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domingo, 1 de mayo de 2016

Mayo 2016




Martes húmedo, con viento y frío. 
Iba a toda velocidad, como siempre, cuando me crucé con dos chicas de quinto sentadas en los escalones del liceo, a la salida.
_ ¿Cómo andan?
_ Bien. Pero te extrañamos, profe.
_ Eh... Nos vimos ayer.
_ Sí... Pero ahora hasta el viernes no tenemos clase, y son muchos días sin vernos. Justo ayer estábamos hablando de eso, que queríamos que vos fueras como nuestra maestra.
_¿Su maestra?
_ Sí; que vos nos dieras todas las materias. 
Listo. Salió el sol, los pajaritos cantan en las ramas de los árboles y sigo mi camino como con veinte años menos.

Que nunca falten.





Él es un veinteañero que viaja de pie, como yo, en el ómnibus a medio llenar de las nueve menos cuarto de la mañana. Es alto, delgado, bello, y acabo de tocarle el culo ante una curva que hizo el 404 para esquivar a un auto.
Si esto fuera al revés acá se armaba lío, pero él ni se inmutó. 
Moraleja: a veces los accidentes ocurren. Accidentes, dije. Accid...

Ta, che, yo con malpensados no puedo hablar.





Breve manual práctico de cómo llenar hojas sin tener una leve idea de lo que se preguntó.
Ejemplo 1:
PREGUNTA: 
Mencione y explique cuatro características del Romanticismo.
RESPUESTA:
Está relacionado con el amor. Es un tema de un cuento, poema, texto romántico.Puede traer sufrimiento, dolor, por lo que puede influir en la personalidad de los personajes. Casi siempre es una historia que tiene momentos, etapas, lugares, tiempos, diferentes escenarios. Esta historia se ve reflejada, es contada en el cuento, poema, texto, de diferentes formas según el autor y el tipo de texto.
Ejemplo 2:
Pregunta: 
Comente los primeros ocho versos de la rima 53.
Respuesta (fragmento):
"Pero aquellas que el vuelo refinaban" se puede interpretar como que refinaban su vuelo, o sea, lo hacían más sutil, o que refinaban la hermosura de aquellas golondrinas. Con su fino vuelo refinaban su hermosura, lo hacían que fuera lindo de contemplar.
Y así, TRES carillas. 
El autor es un chiquilín inteligente, aclaro, sin problemas de razonamiento ni de escritura. 

Me pregunto hasta qué punto esa vocación palpable por la payada que se advierte en este escrito no es producto de personas que le han hecho creer que varias carillas de lo que sea es siempre sinónimo de un trabajo aceptable. Me pregunto.





Teléfono. Mi vieja.
_ Tengo algo que contarte. Tengo gato nuevo.
_ ¿Cuál? ¿El amarillo?
_ Sí; ¡no sabés qué manso y mimoso que es! Está castrado, se ve que tenía dueño. Yo no lo dejo entrar a la casa porque Guaytica siempre anda rezongando, pero le acomodé un cajón con trapos bajo el techito de la cocina; él duerme ahí y a eso de las nueve de la mañana se levanta y se va.
_ ¡Ah, me alegro, pobre! Voy a tener que ir a verlo. Yo también tengo gato nuevo. Bah, dos: madre e hijo. Pasan la noche en el costado de casa y después, durante el día, no los veo. Son re ariscos, pero al menos la comida y la leche que les dejo desaparece en un minuto. 
_ ¿Y no les pusiste nada, una cucha, algo?
_ Sí, algo hice, pero tengo que conseguir un cajón... Voy a ver cómo hago. 
_ El Cele no quería otro gato porque dice que si nos vamos de viaje no lo vamos a dejar solo, pero yo le dejo comida al brasilero de enfrente y él le da, no hay problema.
_ Sí, si yo le digo a Teresa también les deja comida a estos, pobres. Ojalá consiguieran donde quedarse del todo.
_ María ya puso fotos del amarillo en internet; vamos a ver si aparece el dueño, o alguien que lo adopte, pobrecito. 
_ Ojalá.

Y corto, pensando que de tal palo tal astilla. Que lo que se hereda no se roba. Que hijo e' tigre bicho overo. Etc.





9.20 de la mañana del sábado. 
Tania no ha parado de maullar pidiendo mimos desde las 7.10.
...
...
...

Socorro.





Cuando la adscripta abrió la puerta y entró al quinto Artístico 2 esta mañana se encontró con un panorama levemente diferente al de todos los días. Ellos y yo estábamos sentados en círculo, oyendo en un reverente y profundo silencio a una compañera que leía un poema de Benedetti. 
La actividad vino un poco por el Día del Libro, ayer, y otro poco porque está buenísimo rescatar esa cosa tribal del pueblo sentado alrededor del fuego, oyendo cantos y cuentos. 
Ellos leyeron textos que trajeron en libros y otros que buscaron en el celular. Políticos, amorosos, humorísticos. Propios y ajenos. Cuentos, poemas, frases. Cortázar, Galeano, Drexler, Lovecraft, Ibero Gutiérrez, Les Luthiers. Todo fue escuchado, pensado, aplaudido y comentado, y en el medio me contaron quiénes escriben, o bailan, actúan o son músicos. Al final me pidieron para repetirlo de vez en cuando, y quedamos en hacer seguido algún día de lectura de textos propios y alguno de ajenos, antes de cerrar la clase con un aplauso para todos nosotros, de puro felices.
No. No del todo. 
La palabra "felices" en verdad se me acaba de atravesar un poco en la garganta. En el recreo una chica se quedó charlando, contándome que escribe desde el comienzo de la adolescencia, cuando el psicólogo se lo recomendó como camino para salir de una profunda depresión. Ahora hace novelas, tiene casi terminada la primera de una trilogía, de 500 páginas, y un anticipo que colgó en no sé qué red social ya tuvo más de trece mil lectores. 
O sea, no del todo felices, pero peleándola.
Amo a estas personas. 
A las dos últimas horas este grupo, el otro artístico y dos o tres otras clases nos dimos cita en el Salón de Actos para ver Teatro en el Aula, cuya función había venido a anunciarnos la adscripta un rato antes. 
De pasada para dejar la libreta vi a un ex alumno del liceo 30, Eros, que ahora canta en los ómnibus y hace el IAVA nocturno. Parece que su prima no lo acompañó hoy, y él se había ido a pasar el tiempo en el patio del liceo, tocando la guitarra y sintiéndose en su casa. Me lo llevé para el teatro, pese a que el salón estaba que casi literalmente no cabía un alfiler.
Empezó la función. Representaron Nuestros Hijos a capacidad colmada, y ni se oyó un celular ni se vio a nadie distraído ni los actores lograron cortar con facilidad el riquísimo intercambio posterior a la función, cuando la emoción de la escena abrió paso a la reflexión y el análisis con los protagonistas. 
Un viernes pleno de palabras, de comunicación, de cercanías.
Repito que amo a estas personas. 

Que nunca falten.





Me pareció ver un lindo gatito.
Me pareció ver un lindo gatito y su mamá que salieron corriendo del costado de mi casa cuando me acerqué ipad en mano para sacar fotos del otoño. 
Me pareció entender ahora por qué sentí algunas noches un maullidito leve cuya procedencia luego no pude identificar, por qué a veces oigo bufidos y peleas de gatos en el costado y por qué Roldana quiere salir al frente a todas horas. 
Madre e hijo salieron corriendo cuando me acerqué. 

Ampliaremos.





Cuando cae la noche la CITA se convierte en una gran casona familiar. La gente sube, saluda, se pregunta por toda la familia y se baja a pocos kilómetros. La mitad se conoce. La otra mitad somos de Montevideo. 
Hoy a la salida de la ruta, ya cayendo la noche, un señor para el ómnibus y le pregunta al chofer si puede avisar que tiene los planos que una pasajera se dejó olvidados a la mesa de un bar en el centro. 
La pregunta corre por los asientos y allá por el 30 o más se oye de pronto un grito femenino: "ay, sí, son míos!", seguido por una carrera hacia la puerta delantera, donde estaba el señor que se los alcanzaba. Era un perfecto desconocido, y se había tomado un taxi para alcanzarle el rollito negro de plástico, que la señora recibió como inesperado maná en el desierto.
Y la CITA arrancó. Seguimos avanzando en la negrura de la noche donde la única luz es la de mi pantalla, acercándonos a la patria de la mitad extranjera, la de los que asistimos con sorprendido calorcito en el pecho a las acciones solidarias y desinteresadas que parecen constituir el pan nuestro de cada día para nuestros ocasionales compañeros de ruta. 

Que nunca falten.






