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miércoles, 2 de junio de 2021

Junio 2021

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Gata
Profesora sin ganas de corregir
2021
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Estos últimos días he estado asistiendo a múltiples actividades relacionadas con nuestra flora, fauna, y funga, especialmente con esta última. El mundo de los hongos me tiene cautivada desde siempre, sobre todo desde que vi Fantastic Fungi, un documental maravilloso que no me canso de recomendar a diestra y siniestra. En estas actividades he descubierto varias cosas. Primero, que no sé nada, y que es raro para mí ser la peor estudiante del curso (en este caso: del zoom). Todo el mundo es experto, todos intercambian datos, recetas, recomendaciones, y a mí lo único que me queda es la sensación de que los hongos peligrosos tienen muchas veces un aspecto absolutamente similar a los inofensivos, así que: ojito. ¿Cuál de los que puse en estas fotos les parece que será el más peligroso? ¿El rojito? No. El rojito puede ser mortal, pero el verdoso (el último, Amanitas Phalloides) te liquida sí o sí, y no hay vuelta. Es el hongo más venenoso del planeta y lo tenemos por todos lados (incluso en Montevideo, porque vi que algunos comentaban que lo habían visto en un bosque, en las afueras). Comparto algunos datos. *Solo conocemos el 7% de las especies de hongos del planeta, y cada año accedemos a "descubrir" unas 2000 nuevas. *El hongo que usamos acá para los chivitos es considerado en Japón como "el hongo de la risa" por sus efectos psicoactivos, aunque se ve que nuestra variedad no los tiene. *Hay algunas especies (como pleurotus ostreatus) que son una excelente fuente de vitamina B. Recién se está estudiando, pero la cosa promete. *La amanita muscaria (el rojo de pintas blancas, del que puse una foto de uno que vi en la laguna) es una seta peligrosa, potencialmente mortal. En Siberia para consumirla primero se la daban a los renos y después se bebían su orina, con lo que se conservaban sus propiedades alucinógenas pero no la toxicidad. Parece que el traje de Papá Noel deriva de sus colores. * Hay hongos que crecen en el fondo del mar, otros que cambian de color, los formatos y tamaños son totalmente variados y lo que vemos es algo así como la floración, pero lo principal es el micelio que está bajo la tierra, formando una red increíblemente larga y abundante que conecta todo el planeta. * Hay un hongo que si lo comés te encoge el cerebro. *El ser vivo más grande del mundo es un hongo de Oregón (Armillaria ostoyae) cuyo micelio se extiende por 965 hectáreas y tiene unos 8650 años. * Recomendaciones: no comer si no se sabe, no comer crudos, no combinar con alcohol o medicamentos, ojo con las alergias, siempre guardar un poco por si hay un problema, para que se pueda saber qué hongo era. Igual no pasa nada con tocarlos o estar cerca: el problema es con la ingesta. *No fiarse de supersticiones o de consejos de los que no saben. Hay hongos que los perros y zorros pueden comer y nosotros no, porque los metabolizamos diferente, y los síntomas de envenenamiento no siempre aparecen de inmediato: en algunos casos recién se producen a las 30 horas, y son terribles. *Los hongos son maravillosos, son una fuente de alimento increíble al alcance de la mano, algunos tienen propiedades medicinales, o se utilizan para variados fines, son bellos, inquietantes, para la mayoría de nosotros constituyen un territorio totalmente a explorar. Son muchos más sus beneficios que sus peligros aunque en estos apuntes parezca lo contrario (porque ya se sabe que el miedo tiene mucho poder para determinar lo que uno retiene en la memoria). "CONOCER PARA QUERER, QUERER PARA PROTEGER"





