Vistas de página en total

sábado, 6 de abril de 2024

Abril de 2024




_ Hola. ¡Hace mucho que no te veía! -suelo decir cuando reaparece algún estudiante que ha faltado a varias clases, y las respuestas siempre son más o menos las mismas: _ Estaba con gripe. _ Me caí (o me quebré jugando al fútbol) y tuve que hacer quietud. _ Es que estaba preparando una obra y los ensayos eran de mañana. Hoy vi a un chico que a simple vista me pareció nuevo, hasta que reconocí a alguien que había dejado de venir hace al menos dos semanas. _ Es que se murió mi viejo, profe. Traje el papel para justificar la falta. Quedé petrificada. Una diciendo pavaditas para integrar al que retorna y el gurí que venía de una tragedia. Le dije que lo lamentaba y al rato, durante una actividad, me acerqué a preguntarle: un accidente, chocaron dos autos en Cerro Largo, el auto del padre se incendió, ambos conductores murieron. Salió en la tele. Me lo dijo muy tranquilo, como quien cuenta que estaba con gripe, que se lesionó jugando al fútbol o que tuvo ensayos de una obra de teatro a lo hora de mi clase. Todavía no cayó en la cuenta de la dimensión de la pérdida, pienso, mientras afuera toca el timbre y me dirijo apresurada hacia el próximo grupo, donde los de sexto de Arquitectura tienen un escrito sobre Cándido (el que creía vivir en "el mejor de los mundos posibles"). Rato después, ya terminado mi horario de clase, me quedé media hora más porque una chica insistió en pasar en limpio su escrito por aquello de la prolijidad (cosa que me importa cero, pero a ella le provoca una ansiedad que no me costaba nada ayudar a diluir). Tampoco es que soy tan abnegada, digamosló: estaba en horario de coordinación, que hoy se dedicaba a dar apoyo a quienes dan examen en abril, pero había pensado comer algo, tomar un cafecito, charlar con mis compañeros. Me pongo a distraerme con el celular, hasta que veo la publicación de una amiga y caigo en la cuenta de que una chica de 24 años, que estaba siendo buscada dese ayer en Rivera, había sido asesinada y su cuerpo tirado a unos pastizales. Y se me empezaron a caer las lágrimas. Me vino toda la tristeza junta: la del muchacho que aún no asume del todo la pérdida de su padre, la de la chica asesinada, la de la gente que va por la vida cargando el lastre de una ansiedad incontenible, la de mi cansancio vital de haber dormido poco y llevar siete horas de pie, de tener hambre y saber que aún demoraría dos horas en llegar a mi casa, esas cosas. Una mezcla de tragedias y pequeñeces. Lo solucionable a corto plazo y lo que cambia una vida. Quizás también se sumara como condimento el sabor agridulce de estar estrenando nueva edad, todo es posible. La chica del escrito, en todo caso, continuó pasando en limpio el trabajo hasta que aquello resultó a sus ojos satisfactorio y me lo entregó diciendo "gracias". Y aquí estamos, estimados. A las siete de la tarde y ya con 5% de batería, y eso que hubo cielo azul y resto de torta de cumpleaños, y noticia buena de mis viejos -que por fin regalaron la gatita de tres meses- y capuchino delicioso y perspectiva de fin de semana largo. Pero a veces no alcanza, porque no estamos en el mejor de los mundos posibles. Y habiendo hecho catarsis con ustedes, me retiro a leer algo (que para corregir no me da el cerebro, por más que sé que sería bueno hacerlo). Buenas noches.





Tengo una amiga con la que nos vemos un par de veces por año y chateamos muy de vez en cuando, pero la quiero mucho. Una noche le mandé mensaje para contarle novedades de un viejo caso policial que nos tiene obsesionadas: "A que no sabés la noticia más importante de hoy?" pregunté sin prólogo, y ella contestó de inmediato: "Sí, que es mi cumpleaños!". Mal yo, que no recuerdo fechas si no me las dan las redes, en fin. Ayer fue ella quien se hizo presente por la noche en wsp para mandarme una entrevista de Dolina y Pedro Rosemblat (imperdible, dicho sea de paso) y tampoco sabía que era el mío. ¿Cuáles son las posibilidades de acertar ambas en aparecer en el cumpleaños de la otra, con un motivo que nada que ver pero manifestando afecto en la selección del contenido? ¿A ustedes les ha pasado? A mí el cerebro no deja de maravillarme. La memoria consciente hace lo que quiere, pero hay un centro de operaciones que de alguna manera sigue conectando circuitos y enviando informaciones que una ni sospechaba que en algún lugar tenía. Eso, o hay algo de magia en la amistad, y ya saben que si tengo que elegir una de las dos opciones me voy a quedar con la última.





Llego a la parada todavía envuelta en las sombras del lunes nublado. Nadie a la vista. Acaba de pasar una larga chorrera de omnibuses y los perdí a todos. Esto no es problema en mi barrio, pienso: tenemos un montón de líneas, y desde que existe el boleto de una hora es solo cuestión de parar al primero que pase y después pensar dónde combinar con el segundo. 
Pasa un par de minutos. Dos o tres personas van llegando a la parada, entre ellas una chica toda de jean, flaquita, de pelo negro. No le veo la cara pero no parece pasar de veinte años, y quizá tenga varios menos. Me llama la atención que parece venir a la parada pero solo la atraviesa y sigue de largo, después de agacharse y recoger una colilla del piso, húmedo aún por las lloviznas de la noche. No lleva bolso ni cartera, y cuando cruza la calle me impresiona su cuidado paso felino y llamador de la atención en la soledad del barrio. Pobre gurisa, pienso: se debe sentir empoderada por lo que pueda sacar de la prostitución en la pobreza del barrio. Cuánto tiempo le va a durar la frescura y el paso elástico de la juventud, cuánto falta para que la propia vida la empiece a correr del juego. O ya la corrió hace tiempo. O nunca estuvo jugando.
La chica mientras tanto ha cruzado la calle y se dirige hacia la esquina, donde una figura masculina está parada junto a una columna en actitud de espera. Él tampoco lleva bolso. Ella parece que va a seguir de largo pero termina hablando con él y por unos segundos son dos estatuas oscuras en la inmovilidad y el silencio de Camino Maldonado antes de que asome el día. 
Viene un ómnibus y me alejo de la escena. Voy a encontrarme con gurises de sexto año, algunos entusiasmados con votar en breve, con la Facultad en unos meses, con la fiesta de graduación o la cercanía de los18 para ir a un boliche y pedir alcohol sin disimulo. Mientras tanto la gurisa sigue juntando colillas del piso y caminando como una gata para llevar algo de pan para su casa. 
A veces pongo posteos en broma de esos que dicen “lunes…”: hoy no hace falta. El lunes amanece nublado por dentro y por fuera, estimados. Es lo que hay. La realidad que tratamos de olvidar pero a veces se nos impone como si estuviéramos viendo una película de la miseria a las siete menos cuarto de la mañana. 
Buenos días.
Es un decir.