"¡Rubia, estás divina!", me grita desde la esquina de la plaza de Florida, antes de acomodarse el casco, arrancar la moto y partir a una vertiginosa velocidad de treinta por hora en su motito. Ah, bueh, listo. Entramos en la etapa en que los señores casi octogenarios nos manifiestan a viva voz sus impresiones. 
Sí, para la atracción no hay edad y bla bla bla, pero si yo le gritara en la calle algo similar a un flaco de 20, ¿me dirían lo mismo?
Del ridículo no se vuelve, y de andar por la vida como personaje de historieta gritándole a desconocidas para alejarse luego echando humito por el caño de escape, tampoco.
Me pregunto qué pensarían del señor sus bisnietos de hoy, si lo vieran en acción. 

Me pregunto.





Una madre joven va a subir al 103 con un niño en brazos y otro muy pequeño de la mano cuando el chofer le avisa que detrás viene otro ómnibus vacío y ella se baja, agradecida.
El guarda lucha un buen rato con una tarjeta magnética que se resiste a ser leída: lo intenta desde Rubén Darío hasta Habana, mientras la chica le dice que no sabe qué sucede, porque sí tiene boletos cargados, hasta que él decide que no hay problema, que "por hoy pasa". 
Soy mala. Con lo de la joven de los dos niños ni lo pensé pero con la de la tarjeta me la juego a que si no fuera preciosa el muchacho le hubiera hecho pagar el boleto ya a la parada siguiente.
El 103 sigue avanzando impertérrito entre los jirones que quedan de la niebla, diciéndonos a través de la radio los números de la suerte para cada signo, en "El horóscopo del Aire Tropical". 
IAVA, allá voy.

Especialmente porque soy de Aries y para cuando empecé a escuchar la radio mis números ya habían pasado.





Confesión
Hoy vi una película con Alessandro Gassman. 
Punto para Italia. 
10 puntos para Italia. 
10.000 puntos para Italia. 

Por la actuación, obviamente. Obviamente.





Él es alto, morocho, de veintipico de años y con una dicción hiper cuidada, a diferencia de la mayor parte de sus colegas. Viste enteramente de fucsia: blusa, saquito, pollera de picos y un par de alas a la espalda. 
_Buenas tardes- comienza- Vengo para que puedas concederte un deseo...
Y comienza a ofertar lo que vende: caravanas y broches de pelo. No veo si alguien le compra, pero ojalá le vaya bien, pobre hada de fucsias desvaídos y alas sin vuelo. 
Tranquilo, a paso de caracol, el 405 lo deja en Avenida Italia y comienza a reptar por Comercio. Nosotros ya ni nos quejamos.

Nuestras alas tampoco funcionan y hace rato que dejamos de creer en los cuentos de hadas.





Parece ser que yo ya había estado cenando con Juana de Ibarbourou y su marido en la vieja casa de 8 de Octubre, una vez, invitada por alguien de mi amistad. 
Ahora habían pasado muchos años de su muerte y el viudo estaba haciendo una venta de garaje con sus libros y los recuerdos de variados viajes por el mundo. Yo anduve mirando un poco pero no llegué a comprar nada porque dieron las dos de la tarde y los dueños de casa empezaron a pedirnos que nos fuéramos, que la venta había terminado. Lástima.
Fui hasta el perchero de la entrada a buscar mi campera anaranjada y... horror: no estaba!! Revisé decenas de sacos beige y marrones, y nada, hasta que vi algo colorinche caído contra la pared y la saqué con alivio. De todos modos no era ella sino otra, horrenda, cortita y brillosa, con vivos verde oscuro. 
Quiero mi campera, señor viudo de Juana, y la quiero ahora. 
Ya me había pasado antes, cuando fui a cenar con ellos, que me habían perdido mi sobretodo negro, y ahora esto... No, no es una campera cualquiera, usted no entiende, me la traje de MInnesota y me costó cien dólares. Claro, para usted no es nada, con esta tremenda casa, pero yo soy docente, y
Y me desperté.
Parece que mi cerebro hizo un cóctel narrativo mezclando varias cosas (como el robo de mi campera de gamuza beige en El Gaucho de Valizas, cuando me quisieron a cambio dar otra de ese color pero espantosa) y desconociendo ampliamente categorías tan lógicas como el espacio y el tiempo, pero, bueno, así es la cosa.

Mi campera anaranjada (que sí traje de Minnesota pero no costó cien dólares) sigue colgada en el perchero, y eso fue lo primero que me alivió al despertarme esta mañana. Eso, y poder quedarme un rato en la cama aunque del otro lado de la puerta un par de gatas vetustas se empeñaran en convencerme de lo contrario.





