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lunes, 27 de febrero de 2017

Turismo en 2002





21 de marzo
Salimos Mabel, Aldo y yo a las cuatro de la tarde con clima fresco, poco tránsito, buen estado de ruta y de ánimo. Cinco horas de viaje sin nada de particular excepto que está todo muy verde por las lluvias y hay una zona de pedregales interesante en Flores. Salto nos impresionó con enormes edificios de época, veredas con mesas, sillas y sombrillas de barcitos, mucho movimiento y un ambiente a la vez de cosa antigua y moderna. El hotel Biassetti es de 1885: una mole en una esquina, de dos pisos y con millones de habitaciones y pasillos por todos lados. Limpio, conservado, pero viejo y gastado, demasiado enorme y espacioso, con aire fantasmal. Yo esperaba que se me apareciera Horacio Quiroga, pero él no quiso venir. Dato comprensible pero absurdo: en el hotel sólo hay UNA cochera disponible.
A la noche tomamos unos helados en “Payaso”, tan grandes que tuve que tirar la mitad del mío. Al irnos a dormir comprobamos que la cama tenía bichitos (muertos).

22 de marzo
Desayunamos (ya con Mariana) en un comedor gigante, y salimos de Salto. El puente es enorme, aunque de la represa (agua, espuma, cosa llamativa) no vimos nada. En la Aduana nos demoraron porque yo me olvidé de la cédula pero llevé el pasaporte, y ellos no sabían si sellarlo o no. Pasamos Concordia, un puente bajo y muy largo sobre una laguna llena de islotes, todo muy idílico hasta que unos metros más adelante nos paró la caminera argentina, que estaba controlando la velocidad por radar: habíamos entrado al puente a 92, y el máximo era 60. En nuestra defensa aquello no parecía puente sino camino por un terreno inundado, pero, en fin. Marchamos. Media hora de idas y vueltas, con un intento de coima frustrado porque apareció el mandamás. Teníamos que pagar 48 pesos, y no teníamos argentinos. Había un almacencito cerca, pero su capital era tan poco que no llegaban a tener ni siquiera eso (menos de quince dólares). Una tristeza, aquello. La gente parecía deprimida, vacía de ilusiones. Nos miraban como despidiéndose del mundo, no sé, horrible. Al final, viendo que la policía cotizaba el dólar al valor oficial de 1.40 cuando estaba a dos o dos con cincuenta, nos fuimos a cambiar a una IPF cercana, dejando en la carretera a Aldo como rehén. Volvimos, pagamos y recién cuando nos íbamos a ir miré el piso: casi me muero. ¡Estaba lleno de ágatas y amatistas! Junté como veinte en un minuto y nos fuimos, porque nos quedaba un largo tramo para ese día por delante. Snif.
Al ratito nomás nos pararon otra vez, pero ahora sólo para pedir libreta y seguro del auto. Igual ya no nos multan por hoy; parece que con una multa al día ya estás más allá del bien y del mal.  Es verdad. Nos decían “Ah, ya los multaron hoy… sigan, sigan entonces, dos multas en un día no puede ser”. 
El paisaje es arbolado pero monótono. Hay una media cuadra con cajones rotos y naranjas tiradas a un costado: se ve que hubo un accidente hace poco. Cientos de km. con arbustos bajos, algunos secos, muy fotografiables. Largos tramos con cañas de maíz a un costado. Por el camino paramos para ir al baño, y junté más piedras preciosas.
Entramos a Corrientes y dimos mil vueltas porque no había gasoil ni cambios abiertos. Eran las tres de la tarde y no habíamos almorzado. Cruzamos el Paraná por un puente larguísimo y a la salida...otro peaje, el cuarto del día. A 20 km. estaba Resistencia. Paramos en mitad de la ruta. Había dos perpendiculares y ambas llevaban a Resistencia. Tomamos por una y cuando creíamos que ya la habíamos dejado atrás otro cartel ¡anunciaba a Resistencia más adelante! Comenzamos a pensar que es una especie de ciudad fantasma que está en todas partes y en ninguna. Conocimos en un supermercadito a un señor gordo, muy amable y muy, muy triste, igual que sus empleados. Él y todos en general en este país tienen una pinta de bajón que te parte el alma.
Seguimos viaje. Los policías argentinos parecerían estar aburridos, porque nos pararon como quince veces a pedirnos documentos, bomberitos, luces. Cerca de Formosa el paisaje se hizo más selvático, con monte tupido y palmeras. De pronto, nubes negras: se vino un diluvio. Pasó. Volvió. Llegamos a Clorinda de noche, nos equivocamos de camino, desandamos y al fin pasamos por la Aduana más horrorosa, tétrica y mugrosa que hayamos visto. Pasamos un puente y entramos a Paraguay. Ahí la carretera se hizo negra y horrible, sin señalizar. Llegamos a Asunción y al rato nos perdimos. Preguntamos, pero las explicaciones eran muy complejas. Conocimos a un tal Cristóbal empeñado en darnos órdenes y llevarnos al hotel España. Al fin llegamos a la casa del tío de Aldo, con guardias armados en la puerta que nos apuntaron cuando demoramos un segundo de más en frenar el auto. No había nadie esperándonos, pero al fin llegaron. Charlas, cena, ducha, un televisor de 800 pulgadas. Mi cama se hunde y por la de Aldo entra agua, pero dormimos en un segundo, porque estamos agotados.

23 de marzo
Nos pasó a buscar Mabel en el auto de la tía Cedo (con chofer incluido), y fuimos a un bazar espantosamente kitsch a comprar el regalo para el casamiento al que íbamos. En otro lado vimos artesanías de cuero y compramos bolsos, mochila, etc, todo divino y baratísimo, pero ya cerrando. Con Mariana y Aldo recorrimos un poco a pie, vimos un par de plazas, una librería (caro) y volvimos al hotel, desde donde Mabel nos llevó a lo del tío Rubén en su auto. Vino un diluvio terrible, con granizo tan fuerte que no nos animamos a bajar y esperamos media hora. Cuando al fin encaramos caminar los diez metros hasta la casa y llegamos, se cortó la luz. Un calor terrible. Guerra con todas las mujeres de la familia del lado paraguayo para explicar que de ninguna manera, que yo no iba a ir a la peluquería. Y se hizo la noche. 
Se suponía que salíamos a las ocho y media, pero a las ocho y diez el padre de Aldo y el de la novia seguían jugando a la generala sin vestirse. Nos fuimos a la ceremonia civil. Cientos de personas, muchas de ellas con vestidos recargados, horrorosos, otros muy lindos, todos coloridos. La ceremonia fue corta pero los testigos a firmar eran unos 40. Había un coro con seis cantantes, y después un par de parientes leyeron mensajes para los novios. Pasamos al salón de la fiesta: todo muy suntuosiento, con sillas forradas con tela blanca y moñotes. Torta de tres pisos, también con moño y sin gracia, que después supimos que era de utilería.
     Oh, socorro, socorro: a tía Nede le tocó en nuestra mesa, y no había más lugar donde escapar. Por suerte se cambió porque el bendito aire acondicionado estaba muy fuerte. La fiesta arrancó con música vieja y lenta, como New York, New York. Llegaron los novios, se bailó el vals, se sirvió la cena (una delicia: un algo de pescado con salsa de camarones y un algo de pollo con verduras y champignones). La música fue hasta las tres, más o menos, de orquesta y luego discos, pero todo cachenque, o sea Fatales y esas yerbas. Moría de frío por el aire acondicionado pero si salía afuera había un calor de locos. Nos fuimos pasadas las cinco treinta, muertos de sueño.

24 de marzo
No hicimos mucho: fuimos a casa de una pariente con sus ocho perros, luego a lo de otros que tienen piscina y no nos dieron mucha bola, charlamos con uno que estuvo en Sudáfrica y contó cosas interesantes, y nos fuimos.

25 de marzo
Salimos a las ocho pero el tránsito estaba horrible y demoramos horas en dejar Asunción. Paramos en el camino para conocer la basílica y santuario de la virgen de Caacupé. Una enorme iglesia con vitrales y millones de vendedores ambulantes, algunos con unas artesanías de Teletubbies y Pikachús dignas de la peor pesadilla.
El camino es panorámico y lleno de árboles, palmeras, selva. Un calor horrible, no podíamos respirar. Al fin llegamos a la frontera en Ciudad del Este, un lugar desagradable, lleno de puestitos y ambiente salado. Paramos en la Aduana porque quisimos, porque nadie ni nos miró, y luego en la de Brasil pasamos de largo y tuvimos que volver para hacer los trámites. 
O hotel previsto en Foz (Alka) era horrorosinho. Fuimos perseguidos por las calles con folletos de hoteles y restaurantes y al fin nos quedamos en uno sobre una avenida: Ambassador. 
Salimos para las cataratas, a 30 km. Se entra por un parque en ómnibus de dos pisos con los costados abiertos y dibujos de animales de la zona que nos dejó en el inicio de las caminatas. El lugar es indescriptible, hay un camino fijado con terrazas panorámicas cada pocos metros, todo muy limpio, organizado... y lleno de gente. Si hubiéramos hecho el safari Macuco (treinta dólares) teníamos un recorrido por la selva y un viaje en gomón que se ve que era espectacular. Las cataratas parece que nunca terminan, y a uno le da como una especie de vértigo ver tanta agua cayendo con tal fuerza. No sé, no hay palabras. Pasamos con Mariana como media hora mirando a un pescado prendido a las algas del fondo, esperando que la corriente no lo arrastrara. Se veía un arco iris espectacular, un círculo completo, y el agua que salpica moja un poco, lo cual es muy bienvenido. Morimos de calor. A la salida de la terraza principal hay coatíes que piden lo que estés comiendo y se meten en los tachos de basura para sacar algo. Subimos al nivel de los restaurantes y micros por un ascensor panorámico, y volvimos.
Ya en Foz, Aldo y yo fuimos a almorzar (eran como las siete) y luego hicimos mandados en el super Muffato, lo más fresco de la ciudad. Buscamos inútilmente una central telefónica. En el lugar de la comida (espeto corrido) había una gata símil Griselda, mimosa y con una enorme panza, a la que le dimos carne a escondidas del dueño. El hotel era una sopa, pese a que Mabel se quejó y supuestamente arreglaron el aire acondicionado. El baño: un sauna.

