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miércoles, 20 de abril de 2022

Nuestro viaje de 15: Tour Turquía (2/3)





Llegamos a Estambul al atardecer. Mucho ruido, decenas de mezquitas (todas iguales), dos chicas en un Mercedes descapotable sacándose selfies, casas muy juntas e idénticas, dos mil gatos por calle, veinte estilos contrapuestos, un río surcado de barcos turísticos, las canciones del final del ayuno diario del Ramadán sonando y replicándose por los altavoces de todas las mezquitas, comidas exóticas, narguiles, turcos, calles de ensueño, primavera amable con cielo azul y una luna finita sobre el horizonte. 

Tres de nosotras estamos en una habitación donde los cajones se abren solos y donde se escucha un FaceTime en turco a todo volumen desde la habitación de al lado. Cuando llegamos a la capital pensamos que habíamos caído en Ciudad del Este pero no: a pocas cuadras están Santa Sofía, la Mezquita Azul, el Gran Bazar y la movida de las tiendas y los restaurantes de Sultanahmet. 

Mañana iniciamos la conquista de este país raro y maravilloso (en el sentido original de la palabra). Hace como 40 horas que (casi) no dormimos y aún no podemos bajar las revoluciones (hay que decir que el turco gritón de al lado no ha ayudado mucho al respecto). 

Post sin remate. Neuronas saturadas de información. Sentidos alertas…

¡Silencio!

Terminó el face time. 

Hasta mañana.



Desayuno con lo habitual más aceitunas, huevos, tomate, pepino y mermelada de rosas.

El empleado del hotel tiene veinte y poco, está presente la 24 horas y a veces duerme en el sillón de la recepción. 

Nueve de la mañana en Estambul: hora de iniciar la aventura.



Las calles de esta ciudad casi no tienen veredas, el tráfico es endiablado y los autos pasan prácticamente rozando a las personas (que no se inmutan).

Algunas mujeres van por la calle con la cabeza cubierta, algunas no. 

Los turcos con los que charlamos asocian a Uruguay con cuatro nombres: Suárez, Cavani, Muslera y Lugano. 


La mañana con el mejor guía


Hacemos un free walking tour y nuestro guía se llama Engin: un flaco con pelo un tanto extraño, muy agradable, que viste ropas de marca y fuma cada vez que puede. Habla seis idiomas, nos cuenta que ellos en general estudian muchas lenguas y el turco es el quinto idioma con mayor número de hablantes en el mundo. Engin nos dice que las palabras del castellano que más le gustan por la fonética son: garrapata, amorcito y picaporte. 


Santa Sofía

La zona se llama Sultanahmet porque allí está la tumba de un sultán y la de su esposa Anastasia, la peor de las reinas, que murió estrangulada por su suegra con una cortina de su palacio.

Estambul tiene 22 millones de habitantes y 74 nacionalidades. Hay 150 km entre los dos aeropuertos internacionales. La ciudad tiene 39 distritos que son independientes, con entre 500.000 y un millón de personas. El nuestro se llama Fatih.

Bešiktaš es el barrio bohemio. Hace como treinta años hubo toda una movida de oposición al gobierno a la que adhirieron los tres equipos principales de fútbol y ante eso el presidente fundó su propio cuadro de fútbol, para que apoyara su gestión. Ahí no hay ramadan. Se vende alcohol, no hay ayuno. La población es de clase media, no muy tradicionalista. 

El Obelisco de Karnac fue traído de Egipto. Media 30 m pero hoy solo mide 18, porque se rompió dos veces en el traslado.

La religión griega ortodoxa tiene su centro en la Catedral de San Jorge (como el segundo Vaticano del mundo). Esa catedral tiene tres puertas: la del patriarca, la del pueblo y una que siempre queda cerrada desde hace 250 años, cuando ahí ejecutaron al patriarca acusado de traición al rey. Algunos fanáticos griegos hasta hoy quieren matar a un turco ahí para justificar que se pueda abrir de nuevo la puerta, y por eso Engin anda con cuidado cuando va para el lado de San Jorge. En la iglesia ortodoxa hay estatuas, y no creen en San José, sino que María no estaba casada. Siguen el calendario gregoriano; su Navidad es el 6 de enero. Ese día el patriarca va a la costa, arroja una cruz al mar y los jóvenes se tiran a buscarla (a cinco grados bajo cero), porque el que encuentra la cruz se gana una corona de oro. 