Los que me conocen saben que siempre estoy compartiendo fotos de animales perdidos o de personas que necesitan algo, dando una mano en lo que pueda para alegrarle la vida a alguien: ahora es mi momento de apelar a la solidaridad de las redes sociales.
Necesito un dispositivo que abra la ventana de la cocina sin tener que levantarme de la silla, otro que deposite atún en un recipiente sobre el piso y un tercero que decodifique vocalizaciones complejas en felinos de la tercera edad.
Eso, o un viaje a Hawaii. 
O un recital de Buitres.
O un Baileys.
Lo que llegue primero.

Gracias.





Esto es de locos. 
Más de 600 personas compartieron las fotos que puse ayer de la intervención estudiantil en el IAVA, unos 400 pusieron que les gusta y muchos fueron (siguen) reaccionando ante cada una de las 21 fotos que colgué, comentando, emocionándose, reconfortándose (salvo una) por el compromiso y seriedad de los estudiantes ante un tema tan doloroso para todos. Bah, para casi todos. 
Ahora llego a casa tras una larguísima jornada y me entero de que mis fotos fueron colgadas por Caras y Caretas, sin mediar ni permiso ni comunicación alguna. Ta, no me molesta, pero... un "permiso", al menos? Las personas compartimos y listo; los medios, en cambio, deberían tener sus fotos, solicitar permisos o al menos citar sus fuentes. Digo, ¿no? Ya me ha pasado un par de veces con otros medios, esta no parece ser la excepción, sino la regla, pero eso no lo hace menos inadecuado.
Y eso es todo lo que puedo razonar antes de mi merienda tardía de las diez y pico de la noche. 

Ta mañana





Misterio en Arbolito: 16 semillitas marrones ante mi puerta, semillas que no son de ningún árbol de la cuadra.
Capaz que están desde ayer, no me fijé al entrar. Supongo que algún niño del barrio habrá andado jugando en el frente de casa... Semillas venenosas para gatos, no serán, no? Hummm...
Esto viene a sumarse al martillo tirado en el jardín con un esqueleto de ratón machacado abajo, del año pasado, o a las bombachas que nos aparecían dos por tres en el patio del fondo, en otras épocas. 
Arbolito: tierra de gatos, de hojas amarillas y de preguntas sin respuesta.
Si hay novedades, ampliaremos.

Si no, nos quedaremos con la duda.




Cincuenta. Cincuenta bancos tiene la plaza de Artigas en Florida. CINCUENTA. Sí, los conté. Bancos grandes, de hierro, como para tres o cuatro personas, circunvalando la manzana o cruzándola en diagonal. La misma plaza donde el Artigas muestra orgulloso su sombrero en la mano derecha, gesto que sería de altiva dignidad si no fuera por el nido de hornero que ha anidado en la cavidad de su copa. La plaza de las mil palomas que vuelan como locas en bandadas a las seis en punto de la tarde. 
Cincuenta bancos. CIncuenta.
Si gustan pasar una tardecita por estos pagos, anímense al fabuloso mundo de la pereza vespertina sentados en un banco para ustedes solos y dejándose hipnotizar por el vuelo puntual y aparentemente caótico de las aves. No se van a arrepentir.

(¡Cincuenta!!)



Intervención en el patio del IAVA, hoy de mañana, en el recreo previo a una asamblea estudiantil con motivo del 20 de mayo y la Marcha del Silencio. Impresionante. Ellos no hablaron una palabra y a la vez nos dejaron a todos mudos y con un nudo en la garganta, aunque inundados de orgullo. 
Estos son nuestros gurises. 
Se puede apostar al futuro, entonces. 

Que nunca falten.




Toque por la tarde: 18 cortada. Tránsito a paso de tortuga renga. Ambulancia de la UCM que aúlla y aúlla sin poder zafar del atasco. Quilombo general e irrestricto y una CITA que se me va en 15 minutos. 

Oooom.





Si io pudiera ir con el viento para buscaaaarteeee...
Cumbialín, nego lindón, Cumbialín...
La última noche que pasé contigo quisiera olvidarla pero no he podido...
Mañana de clásicos en el 103.
La última resuena en mi cabeza como la canta mi vieja: La última noche que pasé contigo, caí de la cama y me rompí el ombligo...Otro clásico.
Feliz símil lunes para todos.