Una sale de mañana pensando en caminar una hora por su barrio y termina metida en la primera feria que se le cruza en el camino. Una recorre las cuadras de los quesos y la verdura y se va cargando de compras y de bolsas en las manos. Una escudriña los rostros de los vendedores a ver si la memoria le trae un aire conocido pero no aparece nadie. Una ha vendido ropa durante media vida en esta feria. Una se emociona al ver el lugar de su antiguo puesto y recordar que a un lado estaba Antonio el relojero que se fue de un infarto a los cuarenta y al otro Esther la bagayera cuyo hijo nos torturaba toda la mañana poniendo a todo volumen Lola la Coquetera y El baile del PImpollo. Hoy solo había en nuestro lugar un señor muy correcto con una mesa llena de cremas y de maquillajes. Al pasar por un momento pensé comprarle algo pero no terminé de decidirme y seguí mi camino de regreso. Una charla con la madre por la tarde y le cuenta que la feria ya no es más como era antes por la calle Smidel, que ahora había en la esquina una Peppa Pig gigante cobrando veinte pesos cada foto con un niño y que de los ladrones que nos tenían amenazadas ya no queda ninguno (deben de haber cambiado). Una llega a su casa al mediodía cargada con bolsas de frutas y verduras tentadoras, desechada la idea de la caminata, planeando cómo organizar las suculentas en el frutero de plástico que estaba de oferta y pensando que los reencuentros con el pasado siempre ocurren de la misma manera: queriendo hacer encajar la foto de entonces con la del presente y aceptando que las líneas muchas veces no coinciden. (El corazón, de todos modos, no necesita de concordancias visuales para viajar por las tierras de la memoria. Este era mi mundo de todos los sábados entre las diez y la una y media, territorio de encuentro con personas queridas, de aprender a moverse en este barrio, de ver la evolución de fachadas y jardines, celebrar nacimientos, despedir a los que se fueron y no olvidar nunca, pero nunca, que solo somos quienes somos si recordamos quiénes fuimos y cuáles fueron nuestros puestos.)




¿Qué hace una profe de Literatura asistiendo a zooms centrados en plantas nativas, hongos, reptiles e ainda mais? ¿Buscando material para próximas historias? No. Sacando a la superficie a la profe de BIología que hubiera sido si no me causara horror el temita de la disección de los bichos y también un poco a la profe de Geografía que se quedó por el camino cuando en Bachillerato dejamos de tener la materia y Literatura pasó a primer plano (favorecida por cierto fanatismo con Roger Mirza, inolvidable, en cuarto año del IAVA). ¿Ustedes se acuerdan del señor que aparecía en Waku Waku hablando de los animales de Uruguay e imitando sus voces? Ese, el zoólogo Carlos Prigioni, fue el que vi ayer disertando sobre animales venenosos en el mundo. Básicamente fuimos viendo el tema de los colores asociados al aviso de peligro en el reino animal, y cómo algunas especies se camuflan para parecer peligrosas cuando no lo son. Vimos mariposas enormes y tóxicas, un pájaro con plumas venenosas y otro cuyos pichones imitan el sonido de la cascabel para alejar a los predadores. Víboras (nuestras) que son inofensivas pero por fuera muy parecidas a las cruceras y yaras para infundir miedo (lo que lleva a que muchas veces las personas las maten, en una acción provocada a la vez por el pánico y la ignorancia). Caracoles de mar y pulpos bellísimos y mortales. Dos mamíferos venenosos: el ornitorrinco (en sus garras) y una especie de lemur de Borneo que tiene la glándula del veneno en el antebrazo y de allí lo saca para emponzoñar su mordida. También se habló de los zorrillos, y me gustó saber que dan tres avisos antes de bañarte con el chorro: primero golpean la tierra con las patas delanteras, levantan la cola y después se dan vuelta. Si ahí aún no te diste cuenta de los avisos, fuiste. Quiero ser profe de BIología. Y de Geo. Y dedicarme a escribir. Y tener un vivero. Y poner una guardería de gatos. Y seguir leyendo todo lo que cae en mis manos. Y volver a viajar. Y etc. Quiero.





