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sábado, 5 de agosto de 2023

Agosto de 2023


Salgo tarde de mi casa y pierdo por media cuadra el 306 que me lleva a la peluquería. El siguiente demora en aparecer y me preocupo, hasta que veo que me había fijado mal la hora y en verdad estoy llegando antes. El viaje hasta Carrasco es largo, lleva casi media hora. Son pocos los pasajeros, y el que me llama la atención es un señor de mi edad que viaja en el asiento de adelante. Viene de traje prolijo (aunque modesto)y no es (para nada) mal parecido, pero es culpable del peor de los pecados estéticos que un hombre puede cometer: se ha teñido las canas de negro, tiene dos centímetros de crecimiento y pretende disimular la pelada peinándose para el costado. Pobre señor de nulo criterio estético, pienso, olvidando que yo voy al encuentro con la peluquera precisamente por lo mismo (aunque cuando aparecen las canas me retoco las raíces con spray, por lo menos). Él baja en la misma parada que yo, y cuando pregunta a la señora de al lado si va a descender se revela una hermosa voz varonil, que pronto entra en colisión violenta con su modo Mister Bean de bajar del 306 y comenzar a caminar había quien sabe dónde. Ahí dejaron de cruzarse nuestros caminos, y me quedé sola en medio de Mundo Plata, Poder y Apariencia. Como la peluquera aún demora unos minutos en llegar aprovecho el tiempo libre para tomar un moka y sacar fotos cual turista de una ciudad en otra, que es lo que soy en este barrio. Es lindo Carrasco, es más que lindo, pero algo en mis entrañas me dice que no es mi mundo y me lleva a encaminarme pronto al territorio seguro de la peluquería, antes de tomar el 306 de la vuelta y regresar a mi pueblo. ¿Prejuicios? Seguro. ¿Realidad? También. Y ahora, con su permiso, es tiempo de darle color a las can… Eh… A la vida, digo, a la vida. Buenas tardes.





Mi otro trabajo Este año empecé un trabajo nuevo, en el que llevo varios meses, desde abril o mayo. No me insume mucho tiempo, apenas un par de horas por la noche, pero me ha hecho aprender muchas cosas. Se trata de un curso de Literatura de tercer año para adultos que hace muchos años han terminado la escuela y se esfuerzan para aprobar el Ciclo Básico en el marco del PUE: Programa Uruguay Estudia (que viene de la administración pasada, y crucemos los dedos para que a ningún iluminado de las competencias se le ocurra recortar también en esto). Mis grupos del primer semestre tuvieron unos 25 estudiantes, los de ahora son más chicos (unos 14), porque la deserción, los cambios de empleo y mil otros factores conspiran para que no todos puedan llevar felizmente a término el curso, por más que solo van tres o cuatro días por semana y nunca más de tres horas (reloj). El primer día que me paré frente a ellos pensé: “yo a esta gente tendría que darle clase aunque sea de forma honoraria”. Y no, honorario no es, por suerte, pero la sensación fue intensa y clara, como un ramalazo de realidad que casi me lleva puesta. Ellos son personas de lo más diversas, desde los que hace décadas que hicieron la escuela a otros a los que les gusta leer, van al teatro o asisten a sesiones de lecturas de poemas. Veinteañeros o sexagenarios, hombres y mujeres que a veces se ven cansados, pero siempre atentos. Hay un par de chicas y un muchacho que vienen a clase con sus niños (y en general los dejan en el banco de al lado, mirando una película en el teléfono, con auriculares). Un señora asiste en silla de ruedas. Otra tiene que ir y volver escoltada, porque su ex pareja es un violento y tiene orden de restricción para no acercársele, pero por las dudas. Una señora jubilada es como la abuelita de Piolín, toda afecto y dulzura, pero tenemos a otra de la misma edad que cuando abre la boca agarrate, porque vino sin filtro (“ah, ¿vos tenés 40 años? Yo te daba más de 50.”). Todo es distinto en el PUE. Cada curso tiene 15 clases de una hora, y no hay examen por materia, sino la presentación de un proyecto en el que cada asignatura colabora con ellos como puede, mientras seleccionamos y jerarquizamos los contenidos que nos parece esencial trabajar en ese tiempo. Hay que meterle mucho pienso a cada curso, definir objetivos diferentes a los del ciclo básico de los liceos y meterle una energía que se quede en el justo término para no aburrirlos a conceptos ni estafarlos con vaciedades. Por eso me gusta este sistema. Va a lo esencial, pasa de la rutina y cumple una función social que le puede cambiar la vida a quien lo transita, sea del lado de estudiante o de docente. Como yapa, las clases son en la Escuela Sanguinetti, un edificio histórico al que siempre, hasta este año, había visto desde afuera. Y esa es mi crónica (algo tardía) de mi tercer trabajo de este año. Siempre se aprende algo nuevo.