Santa Sofía siempre está abierta y nunca está vacía. Fue construida por el patriarca ortodoxo, después fue católica, mezquita, museo y de nuevo mezquita desde 2020. Tiene 918 años como catedral y 480 como mezquita (en 1553). En la mezquitas las mujeres debemos cubrirnos la cabeza y todos tenemos que dejar los zapatos afuera, pero hay una forma de sacárselos: lo esencial es que nunca toquen la madera y que nuestros pies descalzos antes de entrar tampoco toquen el piso.

Se hicieron ventanas en la cúpula por temas de peso y luminosidad; sobre ellas solo puede haber imágenes de Jesús y María, porque las ventanas simbolizan el cielo.

En los medallones están los nombres de Alá y Mahoma y también hay dos con los nombres de un suní y un chiita. Hay cortinas que se corren para tapar las imágenes cristianas al momento de la oración musulmana.

Debajo hay una iglesia más antigua llamada la de los 12 corderos.

Se ve un mosaico del siglo 10 con Constantino, Justiniano, Jesús y María en el que cada emperador le ofrece a la Virgen una ciudad: uno Roma y el otro Constantinopla.

Fatih Mehmet II conquistó Estambul a los 17 años. 

Leo el Sabio se casó 4 veces porque solo tenía hijas y recién la cuarta le dio un heredero. La iglesia no estuvo de acuerdo pero en un mosaico de Santa Sofía se ve a Jesús dándole el permiso. 


Topkapi

El palacio Topkapi tiene 2 km de largo. Hogar del rey, los ministros y sus familias, era también la casa de moneda hasta la Primera Guerra Mundial.

En el jardín del costado se ven varios sarcófagos: la palabra significa “la piedra que come carne”. A Alejandro Magno lo trajeron desde Irán en su sarcófago con las manos afuera, para expresar a manera de humillación que habiendo sido tan poderoso murió pobre, sin nada en las manos.

Hay una Sala de reliquias donde se ven barbas y tres dientes de Mahoma, así como parte de conductos de agua hechos de oro traídos de La Meca, lo que simboliza que allí el agua es más valiosa que el oro y por eso las cañerías son de oro. 

Todo musulmán debe visitar una vez en la vida su ciudad sagrada. Cada viaje a La Meca sale 15 mil dólares y lleva 4 semanas, pero en otros tiempos llevaba seis meses, y por eso un rey turco mandó traer un pedazo de las piedras negras sagradas, para poder rezarles desde Estambul.

En la zona de la Mezquita Azul está el Mercado de Aratza, donde se venden elementos relacionados a religión, como mini alfombritas para rezar o perfumes sin alcohol para los musulmanes estrictos. Antes había cocina gratis para las pobres; ahora hay restaurantes caros para los turistas. 

Estambul está edificada sobre siete colinas, como Roma y Atenas. Hay miradores como la torre de Galata, donde está la Mezquita de Solimán y su esposa, la más bella, Roxelana.

Una alfombra de seda puede costar 180 mil euros.

La piedra sultanita cambia de color siete veces según el sol y al atardecer se ve verde.

Tradición: no se podía preguntar llegabas una casa hambriento, entonces se te ofrecía café con agua y si tomabas el agua antes era señal de que tenías hambre.

La bandera de Turquía deriva de una matanza de turcos, donde en cierto momento se vio un pozo lleno de sangre: la luna y la estrella se reflejaban en la sangre. 

Botellas de lágrimas: los chicos dejaban a sus novias en los pueblos para ir a ganarse la vida, entonces ellas lloraban y colectaban sus lágrimas en botellas (o simplemente las fingían mezclando agua con sal).

Hay 750.000 gatos y 200.000 perros callejeros en la ciudad. Los perros que están castrados tienen un chip para identificarlos y los gatos un pequeño cortecito en la oreja derecha. Los municipios se encargan de alimentarlos; todos están gordos y son mansos y bellos.


