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miércoles, 29 de enero de 2014

Octubre de 2013 (en la red)







OCTUBRE

El chofer del 103 va con un apéndice al costado en forma de morocha. Hay adornos por todos lados, incluyendo un rosario de madera enorme. Voy yendo a 3 Cruces con el tiempo justo.
Algunas cosas nunca cambian.

En el último asiento van dos treintañeras tomando mate abrazadas. El guarda lleva la radio bajita. Hay un plancha muy amable que le cede el asiento a todo el mundo. No subió ni un vendedor ni un músico en todo el viaje.
Algunas cosas por suerte sí están cambiando.



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ESTE SÁBADO ME FUI A TOMAR MATE AL CUARTEL

2013 es el primer año en muchos en que no trabajo los sábados y sin embargo hoy me tiré a eso de las 10 por el 58, que propone una visita patrimonial muy especial. Un recorrido por los lugares del barrio que tuvieron que ver más directamente con la Huelga General del 73', guiado por estudiantes y participantes de aquel momento histórico. Las compañeras de Historia habían trabajado hasta la madrugada para armar en el liceo una muestra con carteles, libros y objetos relacionados al golpe de Estado y la huelga. Grupos de vecinos, profes y estudiantes lo estuvimos mirando hasta que a las 11 salió el ómnibus del primero de los tres recorridos de hoy y allá fuimos.

Oímos las historias por primera vez de boca de sus protagonistas y en el lugar de los hechos: las textiles, las metalúrgicas, los centros de la resistencia del barrio. Ahí me enteré de la labor solidaria de la Iglesia Santa Gemma, que yo siempre creí que era medio cero a la izquierda en la zona. El "Carozo" Huelmo (sordo como una tapia pero con más memoria que yo, porque me reconoció de la infancia y se acordaba de mis abuelos y todo) nos habló de las textiles, de cómo empezaron en cierto momento a usar los cueros de oveja para forros de calzados. Ahí se me vinieron a la cabeza las imágenes de las montañas de cueros apilados en la vereda de la Curtiembre Montevideo en mi infancia, el olor a sustancia química, el agua de colores insanos corriendo por el cordón de la vereda. Mencionó a la Bozzolo que en cierto momento pasó de hacer ladrillos a cerámicas, y ahí estaba otra vez mi niñez y me vi de culo para arriba con mis primas en el campito de enfrente a lo de mis abuelos, juntando para jugar las baldositas azules, rojas y amarillas que la Bozzolo tiraba. Nombró la huelga y me acordé del pasillo que conectaba Osvaldo Cruz y Barros Arana, pasillo tan angosto que no lo conocías si no eras del barrio, por el cual se escaparon decenas de obreros cuando la Republicana los corría con sus caballos.

Vivo en el barrio desde que nací y recién hoy estuve por primera vez en Punta de Rieles, convertida en Plaza de la Memoria con teatro, biblioteca, mosaicos y perros callejeros. Nos hablaron algunas vecinas de la época y también dos de las otras vecinas, las de la cárcel.

También hubo historias personales, de boca de otro de nuestros guías de hoy:
_Yo era el secretario General de la UNTMRA en el 79 y un día me tuve que ir de casa porque me avisaron que la cosa estaba brava. Andaba caminando esa noche por la calle Salto sin saber bien qué hacer, y me crucé con unas prostitutas que me dijeron "¿querés salir?" Y yo no pude contestarles que no, que no quería salir, que lo que quería era entrar a dormir a algún lado, quería comer, estaba muerto de hambre. Al final me tiré hasta lo del Pelado Gómez, en Osvaldo Cruz, que cuando me vio me invitó a entrar y me dio un plato de puchero y un vaso de vino. Después he andado por muchos lados, por Europa, por hoteles 5 estrellas, pero nunca más en mi vida una comida estuvo tan rica como ese vino y ese puchero.

Estuvo muy bueno lo de "ir a tomar mate al cuartel" esta mañana.
Visitamos, escuchamos, sacamos fotos, charlamos, aprendimos.
Que nunca falte.

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¿Cómo debe sentirse uno cuando está solo en su casa, le suena el celular y la pantalla le informa que "YO te ha enviado un mensaje"?
O soy muy ignorante, muy miedosa o _probablemente_ ambas cosas, pero me corrió un frío por la espalda y se me cruzaron toda clase de historias de desdoblamientos y múltiples personalidades, hasta que vi que lo que YO me informaba era que había expirado la internet del teléfono y por la módica suma de cien pesos podría navegar de nuevo por las redes sociales y hasta conciliar el sueño esta noche, sabiendo que sigo siendo una unidad única e irrepetible. O eso creo.

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CATHARSIS DE JUEVES A DOS HORAS DE ARRANCAR PARA LA ÚLTIMA CLASE DE FLORIDA.

Esta época en el liceo es muy particular.
Corregir pruebas. Entender letras, ideas, intenciones, asteriscos fantasmas y ortografía esquiva.
Armar programas. No solo uno por cada curso sino (en el caso de los que se van a categoría B ) uno por estudiante.
Atender a los padres que a fines de octubre se acordaron de que tienen hijos. Darles pañuelos desechables cuando nos caen con toda la problemática familiar desde la época de la llegada de las primeras familias canarias a Montevideo.
Llenar miles de papeles en libretas que a esta altura ya casi se van desintegrando tras el uso del año.
Pensar y proponer proyectos para el año que viene.
Armar carpetas de méritos y perseguir áridos papeles que certifiquen que sigo siendo apta para esta tarea.
Explicarles a algunos que si el máximo de faltas era 17 y ellos tienen 34 no les voy a borrar ninguna.
Explicar por enésima vez que recortar y pegar de wikipedia no es "hacer un trabajo para Literatura".
Y contestar que sí voy a seguir dando clases aunque ya hayamos hecho la prueba.
Y que no vamos a salir al patio a tener clase al rayo del sol.

Pero también es tiempo de fotos.
Paseos.
Planes de vacaciones.
Calor.
El fin de los madrugones ahí cerca, a dos semanas nomás.
La maravillosa sensación del afecto mutuo generado con aquellos con los que compartimos largos meses.

Decididamente esta es para un docente la época más ambivalente del año.

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Ella tiene cincuenta y pico; es esbelta, rubia, con discreto maquillaje y caravanas de perlas. Hermoso rostro y actitud tranquila.
Él pasó los sesenta hace rato. Flaco y alto, de pelo blanco, ojos grandes y expresión de abuelo bondadoso.
La besa en la mejilla como despedida mientras ella sube al CITA de las diez y cuarto y no parece captar el gesto de cansancio de la mujer, que no está para despedidas y solo se concentra en su pasaje y su bolso. Se queda ahí, a un par de metros, hasta que ella se dirige por el pasillo a su asiento sin volver la cabeza ni buscarlo ni pensarlo ni quererlo ni una vez siquiera. Parece darse por vencido e inicia la retirada, pero se detiene en el andén siguiente y permanece a medias tapado por una columna, mirando. Al fin baja los hombros y sale, arrastrando los zapatos por el empedrado.

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