Taller de creación al final de la mañana con seis estudiantes de cuarto. Llevo una naranja que encontré en el camino y propongo cuatro tareas, que se van leyendo (en forma anónima) a medida que se escriben. A ellos les gustó, y a mí también; copio algunos fragmentos. 1. Descripción (utilizando varios sentidos) * Tiene unas partes más claras que otras. * Tiene un epicarpio, que es lo que tiene por arriba. * Está fría. * Tiene olor a naranja, pero como recién sacada del canasto de verduras. * Se encuentra algo rasgada. * Un poco abollada. * Tiene un tajo por el que se ve una mínima línea blanca y algo naranja adentro. * Tiene una rotura en forma de corte y gracias a ese corte se aprecia que la piel de adentro es blanca y tiene pelitos del mismo color. * Se siente porosa al tacto. * Es un poco más grande que una pelota de tenis. 2. Usos no convencionales: ¿para qué puede servir? * Para hacer ejercicio (bíceps). * Para jugar a la papa caliente. * Pisapapeles. * Trompo. * Abono. * Para ensuciar a una quinceañera. * Como arma, para arrojársela a alguien. * Para diseñar ropa de muñeca. * Pintarle una cara con maquillaje. * Aprender a pelar con cuchillo. * Para recuperar la fuerza de una mano. 3. Un vendedor trata de persuadir a alguien para que la elija. * Vendo esta naranja para aquellos que necesiten abono para su huerto... Con ella mejorarán por 10 la productividad de sus cultivos. Precio original $500, pero se la rebajamos a precio de amigo por $150. * ¿Viste esta naranja? Te doy $1500 por comértela. * ¡Vendo naranja con terrible color y una rajadura, para que usted no pierda tiempo al cortarla! 4. Un día en la vida de la naranja * Cuando yo era niña me caí de un árbol y me quedó una rajadura. A veces se me salen las gotas y me siento decaída, pero es una cicatriz que me marcó de por vida. * Un día iba en un camión que se comió un bache, me caí y estoy acá. * Yo estaba en el árbol con mis hermanas y a una se la llevaron para comer. Siempre se llevaban a una cada día en la tarde, pero a mí nunca, y me puse muy triste. De a poco fui creciendo, y seguían sin elegirme, hasta que un día un niño me agarró, pero solo me tiró al suelo y como yo no podía hablar con los humanos me quedé callada y seguí rompiéndome de a poco. * Un día recuerdo que un perro me llevó a pasear y empecé a jugar con él. Su amo me lanzaba y él me atrapaba, ¡fue el día más feliz de mi vida! Aún sigo esperando que alguien vuelva a jugar conmigo, pero ya nadie me quiere, porque estoy sucia y tirada en la basura. ...............................
"La mayoría de las personas no ven lo que sucede a su alrededor. Este es mi principal consejo para los escritores: por el amor de Dios, mantengan los ojos bien abiertos." William Burroughs