Callecita angosta y en repecho. Estábamos las seis mirando la ubicación de un lugar en el teléfono cuando pasó un taxi a nuestro lado. Iba con una pareja en la parte de atrás. El chofer nos pegó un grito muy simpático: 

_¡Hola! ¿Españolas, no?

_No. -respondimos, y el taxi se fue, pero a la media cuadra puso marcha atrás y se acercó de nuevo. 

_¿Sudamérica?

_Sí; Uruguay.- dijimos, y él se volvió triunfal a sus pasajeros.

_¿Vieron? Yo les dije… !Por la cara se nota que son latinas!

Saludo y reanudó su camino, mientras nosotras volvíamos a consultar el teléfono para ver cuál era el nuestro.



Salpicón de imágenes

Hay un metro submarino que en tres minutos lleva de Europa a Asia.

En Ramadán a la caída de tarde se le da comida a las personas en las plazas.

4 millones de refugiados viven en Estambul, la mayoría de Siria y Afganistán. La escolaridad obligatoria es de 9 años, pero los niños refugiados no habían turco y por eso no van a las escuelas.

Poca criminalidad, pero sí hay carteristas, en su mayoría niños (como una nena de siete años que le robó en estos días un iPhone 13 de tres mil euros a un turista alemán). Especialmente el fin de semana, en el gran bazar, hay que cuidarse.

Hay un barrio del que se dice que es el de los carteristas. Turquía tiene una inflación tal que “cara hora el gobierno les roba cuatro céntimos de su sueldo”, y por eso ellos dicen que Erdogan es originario de barrio de los carteristas.


Las mujeres musulmanas siempre caminan detrás del marido. Según si son sunníes o chiítas el velo les cubre toda la cabeza o solo la mitad, pero la cara siempre queda a la vista. 

No está bien visto regatear, salvo en el Gran Bazar, donde nada tiene precio y todo se cobra a ojo (más caro a los yanquis, después a los europeos y por último a los sudamericanos). Los mercados para los turcos siempre tienen los precios a la vista.

Casa barrio se identifica con un equipo de fútbol y no deberías ir a un barrio con la camiseta de otro cuadro.

No hay problemas con la homosexualidad en Turquía, aunque los hubo en el pasado. Los harenes tenían zonas de muchachos, pero de eso casi no se habla.


Diálogo callejero: 

_¿Y tú de dónde eres?

_ De Uruguay.

_¡Uruguay! ¡Me encanta como hablan los uruguayos, por ejemplo, como dicen “yo”. ¿Puedes decirme “yo”?

_Yo. 

_¡Gracias!



Capadocia desde el aire

A las cinco y cuarto de la mañana en punto pasó la camioneta a buscarnos para el viaje en globo. A esa hora por suerte no había nada de viento, así que el viaje se hacía. 

El camino fue parte por carretera y parte por unos senderos que nos hicieron acordar a al Polonio. Al llegar, mientras esperábamos unos minutos, nos dieron un desayuno. La claridad de mañana comenzaba a perfilarse en el horizonte y cientos de personas estaban ya esperando por sus globos, que comenzaron a ser inflados con impresionantes lenguas de fuego. Poco a poco todos se fueron levantando: el nuestro amarillo, otros a rombos, con los colores de Bešiktaš, etc. El panorama se fue llenando de colores, y cada vez que se encendían las lenguas de fuego los globos por unos segundos se ponían a brillar. 

El nuestro comenzó a elevarse y confirmamos que no íbamos a tener miedo. El movimiento del globo es suave y armonioso, se eleva y se desplaza en total silencio mientras abajo empiezan a perfilarse los valles de hadas y las montañas de Capadocia. Alrededor, decenas de otros globos que se van acercando a tierra y volviendo a las nubes sin que se perciba el menor movimiento desde la canastilla. 

Una hora dura el vuelo. Al terminar ellos buscan un sitio despejado, se encuentran con su camioneta y aterrizan suavemente en un trailer. Bajamos por una escalerita ayudada por unos turcos de telenovela que nos prepararon un brindis con champagne y algo rojizo que no sé qué era pero estaba muy rico. Trataron de vendernos el video, sugirieron una propina y nos encontramos con el chofer para la visita al hotel, donde nos espera el segundo desayuno de la mañana.

Inolvidable (como todo este viaje).



