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jueves, 6 de octubre de 2022

Con letra chiquita


1.

Diario

El viernes anterior a Carnaval ha pintado como casi todo el año: gris y lluvioso, con viento, fresco… un asco, para abreviar. A las seis de la mañana he salido con mis dos perros de verano a dar un paseo por la playa, solitarios caminantes del amanecer nuboso en las Malvinas de Valizas. Anduvimos un rato, junté tres tablas para tener en el rancho por si se me ocurre alguna cosa para hacer (la tapa del pozo, por ejemplo), recolecté dos lindos caracoles y volvimos, a dormir la segunda etapa del sueño matinal. Desperté a las diez, con el piso inundado y parte de mi acolchado empapado: la tormenta de arena de ayer es hoy tormenta de agua, y vaya si ha llovido desde ese momento. Torrencialmente. Ahora está despejando, el atardecer pinta un poco mejor. Acabo de almorzar, acabo (un poco antes) de llegar con los mandados desde “el pueblo", donde casi no encontré un ser viviente. Estuve en lo de los F. pero no había nadie, como tampoco estaba Miguel en su rancho. Llamé a Laura y no estaba. Llamé a casa y no había nadie. ¡Qué día pésimo para la comunicación, por dios! Terminé de leer un libro de Galeano y leí todo uno de Mark Twain. Batallé contra la lluvia en varios frentes y aún no sé si salí vencedora. Le expliqué que está todo bien con ella pero no cuando estoy sola, no cuando la tristeza (que no me alcanzó) me anda rondando, que no cuando extraño a alguien que está muy lejos y a alguien que está muy cerca. En esos momentos es cuando reclamo sol, cielo despejado, luna llena, calorcito, para que la calidez exterior vaya también ayudando a conformar un nidito confortable para mi espíritu, que también viene de lluvias y vientos azotado por estas arenas interminables. Ahora estoy oyendo a Pink Floyd: Shine in your crazy diamond, una de las que más me gustan. He comido un almuerzo frugal porque no tengo nada de hambre, pero si quiero tengo mucha comida en casa. Y papel higiénico seco. Y velas que sí tienen mecha. O sea que me siento poco menos que todopoderosa. 

24/2/95


2.

Y quién dijo que podríamos
Ser felices para siempre
Si ni siquiera el olvido
Es parte de nuestra suerte.
El olvido, dulce lápida invisible
Que cerraría una herida de gritos,
Un llanto de palabras y abrazos,
Pobres huellas de otros tiempos
Que vagamente evocamos.
Ya no estamos compartiendo
La sal y el aire.
En diferentes horrores
Elegimos fingir que seguimos viviendo.
Jugamos a creernos todopoderosos
Y el juego duró un divino momento
Y claro que ahora nos hemos quedado
Vacíos y solos. Lejos y sin tiempo.
Perdida la imagen del amor perfecto
Es inútil seguir persiguiendo reflejos,
Opacos y fríos fantasmas al viento.
Perdimos. Perdimos. Y solo ha quedado
Este gris dolor que viaja en dos cuerpos.

Mayo 94´


3.

¿Sueño? 
26/12/94, 4.00 am.

Estaba en mi cuarto durmiendo y de pronto sentí como que había despertado y estaba oyendo en la radio una canción. Pero a la vez sentía que no era música de radio sino algo que, de una forma muy realista, estaba imaginando. Me esforcé por ver el puntito rojo del equipo, pero no se veía. De pronto dejé de oír la música y escuché un programa en el que la gente llamaba y opinaba (no sé de qué). Me estaba preguntando si sería tan boluda para soñar o imaginar cosas tan intrascendentes, cuando ocurrió algo que nada tenía de intrascendencia. MI espíritu –tantas veces deseoso de un escape- comenzó tranquila y placenteramente a salir de mi cuerpo, a elevarse. Se fue formando como una forma esférica (una sensación de esfera, algo totalmente invisible e intangible) que se fue separando hasta elevarse de golpe, con un impulso, con una sensación de subida que ahí reconocí como ya vivida muchas veces, como algo familiar. Subí y me quedé flotando cerca del techo de mi cuarto, viendo mi ropero, el espejo, todo lo que allí había, pero con proporciones y distancias levemente deformadas, con algo extraño. En eso el volar me dio un poco de miedo, o una sensación leve, como de cosa desconocida, y me acordé de Julio diciéndome que no debía sentir miedo, que si quería volver al cuerpo físico solo bastaba con desearlo. Lo pensé como deseo y de inmediato comencé a volver. Claro que, como eso era solo un experimento, apenas entré al cuerpo (un acomodar de la conciencia al volumen, a la masa física que dormía en mi cama) ipso facto volví a elevarme y a quedar en el mismo sitio de antes. Ahí intenté respirar profundamente, investigar mis posibilidades. Una de ellas era mirarme, allí abajo, dormida. Cuando lo intenté vi sobre mi hombro un resplandor pero no pude verme y supuse que eso no estaría permitido (¿por quiénes?). En eso decidí que quería volver a mi cuerpo y fui bajando muy lentamente hasta tocar mi propia piel y sentir que me iba integrando a esa otra parte de mí misma, en una armonía total. Lo último que sentí fue el contacto final con la sábana, la pesadez de lo físico, la integración de mis dos cuerpos nuevamente. Desperté del todo con una sensación de paz y de maravilla cotidiana, infinidad de veces vivida y solo ahora hecha consciente. Absolutamente inolvidable. 


4.

Enero 1994 

Domingo 2
Llegada. Mandados. Luna, Noctilucas. Malucos. Gaucho. Primer avistamiento del pelado.