En mi barrio, lejos de digitalizarnos, las noticias importantes desde hace 40 años se anuncian en pizarrones: uno en la puerta del Salón Comunal y otro frente a mi casa. Puede ser que haya una obra de teatro gratis en el SUM, que se van a empezar a arreglar los techos, que se festeje el Día del Niño o el aniversario de la cooperativa. Y también están los muertos. Los socios o familiares directos que se nos van son anotados en los pizarrones junto a los datos del velorio, porque acá somos muchos pero todos nos conocemos. Al principio incluso contratábamos un ómnibus para llevar a los que pasaban a dar sus condolencias; después vimos que la plata no nos daba y optamos por el aviso. Cuando uno viene caminando desde la parada y ve desde lejos que hay un pizarrón escrito siempre se tiene un amago de retorcijón en la boca del estómago. Quién será hoy, si es que fue alguien. Cuando llegamos a poder leer y el anuncio es de otra cosa soltamos la angustia de inmediato. Ya estamos acostumbrados. Todos sabemos que un día u otro terminaremos en los pizarrones de la cooperativa. Hoy le tocó a mi vecina de al lado, una mujer bellísima, culta, encantadora. La dueña de la ardillita. "Yo solo fumé muy poco tiempo, en mi juventud, pero me acaban de encontrar cáncer de pulmón", me contó hace un par de meses. Cosas que pasan. Por favor, dejen de fumar. Hagan todo lo que está en sus manos, y dejen. Que los pizarrones no nos encuentren antes de tiempo (y mientras tanto a seguir viviendo, sin especular con que habrá un momento de hacer o de decir cosas, porque nadie asegura que así sea). No estoy para alegrías esta tarde. Ya va a pasar.






Clase de apoyo con dos alumnos de tercero, fuera del turno. Entro al salón y percibo un olor raro. _ ¿A qué huele este lugar? Es algo químico… o desodorante… _ Es perfume, profe. El salón olía a comida y mi compañero, acá presente, le tiró varios chorros de perfume. _ ¿Cómo varios? _ Y… -dijo él, y sacó de su mochila un par de frascos de perfume. Y otro. Y otros. Y uno más. _ ¿SEIS frascos, Facundo, en serio? _ Sí… Es que me gustan todos. Y así dimos la clase de repaso para el escrito, entre aromas y efluvios varios, mientras hablábamos de Juana de Ibarbourou, de la sequedad de las manos, de las crías de cerdo y del carpe diem. Y en esto estamos.





Diálogo de supermercado: Yo: _ Hola. La cajera veterana: _ Hola. ¿Puede ser que vos seas profesora de Literatura? Yo (pensando): Ah, mirá, la señora debe ser la mamá de una ex alumna. Yo: _ Sí. La cajera veterana: _ Ya me parecía. Yo fui alumna tuya. Yo (pensando): Ah, mirá, la señora debe estar confundida. La cajera veterana: _ Fue hace mucho, en el liceo 19. Yo (pensando): Ah, mirá, la señora debe estar confundida, aunque le acertó al liceo. La cajera veterana: _ Trabajó acá hace 24 años, así que te tuve hace… No sé, cómo 28. Yo (pensando): Ah, mirá, la señora debe estar confundida, aunque le pegó al liceo y en cuanto al tiempo… Pobre señora confundida, ¿cómo voy a ser la ex profesora de alguien que trabaja desde hace 24 años??? Imposible, no me dan las cuentas. La cajera veterana: _ Vos sos Mariela, ¿no? Yo: _ Eh… Te pago con débito. Llevo una bolsa. Buenos días.
Telón rápido Fin





Diálogo de barrio: Yo: Uuh… Ahí viene el Viejo Pérez… [Nota de la Redacción: el Viejo Pérez -apellido ficticio- tiene más de noventa años, es medio sordo y siempre quiere charla. A mí -y a otros vecinos- no nos cae bien ya desde la época de obra de la cooperativa, cuando le decían ”Puente Roto”, porque nadie lo pasaba. Fin de Nota de la Redacción] El Viejo Pérez: _ ¡Hola! Yo: _ Buen día. Siguen varios segundos en los que me demoro en cerrar la puerta, tratando de impulsarlo mentalmente a seguir su camino al almacén, cosa que no hace. El Viejo Pérez: _ Hace pila que no te veía. Yo (empezando a caminar): _ Aah… El Viejo Pérez: _ Pensé que ya te habrían llamado de arriba… Yo: _ ¿Ehh? El Viejo Pérez: _ Que pensé que ya te habrían llamado de arriba. Como no te veía… Yo (bajando a la calle): _ Ah… No, por ahora no. Y seguí mi camino hacia la parada, pensando que nadie sabe cuándo llegará el momento en que “lo llamen de arriba”, pero cada uno es dueño de asomar la nariz y otear cómo viene la vereda antes de volver a salir de su casa. Comuníquese (a la agenda), archívese (en la memoria), escríbase (por este lado), búsquese un amuleto de la suerte (por las dudas), listo. Buenos días.





Mientras la practicante del sexto de Agronomía hablaba de ciencia ficción y presentaba a Ray Bradbury, una de las chicas apretaba con toda la fuerza una zapatilla de ballet contra su banco. _ ¿…? - la miré en silencio. _Tengo que quebrarlas, profe: son nuevas. -dijo ella en voz baja, mientras seguía su labor de “ablandamiento” de las zapatillas y de vez en cuando respondía a las preguntas de la practicante. Ahí vi en su falda la bolsita de nylon que proclamaba la condición de estreno inminente de las zapatillas, y recordé que ella ya nos ha contado de las horas y horas de ensayo y aprendizaje, de las pruebas y eliminaciones por las que pasan los aspirantes a bailarines cada tarde en esta etapa de sus vidas. Un rato antes, en otros sextos, había leído un texto de Bradbury que se llama “Bailando para no estar muerto” y estuvimos conversando de lo que nos hacía sentir más en contacto con la vida: para algunos la música, para otros el deporte, los viajes, los proyectos. Un estudiante no emitió palabra, pero señaló tímidamente con el índice a su novia, que suspiró conmovida. Otros dijeron que lo más importante era dormir. Yo hablé de escribir y sacar fotos; con algunos coincidimos en caminar por la orilla del mar en el verano. ¿Y por casa, cómo andamos? ¿Cuál es -al decir de Bradbury- la coreografía que eligen para engañar a la muerte? “Mis melodías y números están aquí. Han llenado mis años, los años en que rehusé morirme. Y para eso mismo escribo, escribo, escribo, al mediodía o a las tres de la mañana. Para no estar muerto.”





Soñé que hacía un spot contra el maltrato animal y la primera imagen era una foto del IAVA con un cartel que decía "Milei: esclavización". Qué cosa, el inconsciente, como entrevera las cosas, pensé, mientras mi gato me despertaba aullando como un loco a las seis de la mañana del domingo, como si fuera la hora de levantarme para ir al liceo. En fin.





A los 14 años decidí que quería ser docente, lo que (sin sombra de duda) fue herencia del amor incondicional y eterno por mi maestra Rosario, pero definir la materia no resultó nada sencillo. Primero pensé en Geografía, Química, e incluso Biología, opción esta última que desestimé ni bien me di cuenta de que ni por casualidad iba a ser capaz de diseccionar jamás un bicho.
Literatura no se me pasó por la cabeza: nunca había tenido una materia tan aburrida. El programa de tercero de los ochenta arrancaba con el Cid y seguía con "Las aceitunas" de Lope de Rueda; quizás si reviso un poco aún tengo el cuaderno en algún lado (pero no lo sé). La profe no era mala, el problema era que le faltaba energía y (sobre todo) alegría. Vaya una a saber qué pasaba por su vida; eran épocas sin redes sociales y de los docentes nunca supimos más que el nombre. La primera materia que tuve cuando comenzamos las clases de cuarto en el IAVA fue Literatura, con Roger Mirza. Supongo que él andaría por los cuarenta; era un flaco entusiasta, que nos habló del placer de la lectura y de lo triste que era la vida de las personas que en lugar de armar su biblioteca compraban medio metro de libros azules, porque combinaban con el color de las alfombras. Antes de irse dijo que en el liceo los borradores eran escasos y sugirió que buscáramos un lugar para guardar el nuestro. Acto seguido le dio un golpe a una moldura de madera, donde se abrió como por arte de magia una pequeña compuerta, que albergaba un espacio secreto del tamaño justo del borrador, y que fue nuestro escondite privado desde entonces. Todo se me acomodó en la cabeza. Si a mí lo que más me gustaba era leer y escribir; ¿cómo no iba a estudiar Literatura? A partir de ese día se terminaron las dudas y hoy, cuarenta años más tarde, siento en el alma que elegí el mejor camino. Hace un rato, en el silencio de la mañana del sábado en mi barrio, me puse a pensar cómo fue qué llegué a pensar en Geografía, Química y Biología. ¿Por qué no Historia o Filosofía, e incluso Inglés o Francés, que también me gustaban? Fácil: porque los docentes de las materias elegidas eran personas que iban con alegría a dar sus clases, que confiaban en nosotros y nos daban mucho más que el programa previsto en los papeles. El de Química (que era psicólogo) a veces nos charlaba de la vida, la de Geografía llevaba fósiles a la clase y nos contaba cómo los había encontrado, la de Biología (que era la más joven y se vestía precioso) cuando estudiábamos plantas o bichos nos dejaba tocar, preguntar, investigar. Y yo creo que nos querían. Hice el liceo entre 1979 y el 84´; debo haber tenido unos sesenta docentes y puedo contar con los dedos de las manos a aquellos a los que recuerdo a la perfección. Hay una masa imprecisa de los que conservo imágenes parciales, un rostro, una impresión sin detalles, y de algunos no llego a reconstruir ni eso. Todo para decir que mis viejos no hicieron más que la escuela, que vendíamos ropa en la feria y vivíamos en una casilla de paredes de lata, y que si alguna vez soñé con una carrera, un estudio, fue (además de por el apoyo de mis padres y por mis propios esfuerzos) por los docentes que confiaron en mis posibilidades y alumbraron el comienzo del camino. Después la vida me llevó a encontrar otros maestros y me sigue llevando a cruzármelos, por suerte. Este no ha sido un año fácil, ni para mi liceo ni para muchos otros. Nos han llenado de papeles, de programas copiados de otros lados, de exigencias absurdas, que a veces reflotan el vocabulario y las normas de tiempos que creímos haber dejado en el pasado. Pero nos queda la vocación, ese llamado que cada quien encuentra a su momento y que lo lleva a comunicarse con el otro desde la alegría, el entusiasmo, la esperanza. Y ese es el único motivo de este post, que ya se me hizo demasiado largo: no se dejan huellas donde no se puso amor, donde no hubo escucha, impulso, ideales, sangre, tiempo, energía, vida. Lo demás (dijo el poeta) es una estela en la mar, y las estelas en la mar no tienen más destino que perderse en el olvido. Buenos días.