26 de marzo
Gran día del cruce de Brasil. 
Nos levantamos 5:45 y arrancamos sin desayunar, con un clima menos sofocante que ayer y que en parte se nubla a veces. Hemos ido más o menos bien pero el viaje es largo, hay muchísimos camiones y hubo como cien km. de sierras bravísimos, con curvas muy cerradas y sin poder adelantar a nadie, porque son todos tramos cortos y con frecuentes repechos. Vimos un camión de carga de madera casi volcado con los troncos medio apoyados en el morro. Presenciamos varios amagues de choques. A veces quedábamos atrás de una fila de seis o siete camiones, la mayoría de la especie Vinilona. Los paisajes son increíbles, a lo lejos se ven los campos azulados. Comimos en una churrascaría de Xanxeré, más o menos a la mitad del camino, más caro que en Foz pero igual barato. Vamos con el corazón en la boca por los peligros de la ruta. Hoy no llegamos a Torres ni soñando. A polizia nos paró para ponernos tres multas, dos por no llevar cinturón de atrás puesto ni Aldo ni yo y una porque Mabel manejaba de ojotas, pero previo cargarse a Mariana y recibir diez reales el señor oficial nos dejó ir, desistiendo de su propósito de que fuéramos a la ciudad más próxima (15 km.) a pagar la multa y volviéramos.
Pasamos Curitibanos ya de noche y lloviendo. Los camiones nos tiraban agua sucia, y de la ruta no se veía nada. A los 15 km. tomamos otra ruta, que estaba mejor. Llegamos a Lages a pernoctar. Estuvimos una hora o más buscando hotel, otra tratando en vano de llamar a Montevideo, y una más buscando dónde comer. Cenamos esfihas, una especie de pizzeta, que puede venir con tapa, como una empanada gigante. La mía era de pollo, queso y palmitos. 

27 de marzo
Salimos 9:30, porque pasamos otra vez horas para hablar por teléfono y salir de la ciudad. El desayuno estuvo bárbaro: había leche, té, café, agua, panes y dulces varios, galletitas, torta de naranja y de chocolate, frutas, jugos, pizza, panchos, huevos revueltos, etc. El día estaba fresco y nublado.   
¡MEU DEUS! ¡MEU DEUS! ¡MEU DEUS! 
Cuando nos enfrentamos a la Sierra del Río do Rastro no podíamos dar crédito a lo que veíamos. Está al borde de un precipicio, tan alta que desde un mirador vimos las nubes debajo de nosotros. Rezamos. Literalmente, rezamos.
Antes de enfrentar el precipicio paramos en un puestito de Bon Jardín da Serra, un caserío. Allí compramos licor de cacao y de manzana mientras mirábamos unas fotos impresionantes: eran de la carretera que debíamos tomar sí o sí, una serie de vueltas cerradísimas en torno a precipicios sobre los morros. Sobre ellas, un cartel con la imagen de la virgen rezaba: “Que Deus nos proteja”. Casi me da un ataque, y más cuando paramos en un mirador a ver lo que se nos venía: estábamos como a 2000 m. de altura, y la carretera serpenteaba hasta perderse bajo las nubes. Una vista inolvidable. Comenzamos el recorrido, y vimos un cartel que anunciaba que ese era el día 12 sin muertos en esa carretera. ¿Ese será el concepto brasilero de tranquilizar al viajero? 
La bajada fue vertiginosa y los paisajes increíbles, aunque un tanto disimulados por las nubes. Nunca vi curvas tan cerradas: un zig-zag continuo que duró 12 km. En un pequeñísimo mirador paramos un rato y en ese momento ¡plac! se desprendió una taza del auto. Se había recalentado la rueda (las cuatro, en verdad) porque bajamos con el freno de pedal y había que usar freno de motor. Un chorro de agua caía de la montaña, junto a nosotros. Le pusimos agua al auto (que echó humo) y seguimos. Almorzamos en Lauro Müller, ya fuera de peligro. En la 101, que es una carretera muy importante, se vino un diluvio terrible, y tuvimos que parar un rato, en el que aprovechamos para entrar a una especie de tienda enorme que se llovía penosamente.
Llegamos a Torres como a las cuatro, y demoramos horas en elegir casa, hasta que alquilamos una preciosa frente al mar, en una playa pequeña y tranquila entre dos morros. Descansamos un rato, y después fuimos Mariana y yo a la playa, que estaba con luna casi llena. Divina, pero sin caracoles. Caminamos por una vereda al borde del morro, increíble. Había una especie de gruta con una virgen y muchísimas velas y placas de agradecimientos e incluso una vela prendida en la playa, entre las piedras. 
Torres nos gusta mucho: hay centro, paz, lindos paisajes. El dueño de casa es un veterano amoroso. Mientras esperaba que se secara mi pelo al fin lavado, ya pasada la medianoche, encontré un libro de Castaneda, en español: Las enseñanzas de Don Juan, que estuve leyendo un poco.

28 de marzo 
Todo el día estuvo gris y lluvioso. Hicimos compras, porque viernes y sábado cierran muchos comercios. No dio para playa. A Aldo le dio jaqueca al medio día, y ni almorzó. Nosotras caminamos bastante, sobre todo buscando qué comer, porque a las 15:00 cierra todo. De noche fuimos con Mabel a comprar comida para llevar y de paso subimos en auto al primer morro, el Morro do Farol. La vista es hermosa, y más con la luna. Recorrimos la rambla hasta la desembocadura del río Mampituba. Hay una laguna (Lagoa do Violao) para el otro lado.  

29 de marzo 
Salió el sol. Hicimos playa de mañana y al medio día (¡linda hora!) empezamos a escalar los morros de la izquierda Mabel, Mariana y yo. El primero es enorme y sólo se sube a pie. Hay grutas por donde pasa el agua, enormes precipicios, paisajes muy pintorescos, escaleras al borde de la nada. Bajamos a una microplaya tranquila. A media cuadra un enorme pedruzco que se pedía no escalar y media cuadra de playa después se llega al último morro, al que se sube por una escalera empinada en medio del monte que me sacó el aire: el “Trilho das cobras”. La vista fue de lo mejor del viaje junto a las cataratas y la Sierra. Volvimos por otro por atrás; se veían aún a lo lejos, tras enormes dunas, los morros de la Serra Geral. Almorzamos en un buffet por kilo, e hicimos más comprinhas. Después M & M y yo volvimos a subir al morro do farol, que ahora estaba lleno de gente. Torres se llenó, parecía una procesión. Mabel hizo una cena muy cara (12 reales) y depois todos vimos televisao, con una novela tras outra. La melhor: O quinto dos infernos. El dueño de casa nos contó que desde el tercer morro se ve una “pedra” (¿morro?) que es la roca de Itapeva: la última hasta el Uruguay, así que desde ahí hay 600 km. ininterrumpidos de playa. Pasando Itapeva hay una playa donde hay conchas fósiles, según un mapa de la casa.

30 de marzo
Salimos de Torres 7:45 para hacer el tramo más largo que realizaremos en un solo día: 1100 km. hasta Montevideo. Hubo sol até o mediodía. El paisaje post Porto Alegre se volvió monótono, excepto por la reserva ecológica Taí entre Pelotas y el Chuy: una enorme extensión de agua y bañados con garzas y carpinchos al lado de la carretera. Parece que llovió mucho; hay espejos de agua por todos lados. Al pasar la Aduana todos nos bajamos de los autos para ponernos buzos y camperas, porque la entrada al Uruguay fue también la entrada al otoño. En el camino paramos a comprar miel y licor de butiá, y al fin llegamos a nuestro hogar dulce hogar, un remanso de paz, si no fuera por los cinco pichones de Tania que encontramos adueñados de la casa. Nuestros nuevos gatitos habían tirado cosas, roto tazas, orinado por todos lados, un desastre, sumado al cansancio (ya era muy entrada la noche) y la lluvia inclemente. Queríamos barrer y ellos se prendían a la escoba. Terminamos echándolos al patio con lluvia y todo, pero lloraban lastimeramente, y los entramos al minuto. 
Y es por eso que queremos (necesitamos) nuevas vacaciones.

miércoles, 8 de febrero de 2017

Los copetes






Primero fue el perro, la enorme cabeza de un golden retriever apoyada de repente en la bolsa de los mandados que estaba en el banco entre mi amiga y yo. Olfateaba la bandeja de sandwiches con evidente deseo, pero no tuvo éxito. La dueña estaba a unos metros conversando con otra chica y rápidamente vino a salvar nuestro almuerzo de su amistosa mascota, que se llamaba Teo.

Después fueron ellos. 
Dos preciosos cardenales rojos aparecieron como de casualidad frente a nuestras narices. ¡Dos cardenales rojos en Montevideo! Se volaron al menor amague de enfocarlos con el celular, tengo una foto del piso de plaza vacío como prueba. De todos modos ambos volvieron una y otra vez, hasta que me di cuenta de lo que buscaban y les tiré unos trocitos de comida. Se animaron al ver que no hacíamos ademán de perseguirlos; a partir de ahí pasaron diez minutos a un par de metros, dejándome sacarles un par de fotos en las que se adivinan bastante bien entre las sombras de los árboles. 
Es muy raro ver cardenales en medio de la ciudad. Yo había visto uno hace un par de meses en una estación de servicio en La Paloma, que a esa altura del año es una mezcla de urbana y rural. En Montevideo, nunca. Pensé que serían de algún viejo desagradable que los tendría en una jaula pequeñita y odiosa; seguramente la familia al morir el carcelero los habría soltado para que fuesen libres (en el mejor de los casos) o para zafar de pensar qué hacer con ellos (en el peor). Ya no quedan muchas personas que tengan pájaros enjaulados, por suerte, aunque por si acaso recorté las fotos para que no se notara en qué plaza los había encontrado tan felices y mansos. 