En el siglo XVI hubo una tal Juana a la que le sacaron el reinado de Castilla, Aragón y Navarra y la mantuvieron medio siglo encerrada en una torre alegando su "locura" por tener celos de su marido y melancolía ante el fracaso de su relación. A fines del siglo XIX la fortuna de Clarita García de Zúñiga pasó a manos de sus herederos, quienes la declararon loca por usar vestidos escotados y el cabello suelto y la encerraron hasta el final de sus días en el altillo de lo que hoy es el Museo Blanes. Ayer una artista exitosa y millonaria denunció ante la justicia de su país que sufre una tutela abusiva por parte de su padre, quien la obliga a seguir trabajando, maneja todo su dinero e incluso decide impedir que le saquen el DIU para que no pueda volver a tener hijos. Y así estamos.
#freebritney #SeVaACaer



Terminé el primer zoom de la mañana y me puse a escuchar la radio (o más bien a mirarla, por youtube). Alguien estaba planteando (medio en serio, medio en broma) que las pantallas que aparecen cuando ponemos la lupita en Instagram nos definen quizá mejor de lo que nosotros mismos nos conocemos, y empezaron a proponer que cada uno se fijara en sus seis primeras sugerencias, a ver si estábamos de acuerdo con la premisa, cosa que obviamente hice (porque para qué está una en el entretiempo de zoom y zoom sino para respaldar y comprobar los bolazos que se tiran por la radio que se escucha -o mejor dicho se ve). MIs primeras seis pantallas revelaron que soy una inmadura que cuando entra a Instagram se lo pasa mirando chistes y memes, excepto una. La quinta imagen propuesta era un videíto de pocos segundos en el que alguien con una pinza extraía un gusano gordo y saludable de la piel de un ser humano. Un gusano blanco y de cabeza amarilla, un bichito movedizo y rozagante que no entendía cómo ni por qué lo acababan de sacar a la fuerza de su hogar de brazo o pierna. Ante tal imagen, obviamente, lo primero que hice fue salir de la lupita y lo segundo escribir algo en este muro que me libere de la imagen asquerosa, quizás diluyéndola al compartirla con ustedes. No me juzguen. Pero hubo un tercer momento (aviso que esto se pone peor) en el que el asco se fue de la pantalla y se puso a buscar referencias personales, y me acordé que yo también, una vez, tuve gusanos. Dos, para ser más precisos. Yo ya avisé, estimados, si siguen leyendo es cosa de ustedes. Repito que no me juzguen, y me atengo al texto antedicho. Fue en Valizas. En cierto momento del verano de 1995 (creo) me di cuenta de que tenía en el abdomen y por ahí un par de granitos rojizos que parecían ronchas por picadura de mosquitos pero pasaban los días y no se iban con nada. Alertada ya del peligro de las moscas que dejan gusanos (peligro bien de vacaciones, porque en Montevideo no tenemos de esos bichos -ni falta que hace) apelé en primera instancia al remedio tradicional de ponerles un cachito de tocino, dejarlo ahí sujeto con una curita y esperar al día siguiente. La medida tuvo un 50% de éxito cuando, al sacarlos, en uno de los tocinos había una criatura vivita y coleando, un gusano finito y blancuzco, de un centímetro de largo, más o menos. Pero del otro, nada. Ya empezando a preocuparme (y más después de haber visto al desplazado, sabiendo que uno igual andaba dando vueltas y estableciendo túneles en mi panza), fui hasta el supermercado, ferretería y barraca del pueblo de esos tiempos, el Súper Barrios, atendido por sus propios dueños. _ Buenas. Me pasa esto. ¿Tienen algún remedio que me pueda servir? _No, m´hija, espere un poco, que eso no se cura con remedios.- dijo el viejo Barrios, que de repente apareció con un frasco de mata mosquitos Raid y pretendió aerosolarme la barriga. _ Esto es lo mejor: ¡los mata en un segundo! _No, Barrios, mejor no, no me animo, deje. Voy a ver si en la enfermería hay alguien que me atienda. Muchas gracias. La enfermera, al rato, no podía creer que Barrios hubiera tomado en serio lo que ella le había dicho pensando que era una broma evidente. _ Acá hay que tener cuidado con lo que uno dice, porque se lo toman al pie de la letra... Mientras hablaba me iba desinfectando la zona donde aún se veía el rojizo de la pseudo roncha. Después tomó una pinza de depilar, la desinfectó también con alcohol, hurgó un poquito en la superficie y extrajo prendido al metal al segundo de los individuos. _ ¿Querés verlo? _ Eh... no, no. Gracias. Y volví para mi rancho, con la conciencia y la piel liberada de las zonas oscuras que había debido atravesar. Después de eso me cuidé mucho de no tomar más sol en la zona del monte (donde la ausencia de viento favorecía la presencia de las moscas) y la mala experiencia no volvió a repetirse. Tómenlo como una enseñanza, estimados. En primer lugar, siempre cuidarse de las moscas, y en segundo siempre sacarse las malas imágenes contándoselas a los otros, quizás arrancando con un tema que nada que ver, para que lo asqueroso no aparezca en los primeros dos renglones, por lo menos, o los potenciales lectores se asustan y nos dejan solos con los fantasmas y las obsesiones. Que tengan un buen miércoles. No me juzguen.