2.23: Despierto con un ruido inusual: llueve a baldes. Pero ya va a parar. 6.00: No paró. Me levanto. 6.04: Aparece la gata de al lado, ensopada. Le doy de comer tratando de que mi gato no pelee (porque no la quiere). 6.25: La lluvia parece por fin haber amainado un poco. El gato sale al frente, en tanto la vecina continúa empapada y no deja de seguirme a cada paso. 6.55: Se retoman el diluvio, los relámpagos y truenos. 7.05: Ya va siendo hora de ir saliendo. ¿Qué hago con la vecina? No la puedo dejar encerrada en una casa ajena, y además los de al lado cuando se levanten y no la vean se van a preocupar… Llamo a mi gato: ni rastros; debe estar protegido en algún lado. 7.09: La vecina no quiere irse. Dejo abierto un cuadradito en la ventana del frente y encaro la tormenta. 7.10: Camino veinte pasos. Mi gato está llorando y empapado, debajo de unas plantas. Vuelvo a casa, los dejo a los dos adentro, y que sea lo que sea. 7.11: Totalmente mojada de mitad de muslos para abajo. Las calles son ríos desbordados y las alcantarillas no alcanzan a desagotar el bombazo. 7.30 (pasada, pero ni miré cuánto): Llego al colegio. Solo hay una alumna (de manga corta) para el escrito de tercero (alias noveno). Después llega un segundo (con campera, bufanda y gorro de lana). Les doy la propuesta y comienzan a escribir bajo el ruido de la lluvia en el techo del salón. Cuelgo mi campera en una silla, pero veo que pesa mucho, y antes de volver a dejarla la escurro un poco en el patio. 8.16: los pájaros están cantando, y la lluvia no ha parado. Ya me olvidé de la sequía; la crisis hídrica y el agua salada quedaron muy, muy, muy lejos. Como la ropa seca, las amables mañanas del veranillo de San Juan y la casa cerrada, a resguardo de la tormenta. Buenos días (es un decir).