Soliloquio compartido de domingo por la mañana*
Bienvenidos al Rincón de las Dudas Pequeñas. 
Hoy no hablaremos de la guerra, la contaminación o el avance (en algunos lados) de la derecha**. Hoy el tema es: ¿tinta o canas?
Pasar del color artificial al natural puede ser una acción fácil para las personas de pelo corto, pero es difícil para las de largo. Difícil por la operativa misma (el proceso) y también por el después (porque el pelo ha cambiado, su textura es otra y puede aparecer un amarillo desvaído que nunca queda bien). La decisión también es difícil en la mirada hacia adentro: ¿ya soy esa señora de pelo blanco?*** Y ahora qué me falta... ¿jubilarme y tejer bufandas junto a la estufa a leña, con un gato jugueteando entre los ovillos? Sé tejer y tengo gato, pero lo de la estufa a leña te lo debo. No sé si estoy preparada. Y acá se entrevera todo con las campañas de autoaceptación y la marencoche. ¿Sigo manteniendo el rubio porque me gusta o porque siento que me quita años, principal objetivo de una sociedad gerontofóbica? ¿Un poquito más de juventud o un poquito más de rebeldía? 
[Pequeño apartado explicativo para quien no conoce este dilema: hacerse la tinta implica ir todos los meses a la peluquería. A los 16 o 17 días ya se comienza a notar el crecimiento. Se puede hacer un retoque con spray y estirar la situación por un par de semanas, pero lo que tapa las canas ensucia la cabeza y una se cuestiona si no se está, en definitiva, jorobando el pelo. La ida a la peluquería supone un gasto de tiempo y plata más cierta conciencia de que tanto químico encima no debe ser saludable, por más que la peluquera sea un encanto y resulte un placer charlar con ella.]
He hablado con muchas mujeres de cabello blanco, gris o de colores (porque mis conocidos varones de pelo largo no se hacen la tinta) y cada una parece estar conforme con su bando, sea cual sea. En el medio estamos las indecisas, mirando fotos de ahora y tratando de imaginar el cambio, oyendo argumentos para todos lados y sufriendo por no llegar a definir el cuándo (porque -si una sigue en este plano- el momento de las canas algún día va a llegar).
Dudas pequeñas, estimados. 
Esto a mis bisabuelas no le pasaba. 
Buenos días. 

* Día en que me desperté a las seis, como siempre, ayudada por el gato madrugador pero en verdad con el cuerpo acostumbrado al horario de lunes a viernes. 
** Que no es que los hable mucho, pero estarían en la baraja de posibilidades.
*** Sí.





Hoy hace un año que Secundaria separó de su cargo al Director del IAVA por defender estudiantes. El salón gremial que había sido asignado a los jóvenes en el año 2009 es ahora la puerta de acceso al liceo (sin rampa), el IAVA ha perdido el 43% de sus docentes y alumnos y diez de nuestros compañeros aún no tienen noticias de por qué se les hizo una investigación en 2023. Queda mucho por hacer. Hay que tener #memoria.



Su nombre fue Marie Anne Périchon, conocida (despectivamente) como "la Perichona". Había nacido en una isla del océano Índico y a los 22 años ya estaba casada con un oficial irlandés e instalada con él en Buenos Aires. Diez años después (por las invasiones inglesas de 1807) el marido se refugió (solo) en Río de Janeiro, exilio que aprovechó la bella Anita para seducir a un cincuentón dos veces viudo con futuro de virrey y apellido de dibujante: Liniers. Se cuenta que a su paso triunfal por lo que hoy es la avenida Corrientes Anita tiró a sus pies un pañuelo bordado y perfumado, que el general levantó con su espada antes de dedicarle una profunda reverencia (situación de lo más escandalosa para los límites morales de la época). A partir de ahí ella se instaló en su casa como una suerte de virreina sin papeles. Se cuenta que le gustaba vestir uniforme militar y pasear montada a caballo, hasta que por intrigas políticas su amante la mandó para Río con el marido, lugar donde se las ingenió para conseguir otro protector poderoso, esta vez un inglés: Lord Strangford, operador político que movía cuanto hilo había para respaldar los intereses de la corona en tierras incivilizadas. Nuevamente expulsada (esta vez por acusaciones de conspiradora) terminó instalándose en La Matanza, porque no le permitieron el retorno a Buenos Aires. Su ex amante el virrey había sido fusilado en Córdoba por contrarrevolucionario, y Anita vivió sus últimos treinta años rodeada por los recuerdos y por los numerosos miembros de su familia, entre ellos su nieta, Camila O‘Gorman. Y todo este cuentito surgió porque hace un rato se me antojó ver de nuevo "Camila" (de 1984), donde aparece el personaje de la abuela, y no pude dejar de investigar quién había sido la señora. Vaya familia, ¿eh? Ps 1: Creo que a la película la voy a cortar en el momento de la fuga y los (pocos) días felices en Corrientes. Ps 2: A veces pienso que debería dedicarme a los chusmeríos y las biografías de personajes lejanos (en el tiempo). Ps 3: "Ladislao, ¿estás ahí?" "A tu lado, Camila". ❤




Hoy compartí la imagen de una ciudad subterránea y justo hace un rato Damián Kuc (a quien sigo desde hace años) compartió en youtube una "historia innecesaria" sobre exploradores de cuevas. Si a alguien le interesa, el video parace estar excelente, pero yo no pasé del minuto y pico, y a juzgar por los comentarios disto mucho de ser original en esto de la claustrofobia. ¿Por-qué-hay-genteque-se-mete-en-cue-vas?????? Misterio. Y no seré yo quien lo investigue. 😳😳😳 Ps: si ven el video entero y no abandonan sepan que cuentan con mi total admiración -e incomprensión.





Hace un ratito pasé por lo de mis viejos y los encontré mirando fotos. No es algo que hagan habitualmente, pero yo ayer les comenté que había hecho lo mismo y se ve que a mi vieja un poco le picó el bichito de la curiosidad, porque ni se acordaba de cuáles tenía. Recién vi que me habían pasado dos fotos mías por debajo de la puerta: una en medio del verde y las flores de una experiencia de Bellas Artes en la playa del Cerro y otra de cuyo escenario no estoy del todo segura, aunque supongo que fue en el Cerro del Papa, una elevación de acceso público en Cerro Largo. En la cima hay un homenaje a Pablo VI: una paloma (horrorosa) de cemento que debía ver el soberano desde el cielo al tomar vuelo desde la ciudad, una cruz y poco más (que yo recuerde). Mis viejos y yo subimos el cerro a través de un sendero tan empinado como pedregoso, con riesgo de resbalarnos a cada paso. Sería 1988, 89... Yo tendría poco más de veinte años y me encantaba ese bucito blanco y lila. Poco religiosa como soy, la parte litúrgica y el homenaje al cura polaco poco o nada me importaron, pero debo reconocer que me impactó la vista de un paisaje imponente desde las alturas y, sobre todo, la cantidad de mangueras de piedra que se divisaban desde la cima. Esos muros gruesos de piedras apiladas que surcan algunos campos de nuestro país, de los que poco se sabe de su origen, datación o intenciones. Se habla de corrales y de demarcar territorios a partir de la introducción de la ganadería, pero hay quienes afirman que son mucho más antiguos y yo (obviamente) siempre voy a adherir a la tesis más rodeada de misterio. No creo que vuelva a subir ese cerro. Ni siquiera recuerdo por qué ruta se accedía. Lo que me quedó en la memoria de ese día fue que mis viejos hablaron de otro, al que decidí que iba a ir solo porque el nombre presagiaba hallazgos interesantes: el Cerro de las Cuentas. Y tampoco he ido. Cosas que la memoria rescata de un pasado lejano cuando aparecen de repente estímulos inesperados. Y ahora, con su permiso, hay un té por hacer en mi futuro inmediato. Si sale excursión al Cerro de las Cuentas, me avisan.





