Vistas de página en total

viernes, 8 de noviembre de 2013

MUNDO BARRETO, capítulo 3: El vecino


         


   La vaca de Juan Rivero era un asunto serio para mi abuelo. Él ya le había avisado una vez, y otra, y otra, pero el hombre no tomaba cartas en el asunto y la cabeza del Albino empezaba a echar humito cada vez que la veía pastando como si nada en medio de sus plantíos.
            _ Vecino, a ver si asujeta ese animal antes que se lo limpie de un balazo… Yo sé por qué se lo digo. Si me entra de nuevo en la chacra rompemos relaciones y dispué no se me ande quejando, que alvertido está hace rato. Yo le aviso.
            Pero el tal Juan Rivero era hombre flojo para el trabajo y con tal no cansarse persiguiéndola dejaba que la vaca pastara a su antojo. El animal era en verdad de otro paisano. El compadre Saturno Sosa se la había prestado por un tiempito para que él pudiera darle de vez en cuando un poco de leche a sus dos criaturas, porque la cosa estaba muy difícil como para poder comprar en la estancia más cercana, que quedaba a dos kilómetros pasando la zanja.
            Una tarde Albino y Viterba se demoraron un rato en asomar la nariz fuera del rancho después de la siesta. Era pleno noviembre, las gurisas estaban hasta las cuatro en la escuela y no había por qué andar trabajando la tierra al rayo del sol, que siempre cansa más que a la sombra. Ya desde el patio, mientras se echaba un jarro de agua de la cachimba por la cara para refrescarse, mi abuelo vio la figura marrón y blanca de la vaca ramoneando de lo más contenta en el medio mismo del maizal. De lejos hasta parecía estar moviendo la cola a lo perro, pero esto debe ser un agregado posterior a la historia, que no se sabe de vaca que haga esas señales, y menos cuando ve una figura de camisa a cuadros, bombacha ancha y sombrero de paja que se monta en la tordilla y arranca a correr hacia ella como alma que lleva el diablo.
            Pobre vaca.
            Mi abuelo la sacó corriendo del maizal y la persiguió montado en la yegua hasta acorralarla al borde de la zanja y obligarla a cruzar a nado. La corriente estaba crecida ese día y el animal tuvo sus dificultades, pero al final logró hacer pie en la orilla opuesta, donde se quedó un rato mugiendo lastimeramente porque estaba bravo para emprender la vuelta, aun cuando el paisano de la camisa a cuadros se alejó enseguida, yendo hasta el rancho del vecino Juan Rivero a darle las quejas por el maizal pisoteado.
            La discusión entre los dos hombres tuvo lugar en la puerta misma del rancho del otro. Era terco el hombre, y solo dejó de insultar a mi abuelo cuando este, genioso y mal encarado como el que más cuando alguien se metía con lo suyo, sacó el 38 de la cintura y le tiró un balazo que impactó en la pared de barro, a unos centímetros de su cabeza. Los Barreto de esas épocas no conocían el significado de la palabra paciencia, parece, ni sabían gran cosa del poder del diálogo y la cuota necesaria de diplomacia entre vecinos.
Lo que sí tenían claro y mi abuelo más que nadie era la importancia de llevarse bien con la autoridad, como quedó demostrado esa noche que pasaron ambos detenidos en la comisaría a raíz de la denuncia de Rivero. Este adujo que su vecino Albino le había pegado un balazo pero no pudo mostrar ni un rasguño para avalar sus dichos. El denunciante tuvo que pasar las horas cocinando y lavando los platos para mi abuelo y los milicos de la comisaría mientras ellos jugaban al truco y se divertían de lo lindo entre risas y cañas. La autoridad y la plata siempre se han llevado bien en este bendito país y en el Poblado de las Ratas mi abuelo venía a ser, sino un millonario, al menos el vecino potentado con rancho, carro y campo propio. A la mañana siguiente los levantaron temprano y cada uno rumbeó para su casa sin mirarse ni murmurar ni un buen día.
Después parece que la denuncia llegó a Melo pero no pasó a mayores porque el que la recibió fue un pariente, el padre del Lele, quien en defensa de mi abuelo la rompió en ocho pedazos y dio por terminado el tema. Entre familia no nos íbamos a andar pisando el poncho, y este Juan Rivero que aprenda a controlar la vaca o que la devuelva, que esos animales son de lo más mañosos y una vez que dan con el maíz no hay quien les haga volver al pasto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario