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viernes, 10 de abril de 2020

Historias desde la cuarentena, 25. Media docena de citas


1.

El coche 2 de las 19.30 de CITA suele tener una fauna tan variopinta como estable. Está la señora voluminosa que tiene 18 gatos y me cae muy bien, está el veterano canoso de ojos claros que parece ser tan culto como aburrido, está mi compañera del CERP que da Inglés, se parece a mí y por lo tanto me cae bárbaro, está el profesor de tenis, que sube en la ruta con su ropa deportiva, su raqueta y sus pelos grises desprolijos, está mi compañero de asiento de hoy, un grandote treintañero que venía jugando algo en el teléfono, comentando cada movimiento en voz alta y ocupando parte de mi espacio, hasta que salimos a la ruta y me pasé al asiento de enfrente. Y está (siempre está) él. Alto, delgado, con voz grave, de barba, de mi edad. Él. Supe saber su nombre, pero lo olvidé. Él es el motivo por el que no es tan terrible tener que volver de Florida en la CITA de las 19.30, aunque se pase todo el viaje durmiendo y nunca le toque ir sentado conmigo.

El muchacho de enfrente me mira como con odio por haberlo abandonado pero no me importa, porque estaba invadiendo mi limitado espacio personal, y además no es él. Si lo fuera podría considerarlo, pero no es.

La CITA avanza mansamente por la carretera, con su fauna habitual y esporádica, incluyendo a la rubia de rulos que escribe y escribe como si no le importara nada del resto del mundo, aunque no es verdad. No es verdad.

La séptima semana de la cuenta regresiva continúa su avance inexorable y hay olor a pre pre pre primavera en el ambiente.



2,

La zona de los accesos a Montevideo es una imagen difícil de digerir, que tienta a zambullirse en un libro y no pensar demasiado hasta que la CITA sale al campo abierto y el aire puro de la ruta. Paredes grises, casas precarias, hacinamiento y miseria hasta donde la vista alcanza dejan en el alma del observador una pátina dolorosa, que dura hasta que el paisaje lo limpia un poco por dentro y se vuelve a reiniciar en el olvido.

En medio de la desolación hoy, sin embargo, un grupo de unos diez hombres y mujeres estaban comiendo algo, charlando y riendo sobre el pasto de la vereda, seguramente en su media hora del almuerzo, todos vestidos de uniformes anaranjados. Sentados casi en ronda se mataban de risa por algo, sin percibir la grisura del entorno, la proximidad de la lluvia ni (mucho menos) la mancha amarilla con letras rojas que cruzó en un segundo veloz por la carretera.

Dejeneur sur l'herbe, versión ruta 5. O tal vez 3, nunca me acuerdo.



3.

No es que se te vaya la vida en esto, pero pararte en Berro para bajar del COPSA en la próxima parada y ver que tu CITA se va en 5 minutos es algo así como un reto al destino. Hay varias cuadras por delante, dos semáforos y un millón de autos. Te vas a la puerta de atrás para ahorrar unos metros, llevás el pasaje ya en la mano y al bajar relojeás desde la vereda de enfrente el reloj de la terminal. 10.59, mierda, 10.59. Cruzás corriendo la calle, bajás los tres tramos de escalera rezando para no desparramarte en el piso, corrés esquivando gente y casas de comida y agradecés al destino cuando ves que el coche 1 a Florida está ahí, justo frente a la puerta, arrancando. Le hacés una seña, frena y te espera. Das las gracias al chofer, te desplomás en el asiento 9 y tomás la decisión de salir de tu casa más temprano el próximo jueves, pero sabés que esta carrera no se termina ni hoy ni mañana.

2016: Año del Sin Tiempo.

Hasta el 30 de Octubre quedan solo 12 semanas, sin contar esta.

Resistiré.

Creo.



4.

¿Viste cuando tenías que despertarte a las cinco y media pero pestañeás, ves de repente que son las seis y diez y te mandás una heroica levantada, vestida, ida al baño, lavado de dientes, armado de mochila, apertura de ventana del fondo, preparación de atún con antibiótico para una gata y de atún común para la otra, salís sin maquillarte con los rulos apenas tranquilizados y no te animás a respirar hasta que te instalás en el asiento 28 de la CITA de las 7.00 a.m. con un par de bizcochos y un jugo recién comprados como endeble sustituto del sacrosanto y nunca bien ponderado desayuno caliente de todos los días?

Bueno, así.



5.

_ ¿Si le digo que me estoy orinando parará el chofer?

La cara de mi compañero de asiento evidenciaba una urgencia más allá de toda posibilidad de contención.

_Eeeeh... No sé. ¿Tú vas a Tres Cruces?

_Sí.

_Faltan 15 minutos.

_Yo voy a preguntar.

Y allá fue. Y allá paró el bus en los accesos. Y si allá orinó o no no soy quién para decirlo ni pienso preguntarle, pero el señor ha vuelto a sentarse en el asiento de al lado.

CITA.

Un mundo siempre desconcertante.

Y sin baño.



6.

Cuando se apagan las luces del pasillo en la CITA comienza la hora de la verdad. La oscuridad de la noche y la aparente privacidad de los dos asientos por pasajero van produciendo una extraña alquimia en las cabezas de los que viajan de Florida a Montevideo.

El de atrás, por ejemplo, que al principio iba hablando de trabajo, de fábricas, de cómo encarar la vida y los negocios, el mismo que cuando su amigo se bajó en Mendoza se dio el lujo de decirle paternalmente "ojalá nunca cambies esa cabeza y sigas pensando así", ni bien quedó solo y a oscuras llamó a su mujer para hacerle una infantil escena de despecho que empezaba por "no te quedaste hasta que arrancó el ómnibus, te fuiste en seguida".

El de enfrente parecía tranquilo, dado que venía durmiendo, hasta que en cierto momento abrió un ojo y lanzó un sonoro "¡pero yo no puedo creer, recién vamos por Canelones, la puta madre que lo parió, por diosss!".

El de adelante, por su parte, es un compañero profesor del CERP de aspecto serio y discreto, si no fuera porque viene cantando algo en un pseudo portugués ridículo hasta lo indecible, con grititos y alaridos bajos dignos de no caer en el olvido.

Cuando se apagan las luces de la CITA se encienden las señales de alarma de cada loco suelto, pienso, y me pregunto en cuál categoría debería incluirme, aunque por un tema de estabilidad emocional prefiero no contestarme, por ahora, y seguir jugando solitarios y comiendo galletitas de limón y jengibre, de esas que vende Tienda inglesa, oferta especial por la Semana de Gran Bretaña, según dicen.


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