 Desperté de un sueño reeee complejo y lleno de imágenes; empecé a tratar de ordenarlo y reconstruirlo y de repente... ¡El inconsciente me empezó a meter reclames! Tal como lo oyen (leen): para distraerme y que no pudiera recordarlo empecé a ver imágenes inconexas, todas de una fracción de segundo de duración. Un paisaje nevado, un animal, unas caras desconocidas, diez o veinte imágenes que se me cruzaron en la semi vigilia del despertar y me impidieron rearmar la narrativa de la acción recién soñada. ¡Qué jugador, el Ello, cómo me sacó de la cancha sin poder atinar a nada!! *
¿Y qué habría soñado? Ni idea. Solo me quedó una imagen (la única que pasó la censura) en que yo decía una frase arcaica para despedirme de alguien -"bueno... me voy a tomar el abur"- y acto seguido me ponía a pensar -en el propio sueño- que "abur" debía ser la raíz etimológica de "aburrimiento", porque una se va de un lugar cuando se aburre. Recién me fijé en la RAE y nada que ver (ni siquiera pude encontrar la expresión "me voy a tomar el abur", que estoy segura de haber oído o leído alguna vez), aunque sí registra "abur" como palabra de origen vasco que quiere decir "adiós" y también se dice "agur".
¿Se dan cuenta de todo lo que vivimos durante minutos u horas en la noche y que jamás vamos a poder registrar de ningún modo? Como diría Rodríguez (no yo, el de Espínola): "¿Eso? ¡Mágica, eso!".
*Medio 1984, el Ello... Big Brother is watching you.





Los 84 del Cele, rodeado de plantas y gatos. Él no se acordaba de que hoy es su cumpleaños, pero quedó muy contento, sobre todo porque le llevé un arrolladito de dulce de leche y se comió tres porciones. Después me preguntó por qué no me quedaba a dormir ahí, le expliqué que vivo a media cuadra y también tengo un gato para alimentar. 
Y acá estamos. 
Ps: plis no me digan “disfrutalos”, que (como persona madura que soy) ya lo tengo claro. En fin.



Última hora de clase de la mañana con sexto de Ingeniería. Estamos hablando del preceptor Pangloss en “Cándido”, y discutimos si está bien que una persona dé clases en varias disciplinas (porque el personaje en cuestión enseñaba “metafísico-teólogo-cosmólogo-nigología”). En eso pasa (el) Walter, que venía de limpiar el salón de al lado, y le pregunto de qué podría él darnos clase.
_ No sé… - dice al principio, pero después queda claro que nos puede ilustrar en diversas materias como canto, carnaval y construcción de escenografías. Hablamos un par de minutos y termina contándonos por qué cuando pudo elegir a qué liceo ir a trabajar se decidió sin dudarlo por el IAVA, pese a lo enorme de sus salones y a lo eterno de sus escaleras:
_Para mí las tres cosas más importantes son mi familia, el carnaval y el IAVA, porque el IAVA también es mi casa y lo mejor del liceo son ustedes, chiquilines.
Todos lo aplaudieron, hasta que llegaron la adscripta y un profe que venían a sacarles fotos para la libreta digital (porque las que hay son de ellos en primer año, unos niñitos que nada tienen que ver con estos jóvenes, muchos de los cuales van a votar este año).
_ ¿A ver esa mano? -la digo a una chica, que accede a que le saque foto.
_ ¡A la profe le gustó mi dibujo! -iba comentando orgullosa cuando ya habíamos salido y yo los iba siguiendo silenciosamente por Eduardo Acevedo, rumbo todos al almuerzo o la siesta, a gusto de cada quién.
Y esto es una comunidad educativa, estimados: un entretejido de afectos e historias, de aplausos y elogios, de exigencias y reconocimientos. Son miles de hilitos que en sí mismos no son mucho, pero juntos forman una trama que nos alienta y sostiene.
El año pasado me pasé quejando: ahora respiro aliviada, porque este es el barco en el que quiero navegar (cosa siempre necesaria): uno en el que todos (sin importar nuestro rol) tiramos para adelante.
Y en eso estamos.
(Ps: igual, por las dudas, toco madera…)





Yo miro algo en YouTube. Él viene y se acuesta entre mis ojos y la pantalla. Ronronea. Se dispone a dormir cuando acerco mi cabeza a la suya: un olor inconfundible sube desde el fondo de mi memoria de casi quince años de vegetariana. Mi gato mimoso huele a asado.




Diálogos matinales

1.
Salgo de mi casa rumbo a uno de mis trabajos. Paro para fotografiar el amanecer con nube y en el muro del depósito de hierros viejos de la esquina aparece una silueta felina conocida: la gata barcina de mis viejos, Carola, a una cuadra larga de su casa. 
_ ¿Qué hacés vos ahí? –le pregunto sin intención de que me responda, pero sí lo hace una voz femenina a mi costado:
_ Se llama Mimí. 
_ ¿Eh…?
_ Que se llama Mimí, es nuestra gata.
La voz era de una vecina, que justo estaba saliendo. Se me superpusieron de repente las imágenes de tres barcinas: la ardillita de al lado (que también se llama Mimí), la rolliza y aventurera de mis viejos y la hipotética gris de la vecina. La del murito, entre tanto, ya se había esfumado entre los caños herrumbrados y los helechos sin control del depósito.
_ Pero esta es la gata de mis viejos... 
_ No, no. Ella es de acá. 
En ese momento miro a la ventana de su casa y veo una cabeza gris asomada entre las cortinas, seguramente despistada ante un diálogo vecinal a tan tempranas horas. Se la muestro a la dueña de casa y las dos nos reímos: 
_ Es que de lejos todas las barcinas son la misma gata. 
Y continué mi camino hacia el colegio. 

2.
Análisis de un fragmento de tragedia griega: el Sacerdote afirma que algunos de los que están frente a Edipo son “ancianos ya torpes por la edad” y les pregunto a qué edad creen que comenzarán a sentirse entorpecidos en sus movimientos por dolores articulares y esas cosas: 
_ ¡Ahora! –dicen dos o tres voces a coro. 
_ ¿Ahora?
_ ¡Sí, profe: no sabés lo que me cuesta levantarme cada día!  
Todos tienen 16 (y no estaban bromeando).

3. 
Clase cercana al mediodía con un tercero: entra una abeja y se pone a revolotear alrededor de algunos de los estudiantes. Imposible continuar con el tema hasta que la saquemos. 
_ ¡Ay, tengo miedo, que alguien la mate! –dice una chica, tapándose la cabeza con la capucha del buzo. 
_ ¡No, no la maten, que las abejas son el ser vivo más importante de este planeta! –acoto yo, siempre ecológica, pero a la vez controlando que el bicho no se me viniera encima.
_ No pasa nada. –dice un compañero, que no sé cómo la baja al piso, la sube a una hoja de cuadernola y saca a la abeja ilesa por la puerta. 
Para los que dicen que ya no da criollos el tiempo… 





Lunes, siete y media de la mañana. Clase a primera hora con un sexto año en el subsuelo del IAVA. Llovizna. Tienen caras de dormidos. Trato de sacarlos del silencio con una pregunta fácil: _ ¿Qué hubiera pensado Cándido de una mañana como esta? Esperaba una respuesta del tipo de "es la mejor mañana posible", "todo ocurre por algo", en consonancia con el espíritu optimista del personaje, pero no contaba con la amnesia general e irrestricta que había colonizado los cerebros de la clase durante la semana de Turismo. Al final, medio por cansancio, fue apareciendo el tema del optimismo. Yo seguí intentando despertarlos: _ Si tuvieran que hacer una afirmación optimista del día de hoy, ¿qué dirían? Silencio. Neuronas desperezándose. Cara de póquer (yo). Al fin, una mano levantada, y después otras. Esperaba que me dijeran algo del estilo de qué bueno el reencuentro con los compañeros o falta menos para fin de año, pero no, porque ellos siempre sorprenden: _ Lo bueno es que refrescó. _ Ideal para tortas fritas. _ No hay que regar las plantas, porque ya se mojaron. Y desde ahí se fue desarrollando la mañana como mejor se pudo. Pasé por el sexto de Ingeniería con cero faltas, caí en la hora puente con capuchino de la esquina y recolección de guayabos en el patio, el sexto de Arte en el que que entran a mitad de la mañana pero igual llegan tarde y el otro sexto Artístico, con estudiantes que aparecen cansados porque vienen de tres horas de Dibujo sin recreo. A veces me siento una actriz de reparto. La película principal pasa por otro lado, pero yo mantengo la energía y voy pautando los guiones durante más de seis horas. Debe ser por eso que termino agotada, aunque salga relativamente temprano cada día. O quizás es cuestión de volver a tomar el ritmo después de las vacaciones, yo qué sé.* * ¿La edad? ¿Qué tiene que ver la edad??? Si estoy en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna (dijo una vez alguien).

domingo, 3 de marzo de 2024

Marzo de 2024




¿Cuántas cosas damos por sabidas sin llegar nunca a explicarlas? Recién en el teatro una señora unos diez años mayor que yo se mostró muy enojada porque durante el saludo final dos personas de la fila de adelante se pararon a aplaudir. No eran los únicos del teatro, que quedó medio dividido en partes iguales entre gente de pie y sentada. _ ¡Que se bajen de una vez! - me dijo (como si yo determinara las conductas ajenas, o si mi supuesta complicidad le acarreara a ella alguna suerte de validación del enojo). Me hubiera gustado continuar aplaudiendo en silencio, pero la señora me quedó mirando fijamente y no hubiera sido educado mantenerme callada. _ Es un homenaje a la labor de los actores… -traté de decir, pero ella siguió ofuscada. _ Tendrían que pensar en los que estamos en la fila de atrás de ellos. No nos pueden hacer esto. _ Sí, mirá que se hace siempre…. -seguí yo, momentáneamente devenida en instructora de conductas espectadoriles- Si te gusta mucho la obra se acostumbra aplaudir de pie; es como un aplauso más importante. _ No me parece. - dijo ella- Así me tapan a los actores, y yo quiero verlos. Ante esto opté por abandonar todo intento de llegar a un acuerdo; solo sonreí vagamente y continué aplaudiendo hasta que el escenario quedó vacío. Uno supone que el aplauso de pie es una convención universal, máxime para el público veterano, pero: ¿quién asegura que esta no fuera la primera vez de la señora en el teatro? En escena había (además de los actores adultos) tres adolescentes y una niña; quizás ella fuese familiar de alguno de ellos (y eso explicaría su molestia por no poder verlos durante el aplauso final). Otra cosa que no entendí es por qué no se paró, si tanto le molestaba (como tampoco entiendo -en otro orden de cosas- por qué una persona dejó sonar su celular durante largos -eternos- segundos en un momento tenso de la obra). Cosas que pasan. Igual vuelvo al inicio: damos por sabidos códigos que quizás no explicitamos. Yo no sabría cómo conducirme en una misa, para poner un ejemplo. Cuando he llevado alumnos al teatro les hablo de puntualidad, les cuento que no va a haber pop y que tienen que apagar los celulares, pero nunca les he explicado qué es un aplauso de pie (cosa que a partir de hoy voy a hacer). Y colorín colorado, este Turismo se ha terminado.




Alguien golpea despacio a mi puerta: son mis viejos. _ ¿Cómo sigue el pajarito? ¿Querés que lo lleve a mi casa y lo deje en la palta del fondo? _ No, gracias, dejalo acá, que no hay gatos adentro. Apenas se mueve, no logré que tomara agua, supongo que se va a morir, pero por lo menos que se vaya tranquilo. _ Pobrecito... ¿Y será que lo atacaron los gatos? -pregunta mi madre, ya queriendo sacarle responsabilidad a los felinos. Le muestro el plumerío menudo que hay entre los pastos: fueron ellos. En eso estamos cuando veo en la vereda de enfrente, a unas casas de la mía, al gato anaranjado de la esquina tratando de cazar una paloma. La persigue, el ave llega a refugiarse entre las rejas de una ventana, pero él la baja de un manotazo. Corro a ayudarla, seguida (aunque más lento) por mis viejos. Gato y ave se enredan en una confusa corrida durante diez o quince metros. Cuando llego a la escena del intento de palomicidio él está acostado bajo un auto y la paloma quietita junto a una de las ruedas. Debe tener sus años o capaz que ya venía medio golpeada, porque casi no vuela. _ Vamos a agarrarla y se la sacamos al gato. -dice mi vieja, en tanto mi padre asiste a la escena sin decir nada (y capaz que no entendiendo los manejos desquiciados de su mujer y su hija). _ ¿Y qué hacemos con ella? -pregunto- ¿Vamos a convertir mi casa en sanatorio de aves? Pero ella ya estaba dándole al Cele las bolsas de los mandados y tomando suavemente a la paloma con su sombrero a manera de cobija. El bicho se dejó hacer, tranquilo, hasta que fue depositado suavemente en lo alto de unos aloes a los que el gato (esperamos) no va a subir, porque no serían capaces de sostenerlo. _ Acá ya quedó a salvo, por ahora. -dijo, en tanto le daba una corridita al gato naranja (que ahora que lo pienso es muy posible que sea el que lastimó al hornero, sabiá o lo que sea que tengo acostado en una caja en la cocina). _ Ojalá. -respondo, no del todo convencida. Ellos reorganizan sus bolsas de mandados y siguen su camino a los negocios del barrio. ¿Cómo era eso..."de tal palo"...? Buenas tardes.




Con mi habitual nivel de despiste (que llega casi al a 100% si de fútbol se trata) no comprendí al principio por qué de repente en el patio del shopping se escuchaba una locura de gritos mezclados con bombas de estruendo. Sabía del clásico de hoy, pero también sabía que era lejos, en el CDS… _ ¿Me explicás de qué se trata? - pregunté a un muchacho con pinta de fotógrafo, el único que miraba la escena sin meterse en el mar de cantos y gritos. _ Es que por ahí van a salir los jugadores de Nacional… - me explicó amablemente (como quien le explicaría a un extraterrestre un aspecto obvio de la vida en el planeta). Seguí mi camino apurándome un poco, por si la masa de hinchas terminaba tomándose el 405 una vez que se fueran los jugadores, mientras pensaba qué lindo que sería participar de este tipo de ceremonias de vez en cuando. Hay una energía en el cantar a viva voz con los tuyos que solo se da en la iglesia o en el deporte, mundos ambos que veo de afuera (aunque con Buitres, de vez en cuando, se siente algo parecido). Buenos días. Si son de mi barrio ojo con los horarios: hoy el tránsito va a estar complicado.





 El viernes santo se presenta soleado y lleno de diversiones gatunas en Mundo Padres. Los dos desayunan en el fondo, miran las monerías da la gata más chiquita y mi madre hace planes de plantar esto o aquello, mientras yo desentierro unas albahacas y mentas para ver si prenden en mi casa. 
Un poquito distinto fue el panorama de ayer a las nueve y media de la noche, cuando ella me llamó con un hilo de voz porque le dolía mucho el pecho y pensó que era un infarto. Estaba muy angustiada por si la tenían que internar, porque ¿qué diablos iba a hacer con mi padre? Traté de tranquilizarla, que ya veríamos, que era tiempo de concentrarse en ella y apartar la ansiedad de controlar todo (aunque eso último no se lo dije con esas palabras). 
La emergencia llegó en pocos minutos, le hicieron un electro y le inyectaron calmantes: estaba bien, debe haber sido algún tema de reflujo. Volví a mi casa una hora más tarde y demoré muchísimo en conciliar el sueño. Mi viejo, por otra parte, durmió toda la noche de lo más feliz y no se enteró de nada (aunque el médico hablaba con voz fuerte). 
Cosas que pasan (y por suerte a veces salen bien).