Parece que HOY se me comunica que algo que puse en este muro hace 5 años no estaba de acuerdo a las reglas de este sitio. Elijo las palabras para que no se me censure esto también, pero no salgo de mi asombro: era una imagen en la que una señora alimentaba a unas palomitas desde su banco en la plaza, en tanto en el banco de al lado un militar tb alimentaba a un grupo de palomas, que esperaban sus miguitas bien formadas en filas. Se censura el humor, se censura un chiste que no iba contra nadie y se censura algo que publiqué hace cinco años. Estamos retrocediendo. Me siento en 1983.




Abrió los ojos, y solo vio a su alrededor una espesa y dura selva. No tenía ni idea de cómo había llegado hasta allí. El peligro era salvaje, real, omnipresente. No pasó mucho tiempo hasta que en su cabeza se fijara una única y preciada meta: tenía que hallar la salida, escapar de la selva y volver a la vida de antes. ¿Dante a los 35 años, en el comienzo de la Divina Comedia? No: Julliane Diller, a los 17, en plena selva peruana. La chica viajaba con su madre y otros 90 pasajeros en un avión que fue alcanzado por un rayo el 24 de diciembre de 1971. Tras caer en picada el aparato terminó por quebrarse y los pasajeros fueron expulsados al aire libre desde una altura de tres quilómetros. Julliane fue la única sobreviviente: aún atada al cinturón de seguridad, su fila de asientos aterrizó sobre el denso follaje de la selva, lo que le permitió salir del paso con heridas menores. 11 días después, siguiendo la corriente de un arroyo, luego de recorrer una enorme distancia en medio de una selva plagada de caimanes, serpientes y arañas venenosas, embarrada hasta las orejas por la temporada de lluvias y sin haber comido más que una bolsita de dulces, dio con un campamento donde las personas pudieron por fin asistirla. Los detalles morbosos se los debo. Si quieren saber más, hay una extensa nota hoy en Mdeo Portal y una película documental de Herzog que se llama "Las alas de la esperanza". Herzog, que perdió por poco el mismo vuelo en el que iba Julliane. Cosas que pasan. No me digan que no es dantesco. Se los cuento ahora porque, total, de aquí a que se tomen el próximo vuelo ya se habrán olvidado de la historia. Nos estamos viendo. Que duerman bien.




