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miércoles, 4 de enero de 2017

Enero 2017





Voy a hacer mandados y me cruzo con la Roma desfilando con su micro cuerda de tambores y sus tres bailarines, escucho el coro de ranas croando al costado de la Caminera y paso por el patio del Intercambiador Belloni, devenido al atardecer en improvisada pista de pequeños patinadores y ciclistas con rueditas. 
En el supermercado fui testigo (y cómplice) de un robo, porque no dije nada cuando vi a un flaco muy flaco que compró dos cositas y pasó por la caja del Disco encanutando un par de panes flauta en el coche de su bebé. Eran las ocho de la noche, él parecía hambriento y ese pan ya se estaba quedando viejo. 

En el silencio de la noche del domingo se siguen escuchando los tambores a lo lejos, vagamente mezclados con la voz de mi conciencia que me advierte que los relativismos morales no llevan por buen camino y con los maullidos de Roldana que parece desesperada porque hace como cinco minutos que no le doy algo de comer. Debo atenderla (para eso estoy). Permiso.





ODIO las reseñas de libros que me adelantan el final. No me importa que se trate de un libro viejo o de una obra menor de la literatura universal: déjenme acceder a él como lector inocente, malditos ineptos. Cuéntenme del autor, de la época, digan algo de algún personaje o del capítulo 1, pero no me digan quién triunfa en una contienda o cómo termina el protagonista. 

Me hirve la cabeza (Caballasca dixit).





Ellos son como cinco, pero a mi casa bastó con que vinieran dos. Son los hados protectores de mi cooperativa; hace dos años que se ocupan de la seguridad, los jardines y el mantenimiento en general, y también hacen trabajos privados, como en este caso. 
Pasaron un par de horas, quizá menos, y se fueron dejando todas mis luces en funcionamiento y la grasera tan limpita como cuando estrenamos la casa. Como nota curiosa (para mí), cabe señalar que ellos opinan que hay que desengrasar una vez cada tres meses. ¿Cada tres años, dijiste? No, no, cada tres meses, me-ses... Sí, sí, cada tres meses, sí. Justo. 
También debo decir que son los mismos que hiperpodan los árboles de la cooperativa y que como trabajaron un rato con las puertas abiertas ahora tengo un par de mosquitos esperando que les llegue su hora (cuanto antes), pero, en fin, nadie es perfecto.
Si necesitan algún trabajo hogareño, avisen y paso teléfonos. 

Y si necesitan una perrita negra y marrón, noble, buena y bonita avisen también, o dénse una vuelta por el barrio y después me cuentan.





Se revisa todo, yendo hasta el fondo. Lo marchito se retira del medio de lo verde y va a la basura. Si alguien invade territorios que no le corresponden es de inmediato podado o puesto en su lugar. Las flores y los brotes merecen protección especial. Los enemigos son retirados de sus oscuros escondites y deportados a un lugar muy, muy lejano. Si se encuentra algún habitante herido se lo asiste, y algunos colonos que parecen especialmente resistentes son trasladados a territorios casi vacíos en el jardín de enfrente. 
Como la vida misma. 

Es necesario cultivar nuestro jardín (optimismo moderado, versión 2017).





Sabemos todo sobre ti, me dice. Sabemos qué páginas visitas, quiénes son tus amigos y en qué sitios has estado, me dice. Sabemos que en abril cumplís años y sabemos cuántos (aunque no hayas dejado la fecha en tu biografía), me dice.
"Etiqueta y comparte este chulada de camiseta con tus amigos.", me dice. 

Bueh. Al menos no sabe que Uruguay no es México. En cualquier momento me entra a vender caballos de Troya para traspasar muros. Pinche cabrón, hijo' una chingada...






Tercer día de llevar a Roldana a que le den una inyección con antibiótico en la veterinaria. Con Tania no hubiera podido, pero ella es muy fácil de petcarriar, y en un segundo la meto en su jaulita sin problemas. 
Salgo a la calle. Los Gómez están en su frente y me preguntan qué pasó, pero es difícil hablar con ellos porque están muy sordos y no se dan cuenta del todo. Se muestran preocupados por su gato, al que yo llamo Gomecito, que anda muy decaído últimamente, pero es que tiene como veinte años, pobre. 
La veterinaria queda a dos cuadras. En el camino los niños le hablan a Roldana y los adultos le sonríen. Llegamos y la viejita se pone a maullar con toda la fuerza, mientras el gato Tito, que es una versión de Tania pero con 7 kilos, la observa bostezando desde el pasillo. Ayer le cortaron las uñas, hoy solo le dieron inyectable. Vuelvo a los diez minutos, previo reporte con gestos de cómo le fue, porque los Gómez continúan sentados en su frente y están preocupados por ella. 
Entramos al living, la libero del pet carrier y se zambulle en la comida como siempre que vuelve del doctor. Es como un acto reflejo. Ida al veterinario es igual querer comida.
Me queda darle antibiótico con el alimento por 4 días y listo. 
Gracias a todos los que preguntaron.

Estamos muy bien.





Leyendo este artículo me acordé recién de una historia de mis veintipico. 
Había conocido a un muchacho en un boliche, creo que era el Taj Mahal, en la calle Andes. Estuvimos charlando un rato hasta que yo me fui, y él después me escribió una pequeña carta con un dibujito (que supongo tendré guardados por ahí, porque soy medio acumulativa en estos y otros temas), donde ponía al final su teléfono, y se la dio a una amiga mía para que me la hiciese llegar. 
En ese tiempo nos vimos algunas veces más, me pasó a buscar por Bellas Artes, tomamos algo, lo de siempre. Leo era dulce, amable, simpático. Yo le regalé una escultura pequeñita de una mano hecha por mí en arenisca y casi se muere de la emoción. Parecía un buen tipo. 
Una noche me invitó a un lugar más tranquilo y dije que sí. Terminamos en un apartamento chico y con pinta de bulín en la Ciudad Vieja, cerca del Solís. Me gustaba Leo, pero en cierto momento, cuando ya estábamos en los preliminares de que pasara algo, se me cruzó la imagen de otra persona por la cabeza y me di cuenta de que solo quería terminar con esto, irme a mi casa a tratar de dormir y no pensar. No le di detalles, pero le dije que quería irme, pese a que estábamos en medio de algo que podía considerarse juegos previos. 
Leo parecía un buen tipo.
Y lo era. 
Se preocupó de verme triste, quiso saber si tenía algo que ver con él, me acompañó a tomar un taxi y no me hizo ni la más leve sombra de un reproche ni -mucho menos- intentó convencerme para que cambiara de idea. 
La verdad es que no recuerdo si después de esa noche volvimos a vernos; solo me quedó claro que en este caso había estado acertada en la intuición de qué clase de hombre era, pero también tomé conciencia de lo arriesgada que había sido en ese "sí, vamos". 