UNIVERSOS
1. LA PROFESORA
Ella es bella, cultísima, cálida, maravillosa. Fue mi profesora en el IPA y años después tuve a su nieto en uno de mis grupos, lo que nos da una especie de alianza intergeneracional, o eso me digo, para creer por un minuto que soy su preferida.
Me ve comprando una revista literaria en el Congreso y se pone a charlar conmigo. Nos interrumpe la plebe varias veces pero siempre retomamos, hasta que al final no resisto la cholulez y le pido a un compañero que nos tome una foto. “Salieron sin las piernas”, acota un cuarto, y acto seguido la profesora establece una relación entre la foto, los cuadros de Leonardo y las películas de Peter Greenaway. Me chorrea la admiración por todos los poros. 
Antes de irse toma mi brazo y me susurra “Gracias por escuchar mis historias”. Salgo de la sala tratando de no chocar con la cabeza las lámparas del techo, mientras con la vista voy tratando de identificar dónde está la máquina del café, que el alma de una andará flotando de la emoción pero el cuerpo es materia, y la materia también establece sus reclamos.
2. EL TAXISTA
Nos ponemos a charlar a propósito del tránsito endiablado del viernes por la noche, los paros del sindicato del taxi y los peligros de la calle. Él parece haber pasado hacer rato los sesenta años, y ante mi pregunta de si deja subir a cualquier persona al coche hace una pausa y me contesta con voz resignada:
_ Mire, señorita, lo que pasa es que si me pongo a elegir no trabajo. 
Y me cuenta una historia de hace unos días, donde venía de sacar un préstamo de diez mil pesos, acepta un viaje y se le sube al asiento delantero un hombre de muy mala catadura, que le indica una dirección en el Cerro. El desconocido lo hizo parar un par de veces en el camino, para bajarse a comprar algo en un almacén primero y en un bar después.
_ Yo le di charla, lo fui conversando, y cuando se bajó la verdad es que respiré aliviado. Ocho rapiñas llevo, ocho, y pensé que de otra no zafaba. A las cuadras me paró la policía y me preguntó dónde lo había dejado: resulta que acababa de asaltar dos comercios, ¡y yo lo estaba llevando a cometer esos robos! ¡Con los diez mil pesos del préstamo en la billetera! Al final se les escapó.
Después agrega que otros compañeros son mucho más desconfiados. Él, por ejemplo, vive a varios kilómetros de Montevideo y a veces está mucho tiempo en la ruta con su nieta de noche esperando un taxi, porque no hay quien se anime a detenerse. 
_ Los otros días levanté a unos en la ruta; hacía pila que ninguno les paraba, pobre gente. Iban a la emergencia porque el señor mayor se sentía muy mal y necesitaba ver a un médico. Al ratito se murió. Ahí, mire, en el asiento de delante de donde usted va sentada, señorita. Bueno, ya llegamos. Son 127 pesos.
3. EL MILITAR
Tiene casi noventa años, está todo el tiempo sentado pero de todos modos sostiene siempre con la mano derecha la empuñadura de su bastón de madera. Su aspecto es decididamente agradable, prolijo, lúcido. A su alrededor los demás conformamos un auditorio variopinto compuesto por su tercera esposa, su sobrina, otros dos amigos y yo, que casi no osamos hablar por no cortar el ritmo de los recuerdos que fluye sin un error y sin el menor rastro de senilidad, recorriendo el norte del país, la educación rural, la formación de los militares de carrera, los abusos de los poderosos. 
Nos cuenta que hizo 33 procedimientos contra el contrabando y en ninguno de ellos obtuvo que se procesara al culpable. 
_ Lo que pasa es que esa era la zona de influencia del CURSA: Contrabandistas Unidos de la República, S. A.- dice con cara de pícaro. Y sigue contando. 
_ Yo tenía un hurón que me habían regalado. Mansito. Viajaba a caballo conmigo, adentro de la chaqueta, y cuando quería salía, se iba a recorrer el lomo del caballo y se metía de nuevo en la chaqueta. Un día volví al destacamento y mi asistente me dijo “mire que el coronel le mató el hurón… dice que le estaba comiendo las gallinas”. Yo hice un reguero de maíz hasta mi carpa, puse a mi asistente en la puerta con el sable en la mano y le di orden de no dejar entrar a ningún bicho. Al rato había una montonera de gallinas sin cabeza a la entrada de la carpa; esa noche preparé una olla podrida y lo invité a cenar al coronel, que trajo el vino y todo. Al otro día me dice: “capitán… ¿dónde están mis gallinas?”. “¿Sus gallinas? No sé… se las habrá comido el hurón…”.
La charla dura dos o tres horas, hasta que al final los visitantes nos decidimos y empezamos a abrigarnos para salir a la noche. Por un momento me quedo sola con él, y conversamos sobre un amigo en común que tenemos, sobre las únicas dos visitas por semana que le dejaban recibir en la cárcel adonde fue a parar por negarse a aceptar el golpe de Estado, sobre su rancho en Valizas y sobre la gata negra que fue la última que tuvo. 
_ Usted sabe que ella y la blanca se hablaban entre ellas. Yo no quería creer hasta que lo vi. Una le decía algo a la otra, iba y le dejaba todos sus gatitos mientras salía por un par de horas. Al regreso, otra conversación, iba hasta la negra y se llevaba en la boca de vuelta todos los hijos, uno por uno. De no creer, mire. 