Lunes 3
Aventura de Alfredo y el lobo. Continúa la persecución del pelado. 

Martes 4
Marcelo. Malucos. Gaucho. Visita de Faustino.

Miércoles 5
Malucos y el Tunda. Compras de Reyes. Duna blanca.

Jueves 6
Llegaron los Reyes. No son los padres. Bailo con Antonio.

Viernes 7
Cabo Polonio. Lluvia. Carpa rota. Noche en la Taberna: sueño. Alucinación con el artesano. Le cambio la vida a un péndex (Alejandro).

Sábado 8
Vuelta. Regreso sin gloria. Vuelven los chiquilines. Maluco. Gaucho.

Domingo 9
Se van Gabriel, Alejandro, Amalia, Magdalena. De noche en el Gaucho un gas (lacrimógeno) nos trajo a Marcelo. Bailo con un manya. Barbudo interesante. Chau campera. Mónica alucinada o no tanto.

Lunes 10
Almuerzo con Mónica y Horacio en Aguas Dulces. En el Gaucho un borracho alias el Gallego alias Fernando (¿o Gustavo?). Vamos a Dunas. Volvemos al Gaucho. El insensible personaje muestra facetas interesantes. Charla hasta la mañana con él y con Horacio.

Martes 11
Salimos con Horacio y Marcelo. Malucos. Gallego con una. Charla hasta el amanecer con Edgardo. Decido poner una guardería.

Miércoles 12. 
Agotamiento: me duermo 22.30 hasta 7.00.

Jueves 13
Salgo con Marianela. Pizzería de Pepe con Marcelo y Schubert. Charla con Pepe y Marianela hasta las 3.00am. Ratito de Gaucho. Ni entramos. Duermo en casa de ella. 

Viernes 14
Ida a Aguas Dulces y charla con María Alicia. Despierto a M y M a las 2 de la mañana para que me saquen a pasear. A las 3 llegamos al Gaucho. Violencia en la calle. Charla hasta el amanecer.

5.

La nueva Mariela ha tomado las riendas de sus tiempos otra vez. Y es nueva por varios motivos, pero no bien mira a sus alrededores descubre que es la misma, con algunos cambiecitos más o menos trascendentes. Al costado, la artesana frustrada ha dispuesto libros y materiales para iniciar una nueva actividad, que planea que será creativa, gratificante y económicamente benéfica. A sus espaldas, un sonido familiar recuerda otras músicas de meditación; es la parte armónica, la serena y pacífica la que manda allí. Al costado, la televisión aún caliente, recién apagada, enmarca la pantalla que todavía atrapa a la frívola, la vacía, la vegetal. Y por último, al frente, la mesada de la cocina, el jugo de pomelo, el dulce de leche, el polvorón de chocolate, el merengue italiano. Es la angustiada, la ansiosa, que arma el escenario para gástricos desahogos. 
¿Y quién soy, en verdad? ¿La que habla consigo misma, la que lee el I Ching, la que responde al teléfono, la que grita en el vacío, cuál soy, qué, quién, cómo? 
Solo sé que me busco. Hace mucho tiempo que me voy armando de a poquito, con avances y retrocesos. Me voy armando por piezas, cuidando de no estropear el efecto del conjunto por aquello de la coherencia. Y en medio de ese armarme y desarmarme de pronto viene una enorme ola que me arrastra por el fondo del mar, me revuelca contra la arena y los caracoles, para permitirme al fin sacar la cabeza del agua, atragantada y maltrecha, rasguñada y con miedo.
No digo que me pase cada vez que avanzo: no. Digo que algo similar me pasa ahora, en el primer bajón importante del año. Hoy lloré dos veces, por ahora. Y todavía falta un largo rato para que me duerma. 
Quisiera escribir una novela o un cuento o poemas, no sé, algo con cierto valor más allá de la confidencia y la descarga. Tal vez lo haga. Por ahora tengo un mundo de palabras en mi cabeza y trato de desalojar algunas, las más livianas, las que salen fácilmente, que las otras habrá que transformarlas en símbolos o claves para que se atrevan a dar un corto paseíto por el mundo de las letras escritas.


6.

Es muy tarde, en más de un sentido. Mis padres duermen, mi televisor y mi teléfono también. Afuera –para crear bien la imagen de la tristeza- llueve y sopla el viento junto a mi ventana. Y yo en medio. Ya es de madrugada y algunas neuronas me están declarando un paro de dendritas caídas (!!!). 
Tengo sueño. Tengo un cuarto desordenado, con la radio y todas las luces prendidas. Tengo un montón de tiempo blando que se me desgrana de forma caprichosa, sin dejarme nada al final de cada día. Tengo un resfrío que ya va por su segunda década de vida. Tengo un teléfono que no me trae una voz. No tengo nada. 
Oscilo entre luz y oscuridad, entre vivir y soñar, entre lo que puedo y no puedo, entre los grises y el color. Soy la luz de una vela expuesta al viento y la lluvia, en medio del piso de mi rancho en Valizas. Soy un escudo de mar intacto que viaja en una ola espumosa. Soy el viento que levanta una tormenta de arena en el Cabo. Soy un montón de lágrimas en la arena. 
Afuera llueve, pero no importa. 
Dejanos soñar, Mariela.
Después ya habrá tiempo. 
Dejanos soñar. 


7. 
Estoy con gripe. 
Un narrador engripado no es lo más indicado pero bueh: veamos que sale. 
(…)
(…)
(…)
No sale mucho, ¿eh?

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