Hay un montón de mujeres que no tienen tanta suerte. Date for rape, le dicen en inglés, que suena como versito y es más corto que en castellano.





Veo en el muro de una amiga un sitio para saber la canción número uno el día de mi nacimiento, y no solo me sale que era "Something stupid" (de Frank & Nancy Sinatra) sino que además la página me comunica que ya llevo en este mundo la friolera de 26.182.776 minutos. 
¿Qué necesidad?
¿No podría haber sido algo del mismo año pero con más onda, al estilo de Light my Fire o Whit a Little Help From My Friends?

Menos mal que la conversión de minutos a años no salta de inmediato a la vista, aunque esa millonada impresiona un poco. Un poco.




Tiene 16, y desde hace unos meses la edad se le nota sin vueltas. Le cuesta dar hasta el menor saltito, porque un tumor junto a la columna le dificulta moverse. Ya no se puede casi peinar; yo trato de cepillarla pero no es suficiente. Pasa pegada a mí todo el día. A veces se pone a llorar sin motivo aparente, y no sé si es por senilidad o porque llama a Tania y no entiende su ausencia. Le doy las pastillitas recontra picadas pero casi no las come. Al atún solo lo lame por arriba. Con el pollo la viene llevando, hasta ahí. Hace unos días que está muy resfriada y respira ruidosamente; la veterinaria cree que puede ser un tema del corazón. 
En un rato la llevo a revisar. 
Tengo miedo. Otra vez tengo miedo.




Diez de la mañana de un domingo de enero.
Suave briisa. 
Arena blanca y seca. 
Agua un tanto revuelta, pero no mucho.. 
Solo se escuchan las olas. 
Poca gente, cero voces, cero fútbol. 
A un boleto y 27 minutos de mi casa. 

Creo que he encontrado el lugar perfecto.




8 de Octubre y Comercio, cinco menos cuarto de una tarde en llamas. Los seres humanos que aguardábamos un ómnibus éramos pocos, todos a punto de colapsar en el aire cslcinante y despiadado, cuando lo veo venir. Tranquilo, caminando como si bailara (al estilo de los negros malos de Harlem en las películas de los ochenta). Venía por el medio de la Avenida, aprovechando el corte momentáneo del tránsito por el semáforo. Venía bajo el sol rabioso, abrigado con una gruesa campera de jean. 
El Morocho Rapero, claro. ¿Quién más?
Este chico anda mal. En serio, anda mal. 
Y no vi más, porque me subí a un bus tranquilo y silencioso 

Muy silencioso.




_ ¿Otra vez les dieron la papa? - se oye la voz de la chofer del 103. 
Levanto la vista: estamos pasando por la estación de servicio de 8 de Octubre y Vera. Ya hay dos patrulleros y unos diez hombres en la esquina, mirando. 
_ Mirá la sangre ahí, en el suelo...- comenta el guarda, mientras se oyen sirenas acercándose y nosotros seguimos el viaje. 

Montevideo se enrojece. Cada vez nos sorprendemos menos. Y seguimos el viaje.




La buena noticia es que tras mucho tiempo de casi inapetencia, de pedir mucho pero comer poquito, al fin he encontrado algo que Roldana solicita y consume en igual grado de abundancia.

La mala noticia es que la suprema de pollo está a $245 el kilo.




Ella tendría unos veintipico, treinta; era muy voluminosa y conversaba sin parar con sus dos hijos: un nene de diez y una pequeña de dos. Simpáticos, todos, una de esas familias en las que se percibe el amor desde lejos. Venían sentados a mi lado en el 103 en el que yo iba ayer a ver una obra, desubicada montevideana que no tenía idea de cuántas cuadras tendría que caminar entre la variopinta multitud de asistentes al desfile de carnaval antes de poder cruzar 18 (a esa altura Plaza Independencia) y llegar al teatro al que iba. 
Pero esa es otra historia. Volvamos al ómnibus. 
En la mitad del viaje subió un vendedor de chocolates Hamblet y comenzó a recorrer el 103 ofreciendo con voz de trueno la oferta de dos tabletas a precio especial y con el solo objeto de que llegue a manos de todo el pasaje capitalino. 
El nene miró a la madre, pero no dijo nada. La mujer se metió las manos trabajosamente en los bolsillos (teníamos una dificultad de espacio, ella, la nena y yo en ese ómnibus hecho para chinos diminutos) y sacó unas monedas.
_ Esperá que vuelva por acá y le preguntás. No tengo más; fijate cuánto te di.
_ A ver... Diez, doce... catorce.
_ Bueno. Preguntale. 
_ ¡Señor, señor! ¿Cuánto salen?
_ 2 por 20.
_ Ah. Deme una.- y le dio la moneda de diez pesos.
_ Una no. ¿Por qué? ¿No te alcanza? 
_ Tengo 14.
_ Bueno, tomá dos: una para vos y otra para tu hermanita. Portate bien, mirá que una es para la hermanita, ¿eh?
Cargó su caja de chocolates al hombro y se bajó. 
Ellos se quedaron de lo más felices, compartieron una de las tabletas, se bajaron en Pablo de María.y empezaron a subir las escaleras de la Iglesia Universal. 

Los miré con cara de desconsuelo, hasta que me di cuenta de que solo estaban jugando. Volvieron a bajar y subir un par de veces, y siguieron su camino. Iban los tres de la mano.




Big Brother, capítulo 754 b:

Comento el post de una página de concursos literarios donde un amigo me ha mencionado, lo comparto en Literatura en Obra (mi página como profe) y al ratito me aparece una notificación avisándome que los de esa página de concursos han promocionado su publicación (léase: han puesto $$) y sería bueno que yo hiciera lo mismo, para que más personas vean lo que comparto.