La primera vez que vi un cardenal fue en mi casa de la infancia. Desde que tengo memoria había uno en una jaula redonda que mi madre limpiaba y sacaba bajo el ciruelo cada día. Colona, se llamaba, y ahora que pienso no tengo la menor idea de por qué mi vieja afirmaba que era “una cardenala” pero sus razones tendría. Yo era muy chica; muchos de mis parientes de más edad tenían pájaros enjaulados, y pensaba que mi madre se estaba sumando al clan antes de tiempo, pero me equivocaba. La primera vez que pudimos ir a acampar bien lejos de Montevideo, a una estancia en los Cerros de Amaro, llevamos a la Colona con nosotros y la soltamos en medio del campo. Mi madre la había cazado porque la vio en el fondo de casa pero su intención desde siempre fue salvarla de algún otro cazador para poder soltarla a la primera oportunidad. Éramos pobres, la oportunidad demoró un poco pero al fin llegó. La Colona se ve que entendió la intención porque voló pero por un rato se quedó cerca, en un arbolito frente a la carpa. Después se fue, aunque toda la semana que estuvimos acampando venía por las mañanas a cantar un ratito desde el árbol, como saludando. 
Un par de años más tarde la historia se repitió, y la jaulita de la Colona fue por un tiempo el hogar del Arisco, un macho joven y enérgico. También lo soltamos, esta vez a los pocos meses, porque las cosas andaban mejorando y ya nos estábamos yendo a acampar una vez por año, en enero. 

Mis viejos viven ahora en un pueblo a orillas de la Laguna Merín, lugar pródigo en todo tipo de aves, y allí a los cardenales los hemos visto volar en bandadas de cabecitas rojas y ruidosas. Lo colorado de sus copetes no llega a competir con el rojo de los churrinches, pero anda cerca.

A veces me pregunto si las señales existen de verdad o me las invento; ayer estábamos en un momento muy triste, de esos en los que la muerte planta bandera y uno no le encuentra mucho sentido a nada, y de repente esos dos ahí, a nuestros pies… 
Les tiramos unos pedacitos más; el sandwiche era de choclo, se ve que les encantó. Y dejamos la placita. Como decía el Sabalero, “esta puta vieja y fría nos tumba sin avisar”, pero la vida puede más, siempre. Y hay que seguir volando. 

jueves, 2 de febrero de 2017

Febrero 2017




La gente bichera es rara. 
Alguno de mis amigos me agregó hace tiempo a un grupo de conservación y biodiversidad de fauna autóctona pero no había entrado hasta hoy, en que el calor post almuerzo me llevó a tirarme en la alfombra y empezar a vichar páginas en forma aleatoria.
En general la gente pone fotos de bichos y pide si alguien se los puede identificar, aunque también aparecen imágenes de víboras con comentarios como "esta señorita se está paseando por la vereda de casa", o una imagen aterradora de una araña pollito a la que otros comentan qué hermosa es, qué lindo ejemplar, etc. Pero la que me puso los pelos de punta fue una mujer que muy tranquilamente y sin señales de pánico pide información sobre algo que le está pasando, y empieza así: "Hola! En mi casa parece que convivimos con comadrejas. De noche le han caminando por la espalda a mi hermana y le da fobia."
Ah, ta, listo: no voy más a la laguna. 

Mis viejos entenderán.





Así amanecimos: paz y dulce sueño reparador panza arriba sobre la tierra y junto a los cachorros, pero la noche no fue tan tranquila. A eso de las cinco me despertó un llanto perruno. La perrita estaba llorando, como que le pasaba algo. Me levanté. Roldana (extrañamente) estaba acostada en lo alto de la escalera, aunque su sitial de los últimos meses ha sido el sillón del living. No prendí la luz porque había una cierta luminosidad que llegaba del exterior; empecé a bajar y cuando llegaba a los últimos escalones noté algo raro en el piso de abajo: una mancha movediza al final de la escalera. La perra. 
¿Qué hace la perra adentro de la casa? ¿Cómo entró? ¿Vinieron ladrones y abrieron el fondo?

No. Había cerrado la reja pero no la puerta, que se abrió sola o con ayuda canina. La mancha movediza estaba de lo más contenta de verme en la madrugada, movía la cola y me saltaba de felicidad. Había comido todo de los platitos de Roldana, y ahí entendí por qué la otra pobre se había exiliado en el piso de arriba. Le di unos trozos de Canito y demoré un rato en entrar, porque ella no me quería dejar dejarla. Yo creo que su intención es que yo viva con su familia en el patio, debajo de los toldos-frazadas, sobre la tierra, pero por ahora creo que no va a convencerme. Por ahora.





La vida te da una cachetada en plena cara cuando ves el facebook de un señor veterano, pensás: "Pah... ese apellido...¿será el padre de mi ex compañero de escuela?" y obviamente te das cuenta de que no, no es el padre. Es él.

Respira... respira... Ooom...





Ella apareció en el barrio a mediados de diciembre. No sabemos si venía perdida, echada o simplemente había estado vagabundeando toda su vida; es una perrita joven, sin raza, no tenía heridas pero sí algo en la mano izquierda que la hacía quejarse a veces y caminar medio renga. Nos acostumbramos a verla. Yo le daba comida de vez en cuando, y pensaba que era una lástima que nadie la registrara, que siendo tan linda, tan dulce, tan cariñosa, nadie notara su presencia salvo yo, que no quería adoptar un perro. 
Me equivocaba. 
La perrita tuvo sus dos cachorros medio escondidos en el costado de mi casa y yo al día siguiente la entré para el fondo (después del episodio del alambre de púas), con la ayuda de tres vecinos. Desde entonces cada uno que se entera de que la tengo en hogar transitorio pega un grito de alegría y queda como aliviado, feliz de que no haya muerto, de que no la haya tirado nadie para otro barrio,de que esté en una casa tranquila y alimentada, protegida. El rumor se extiende por la cooperativa y adyacencias. Hay gente que ha salido corriendo a decirle a otro que no se preocupe, que la perrita está a salvo, que la encontraron. 
Por mi fondo han desfilado en estos días adolescentes, niños, personas mayores, conocidos y desconocidos, y todos me dicen lo mismo: "es divina, yo la quiero mucho, qué bueno que la dejaste en tu casa, gracias". Vienen a verla y la abrazan, le hacen mimos, la miran a los ojos, le dicen cosas lindas.
No me gustan las moralinas ni sería buena tratando de establecerlas, pero no puedo evitar pensar cuántas veces las personas creen que no son registradas en sus buenas cualidades, que nadie repara en ellos, que resultan ser invisibles para el resto, y es únicamente que no se han dado cuenta de lo importantes que son y de lo mucho que se las aprecia. Pasa en el liceo, pasa en los barrios, pasa en los trabajos, pasa en la vida. 
_ ¿Y? Qué raro, ¿no te fuiste a ningún lado este carnaval?- me preguntó ayer el sereno cuando me vio llegar por la noche. 

No, no me fui a ningún lado. Me necesitan en casa.





Último párrafo del artículo de El País sobre la entrega de premios del cine yanqui:
"Pero la edición número 89 de los Oscar será recordada como aquella en la que se anunció la mejor película equivocada, generando un pequeño conflicto en escena y seguramente una situación verdaderamente incómoda."
Arrancar un párrafo con conjunción adversativa ya me provoca cierto escozor, pero cerrarlo con dos adverbios terminados en mente me resulta terriblemente, espantosamente y soberanamente falto de estilo.
No, no estoy extrañando la corrección de escritos. 

Mis estudiantes escriben mejor.





Ella sigue escarbando. Va a terminar descubriendo una ciudad perdida. Cada vez que le entra el instinto excavador deja a los pobres perritos todos sucios de tierra, pero después los limpia. Ayer fue día de visitas varias al patio del fondo, de las cuales resulta que una amiga quiere adoptar a la perrita y una vecina eligió a la cachorra holandito. Hay quien quiere al otro bebé pero primero tiene que convencer a su propia madre, en tarea un tanto improbable. Resumiendo, que por ahora parece quedar solo el negrito (si esta última labor de convencimiento no tiene éxito), y todos estarían abandonando Arbolito hacia comienzos de abril. 
Roldana no se caracteriza por la paciencia pero va a tener que esperar un mes y medio para volver a recorrer sus dominios en su totalidad, salvo que de aquí a entonces las relaciones con el invasor se hagan un poco más fluidas, cosa que me parece bastante posible, dado el buen carácter de las involucradas. 

#CarnavalConPerrosYGata





¿Quién los entiende?
La perrita durante la noche estuvo haciendo excavaciones en el costado de tierra del patio y hoy la encontré así, medio apretada en un espacio estrecho con sus cachorros. Había llenado de tierra el patio y el pote de agua estaba marrón pero ella parecía satisfecha.
Roldana, para no ser menos y volver a integrar las crónicas de Arbolito, despreció olímpicamente la suprema de pollo que le había comprado y se puso con alma y vida a comer del "Canito" barato que compré para la advenediza del fondo. 
De los pequeños no hablo, porque por ahora solo reptan y se quejan en voz baja, pero ellos también ya van a venir con cosas raras, lo sé.

¿Quién los entiende?




Ensayo y error. Ese es mi segundo nombre en estos días. 
La criatura está muerta de calor en él galpón, acaba de sacar TODO lo que había en un cajón de mi viejo y se metió adentro, dejando los cachorros afuera. Creo que la voy a volver al exterior, donde corre aire. Instalé el cajón del Cele en el costadito, tras el portón, y estoy esperando que pase un vecino para que me ayude en el traslado, porque creo que tengo que llevarlos a los tres a la vez, pero no estoy segura. 
Lo dicho. 
Ensayo y error. 

Oooooom.





Esta es mi nueva cartera. No sé si me estaré equivocando, pero cuando le puse en el bolsillo la tarjeta del STM con su envoltorio de plástico rosado me pareció verle una mueca de asquito. Debe ser mi imaginación.





Media hora después: lo del frente no funcionó, y la dejé en el patio, que es más fresco que el galpón. Igual hasta el jueves por lo menos no llueve... Mañana cuando le dé el sol los entraré, yo qué sé. Re-oooom!





"Está como para matar a uno", dice el muchacho en la carnicería del Disco, sopesando un trozo de carne congelada que acaba de comprar. 

Mary Maloney hace escuela y Roald Dahl sonríe entre dientes, dondequiera que esté.





Las noticias de la mañana pueden no ser malas y pueden no ser buenas, diría Macbeth. La perrita amaneció escondida en un rincón del galpón, detrás de unos cajones, con el blanco y negro al lado. El otro, el negrito, seguía en el lugar de ayer de noche sobre la alfombra. Es la segunda vez que ella se cambia de lugar y lo deja. ¿Selección natural o impericia de madre primeriza? No sé, pero lo cierto es que esta mañana no quiso la carne que le di, y eso me preocupa. Ayer andaba desasosegada, nerviosa. Temo que con el estrés de enredarse en el alambre de púas haya tenido complicaciones de parto y le haya quedado un perrito sin nacer, como me dijo una alumna ayer que le pasó a la perra de una amiga. Cuando vuelva a casa (dentro de muchas horas, porque voy en viaje a Florida) veré con qué me encuentro.
Todo este episodio me ha servido entre otras cosas para realizar dos comprobaciones contradictorias. 
La primera, que estoy sola. Y estoy harta de estar sola. No hablo de la circunstancia afectiva sino de una soledad mayor, que en parte es buscada y en parte no. Ustedes recuerden que no tengo hijos (decisión mía) pero tampoco hermanos, y mis viejos viven a 450 km. Mis amigos están en otras puntas de la ciudad y el resto de mi familia en parte también. Es un tema que en general no me pesa, pero este año hubo dos momentos en que odié estar sola: cuando murió mi gata y cuando me encontré a la pobre perrita enredada en el alambre de púas. No es el peor de los mundos posibles (ni mucho menos), pero en verdad me pesa, y mucho. 
La otra comprobación es, como dije antes, contradictoria, al menos en cierto sentido: estos días me han servido para calibrar la red de solidaridad que se ha creado a mi alrededor por el tema canino. Mis vecinos, en primer lugar, le han puesto el cuerpo a la ayuda. Teresa me trajo la alfombrita y prestó herramientas para liberarla (igual que los viejos Gómez), y además me ayudó a sacar el resto de los alambres del rincón del parto. Esteban se quedó con los dos brazos surcados de arañazos de alambres y tunas al momento de liberarla, Pereira me ofreció un amigo veterinario que la opera gratis, Jorge me ayudó en el operativo de entrarla al galpón, Laurita va a llevar a regalar los cachorros a la feria si hace falta; cada uno puso lo que pudo. Por otro lado varios amigos me preguntan cómo va todo por mensaje o en el muro, demostrando una preocupación que sé absolutamente sincera, y uno incluso, que no conozco personalmente, se ofreció a girar el dinero de la operación desde el exterior, diciendo que ve esos ojitos y quisiera ayudar en algo, lo que fuera. 
Estos días han sido agotadores física y emocionalmente , pero (espero) todo ha sido para bien. 

Crucemos los dedos.





Una no registra de verdad que el año de trabajo está comenzando hasta que no vuelve a viajar en un ómnibus a las 6.23 oyendo la voz de Ariel Pérez en la radio del chofer. 

Porca miseria.





El calor nos iguala a todos en la fastidiosidad, y el 103 no es la excepción, ni mucho menos. 
La de la primera fila se pasa la mano por la cara con expresión desolada. La de adelante, la del cabello gris azulado, va con el novio pero nada de abrazos. No hasta que refresque. El señor de lentes y pelo blanco (poco) va con un escarbadientes entre los labios. Me investiga visualmente un par de veces masticando el palito, pero ve que no reacciono y vuelve a mirar para adelante. A mi lado una viejita tranquila viene leyendo un libro y también parece agobiada. Una rubia joven va con su hijo en el asiento de atrás. Habla por teléfono, primero con tono de incredulidad, luego a punto de llorar, hasta que se baja furiosa ("pará que bajo y hablo más tranquila"). El niño la sigue; ella al bajar se apoya en una pared y sigue hablando por celular unos segundos, hasta que estalla y le pega tremendo grito al aparato: "¡Me estás cagando de hambre, hijo de puta!!!" Pero ninguno de los pasajeros se inmuta, y pronto todos olvidan el incidente, concentrados en un cantor melódico con micrófono y parlante. Es bueno, hay que reconocerlo; lo aplaudimos sinceramente, aún en medio del calor inmovilizante de la tarde. 

El 103 es la Comedia Humana de Montevideo. Todo puede verse, todo puede suceder bajo sus techos calentados todo el día a fuego lento. Si Balzac viviera en mi barrio no le daban seis vidas para escribir sobre este mundo. Y a mí tampoco.





Ella eligió el peor de los días y el peor de los lugares para tener a sus cachorros. El día de mayor calor del verano y la zona de las tunas al costado de mi casa. 
Yo venía de tomar exámenes; eran las dos y algo de la tarde. Antes de irme había visto que el parto estaba en acción, así que me asomé a ver cómo iban las cosas por la zona de maternidad. La perrita inadoptada estaba echada, con dos bebés al costado: uno blanco y otro negrito, divinos.
El único problema era que ella no podía moverse, porque se había enredado en un alambre de púas que mi viejo puso en la zona luego de un intento de robo, hace años. Traté de sacárselo a mano: imposible. Entré a casa, busqué una pinza, y le corté uno de los alambres. Tenía el pelo enredado en tres tramos (oreja, cola, hombro), de tal manera que no podía caminar ni darse vuelta siquiera, pobre. Y pobre yo, que me entré a desesperar, porque el alambre era fuerte y la pinza para cortarlo estaba desafilada, y no podía liberarla. Las tunas me rasguñaban los brazos, el suelo de esa parte del costado es una mugre de bolsas viejas y basuras que se acumulan entre las raíces de los cactus espinosos. Una odisea. Y no podía cortar el maldito alambre, no podía, no podía. Me corría a chorros la transpiración. NI una persona a la vista. O sí: una. Esteban, mi amigo tachero, que se estaba subiendo al taxi manejado por su compañero para iniciar la jornada. Le pegué un grito, desesperada. Vino. El compañero puso cara de pocos amigos pero no dijo nada. Yo estaba roja como un tomate de calor y del esfuerzo, y a punto de llorar de impotencia. En eso asomaron los viejos Gómez, y les pedí una pinza, pero también era vieja. Esteban luchaba, la perrita se dejaba auxiliar y los dos cachorros lloraban bajito, en medio de dos mil moscas de porquería que aprovecharon el caos y bajaron a ver qué había para almorzar. Malditas. Las odio. En eso pedí ayuda a Teresa, mi vecina, que cayó con otras dos pinzas. Esteban logró soltar a la perrita y se fue, o su compañero lo linchaba, esperando en el taxi bajo el peor sol del verano. Teresa y yo limpiamos un poco el lugar, cortamos otros alambres y le pusimos una alfombrita. Yo le di agua y carne, y ahora duerme entre las moscas. No sé si nacerán más perritos. No sé cómo correr a las moscas. No sé nada. 
Estoy extenuada. Ella se portó de lo mejor, mansa, comprendiendo que la queríamos ayudar. Ahora escribo para no ponerme a llorar de nuevo, aunque creo (creo) que todo salió bastante bien. 

En un rato habrá más informaciones para este boletín. No doy más. Estoy destruida. Ya sé que salió todo bien, pero no doy más.





Esta es la perrita inadoptada, escondida en el rincón del costado de mi casa, la zona inaccesible de las tunas y los setos indomables.
Miren bien. 
¿Ven una manchita blanca que le sale del vientre? Es una manchita que se mueve y se queja suavecito. ❤️❤️❤️
Ya vendrán las preocupaciones de qué hacer, dios mío, cuántos serán, quién los va a adoptar; por hoy se celebra la vida, y la vida siempre es buena.

¡Estamos de parto en Arbolito!





Dos menos cuarto de la madrugada. Montevideo duerme y aún sufre el intenso calor del día. Hace quince minutos se cortó la luz, y por la ventana de mi cuarto diviso un panorama sombrío que abarca varias cuadras. Todo negro, todo duerme, todo en silencio... excepto una alarma que suena ininterrumpidamente desde que se cortó la luz. La escucho medio en sordina, a un par de cuadras. Debe haber cien vecinos puteando al dueño de la casa que no los deja dormir, pienso, mientras miro de reojo al aire acondicionado mudo e inútil. 

UTE: volvé que te extraño.





Hay veces en que me parece que caigo en un bolsón de tiempo sin saberlo. 
Cómo si no puede explicarse que habiendo llegado en el bus de Florida a las 14.10 a 3 Cruces yo esté subiendo a otro bus en la Universidad, post almuerzo en chinos, a las 14.33, según el mismo reloj del celular. ¿En 23 minutos me bajé de la CITA, saqué pasaje para la próxima vez, tomé un 143, caminé dos cuadras, elegí comida, la pesé y pagué, almorcé, caminé otras dos cuadras y me tomé un 111? Es raro. 
El calor me está rematando el juicio, tal vez. Ahora, por ejemplo, me están dando ganas de tirar por la ventanilla a un par de freestyleros gritones. 

Debe ser el calor. Seguro. Yo soy inocente. La culpa es del calor.





Si alguien tiene que viajar a Florida hoy se recomienda venir con tanque de oxígeno. Ya no es más Florida; su nombre es Comala. Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate!





Diálogos de jeep a la entrada al Cabo.
_ ¿Se puede ir ahí arriba, mami? 
_ Sí, pero solo queda un lugar. ¿Quién de ustedes dos va a subir?
_¡Yo, yo! - gritó el más chico. Y al segundo escalón: - Ay, no, me cagué todo. Andá vos, mejor. Yo no me animo.
_ ¡Mirá, mamá, el faro! Es rojo y blanco.
_ Sí, ¿viste? Tiene los colores de River.
Como siempre, ambiente tranquilo en el hostel a mediodía. Algunos conocidos, la pareja de argentinos que lo administra, una chilena de Valdivia ("el mejor paisaje de todo Chile"), un par de niños. Llego once y media y es más fuerte la necesidad de playa que el miedo al achicharre, así que me fui una hora y media de caminata por la Calavera, que hoy está pródiga en mejillones gigantes y almejas blancas dobles. El agua, como siempre, verde. Iba en medio de mi paseo, ya lejos del pueblo, cuando escuché una exclamación a mi costado. Era un muchacho con cara de fascinación que me señaló un lugar entre las olas al grito de "Mira... ¡Dolphins!" Y yo miré. Eran varios, a los coletazos y saltos, lanzando chorros de agua de lo más divertidos.

Vine contrariando los pronósticos de lluvia y tormenta para todo el fin de semana; hasta ahora solo he encontrado sol, cielos azules, cucharetas, gente amiga y amigable,empanadas de queso y aceitunas, colores, luz, paz y moscas. Nadie es perfecto, che. Ni siquiera el Cabo. Pero casi.


Sábado de mañana en el Cabo. Cielo gris plomizo y parejo, al menos desde que fui la primera en despertar en el hostel, a las siete. Di una vuelta por la Calavera, que estaba llena de resaca y de caracoles. Nadie por la playa, al principio. Luego fueron apareciendo los personajes de siempre. No las mismas personas, que deben ir cambiando, sino los tipos humanos. La parejita madrugadora, los runners, los que solo bajan a la playa y se quedan hipnotizados por el mar, el que se mete al agua vestido y bailando, y también los perros que persiguen gaviotas, los teros, los ostreros, todos. 
Camino al hostel tuve muchos encuentros felinos. Dos grises frente a La Perla, una multicolor, bellísima, al lado del jardín de las mentas, una gata preñada y sus cuatro criaturas de un par de meses en el camino, frente al hostel. 
Compré para desayunar en el Comipaso una de las únicas dos porciones de torta dulce que le quedaban, una cosa muy dietética de coco, chocolate y dulce de leche, y me fui al hostel cual Hansel y Gretel, sembrando de miguitas el camino. Las cuatro criaturas entendieron el mensaje y me siguieron; el desayuno fue de lo más movidito, con los gatos que le pasaban por encima al muchacho que dormía en el sillón, sin llegar a despertarlo. Uno de ellos, en particular, es idéntico a Tania. Fue el más mimoso y también el más osado de la camada; terminó comiendo en la mesa conmigo. 
Al ratito, viendo que la lluvia no empezaba, me decidí a encarar pueblo y Playa Sur. El Cabo dormía aún, pero no tanto. Ya había algunas personas caminando entre los ranchos. Bajé hasta la playa y a lo lejos vi las siluetas familiares de María Alicia, una amiga de esas que veo cada diez años pero es como si viviéramos al lado, y su hija, alumna del IAVA (no de mis grupos), cuyo nombre no puedo recordar, pero que suena algo así como Mauyelen. Empezaron a caer las primeras gotas, mansas, y las tres nos volvimos caminando despacio hasta el pueblo. 
Como sospechaba que en el hostel sigue medio mundo durmiendo me quedé en el Comipaso, enfrente, donde hice un segundo desayuno, sin torta esta vez. El gatito-Tania estaba deambulando entre las mesas; enseguida se subió a la mía y empezó a ronronear. 
Y aquí estoy, tomando un café con leche y llorando como una idiota, porque extraño a mi gata. Menos mal qué todavía anda poca gente en la vuelta; los que me vean pensarán que tuve un desengaño amoroso la noche del viernes, y mejor así, porque suena un poco más normal. 
El café con leche (leche entera, de la que hace nata) se enfría en la taza, y la llovizna por ahora quedó en amague. Los artesanos comienzan a armar sus puestos.

Despierta el Cabo en la mañana del sábado.


Domingo. Dos de la tarde. Por la calle principal pasa una romería de peregrinos. Algunos van en busca del faro, otros de los lobos, o quizás de una milanesa con ensalada a $210 en La Golosa, casi frente a mí. Yo paso las peores horas del mediodía a la sombra, al costado del hostel, donde me instalé con silla y libro a disfrutar del viento reparador que viene de la playa, a veinte metros. 
_ ¡Encontraste tu aire acondicionado! - me dicen algunos compañeros de la casa, que vienen recién con los mandados para el almuerzo. 
Yo ya hace rato que me di cuenta de que estoy viviendo a destiempo en este lugar. Despierto a las siete u ocho, almuerzo a la una, meriendo a las nueve y no ceno. Ellos tienen otros tiempos, hacen playa a mediodía, se acuestan con las primeras luces y comen cuando esté pronto, sean las dos o las siete de la tarde, es igual. Podría pensar que tiene que ver con su edad, pero sé que no es así: toda la vida funcioné mejor de mañana. 
El perro policía del boliche de enfrente acaba de cruzar y se me sentó al lado. Temo un poco, porque creo haber escuchado que es muy malo, aunque por ahora solo está tirado tranquilo disfrutando del aire. 
La gente cruza y cruza. Los niños lloran porque andan descalzos y la arena los quema, las señoras veteranas admiran las achiras gigantes de Lo Joselo, las barras de jóvenes bajan cargadas con sillas, heladeritas, sombrillas, bolsos y mochilas, como si tuvieran setenta años y no pudieran desprenderse de ningún objeto material. Mientras leía el libro ( que acabo de terminar) tres veces levanté la cabeza y vi al mismo muchacho de gorrita verde caminando por el mismo lugar y en el mismo sentido. Comienzo a pensar que esta es una tarde fractal y que el pobre no va a terminar nunca de llegar a su destino. Varias personas me preguntan los precios del hostel; parece que tengo pinta de propietaria. Se escucha una cotorra armando relajo enfrente. Pasa algún auto muy de vez en cuando. El perro sigue ahí, sin moverse. Parece feliz de no estar encerrado en su casa. 
Esta mañana me fui de caminata por La Calavera. Un par de horas de orillas y dunas, de fósiles y caracoles, huesos y cucharetas. Cuando estaba entrando al pueblo vi a un muchacho que me resultó conocido. Iba con una chica y evidentemente se estaba por tomar el jeep para irse del Cabo, porque andaba de pantalón y camisa manga larga. Me miró medio de lejos. Lo conozco. ¿Quién diablos es? ¿Un ex? ¿Amigo de amigos? Ya estaba más cerca: me miró de nuevo. Lindo. Recién cuando lo crucé de cerca y hubo una tercera mirada (atención: dije tercera) terminé de reconocerlo: era Gastón Pauls. 
Probablemente durante el viaje me dedique a hacer alguna crónica del fin de semana; por ahora los dejo, que tengo que ver cómo organizar mi mochila, cosa nada fácil, porque además de lo que traje voy a tener que meterle unos dos kilos de fósiles y un ego más grande que las olas de la playa Sur cuando hay viento. 

Nos vemos.



Miscelánea de vacaciones sin tiempo y con espacio
1. Las charlas TEDx junto al faro, en una noche estrellada y con el sonido de los lobos de fondo fueron propias de un encantamiento. Cada una de ellas nos movilizó desde diferentes lugares, y todas valieron la pena: el ultramaratonista que corrió sin parar 281 km, la bióloga que descubrió una especie de felino que no se conocía en Paso Centurión (el jaguarundí), las propuestas de cambios para una Montevideo más amable, la fundación para niños de la calle que lleva adelante mi novio Pauls, el video de un gurí massai de 12 años que inventó un dispositivo para mantener a sus rebaños a salvo de los leones y a los leones a salvo de los dueños de los rebaños y la música y pintura sobre arena y luz del Tunda. Cuando estén en youtube voy a compartirlas, especialmente la del corredor, mezcla de loco y de ídolo: Aníbal Lavandeira, se llama. Impresionante es poco. Increíble.

2. El año pasado conté que estando de caminata en el Cabo en cierto momento subí una barranca y llegué a un lugar lleno de sapitos de Darwin. Este verano me pasó algo parecido, solo que en vez de sapitos me encontré de pronto en un lugar repleto de bichos peludos, todos reptando apurados entre la arena y los pastos en diferentes direcciones. Parece una pesadilla, pero no lo es: era un cuadro precioso, y daban ganas de tocarlos... Bueno, no, no tanto. Pero eran lindos. Muy.
3. Por alguna razón relacionada a las recomendaciones turísticas fuera de fronteras el Cabo este año (y el hostel especialmente) se vieron invadidos de chicos israelíes. Este fin de semana había solo cuatro, pero en enero llegaron a ser 16 de los 20 huéspedes posibles, todos hablando en hebreo y usando inciensos de tres horas de duración. En particular me llamó la atención que dos que se fueron el sábado lo hicieron caminando hasta la ruta, cargados con sus enormes mochilas, por respeto al Sabbath y su prohibición de utilizar nada relacionado con lo tecnológico. El recorrido en camión lleva treinta minutos de bandazos por la arena suelta; no quiero pensar lo que debió ser caminarlo de tarde y con mochilas.
4. En el hostel esta vez estaban, además del administrador y su novia (que me va a dar clases de fotografía la próxima vez que vaya), los padres y hermanos del muchacho, todos cordobeses, a cual más querible. La madre me bordó una musculosa con unas flores estilo mexicano que quedaron excelentes, el más chico contó del viaje de meses a México del que acababa de regresar, todos son tan encantadores que al segundo día me di cuenta de que yo estaba no solo hablando sino incluso pensando con acento cooordobés. Eeeen serio. Se me pegó en un par de horas y un poco todavía looo tengo.
5. Los kilos de fósiles y caracoles que traje aún esperan ser desempacados de la mochila con el resto de las cosas. El mar estuvo pródigo esta vez, tanto que al final terminé regalando caracoles a las personas que veía buscando y sin nada en las manos. La Reina de la Chatarra, versión playa.