_ La señora estaba hacía rato llamando a alguno de los estudiantes del IAVA a través de la ventana de la reja del residencial de ancianos de la vereda de enfrente. -nos contó una de las adscriptas en el segundo recreo. _ ¿Y eso cuándo fue: hoy? -le preguntamos. _ No, no: fue ayer. Los chiquilines me dijeron que la señora los llamaba con gestos y gritos. Yo la vi tan preocupada que me acerqué a hablar con ella, y entonces me alcanzó este libro. "Para que ellos puedan estudiar", me dijo. "¿Tú sos docente?" le pregunté, y me dijo que no, pero que ella a ese libro ya lo había leído. Por eso lo traje a la biblioteca del liceo, a ver si es de los que los profesores de bachillerato recomiendan. -dijo, mostrándonos un librote de Física con más de 1200 páginas- Después me di cuenta de que eso no podía ser, que el libro era carísimo y quizás no fuera suyo, sino de la biblioteca de la residencial. Hoy hablé con la directora y sí, me dijo que el libro es de la biblioteca compartida, que muchos son donaciones de antiguos residentes, y agregó que los pacientes de esa habitación son los que tienen Alzheimer, y que son todos docentes. Los compañeros que escuchábamos su cuento coincidimos en que nosotros también nos hubiéramos engañado con la donación del libro, el cual iba a ser devuelto a la residencial esta misma mañana. Antes de que ella se fuera yo saqué una foto y me guardé la historia para escribirla, quizás pensando en las aristas no tan terribles de la enfermedad, como podrían ser, por ejemplo, el ponerse a donar cosas. Después llegué a mi casa y a la media hora aparecieron mis viejos. Ella estaba transfigurada y medio por señas , medio por palabras, me contó que el Cele hoy empezó a estar agresivo, que ya le tiró un par de cosas (nada grave, por ejemplo: una cuchara) y que de seguir así no va a poder seguir cuidándolo por mucho tiempo, sin contar con que ella (obviamente) se preocupa, le sube la presión y esas cosas. Nuestra charla fue por ahora una catharsis, pero implicó quizás el comienzo de un final. Y aquí estamos. A punto de ir a una farmacia a comprar té de tilo para repartir entre los tres miembros de esta familia levemente disfuncional y longeva. Por favor, no me repitan "qué suerte que los tenés", porque les juro que ya lo sé. Déjenme hacer un desahogo sin cargarme de consejos. Una a veces tiene que buscar vías de salida para la angustia, y la mía pasa por este lado. Gracias por estar ahí. Mañana será otro día.




En qué día estamos, me pregunto con cierta dosis de esperable despiste dominical, hasta que veo el calendario de la computadora. 13 de agosto. Día del niño, previo al de los mártires estudiantiles, dos días antes del de la Virgen (que recuerdo no por ser cristiana sino porque cumple años un amigo con el que hace décadas nos hablamos dos veces por año para decirnos "feliz cumple", "gracias!"). 13 de agosto, día del cumpleaños de mi primer noviecito de la adolescencia. Por qué recuerda una estas cosas. No lo sé. Nos conocimos en el Palacio Sudamérica, en un baile de domingo (como hoy, justo), de esos que en los ochenta funcionaban de ocho a doce y pasaban rock argentino, música sesentosa y alguito de uruguayez. Empezamos a salir a la semana, cuando nos reencontramos en Bohemios (ahí un poco más de noche, porque era sábado y había permiso de bailar hasta las cuatro). Como no teníamos teléfono nuestra relación estaba basada en que nunca -ni en la salud ni en la enfermedad- faltaríamos a la siguiente cita, o nos perderíamos para siempre (aunque en realidad vivíamos en el mismo barrio, íbamos a liceos cercanos y él ya había tenido una historia con una de mis primas, pero, en fin, dejemos de lado los detalles). A mí no me gustaba cómo se vestía (pobre pero prejuiciosa), detalle que se compensaba porque el muchacho era bello, dulce y entrador. Apenas empezamos a salir se puso a buscar trabajo, aunque ni siquiera llegaba a los 17 (era unos meses mayor que yo). Pronto conoció a varios de mis amigos de la cooperativa, y hasta vino a mi casa una noche -con una de mis amigas como acompañante de rigor- a ver no sé qué película que daban en Canal 12. Yo creo que era Love Story. Un día me regaló un anillo que tenía para él un valor afectivo relacionado a su abuelo, y también una pulsera de bronce, de esas con espacio para el nombre (pero esta decía "Te quiero"). Salimos tres o cuatro meses, hasta que me aburrí de la relación y decidí terminarla. Él no pareció muy molesto; pronto empezó un noviazgo con una chica del barrio que yo le había presentado y durante varios años no volvimos a vernos. Un día me lo crucé a la entrada de la cooperativa (él vivía a siete u ocho cuadras) y estuvimos charlando unos minutos. Estaba desmejorado; no trabajaba y se pasaba las horas en una vinería cercana, con los vagos del barrio. Fue un encuentro fugaz. No volví a verlo. Años después, una mañana, las interminables horas puente en el liceo 14 me llevaron a leer cuatro o cinco carteleras sobre la violencia que habían hecho los estudiantes de otro turno. Ahí estaba él. Por entonces los nombres todavía aparecían en las noticias. Era un recorte pequeñito, uno más, entre tantos. Un hombre y una mujer caminaban de noche por el barrio cuando un desconocido se metió con ella; su acompañante la defendió y terminó muriendo apuñalado. Solo había sido un cruce casual: ni él ni la chica conocían al asesino. Me quedé largo rato mirando la noticia: la cartelera no era nueva, y el suceso había ocurrido hacía ya un par de semanas. Después fui al baño del liceo y me lavé la cara, porque estaba por entrar a dar clases a un tercero de esos complicados que el 14 tenía por esos años. Me pregunto si alguien más se acordará hoy de ese muchacho. Creo que tuvo una hija; no podría asegurarlo. Fue hace treinta años. Yo recuerdo su voz. Era fanático de Creedence. Tenía un amigo pelirrojo. Hoy habría sido su cumpleaños.





