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viernes, 5 de junio de 2020

Historias desde la cuarentena, 48. Reflejos



La casa de electrodomésticos está desbordada de clientes; son muchas las personas que esperan su turno recostadas estoicamente a una pared, mientras unos pocos aprovechan a revisar estantes en la librería de usados de al lado. Todos, por igual, están pendientes del número al que está llamando un cartel luminoso cada pocos minutos. Yo trato de no mirar al espejo debajo del cartel: demasiado realista, demasiado detalle para un sábado a mediodía. Prefiero pensar que está distorsionado, y que esa figura despeinada y con ojeras no es más que la consecuencia de la baja calidad en el reflejo.

Mi número es el 62, lo que significa que solo tengo que esperar otros 46 llamados antes de sonreír y avanzar al mostrador. Aprovecho el tiempo para registrar gestos ajenos, adivinar historias e inventar los secretos de las personas que deambulan por el local o se quedan en trance mirando los televisores de la parte delantera del comercio. Muchos se cansan y abandonan, porque el ritmo de avance es lento y exige una paciencia que no siempre compensan los bajos precios de la casa. Cada vez que uno se va miro disimuladamente a ver si tira un número que pudiera servirme, pero no. Solo encuentro un inútil 99 abandonado por una viejita en la vereda, al que deposito en el tacho de basura de la entrada.

Cuando el llamador se estanca durante largo rato en el 44 tomo una decisión motivada por el hambre o el vicio y me voy al almacén de al lado en busca de un yogurt Conaprole con dulce de leche. Mala idea: el cartel luminoso al volver iba ya por el 91. ¿Tiempo de iniciar todo de vuelta? No. Tiempo de ir medio zonceando hasta la entrada, tomar el arrugado 99 de la basura y a los dos minutos ser atendida, sin el menor remordimiento.

Estaba esperando la entrega del producto en el fondo del local cuando una voz a mi derecha trajo de repente a mi memoria un millón de imágenes olvidadas. El IAVA, sexto año, mi amiga Graciela, las normas jurídicas, los Actos Institucionales, las interminables seis horas semanales de Derecho en el 84’ dadas a los ponchazos por el mismo señor que ahora pedía a los empleados del Empaque si podían darle un manual de no sé qué, porque había perdido el suyo. Estaba más gordo, porque habían pasado treinta años, pero seguía teniendo la nariz de borrachín, tan enorme y colorada como siempre. La suya fue la peor materia. Él había sido todo el año irónico y aburrido, deseoso de pequeñas victorias sobre nosotros, capaz de hacernos estudiar los 19 Actos Institucionales de la dictadura aunque el examen de Derecho era la semana antes de las elecciones que todos sabíamos que los derogarían de un plumazo. El profesor de Derecho era el prototipo perfecto de lo que nunca quise ser. Por suerte no me vio.

Media hora más tarde estaba retirando mis bolsas en el guarda bultos de un supermercado cuando una empleada flaquita y menuda, de unos veinticinco años, me sonrió.

_ Usted fue mi profesora de Literatura.

_ ¿Sí? ¿Dónde?

_ En el 19, en tercero. Hace mucho, pero yo la recuerdo porque me encantaban sus clases y aprendí pila de Literatura con usted.

_ ¡Qué bueno! ¿Y cómo es tu apellido?

_ Gully.

_ ¡Gully, claro, me acuerdo de vos!

Y era cierto. Oír su apellido y ver sus ojos fue como hacer el segundo click de la tarde, y acceder a otro compartimiento perdido en mi memoria. La conexión afectiva se reinstauró por breves segundos, intercambiamos unas frases, recordamos a algunos compañeros y cada una siguió su camino.

Salí del supermercado pensando en el profe de Derecho y en lo duro que debe ser ir por la vida generando malos recuerdos y deseos de no ser visto en las personas que nos reconocen, aunque no logro definir si es lo mejor o lo peor el hecho de que él nunca fuera a saberlo.

Pero, ¿y yo? ¿Seré ya o llegaré a ser un mal recuerdo para un muchacho que el día de mañana al verme me esquive y se vaya aliviado si no reparé en su presencia? Y de ser así, ¿querré saberlo?

Me pregunto dónde se saca número para preguntar por los errores y las omisiones del pasado, si habrá por ahí un manual que ayude a irlos corrigiendo y si los espejos reflejarán de verdad lo que uno es y ha sido.


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