Estoy escuchando la radio, donde el locutor cuenta que cuando oye hablar a alguien disfónico le lloran los ojos. Así, sin pensarlo, en automático. A mí también me lloran, pero solo ante una persona con un orzuelo. No es lástima, no es miedo al contagio, no es nada; se da sin que lo pueda evitar, puro causa y efecto. Lo veo y lloro. Como cuando veo sangre y me desmayo: no me da asco, no me asusta, no me impresiona. Estoy mirando una gota de sangre que me extraen para un análisis (pongamos por caso) y en el momento es como ver llover, pero de pronto me desconecto sin que haya mediado impresión (ni sensación) alguna. 
Los seres humanos somos bichos raros. 
A propósito, también tengo una amiga que puede soplar por los ojos y otra que pronostica la lluvia porque un par de minutos antes se eriza.. 

Si alguien quiere agregar elementos para este catálogo de ilogicidades biológicas, bienvenido, hermano lector. Siéntase como en su casa.



Voy a tirar la basura y enseguida me viene a saludar ella, la perrita que anda abandonada en la esquina desde hace por lo menos un mes. Es dulce, es linda, es buena, pero nadie la quiere adoptar, por ahora. Ya la puse en internet, ya me comuniqué con ASH, y no hay caso. Y no, no la voy a adoptar. No insistan. Varios vecinos le damos de comer (medio a escondidas, porque hay otros que se quejan), y ella siempre viene a mi encuentro cuando me ve salir o llegar. Hoy se olfatearon con Roldana y no hubo reacción de ninguna de las dos, es decir que puede convivir con humanos y mascotas sin problemas. 
Si paso por la vereda de enfrente la que se me aparece es otra, una que sí tiene dueño. Con ella me llevo bien pero no le doy confianza, porque una vez arrinconó a mi gata en el jardín del frente; me llevó media hora calmar a Roldana y hacer que se le deserizara la cola. Quedó dura del miedo; la perra solo la amenazó, pero no había quien la volviera a un estado levemente natural, pobre. 
A veces me encuentro con mi amigo tachero que anda con su perro, uno barbilla, de pelo ruloso y siempre bien peinadito, al que saludo por el nombre, como corresponde al espíritu cooperativista.
Frente al SUM, Isis, claro, siempre Isis, cada día más obesa pero corriendo (a veces caminando) a mi encuentro a puro salto y lametazo. 
Quiero decir, en conclusión, que conozco a cuanto bicho felino o canino viva en mi barrio a dos cuadras a la redonda y, bueno, no me da la capacidad de memoria para recordar también a los humanos. Saludo a medio mundo, pero la mayoría ni idea de quienes son. "Mandale un abrazo a tus viejos", me dicen, y yo, al tiempo: "Cele, te mandó saludos alguien. Bah, varios, muchos. No sé quiénes." 
Uno no es una máquina, ustedes deben comprender.
¿Problema? ¿Que quién tiene un problema? 

No sé de qué me hablan.



Uno se da cuenta de que el tiempo de la inmadurez y las locas pasiones ha pasado cuando sale de Tristán Narvaja cargado con un montón de comestibles y un par de cubiertos en la cartera, cual improvisado homenaje a la comida de hoy y de siempre. El cuchillo es para mi vieja, que hace pila me pide que me fije si veo uno igual, y el tenedor vino de yapa.
Me encanta la feria en enero, especialmente cuando no hay sol y corre un viento reparador, cuando uno llega a ella sentado cómodamente en un 103 semivacío, cuando hay poca gente en las librerías, en los chinos, en las calles y las veredas, cuando se mira y pregunta sin apuro y sin quitarle el turno a otro cliente, cuando se puede amar a Montevideo y a la vez susurrarle a Rocha que no nos extrañe, que ya vamos a volver una vez que los amontonamientos de las primeras semanas abran paso al puro disfrute del verano en versión levemente antisocial.
Mientras tanto... Montevideo en enero sin ola de calor, sin tener que cumplir horarios y con mosquiteros en las ventanas es belleza pura.

A todo esto, la verdadera intención de este post era preguntar si alguien tiene cubiertos como estos y sabe cómo limpiarlos. Me fui un poco por las ramas, je. Que no se note. Disimulen.



_ ¡Tengo la piolita de los lentes!... Pinza de tij...Eh.. Pinza de cejas, ulni, abamicos, golosinassss...
El vendedor parece cansado. Hace una venta y se baja, dejándome sin saber qué son los ulni ni (mucho menos) cuánto cuestan.

Misterios de 103.




Definiciones de domingo

VICTORIA: Ese momento en el que estás desayunando y los ves revolotear del lado de afuera, detenidos por el mosquitero.


DERROTA: Ese momento en el que recordás que cada vez que salgas vas a dejar una esquinita abierta para que tu gata pueda ir al patio, y te das cuenta de que nunca podràs con ellos.




Viernes de pequeñas cosas.
Viernes 13.
Viernes de recordar que cada seis horas tengo que llorar (o ponerme lágrimas artificiales, que es casi lo mismo pero con antibiótico).
Viernes de descubrir un lugar maravilloso en mi propio barrio: Montecuir, una especie de Mr Bricolaje de la Curva, donde pude encontrar el velcro que necesitaba para los mosquiteros a buen precio y en el color que yo quería. Venden lanas, cueros, mercería, herramientas... Muy visitable.
Viernes de quedar mal en el almacén. Sí, todo mal. Capaz que eso de ir a la tarde a comprar pegamento y a las dos horas volver a por otro no ayudó mucho a mantener mi buen nombre, no sé...
_ Hola. ¿Te acordás del cemento que me llevé hoy? Bueno, quiero otro. 
_ ¿Estaba bueno?
_ Sí, bastante. Pero viste que todavía articulo con claridad, ¿eh?
_ La verdad que me sorprende, pero, bueno, ¡que lo disfrutes!
Sí, me llevo bien con la pareja del almacén; los conozco desde que todos éramos flacos y vendíamos en la feria de los sábados.
Viernes (por último) de estar sin querer arrastrando unos metros de velcro por el living y ver de repente a Roldana que se pone a jugar con la tirita... Desde que murió Tania su hermana no estaba jugando con nada. Casi largo el moco, pero por suerte me dio para seguirle la corriente y divertirme yo también con su alegría.

Viernes de pequeñas grandes cosas, en fin, y especialmente viernes de sentir sin la menor sombra de dudas que este que recién comienza va a ser un gran año. Y me voy a seguir con los mosquiteros, que aún me queda como medio envase de pegam... Eeeh... No, nada.




"Mis amigos son unos atorrantes" cantaba Serrat.

"Y los míos unos despistados", agrego yo al leer este mensaje que recibí ayer, aunque no le doy mucho corte; estoy ocupada guardando en la heladera la porción de muzzarella que pedí que me envolvieran para llevar y solo 14 horas después recordé haber dejado prolijamente empaquetada adentro de la cartera.