Terminamos de despedirnos luego de un rato, y salimos al mundo exterior. En la vereda de enfrente un grupo de muchachos combatía el frío tocando tambores. El invierno estaba cada vez más cerca. Y nos fuimos.





Son dos mujeres jóvenes, de unos veintipico, treinta años. Se vienen quejando (en el asiento delantero del 404) de TODOS los aportes que deben hacer a la escuela de sus hijos.
En verdad, la que se queja es solo una, que tiene cinco hijos, tres de ellos ya en edad liceal.
_Veinte pesos por mes pidieron para fotocopias!!! Veinte pesos por cada gurí todos los meses!!
La otra casi no habla, y cuando lo hace es ignorada por la quejosa, que despliega todas sus artes para sustentar (a lo que se ve, sin la menor base extra-intuitiva) su tesis central de que en la escuela la están currando.
Qué lástima, diría Paco. Qué lástima la pobreza, la desconfianza, la incomunicación.
Bajo del ómnibus agradeciendo que mis estudiantes por lo menos se sacan sus propias fotocopias, aunque no debe faltar alguna mamá joven de cinco criaturas que piense que voy a medias con la fotocopiadora de frente al liceo.
Lo cual, pensándolo bien... Eh... No, nada. 
Los dejo. Voy a sacar unas cuentitas.

Hasta luego.




La CITA viene de Florida a una velocidad supersónica. Desde que salió no ha hecho ni una parada, porque es un bus directo puesto a ultimísimo momento. 
Vengo distraída leyendo cuando a la entrada de Montevideo algo pasa y el chofer clava los frenos. Creo que un auto se tiró a pasar a otro y casi nos lo llevamos puesto, por lo que comentan los que vienen sentados del lado de la ruta. 
Me viene un severo e imprevisto ataque de Carpe Diem; saco de la mochila un arrolladito de dulce de leche que llevaba para la merienda y me lo como antes de llegar a Tres Cruces. 
¿Excusas? ¿Yo? 
Que nunca falten los pequeños placeres. 

Especialmente el placer de estar vivo.






