se llama la película?





Estoy arreglando el galpón por primera vez en dos años y no puedo creer la cantidad de bolsas inútiles y cajas vacías que hay por todos lados. 
Listo.
Lo confirmé.
Soy mis viejos.






Caía la tarde sin demasiadas estridencias sobre la Curva de Maroñas. El 316 había venido medio vacío, así que me senté en el penúltimo asiento, junto a un veinteañero vestido de negro y con gorrito de visera. 
_ ¡Fin del boleto local! - se oyó de pronto, atronadora, la voz del guarda, un cincuentón canoso y con pinta de pocas (muy pocas) pulgas. . 
Nadie dijo ni mu. 
_ ¡Boleto local hasta acá! - gritó dos veces, y ahí me di cuenta de que me estaba mirando. Puse cara de "¿yo?", y él sin contestar directamente se limitó a gritar una vez más:
_ ¡Fin del boleto local!- sin sacarme los ojos de encima. 
_¿ Me hablás a mí?- pregunté por fin, en medio del silencio sepulcral que se adueña del transporte capitalino ante una posible contienda de intereses. 
_ No. A la de atrás- aclaró el cincuentón, a la vez que recorría a grandes zancadas el pasillo, encaraba a la chica sentada en la última fila y volvía a repetir:
_ ¡Fin del boleto local!. 
La péndex ipso facto se bajó sin pronunciar ni media sílaba, y el ómnibus arrancó. 
_ ¡Pará, que yo también bajo acá!- gritó de pronto mi compañero de asiento, medio atropellándome para alcanzar la puerta. Pero ya era tarde, y tuvo que conformarse con bajar en la siguiente parada. 
Confirmación de miopía galopante y atropellamiento por parte de péndex en rol de solidario defensor de trampeadoras del STM, pienso. Lo que me faltaba. 
Viene bravo diciembre. 
Sigo mi viaje, viendo cada vez menos (porque oscurece) pero al menos ahora dueña de dos asientos, lo que no es poco. 
No quieran trampear al guarda canoso del coche 104. Y si me van a hablar a mí háganlo de cerca, ¿eh? No sean mala gente, que los cuarenta me tienen con los contornos del mundo un tanto imprecisos. 
Repito: viene bravo diciembre. 
Y eso que recién empieza.







Recibe y realiza llamados todo el tiempo, y cada vez aclara que no puede hablar mucho porque va parada en el ómnibus, cual descripción de alguna clase de infame tortura medieval.
Es flaca y joven, y habla con un acento de nena malcriada que se me hace insoportable. Viene planeando su fiesta de casamiento, lo que al parecer es un estrés terrible (y en eso no la culpo, porque ya pasé por eso, aunque en mi caso fue para 80 personas y en el de ella para 320). No conoce el concepto de hablar bajo, y además acaba de sentarse a mi lado y me viene aturdiendo de cerca. 
Que los combos, que dónde va la mesa de los bombones, que cuánto sale el salón, que las luces en la pared y en el pasillo, que dónde va la torta, cuál va a ser la ubicación del fotógrafo, cuántas mesas de doce van a precisar...
Razones para no solo no casarme de nuevo sino no planear una fiesta más en el resto de mi vida.
Espero que Peluffo no me la haga difícil en ese sentido. Y si no que ponga una wedding planner. 

He dicho.



El Intercambiador Belloni tiene un reloj con la hora de salida de cada ómnibus. Como diría Susanita: ¡te juro que lo miro y me agarra como un status!!





8 horas (reloj) tomando examen en un liceo sin cantina. 8. Si alguien me sale hoy con la consabida frase de los 3 meses de vacaciones va a recibir un gruñido, un insulto gestual o un discurso de 40 minutos. No digan que no avisé.





Entro a facebook y leo: 
"Llegó el calor, los paseos y con él el momento de poner más hermosas aún a tus mascotas con toda nuestra línea de Cosmética!!!!"
Y yo que pensaba que el calor y los paseos eran el momento de dejarse llevar por la naturaleza, no maquillarse y vestirse casi de pordiosero.
Evidentemente, no llego al nivel mascota.




