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domingo, 10 de mayo de 2020

Historias desde la cuarentena, 44. Dionisio, todavía





A mitad de la tarde de la primera jornada treintaitresina de hace unos años estaba sentada esperando a un muchacho que me iba a imprimir un plano de la ciudad, cuando entraron dos veinteañeros y se pusieron a mirar las vitrinas del museo. Uno de ellos se quedó viendo la foto de un niño de pocos años. Era una imagen antigua, como de 1900.
_ ¡Mirá!- dijo, con el tono de quien reconoce a un personaje famoso- Dionisio Díaz. Qué fraude. Cuando me enteré que nos habían contado la historia toda mal no podía creerlo.
_¡No jodas! ¿De verdad no fue como siempre dijeron?- salté, sorprendida, casi sin darme cuenta de mi intromisión en charla ajena. El muchacho me sonrió y siguió hablando, mientras señalaba la fotografía como quien esgrime una prueba contundente.
_ Es la pura verdad, el profe nos explicó: siempre nos contaron todo mal. - dijo, y me dejó pensando.
Los dos gurises abandonaron el museo, en tanto las ponencias de la jornada continuaron transcurriendo con buen público salvo la última de la noche, que competía con una presentación estudiantil en el salón azul y solo tuvo una veintena de asistentes, todos de cuarenta para arriba, entre ellos, yo.
El tema era la verdad sobre el caso Dionisio Díaz, “un lirio en el pantano”, como arrancó a decir un veterano flaquito y de ojos inquietos que se presentó como investigador independiente. "No hagan preguntas capciosas porque no las voy a contestar”, fue una de las primeras cosas que advirtió a los asistentes. En la sala estaba presente un bisnieto del padre de Dionisio Díaz, y el gran ausente era el autor de un libro sobre el tema, que en un claro acto de desprecio a la charla del veterano flaquito se había ido a ver a los estudiantes en la sala de al lado.
Yo apenas empezó el tema me di cuenta de que no me acordaba (o nunca supe) ni la vigésima parte de la historia, pero de a poco fui entendiendo algunas cosas[1]. La charla estaba centrada en la existencia de un pacto de silencio por parte de la policía de Vergara con respecto a su actuación en el crimen, y de entrada se admitió que hay aún muchas dudas que nunca serán solucionadas.
Frente a nuestros ojos desfilaron fotos y más fotos de Vergara, el pueblo del Oro, los personajes, el contexto. La investigación es tan minuciosa que uno de los entrevistados hace poco le dijo al flaquito que se deje de preguntar, "porque los tiene llenos con el tema". La charla avanzó condimentada con datos pintorescos al estilo de: "Juan Ibiaga siempre se distinguió en Vergara porque no le fiaba a nadie: ni a los empleados". No me da para reconstruirla, y no hay una versión escrita de lo tratado. Me limito a copiar algunos fragmentos de mis apuntes, pero son notas de color, no la historia en sí, que deberán buscar en otro lado.
*
·      "Mi abuelo decía que era buena persona, solo que muy callado."
·      "Felicia, la hija de Quintín Núñez, era nacida en Italia, aunque también se dice que era nacida acá".
·      "Carlos Molina y Serafín J García pintaron la campaña tal cual era, sin mujeres bonitas y sin gauchos de chiripá planchado, como en los cuadros de Blanes."
·      "Dio la casualidad que mi abuelo se llamaba María y mi abuela también".
·      "Don Agustín Iza era famoso por sus tratamientos con agua fría".
Le suena el celular al cinto. Pausa. "Disculpen que uno me llamó". Sigue.
·      "Trompo Vergara dice que Juan Díaz andaba molestado por las cosas que veía en su casa".
·      “La empleada Eufrasia curó a Juan Díaz de una mordedura de perro y ahí él le comentó que no sabía qué hacer porque la situación en su casa se le iba se las manos".
·      "El Sr. Bruno Muniz filmó una película que no se la recomiendo a nadie. Le dije si conocía el lugar y no había estado. ¿Y? ¿Cómo va a escribir de lo que no sabe? Otro sí, vino a pedirme datos y se los di porque vino humildemente, no con grandilocuencia, a pesar de que era de Montevideo".
·      "Pacto de silencio: la policía sabía dónde estaba Juan Díaz y demoraron dos días en agarrarlo. Ahí lo liquidaron, lo ataron con un cuero a una piedra y lo tiraron al agua. Cuando el tiento se pudrió apareció el cuerpo, con la cara comida por los pescados pero con la herida a la vista. Claro que lo encontraron enseguida cuando quisieron, porque ellos sabían dónde estaba. Cuando lo enterraron en Vergara fue todo el pueblo a verlo, e incluso hicieron exhibiciones macabras con el cuerpo en el cementerio: le ataron un alambre del pene y cuando venían las mujeres a mirar tiraban del alambre y se paraba. No era un ser humano; era peor que un animal, eso llegaron a hacer con el cadáver, pero eso se tapó y nadie lo dice."
Para desdramatizar, aparece alguien de nombre lindo en la historia: el Loco Loló Lucas. No me acuerdo quién era. Un testigo de algo.
Sigue la charla, que me gusta pero es eterna.
·      "El que llega a la casa de Dalmiro Rodríguez tiene que quedarse cuatro días, porque uno no le da."
·      "Natalio no era caudillo, era juez de paz en 1907 y también comerciante, pero no tenía plata. La que tenía pesos era la mujer, porque era Jijena y los Jijena sí tenían plata."
De repente aparece una pariente en la historia: Gumersinda Barreto. Pasó muy rápido, y no capté quién era. Hay también algo relacionado al “crimen de la ternera”, porque Juan Díaz era carnero de Saravia. Un entrevero de historias con mayúscula y con minúscula.
·      "La pelea no fue de noche, fue de mañana."
·      "Dionisio no pudo hacer ese camino solito a sus nueve años: cruzar 5 km de monte, 3 alambrados, 2 cañadas, con una beba de 11 kilos y apuñalado. Dicen que lo acompañó alguien. ¿Quién? ¡El propio Juan Díaz!"
·      "Algunos se llamaron a silencio por pudor, por honor, otros porque estaban comprometidos y podían perder el puesto y otros porque de esas cosas no era fácil hablar".
·      "Quintín (padre de Dionisio) en el lecho de muerte confesó que quien mató a Juan Díaz fue él. Si no lo mataba él lo mataba otro, andaban varios buscándolo".
·      "Dionisio murió en la comisaría porque demoraron en iniciar el viaje, la llevada a Treinta y Tres fue puro teatro del comisario Yelós. El chiquilín ya estaba muerto".
Luego de una hora y pico terminó la conferencia. Algunos preguntaron un par de cosas , pero ya eran pasadas las ocho y media de la noche, había un chocolate con merengue esperándonos, y nos fuimos.

