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viernes, 6 de marzo de 2020

Marzo 2020




Noticias desde la coronatena.
(sí, el nivel de pseudo humor se resiente día por día...)

Muchos comercios cerrados en mi barrio, algunos con carteles explicativos, sea del tipo "por razones de público conocimiento..." o "cerrado por estado gripal de la panadera, sepan comprender".

Verdulerías, panaderías y otros lugares atienden a través de una reja, por cuestiones de higiene.

Los viejos de mi cooperativa se siguen juntando a charlar bajo los árboles, con sus sillitas plegables ubicadas peligrosamente cerca (pero si se alejan no se oyen...).

Varios comercios con carteles de "no entrar más de dos personas a la vez, aguarde en la vereda, por favor". Movistar incluso armó un gazebo afuera, para dar sombra a sus clientes en el exterior.

Casi todos los bares cerrados o vacíos, excepto el boliche de viejos de Smidel y 8 de Octubre, que está al doble de su capacidad habitual (ignoro por qué).

Hay menos gente de lo común (aunque más que hace un par de días), excepto en un lugar, donde las personas se agolpan en la vereda haciendo colas de unas treinta (sí, las conté). Es el Bocata, el supermercado más barato de la zona. En general los clientes andan por sus pasillos medio rozándose, porque son muy angostos. Ahora se ve que limitaron la entrada, y la multitud aguarda afuera.

Y eso es todo desde esta zona de la ciudad.
Si van a quedarse adentro mirando redes sociales tomen un antiácido como medida precautoria. Ojo con la ansiedad, o salimos todos rodando. En caso de tener patio, aprovechen el sol, pero cuídense de los mosquitos. Y del cáncer de piel. Bueno, en fin. Hagan lo que puedan.




Voy camino a las oficinas del CES (que aún no han planteado trabajo no presencial). Dos personas en mi parada, calles bastante vacías, solo tres pasajeros en el Copsa, pero un montón en el Intercambiador, en la parada de los buses que llevan a Malvín, Punta Gorda y Carrasco. En este momento para un 306 y hay una cola de unas doce personas subiendo. Adivinen quiénes pueden ser. Obreros del Sunca no, es muy tarde. ¿Serenos? Muy temprano. La mayoría de la gente de mi barrio que se toma el 306, 111 o 402 a esta hora son empleadas domésticas, a las que se ve que es imposible dar unos días de reclusión en sus hogares (que no es licencia, es otra cosa). Y así llevamos y traemos al bicho, del casamiento al suburbio, a la casa de otros patrones, a la familia de la empleada, a todos lados.

#AprendéALimpiarTusCosas
#SaludosACarmela





La pseudo cuarentena y la psicosis colectiva hacen que la gente ande más por las redes y se muestre más activa.
Hace un rato compartí un meme (la foto del hombre que se cuelga del barral de la ducha como si fuera pasamanos del bus) que no solo no inventé sino que ni siquiera es de este país, y ya anda por los 500 me gusta y 17.000 compartidos. Por suerte esta cosa tiene un botón para "desactivar notificaciones", o ya estaba poniendo también mi perfil en cuarentena, hasta que pase. Como consecuencia de esto me llueven solicitudes que no puedo aceptar, porque no quiero abrir tanto esta vía de comunicación que al final solo me contacte con extraños (por más buena gente que sean).
Ta, era eso: simple constatación de que estamos todos alterados y deseosos de ponerle humor al tema, supongo que como pantalla para que la angustia se mantenga a raya. Tratemos de mantener esa posibilidad, a la vez que frenamos la realidad con seriedad y cuidados. Sí, yo también, ya sé. No debo ir al super solo a comprar vicios. No debo ir al super solo a comprar vicios. No debo... etc.
Se me cuidan, ¿ta? Todos ustedes. Un abrazo (virtual).






De la relatividad de los miedos
Paso todo el domingo sobrellevando como se puede el tema del qué pasará y cómo será y esas cosas, solo para que cerca de la medianoche descubra una araña enorme en el otro dormitorio y termine acuarentenada en el mío, con la gata Matilda por toda defensa contra el monstruo de 8 patas.
Díganme que la psicosis colectiva produce alucinaciones. No vivo con una araña enorme, solo la imaginé, verdad?
Oooom.