Cuando me encontré con mis amigos esta tarde aún no eran las tres, y el cielo azul presagiaba por lo menos dos horas de tibieza antes de que cayera encima de nuestras frágiles humanidades el otoño-invierno del atardecer. En mi barrio las familias charlaban en las veredas y los niños, gatos y perros recorrían a su antojo los jardines y recovecos de la cooperativa. Para llegar en el auto hasta la costa tomamos la larguísima calle Susana Pintos, que nos llevaría hasta Camino Carrasco pasando por Felipe Cardozo, su cerro artificial hecho con pura basura y sus dos o tres cuadras de las más amargas de Montevideo. Los pasajes de acceso al cantegril son espacios abiertos entre montañas de papeles, bolsas, latas y otras cosas. Las casitas de chapas y madera indignas, heladas, inestables, conviviendo con los residuos producidos por los que nunca o casi nunca miramos para ese lado. Mujeres y niños sentados al sol o tomando mate junto al fuego. Grupos de hombres arrastrando bolsas. Miradas perdidas. MIrá si uno de estos gurises está haciendo el liceo, pensé mientras el auto pasaba veloz por esas cuadras, cómo le vamos a pedir que se conecte o que pueda resolver una tarea. Salimos a la rambla a la altura del Hotel Carrasco y caminamos los tres un buen rato por la playa Miramar. Ahí el mundo era otro. La gente iba abrigada, algunos corrían haciendo ejercicio, otros pescaban junto a sus familias, amigos y perros, unos pocos le daban la espalda al agua para aprovechar desde sus sillitas plegables los últimos rayos del sol de la tarde. En la cafetería donde hicimos la merienda Montevideo era otra vez otra. Lejos de la clase media-baja (o baja-alta) de mi cooperativa, lejos de la miseria de los basurales o de la vida sencilla de los caminantes de la playa. Acá solo había gente bien vestida, con buena piel y lindo pelo, en algún caso acompañados por perritos de raza y todos (sin excepción) con el rostro distendido de quien no tiene problemas económicos y está acostumbrado a circular por la belleza de los parques y calles de Carrasco. Vivimos en un mundo desigual, qué duda puede caber, pero quizá en otras partes los extremos no resulten tan cercanos o tan fáciles de calibrar como cuando se va desde mi casa hasta la playa, en un viaje que dura un cuarto de hora y que te zarandea de una punta a la otra de los posibles o los imposibles. ¿Cómo pueden olvidar unos que existen los otros? ¿Cómo podemos olvidar los que no estamos en ningún extremo que existen unos y otros? Quizás ayudando logremos algo. Quizás exigiendo. Y educando. Sobre todo educando.





Pequeña historia que escuché en la radio Zenón Pereyra es un pueblito de Santa Fe (Argentina) que no pasa de los 1800 habitantes. No se sabe bien cuándo fue fundado, la fecha de compra de las tierras por parte del tal Zenón (que era un rico ganadero) fue 1887 y se estima que las primeras construcciones datan de 1891. Un pueblo como tantos, medio adormecido, del origen del cual sus habitantes poco sabían hasta que hace unos años empezaron a atarse algunos cabos. Entre 2011 y 2012, cuando algunos pueblos comenzaron a sumarse al programa “Turismo Rural” los pobladores de Zenón Pereyra quisieron incluirlo en ese plan. Presentaron fotos de los puntos más representativos, las vio un arquitecto italiano especialista en la recuperación de edificios antiguos y les dijo: ‘acá había masones’. Y había. Era algo tan claro que nadie se explica cómo no lo vieron antes. En primer lugar, un pueblo olvidado en medio del campo no suele tener las señoras mansiones que se ven en este. Unos castillos enormes y sólidos, que resultaron estar llenos de símbolos masónicos. Por otro lado está el diagramado original de 33 calles que empiezan todas desde el número 3 (calles que no fueron construidas en su totalidad, dado el magro número de los residentes). El propio Zenón pertenecía al grado 33 de la masonería, y en muchos documentos antiguos del pueblo se aprecian las firmas de él y otros notables con los tres puntos característicos, aunque ninguno de los descendientes supo nunca que sus antepasados ( de origen italiano o suizo-alemán) pertenecieran a esa logia. Díganme si no les dan ganas de empezar a recorrer pueblitos y de charlar con los pobladores sin prisas, al solcito del otoño, hasta que poco a poco vayan saliendo a la luz las historias como esta.