91 años más tarde, la verdad sigue siendo esquiva en el caso de Dionisio Díaz. El poder tiene sus murallas de silencio, ya sea en 1929, en los años 70´o en el 2020. De algunas cosas no se habla, y menos si involucran a la policía. Dionisio, en todo caso, sigue siendo un héroe. Los sucios (en esta historia) son los adultos.


[1] Historia oficial (Wikipedia dixit): Dionisio Díaz nació en 1920 en el pequeño poblado de Arroyo del Oro en Treinta y Tres. Vivía con su madre, su tío, su abuelo y su pequeña hermana a la que él adoraba, en una pequeña extensión de campo en la que trabajaban y con cuyos productos sobrevivían.
La noche del 9 de mayo del año 1929, luego de haber cenado con la familia, hubo una discusión del abuelo con la madre de Dionisio. Sumido en un ataque de locura, el abuelo tomó su facón y se dirigió hacia el dormitorio de la madre de los niños donde la apuñaló, dándole muerte. Cuando Dionisio se enteró, corrió en busca de su tío, quien al oír lo que acontecía, salió de su habitación y se trabó en lucha con el abuelo. En la lucha resultaron gravemente heridos tanto el tío como Dionisio.
El tío malherido le aconsejó a Dionisio tomar a su hermana y aguardar escondido en el galpón hasta el amanecer, para luego llevarla al poblado. Dionisio se ocultó de su abuelo, cubrió su herida con un trozo de sábana y esperó por horas una ocasión propicia. Finalmente caminó 5 kilómetros hasta el entonces poblado del Oro, donde dejó a su hermanita en una casa. Luego partió hacia el destacamento policial. Lo vio el médico local que ordenó su internación inmediata en el hospital departamental de Treinta y Tres; pero recién al otro día, un automóvil particular de un habitante de Vergara arribó al lugar para trasladar a Dionisio, quien falleció de camino a Treinta y Tres debido a las heridas recibidas.

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