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miércoles, 8 de abril de 2020

Historias desde la cuarentena, 23. Crónicas de 103


1.

Ella no llega a tener 20 años; es grande, alta y robusta. Viste calza estampada y una prili rosada semi cubierta por chaleco abierto. Viaja junto a un joven cuya cara no logro ver porque duerme con la cabeza hundida en la manta que sostiene un bebé, que también duerme.

Detrás del joven, a mi lado, viene una nena de unos cuatro años, hablando todo el tiempo con la madre, que es la de la prili.

_Mamá, me duele la panza, pero no tengo ganas de vomitar.

_ Bueno, ahí tenés tu bolsita por las dudas.

Pasan dos minutos.

_Mamá, dejá de sacarle fotos al bebé, ¿querés?

_Vos no me digas lo que hacer.

_ ¡Pero no podés pasar todo el tiempo sacando fotos, nena!

Un silencio mínimo.

_Dame el paquete de los chicles-ordena la madre.

Cuando la nena se lo alcanza se le cae algo.

_ ¿Qué fue eso?- pregunta la mamá.

_Se me cayó el anillito.

_A ver si cuidás tus cosas.

_¡Lo estaba cuidando, mija! No hablés si no sabés.

La voz de la nena de cuatro revela un infinito cansancio y una permanente actitud de superioridad frente a la nena de veinte, que de todos modos trata de ganar la discusión de asiento a asiento:

_Si lo estabas cuidando no se te caía.

_Lo tenía en la mano. ¿No ves que no sabés?

Y así siguen, y van a seguir por años, hasta que la nena se haga adolescente y tenga sus propios hijos que a su vez la traten de naba y se permitan mandonearla, a no ser (quizás) que en el camino la educación que reciba fuera del hogar posibilite el milagro y el ciclo se rompa. Y en eso estamos.





2.

¿Cuántas veces se le puede decir al interlocutor que uno a medida que cocina va limpiando los utensilios? Para el señor que va en el asiento de atrás del 103 parece que son al menos seis.

"Yo voy usando y voy limpiando, voy usando y voy limpiando..."

SEIS VECES.

Todo lo cuenta con reiteraciones inmediatas. La mujer que va con él solo mete un "mjm" de vez en cuando, pero lo escucha.

¡Ah, el amor y sus cegueras temporales!





3.

El 103 vino lleno esta mañana. Voy parada en el fondo, junto a un grupo familiar compuesto por abuela con nieto sentados y madre de pie al costado. La abuela tiene en una mano un paraguas infantil verde fluorescente y con la otra lleva abrazado al nene, que tiene unos ocho años y viene con una gruesa campera encima de la túnica. Debe haberlo vestido la vieja, pienso, las abuelas siempre exageran con el abrigo de los niños. La mamá tiene unos treinta años muy mal llevados. Rezonga a la vieja por pasar comiendo caramelos y se baja en la Unión sin saludar, dejando al niño en mitad de una frase.

Abuela y nieto siguen su viaje, más abrazados que antes.

En unos años lo tendré sentado en mi clase, y ojalá que siga teniendo una abuela que lo abrace cuando la madre lo ignore y se vaya sin mirarlo, pienso, mientras llega la parada del liceo y bajo al encuentro de mis nuevos gurises, sin saber si vienen de abrazos o de abandonos, como todos nosotros.



4.

El ómnibus viene esta mañana con mucho espacio libre, pero sin asientos. Un veterano petiso y yo subimos en la cooperativa y nos ubicamos por el fondo. Al instante un morocho de rastas y de unos veinte años se levanta y cede su asiento al petiso, mientras su compañero a los dos segundos hace lo propio conmigo.

_Quedate, no hay problema.-acota el veterano, ya instalándose.

_No pasa nada, tranqui; nosotros somos jóvenes- contesta el de las rastas.

El que me da el asiento y yo no hablamos, pero intercambiamos una sonrisa.

No me queda claro si me acaban de tratar de vieja o de confundir con una embarazada, pero no tiene importancia. Lo que vale es la intención.



5.

Él es alto, morocho, de unos veinte años y con una dicción hiper cuidada, a diferencia de la mayor parte de sus colegas. Apenas se sube al bus nos impresiona su vestuario, enteramente de fucsia: blusa, saquito, pollera de picos y un par de alas a la espalda. Sí, es un muchacho con alas.

_¡Buenas tardes!- empieza su llamado de atención hacia los pasajeros amodorrados del mediodía- ¡Vengo para que puedas concederte un deseo!

Y comienza a ofertar caravanas y broches de pelo de variados colores. No veo si alguien le compra, pero ojalá le vaya bien, pobre hada veinteañera de fucsias desvaídos y alas que no vuelan.

Tranquilo, a paso de caracol, el 103 lo deja en alguna parada y sigue reptando por 8 de Octubre. Avanzamos casi a paso de hombre en medio del calor de los asientos y el aire sofocante, pero los pasajeros ya ni nos quejamos. Nuestras alas tampoco funcionan, y hace rato que dejamos de creer en los cuentos de hadas.

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