No había nada interesante para ver en el cine ayer, así que dos amigos y yo optamos por ir hasta el centro, a ver una cosa llamada Poemario Trans Pirado, una especie de performance que incluía canciones y textos, yo qué sé, algo. 
"Ya entré, estoy sentado en el piso", me había avisado Danilo por mensaje unos minutos antes, por lo que me metí en la Casa Tomada (que así se llama el lugar, a una cuadra de la plaza Independencia) presagiando una hora y media de incomodidad física que me haría salir renqueando o haciendo papelones por delatar demasiado a las claras que me estaba metiendo en situaciones que no correspondían a mis (bastantes) años. 
Mi principal temor era haberme metido en una cosa bizarra y repetida, uno de esos eventos que creen descubrir la pólvora solo porque no han mirado un poquito para atrás, como tantas veces.
Al rato llegó Verónica, y los tres vimos todo el evento compartiendo sobre el suelo una mantita, casi en primera fila. Había algunas sillas y bancos, unos pocos almohadones, alfombritas y piso, aunque nada de esto alcanzó cuando la gente empezó a llenar y llenar el espacio. Un público joven, que en el correr de la noche se fue revelando como fanático de la estrella, al punto que conocían sus poemas de memoria y coreaban sus canciones. Heteros, seríamos diez. O menos. 
La presentación arrancó con la Dulce Polly, que aprovechó la presencia de Mariana Percovich para armar una pseudo entrevista que estuvo buena, y entonces apareció ella. Vestido negro, collar fucsia, maquillaje hermoso, alta, una diosa. Y empezó con esto:
Yo, pobre mortal, 
equidistante de todo
yo, D.N.I: 20.598.061,
yo, primer hijo de la madre que después fui,
yo, vieja alumna
de esta escuela de los suplicios.
Amazona de mi deseo.
Yo, perra en celo de mi sueño rojo.
Yo, reinvindico mi derecho a ser un monstruo. 
Ni varón ni mujer.
Ni XXI ni H2O.
Yo, monstruo de mi deseo,
carne de cada una de mis pinceladas,
lienzo azul de mi cuerpo,
pintora de mi andar.
No quiero más títulos que cargar.
No quiero más cargos ni casilleros a donde encajar
ni el nombre justo que me reserve ninguna ciencia.
Yo, mariposa ajena a la modernidad,
a la posmodernidad,
a la normalidad.
Oblicua,
bizca,
silvestre,
artesanal.
Poeta de la barbarie
con el humus de mi cantar,
con el arco iris de mi cantar,
con mi aleteo:
Reinvindico: mi derecho a ser un monstruo
¡Que otros sean lo Normal!
El Vaticano normal.
El Credo en dios y la virgísima Normal.
Los pastores y los rebaños de lo Normal. 
El Honorable Congreso de las leyes de lo Normal.
el viejo Larousse de lo Normal.
Yo solo llevo la prendas de mis cerillas,
el rostro de mi mirar,
el tacto de lo escuchado y el gesto avispa del besar.
Y tendré una teta obscena de la luna mas perra en mi cintura
y el pene erecto de las guarritas alondras.
Y 7 lunares,
77 lunares,
qué digo, 777 lunares de mi endiablada señal de crear
mi bella monstruosidad,
mi ejercicio de inventora,
de ramera de las torcazas.
Mi ser yo, entre tanto parecido,
entre tanto domesticado,
entre tanto metido de los pelos en algo.
Otro nuevo título que cargar:
¿Baño de Damas? ¿o de Caballeros?
o nuevos rincones para inventar.
Yo, trans…pirada,
Mojada, nauseabunda, germen de la aurora encantada,
la que no pide más permiso
y está rabiosa de luces mayas,
luces épicas,
luces parias,
Menstruales, Marlenes, Sacayanes, bizarras.
Sin Biblias,
sin tablas,
sin geografías,
sin nada.
Sólo mi derecho vital a ser un monstruo
o como me llame
o como me salga,
como me pueda el deseo y las fuckin ganas.
Mi derecho a explorarme,
a reinventarme.
hacer de mi mutar mi noble ejercicio.
Veranearme, otoñarme, invernarme:
las hormonas,
las ideas,
las cachas, 
y todo el alma
Amén.
A partir de ahí cantó, acompañada por un pequeño tambor, recitó, leyó, habló y nos conquistó por completo. 
No soy fácil para la poesía, los que me conocen lo saben, pero sé reconocer a una artista cuando estoy frente a ella. 
Ayer vi a una grande. Mis respetos. 

Si quieren leer más de ella busquen sus libros, y si no los encuentran (que es lo más probable) vayan al blog y después me cuentan.



"¿Mariela, por ventura deseas borrar del dispositivo anterior estas 1329 fotos después de bajarlas a tu computadora?"
Sí. La respuesta debida era sí, maldita condición de inmigrante digital condenado a borrar todas las fotos de Tania, Roldana, Florida y la Toscana una por una.

Repite conmigo: lee atentamente antes de hacer click. Lee atentamente antes de hacer click. Lee... etc.







Pienso: "hoy es un buen día para comer sano", y me hago una deliciosa ensalada de zanahoria, remolacha, huevo duro, queso y lechuga con aceite de oliva y salsa de soja, que va a parar a mi mochila, bien metidita en su recipiente de plástico con bolsa de nylon por si acaso y todo, hasta que cierta innata y oculta rebeldía la hace desparramarse sobre mis libros, mis papeles, atravesar el fondo de la mochila y mancharme ambas piernas del vaquero nuevo con unos dibujos surrealistas de color de vino y olor a remolacha.
Luego, existe una jornada de andar por el CeRP con pinta de hippie que no conoce el concepto de "prolijidad y decoro", que termina en que antes de subir a mi CITA de todos los jueves me compro un paquete de galletitas Lulu en la estación de servicio, para compensar el estrés de la jornada.
"Cogito, ergo sum" tu madrina, maldito Descartes. Yo pienso, luego engordo. Así no vale, viejo. Así no.
(A todo esto, las manchas de remolacha en un vaquero...¿salen?)