Cualquiera que me conozca un poco sabe que el carnaval no me gusta. Me aburren los desfiles, no me hacen reír las murgas, las letras me parecen trilladas, soy incapaz de ver un espectáculo carnavalero sin bostezar y desear estar en otro lado. 
En teoría acepto todos los argumentos que quieran: la enorme mayoría de mis amigos ama estas cosas y ya me han tratado de convencer de todas las maneras posibles, pero en la práctica... No. No me gusta. Y no es que no conozca, ¿eh? Toda la vida he visto carnaval; he ido a tablados, a desfiles, al Teatro de Verano, lo que quieran. Conozco las murgas de antes y las de ahora, tengo conocidos que participan, me gusta el ambiente humano que acompaña todo esto, tengo licencia casi del todo en febrero y estaría buenísimo que me gustara. Pero no. 
Lo único que me conmueve -y eso sí, hasta la raíz del pelo- son las comparsas. Con o sin negros, con o sin vestuario, por Isla de Flores, por la principal de Valizas o por cualquier calle de barrio, los tambores y el baile de esta gente me erizan y me convocan. 
Estas fotos son de ayer, en Malvín. No sé si era la Gozadera o alguna otra (la verdad, ni idea), pero apenas aparecieron salí del bar en que estaba y corrí a ver y escuchar. Qué placer. Algún día tengo que aprender a bailar como estas mujeres, aunque no encare sus tacos de veinte centímetros. Cada vez que pasa la Roma por la puerta de casa me dan ganas de sumarme y seguirlos en su breve recorrido por el barrio, pero no me animo. Todavía no me animo. 
Así que ya saben. No me inviten a un tablado porque no voy a ir, pero si el mes que viene se van a dar una vuelta por las llamadas, llamen, que para entonces voy a estar haciendo un curso de fotografía y capaz que hasta puedo registrar algo que no sea borroso y todo. Creo.





_Una ternera es eso. Una vaca nena. Mujer.
_ Pero yo digo otra cosa. 
_ Vos decís un novillo. Un novillo es una vaca hombre. Toro.
_ No...
_ Entonces un buey. Vaca hombre. 
_ Lo que yo digo es una vaca con cuernos.
_¿ Una vaca con cuernos? ¡Esa es mi madre! 
_¡Ja ja!


Diálogos adolescentes de medianoche en el STM, ay, ay, ay...




Cuando la abeja gigante se metió zumbando en mi cocina esta mañana no dije una palabra. Solo esperé a que se fuera y a los quince minutos, viendo que no captaba la condición intraspasable del vidrio de la ventana, me tomé el trabajo de atraparla en un recipiente y soltarla al patio, donde le costó un poco entender la libertad pero al final se alejó volando rauda y veloz.
Cuando la idiota cucaracha se dedicó a tomar clases de natación gratis en el bebedero de Roldana tampoco dije nada. Me dio asco, pero como pude tomé el táper Crufi (me fijé y sí, la RAE recomienda "táper" en vez de taper, tuper o tupper) y tiré el agua del recipiente con nadadora y todo por la ventana. Creo que ella debe haber captado mi determinación de no perdonarle la vida si se vuelve a cruzar en mi camino, pero no estoy segura: los rasgos faciales de las cucarachas no son precisamente lo que yo calificaría de expresivos.
Cuando la cortina celeste se convirtió al mediodía en telo de moscas dedicadas a escenas de sexo explícito a medio metro de mi cara tampoco me quejé. Les saqué una foto, eso sí, para que aprendan a ser un poco más discretas, pero incluso me fui por un ratito al patio para no interferir con su feliz intimidad insecteril.
Pero que se me meta un mosquito en la nariz ya es demasiado, Señor Juez. Basta de maltrato humano. Por un verano digno y sin picaduras: Off irrestricto, tules mosquiteros y/o sapos ídem para todos ya.

Espero su respuesta, Señor Juez. No se demore, ¿eh? Mire que en Arbolito tenemos insectos para dar y repartir en todas sus oficinas. Piénselo. Le doy 24 horas. No se demore. Espero su respuesta.




El secreto de mis ojos
Esta soy yo. 
Esta soy yo con lágrimas artificiales y antibiótico. 
Esta soy yo cuando llevo varios días con dolor ocular y de pronto me viene desde el fondo de la memoria un instante en la mañana del 31 de diciembre, cuando el chicotazo de una rama del jardín me pasó rozando. La sentí. Sentí el contacto con el ojo, aunque pensé que por suerte no me había hecho nada. Y en verdad no me hice mucho, solo lo suficiente como para que me duela un poco desde hace diez días, en fin. La doctora me estuvo explorando hoy y me lo pinchó sin querer, que le vamos a hacer. Espero no llorar cuando me llegue la factura de la consulta en la Clínica Meerhoff (que si no es barata no será por falta de nombre).

Todo esto para decirles que si me ven un tanto desmejorada no crean que ando con alguien que me golpea. Es solo un caso más de torpeza doméstica. Otra vez. Y van...






_ ¡Dame comida!
_ Ya tenés ahí, en el plato.
_ No, pastillitas no. Atún, digo. 
_ También tenés puesto. 
_ Ah. Pero ahora no tengo hambre. 
_ Entonces dejá de mirarme TODO el tiempo.
_ ¿Dónde está mi hermana?
_ ... Eeeeh... Vení, acá te pongo atún nuevito, ¿querés atún?
_ No. Quiero ir al fondo. ¿Por qué hoy no puedo ir al fondo?
_ Porque le pasé protector a las maderas y si salís vas a quedar llena de Incastain.
_ ¿Eh?
_ Que no salís. 
_ Entonces voy a seguir mirándote fijo. 
_ Bueno. Quedate ahí, mientras me como la última rodaja del pan de banana.
_ Yo quiero. Dame.