Capadocia: tour del Norte

Viajamos a 1200m de altura y dos por tres sopla un ventarrón que nos tapa de arena: es arena que viene de Siria. El Valle de Monjes es donde están las mejores chimeneas de hadas (que son unas extrañas construcciones geológicas, “tubitos” de toba -elevaciones en forma cilíndrica- con un gorro de basalto de diferente color).

Capadocia no es el nombre de una ciudad sino de la región central de Turquía. Significa “país donde viven los buenos caballos”. Durante el recorrido se ven corrales de caballos finos al costado de carretera. 

Hace 8 millones de años Capadocia estaba cubierta por el mar. Tras una erupción volcánica se produjo una fractura y el cielo estuvo mil años cubierto de ceniza (según explicaciones que dio nuestro guía, Abbas, un muchacho muy bello que habla mal español y no tiene cualidades pedagógicas). El segundo volcán, hace 7 millones de años, depositó en el mar 70 metros de ceniza, y a partir ahí hubo otras erupciones, que fueron dejando en total unos 400 metros de ceniza. En cada erupción se depositaron diferente materiales, con distinto grado de dureza. Hay piedra pómez, muy liviana, y también obsidiana. El basalto es el más duro, y es el que quedó en la cima de las chimeneas. Después hubo gran erosión por el viento y por la acción de un río cercano (el río Rojo). La zona tiene aún 0,0003mm de erosión por año

Desde 1985 el Valle de Monjes es considerado Patrimonio de la Humanidad, lo que implicó que se desalojara a las personas que seguían viviendo en las cuevas.

Terminamos la excursión pasando por una tienda de cerámicas donde el duelo, un turco vivísimo y con muy buen castellano, nos hizo un tour por la fábrica subterránea, que terminó con una demostración de cómo hacer un jarrón de origen hitita que acá venden por todos lados (uno con forma circular). El alfarero (maestro ceramista) lo realizó en pocos minutos frente a nuestros ojos, y después una de nuestras compañeras de excursión se sentó ante el torno para realizar algo que pareció ser muchas cosas y al final fue florerito. Muchas cosas, repito. “Ten cuidado con lo que haces, que te lo tienes que llevar”, acotaba Jorge, el viejo cordobés, de entre el público, mientras muchas de las espectadoras no le sacábamos los ojos al maestro, que era una especie de George Clooney más joven y mucho más interesante que el original. A continuación vino la parte de querer vendernos cosas, pero no, porque eran carísimas, sin excepción (aunque debo decir que quedamos medio maravilladas ante un tipo de mosaicos y jarrones que brillaban en la oscuridad).



Capadocia: tour del Sur

Pasamos por Çavušin, un pueblo creado después del desalojo de las cuevas en el 85’. Ahí subimos una altura considerable para ver un panorama de esos que quitan el aliento: pasamos por escaleras, repechos y bordes de precipicios. 

Comentario de Jorge, el veterano cordobés que viaja con su mujer, con la que lleva 52 años de matrimonio: 

_ ¡Este lugar es lindo para quedar viudo!

Ella se lo toma a broma, porque lo conoce. Él es nieto de turcos, y se nota, porque entre la nariz y el bigote no hay puesto de venta de recuerdos en que no le pregunten si lo es.

En medio del recorrido entramos a una mezquita muy pequeña, con solo cuatro alfombras para orar en dirección a La Meca. Nuestro guía Abbas (que hoy está mucho mejor que ayer, y además nos gustó porque dijo ser de izquierda) estuvo explicando diversos rituales asociados con el islam. Entretanto una de mis amigas sacó varias fotos en las que aparece un haz de luz que nunca vimos en el tiempo que pasamos en la mezquita, luz que por otra parte no aparece en las fotos que las otras tomamos. Ya le dijimos que es un llamado del islam, pero parece que eso de no tomar alcohol no le estaría interesando.

Las montañas cambian de color según los minerales que contengan: son verdes si tienen cobre, amarillas si hay azufre y rojas por el hierro. Las chimeneas de hadas son de toba (el cuerpo) y basalto (el sombrero).

