Vistas de página en total

jueves, 9 de abril de 2020

Historias desde la cuarentena, 24. No se va.





Ellos eran dos adolescentes, sentados uno frente al otro en el fondo del 103 que va al km 23 de Camino Maldonado. Uno era un rubio pálido y prolijo de unos 16, y el otro un morocho de bases llamativas, campera turquesa y gorro de visera, un par de años mayor que su amigo. Charlaban a los gritos, como para ser escuchados por todos los pasajeros. Era casi medianoche, nadie más iba hablando en el ómnibus y muchos de los asientos estaban vacíos. Yo iba sentada en la última fila, y no había manera de que no oyera lo que los dos gurises iban diciendo.

Empecé a prestar atención cuando el mayor contó que estuvo a punto de robar una bicicleta a la que unos vecinos estaban dejando en el frente de la casa sin candado ni nada, como si quisieran que se la llevaran, pero justo en esos días alguien le ganó de mano y él no sabía quién.

_ ¿Y vo' ubicá' a la parda Yané?- preguntó en ese momento el rubio.

_ ¿A esa? ¡Cómo no la voy a ubicar!

_ ¿Vo’ sabé' lo que hace ahora la Yané? Va a mi casa, deja el monedero en la mesa, ahí, a la entrada, y cuando se va a ir se pone a llorar, que le faltaron 300 pesos.

_ ¿Y le faltaban?

_ ¡Yo qué sé! Se hace la viva, se hace. Como vio que yo estaba de vuelta en lo de mi vieja se aprovecha, porque sabe mis... mis antecedentes.

_ ¿Y tu vieja qué hizo?

_ ¡Le dio los 300 pesos!

El rubio terminó de hablar y se quedó un momento mirando por la ventanilla:

_ Mirá cuánta gente en 8 de Octubre. Ta bueno para hacer una razzia ahí... ¿sabé cómo comemo'?

_ Tas loco, gil... Terminamos en Gobernador Vigodet, en la 15. Dejá...

Siguieron la charla, que ahora se puso más personal. El morocho le contó al otro que había vivido en un montón de casas, algunas veces con familias de amigos, en barrios "plagados de cantes", donde "por la noche la cosa se pone tensa". El otro comentó que siempre se reía porque por lo blanquito que es nadie desconfía de él.

_ Al contrario... Me ven por el cante y todos dicen "¿y este cheto? ¿Qué hace acá este cheto?"

A las cuadras se pusieron a gritarle a un amigo que iba por la vereda de enfrente: el Alfajor, con quien cambiaron un alegre saludo de reconocimiento. El apodo del Alfajor le hizo acordar al "cheto" de la torta de cumpleaños que había comido ayer antes de dormirse. Hacía años que no probaba algo tan rico. Ojalá hubiera quedado algo para hoy, pero imposible. Ni las migas. Después se pusieron a comentar de un amigo de los dos que se jactaba de robar Abitabs y Red Pagos, pero ellos no lo creían capaz y suponían que era puro chucu.

La charla ameritaba seguir por ese camino hasta el km 16, adonde iban, pero cerca de mi parada el diálogo cambió de tono y de temas cuando en la Caminera subieron al ómnibus tres uniformados que se quedaron de pie, en el fondo. Sin bajar el volumen, el rubio y el morocho se pusieron entonces a contar cosas inocentes del fútbol, el barrio y los amigos.

Bajé del 103 con una sensación agridulce. 


¿Cómo habría sido mi historia si la hubiera vivido a los saltos con familias ajenas, en barrios peligrosos, siendo objeto de la desconfianza de los demás y soñando con tener una vez al año una porción de torta de cumpleaños para comer antes de dormir?

Jodida. Habría sido una vida jodida.

¿Y si yo hubiera sido la víctima de un robo de alguno de ellos dos, cómo me sentiría?

Jodida. Me sentiría muy jodida.

Por eso la cosa esa agridulce no se va. No se va.

1 comentario:

  1. Inevitable sensación agridulce. ¡Cuánta injusticia tan naturalizada en el mundo que habitamos!

    ResponderEliminar