Vistas de página en total

viernes, 3 de abril de 2020

Historias de la cuarentena, 18. Los viejos




Mis padres se conocieron en Melo, en una primavera de hace 57 años. Habían ido a un baile del centro y cuando se pusieron a charlar resultó que, siendo ambos de Cerro Largo, en ese entonces vivían a seis cuadras de distancia en el mismo barrio de Montevideo. Quedaron en verse al otro día en la plaza, solo que no fijaron bien en qué banco iba a ser la cita y se desencontraron. Esa tarde una paloma le cagó al Cele la única camisa celeste. Dicen que trae suerte, aunque ellos todavía no lo sabían.
Dos años después se casaron, un 12 de setiembre. En las fotos se los ve jóvenes y nerviosos, Mi vieja no llegaba a los cincuenta kilos, y mi padre por ahí andaba. El obrero metalúrgico y la limpiadora pasaron unos días de luna de miel en Mercedes , antes de irse a vivir a una casita minúscula por la calle Instrucciones, casi cayendo del mapa de su ciudad adoptiva.
La memoria del Cele anda medio arisca últimamente, pero de eso no se olvida. Él nunca le regala flores a mi madre: prefieren cuidarlas juntos y verlas crecer en su pueblo lleno de gatos y de perros. El suyo es un pueblo de soles y de lluvias, recostado a una laguna que no tiene relojes.
Ahora dicen que están en cuarentena y solo salen una vez por día a caminar por la playa vacía. No hay nadie en las calles, nadie en los almacenes ni en las casas cerradas. Viven a una vida de Montevideo. En medio de esta locura solo se tienen uno al otro, pero no los asusta. Estar juntos es que siempre han hecho, al menos desde ese baile de Melo que decidió mi existencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario