Vistas de página en total

domingo, 29 de marzo de 2020

Historias desde la cuarentena, 13. Omertá



_ Dale, empezá vos.
_ No, no. Arrancá vos. Yo no sé qué decir.
_ Yo tampoco.
Hubo una pausa. Andrés y yo nos quedamos mirando un par de puntos indefinidos en el horizonte demasiado cercano del sótano del taller. Alrededor empezaba poco a poco a crecer un rumor al principio indeciso. Había unas diez personas conversando de a pares bajo la consigna de elegir una culpa personal para contarle al de al lado. Las voces iban ganando en volumen y velocidad; lo que empezó siendo trabajoso ejercicio de verbalización terminó convertido en diálogo entusiasta. Se escuchaban preguntas, exclamaciones, cambios de tono. Era tentador zambullirse en aquel mar de peligros ajenos, cerrar el cerebro y dejarse flotar, pero en mi pequeño subgrupo de dos la consigna no iba encontrando ni media palabra.
Nos miramos.
_ Qué difícil que es esto.
_ No se me ocurre nada.
Sacudí el pelo como para volver a su sitio a dos o tres culpas que levantaban la mano pidiendo la palabra. No, no. Vos no. Vos tampoco. Vos ni te lo sueñes. 

Después empecé a hablar.
Mi historia no llevó más de tres o cuatro minutos. Le conté a Andrés la culpa de una vez que estaba sola en mi casa y dejé morir a una tarántula que se había enganchado en la persiana. Sé que estuve mal, pero tenía miedo y el miedo me había paralizado. Al final fue fácil contarlo, y además era cierto. 

Pero no era todo.
Andrés habló de su infancia en Artigas, de las salidas de gurises a matar pajaritos.
_ Hoy no lo haría- aclaró por las dudas de que yo lo estuviera puteando por dentro- pero en esa época era normal y a nadie le importaba. Capaz que sigue pasando, no sé. Igual yo justifico al que mata para comer, ¿eh?, pero nosotros lo hacíamos… no sé, por maldad, o porque había que hacer algo. Éramos chicos.
Mientras Andrés hablaba yo miraba las huellas del tiempo en las maderas de la vieja mesa del boliche donde teníamos el taller literario. No quería incomodarlo con un par de ojos inquisidores, aunque pareció que al final la historia le salió fácil. Probablemente era cierta, probablemente no era todo. Él también debe de haber estado diciendo “No, no. Vos no. Vos tampoco. Vos ni te lo sueñes”.
Cuando nos dimos cuenta el tiempo del ejercicio había pasado, y los dos seguíamos charlando. Nos sentimos mejor, ya podíamos aflojarnos y hablar de otras cosas. De vez en cuando nos llegaba el eco amortiguado de algunas palabras encerradas peleando para salir, pero no les íbamos a hacer caso. Solo faltó que nos diéramos la mano:
_ ¿Pacto de silencio?
_ Pacto.
En vez de eso Andrés me recomendó una película y yo le comenté algo de un cuento de Levrero. En cierto momento se hizo la hora de salida del taller y nos despedimos hasta el próximo martes. 
El peligro había sido conjurado, por el momento. Ya era tiempo de seguir con nuestras vidas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario