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lunes, 4 de mayo de 2015

Mayo 2015





Es pelado, tiene unos veinte años y unos preciosos y verdes ojos. Viste de jogging y lleva el gorrito de rigor. Se para en la parte de adelante del 106 a medio llenar y empieza a pregonar su mercadería.
_ Muy buenos días, señores pasajeros. Estoy ofreciendo este delicioso chocolate... Eeh... disculpen_ se interrumpe, mira el mini budín que tiene en la mano y rectifica:
_Este delicioso bizcocho de la mejor calidad. Llevan todos ustedes el mejor chocol... Eeeh...
Vuelve a mirar el paquete que tiene en la mano. Detiene su discurso, se da media vuelta y baja del ómnibus con los hombros caídos, mirando al piso.
En sucesivas paradas suben otros vendedores, jóvenes, viejos, con curitas, caramelos, agujas y ondulines, pero no es lo mismo,.
Pobre pelado de ojos verdes.
Pobre.
Si lo ven cómprenle algo. Chocolate, bizcocho, tranquilidad, seguridad, cómprenle algo, si pueden.
Pobre pelado de ojos verdes entreverado y autocrítico, más consciente de su discurso que cualquiera de los veinte pasajeros adormilados de este 106 mañanero y perezoso.

Cómprenle algo.




Un 103 que vino apenas llegué a la parada, con buena música y asientos libres a las siete de la mañana. Un pasajero que aún tiene saldo en el boleto pero insiste en pagar y queda desilusionado por no poder hacerlo. Una señora madre con su pequeña que debate muy amablemente con el guarda acerca de los boletos de estudiante y su duración en el mes. 
Algo raro se agita en las sombras de este universo casi cinematográfico. Tengo miedo de bajar en Eduardo Acevedo y ver caer una parte de cámara o reflector marca ACME.
The 103 Show.

Good morning América.




"Mire al queso a los ojos y reconocerá sus cualidades". 
ESO es un buen slogan publicitario.

Låstima que yo consumo muzzarella, magro, parmesano y provolone, y hasta ahora no hemos podido cruzar ni una mirada.



Nueve besos.
NUEVE besos ruidosos le dio él a ella antes de bajarse del ómnibus en 8 de Octubre. 
Sí, los conté. Cómo no hacerlo si resonaban en el silencio lleno de camperas y bufandas del 103.
Desconfío de los besos sonoros en medio de una multitud, y más si son muchos, a cual más fuerte.

Para mí que ella lo engaña con el primo.



El chofer vio mi corrida y se detuvo, pese a que ya estaba a media cuadra de la parada. Viajamos sin música, sin vendedores ni cantores de bus. Al bajar me vio cara de dubitativa y me preguntó adónde iba. No hay parada en Miguel Barreiro, pero él igual me dejó allí y me deseó buena jornada. Lo mejor de todo es que no me estaba cargando; se notó que simplemente es un buen tipo.
Que nunca falten las buenas gentes en nuestro camino.

Feliz fin de domingo a tutti quanti.




Él no es tan malo para ser un cantor de bus; solo confunde un poco las "s" con las "sh". Se disculpa por pedir dinero, deja un mensaje religioso, charla con una chica que le cuenta que también hace música. No es tan malo. Pero irrumpe en mi campo atencional, grita en mis oídos, me invade.
Creo que hay algo que me resulta inevitable.
Cada vez los tolero menos. A ellos y a los vendedores vociferantes y las radios a alto volumen. Solo quiero los sonidos a los que me expongo voluntariamente.
Utopía? Delirio? Senilidad?

Oooom.




CRÓNICA DEL ÚLTIMO DÍA DE LA SEMANA
Uno piensa en un viernes de laburo y dice "ta, basta, no quiero saber nada, que termine de una vez y arranque el descanso", y encara el día de arrastro, con rostro dividido entre el agotamiento y la expectativa del afloje ahí nomás, a unas horitas de distancia. 
Salvo que dé Literatura. 
Nuestra materia es pródiga en posibilidades de trabajo, tanto como para dejarnos pasar ocho horas en el liceo y aún así salir cantando bajito y con una sonrisa a flor de piel. 
Hoy hicimos de todo. Con los del primer quinto dimos el Salmo 1, les leí algunos Salmos y la Oración por Marilin Monroe de Ernesto Cardenal y ellos trajeron poemas y cuentos para compartir. Discutimos temas de ética con los de sexto de Medicina y después nos zambullimos en Baudelaire. Con varios grupos vimos algo muy bueno de Teatro en el Aula y terminamos, con el último quinto, después de la función, planificando una actividad para la semana que viene, sentados durante la media hora final del turno en el patio, en ronda, donde cualquiera podría haberse fugado disimuladamente pero ni uno quiso moverse. Al contrario. El martes yo no voy al liceo pero ellos están encargados de una serie de intervenciones en grupos ajenos por el Día del Libro. Es algo que acordamos en la coordinación de Literatura, y mis compañeros le están dando para adelante con toda la fuerza: los estudiantes van a irrumpir en diferentes clases y a leer o recitar un texto breve, solos o en parejas, y hoy con los de quinto Artístico estuvimos decidiendo los detalles técnicos del asunto. Cuando me iba me atajó el muchacho de mantenimiento para decirme que si queríamos hacer alguna exposición él se prestaba gustoso a ayudarnos con la cartelería. Antes de salir pasé por la adscripción a avisar lo que íbamos a hacer el martes y me dijeron "¿Cómo? ¿Y a nosotras no van a venir a leernos textos?", con lo que ya agendé que un par de sub grupos pasaran por su sala a compartir con las compañeras de la docencia indirecta lo que hayan seleccionado.
En suma: feliz viernes.

Que nunca falte.



Denuncia: 
Enviar a un niñito a la escuela atendiendo más al almanaque que a la temperatura (es decir, como para casi invierno, de gorro de lana y guantes ídem) debería ser tipificado como violencia por cortitud de miras.

Comuníquese, archívese, etc.



Persiguiendo una explicación lógica.
(Salvando las distancias, In memorian Ch. P.)
9.05 el bus de la CITA se detuvo en el andén 17 y yo bajé tranquila luego de varios pasajeros. 
Fui a la agencia a sacar boletos. Diálogo previsible. Comprobación al salir de la fecha y la hora correctas.
Salida de la terminal.
Llegué a la parada, a una cuadra. No había nadie.
Vi en un cartel que estaba suspendida, y había que ir a Cufré y Daniel Muñoz.
Le pregunté a dos veteranos para qué lado sería eso.
Caminé dos cuadras.
Entre a un bar y volví a preguntar dónde diablos era Cufré y Daniel Muñoz.
Caminé otras cinco cuadras. La distancia más larga del mundo entre una y otra parada. Poca gente en la vuelta, calles desiertas.
Llegué.
Vino un COPSA, pero iba a otro lado. Al rato, un TALA.
Lo tomé.
Me senté.
Eran las 9.20.

No entiendo.



Ella tiene veintipocos, es muy linda y viene charlando a los gritos con sus dos amigas, que no sé si también habrán hecho magisterio como parece que ha hecho ella.
"Y yo quiero que sepan que yo les grito porque es una metodología de trabajo que yo tengo, y lo voy a seguir haciendo, les dije. A ustedes sus padres cómo los tratan? Y... nos gritan, nos ponen en penitencia, nos pegan, dijeron. Bueno, les dije, yo también tengo hijos y les grito o los pongo en penitencia cuando se descontrolan. En eso una nena levantó la mano y dijo que el padre jamås les gritó ni les pegó a ella ni a su hermano, que antes cuenta hasta diez, y yo dije me parece muy bien pero acá las cosas no son así...
Un muchacho, una vieja y yo intercambiamos palabras y miradas de incredulidad.
Ella dice tener 101 de puntaje. No sé 101 de cuánto, ojalá que de 8000.

Riesgos de viajar en el STM. 

O de vivir, no sé.



_ Riiiing...
_Hola. 
_Hola, ¿me escucha?
_ Sí.
_ ¿Tú sos mayor de edad?
...............................................
Listo. Lo imprevisible ha sucedido.
Por un segundo amé a una promotora de algo por teléfono.

No sé de qué, porque la corté antes de que pudiera explicarlo ("disculpame, estoy trabajando, no tengo tiempo"), pero por un momento algo en mi alma me dijo que a esta señora sorda (o demasiado diplomática) habría que hacerle un monumento. Solo por un momento.



Me asusta la gente enfervorizada. Hay como un recordatorio insoslayable de nuestra condición de bichos que asoma en el grupo entusiasmado y potencia todo lo fuerte, lo instintivo, lo salvaje.
Si yo estoy entre la masa lo aguanto un poco mejor, pero hasta ahí. Grito y salto cuando Peluffo canta Condenado Corazón, pero no entro en el pogo, por ejemplo.
Todo esto es solo para decir que bendito sea el 402, que a diferencia de todos los buses que pasaron antes cargados de hinchas gritadores, cantores y puteadores en barra, viene vacío y con un cantor que entona Muchacha ojos de papel.
Fiuuu...

Que nunca falte el bus vacío después de un clásico.




Me vieron ir al galpón y sacar el pet carrier, y no son ningunas gilas. Hace cinco minutos que me controlan discretamente, de reojo, y se me alejan todo el tiempo. Si bajo, suben. Si voy al living, pasan a la cocina y me miran desde lejos. Lo que no tienen claro es por quién voy esta vez, pero sé que saben que del veterinario una de ellas hoy no se salva. 
Igual no hay problema, porque la que tengo que llevar es Roldana, que dentro de todo es fácil de atrapar y de maniobrar. Tiene una herida en la patita que no se cura. 

A por ella.






Él tiene unos 17, y va charlando con el amigo en el fondo del 103 abarrotado de las ocho dr la mañana. Tiene sueño. Anduvo tapado con una frazada al levantarse, porque hacía frío. Admira al tío rockero del Jhonny, que se fue a Argentina a ver a los Ramones y demoró dos años en volver. Habla raro, y hace una musiquita tarareada para llamar la atención de una péndex, que no lo registra. Estå deseando salir del laburo para comprarse un Colet de litro y bajarlo con galletitas.
Adolescencia, divino tesoro.

Si quiero llorar no puedo, y a veces lloro sin querer.





Del café colombiano, las cámaras de televisión y las más que improbables mariposas amarillas.
Cuando entré a la Sala Maggiolo hoy a las seis y cuarto de la tarde pensaba simplemente asistir a una charla. Un profesor colombiano venía a hablar sobre Cien años de soledad, y ya que tenía a bien hacerlo en un horario que me convenía, allá fui.
Ni bien entré me di cuenta de que aquello era ligeramente diferente de lo que había previsto. En vez de un ambiente docente y/o estudiantil, con el periodista descreído y los dos o tres aspirantes a a artista de la palabra que son de rigor en estos asuntos, la cosa venía de traje y corbata, voces colombianas y cuerpo diplomático. Dos cámaras de televisión, dos. Un fotógrafo profesional. Mesa central rodeando un macizo de rosas amarillas tan artificiales como imponentes. Video de Gabriel García Márquez en pantalla sobre la pared. Dos chinos en un costado. Mujeres muy maquilladas y con trajecitos. Espacio para unas treinta personas de público y diez expositores.
Primer pensamiento: Menos mal que vine con el pelo suelto.
Segundo pensamiento: ¡Pero me puse vaqueros!
Tercer pensamiento: Bueno, al menos son Levi's.
Cuarto pensamiento: Vaqueros son vaqueros, m'hija. Lo único que se ve es que sos la única que no se produjo, y además el pelo suelto así como está no te favorece.
Me sacó de mis sesudas reflexiones la voz de una rubia colombiana que me invitaba a degustar junto a la puerta un delicioso café colombiano, acompañado de gaietitas colombianas y caramelos colombianos. 
Y aiá fui. 
Quinto pensamiento: Muero con el café colombiano.
De vuelta en la sala, estaba hamacándome despacito en mi silla de cuero giratoria (ejem!) cuando escuché una voz conocida, levanté la vista y vi a Pallares, el inefable, el dulce Pallares, el único al que fui a saludar de los dos o tres conocidos que fueron perfilándose entre el colombianaje de embajada y las luminarias vernáculas. Un Olímpico.
Quince minutos después de la hora prevista comienza la charla. El presentador menciona que antes del invitado central harán uso de la palabra otras tres personas, y yo empiezo a desear que se rompa el continuum espacio temporal y me saque de allí por un par de horas, pero sorpresivamente todos son bastante breves y a las siete en punto comienza a hablar el disertante. 
Siete y veinticinco termina la charla. 
Han sido 25 minutos inolvidables de citas a diestra y siniestra de la novela, de la cual el profesor tiene un conocimiento realmente admirable, y nada más. Lo que me ha impresionado durante su conferencia han sido las manos: el señor tiene sesenta y pico, pero sus manos son finas y delicadas como las de un veinteañero, y no puedo dejar de mirarlas. 
Terminada la (digamos) disertación ("tengo aquí 17 hojas de reflexiones sobre la novela, pero no voy a leerles a ustedes 17 hojas..." aclara), el maestro de ceremonias abre el espacio a preguntas, al cual llama "conversatorio", y el previsible silencio se posa sobre la concurrencia durante un par de minutos incómodos, hasta que la cosa empieza a moverse y la charla toma colores y tonos que (al fin) se vuelven ricos y nutrientes. 
Tres cuartos de hora después se cortan las preguntas, hay un cierre convencional y todos salimos de la Maggiolo, algunos rumbo al segundo café colombiano de la noche, otros rumbo a los previsibles "qué tal", "divina charla", "qué eminencia", yo rumbo al primer 103 de la parada, que me lleva raudo y veloz a mi Macondo privado de la calle Arbolito.
Nota hogareña: Antes de entrar a mi casa, ya desde la vereda, siento que algo raro pasa. Prendo la luz del living: todo está inmóvil y en silencio, igual a como lo dejé hace un par de horas, pero sigo intuyendo que algo anda mal y subo a los dormitorios, que dejé cerrados al salir, como siempre. Ni bien abro la puerta del cuarto del frente una cosa amarilla se cuela por la abertura de la puerta y baja la escalera como una exhalación que se desvanece en el patio del fondo. Sin querer había dejado a Tania encerrada. 
Qué le vamos a hacer, pienso. No todos pueden tener a su alrededor un enjambre de mariposas amarillas, pero algo es algo.

Que nunca falte.



Son solo voces en mi oreja. Una voz muy chiquita, de unos tres años, otra de un nena en período de inicio de escuela (digamos seis) y otra de padre joven, de treinta y pico. El padre va defendiendo algo y la nena de cinco o seis le retruca que no debe hacerlo. Lo normal, pienso, hasta que enfoco mi atención en las voces y escucho claramente su protesta:
-No, no se hace eso, no se comen los mocos, es horrible lo que hacés.
Por favor, por favor, por favor, pienso, que esté rezongando al hermanito menor...
Bienvenidos a las Crónicas de bus, el regreso.
No será muy agradable, pero es la vida misma.

Así está el mundo, amigos.



Tengo un estudiante en quinto Artístico que desde el comienzo ha hecho la plancha. Simpático, no molesta, pero cero estudio, escrito bajo, reacción medio tardía ya sobre la fecha de entregar promedios, lo normal. 
Ayer estábamos empezando la información de Biblia y Nahuel se me apareció con cuatro hojas manuscritas de datos que había sacado de internet y me pidió para empezar a leerlos al grupo. Cuando arrancó pensé "qué bien, lo que consiguió está ordenado y redactado de modo claro, va de lo general a lo particular, no agobia con datos inútiles...", hasta que de repente me di cuenta de que lo que estaba compartiendo me sonaba muy conocido. Demasiado conocido.
_ Disculpá, Nahuel, ¿de dónde sacaste esa información?
_ De Rincón del Vago, profe, ¿por?
_ Porque la escribí yo.
_ ¡No jodas!
_ Sí, conozco mis repartidos. Igual, pará, vamos a confirmar. 
Y me metí en el blog, busqué la información y empecé a leerla en voz alta. Era idéntico, palabra por palabra, y todos largamos la carcajada.
_ Te están robando la plata, profe, denunciálos!_ fue la expresión de tres o cuatro.
_¿Qué le vamos a hacer? Ya estoy acostumbrada._ liquidé yo, para cerrar con un chiste. Y seguimos con la clase.

Ya me veo incluyendo en mi carpeta de méritos una fotocopia de "Rincón del Vago" en el rubro "Publicaciones".





Qué interesante experiencia, ir a abrir la puerta de la cocina para salir al patio por primera vez en la semana y darte cuenta de que nunca la habías cerrado desde quién sabe cuándo.

(La Progress no me impactó, pero el viejo alemán me encontró hace rato. parece)





El viaje de Florida a Montevideo a la hora en que yo me vengo demora una hora y media. Como la noche cae temprano en el otoño y el recorrido es directo suelen ir las luces apagadas, como invitando al sueño reparador tras una jornada de trabajo. Las personas que viajan juntas hablan en susurros y en general quedan muchos lugares libres para acomodarse a gusto. 
Puede acontecer que uno no tenga suerte, como me pasó a mí el martes pasado, que vine sentada detrás de Beavis & Buthead y escuché durante buena parte del viaje sus risitas tontas, matizadas con informaciones sobre las hamburguesas y los refuerzos que habían comido antes de salir, más las milanesas que los estaban esperando en casa de la tía, en la capital, pero hoy no. 
Hoy todo era silencio y placidez, al menos hasta la mitad del viaje, cuando de pronto un grito se dejó oír desde el asiento diez o doce, un grito que nació sin proponérselo y se extinguió al momento, como arrepentido de su exabrupto. Fue una sola palabra:
_ ¡GOL!
Nadie lo miró siquiera, y el señor hizo como que no captó el salto que dimos los otros veinte pasajeros, sorprendidos en nuestra buena fe modorresca de las ocho de la noche.
Ya en la parada, aguardando el COPSA que me traería hasta casa, veo un hombre joven, de unos veintipico de años, rosadito de cara, ojos verdes, gorrito peruano en la cabeza y bolso de vendedor ambulante a un costado. Está arrodillado al lado de otro, un adolescente de unos quince, de gorrito plancha y equipo deportivo azul, extremadamente flaco, que está sentado en el hormigón de la parada.
_ Vos lo que tenés que hacer es conseguirte un celular de esos baratos, ponerme de número gratis y así te llamo y te paso la letra, ¿te parece? Dale, vo', hacelo, papá, dale. Me llamás y yo te paso la letra, y después vos te la aprendés y me la decís a mí y un día te animás en el ómnibus. Es así, papá. Nadie nace sabiendo; yo aprendí así. Un poco le copié a mi hermano, otro poco lo saqué de un vendedor, otro poco de otro, y así. 
El más chico lo miraba sin decir nada, hasta que vino un COPSA a Salinas y los dos se subieron. Acababa de presenciar una clase teórico-práctica de primer nivel.
A los pocos minutos vino mi bus, y dos paradas después me acordé del intempestivo gritón de la CITA,porque de repente 8 de Octubre se tiñó de equipos deportivos azules y un contingente en su mayoría masculino entró a desfilar por las veredas. Evidentemente, venían DEL partido, aunque por sus caras no llegaba a darme cuenta de si para ellos había terminado bien o mal; el frío borra la expresividad, parece. 
La puerta se abrió en Jaime Ciblis y con sorpresa vi que se subían mis dos vendedores de recién, el maestro y el discípulo. Ya estaba revisando mis bolsillos en busca de 50 pesos, porque algo les iba a comprar, aunque fuera para no desilusionar al flaquito, pero se ve que el chofer les dijo que no, porque se bajaron. 
Seguí en el 7A, oyendo un informativo de la tele que terminó con unas entrevistas a posibles intendentes y una frase del locutor que me pareció muy a propósito: "Y ahora nos vamos, y seguimos con Rastros de Mentiras... Hasta mañana, amigos..." 
De todos modos del rastro de mentiras no supe gran cosa porque la radio del COPSA no se enganchaba con el canal de televisión sino que comenzó su propio programa, un musical, con una voz grave y muy modulada de locutor que anunció el primer tema de la noche:
_ Es tiempo de que lleguen historias... De que lleguen poesías envueltas en nobles melodías que llegan al alma... Ricardo Montaner: "Castillo Azul"...