Yo te voy a seguir haciendo regalo del Día del Niño hasta que te cases, no me importa que tengas 20, 35 o 52 años. -dice una señora a su hija adolescente en el asiento de atrás del 404. Mira vos, qué bien que te la hicieron tus viejos, pienso, recordando que cuando yo tenia 13 en mi casa me dijeron que tenía que optar: o seguía pidiendo regalo por el Día del Niño o me empezaban a tratar como adolescente (y ya se sabe cómo es una de orgullosa: nunca más hubo regalo y no se volvió a hablar del tema). Qué cosa estos viejos cuando no eran tales; qué par de pájaros los dos (🎵). También me preguntaron si quería viaje o fiesta de 15 y cuando opté por el viaje lo pasaron para más adelante “porque en abril hace frío, y mejor vamos a Brasil cuando haga calorcito; por ahora podemos ir a Bagé y te compramos el vestido que quieras”. Y yo (inocente) voté por el viaje y me compré un vestido rojo y dorado (eran los ochentas…) que no llegué a usar tres veces, y cuando varios años más tarde me acordé de que me debían el viaje ellos dijeron: “pero ya lo hicimos; ¿no te acordás que fuimos a Bagé y te compramos un vestido?”. Lo dicho: qué par de pájaros los dos (🎵). Y una que se pasa posteando fotos tiernas de ellos, fotos del tipo “aaaaw” que hacen que mis amigos (que no los conocen) los adoren… Lo qué pasa es que una no tiene memoria. Y ya mismo les voy a reclamar mi viaje a Brasil y por lo menos cinco regalos atrasados por los Días del Niño del 80 al 85. Ampliaremos. 🙂



Diálogo de liceo Yo: _ Borges menciona a las rosas asociadas con el amor, pero no todas las flores tienen culturalmente el mismo sentido simbólico. Por ejemplo, los claveles. ¿Con qué asociamos al clavel? Estudiante: _ ¡Con la comida! Yo: _ ¿Eh? Él: _ Y sí: a las pastas, por ejemplo, con el tuco, se le pone una hoja de clavel y queda bárbaro. Yo: _ ¡Eso es laurel! Él: _ Laurel, clavel... es lo mismo. Usted me entendió. Yo: _ Sí, sí.