6. Voy a volver. ¿Qué duda cabe? Tengo cita pendiente con unas placas de gliptodonte que se quieren mudar a Montevideo, con las tartas de Mary, con el hostel al que le sigo prometiendo mandalas que nunca hago y -principalmente- con mi propia energía, que sé que se puede renovar en cualquier parte pero es mejor si el proceso tiene lugar bajo el sol y en las orillas, junto a las dunas, entre la vida. ¿Qué duda cabe? Obvio que voy a volver.


Esto de irse al Cabo por tres días de viernes a domingo puede resultar placentero y desestresante, al menos hasta que se acerca una a la plaza y divisa una fila interminable de personas cargadas de mochilas y bolsos. Es la vuelta, y la vuelta nunca es buena. Especialmente si te toca en un jeep con capacidad para 40 pasajeros y resulta que una docena de ellos son una familia que hubiera hecho las delicias de una película argentina de los años setenta. 
Empezaron con demorar la partida porque les faltaba uno, que "había ido al baño", quién sabe dónde, justo el que tenía los pasajes de él y de los dos adolescentes que conformaban el sector joven del grupo. Lo esperamos unos cinco minutos, mientras mirábamos el reloj y pensábamos que el Rutas no nos va a esperar en la carretera porque un tarado (que tal vez anda en auto) tenga ganas de ir al baño a última hora. En cierto momento uno de los gurises incluso se bajó del jeep y fue a buscarlo. Sonamos, pensé, ahora son dos los que se pierden, pero no. Al rato aparecieron ambos corriendo. El hombre venía con un paquete humeante de buñuelos de algas (con lo cual fue insultado mentalmente por todos los no familiares) y declaró no tener los boletos (nuevo insulto silencioso), por lo que su mujer empezó a vaciar el contenido de su cartera lentamente, de a poquito, hasta que allá a las cansadas aparecieron los tickets y nos fuimos. 
Ellos hicieron el viaje a las risas, contando un chiste previsible atrás de otro. El gurí arrancaba hojitas de los árboles del camino y todos se las ponían por gracia (?) en las orejas. En cierto momento se pusieron a cantar. Fue una maravillosa versión de "chofer, chofer, apure ese motor...", oh, dios mío, por qué, por qué, por qué. 
Un rato después estábamos bajando en la terminal. El Rutas vino puntual y apenas demoró cinco horas y media en llegar a Tres Cruces, en un viaje de caracol, digno de un domingo de verano por la noche en la Interbalnearia. 
La fila para el taxi adentro de la terminal tenía unas ochenta personas e iba de puerta a puerta; una locura. Me colgué la mochila llena de huesos al hombro y salí. La noche estaba calurosa (a diferencia del helado bus en que venía), y cuando un minuto después ascendí al taxi en la esquina me costó decirle la dirección, porque para mí a esa hora mi casa estaba a media cuadra de la terminal de los jeeps, en el hostel amarillo. Por suerte el taxista, un muchacho, conocía mi barrio. 
_ Yo antes venía a la placita de la cooperativa con mi novia. Hace mucho, antes que pusieran rejas. Esa novia ahora es mi señora. 
_ Ah, te trae buenos recuerdos, entonces. 
_ Sí, muy buenos.- dice, y me deja en la puerta de casa a la una de la mañana. 
Apenas hago un par de cosas imprescindibles como alimentar a Roldana y limpiarle el baño y me acuesto, no sin antes poner el reloj para las cinco y media de hoy, porque tengo examen en Florida. 
¿Fin de la jornada? No, porque Roldana se pasó llorando a mi puerta hasta las dos y cuarto pidiendo atún. Yo me levantaba,iba a la cocina, le daba un montonazo de comida y a los diez minutos escuchaba de nuevo sus quejas lastimeras, y así varias veces, hasta que me puse a reír sola de puro cansancio y acumulación de demoras.

Y ahí me dormí.






Me dicen el Matador, nací en Barracas...
El 103 avanza en medio de la década del noventa mientras lo acompsño bajito y me acuerdo de mi vieja y yo cantándo Matador a todo pulmón en Valizas, subidas a los banquitos de Ikea del rancho e inyectando Pentilo en cada agujero de los palos, para matar a los carunchos.
Termina la canción, y alguien empieza a preguntarse si todo depende, de qué depende? Pero no me provoca nada... Según que resortes salten la memoria reacciona o permanece indiferente, aunque debo decir que "de abajo arriba y de arriba abajo, todo lo que sube baja y lo que baja sube" no hace mucho mérito para despertar ni recuerdos ni adhesiones, en fin...
Por estos lados el fin de semana arrancó temprano y con cielo azul.

Crucemos los dedos.





El Muchacho Alto va abriendo entradas de aire a su paso en el techo del ómnibus. Les da un golpe y aparece el cielo, el aire, el bienestar. Primero la que está cerca del chofer, ahora la del fondo. 

I love Muchacho Alto.




Tres paradas, TRES paradas estuvo el guarda del 316 acomodando billetes con la parsimonia de un almacenero de pueblo chico El ómnibus va repleto, tenía como diez personas para cobrarle pero él acomodaba y daba vuelta cada billetito mirando para abajo, en su mundo. Es un veterano corpulento y silencioso, y me juego la cabeza a que le erró de profesión. Él debería ser sereno. Eso, o el pobre está atravesando alguna crisis existencial. Ojalá le haya errado de profesión, nomás. Igual acá no hace daño a nadie. Crispa los nervios de alguna pasajera ansiosa, pero no hace daño. 
Una pasajera ansiosa acaba de mirarlo y confirmar que se había equivocado: el guarda veterano parece menor que ella. Un pibe, entonces. 

Y el viaje continúa.




¡Ah, el placer de leer diarios digitales cuando se tiene tiempo de deambular por cualquier página!
Lástima que a veces una se mete en un sitio por bobear nomás y termina sintiendo que es víctima de un complot malicioso. Vean sino los tres primeros horóscopos para el 14 de febrero con que nos deleitó hoy la benemérita sección Eme de Mujer del no menos prestigioso diario El País:
"Aries
Sigue con un poco de mal humor. Si evita a Cáncer, Libra y Capricornio, tendrá un día mucho más tranquilo. Hable poco y bien hoy.
Tauro
Jornada repleta de actividades. Lo mejor es hacer tareas con amigos y gente quería. Evite a los nacidos en Aries que andan muy rezongones.
Géminis
Reúnase con amigos y personas que lo quieran de verdad. Busque a Acuario y Libra, porque le darán sanos consejos. Hoy un Aries necesita su ayuda."
¿Qué demonios le pasa al encargado de redacción de horóscopos de Eme de Mujer? ¿Le cayó mal el café con leche y nos echa la culpa a los arianos? ¿Mal humor quién, m'hijito? ¿Rezongones, necesitados de ayuda, NOSOTROS? ¡Brase visto!!





Gata saliendo de la espesura del jardín del frente, donde estuvo explorando una misteriosa depresión del terreno bajo los arbustos que me juego la cabeza que fue hecha por la perrita aún innominada e inadoptada. 
Hoy me di cuenta de que abro la puerta tratando se no hacer ruido para que ella no aparezca al instante, así Roldana puede salir y comer sus pastitos digestivos. Es lo mismo que hacía cuando recién me había mudado para acá la primera vez, en la época en que teníamos dos perros vagabundos en el frente que nos seguían a todas partes y queríamos despistarlos saliendo a las escondidas. 

Pero esa es otra historia.






Acabo de cortar con mi vieja, vuelvo a la computadora y veo que una página de Fauna Uruguaya publica esto: una comadreja bebé. 
Me gustan las comadrejas. Mi madre cuando quedan restos de comida que los gatos no quieren se los deja en el techo del parrillero y ellas vienen a comer por la noche; una vez llegué a ver una cerquita, a un metro, iluminada por la luz difusa de mi linterna. 
Hoy una de las comadrejas de la laguna se comió a un gatito en el fondo de la vecina de mis padres. La gata madre los tenía medio escondidos no sé dónde, se ve que andaba cazando comida y apareció el enemigo. La pobre vino corriendo, se armó terrible estruendo de corridas y sonidos de bichos, y ahora ella recorre el fondo llamando a su criatura, pobre. Es la ley de la naturaleza, qué le vamos a hacer. Lo único sería que las personas tomáramos conciencia de la necesidad de castrar a nuestras mascotas de una vez y no dejarlas que anden pariendo bichitos desamparados en medio del pueblo. 

Guaytica y Gatón, cabe señalar, no solo no salieron en defensa del vecinito en problemas sino que ni siquiera se animaron a asomarse al fondo hasta varias horas después del hecho, cuando el olor a comadreja se disipó un poco y el fondo volvió a ser (o parecer) un lugar seguro.