El chasco Kusturica
* Iba a ser en el Teatro de Verano.
* Parece que no vendieron las entradas que esperaban.
* Fue en Mdeo Music Box.
* Por el tema de la diferencia en el precio de las entradas hicieron unos vallados ridículos que dividían en sectores el ya de por sí magro espacio de MMB.
* Poco aire. Todo el mundo amontonado. Piel contra piel en el calor de diciembre, con pieles que uno no habría elegido, caso de querer un contacto cercano del tercer tipo. 
* Era a las 9. Empezó 9.24.
* El sonido, maso.
* Kusturica y el violinista, demasiado agitadores. TODO el tiempo pidiendo palmas, manos arriba, gritos... vaaamos!
* Hicieron subir a mucha gente en un tema, a los que plantearon coreografías, bailes, lagartijas y hasta un trencito onda carnaval carioca. Y a una chica: bailes reiterados con el violinista. Y a dos chicas: que sostuvieran una especie de arco de violín gigante para que se lucieran violín y guitarra. TOQUEN, carajo, basta de Showmatch.
* No hicieron los temas de Underground que yo esperaba. Si alguno de Gato blanco gato negro y Tiempo de gitanos.
* A las 10.50 se fueron. El bis fue de UN tema, repetido, uno sobre la cerveza, en español. A las 11 chau chau adiós todo el mundo, a buscar aire y espacio.

Es cierto, son buenos artistas, y lo que hicieron a nivel musical se disfrutó, pero el ambiente (por el calor, el poco aire, el nulo espacio) no ayudó para nada. Vi gente irse ya desde el primer tema. Mi amiga se fue a la media hora y a los diez minutos la siguió otro de mi grupo; quedamos dos, tal vez por ver si la cosa repuntaba y se hacía inolvidable. Pero no. No fue. En fin. No fue.





"Solo una cosa no hay: es el olvido", decía el viejo Borges, y yo humildemente coincido en la certeza. No puedo, no logro, no consigo olvidar. Algunas veces parece que sí, y pasa un día entero sin que las imágenes temidas aparezcan ante mi conciencia, pero sé que todo es inútil. 
Estás ahí, lo sé.
Estás ahí, al acecho.
Cómo olvidarte si te veo en el borde del felpudo, subiendo la escalera o entre la comida de mis gatas. Ya te salvé de morir ahogada ayer, araña gigantesca de seis centímetros de diámetro (con patas), no lo olvides. Estabas flotando, atrapada en el recipiente del agua de las gatas y fui yo (¡yo!) quien arrastró el viejo taper de Crufi hasta la puerta y lo volcó en el patio para liberarte. Sí, lo empujé con una escoba, es cierto, pero es que empezaste a moverte y mis manos se negaron a cooperar directamente. 
Hagamos un trato, araña. O te vas a vivir al jardín o te escondés para siempre debajo del sillón, pero no quieras vivir conmigo. No hay lugar para una tercera mascota, punto.
Ah, y decile a tu amiguita, la chiquita esa que hizo una preciosa tela en la cuerda de la ropa, que si puede vaya desalojando el área, que el fin de semana pinta soleado y voy a andar necesitando el tendedero. 
A ver si nos entendemos: ya no es mágico el mundo, tarántula de seis centímetros con todo y patas: mi casa tù y tus amigos me han copado. Ya no seré feliz, tal vez no importa. Ya no quiero compartir con ustedes la clara luna ni los lentos jardines, hoy solo tengo la fiel memoria y los fóbicos días. 
Aunque también tengo un Raid. 
Te aviso, nomás. 
Tengo un Raid. 

Ojo al piojo.





Ta. Listo. 
No solo empezamos la temporada de arañas por todos lados y mosquitos de vez en cuando: ahora resulta que también dejamos inaugurada la época de abejas que se meten en la cocina. 

Esto es culpa de Bonomi.




Lo bueno de vivir en mi barrio es que resulta virtualmente imposible pasarse de la parada por más concentrado en el celular que se venga. La cuadra de la Cutcsa, 8 de octubre y Habana, huele tan fuerte a caño desde tiempos inmemoriales que los de la zona ya lo tenemos integrado como parte del paisaje . Es una cuadra, solo una, y SIEMPRE huele mal. 
Y este ha sido el episodio sabatino de la fascinante saga: Misterios de la Curva. 