En Turquía hay 84 millones de habitantes, de los cuales unos 20 son kurdos. Se hablan muchos idiomas. El turco es indoeuropeo, se acerca al idioma de Mongolia, Corea y Japón (en la fonética, no en la grafía) y tiene 6000 palabras árabes. 

Turquía el mayor productor de higos, avellanas y damascos de todo el mundo. 

Visitamos una ciudad subterránea en la que 500 personas podrían vivir por dos años sin salir a la superficie. Abarcaba un radio de 100 por 300 metros y estaba comunicada por túneles con otras aldeas. Hasta hoy se han encontrado 13 de estas ciudades; se calcula que son unas 40. Estaban construidas por niveles, y el más profundo llegaba hasta unos 30 metros bajo tierra.

Vivían juntos, por lo tanto hacían todo juntos, en comunidad. En el primer nivel estaba el establo, donde se ponía la comida para los animales en nichos excavados en la piedra. Nosotros hoy lo vemos pelado, pero los espacios tenían alfombras, decorados, etc. Había que motivar a la gente para que no desesperara. Los pasillos de comunicación entre una parte y la otra son bajitos y angostos, para que los enemigos (en caso de entrar) solo pudieran hacerlo de a uno, facilitando su muerte. 

Y hasta ahí llegué yo, porque luego del primer nivel la cosa se iba angostando y me saltó la claustrofobia. 

Dos datos que aportaron mis amigas (las que siguieron): tenían un sistema de comunicación a través de agujeros en los distintos niveles, y una piedra de molino que hacía las veces de puerta, piedra que solo se podía abrir desde adentro. 


Ya afuera, contenta cabo el sol del mediodía, me fui a mirar tiendas. En la primera, al pagar una remera, la dueña se me quedó mirando y fue a hablar con el marido, que también me observó sorprendido: parece que tengo una doble en Capadocia que se llama Sabrina. 

En otra tienda el dueño, un turco cincuentón, me ofreció un libro sobre la región. 

_¿Pero está en español?

_ Sí, mira.- dijo, abriéndolo y señalando una foto: este de aquí es mi padre. ¿Ves a ese que está ahí fuera? Él fue uno de los descubridores de la ciudad subterránea. Si tú quieres te puedo vender el libro autografiado por él. 

_Mmh… ¿cuánto sale?

_ 10 euros. 

_Bueno. 

_¡Aba! - llamó el vendedor, y apareció el veterano, que firmó el libro en la primera hoja y también junto a su foto, antes de darme la mano con una solemnidad propia de otros tiempos. 


Después de un almuerzo opíparo recorrimos otros valles, como el de Uchisar, pero antes Abbas nos dijo que íbamos a ir a un desfile. Sonamos, pensamos todos, otra versión del turco Alí que ayer nos hizo una demostración de cerámica y después pretendió vendernos cosas carísimas, pero no. 

Bajamos en un sitio de nombre desconocido y de pronto estábamos sentados ante una pasarela bebiendo té de manzana y viendo desfilar a tres hermosas chicas y un muchacho bellísimo alto y espigado. La venta era de prendas de cuero y gamuza, y algunas eran muy lindas, pero ¿qué diablos hacíamos seis uruguayas, dos cordobeses y dos colombianos viendo un desfile de modas en Capadocia? ¿Y por qué el espigado me tomaba de pronto de la mano y me llevaba al backstage? No pregunten demasiado, solo sé que terminé desfilando con ellos, una de mis amigas y el veterano cordobés, y cuando salí del local llevaba una nueva campera en la mano y unos cuantos dólares menos en el bolsillo.

En uno de los valles que visitamos después había cientos de palomas, en otro unos camellos con el pelo muy feo y un muchacho que nos vendió dijes de turquesa y basalto con admirable pericia, él mismo que corrió una cuadra para devolver el teléfono que una de mis amigas había dejado en su tienda. Por la mañana otro turco nos habló muy mal porque no quisimos pasar a ver sus productos, pero este fue muy simpático. En el tercer lugar me enamoré fugazmente de un hombre bello con voz de galán de telenovelas que me invitó a salir pero le dije que no porque soy una persona muy seria y modosita (o quizás porque mi vuelo a Estambul se iba a ir en cuatro horas).