Ella es castaña, viene de calza y campera de jean, con el celular en la mano y los auriculares en las orejas. Va sentada a mi lado en el bus, y de vez en cuando tararea bajito cosas ininteligibles con aire de canción, cosas como "eudeeeea... aaaito..." Tiene la misma claridad para cantar que yo cuando creo que nadie me escucha, pienso, mientras la miro de reojo y observo sus brochecitos rosados en las trenzas y sus zapatos color salmón agitándose en el aire al compás de lo que escucha y acompaña. A los 7 una solo puede ser adorable. Para las mujeres de mi edad que van cantando o silbando bajito en el ómnibus tal vez haya otros adjetivos, pero por suerte hasta ahora no me los han dicho. Ni falta que hace.





"¿Te preguntas quién será tu SmartMatch hoy? ¡Compruébalo!"
Así arranca el señor Sonico/Twoo, a quien no recuerdo haberle dado mi mail ni pedido asesoramiento sobre mi "Smartmatch" de hoy. La dirección que da la cuenta es de Bélgica, me apura con que la oferta que hace va a durar solo 24 horas, y promociona a un tal Marcelo de Ituzaingó, 41 años, redactor de textos técnicos, que desea conocer mujeres de entre 25 y 41.
Qué lástima. Lo siento por Marcelo de Ituzaingó, 41 años, redactor de textos técnicos, pero soy unos meses mayor que él, qué le vamos a hacer. Pobre Marcelo.

¿Alguien sabe cómo se hace para salir de la órbita del señor Sonico/Twoo? ¿Alcanza con darme de baja, como dice que puedo hacer en el último renglón del mail, o eso será contraproducente? No sé de dónde sacó mi mail ni qué gana con estas propuestas, pero ya me ha presentado a varios Smartmatches, y la verdad es que me tiene un poco aburrida.





Cada vez que vuelvo de Florida por la rambla pienso lo mismo: es increíble que una de los paisajes más lindos de Montevideo esté así de abandonado y mugriento. 
Hoy participé en una actividad de limpieza comunitaria de la playa Capurro. Pensé que seríamos diez o quince pero no: hubo más de 180 personas participando durante toda la mañana. Impresionante. 
Yo llegué medio tarde, como a las once. Bajé por el costado del parque Capurro, crucé la ruta corriendo (mal yo, lo sé, a la vuelta lo hice por el sitio correcto, no me juzguen) y me acerqué a la playa. No había nadie. Me puse a hablar con dos chicas que habían bajado del mismo ómnibus que yo y en eso fue apareciendo más y más gente. Éramos como una docena, caminando por las vías paralelas al mar, todos con la misma interrogante existencial: ¿dónde es la cosa? La indicación era "frente al barco encallado, al costado de la refinería", pero el costado de la refinería es un concepto amplio y barcos encallados hay un montón, hasta que al final alguien nos orientó, y allá fuimos. Era como a dos cuadras, y ya de lejos se veía una multitud trabajando y una máquina tratando de hacer lo propio. Nos integramos a la tarea.
_ Por favor no se distraigan con las vías del tren -pidió una mujer- porque uno cree que no pero están pasando trenes muy seguido. Cuidado.
Bajé a la playa (medio de arrastro, porque no hay bajada). Cuando llegué ya hacía dos horas que se había iniciado el trabajo, y se apreciaba claramente el resultado. Nos concentramos en una zona en especial, una tercera parte de la playa, y de a poco empezó a aparecer la tierra primero (esa tierra que es resultado de la basura orgánica, una especie de compost), e incluso zonas con arena a la vista. Capurro es una de las playas más sucias del mundo, y hoy tuvimos posibilidades de comprobarlo in situ. Se sacaron plásticos y nylon por toneladas, muchos colchones, botellas, de todo. Por suerte no había (o al menos no vi) cadáveres de bichos. Las maderas se amontonaron en un par de pilas, todos trabajábamos con guantes y se había pedido que lleváramos calzado con suela fuerte, por las dudas. La gente estaba de buen humor y el tiempo ayudó porque estuvo nublado, aunque caluroso. Un par de perras (madre e hija) que eran de uno de los organizadores deambulaban moviendo la cola entre la gente e incluso llegaron a tirarse al agua negra de la bahía. Una de ellas, la madre, era petisa y negra, y se llamaba Macumba, porque su dueño la había encontrado tirada en medio de una esquina.
Como no podía ser de otra manera, en cierto momento me encontré con una alumna, en este caso del liceo 58. Ella y sus dos amigas habían estado trabajando desde las nueve de la mañana hasta que nos fuimos, doce y media, y de ahí se iban a colaborar toda la tarde como voluntarias en un refugio de animales de Paso Carrasco. Se trata de alguien que sabe (y vaya que sabe) lo importante de las acciones solidarias, porque vive en una zona inundable y ya ha tenido que recurrir una y otra vez a la ayuda de quien pueda darle una mano. Cuando el agua entra en su casa los muebles quedan inservibles ("una inundación tal vez aguanten, dos ya no", me había dicho hace años). Un ejemplo de solidaridad, estas gurisas. No la ayuda de media horita de quien nunca tuvo un problema sino el compromiso al firme de todos los fines de semana en el refugio y en otros lugares donde puedan dar una mano a otras personas o bichos. Admirables. 
Yo había estado dudando entre ir o no por aquello de la tendinitis, por si terminaba forzando el pie al andar por terrenos resbaladizos o algo, pero por suerte fui. Se sacaron  7 camiones de basura de la playa, con 4 toneladas cada uno, y de ellos al menos 5 bolsas grandes las junté yo. No sé si una actividad de una vez da para que se note la diferencia, aunque si se sostiene en el tiempo y se combina con educación y cultura de limpieza tal vez podamos un día recuperar ese espacio. O de pronto la limpieza tiene que ser drástica y hacerse solo con máquinas, no lo sé; solo estoy segura de que es un paisaje espectacular y un posible paseo familiar que desde hace casi un siglo nos estamos perdiendo, y merecemos recuperar.
Habrá que seguir pensando.

Y haciendo.





Esto es así: vas llegando a tu casa casi a medianoche, saludás al sereno e ipso facto la perrita vagabunda que dormía junto a él se despierta y te sigue hasta la puerta de tu casa moviendo la cola y con expresión de "¡hoy comemo'!". Abrís, le das un poco de la ración barata que compraste para ella, y de pronto descubrís que tu gata vieja y frágil, a la que estás alimentando con atún, pollo y Equilibrio Caro Para Gatos de la Tercera Edad, no duda en ponerse a comer a la par que la perrita el Alimento Pichi Para Perros de 40$ el Kilo. 

Punto para la perrita, debo decir, que captó que la mejor forma de asegurar el suministro de alimentos era no meterse con la gata de la casa, y mal yo que no les saqué foto comiendo juntas, porque estaban preciosas.





Y, sí... Estamos un poquito mal, vio, doña...
De todos modos yo creo que conocí un caso similar, hace años. Una ex alumna muy dulce y terriblemente solitaria, con infinitos problemas de integración, se descolgó de repente con un novio bastante fachero y al parece enamoradísimo de ella, que pasaba escribiendo estados empalagosos en facebook sobre lo mucho que la quería. El supuesto novio parecía compartir todos los gustos de la chica, incluyendo esos grupetes de chicos lindos para teenagers que los varones ni conocen, pero además (y eso hace que esté segura del embuste) escribía con las mismas faltas de ortografía y problemas de redacción que su aparente novia. Eeen fin. 

Y ya es tiempo de que lo sepan: yo nunca tuve gatos. Es puro photoshop; Roldana se llama en realidad Tracy y es la gatita de una anciana metodista en Idaho, que no la peina porque eso es cosa del demonio, dice. Y Roldana le cree. Bah, Tracy.





Salir de un curso de fotografía a las diez de la noche en Ejido y enfrentar las llamadas con un celular que solo saca fotos movidas es lo más cercano a una herejía que he hecho últimamente. Ir sola también representó una singularidad dentro de mi mundo de "#NoTengoMiedoPeromeCuido", aunque sabía que por ahí andaban mis amigos y diez o doce cuadras y varios miles de personas más adelante iba a encontrarlos. Tuve que googlear Isla de Flores porque no me acordaba qué tan lejos era, y además ni idea de cómo se podía cruzar ni por dónde. Mi acercamiento al carnaval es, como saben, escaso, pero las personas eran amables y todos estaban de buen humor, de manera que en seguida me fui ubicando en el universo del desfile.
Ayer fueron mis terceras llamadas in situ. De las primeras solo recuerdo ver desde lejos la punta de los tocados de algunas vedettes y algo así como pedazos de banderas que se movían. La segunda vez las acompañé desde un balcón: vista de arriba, panorama completo aunque un poco distante. Ayer nos instalamos en la segunda fila de las sillas: cercanía absoluta con imágenes y sonidos, solo interrumpida durante cinco minutos cuando la gente de la IMM nos hizo levantar porque no teníamos entrada. A partir de ahí las vimos de pie, al menos hasta que los supervisores llegaron a la mitad de la cuadra y todos volvimos a ocupar NUESTROS lugares. 
Me gustó el ambiente del público. Familias, gurises, gente de todas las edades, mucho alcohol pero sin lío, al menos hasta donde llegué a captar del entorno. Varias de las bailarinas estaban más que pasadas de peso o con unos años encima, y estuvo buenísimo verlas bailar felices y orgullosas en medio de otras esculturales y jóvenes. Yo eliminaría los cinco minutos entre una comparsa y otra, pero no fue nada terrible. 

Mientras volvía a casa pasada la medianoche me alegré de haber ido, aunque sigo prefiriendo las comparsas sin brillos y sin vestuario especial, los tamborileros de rostro adusto y las bailarinas de remera y minifalda que se juntan a tocar y recorrer los barrios una noche cualquiera para quien los quiera escuchar. Pero esa es solo mi opinión, y ya saben que de Carnaval no es mucho lo que tengo para decir, excepto quizás una sola cosa: voy a volver.