Acabo de despertarme; estaba en una fiesta donde Cyndi Lauper me sirvió un trago y al rato Elton John me robó una porción de pizza. Ustedes, bien? 




Hace un rato escuché en un programa que ayer condenaron a cadena perpetua a Nicolás Pachelo, por asesinar a María Marta García Belsunce en el año 2002.
Cómo olvidar el 2002. La crisis económica, los saqueos y las tortillas de pasto, las ocupaciones liceales, el esperar penosamente que del Norte nos cayera una moneda. ¿Por qué entonces me quedó tan claro en la memoria el relato del crimen de una señora rica en Argentina? 
Es muy rara la memoria (en este caso colectiva). Podríamos pensar en la prensa, que fogoneó el hecho (y lo sigue haciendo), al igual que pasó con el secuestro de Madeleine (Portugal, 2007), pero hay otros crímenes que trascendieron toda cobertura periodística y a algunos nos siguen (morbosamente) fascinando, como el de Dionisio Díaz (en Treinta y Tres, 1929). 
¿Qué hace que recordemos esos hechos y no otros de los miles y miles que se suceden en el mundo día a día? Supongo que es el misterio. Esa condición de la verdad esquiva que se nos escamotea o no logramos ver, porque en la vida real (que no es como en las novelas policiales) los culpables a veces saben borrar bien sus huellas. ¿Hubo de verdad (lo hay todavía) el cadáver de una mujer enterrado en el sótano de la vieja casa de mis abuelos? ¿Quién puede afirmarlo ahora, de dónde saldrían nombres y detalles, si todos los protagonistas están muertos? 
Volviendo al tema inicial, yo siempre pensé que el vecino era el asesino de María Marta, pero me da cierto alivio, no el hecho de “acertar”, sino la resolución del enigma. El mismo alivio que da ver que Edipo responde el acertijo de la Esfinge, aunque con ello esté cavando el pozo para su propia caída. Lo mismo que me lleva a leer cientos de novelas  policiales, sin que la cosa tenga mayor mérito literario. Para misterios: el amor, la vida, el tiempo, el más allá. Las noticias policiales… que se resuelvan. Y que el vecino cumpla cadena perpetua (no solo porque mató a la pobre mujer, sino por secuestrarle antes el perro y regalárselo a otro). Mala gente, el vecino. Menos mal que yo con el mío solo comparto (de vez en cuando) el misterio de quién le dio o no de comer a la gata peludita (y ese es –por suerte- un misterio con el que podemos convivir).
..........................................

Turismo valicero

La cita con la luna llena de Turismo era siete menos cinco, así que diez minutos antes me puse una calza, le dije al gato Felipe que me esperara un ratito y bajé a la playa. Varias personas estaban ya mirando el horizonte: algunas sentadas a la salida del camino nuevo, en los bancos de madera que se hicieron este año, otras en lo alto de las mini dunas alrededor de las casas. Todos con los teléfonos en la mano, pensé, pero no: algunos no parecían tener noticia de la luna, y hubo una familia entera que siete menos cinco juntó sus cosas y se fue lo más tranquila. El cielo y el mar estaban del todo rosados a esa hora. Cuatro jóvenes se pusieron a hacer una especie de música de capoeira, en tantos otros se ponían a armar una fogata (y adivinen quién se corrió ipso facto media cuadra). A la hora señalada la luna no apareció: una fina capa de nubes en el horizonte impidió ver la salida. Las personas pasaban caminando descalzas por la playa, que para entonces ya estaba oscura, y me preocupaba que terminaran pisando un vidrio. Un par de veces percibí un movimiento difuso frente a mis ojos: ¿era un duende? No: la primera vez fue un ave y la segunda un perrito. Al fin las nubes nos dejaron ver la luna, aunque sus efectos hacía rato que se sentían: el mar estaba creciendo y el viento de la tarde había cesado por completo. Traté de sacar fotos, pero hoy no me salió bien ninguna. Hubo un momento mágico en el que estar contemplando la luna llena, oyendo a los músicos (de los que había huido) a lo lejos y percibiendo el olor de la madera quemada mezclado con el salitre de la playa me transportó al siglo pasado, a mis veintipico, a la época en que usaba una bikini marrón con dibujos beige, cuando no tenía lentes ni teléfonos ni canas ni idea de la efimereidad de algunas cosas (como los ranchos a la orilla del mar, por ejemplo). Fue un momento fugaz, y pasó pronto. La gente seguía en la playa mientras la luna subía. Un par de perros dialogaban repitiendo siempre un mismo patrón de ladridos. Por una vez las luces de La Proa estaban apagadas y no rompían la ilusión de ser un grupo de humanos atemporales contemplando la maravilla. Al rato me empezó a dar hambre y volví al pueblo (es decir: caminé media cuadra). Ya era tiempo de indagar en qué andaba Felipe.




_ Hola, Huésped, ¿qué anda haciendo? _ Vine a cargar un ratito el celular. _ Aah… ¿Puedo pisotearle la cara, correrle los lentes y después darle la espalda? _ Bueno.





Hoy no fui a la playa en Valizas. De mañana y hasta casi las tres estuve en la fiesta (y playa) de Aguas Dulces, y cuatro y media me integré a una actividad de conocimiento del monte nativo y vegetación psamófila de la zona, que se extendió hasta casi la caída de la noche. Una de las mujeres que coordinaba el paseo (en el marco de la semana del camarón) es alguien a quien conozco superficialmente desde hace años, porque tiene un local de venta de libros, aceites y productos varios en la calle principal. _ ¿Vos va a ir de ojotas?- me preguntó apenas caí al lugar de encuentro. Miré a mi alrededor: había unas treinta personas, todas ellas de championes. _Eeeh… _ Porque habíamos pedido que vinieran de championes, que trajeran agua, gorrito… _ No lo vi. Resumiendo: era la peor del grupo. Ni agua ni championes y mucho menos gorrito, porque me lo olvidé en mi casa (así como dejé también el protector solar y me tuve que comprar uno acá, uno caro, de esos que te dejan todo blanco y después ni con la ducha te podés sacar del todo). Pero no me iba a perder el paseo por las ojotas: me dijeron que extremara precauciones por las espinas del monte, y allá fuimos. La idea era hacer un paseo de conexión con la naturaleza, para lo cual nos pidieron que entráramos al monte con respeto y afecto, sintiendo la energía de los árboles viejos. _Les vamos a pedir que apaguen los celulares, así pueden brindarse por completo al encuentro.- dijeron, pero algunas no hicimos caso (aunque solo lo usamos para las fotos). Tuve mucho cuidado y no me clavé ni una espina, aunque pasamos por una zona de talas que estaba bastante brava y me saqué como diez ramas espinosas de la suela de las ojotas. Una chica, en todo caso, hizo todo el camino DESCALZA. Otra iba con una panza como de nueve meses. Éramos casi todas mujeres, con una nubecita alrededor de niños que se divertían tirándose proyectiles de bosta y contando cómo lograban o no desintegrarlos y otra nubecita (esta vez menos tierna) de mosquitos famélicos que no se dejaban detener ni por el repelente ni por la ropa que llevábamos. He estado muchas veces en montes nativos: este fue muy especial. Primero, porque estaba lleno de mariposas, que revoloteaban entre nosotros o se posaban en algún afortunado. Vimos montones de hongos, algunos de colores espectaculares como el “reishi”, “el hongo de la inmortalidad”, según una de las guías. Mordisqueamos hojas de a… (me olvidé del nombre, puede que fuera arrayán), que son digestivas y tienen un suave sabor mentolado. Una bandada de ibis que volaban en formación nos pasó por arriba, justo cuando estábamos admirando a un grupo de mariposas en los líquenes de un árbol. El monte en general es amable y sombrío, y está fortificado todo alrededor con una muralla de tunas y espinas de la cruz. Por dentro predomina la sombra, por donde se cuelan a veces los rayos de la tarde. Los árboles son musgosos, hay telarañas y una especie de azucenas rosadas muy pequeñas, que están por todos lados. A la vuelta hicimos varias cuadras de campo, viendo a lo lejos las dunas y la salida de una luna llena impresionante que nos acompañó en la última etapa del camino. Terminamos comprando comida casera a beneficio de la escuela, al final del paseo, y volviendo cada cual para su ducha (es decir, para su casa), un tanto cansados pero enteros (y felices), que no es poco decir. Que no es poco.