Desperté con esa sensación de angustia propia de los sueños oscuros que no han logrado alcanzar un desenlace liberador antes de la interrupción de la historia.
Había estado un rato de visita en la casa de una hermosa mujer de unos treinta años que se negaba de plano a reconocerlo pero era a todas luces maltratada física y mentalmente por su marido. Ella era muy bella, eso es lo primero que a uno le impresionaba al verla. Se había ido rodeando de una gruesa capa de grasa para invisibilizarse ante el resto de los varones y conjurar los celos del animal, pero así y todo deslumbraba a hombres y mujeres a su paso. También era cálida, afectuosa, de una inteligencia superior. 
La había conocido recién; mi visita a su casa fue la de alguien que iba a buscar algo que ella tenía, un objeto, algo del orden de lo material, no recuerdo bien. Llegué en compañía de su mejor amiga; la charla entre las tres se desarrollaba con amabilidad y sin contratiempos hasta que llegaron el marido (un alfeñique con rostro de poca cosa, proclamando desde lo corporal la insignificancia del adentro) y un par de amigotes (que no eran tan malos como él pero no intervenían en la situación). 
Todo el tiempo que duró ese encuentro de a seis fue de una violencia agazapada y nunca explícita, terriblemente angustiante. Las indirectas, las miradas, los tonos del hombre parecían apuntar a un desencadenamiento brutal de los hechos en un futuro cercano, al tiempo que la víctima trataba infructuosamente de hacer como si no se diera cuenta. Aquí no ha pasado nada, esto es una equivocación del que mira, mi marido no es tan malo, me quiere, se siente inseguro, algunas veces se excede un poco, socorro, por favor, tengo miedo, hagan algo, ayúdenme. 
Como dije al principio, desperté antes de llegar a algo que pudiera parecerse a un desenlace. Roldana siempre ha sido muy demandante pero este año, con la soledad, se ha puesto aún peor y mi inconsciente está más dispuesto que antes a escuchar sus planteos sonoros y reaccionar despertando

Sé que los sueños, según a quién le preguntemos, son conglomerados simbólicos, comunicaciones con la divinidad o captación de señales que otros nos envían en clave de argumentos e imágenes. Yo no he vivido situaciones de violencia, no sé de personas cercanas que hayan pasado por esto, ni siquiera he estado leyendo o viendo películas que traten del tema. Eso me deja en la extrañeza de cómo pude sentir tan a lo hondo y en carne propia la angustia, la impotencia y la rabia de asistir a una escena como esta. La sensación del testigo silencioso que siente que se viene algo, que nunca más va a ver a estas personas, que no puede hacer nada, que ni siquiera llega a romper el silencio de la víctima pero sabe que esto va a continuar hasta la muerte, fue espantosa. 
Desperté con una herida en el alma, sin saber si culpar o agradecer a Roldana por sacarme de esa casa.
Y aquí estoy, desayunando con mi gata en una mañana de Reyes soleada y silenciosa. Si alguien precisa una oreja, ya sabe dónde encontrarme. Aconsejar tal vez no es lo mío, pero escuchar, escucho. 

Buenos días.



Subí al 404 por apenas tres paradas, y me senté detrás de una madre muy jovencita y su hijo rubio de unos dos años. Ambos venían jugando y riendo a las carcajadas, lo cual en principio me pareció un buen cuadro familiar, hasta que les presté atención. 
El niño hacía cualquier cosa: gritaba, pateaba el ómnibus y tiraba sus ojotas varios asientos para adelante. Ella y él se pegaban en broma pero con sonido; no parecían madre e hijo sino dos cachorros juguetones, un poquito bestias, como todos los cachorros. 
En cierto momento la chica quiso cortar el juego y le dijo en tono tranquilo: 
_ Ta, ya me enojé. Me voy a bajar y te voy a dejar acá y te va a agarrar el hombre de la basura y te va a tirar a una piscina sin flotadores. 
El rubiecito festejó la ocurrencia redoblando la risa y la mala conducta. Yo me bajé redoblando la incredulidad y la preocupación a varias puntas., con solo una palabra que tendiera a neutralizar el caos en mi cabeza: educación. 
Tal vez no sea suficiente pero si ineludible. Importante. Esencial. Urgente. Sí o sí.
Saludos desde mi segundo bus, que viene con Petinatti a todo volumen.

¿Decíamos...?




Ayer de noche un tipo entró armado al almacén de mi cuadra y encañonó a todos, incluyendo un niño pequeño, para llevarse la plata.
Hoy acá nomás dos en moto persiguieron a una mujer que venía de cobrar; ella se bajó de un taxi y ellos la rodearon y le sacaron la cartera. Dicen que los vecinos salieron y agarraron a uno.
Hace diez minutos me golpearon la puerta: era un vecino para pedirme que dejara la luz de afuera prendida, que hubo un problema en la iluminación exterior de toda la cooperativa y las calles están a oscuras. Al ratito, otro golpe. Casi no abro, pero al final encaré, y era una chica de la empresa de seguridad con el mismo pedido. Igual la luz de afuera la tengo rota (una de varias); el mantenimiento de las luminarias en esta casa no es la prioridad 1, al menos hasta hoy. 
Complicada situación en mi barrio, parece. 
Yo también ando con bastante miedo, pero no de que me roben sino de llevarme por delante la tela de araña enorme que una ídem marrón consideró apropiado tejer en mi patio del fondo, entre las dos cuerdas de la ropa. Por ahora no abro la ventana. Las remeras que tenía colgadas cuando la vi, ahí se quedan. 
Mañana será otro día. 
Así está el mundo, amigos.