"El pibe de los astilleros nunca se rendía..."
Una menos cuarto de la mañana y el Intercambiador Belloni vibra a puro Redondos. 
Lástima que no pude escuchar mucho porque a los diez segundos vino mi fiel y nunca demorador 103 (a pura cumbia, en fin, pero como solo voy tres paradas no me quejo). 

Montevideo maravilla.





Estimados ex alumnos (míos o de otros):
Si alguna vez les ha pasado eso de estar de pronto frente a un docente que habla por momentos en un lenguaje incomprensible, con un tono de cansancio existencial ilevantable y sin establecer el más mínimo vínculo personal (ni siquiera una mirada) con sus estudiantes, quéjense. Háblenle, intervengan, sáquenlo de su personaje. 
No hagan como yo, que voy a la segunda de seis clases de un curso de fotografía con la consigna "o esta vez cambia o me voy al diablo". 
Actúen. Y después me enseñan cómo se hace.

Ps: él tiene peor letra que yo en el pizarrón. Increíble.





Ofrece su producto con toda corrección, pero le erra al mes... No queremos comprar medias en febrero, señor vendedor, ni pastillas refrescantes en pleno julio. Son útiles, no lo dudo, pero el cerebro se cierra y dice "no!!", y usted vio cómo es de terco el cerebro... 
Lo charlamos el mes que viene, ¿le parece?

Muchas gracias.





Cuando una (¡por fin!) se decide a cortar el pasto y recortar el seto del jardín del frente sabe que se está enfrentado a muchas cosas. Por ejemplo. 
1. El vecino Gómez sí o sí va a pasar por ahí e intentar hacer un par de chistes antes de darse por vencido y seguir su camino al almacén. 
2. La perrita sin dueño se va a ilusionar y pasará todo el tiempo moviendo la cola y preguntando con la mirada si se puede llamar nuestra.
3. Alguna araña despistada nos va a correr entre los pies.
4. El repartidor de facturas va a parar al lado de una, se va a sacar el casco y a decir: "Mariela, ¿te acordás de mí? Fui tu alumno en el 19 y en el 58..."
5. Roldana se acostará un ratito sobre el pasto recién cortado y después pedirá para entrar.
6. La gata gris nómada y demandante nos gritará un par de veces desde el costado pidiendo comida.
7. El seto se resistirá a ser recortado.
8. La tijera de podar estará cada vez más desafilada. 
9. El sudor nos va a bajar a chorros por la cara.
10. Cando la tarea esté lista y terminada miraremos el resultado y concluiremos que el Cele lo hacía mejor, pero es lo que hay. Valor.






Son las nueve de la noche y el calor sigue ahí, a nuestro alrededor, bajo la piel, sobre los ojos. Hay varias personas en la parada y yo espero el 405 cuando me envuelve un olor fuerte y desagradable. Miro a la gente cercana y lo veo: es un hombre fumando un cigarrillo y tirando nubes de humo alegremente bajo el cielo de febrero. 
Hace veinte años ni me hubiera dado cuenta, pero uno naturaliza lo que es bueno y olvida que hubo décadas previas de ni sospechar que existía el derecho al aire limpio. 

Ahora, ya en viaje, me dan ganas de empezar a abogar por el derecho al silencio, pero el chico que grita un deslucido intento de free style no va a entenderlo, y febrero no es un buen mes para iniciar revoluciones. Mucho calor. Y encima viernes. No da.






_ Mariela.
La voz me llegó entreverada con los pasos de la multitud y los tambores que resonaban con fuerza por 18 de Julio, ayer a la nochecita. Era un acto de protesta por la muerte de Valeria, bailarina de una comparsa, a manos de su ex marido, y todos caminábamos como si los pies y el alma nos pesaran una tonelada entre la tristeza, la rabia, el miedo y la preocupación por cuanta mujer querida tenemos en la vuelta. 
Yo iba marchando sola. Ya me había encontrado con varias gurisas divinas del IAVA y habíamos charlado un poco del presente y del futuro, pero la caminata hasta la Plaza Libertad prefería hacerla sin amigos, porque me parecía que el silencio era más importante que las palabras a la hora de acompañar el dolor ajeno. Los tambores sí, pero las charlas no. Hasta que escuché mi nombre detrás de mí, a la derecha. Miré a quien me había saludado: un desconocido de barba y pelo blancos.
_ Mariela Rodríguez… ¿Podemos hablar, o sigo bloqueado?
_ Disculpá, ¿te conozco? No me doy cuenta de quién sos. 
_ ¿No me ubicás? ¿En serio?
_ No.
Y me lo dijo. 
¿Se acuerdan que alguna vez conté de un veterano que vi quince minutos una vez en la vida y que sin ser amigo en esta red me había mandado toneladas de mensajes pese a no recibir respuesta alguna? Ese. 
_ No entendí por qué me bloqueaste; creo no haber sido ni un desubicado ni un baboso. 
_ ¿No te parece desubicado enviarle a alguien cientos de mensajes, si ves que no te responde?
_ ¿Cientos? No fueron tantos, qué exageración.
_ 130, desde una de las pocas veces que te contesté algo. 
Y me puse a golpear las manos al son de los tambores, desinteresada por completo de ese encuentro, pero él no se dio por vencido. 
_ Bueno, pero enviarte un mensaje era una forma de dialogar…
_ ¿Y te parece que hay un diálogo si solo hablás vos y nadie te responde?
_ Yo quiero dejar bien en claro que no fui ni un desubicado ni un baboso.
_ Sí, sí, no importa.
Y me adelanté un poco entre la gente, que continuó aplaudiendo o coreando consignas de Ni una menos hasta que llegamos a la Plaza Libertad y se hizo el silencio por un minuto tristísimo e interminable. Antes de que se disolviera la multitud protectora de los que no queríamos ser vistos me fui caminando tranquila por 18 y me perdí a lo lejos. 
¿Por qué cuento esto? Porque me parece que las formas de violencia son a veces tan sutiles que uno pasa por ellas sin siquiera percibirlas, y está bueno pararse un momento y tratar de darse cuenta de si algo es o no admisible. No se trata un tema de género, en este caso. Es la violencia de querer imponer la presencia, la existencia de la propia persona a un otro al que tal vez uno no le interesa en lo más mínimo o (caso contrario) la violencia de aguantar que el otro nos invada permanentemente si no le hemos dado permiso (ni señales) para acercarse. 
Ese hombre no se dio (ni se dará) cuenta nunca de que me había estado forzando diariamente a tomar conciencia de su existencia durante muchos meses. Él estaba ahí, marchando contra la violencia de género y a la vez convencido de que no se había desubicado en esa labor de psicópata de mandar, mandar, mandar mensajes un día y otro y otro. Él no lo pudo ver, para nada, y yo no tenía ganas de charlar y explicarle; ni la más mínima gana, la verdad. Por eso me fui. 

Había ido triste por la muerte de una gurisa joven (¡otra!) y me iba triste por eso y por otras cosas. Capaz que tendría que haber bajado a la playa a ver si alguien me hacía unos pases y me sacaba la impotencia del fondo del alma, pero apenas llegué a la parada vino como siempre un 103, y me lo tomé.





Es Carnaval. Los tambores sonaban con furia y las banderas no se quedaban quietas ni un instante, pero nadie bailaba, y algunos lloraban abrazados. Fue una despedida, otra más, otra vez. Los que íbamos detrás, cuadras y cuadras de gente de todas las edades, de todas las comparsas, de toda clase y condición social, apenas estábamos ahí para manifestarnos y acompañar el dolor y la impotencia. No es mucho, ya lo sé. 

"Ni una generación más", decían algunas remeras. ¿Será que basta una generación para ayudarnos a ser personas? No sé, pero seguiremos tratando de educarnos, lleve el tiempo que lleve. Y esto es tarea de todos.





Fuerte acusación de Juana de I. a Neruda: “Era un simpatiquísimo ladrón. Estuvo en mi casa de la rambla, donde yo tenía una colección de caracoles. El también los coleccionaba y los empezó a mirar y a decir: me llevo éste y éste, y se iba agachando para recogerlos y ponérselos en el bolsillo. Se llevó cuatro o cinco de mis mejores caracoles. Era estupendo."
Yo por las dudas aviso que si alguien viene a casa y empieza a elegir fósiles las palabras "simpatiquísimo" y "estupendo" no entrarán en mi vocabulario. Ni mucho menos.



Hace años que mantengo un par de blogs contra viento y marea: Hojas de Arbolito, el de mis textos, y Literatura en obra, el de los materiales de apoyo para las clases. A este último entro poco, y recién vi que tengo 3 comentarios en una información sobre Baudelaire:

"La verdad que genial y fantástico le queda chico a esta publicación, me ha servido de mucha ayuda. 
Hay que reconocer el esfuerzo detrás de todo esto. 
Muchas gracias de veras."
"Espero que me sirva maquinola. + 10 lince"
"ME SALVARON LA VIDA, MIL GRACIAS"
Más allá del obvio agrande por los comentarios 1 y 3... ¿"Espero que me sirva maquinola"? ¿"+ 10 lince"? ¿Cómo le va a servir algo que no está en su idioma?
En fin.

Solo sé que no sé nada, hipócrita lector, mi semejante, mi amigo!




Él tiene mi edad, y va sentado dos asientos más adelante. Lo vi subir en Comercio y me impresionó que siga exactamente igual que en el siglo pasado. Lo conozco desde la adolescencia; vivía en la casa de al lado de mis amigas y ya entonces se vestía con una formalidad digna de empleado bancario (que no sé si es). Hacía décadas que no lo veía, y está exactamente igual que siempre. Ni un gramo más, ni una arruga, ni una cana. Ni un poco de actitud, ni un aire de libertad, ni una posibilidad de salir del molde de sí mismo en el que siempre ha vivido. 
Pobre. 
Debe ser bravo pasar por la vida sin un cambio. 
Pobre.