No se pierda los próximos capítulos, a esta hora, por este mismo canal.





Los años del liceo 30 dieron para todo... Incluso para participar en virtuales secuestros y a la vez colaborar con la investigación de los hechos. :)
Esta fue solo una de las múltiples formas de interacción no tradicional entre adolescentes y adultos en una institución que se permitió el juego, que se dio permiso para hacer opcionales los sábados, que propició la asistencia de los ex alumnos bajo la forma de líderes, que editó revistas, que hizo representaciones teatrales, que se abrió a la comunidad, que creyó en los gurises y en sus docentes, todo sin perder un ápice de nivel académico o de mutuo respeto entre las personas. Personas. Personas. 

La historia de Tablón es solo una anécdota emergente de la experiencia del 30 (que también, como el IAVA, es mi ex liceo como estudiante). Una de tantas.

http://www.ces.edu.uy/index.php/blog/20661-tablon-entre-el-amor-y-los-secuestradores-mariela-rodriguez






http://www.elpais.com.uy/informacion/ultima-esclava-frontera-hijo-musico.html

La esclava de la que habla la nota, Nemesia, era hija de padres que trabajaban para el Comendador Correa...
¿Se acuerdan de la herencia de los Correa?
Mi abuela Bahia había nacido en 1904. Nunca fue esclava, pero andá a saber hasta qué punto llegó a ser libre, mujer pobre con esposo ídem y doce bocas doce para alimentar. 
Cuando ya era muy viejita, es decir durante mi niñez, Montevideo fue inflamada por el virus de la herencia de los Correa. Se hablaba de sumas astronómicas de dinero que andaban boyando por ahí sin dueño legalmente asignado aún, y hubo un montón de chantas que lucraron engatusando a la gente para depositar dinero en investigaciones y litigios varios. Mi abuela no puso un peso, porque no tenía, pero sus hijos sí, y yo recuerdo a mis tíos pasar las horas de los domingos sentados en los troncos del frente de la casa familiar, comentando los vaivenes de la famosa herencia y calculando qué hacer cuando el dinero empezara a venir a carradas. 
Todos éramos muy ilusos en aquellos tiempos. 
Yo, por ejemplo, creía firmemente que la esclavitud ya no existía en el mundo, que los abogados eran gente seria y que mi abuela era inmortal.
Después crecí.







_ Boluda, ¿y mañana qué hacemos en la media hora, pedimos pizza de nuevo?
_ Y sí, boluda. Yo llego a mi casa como a las diez, no me voy a poner a cocinar.
(dos chicas con pinta de estar saliendo de algún local de venta de ropa)
...
_ Estoy esperando que esa mujer me ponga una nota, una hermosa nota. Y si no, no sé qué hago, porque la verdad es que la cabeza no me da para más, ¡no-me-da! 
(veterana charlando con amiga ídem)
...
Vamos a caminar tres días, y al cuarto empezamos a correr, ¿te parece?
_ Ta. ¿Y hoy cuenta?
_ No, empezamos a contar a partir de mañana.
_ Ta.
(voces femeninas a mis espaldas)
...
_ Vo... ¡la verdad que me saco el sombrero por esa veterana!
(péndex ciclista a su amigo, hablando de una chica muy linda de unos treinta y algo, que caminaba delante de mí y cantaba canciones a todo pulmón)
...
Las intersecciones cotidianas son como ventanas que solo se abren por un par de segundos ante el oído puesto en modo atención dispersa. 
_ Hola, squí estamos, esto somos, chau, nos fuimos. 
Microhistorias. Esbozos de futuros personajes. Collage de cabecitas y de sonidos que nos bombardean de modo amable pero ineludible en cada caminata por la rambla. 
Y seguimos adelante, mientras somos esquivados por corredores, ciclistas, patinadores y perros con correíta. 
...

Me pregunto hasta qué punto alguna de esas voces tal vez me represente. No, no voy a comer pizza mañana, ni a esperar por una hermosa nota ni a empezar a correr de acá a tres días, aunque si un péndex se saca el sombrero por mí no me voy a sentir para nada ofendida. Es más: probablemente solo siga caminando, pero empiece a cantar canciones a todo pulmón, como hacemos las veteranas de treinta y algo cuando estamos contentas.

Buenas noches.