Y ahí me bajé.




Momento triste de las siete de la mañana.
Paso por una página de ex alumnos de mi liceo de ciclo básico, veo que una persona pregunta por otra a la que no ve hace como cuarenta años, y la respuesta no se hace esperar:
"_Hola Gracielita estoy bien trabajando como siempre. Esperando pasen los 9 años que me quedan y poder jubilarme."
Tanto quien pregunta como quien responde me son absolutamente desconocidas, ni falta que hace saber más, pero la cosa me queda dando vueltas en la cabeza y no sé si me dan más ganas de llorar o de sacar una mano por la pantalla de la notebook y sopapearla para que reaccione.
Me hace acordar a un cuentito de su familia que un día nos hizo nuestra profesora Graciela Mántaras, de Melo. Un buen día una de sus tías consideró que ya era tiempo de descansar de toda una vida de trabajo, reunió a sus hijas, les repartió las tareas domésticas que le quedaban a cada una y se sentó a esperar la muerte. Ese día la tía cumplía los cuarenta años. Murió a los noventa.

Y me voy a dar clases, donde seguramente a los cinco segundos ya me haya olvidado completamente de que hay personas en el mundo cuyo sueño está en poder algún día jubilarse dentro de nueve años o de nueve siglos.




Crónica del miedo.

Si digo que hace cinco años que vivo sola y esta fue la primera noche que sentí miedo, automáticamente mi receptor pensará que alguien me quiso robar, que pensé que me daba un infarto o que vi un fantasma agitando su sábana blanca desde la silla de enfrente, pero no. Lo que sentí por veinte segundos fue el terror más visceral e inmanejable que recuerdo, y el motivo fue tan simple como un ruido. Un ruido.

Estaba leyendo el impresionante libro de Mankell que mencionaba hace un par de días, que se pone mejor y mejor a cada página, a cada párrafo, a cada palabra. Roldana dormía a mis pies sobre la alfombra y Tania a fuerza de llorar y poner cara de desgraciada había logrado el acceso a uno de los nuevos almohadones, donde ronroneaba feliz y calentita. Domigo de paz en la primera noche otoñal del año en Arbolito.

De repente la música que había dejado de fondo se me entró a contaminar con una interferencia sonora que parecía provenir del exterior. ¿Qué era eso? Sonaba muy fuerte. Demasiado. Bajé el volumen de la computadora, dejé el libro a un lado y abrí la ventana de la cocina: un estruendo de avión volando bajito invadió mi paz nocturna. Nada fuera de lo normal, después de todo. Pero cuando el ruido fue in crescendo y aquello comenzó a exceder largamente los decibeles de esperabilidad me acordé de la malhadada nave rusa Progress. Se me venía la cosa rusa encima. No había otra explicación, se me estaba cayendo la Progress, y mañana saldría en los noticieros de todo el mundo , pero no estaría en condiciones de enterarme.

El rugido del aire se hizo por momentos ensordecedor; me esforcé en medio del terror por divisar desde dónde se me estaba viniendo, pero no vi ningún resplandor ni bola de fuego incandescente ingresando a mi órbita visual, hasta que divisé las idiotas luces rojas de un avión que comenzaba poco a poco a alejarse sobre el horizonte, cerré la ventana y pude volver a respirar con cierta normalidad.

El peligro ha sido conjurado.

Por ahora.