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lunes, 13 de abril de 2020

HIstorias desde la cuarentena, 28. El hielo





“Siempre me siento más solo cuando hace frío. El frío del exterior me hace pensar en el de mi propio cuerpo. Me veo atacado desde dos frentes. Pero yo no dejo de oponer resistencia contra el frío y contra la soledad.”

Terminé de copiar y pegar el texto de Mankell y respiré aliviada: por lo menos había cumplido con la primera parte de la consigna, yo, que hacía un mes y pico que no estaba aportando nada en el taller. Teníamos que compartir un comienzo de texto que consideráramos muy bueno, y relacionarlo luego con algo nuestro. Después de copiarlo traté de mover el brazo adentro del yeso, pero no pude. Mierda. Odio tener la mano dura y con clavos, odio que se me incrusten cosas en la muñeca, odio que se me duerman los dedos y especialmente odio que solo hayan pasado dos semanas y falte una eternidad para el fin de esta cosa.

Cuando quise pensar qué escribir empecé a oír una queja profunda que venía desde el patio. Apagué la computadora y escuché: el gato. El gato viejo peleando en el muro con un gato joven. Pobre viejo. El otro es ágil, fuerte y decidido, y el mío está hecho pedazos y siempre lleva las de perder. Flaco, de orejas lastimadas y ojos llorosos. Fui a la cocina, abrí la puerta y corrí al pendejo, aunque no con violencia, porque me cae bien. Es un hijo de mi gata, según me dijo hace unos días Pedro, el veterano canoso y pelilargo de la esquina.

_ Se llama Serenito porque es hijo de Serena.- agregó, y yo pensé hay que joderse, cómo le vas a poner esos nombres a unos bichos que no tienen voz ni voto, a vos se ve que te pegaron mal los floripones que tenés en la vereda; con razón tus animales terminan siempre agregados en mi casa y aceptando los nombres que yo les pongo. Matilda. La gata es Matilda, el viejo es León, y el gato joven no sé, pero olvídate de Serenito, que este es bicho y no postre.

Una vez conjurado el peligro territorial cuando corrí al intruso, el viejo abandonó su fingida postura de patriarca de las alturas, emitió un maullido lastimero y bajó a comer a la cocina.

La noche volvió al silencio y yo al teclado, pero me cuesta escribir con el yeso, y paso por todos los estados entre rabia, impotencia y autocompasión. Los dedos, duros por la falta de costumbre, hace tiempo que dejaron de obedecerme. Intento decir cosas mientras ellos van inventando espacios y suprimiendo consonantes, hasta que la pantalla se llena de líneas rojas y estoy a punto de largar todo. De repente, un escalofrío. Empiezo a estornudar y no paro. A lo lejos se pone a ladrar un perro. Él tampoco para. Me dan ganas de arrancar a ladrar yo también. Hay una negrura helada en la casa vacía, y cualquier cosa es mejor que este silencio.

Reviso papeles buscando un poema que capaz que me da pie para escribir algo. Encuentro recortes, dibujos, teléfonos de gente que nunca conocí, fotos, cartas de Buenos Aires, entradas a recitales, programas de teatro. Paso todo delante de los ojos sin detenerme en nada, porque sé que no podría soportarlo. El poema debe estar por ahí, manuscrito, pero no tengo paciencia, y abandono. Hablaba del amor, de eso sí que me acuerdo. Hablaba del amor y de decir te quiero, y en verdad si me esfuerzo un poco sé que soy capaz de recordarlo, pero no.

Dejé de estornudar, al fin. La mano duele más que antes, y desisto de escribir. Releo a Mankell; pienso que podría simplemente copiarlo, y así todo sería verdadero.

“Siempre me siento más solo cuando hace frío. El frío del exterior me hace pensar en el de mi propio cuerpo. Pero yo no dejo de oponer resistencia contra el frío y contra la soledad. La cobardía ha sido siempre para mí una fiel compañera. El mar está helado. No sé qué me espera”.

Dejo de copiar y pegar, vuelvo a la cocina y preparo un café. El gato viejo me mira desde su nido en el sillón con la mitad de un ojo soñoliento. Todavía no entendió que sus días de dominio han terminado.

_ Somos dos, viejito -. Le digo despacio, mientras toco al pasar su cabeza llena de cicatrices- No estás solo.

Él no dice nada, vuelve a cerrar el medio ojo y sigue durmiendo.

2 comentarios:

  1. Gracias por tus letras hilvanadas, justo ahora, cuando pasa algo que quiere "borrarnos de pronto"...

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