Hoy tocó evento en el pueblo de al lado: la fiesta del fruto nativo. Menos gente que en Valizas y mucho más breve (terminó a eso de las dos). Pensé almorzar en la plaza pero la opción de comida incluía un menú de ocho pasos que ni ahí estaba en condiciones de degustar después del desayuno del hostel, así que terminé muy feliz en el Gallinero, donde además de excelente comida siempre hay gente linda (entre dueñas y clientes). Compré un par de cosas hechas con guayabos, oí algo de música, caminé como desquiciada al rayo del sol del mediodía (yo, fundamentalista de respetar los horarios saludables!) y me volví a Valizas con mis amigos del hostel, cargando una bolsa de mandados repleta de hallazgos aguadulceros. El mar por esos lados estaba increíblemente repleto de cosas en la orilla; no me daban los ojos. Esto en mi barrio se llama felicidad. 🙂




Historia a dos manos

1. Interesante 

Interesante viene a Valizas desde hace por lo menos tantos años como yo. Antes tenía pelo negro, no usaba lentes y andaba solo: fue la época en que le puse un nombre que podía o no corresponder al sujeto, pero se entendía. Flaco y alto, ojos azules: lo dicho. 
Una vez lo vi pasar por mi rancho y al rato (oh casualidad) fui a caminar para ese lado, pero cuando lo crucé él estaba concentrado construyendo un castillo de arena en la soledad de las Malvinas y cualquier intromisión habría tenido un carácter de sacrilegio, por lo que continué mi camino sin inventar excusa alguna para forzar el encuentro.
Después hubo unos años (post caída de mi rancho) en los que hubiera sido doloroso volver, así que puse distancia entre Valizas y yo, y mientras tanto el tiempo fue pasando, Interesante se ennovió de una vez y para siempre y nuestra historia amorosa no tuvo cómo empezar. 
Durante años yo bromeaba con mis amigas, inventaba un interés que era más artístico que verdadero, como cuando digo que me gusta Peluffo (y qué me importa Peluffo: es solo un juego). “Mariela fabula” dijo una vez alguien que no entendió nada. En fin.
El tiempo siguió su curso, implacable, como siempre. A Interesante lo cruzo muy seguido, tanto en Valizas como en Montevideo, pero nuestras vidas no se tocan. Lo veo en charlas, en eventos políticos o musicales. Es increíble que no tengamos un amigo en común, un punto de contacto, un nexo. Somos seres paralelos. Universos cercanos, pero nunca coincidentes. 
Todo eso pensé hoy cuando me los crucé (a Interesante y a ella) por la calle, en el pueblo, como siempre. 
¿Cuántas historias habrá que transcurren así, trazando en el espacio y el tiempo un tejido de caminos que nunca nunca se tocan? ¿Será que con Interesante fuimos hermanos1 en otra vida? ¿Nos cruzaremos en la que viene?
¡No se pierda el próximo capítulo, en en el mismo mundo, pero no sé en qué tiempo!

2. (continuación made in Luis)

Con el Mauri coincidimos una vez en una mesa de truco. Estábamos sin pareja así que fue un golpeteo al unísono que la casualidad nos reunió. Recuerdo que a pesar de mis prejuicios ("que va a saber jugar este flaco alto de ojos celestes!), no lo hacía mal. Igual perdimos. Las dos minas venían despachando a cuantos se le pusieran enfrente. Pero a diferencia de la mayoria de los machos valiceros, a nosotros no nos importó perder con estas hábiles mujeres. Hasta nos divirtió darnos cuenta que mientras ellas captaban al vuelo nuestros intentos de engaño, nosotros estabamos impedidos de reconocer una sóla de sus mentiras. "Estructuralmente impedidos", dijo Mauri. Y eso fue una llave para que siguiéramos tomando cerveza hasta el amanecer. En algún momento empezamos a contarnos historias extrañas que nos pasaron en este recodo entre las grandes dunas y el mar. Yo recurrí a mi mejor repertorio: la noche que perseguimos en vano las luces misteriosas, el enigma de las cosas que desaparecen de golpe entre las dunas, la gente que podes conocer un día y luego nunca más ves. Tal vez fue esta última,  que hizo que Mauri contara la historia que tenía con Distante. Así le llamaba a una rubia de pelo algo enrulado, con la cuál infinidad de veces se había cruzado sin decir una palabra. Estaba seguro que se observaban en secreto pero el juego que espontaneamente habían creado suponía no acercarse. Una vez creyó que la regla se rompería. Distante lo descubrió haciendo castillitos de arena como un boludo en una playa algo lejana al pueblo. Solía caminar sólo hasta ahí, esperando que ningún conocido supiera de esa afición que lo avergonzaba. En esa ocasión fue ese mismo temor y no el respeto a la regla no escrita que lo obligó a enfrascarse más en su tarea constructiva. Si apenas relojeó a Distante recogiendo objetos de la orilla, sacando fotos extrañas en ángulos insólitos, aparentemente imperturbada e imperturbable en lo suyo. Un fogonazo que apagó prontamente le dijo: invitala a jugar! Como esas puertas que llevan a sitios desconocidos, esa no se abrió. Pero él no pudo dejar de pensar en la puerta y en lo que se escondería detrás. Desde entonces, se han seguido cruzando sin intentar siquiera un saludo. Según Mauri, porque el portal no está en cualquier lado. Ni en la feria de artesanos, ni en la panadería Agua Na Boca, ni en plaza Leopoldina Rosa. Mucho menos en otro lugar que no sea Valizas. Está en ese mismo lugar que aquel día estuvo tan cerca de abrirse. Donde sigue acudiendo a construir sus catillitos. Sólo que ahora, en el camino por la orilla, no olvida recoger siempre dos objetos. Pueden ser cantos rodados de colores y formas raras, trozos de estrellas de mar, caracoles o incluso aparentes restos de algún naufragio. Cosas que esperan el final del castillo para coronarlo. Una de ellas lo representa a él. La otra, bien cerca y a su lado, a su Princesa, a la que antes de cruzar la puerta, llamaba Distante.