El colegio Integral, en el que trabajé hasta hace dos o tres años, resultó ser para mí bastante pródigo en el conocimiento de personas singulares, y una de ellas fue Darío.
Darío fue mi alumno en uno de los cuartos del último año que estuve allí, y no estaba en el top 5 de mis estudiantes más amados de la generación, pero sí entre los diez o veinte preferidos (todos los tenemos, no importa qué digamos a los demás; los tenemos porque nos identificamos con ellos, porque nos preocupan sus problemas o porque sencillamente los admiramos).
Darío era un genio de la informática, y no le gustaba leer textos recreativos. Un día incluso, mientras estábamos debatiendo el tema de la lectura en su generación, si libro papel o ebook, si la materia Literatura debería cambiar de enfoque, si era mejor ir al cine antes o después de leer el texto, etc., (porque los integrales son unos estudiantes muy particulares y aún a los quince años estos temas les interesan en serio), él levantó la mano y confesó que nunca había leído un libro por gusto. Estupor generalizado entre sus compañeros. ¿Nunca? ¿En serio? Darío lo pensó, lo pensó, y a los dos minutos volvió a levantar la mano.
_ Ah, sí, una vez leí un libro por gusto, ahora me acuerdo. La biografía de Donald Trump.
A veces durante una dinámica grupal o alguna tarea para hacer en clase Darío se venía a mi escritorio y charlábamos del tema. Estaba muy preocupado porque las clases de Informática no enseñaban nada que no supieran y porque no los estaban preparando para el futuro. Él no las necesitaba; hacía rato que había superado con creces el nivel de lo que se enseña en el liceo, pero sentía que su generación necesitaba una revisión de esos cursos y de todo el sistema educativo en general. Y no eran charlas vacías o simples exposiciones de deseos adolescentes, irrealizables y utópicos, no. Él realmente meditaba los temas pedagógicos con una madurez impactante.
Por orden de la dirección había un orden estricto para sentarse en el salón de clase. Cada estudiante dejaba durante todo el año sus libros y útiles en la repisa inferior del banco, y para eso era mejor evitar las itinerancias. A Darío le había tocado en el fondo, casi en un rincón del salón, y era típico que si tenía que intervenir para argumentar algo, especialmente si iba a plantear una postura discrepante con la mayoría, lo hiciera de pie y moviendo los brazos, como un político. Y lo era. Vaya si lo era. Capaz de hacer una enérgica diatriba contra un emprendimiento de la clase (como la representación teatral a fin de año, para recaudar fondos destinados al viaje de la generación a Israel en febrero) y a los tres días, con igual energía y convicción, defender la realización de la misma.
_ Mari, si sale la representación yo te ofrezco iluminación, sonido y efectos especiales.- me dijo una mañana, durante un recreo. 
_ Mirá, Darío, lo del teatro es complicado y no sé si lo vamos a hacer. Hay muchas variables, yo todavía lo estoy pensando. 
_ Pero tenés que hacerlo, y vos sabés que tenés que elegir a los mejores para que te acompañen en esto, porque está en juego tu buen nombre ante la institución. 
_ ...
Ahí por la mitad del año resultó que Darío tenía baja Literatura, y a partir de ese momento nunca más pude caminar sola por el patio del colegio: se me aparecía todo el tiempo al lado, como una sombra, para pedirme tareas extras y para recordarme que había intervenido tal número de veces o que ese día había demostrado tal o cual conocimiento en mi materia. No era un estudiante muy aplicado, pero en esos meses trabajó en forma aceptable en clase y harto insistente en el patio, y si no me equivoco terminó aprobando con 7.
Una vez les puse un poema nuevo en el escrito para que fundamentaran si era o no un romance. Él al leerlo puso cara de no entender y levantó la mano. 
_ Mari, acá hay una palabra que no entiendo: ¿qué son los gorriones?
Silencio estupefacto de docente y estudiantes. 
_ Gorriones, Darío, los pajaritos grises que andan por todos lados.
_Ah.
_ ¿En serio preguntaste eso? 
_ Sí. 
_ ¡Ah, pero te falta mucha naturaleza!
_ ¿Ah. sí? ¿Y qué es un ... ? - y nombró algo que me sonó a chino básico mezclado con swahili.
_ No sé, ni idea.
_ ¡Ah, pero te falta mucha informática!
Y todos nos reímos.
Cuando Darío supo (porque lo mencioné en clase) que iba a estar en Nueva York ese verano, enseguida empezó a organizarme el viaje. Que tenía que ir a tal o cual museo, que el mejor lugar para compras era el mercado tal, que tomara este o aquel medio de transporte, que esto, que aquello... Él iba a ir a USA un poco antes de fin de año, en uno de esos viajes en medio del año lectivo como si nada que son tan comunes entre los estudiantes del Integral. Desde allí me mandó, a través de un compañero, una foto suya en el Capitolio aparentando dar un discurso político ante el atril de Obama, y no sé por qué pero la imagen no me sonó descabellada. Para nada.
Hoy abro la página del diario y lo primero que veo es su foto acompañando un largo artículo con el siguiente titular: TALENTO URUGUAYO Tiene 18 y contrata a ingenieros. Un uruguayo, que priorizó su proyecto personal al liceo, creó un videojuego destacado por Apple". Y no me sorprende. 

No sé por qué, pero no me sorprende.



Impresiones Pre Reyes:
1. 8 de octubre está desde la mañana convertida en gigantesca feria, con alta densidad poblacional.
2. Montevideo Shopping hasta este momento se mantiene en un número amable de compradores. Amo la tienda Límite, donde las tres vendedoras tienen mi edad y mi silueta.
3. Tienda Inglesa comienza a superpoblarse. Sus estantes proponen a Ludovica, Caras, Crucigramas y guías de viaje a Miami como lectura de verano.
4. Montevideo no está aún vacía, pero casi.
5. Espero que ningún ladrón haya visto que cambié euros en el Cambio Gales. 5 euros. 5. El vendedor me miró como con lástima, y más cuando pagué de una vez la totalidad de la deuda con la tarjeta VISA: un dolar.
6. Soy una consumista.
7. Soy una consumista casi sin batería.