Tsundoku es una palabra japonesa que refiere a la obsesión de comprar libros y más libros, la mayoría de los cuales no se leen y terminan apilados en los estantes o en el piso. ¿Es un hábito propio de nuestra sociedad de consumo, siempre más interesada en haber leído el Quijote que en estarlo leyendo, al decir de Dolina? ¿O la acumulación es un reflejo de nuestro deseo de aprender, y entonces en vez de culparnos por acumular libros nos deberíamos sentir orgullosos por ser espíritus inquietos y sedientos de conocimientos? ¿Y si solo compramos muchos más libros de los que vamos a leer para tranquilizarnos con la idea de que tenemos todo el tiempo del mundo por delante? ¿Eh? Nada, eso. Sigan tsudonkeando, nomás, que mañana nos vemos en la calle Paysandú. No se olviden de llevar bolsa.




Bueno, bueno, bueno. 19 de junio. Me golpean la puerta. Abro por la ventana. Un vendedor. Rubiecito, amable, veinteañero. _ Hola. - lo saludo. _Buenos días, vecina. -me dice él- Feliz día. ... ... ... Todavía no sé si solo me estaba saludando o si me dijo abuela. Mejor no preguntar.





¿Ustedes sabían que Buenos Aires una vez tuvo playas? Yo me acabo de enterar que hasta la década del 70 esta gente pudo meterse en el río, tocar el agua, caminar por la arena (que no era mucha). Después vinieron proyectos de "ganarle espacio" al río que lo convirtieron en un gigantesco depósito de escombros resultados de cuanta cosa se hacía (o sucedía) en la ciudad, en la que ahora solo pueden mirar el agua desde lejos, salvo en la zona de la reserva ecológica. Más miro para enfrente, más me gusta Montevideo... Nosotros también perdimos algunas playas, pero por suerte mantenemos ese pulmón maravilloso de encuentro con el río que podemos disfrutar invierno y verano, aunque muchos no nos metamos al agua desde el siglo pasado (o desde un par de décadas antes, en verdad). Pero ahí está. Por suerte.




Cuando camino por la playa de Valizas no me resulta fácil ubicar el lugar donde estaba mi rancho. No hay árboles en la costa, y de los vecinos de los años 90’ ya no queda ninguno. En el mapa, en cambio, parece sencillo meter una flechita entre la cañada y la explanada arenosa de la duna blanca y decir que ahí estaban mis ventanas de colores, los sapos amigos, la hamaca paraguaya y los restos de naufragios anteriores. Ahí estamos. Los invitaría a pasar, pero solo van a poder verlo del todo si estuvieron antes, en su etapa material. De lo contrario créanme que era el más lindo de Valizas y que no hay ola ni océano capaz de terminar con los recuerdos. Ya no volveremos al rancho, pero no importa, porque aunque sea por otras calles y otros paisajes seguimos y seguiremos caminando.




 Desperté con una sensación de abatimiento que pensé que me iba a durar varios años. Miré a mi alrededor: todo  estaba en orden en mi casa. Traté de recordar: todo estaba en orden en mi vida. Y ahí me vino a la memoria  una imagen del sueño de la noche: había habido elecciones y había ganado el viejo Lacalle. Yo no entendía nada, me esforzaba por sobrevivir a ese desastre y hacía una afirmación positiva atrás de otra, pero la noticia era un mazazo y terminó por invadir el despertar de la mañana. 
No voy a decir que estamos bien, pero no saben la alegría que me dio el tomar conciencia de que no tendríamos al Cuqui padre en el gobierno por los próximos 5 años!
Esto (que no es un sueño aunque tiene todo el sabor de una pesadilla) también va a pasar.