Diálogo entre Yo y Yo, mientras el Rutas del Sol avanza lento* pero seguro por la Ruta 9:
_ Hoy vuelvo a dormir en mi cama. _ Pero sin Felipe. _ Pero con mi gato. _ Pero sin sonido de mar. _ Pero sin voces que pasan por la vereda. _ Pero sin panadería a veinte metros. _ Pero voy a volver a comer sano. _ Pero sin tus amigos de Valizas. _ Pero con mis amigos de Montevideo. _ Pero sin tesoros. _ Pero con cine y teatro. _ Pero sin piscinas. _ Yo no uso las piscinas. _ Sin boliches para tomar hasta la madrugada. _ No estoy tomando alcohol. _ Sin dunas. _ Sin sombrillas. _ ¿Cuándo volvemos? _ Eso: ¿cuándo volvemos?
Fin
*sobre todo lento





Ciudades y pueblos a los que entra el bus lechero de las 17.30 (a completar durante el -aparentemente eterno- viaje). Cabo Polonio ✅ La pedrera ✅ La Paloma ✅ Rocha ✅ San Carlos ✅ Pan de azúcar ✅ Santiago de Chile Varadero La serena Boston Vancouver Jericoacoara Chuy Montevideo ✅


.................................



Cuentito de miércoles Mitad de la mañana, hoy, en el liceo. Suena el teléfono: mi vieja. Como justo estaba sin alumnos atendí de inmediato, pasando en un segundo de 1 a 9 en la EPF (Escala de Preocupación Filial). _ Hola. ¿Pasó algo? _ Me parece que los que cambiaron las chapas del techo me dejaron la gata encerrada. -fue su sorpresiva respuesta. _ ¿Estás segura? _ No, pero debe ser eso, porque ella hace tres días que no viene, y yo la escucho llorar desesperada. No me quedó claro si la que estaba desesperada era la gata o era ella, pero igual le pasé el teléfono de la empresa que cambia los techos de la cooperativa (que eran de dolmenit pero por el asbesto y todo eso ahora son de metal). Ellos comenzaron las obras al año pasado; mi casa fue la primera de las 200 del complejo, pero a la de mis viejos, una de las cuatro últimas, llegaron esta semana. Nosotros tenemos (de adentro hacia afuera) un techo de losetas, una colada de cemento y el que se ve en el exterior. Entre esas capas (no me pidan detalles, porque no los sé) queda un espacio a modo de respiradero, al que suponemos que se coló la susodicha gatita (la blanca con manchas grises). La situación no era para nada improbable, porque con el tema de las lluvias habían dejado varios días sin cerrar un costado de la obra, espacio suficiente para que ella (o cualquier otro) se colara. Cuando llegué al barrio a eso de las tres vi a los dos viejos y un vecino merodeando por la zona, llamando a la gata, especulando. Los de la empresa dijeron que recién venían mañana, siempre y cuando no lloviera, y mi vieja ya andaba levantando presión de los nervios. El Cele tranquilazo, obviamente (ni idea de lo que pasaba). El vecino trataba de colaborar pero ve menos que un topo, así que entre los tres no hacían uno. Llamé a los bomberos, que demoraron unas horas en venir (porque con la tormenta hay árboles caídos y cosas por hacer en todos lados), pero antes se comunicaron un par de veces para pedirle a mi vieja que no se pusiera nerviosa, que apenas pudieran iban a pasar a ver el techo. "Me llamó Fulanito, uno que dos por tres sale en la tele, un amoroso", fue el comentario de mi madre (que es medio cholula, pero solo de la gente que sale en informativos). Cuando vinieron los bomberos no vieron a la gata, cosa más que probable, porque es arisca y puede estar en cualquier parte del oscuro espacio en los techos de la casa de mis viejos y de su vecino de al lado, pero dejaron una abertura de unos quince centímetros por la que se supone que la "perdida" va a darse cuenta de que tiene que salir en algún momento. La lluvia torrencial de la tarde no ha ayudado con el tema, pero yo confío en que la noche va a ser el momento propicio para el retorno de la gata pródiga. Y en eso estamos. Casi casi una tarde de locos, en la que aún no empecé a corregir los últimos dos grupos de pruebas diagnósticas que me faltan. Cruzo los dedos para que aparezca. Ooom... 🙄 [Actualización de las 20 horas: APARECIÓ la gata!!!! Vino toda sucia de tierra, muerta de hambre, a los aullidos limpios, pero bien, fiuuu... Gracias a los que preguntaron! Este ha sido otro capítulo con final feliz de Mundo Padres.]





Balance de la mañana de miércoles: Alertas naranja: 1 Grupos con 0 estudiantes: 2 Grupos con 3 estudiantes: 2 Grupos con más de diez estudiantes: 2 Estudiantes para tutorías en horas de coordinación: 0 Guayabos del (apestado) árbol del patio: 3 Pocillos de café consumidos en las horas sin estudiantes: 3 Conclusión: qué se puede esperar de una mañana de miércoles con alerta naranja. Fin.





Me levanto temprano como siempre, le doy de comer a gato propio y gata ajena como siempre, preparo mi desayuno como siempre y pongo algo en youtube como siempre. Y ahí me aparece un anuncio en contra de Yamandú Orsi, firmado por "La verdad uy", con un loguito que nunca vi. ¿Qué es esta nefasta novedad? Con consignas tan ridículas como "Uruguay no es Cuba, no es Venezuela: no queremos a Yamandú Orsi". O una similar, donde el centro es "no queremos la agenda 2030". Nada más, no hay partido (de verdad) firmante, no hay explicación ni datos, solo un par de frases que no solo desconocen la posibilidad de Carolina sino que parecen incluir a todos en ese "nosotros" que se me queda atragantado entre el té y el pan con queso. No sé si molestarme con esta intromisión de propaganda ramplona, si preocuparme por un contagio de los modos de la vecina orilla o si sentirme contenta por el temor que (sin pensarlo) manifiestan.
Que vengan o que no vengan: igual sabrán la noticia.
#volveremos




La primera clase con cada grupo realizamos una mini actividad de integración, que consistió en que les repartí una pregunta a cada uno para plantear a la clase. Algunas eran de Literatura, lecturas, escritores preferidos, etc. Otras, más bien personales. Una de ellas era: “si pudieras eliminar una comida del mundo, ¿cuál sería?” “Mondongo”, dijo la mayoría. ¿A qué no adivinan cuál fue la segunda para muchos?




Tengo que corregir las pruebas diagnósticas. Ah, qué interesante esta playa de Portugal ¿A ver cómo se llega? Tengo que corregir las pruebas diagnósticas. Una entrevista a Kartun. Me encanta Kartun. Tengo que corregir las pruebas diagnósticas. Niños que parecen conocer el pasado antes de su nacimiento. Tengo que corregir las pruebas diagnósticas. Dalí haciendo una escultura de papel el año en que yo nací. Tengo que corregir las pruebas diagnósticas. Y así.




Hoy tuve tres sueños, separados por momentos de lucidez. Sueño, despertar, otro sueño, y así. En todos el ambiente y las personas a mi alrededor eran los mismos: un pueblito olvidado de la Amazonia, cercano al río y con mis viejos, pero los argumentos agarraban por caminos totalmente independientes. Ya sé que no hay nada de racional en los sueños, pero es la primera vez que me pasa esto de soñar tres episodios de la misma serie. En cada uno de ellos yo recordaba algo que había pasado en el anterior, había un hilo conductor además del paisaje y las personas. ¿Les ha pasado? Por otro lado desperté tardísimo para mis estándares matinales: ocho y algo. El gato no había pasado la noche en casa y lo primero que hice fue prender la computadora y escribir las historias (que me llevaron una carilla y media). Insumos para un futuro analista, si es que alguna vez encaro.