8. Hasta luego.





La mañana de ayer fue terrible y deprimente. Quizá eso, sumado al fin de año y el calor agobiante de la jornada, explique por qué en cierto momento tomé una decisión y a eso de las once hice una mochila a las apuradas y arranqué para Tres Cruces sin tener pasaje y sin siquiera haber consultado previamente los horarios a Santa Lucía del Este. 
Un muchacho muy amable me atendió en el mostrador de COPSA.
_ El próximo sale 14.50, pero no hay asientos. Si no, tenés uno 12.50 que te deja en la carretera. Igual que el otro, sin asiento. 
Miré el reloj de la empresa, a sus espaldas: eran las 12.15. No me importaba la demora ni el ir parada, pese a que el tendón de Aquiles del pie derecho me estaba doliendo mucho. Había hecho un pozo en la tierra del jardín empujando la pala con él y ahora empezaba a pagar las consecuencias. Por sobre todas las cosas tenía la necesidad imperiosa de alejarme de Montevideo, especialmente de mi casa.
_ Ta, todo bien, dame un pasaje en ese.
_ De todos modos, hay algunos asientos reservados que no han venido a buscar. Hasta 15 minutos antes tienen tiempo; si querés date una vuelta 12.36 y vemos si quedó algo. 
_ Bueno,gracias, muy amable. 
Y sí había. El viaje fue veloz, en un bus de esos espectaculares que ponen para los viajes a Punta del Este, y en una hora escasa ya me estaba bajando en la entrada principal del balneario, donde estaba esperando mi amiga para llevarme a la casa. 
Una vez instalada hubo dos cosas dos que llamaron poderosamente mi atención: el color verde turquesa del mar y el estado lamentable de muchas plantas y árboles a la entrada de la casa. 
_ Fue una granizada hace como diez días. -aclaró Marila- ¿Te acordás el día de la turbonada en San Carlos? Acá cayó granizo, y parece que fueron piedras enormes. Cuando llegué esto estaba lleno de ramas cortadas y sobre todo los aloes perdieron muchas hojas por las piedras. 
Y era verdad. Las plantas tenían la mitad de sus hojas truncadas, estaban rayadas, heridas. Muchas ramas de las acacias presentaban huellas desolladas de la tormenta. Aquello debió ser aterrador. 
Por suerte el 31 de diciembre presentaba un aspecto infinitamente más amable, y apenas el sol dejó de estar achicharrante bajamos a la playa. El agua estaba increíble, esos cuarenta centímetros en los que me metí eran verdes, transparentes y a buena temperatura. Cada ola dejaba ver el fondo de arena y piedras de colores, la arena estaba suelta y tibia, las personas en número agradable, las aves muchas, los perros solo uno, los caracoles dos.
Los vecinos de al lado se fueron a pasar las fiestas a Montevideo; Marila, quedó encargada de su perro Tiger, que es marrón y mimoso, y no sabemos por qué ni nombraron al gato, al cual desde esta casa apodamos Descarriado. No le dejaron comida, no hicieron recomendación alguna; parece que para ellos solo existe Tiger, el gato ni nombre debe tener, pobre. Él es arisco y tiene una cicatriz en la cara. Alguna vez atacó a Pipín, por lo que no lo apreciamos especialmente, pero nos da un poco de pena. El perro y él descansan muchas veces uno al lado del otro, pero cuando nos acercamos a Tiger o siquiera le hablamos de lejos se ve que se siente en falta, y corre al gato. Debe tener órdenes de arriba (léase dueño), suponemos. 
Pipín está en el balneario desde hace varios días, y ya ha tenido algunos encontronazos con la fauna autóctona. Una tarde estaba comiendo pastito en el fondo y hubo de soportar el ataque y las burlas de dos horneros, un benteveo, unas tijeretas e incluso una ratonera que lo estuvo rezongando a un volumen tan alto que el pobre salió raudo y veloz para adentro de la casa, con el pasto a medio ingerir. Desde entonces prefiere ir al frente, donde escondido entre las plantas cree que va a atrapar a un lagarto o un pajarito, aunque suele conformarse con algún insecto desprevenido. 
Nuestra cena fue una sinfonía de colores y sabores servida en el porche bajo un cielo estrellado y con relámpagos tenues hacia el horizonte. Definimos una constelación nueva y la bautizamos Fellinus; tiene muchas estrellas en su interior que se organizan en triángulos y ya bautizamos las principales con el nombre de los gatos que han sido significativos en nuestras vidas. 
A la medianoche (justo después de que termináramos nuestro karaoke en el porche) hubo fuegos artificiales por más de veinte minutos. Tiger estuvo muy asustado, Pipín bastante tranquilo, y de Descarriado nada supimos hasta que lo volvimos a ver hoy. Los vecinos del fondo tenían cierto estrépito fiestero pero no excesivamente molesto, por lo cual dormimos de lo mejor; recuerdo haber escuchado incluso varios temas de Buitres, es decir que son vecinos con buen gusto musical, lo cual no es poco. 

Y así terminó un día que arrancó muy mal pero fue mejorando con el paso de las horas. Y empezó el 2017, lejos de casa pero no tanto, cerca del mar, malcriada por mi amiga y mimada por muchas voces virtuales que se hicieron presentes, solidarias y afectuosas. Es decir que no puedo (ni quiero) quejarme. ¡Feliz año!


Escenas del primer día del año
Diálogo matinal sobre la arena.
_ Podríamos caminar un poco... La playa está preciosa hoy. 
_ Sí... Pero la tormenta se viene, y capaz que caen rayos.
_ Ah, sí, en esta playa han caído varios, pero igual no hay problema: yo me erizo antes de que empiece a llover, así que estamos sobre aviso.
_ Perfecto entonces. 
_ Sí. El único problema es que me erizo solo cinco minutos antes. Tenemos poco margen. 
_Uh.
Y se vino el erizarse, la tormenta, el viento, la lluvia. Y pasó. Y volvió a salir el sol.
Los perros en este balneario son bastante homogéneos: la mayoría son caniches o labradores colar arena. Hoy bajamos a la playa y vimos cinco arenosos. Una comparsa: los labradores de Santa Lucía.
En el frente de la casa hay, en un saliente, un agujero cuadrado donde antes había una campana. Ahora ese es el feudo de Ella Laraña, una señora negra, regordeta y muy tejedora. De día su tela no está a la vista, pero cada noche Ella vuelve a armar la telaraña más perfecta, fuerte y elástica del mundo. 
Pipín tuvo ocasión de comprobarlo hace unos días, cuando escapaba de un benteveo. Trepó al saliente y de repente quedó detenido por una barrera casi invisible pero muy pegajosa. Se le contrajo la cara de la desagradable sorpresa, al tiempo que la araña, igualmente descolocada, salía a toda velocidad a esconderse de ese novedoso predador con bigotes, pañuelo verde y cascabelito al cuello.
Hoy con el almuerzo descorchamos una botella de Il Santo, una especie de licor de vino que yo había traído della Italia, más precisamente de lo de don Ariosto, en Barga. Delicioso. Más que eso. Inefable.
Las siestas regadas con Il Santo y sonorizadas con el rumor de las olas duran un poquito más que las habituales. Solo un poquito: dos horas y media. Sin comentarios. Hic.
Competencia en el cielo: puesta de sol rosado con rayos oscuros versus luna anaranjada sobre el horizonte. El resultado es empate, con una humanidad entera mirando hacia arriba boquiabierta ante tal espectáculo. Bueno, no toda la humanidad. Pero casi.
¡Pica bichito negro tamaño gato de un mes corriendo por el camino! Pudo ser un tucu-tucu, una apereá o algo parecido. Lo vi entre las sombras de la noche. Corría como si flotara, etéreo, ligero, silencioso.

Hoy tampoco me metí en el mar. Qué le vamos a hacer: nadie es perfecto. Y así fue el arranque del año en Santa Lucía del Este. Ya habrá que volver a la realidad de Montevideo. Por ahora me quedo con las olas y el viento, sucundún, sucundún, y el ruido del mar, yalalalalala. Efectos tardíos de Il Santo, estimado lector... Ya volveré a mi seriedad habitual. Buenas noches.