Se me ocurre buscar algo y google me corrige: no sé dice “cáscaras de limón”, se dice “cascaritas”, solo para ofrecerme tres páginas, dos de las cuales me dan la razón en la búsqueda. 
Me siento como en esas conversaciones en las que el interlocutor siempre te dice “¡no!”, aunque esté de acuerdo contigo. El ejemplo cotidiano es mi vieja:
_¿Mucho frío por ahí?
_Noooo… Un frío terrible. 
_ ¿Y tus gatos están adentro?
_¡No! Los cuatro arriba de mi cama, los muy friolentos. 
Y así. 
Por eso no me molesta que google pretenda corregirme: estoy acostumbrada.





Mariano Sigman nació en 1972. Se licenció en Física, hizo un doctorado en Neurociencia en Nueva York y se especializó en Ciencias cognitivas. Es un capo, de verdad, lleno de reconocimientos a nivel académico, valorado por su labor en la difusión científica de temas relacionados con la neurobiología, además de ser miembro del consejo científico del programa "One Laptop per Child". 
Hoy lo escuché en un programa de radio. ¿Qué hace Sigman ahora? Canta. Después de una vida de no saber nada de nada en relación con la música ahora Sigman acaba de sacar un disco, del cual ha compuesto la música y la letra de todos los temas (en uno de los cuales lo acompaña Jorge Drexler, otro emigrado del palo de la ciencia). 
¿Será que ha nacido una nueva estrella en la escena musical del siglo XXI? Quizás no, pero Sigman quiere cantar, y canta. Tiene cuarenta y pico de años, se tira al agua en un territorio que le resulta prácticamente desconocido, y canta. 
Me pregunto cuántos de nosotros podríamos sacar un disco (publicar un libro, sembrar flores, cocinar, dibujar, hacer videos, exponer nuestras obras) si tan solo nos animáramos a enfrentar la posibilidad del fracaso o el fantasma omnipresente del qué dirán los que me conocen si me atrevo a. Me pregunto.



A veces Montevideo bosteza y se estira lánguida bajo el sol del otoño. La tarde de domingo se hace playa. Las personas pasean con perros que mordisquean pelotas, se meten al agua y tratan de asustar gaviotas. En la arena restos de macumbas y miles de hojas marrones y amarillas. Algunas flores blancas. Caracoles del tamaño de una letra. Una garza blanca trata de pescar entre las rocas. Cuando el cielo se hace rosado para un lado y naranja para el otro todos nos ponemos a sacar fotos y soñamos con la imagen perfecta. Somos los mismos de siempre, los eternos. Los que no se conocen y tampoco se miran. Los domingos de tarde en Montevideo el tiempo se detiene y de la ciudad solo vemos un horizonte de líneas desparejas. Los domingos de tarde en Montevideo solo existen el mar o el rio (según a quien le preguntes), la isla, las aves, el cielo, las huellas del agua sobre la arena y millones de caracoles tan chiquititos que pocos podemos verlos. Pasado el crepúsculo las figuras humanas nos vamos poco a poco acercando a los escalones que aguardan nuestro regreso. Cuando por fin se van desvaneciendo los colores subimos a la rambla, empezamos a mirar las 152 fotos de las últimas horas y algo en nuestro interior nos hace pensar en un té de limón bien caliente y en el regreso a un hogar sin islas ni olas pero con una luna finita y muy blanca para mirar por la ventana contra el cielo casi negro de la noche. A veces Montevideo es la ciudad más linda del mundo, sobre todo los domingos de sol y sin viento en el otoño.




"¡Qué vidrios se me clavan en la lengua! porque yo quise olvidar y puse un muro de piedra entre tu casa y la mía. Es verdad. ¿No lo recuerdas? Y cuando te vi de lejos me eché en los ojos arena. Pero montaba a caballo y el caballo iba a tu puerta."
Bodas de sangre (Lorca).
"El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y al hacerse, habla y grita, llora y se desespera. El teatro necesita que los personajes que aparezcan en la escena lleven un traje de poesía y al mismo tiempo que se les vean los huesos, la sangre."
(Y una aquí, en un rincón del mundo, leyendo a este hombre y soñando con volver al teatro, con volver a escribir, con volver a sentir un amor de esos que no se olvidan. El miércoles está a punto de comenzar. Tiempo de alimentar a los gatos e iniciar el primer zoom de la mañana.)