A la vuelta a la camioneta el colombiano Orlando (que es Rodríguez y desde ayer decidimos que es mi primo) me dijo que estaba muy sexy a manera de experimento, porque por acá se comenta que estoy respondiendo favorablemente a los halagos, solo porque le compré una campera al espigado y una botella de Shiksa al de la voz de telenovela.

Ya en Goreme (la ciudad en que nos quedamos) terminamos la tarde yendo a tomar un café. Elegimos un restaurante que nos pareció carísimo, pero al final entre las seis gastamos el equivalente a $150. En fin. Y ese fue el último día de Capadocia (por este viaje).


El día con Nadget

El jueves nos tocaba un tour por la ciudad y un crucero en el Bósforo guiadas por Nadget, una turca muy simpática que nos cayó re bien. Hicimos unas paradas en la ciudad, por ejemplo en una zona dedicada a un escritor que no conozco (Pierre Loti), y después conocimos la principal iglesia ortodoxa. 

Los cristianos ortodoxos en el mundo son unos 300 millones. Estambul es un lugar de peregrinación para ellos: se cree que un trozo de la Cruz de Jesús está aquí porque la madre de Constantino, la emperatriz Irene, lo trajo de Jerusalén. 

En su iglesia principal el ambiente es solemne: hay velas encendidas (que apenas se acaba el rezo son apagadas y retiradas), un cantor de voz grave, paredes tapadas de adornos, reliquias de santos, lámparas maravillosas y tres gatos gordos en el patio.


Después fuimos a un palacio en el que no nos dejaron sacar fotos: Dolmabahçe. Im pre sio nan te. Grandioso, lujosísimo, interminable. Mil datos, solo cuento uno: una de las arañas de cristal es tan grande que tuvieron que traerla (de Inglaterra) en 67 cajas, con piezas que llevó dos meses terminar de ensamblar. Gigantesco, tapado de tesoros, majestuoso. Era de un sultán poderoso, dueño de un harén cuyas mujeres sólo podían observar los eventos de palacio a través de unas rejillas cercanas al nivel de suelo. Impactante por donde lo miraras. Escalera con barandas de cristal, alfombras de más de cien metros cuadrados, jarrones de dos negros, una araña que vino de Inglaterra en 67 cajas y demoró dos meses en ser armada. 


El almuerzo fue en un restaurante frente al Bósforo, estrecho que lo mires por donde lo mires está tapado de aguavivas (“Madre de la vida”, en turco). El crucero en sí no fue gran cosa, quizás porque el día estaba neblinoso y la luz no ayudaba. Se inicia al cruzar el cuerno de oro, al que se le llama así por la forma y por el color dorado del agua al reflejarse el sol a cierta hora.


El Orient express funcionó hasta el año 2000.


El Bazar de las Especias es del siglo 17 y es pequeño. Los turcos solo van al Gran Bazar a comprar oro: las madres y abuelas suelen ahorrar comprando en granos de oro.


En época bizantina la ciudad estaba rodeada por murallas que hoy se conocen como las murallas de Teodosio (siglo 5).


Ëyup es el barrio de músicos, muchos de ellos ortodoxos. Pierre Loti fue un escritor muy famoso, tanto que una zona lleva su nombre. Los ortodoxos no lo querían, trataron de evitar esta nominación pero no se lo dejaron.  Eyüp fue un hospedador del profeta, importante por eso para los musulmanes. Post muerte de Eyüp durante la guerra su tumba de convirtió en lugar para ir a pedir deseos.


Las telenovelas turcas tienen capítulos muy largos, de dos horas cada uno. 


Cuando no trabajan el desayuno de los turcos dura dos horas.


En el Ramadán los horarios del rezo cambian cada día. Cuando cae en verano están a 40 grados sin humedad, es muy difícil pasarlo sin beber agua.


Balat es el barrio tradicional. Se va a los bares a tomar reké, una bebida con alcohol y con anís, sin música, salvo en vivo. 


Pasamos por una tienda con 70% de descuento y perdemos a la mitad de nuestro grupo. Me voy a comprar un moka para la espera y el señor que me lo vende no habla más que turco. Difícil, pero sale.



Visitas desde el bus turístico


Pasamos de Europa a Asia en dos minutos (literalmente).