Martes 3 de enero en Santa Lucía del Este: la tormenta ya ha pasado, parece, y estoy instalada en el porche mientras llueve mansamente y sin viento. 2017 arrancó con una enorme heterogeneidad climática concentrada en los tres primeros días. Calor, sol, viento, lluvia, rayos, todo pasa y se sucede a un ritmo vertiginoso, difícilmente seguido de atrás por los seres humanos, que no sabemos al bajar a la playa si el principal problema será salir achicharrados por el sol o por un rayo. La tarde pinta gris y calma, por ahora, pero aún no cantamos victoria. 
Ayer fue día de caminatas y recolección de piedras. De cruzarnos con pocas personas, porque por más 2 de enero que haya sido, su condición de lunes redujo drásticamente el número de veraneantes en la playa. Un par de veteranos nos llamaron la atención, por ejemplo, instalados en sendas sillas azules, cada una con su correspondiente toldo individual. Un techito ambulante, digamos. Buen proyecto para dentro de unos años, cuando a uno ya le importe un pito hacerse el joven e intrépido. Otras personas de unos treinta y algo compartían su mañana con dos niños y un perro negro divino, que seguía al chiquilín más pequeño por todos lados. Les dijimos al pasar que se veía que era muy linda la relación entre ellos pero pensaron que hablábamos de los dos hermanos. 
Se ve que la zona frente a la casa es un paraíso de pescadores, porque todos se juntan por ahí, en las rocas, y además en el atardecer del 1* mientras el sol se estaba poniendo vimos una lisa que se mandó seis saltos atléticos como de medio metro de altura, uno atrás del otro. La de ayer fue una puesta de sol realmente inolvidable, con un disco naranja furioso metiéndose de manera espectacular entre las nubes y tiñendo la arena y los pescadores de su color anaranjado.
El almuerzo fue en la Posada Biarritz, que es el restaurante gourmet de la zona. Está frente a la playa aunque el mar no se ve porque estamos en lo alto de una barranca, decorado en un estilo rústico, tiene terrazas y decks exteriores y hace las pastas más ricas del país, y conste que no digo "del mundo" porque una estuvo en Italia, ¿viste? El menú fue de agnolottis de muzzarella, albahaca y ricota, en mi caso mezclados con raviolones de masa de remolacha rellenos con boniatos y almendras, bañados en salsa de hongos, indescriptibles. 
Tomamos en otro lugar el café, y después llegó la hora de juntar piedras. La idea (en mi cabeza, al menos) era buscar algunas chatas y pulidas para hacer un mandala en el patio del fondo, y también elegir alguna en especial para depositar en la tierra, encima de donde dejé a Tania hace un par de días. Para eso fuimos hasta las Flores, lugar que solo había contemplado de lejos, desde un bus.
Nunca esperé ver tanta piedra junta en una playa. Literalmente, montañas, miles de miles, un yacimiento gigantesco. Dos metros de altura de unos cerros de piedras sueltas que llegaban hasta la mitad del espacio entre la calle y el mar. Tuve que bajar arrastrándome de cola por miedo a resbalar. Menos mal que solo había una pareja y un hombre solitario tomando sol entre las piedras. Mi tendón del pie derecho me sigue doliendo, por lo que puse especial cuidado en cada paso durante el tiempo que pasamos en Mundo Roca. Salimos de allí con unas enormes bolsas cargadas de piedras de colores, incluyendo una gastada placa de gliptodonte que me llamó desde lejos. 
Volvimos a la casa a tiempo para el ritual de maravillarnos con la araña gorda que teje su tela cada noche en el frente. El perro Tiger ya está de nuevo con sus dueños, el bichito negro del patio no se dejó ver de nuevo, el lagarto apenas se asomó por unos breves segundos, y lo mejor de la jornada en materia animal fueron seis cisnes de cuello negro que pasaron justo por encima de nuestras cabezas, volando tranquilos en formación ordenada y maravillosa. 
Cayó la noche estrellada y a eso de las doce nos fuimos a dormir. A las cinco de la mañana despertamos pero fue algo fugaz, solo una instancia de homenaje al semidiós bajo el ritual de abrirle la ventana y darle de comer, tras lo cual quedamos liberadas del servicio y volvimos a dormirnos. 
El martes amaneció negro en Santa Lucía. Había llovido un poco temprano en la mañana y el cielo presagiaba que la tormenta continuaría. Fuimos hasta la feria de San Luis (hoy consistente en solo dos puestos de valientes familias enfrentando a la tormenta) y luego bajé un rato frente a la casa, hasta que la negrura del cielo y los rayos a lo lejos me hicieron volver a toda prisa cerca del mediodía. El mar había estado pródigo esta mañana; volví cargada de piedras y caracoles, algunos de los cuales armé como mandala en el piso del living mientras Marila pintaba alguno de los suyos y Pipín no sabía si quedarse husmeando a nuestro alrededor o aventurarse al frente en medio de la tormenta. 
Al fin, la tormenta se vino. Y cómo se vino. Hubo una revuelta de viento con lluvia torrencial acompañada de varios rayos cercanos, uno de los cuales impactó tan cerca de la casa que retembló el universo, se fue la luz y una pared le dio corriente a Marila. Empezaron a sonar alarmas por todos lados, unos perros pasaron corriendo despavoridos hacia la playa y la casa comenzó a inundarse por el agua que se colaba por los marcos de las ventanas. Mi amiga se animó a salir a cerrarlos, y dejando la casa en una semipenumbra almorzamos con cierta tranquilidad, mirando de vez en cuando el cielo por las ventanas del lado de la cocina. 
Ahora la cosa ha pasado, aunque no sabemos si esta calma durará hasta que nos vayamos. La alerta naranja tiene por delante al menos varias horas más, y hay pronóstico de tormentas para mañana. Tenemos poca internet; estamos un poco al alpiste de nuevas informaciones sobre el cielo, a ver si encaramos o no volver esta tarde. Es decir que no se sabe. 
Por suerte estamos bien provistas de comida dulce y salada, aunque el vino santo de Italia ya se nos terminó, lo cual constituye una pérdida irreparable. Por si la tormenta se agudiza y me lleva el viento onda Amaranta Úrsula, quiero que sepan que fue un gusto conocerlos y que tengo como treinta caracoles para dejarles, así que no se peleen. 
Buenas tardes (es un decir).