Hace unos días le contaba a alguien (no recuerdo a quién) que una de mis peores pesadillas de la infancia era que la tierra se abriera y me tragara. Había leído un artículo en Selecciones llamado “La noche en que se abrió la tierra” donde se describía el horror de una ciudad de Estados Unidos en que varios agujeros surgieron de pronto en medio de las sombras de la noche, creando pozos enormes en los que varias casas habían caído hasta el mismísimo Infierno (creía yo) o por lo menos varios metros (decía la revista). Después crecí, asumí que todo aquello había sido una fantasía propia del nivel de las Selecciones y olvidé el tema, hasta que en un viaje a Massachussets, yendo a Salem, alguien señaló en el paisaje varios sinkholes (en español vendría a ser sumidero o socavón) y comentó como al pasar que ese no era un fenómeno desconocido por aquellos lados. Son fáciles de explicar: el agua subterránea crea cavernas que con el tiempo terminan por hacer colapsar el suelo de la superficie. Listo: la pesadilla atávica estaba reviviendo, y cuando una pesadilla atávica comienza a revivir qué mejor que poner “sinkhole” en YouTube para darle color y sonido. Oh, my. Hoy acabo de ver una foto en Instagram: un sinkhole de 91 metros de diámetro se abrió el sábado pasado en Puebla (México). Comenzó por tener 4.5 metros de diámetro, pero siguió (y sigue) creciendo. De hecho, vi una foto en la que el agujero ya llegó a la esquina de la construcción que se ve a su costado.
#miedo #uruguayeselmejorpaís #sientouncrackycorro





1
_ En el Salmo 1, entonces, el hombre justo es comparado a un árbol plantado cerca de agua. Pensemos en el simbolismo del árbol, la copa elevada al cielo, las raíces clavadas en la tierra... ¿Saben que las plantas no son las únicas que tienen raíces? Los hongos también: tienen una estructura muy compleja, similar a una raíz, que se llama micelio.
_ Profe, nada que ver, pero el fin de semana estuve en el campo y vi una cosa rarísima. ¿Nunca viste un hongo que es rojo, tiene forma de estrella y huele espantoso?
_ ¡Ah, sí! Es re siniestro ese hongo. No sé cómo se llama, mejor no tocarlo, por las dudas. Parece una planta carnívora.
_ Sí, debe ser ese mismo. Pará que te mando una foto por mail.
2
_ Bien, ahora que estamos todos, vamos a empezar con Borges...
_ Pará, profe, antes de arrancar la clase: ¿nos mostrás tu diente?
_ ¿Qué diente?
_ El que tenés ahí en la biblioteca, que le mostraste a los de Ingeniería la semana pasada.
_Ah: la muela de mastodonte. Miren, es esta.
_Wow.
_Pero les aclaro que yo no me robé ese fósil del museo de Soriano, ¿eh? Lo encontré en la playa.
_ Sí, sí...
3
_ Profe, ya pongo la cámara, esperá que termino de desayunar, porque si no me estoy moviendo, llevando las cosas para lavar a la pileta, y no da.
4
_ Qué lindo tu perrito!
_ ¿Te gusta, profe? Tengo diez.
5
_ Profe, ¿puedo preguntarle algo al practicante?
_Sí, claro.
_ Sacame una duda. ¿Vos salís en los Bubys?
6
_ ¡Qué lindo tu gato!
7
_¿Estás más rubia?
8
_ Profe, vos como docente, ¿no sabés cuándo van a volver las clases en el liceo?
...
Y de vez en cuando también damos clase de Literatura.