Visitamos el palacio de Beylerbeyi, del lado asiático. Adentro (igual que en el Dolmabahçe) no nos dejaron sacar fotos; el lujo de esas habitaciones era increíble. A modo de ejemplo, en una habitación había una piscina de mármol enorme, toda ornamentada, donde el sultán Nomeacuerdoquién se divertía con sus ministros, los invitados y las chicas del harén. Los dormitorios eran bastante modestos (para el nivel de la residencia) y por supuesto las mujeres estaban en una zona aparte, desde donde miraban por ventanas pequeñas lo que acontecía en la zona de los hombres.

Los palacios que vimos siempre tienen Alfombra de Hereke, arañas de cristal de Baccarat y adornos de madera de algo que suena a carpintería de “Guilde”.


Imágenes sueltas


Los turcos fuman narguiles de diferentes tamaños y aromas, incluso en las veredas de los bares.

Todos los comercios ofrecen té caliente, a veces con frutas, o dulces, pistachos, lo que sea para que te quedes (y compres). 

No hay turcos gordos. 

No hay basura en las calles.

En las plazas la gente se reúne al atardecer, cuando está por terminar el ayuno de Ramadán, hacen picnic en el pasto, dejan los zapatos al costado y cenan. En algunos puntos hay cola para recibir comida gratis, y también unas carpas blancas y rojas de servicios médicos. 

La Plaza Taksim antes era zona de gitanos, hoy es muy variada y tiene una peatonal comercial de dos km.

El rezo de las ocho y media en Santa Sofía el viernes fue sumamente concurrido, tratamos de entrar pero como justo llegamos ahí lo dejamos para la medianoche porque iban entrando oleadas de personas, 90% hombres. 

Estábamos esperando el ómnibus en Bešiktaš cuando vimos un movimiento de prensa, cámaras y un canoso con pinta de very importante que entró rápidamente a una dependencia del Ministerio de Cultura (Atatürk Kültür Merkezi) y salió media hora más tarde, mientras las seis sudacas nos quedábamos mirando la escena desde nuestra parada. 

Las mujeres islamitas caminan un paso detrás de su marido. Hemos visto algunas con solo los ojos descubiertos, pero ninguna con burka. 

Turquía es muy barata para las operaciones de nariz e implantes capilares, y dos por tres vemos personas con vendajes. 

El ómnibus turístico no es puntual.

Los turcos son amables, lindos, encaradores, simpáticos, persuasivos y muy buenos vendedores (salvo algunos que se pasan de la raya y se vuelven un plomo).

Desayunan cosas que para nosotros son almuerzo como pastas o ensaladas. 

Todo es más barato que en Uruguay. 

Nadie maltrata a ningún bicho. 

No vimos gente discutiendo. 

En la calle se ven pocas mujeres, y menos aún son las que van sin un hombre. 

En los restaurantes después de comer te ofrecen una toallita húmeda (como la de aviones) y te invitan con un vaso de té.



El Museo Arqueológico junto al Palacio Topkapi es un despelote: salas, salas y más salas, dos pisos, varios edificios, miles de años de historia que se pueden ver en unas tres horas pero ya a la segunda el cerebro se te rebela y dice “basta”. Mucha belleza, mucha información, mucho deslumbramiento. 



Las del estribo 


Un gato en maceta al lado del hotel, esperando por su cena.

Yo con la mantita roja que uno de los mozos del bar de la esquina (a esta altura ya conocidos) nos puso sobre los hombros a mi amiga y a mí cuando dijimos que veníamos destempladas.

Tapabocas desechables multicolores (ahora que ya no necesitamos).

Una cabeza de cerámica que sale del suelo en la vereda y que recién hoy entendimos que es la cara del dueño del restaurante frente al cual está puesta.

Un bailarín de danzas tradicionales turcas de las que no entendemos gran cosa salvo que giran, giran y giran. Como veinte vueltas seguidas lo vimos dar (desde la vereda, porque estábamos mirando la escena de pasada) y cuando terminó no parecía para nada mareado.


En cuatro horas salimos para el aeropuerto. Turquía no había sido mi primera opción (yo votaba por Italia) pero debo reconocer que es increíble. Sin muchas más palabras (por ahora, al menos, mientras termine cada día con el agotamiento habitual de los viajeros).


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