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viernes, 17 de abril de 2020

Historias de la cuarentena, 31. Prioridades



1

Apenas desperté esta mañana supe que había tenido un sueño importante, pero no pude recordar el tema. No había sido una pesadilla; era algo agradable. La sensación, pasadas las horas, continuaba siendo positiva, aunque inasible. Durante la mitad del día traté de recuperar alguna imagen, sin lograrlo. Por la tarde, yendo al supermercado, escuché de pasada la frase de un veterano que charlaba con dos hombres en la puerta del gimnasio:

_ ¡Eso que decís es como lo que le pasó a Rodríguez, que le apareció una hija en Salto!

Y ahí me acordé: había soñado que tenía una hermana, de cuya existencia acababa de enterarme, que no vivía en Montevideo y que había aparecido de sorpresa en la vida de mi viejo. Rodríguez.



2

Salía a caminar a las ocho y media de la mañana cuando en la esquina de mi casa saludé a una señora que hacía días que no veía, una viejita amiga de mis padres con la que de vez en cuando me paro de charla en la vereda, al mejor estilo de cuando yo era chica y el tiempo no importaba.

_ ¿Cómo andás, Teresa?

_ Bien, m’hija. ¿Y vos? Decime, ¿de casualidad no precisás tierra?

Tragué saliva y quedé dura. Hacía cinco minutos, justo antes de salir, había encontrado una caja de semillas de pasto que compré el año pasado en Beltrame, y me había planteado si debería comprar tierra para taparlas una vez que las sembrara.

_ Siempre preciso. ¿Tenés?

_ Sí, m’hijita. Ayer estuvieron mis hijos limpiando el fondo y sacamos una cantidad de bolsas, de esas de albañil. Están en mi frente, llevátelas nomás si te sirven, que yo las iba a tirar.

Miré para su casa y respiré con opulencia: ahora sí podía proceder a la siembra. La tierra era negra, húmeda y abundante. Terminé pasándole dos bolsas a un vecino que las miró con cariño, y tirando otras cuatro en el cráter de la vereda. Ya hacía un par de años que nos había quedado una suerte de paisaje suavemente ondulado, después de que la OSE estuvo tratando de mejorar la poca presión del agua en el repecho de mi calle, porque se fueron y dejaron el pozo ahí, al desnudo. Con la tierra de Teresa no lo tapé del todo pero llegué casi a nivelarlo. Tiré también una bolsa entera en mi frente, que hace años que solo da una gramilla de hojas tristes y flacas. Sobre ese manto esparcí las la bolsita de semillas de pasto (curiosamente celestes) y después las tapé con más tierra, que venía con montones de hojas secas y tres o cuatro lombrices perezosas.

Ojalá los gatos del barrio entiendan que este no es el nuevo baño social, y ojalá también que no me nazcan pastos celestes, porque no combinarían con el color de los ladrillos.







3

Salí por fin a caminar luego de las labores de jardinería. Todavía no eran las nueve y media, y no había personas ni autos circulando por la avenida, excepto un hombre. Era un amigo de mi padre que desde hace años me mira con expresión interrogativa, como cuestionándose si no será que me gustan los señores mayores.

Iba paseando a su perro, y al cruzarnos preguntó:

_ ¿Nos caímos de la cama hoy?

Otro nabo, pienso, y salgo del paso respondiendo cualquier cosa. Igual que la vieja de enfrente, que solo sale de su casa para pasear a tres pequineses meones y hace un par de domingos me preguntó qué hacía levantada tan temprano. Por qué no se irán a la puta madre que los parió ella, los pequineses y el amigo de mi viejo. Esta gente nunca me ve de mañana, porque cuando abren sus ojitos de jubilados y empiezan a pensar en preparar el mate yo ya estoy dando clases en el IAVA o llegando a Florida.

Me tiene harta la soberbia de la tercera edad.

Yo nunca voy a ser como ellos.

Sigo caminando por la ciudad desierta, cuidando de no tropezar con las baldosas flojas de la vereda. En cualquier momento empiezan a caer unas gotas pero no importa, porque ando con paraguas. A la vuelta voy a pasar por la farmacia a comprar Bucoseptine para la garganta, que me tiene mal. Por suerte traje algo de plata; siempre es mejor ser precavido.





4

Mi amigo el mecánico estaba charlando con dos veteranos cuando pasé por la esquina de su casa. Al parecer el partido con Progreso era la gran incógnita de la tarde, pero apenas vio que me acercaba bajó la vereda y vino a charlar de recitales, de la acústica del Antel Arena y de cómo nos perdimos a Las Pelotas ayer, en el Museo del Carnaval.

Hace más de media vida que nos conocemos, y solo sabemos hablar de música y vacaciones. Me pregunto si algún día tendríamos que cambiar de tema, aunque no estoy segura. Me da un poco de pereza, pero igual me pregunto.





5

Encontré un naipe tirado en el camino: estaba dado vuelta, y solo tenía una frase escrita en letras rojas sobre fondo blanco, que decía "Decídete y hazlo".

Odio las instrucciones incompletas.

Entré al supermercado; compré dos cajas de sobres de capuchino y un paquete de galletitas de chocolate.



6

En tres días tengo la defensa del trabajo para el concurso de CFE al que me presenté hace siete meses.

Debería haber estado todo este sábado encerrada estudiando.

Esta microhistoria anula todas las anteriores.

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