Imágenes de lunes

Un sueño placentero e incontable roto en pedazos por el sonido del despertador.
Desayuno sin muzzarella, que me olvidé de comprar.
4 mails 4 de trabajos del IAVA que debían caer el sábado pero me llegan al final del domingo.
Corridas.
103. 
Libretas en manos de adscriptos a los que debo explicar que no, no hice aún los promedios que eran para el viernes. 
Edipo hace decretos, le erra al bizcochazo, recibe a Tiresias, mientras yo saco faltas, pongo llegadas tarde, hago guardar celulares y avanzo en el texto. 
"¿Qué respondieron a esto los dioses?", pregunto, y en el segundo que dura el silencio pre respuesta se oye el silbidito de un celular desde el medio del salón, y todos largamos la risa. 
Recreo.
La máquina del café no funciona.
Una compañera se disculpa conmigo por haberme mirado mal el viernes, gesto del cual no guardo recuerdo. 
Voy al baño y descubro que no le había sacado las etiquetas al vaquero nuevo, oh oh. Por suerte no se veían. 
Hora de apoyo. No vienen alumnos, y aprovecho a ir a comprar un libro para una estudiante de Florida y a pasar por los chinos a comprar el almuerzo. Vuelvo al liceo. 
Hora de salida. 
Me voy a 18, hoy invadida por carteles de aspecto decadente y viejísimos. 
Dejo pasar en 103, un 102, un 110, hasta que viene el que va a 3 Cruces y subo. 
Dos cantores de bus, recontra oh oh. 
Alto.
Son mis alumnos, o lo fueron. Grabo parte de su show y me propongo tal vez subirlo, pero no sé si me van a dejar. Son buenos. Más allá del afecto, son muy buenos. Los filmo un ratito. Terminan. 
Charlamos hasta que el bus para en la terminal, a las 12.23 del mediodía.
12.30 sale mi CITA.
La gente es lenta. Paso a un montón. La escalera mecánica para bajar estaba apagada. Bajo a la carrera. Llego a la CITA con dos minutos a mi favor y los aprovecho para almorzar mi comida china. No debí comprar fideos chinos: no son fáciles de comer con cucharita de café, que es lo que tengo. 
Necesito café. 
Chocolate.
Una siesta.
Florida, estoy yendo. No sé en qué condiciones de despeje o lucidez mental, pero estoy yendo. 

Ampliaremos.





_ Mariela, ¿quieres ver tus recuerdos en Facebook?
_ Dale. ¿A ver el 1° de mayo de 2013?

"Aaaargh! Que alguien le explique a Roldana que hoy es el día de los trabajadores, no de los gatos con esclavos humanos, que se ha pasado llorando ante mi puerta desde las seis y mediaaaa!"

_ Ah, qué lindo.
_ ¿Quieres ver más recuerdos?

_ No, dejá... Es muy amable de tu parte lo de mostrarme mi pasado, pero Tania está gritando y arañando la puerta desde hace una hora y tengo que levantarme a darle de comer. Nos vemos, ¿eh? Saludos.




¿Se acuerdan de esto?

"Pregunta 4 de la prueba diagnóstica: 
¿Encuentra algún recurso literario en este cuento? Explíquelo citando el texto.
Respuesta:
En este punto considero que mi memoria no es suficientemente coherente, así que decido no responder por el momento, mas aseguro que para próximas clases intentaré prepararme con repaso e investigación."

Hoy me acabo de encontrar con el capítulo 2:

Pregunta: Principales aspectos de la biografía del autor.
Respuesta: 
Lamentablemente no podré responder a esta actividad ya que estuve ausente el día en que se habló del tema, en los apuntes no encontré nada relacionado y no lo anoté como un tema de estudio para este escrito. Pese a mi justificación sí recuerdo haber leído sobre el libro de donde proviene el cuento y las temáticas que se tratan a lo largo del mismo, como... (etc).

No está payando, es muy buena de verdad, pero lo que me encanta es la forma en que plantea sus lagunas. Es una genia. No sé si la votaría para presidenta, pero cuando saque su primer libro voy a ser la primera en comprarlo.