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domingo, 5 de abril de 2020

Historias desde la cuarentena, 20. Con el cuerpo más limpio que el alma



Estoy a punto de salir de casa después de un viernes como todos dónde no pude parar un momento salvo para hablar con mi madre y decirle que sí, que estoy bien, que mi vida anda bárbaro, que nada me preocupa y que ya iré a visitarlos el fin de semana aunque el viaje dure ocho horas, aunque en él se me vaya el sueldo y aunque por ir a su casa resigne un par de oportunidades de salir a aburrirme y comprobar que hace cien años que no soy feliz. No sé parar, no sé dormir, no sé si volveré a saber. Corro corro corro, corro el día, la noche, corro el ayer y el mañana sin parar ni pestañear ni pedir pido ni buscar manos alrededor porque no sé si las habrá y tengo miedo de quedar con la mía extendida en el vacío tanteando el aire. No sé cuándo empezó esta locura, solo estoy segura de no poder pararla o por lo menos frenarla, hacerla un poco amable, llevadera. Claro que hay voces y hay palabras, hay caras y hay sonrisas, pero todas van también corriendo. El tiempo en que nos miramos se diluye en el vértigo  y los cómo estás todo bien tu familia seguís siempre ahí hola chau qué tal buenos días nos vemos son siempre iguales, suenan a las mismas letras, al discurso inútil que aprendimos de chicos y nunca sirvió para nada ni para nadie. Yo gritaría que para qué me hablan si no saben quién soy ni yo sé de dónde salieron o adónde tienen ganas de llegar pero ni eso, un esfuerzo inútil, sería derrochar energía en este ambular a tientas y a locas, en ceremonias que no inventé ni quiero continuar. Tampoco ellos me importan. Todos estamos solos solos solos, y lo bueno es que a veces no lo sabemos o fingimos olvidarlo y nos dejamos llevar por la creencia en la posibilidad del amor que se refleja en el rostro de un amigo iluso, un viejito, un bicho. Sola con mi vida, con mis decisiones, con mis pensamientos, con mis domingos solos, con mis abriles solos, con mis horas solas y mis minutos que se diluyen. Estoy a punto de salir de casa. Junto a la puerta la bolsa de basura que dejé para tirar de camino hace una hora resulta que ha empezado a moverse. Quizá por el viento, porque afuera el mundo decidió ponerse en consonancia con mi sangre y todo se ha vuelto viento y agua. Hay pasos por la vereda. Cómo pueden sentirse pasos en medio del vendaval; debe ser alguien que exagera al pisar porque tiene miedo de no estar. Estoy a punto de salir de casa con mi mejor cara. Con el cuerpo más limpio que el alma. Total, a quién le importa el alma. 

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