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lunes, 5 de mayo de 2014

J. M. COETZEE: la previa




            Eran las 20.15 cuando el escritor famoso tomó la palabra y no la soltó por tres cuartos de hora. La parte medular de la conferencia para mí consistió en comprobar que los dos años de la Alianza y el First no eran un espejismo, al menos ante un sudafricano hablando muy despacio, porque entendí casi todo lo que dijo.
El tema era “Una biblioteca personal”. Pensé que trataría sobre los mejores libros para él, o sobre el concepto de la selección de las propias lecturas en general, pero no. El objetivo era la promoción de una colección de libros seleccionados y prologados por él, de los cuales habló largo y tendido. Estableció relaciones con La biblioteca de Babel, de Borges, marcó sus diferencias, explicó por qué allí no estarán los clásicos como Dante o Don Quijote y por qué si estarán ciertos textos de Defoe (“Roxana”), Robert Walser (“El ayudante”) y un tal Henry von Kleist, autor de “La marquesa de O”.
Comprobé que soy una completa ignorante. 
Ya lo sospechaba.
       La de hoy fue una de esas instancias donde la espera de la cosa es más interesante que la cosa en sí. 
       Había llegado al teatro a las siete en punto; quedé a mitad de la cuadra que bajaba por la calle lateral, en medio del descontento general. Se acababa de avisar que la sala prevista solo tenía capacidad para 150 personas. 
            _ ¡Che, nos hubiéramos ido al Radisson a esperar a One Direction!
            _ Estos lo subestimaron a Coetzee al pensar en una sala tan chica.
            _ No lo subestimaron a él, señora, sino a nosotros.
            _ Bueno, seremos muy cultos pero bien que miramos Avenida Brasil.
_ Yo reconozco que Tinelli me relaja los nervios.

Los diálogos entrecruzados se cortaron momentáneamente ante aplausos y gritos varios: ¡acababan de habilitar la sala grande! Nos sentimos vencedores morales de un combate, y allá fuimos. La platea y dos anillos se llenaron casi por completo y todos resultamos testigos del armado del escenario desde cero. Más tarde nos explicaron que había estado ensayando allí hasta hacía poco rato la compañía de Antonio Gades, que fue el motivo para no pensar en la sala grande desde un principio.
Entre el público había algunos conocidos. Ministros, profesores de Literatura, ex alumnos. Un viejito a mi lado con la libreta pronta para sacar apuntes desde que entró. Muchos trataban de sacar fotos de lo que fuese; otros solicitaban auriculares para la traducción simultánea, pero se pedía la cédula y yo jamás ando con ella.
Me pregunto si seré la única en toda la sala que no ha leído a Coetzee.
Suben autoridades varias y se entregan medallas; hay pequeños discursitos de una sudafricana, de la Intendenta y de un señor barbudo. Estos dos últimos hablan en castellano; Coetzee parece no cazar una. La entrega de medallas se hace medio sobre un costado, casi de incógnito, hasta que por fin se bajan todos y se hace el silencio en la platea.
El escritor inicia su discurso.

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