_ ¿Podés creer lo que me pasó hace un rato?- le digo a mi amiga ayer de noche- Subo al 405 y una señora como de ochenta años me quiere dar el asiento. Le digo que no, extrañada, y ahí me mira la panza y pregunta si no estoy embarazada, ¡jaja! ¡Pobre señora! _ ¿Cuál de las dos? -pregunta mi amiga, y tras un segundo de risas agrega, muy seria -Aunque no sé qué pensar, porque te vio embarazada pero a la vez te vio joven… Son las camperas, estimados. La ropa abrigada, una mala postura momentánea, no hay caso, es eso. ¡Y una que estaba de lo más contenta yendo a ver la película de Barbie toda vestida de rosado!* * No, no fui de rosado, la foto** era una broma con mis amigas, cuando dijimos de ir a verla. ** Foto con filtro, pues I’m a Barbie girl in a Barbie woooorld! 🎵*** *** Nada que ver con la película, pero desperté con esa canción en la cabeza y no se me va a ir hasta que empiece a ver a Borges con el sexto de Arquitectura, en un rato.




Este es mi moka de domingo en Starbucks: con leche de almendras, pues vegetariana, pero conservando la crema, pues más rico. Caro, pero gratis (con cupones de compradora frecuente). En la mesa mi cartera de cuero comprada en la Rural, y dos sobrecitos de edulcorante que me llevo disimuladamente para los cafés de mañana en el IAVA. Mientras tanto mi campera Columbia comprada en Estados Unidos descansa en una silla, junto a la bolsa con las compras de recién en la feria de Larravide. Porque una es muchas cosas, pero sobre todo es contradictoria. ¿O incoherente? No, no: contradictoria queda mejor. Buenos días. Tardes. Lo que quieran.




Sábado, diez y media de la mañana. Golpean a mi puerta: son mis viejos.
_ Hola, vamos a la feria, ¿querés algo?
_ No, gracias, voy en un rato. Ah, ya que vas para el lado del contenedor, ¿me tirás esta botella? -digo, alcanzándole un envase de Baileys made in Buenos Aires que se acabó ayer de noche y había puesto al lado de la puerta para llevar a la basura. Mi madre mira la botella, la da vueltas en su mano y dice:
_ No, no la voy a tirar, porque está muy linda y la voy a poner de adorno en algún lado. ¿Después me la llevás?
_ Bueno.
Y después pregúntenme por qué guardo fósiles, piedras y programas de teatro, entre otras cosas. Sí, también botellas. Eeeen fin...




Salgo del IAVA totalmente destruida, sin ganas de almorzar, de volverme a casa, de nada. Camino para el otro lado hasta la Ciudad Vieja arrastrando los pasos, tomo un 100, vengo todo el viaje enredada en un mar de mensajes con mis compañeros, llego a casa… y encuentro esta nota: "FIN". ¡El sanitario terminó la obra!!! Le doy de comer a los gatos (propio y ajenos), atiendo a mis viejos que pasan a ver cómo quedó todo y recupero (digamos) un 30% de energía. Mañana será otro día. ¡Y terminó la obra!




Ya no tengo palabras, de verdad, no puedo creer este grado de autoritarismo. Esta semana comenzó con la acusación a los docentes de haber vandalizado el salón gremial (cuando las interventoras con su firma avalaron que el liceo se desocupó en buenas condiciones), siguió con la suspensión del uso de la cartelera gremial a los estudiantes (cuando es un derecho que consta en el Estatuto del Estudiante: cap. III, art. 11) y termina con el traslado de una compañera de limpieza que hace cinco años está en el liceo, acusándola de no cumplir con sus funciones (cuando siempre la vemos trabajando, y parece que la molestia les viene por otro lado). Seguimos con nuestro Director separado del cargo y con diez compañeros indagados (aunque nadie nos aclara el motivo). La funcionaria hoy se quebró en el patio y se largó a llorar, abrazada a una profesora. ¿Hasta cuándo seguirán los atropellos? ¿Quién va a ser el próximo? Y (sobre todo) ¿qué se busca con esta escalada de violencia institucional en un liceo grande, con gremios consolidados y en el año previo a la reforma de bachillerato? A veces parecemos no entender nada; otras, en cambio, creemos vislumbrar por dónde viene la cosa, y ninguna de ambas opciones contribuye EN NADA a una mejora en la educación de nuestros estudiantes, que debería estar por encima de todo plan y de toda acción en una institución educativa. Debería.