Reporte de domingo

Acabo de ir a Tienda Inglesa, más que nada para caminar un rato y salir de mi casa. Sí, aislamiento y todo eso, claro, pero caminar no hace mal, y calculen que las calles de la ciudad están desiertas (y más las de mi barrio), así que me crucé con muy poca gente, y toda a más de dos metros de distancia.
En la tienda, casi nadie.
Una promotora aburrida, ofreciendo muestras de yogures en vasitos descartables al mejor estilo de los tiempos de antes (¿se acuerdan, cuando no teníamos el virus?).
Cerca de la carnicería a un muchacho se se le rompió una de las diez o doce Nativas que tenía en el carrito, y empezó a gotear agua hacia el piso.
_ ¡Ay, qué susto!- dijo una viejita sonriendo- ¡Sentí algo que me salpicaba en la pierna y pensé que era el coronavirus.!
Cuando emprendo el regreso, a unos pasos delante de mí, una chica lleva la totalidad de sus mandados en las manos: 2 paquetes de ph de 8 rollos cada uno y dos de cocina.
Vuelvo a mi casa silenciosa y vacía (hasta que los gatos se avivan de mi llegada y empiezan a sitiar las ventanas), y dejo sobre la mesada todos los mandados de la tarde: una caja de capuchinos, otra de té de tilo y una barra de chocolate amargo Águila, de esas de 60% cacao. Lo imprescindible.
Que arranquen bien la semana, puedan o no puedan seguir en saludable aislamiento: paciencia, amor, carpe diem y mucho lavado de manos. Cuídense.




Minucias domésticas de la vida en Arbolito.
Se rompió la cisterna del baño. Llamé al sanitario. Le dije que ya que estaba me arreglara también una canilla, que pierde. Vino. Estuvo (literalmente) 5 minutos. "Ta pronto", me dijo. "¿Ya?", pregunté, incrédula. "El que sabe, sabe", contestó. Y estaba. Me cobró $500, y se fue. El que sabe, sabe.




Vengo por la cooperativa, cargada con las frutas y verduras que compré en la esquina, cuando veo venir en mi dirección al choborra del barrio. Sobrio, esta vez.
_ ¡Ya está, ya me la saqué! ¿Qué más querés, ahora?- escucho que grita, y en eso se cruza con otro vecino y le explica:
_ Nada, el perro este, el grandote. ¿Podés creer que cada vez que me ve con la gorra puesta me ladra como si no me conociera?
Miré adonde señalaba: un perrazo marrón que conozco de vista estaba mirándolo con la cabeza bien en alto, rezongando bajito, como en sordina, desde el costado de una anacahuita.
_ ¡Hola, gordo!- le dije al pasar, cuando se acercó a reconocerme.
El grandote me siguió unos pasos, olfateó la bolsa con los vegetales, dio media vuelta y se volvió a su puesto al lado del árbol. No me quedó claro si no me dio corte porque lo verde no es lo suyo o porque los rulos le caen bien (al menos los que vienen sin gorrita de visera).


#8M

Hace unos días charlaba con alguien sobre los peligros de salir con hombres que apenas conocemos.
_ A mí me preocupa que me puedan robar; eso a ustedes no les pasa porque no llevan a nadie a sus casas, pero a los hombres sí.- y al segundo se dio cuenta y agregó:- Claro, a ustedes las pueden violar.
Sí, amigo. Nos pueden violar, lastimar, matar, meter en una bolsa, descuartizar o asar a la parrilla. Ah, y también nos pueden robar, en cualquier lado.

No se dan cuenta. El problema es que no se dan cuenta. Aún los que son buena gente y de mente abierta, como mi amigo, no dimensionan lo que es ir por la vida siendo mujer. Muchos (por suerte no todos) creen que exageramos, toman un par de casos de mujeres que zafaron de un violador y ya creen que todas podemos, o dicen que si Nahir mató al novio o Fulanita mintió sobre un abuso ya eso echa por tierra la lucha feminista, y no. Y no.

Este es un día como todos. Está bien que la memoria, y el hecho desencadenante, y la visibilidad internacional y la marencoche, pero la lucha por la igualdad de derechos es hoy y cada día, hasta que terminemos de tirar (juntos) este patriarcado infecto manchado de sangre.

#NiUnaMenos


Sube una viejita de bastón al 103, a la altura de Pablo de María. Viene con una rosa blanca en la mano. Miro a la vereda: llena de mujeres con rosas blancas.
_ Por el día nuestro.- le dice la viejita a la compañera de asiento.
Levanto los ojos y veo de dónde salen las mujeres con las rosas: de la Iglesia Universal.
Sin palabras.



Hace dos o tres días que empecé a salir con la cédula en el bolsillo. Parece un detalle, pero no lo es.



Dos clases de amor
Él no tiene claro cómo demostrar el afecto. Ha tenido una vida difícil, viene de hambres, de heridas, desconfianzas. Se me acerca despacito y solo se queda en silencio a mi costado, esperando que yo dé el primer paso. Cuando le estiro la mano veo cómo se le iluminan los ojos y acerca su cabezota para que lo acaricie. Es bruto. Si le gustan los mimos y dejo de hacerlos me tira un zarpazo, para que siga. Es incapaz de tirarse de panza, y no sabe saltar a la falda.
Ella también viene de la calle, pero es un saco de mimos. Debe haber sido criada por niños, imagino al verla estirando todo el tiempo la mano para que yo la acaricie. Si demoro más de un segundo ya me pega el grito; maúlla para cada cosa que quiere, sea comer, salir o ser adorada. Es muy querible, y lo tiene más que claro.
En el medio de ambos yo, la humana. Quiero que me quieran, como todos, pero no termino de decidir el procedimiento: soy él o soy ella, según el día y según la circunstancia. Tengo mis grises y mis blancos, mis virtudes e incapacidades. No me gusta el atún ni soy capaz de dormir 16 horas por día pero, en el fondo, debo ser un gato. Uno que viene de la calle.




Primer día de clase. Actividad para que los estudiantes de cuarto que recién entran al IAVA se vayan conociendo: tarjetitas con preguntas relacionadas o no con la materia. Lleva diez o quince minutos, es una manera de romper el hielo y motivarlos a tomar la palabra.
No sé cómo será en otros liceos, pero el mío me deja (como siempre) de boca abierta. En cada grupo son mayoría los que han leído mas de 3 libros en las últimas vacaciones. La mitad prefieren leer a ver televisión. Ocho o diez escriben. Casi todos estudian algo mas; algunos nombran tres o cuatro cosas, generalmente del área artística (fotografía, plástica, audiovisual, ballet, entre otras). Varios tienen su propia banda (y no de cumbia). Se pelean para tomar la palabra. Están contentos de venir al IAVA, y los comprendo tanto como si yo hubiera estado en el mismo lugar que ellos, hace ya (algunos) años.



Nada, era eso. Empecé las clases, pero no se terminó el recreo. Muy por el contrario: acaba de comenzar.





_ Al final por ahorrarte $200 te tenés que comer una cola de 40 personas.- dice un patricio millennial.

_ Sí, ni ahí. Vamos al otro.- concuerda su amigo, saliendo del supermercado.



“Por ahorrarte $200”, me queda resonando en la cabeza. Como si fuera poco. Como si mucha gente no tuviera que cuidar sus $200, para que se estiren y duren. Los miré salir, apurados, y seguí haciendo la cola, que no era de 40 personas sino de 4 o 5, pero bah. Cada uno hace con su tiempo lo que quiere (o lo que puede).







Cuatro de la tarde. 1º de marzo con calor de 2 de enero. Domingo. El almuerzo ligero ya era solo memoria en mi sistema digestivo cuando encaré las dos cuadras hasta la panadería más cercana y fui hasta Camino Maldonado en busca de algo dulce.
Venía de regreso, casi llegando a casa, cuando un hombre que subía el repecho de la cooperativa en bicicleta pegó un grito a mi costado:
_ ¡No podés estar igual! ¡No podés!
Lo miré: era un desconocido (lo cual en mi mundo de recuerdos difusos no quiere decir gran cosa), alto, flaco, de unos cuarenta y algo. Por una vez en la vida no intenté disimular que sabía quién era el interlocutor y le dije que no lo ubicaba, pero no le importó. Se sacó los lentes de sol y siguió haciendo exclamaciones, casi para sí mismo.
_ ¡La profe de Literatura! ¡Qué hija de puta que sos, estás igual! ¡Y estás buenísima! ¿Qué hacés que seguís siempre así?
Más allá de que hasta ahora es la primera vez que un ex alumno me dice en la cara que soy una hija de puta ("con respeto", aclaró), la situación era de lo más graciosa y tuve que largar la carcajada. Había sido estudiante del liceo 14, allá por 1993 o 1994, no le iba bien en mi materia y yo no lo ubicaba ni de cara ni por el nombre.
Me dijo un par de veces más que no podía creer que yo siguiera siendo la misma, preguntó si estaba casada (cosa que enredé para no responder, por aquello de nunca un ex alumno, tema que me podría cuestionar, pero en fin) y siguió viaje en la bici, mientras yo volvía a la frescura de mi casa con una sonrisa en la cara y en las manos media porción de torta de menta y chocolate para acompañar el café. Y acá estamos.
Lejos de la Plaza Independencia. Lejos.
Y siempre igual.

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