A todos nos gusta que nos cuenten historias: hay algo de resabio ancestral, de un ser humano sentado alrededor del fuego oyendo una voz y dejándose llevar de la mano por las palabras de un otro. Yo lo veo en las clases: no solo se enganchan con los cuentos literarios, sino que en las instancias de escribir pequeños textos por las que transitamos en estos días todos se concentran por igual en crear y en escuchar.
A mí me gustan mucho las historias, especialmente las que tienen que ver con la realidad, y en ese sentido hace como un año que me volví fiel escucha de una argentina que aparece en la radio cada quince días y se descuelga con relatos verídicos, cercanos, maravillosos. Se llama Gisele Sousa Días, y hoy en particular se vino con una historia de amor que te la voglio dire...





 Suena mi teléfono a las cuatro de la tarde: mi madre. Corta enseguida, la llamo, dejo sonar, no atiende. Salgo para su casa porque conozco el paño y sé que algo le debe haber pasado. Al llegar encuentro a mi viejo sentado en un escalón de la entrada, pálido, despeinado, con cara de loco.
_ Acaba de caerse ahí nomás -dice ella- y unos gurises me ayudaron a traerlo hasta la entrada. 
Llamamos al médico y yo me quedo con él afuera mientras llega la emergencia. Mi viejo, ya sentado en una silla plegable, me mira en silencio. Probablemente no entiende qué le pasa, como no entiende tantas cosas. 
_ Me duele el brazo... -repite de vez en cuando. Tiene un moretón importante donde se apoyó en la caída, pero puede mover el brazo y no parece estar quebrado. 
_ Por suerte no se pegó en la cabeza, porque yo medio lo sostuve. -acota ella mientras le cambia la remera que está toda transpirada y le tira unos chorros de desodorante por arriba para esperar al doctor.- Esto en la laguna le pasaba seguido: es como que se queda en blanco y cae pero no se desmaya, aunque después no se acuerda.
Yo le doy charla, hablo del tiempo, de los gatos y de lo linda que está la tarde (total, él no se da cuenta de los nubarrones grises que vienen trepando el horizonte). Mientras tanto (para no pensar demasiado) trato de sacarle foto a uno de los picaflores que eternamente torean mis habilidades de fotógrafa desde las ramas y flores del hibisco. El Gatón no se separa de nosotros, al igual que una banda de mosquitos asesinos que intentan aterrizar en mis brazos y piernas, hasta que vengo un segundo a casa y me pongo ropa larga. Vuelvo con ellos, agradeciendo mentalmente que vivan a media cuadra.
Llegan una doctora y la enfermera cuando acabábamos de acostarlo en su cama, porque parecía muy cansado. Recetan algo para el dolor del golpe pero por lo demás lo hallan bien. Charlo un rato con mi madre y vuelvo a casa, pero no me pongo a corregir las pruebas diagnósticas, porque no me concentro. 
Recién se me ocurre revisar el teléfono para otra cosa y veo la imagen del hibisco que tomé hace un ratito. Mi viejo es un poco como ese picaflor, pienso. Ahí está y si me esfuerzo un poco puedo verlo, aunque no es fácil encontrarlo entre la maraña de hojas, flores y ramas que lo rodean. A veces parece que se nos fue a su mundo y de repente nos sorprende con un chiste o una frase que rescata al Cele de antes, como ayer, que miró mi casa y dijo: "yo antes vivía acá". 
Qué triste se nos vuelve la humanidad algunas veces, estimados, qué impotencia. Quizás en un tiempo tengamos la cura para estas cosas y solo nos reste lamentarnos por todos los viejitos que se nos fueron desdibujando de a poco, perdiendo los recuerdos y las imágenes. Quizás, tal vez, en una de esas. Por ahora: qué tristeza (y qué miedo). 
Pero el picaflor ahí está (y todavía puedo verlo). 





Cuentito liceal
Hoy (que tenía clase con varios grupos) propuse una tarea para hacer en sexto año. Tenían que escribir dos historias breves: una verídica y otra ficcional (pero verosímil), en primera persona, y ponerles un título. El objetivo aparente era empezar a evaluar cómo escriben, pero por detrás se comienza a desarrollar una mini labor de integración y generación de lazos entre los estudiantes de cada grupo. En la hora siguiente fui leyendo en voz alta algunos textos, aleatoriamente, de manera anónima, y todos comentamos si nos parecían o no autobiográficos y por qué. De paso refrescamos conceptos básicos de género narrativo. Quien escribió podía o no identificarse tras la lectura y decir cuál de sus relatos se basó en la "realidad", cosa que todos aceptaron de buen grado. 
Frente a mis ojos fueron desfilando historias graciosas, amorosas y algunas casi trágicas (como la de una chica que iba en auto con toda su familia cuando fueron arrastrados por un tren: "aunque salimos casi ilesos nadie más quiso hablar nunca del tema, pero yo me acuerdo de TODO", terminaba). El robo de un celular, un extravío playero durante la niñez, la obsesión de alguien a los cuatro años por embadurnarse la cara con Dermaglos, la ceremonia de despedida de una mascota que jamás volvió... 
Una chica escribió una sola historia, un relato extenso, que le llevó dos carillas: contaba cómo compuso un tema para acompañar el viaje de mil personas a un país europeo, tema que terminó cantando ella misma frente a un auditorio de 8000 espectadores el lunes pasado. "Aún no se lo he contado a nadie", terminaba. Aquello era demasiado gigantesco para que lo hubiera inventado de la nada, y la experiencia me dice que cuando alguien escribe mucho es porque está encarando una historia verdadera. Yo (que tenía la hoja con su nombre) no pude evitar mirar en su dirección, y en ese momento ella estaba levantando la mano para contar que era verdad. Todos nos quedamos boquiabiertos y le pedimos detalles: pasamos como diez minutos oyendo su historia, los compañeros terminaron felicitándola de corazón y pidiéndole que cantara (cosa que aún no hizo, pero ya la vamos a convencer). 
Pequeñas historias que (a veces) pasan en el IAVA. 





Bienvenido a la zona turística de la Curva de Maroñas (el teléfono acaba de escribir “la Cueva de Maroñas”, pero es que es un prejuicioso). En un mismo predio puede usted acceder a las cascadas Del Frente y Del Fondo, con posibilidad de un Meet & Greet con el Gato Durmiente (a voluntad del felino). ¡No se pierda esta increíble oportunidad! Tormenta eléctrica incluida, potencial granizo, calles desiertas y humana que todo el tiempo extraña el verano, Valizas y el dolce fer niente de las vacaciones. Buenas (?) tardes. Glu glu.





El domingo me agarra medio criminófila, y veo un par de videos de asesinatos. En uno de ellos el culpable se quiere deshacer de una camioneta que podría ser tomada como evidencia, y para eso la deja estacionada con un vidrio abierto por la mitad, las llaves puestas en el encendido y un iphone nuevito entre los asientos de adelante. El problema (para él) es que la acción transcurre en una ciudad de Canadá, y a nadie se le ocurre robar la camioneta, que cuatro días más tarde es hallada en el mismo lugar por la policía.
Esto en mi barrio no pasaba. Seguro que no pasaba. Y ahora los dejo, que aún no sé ni si atraparon al asesino.





¿Vieron esa escena en la que una persona te dirige la palabra mientras esperás el bus? Esa en la que el diálogo comienza con una frase simpática pero en seguida aterrizás en Mundo Anécdotas y te das cuenta con horror de que has caído vilmente en la trampa del Adulto Mayor Con Ganas De Hablar. Es una persona de cercanía física: no acepta distancias, y si das un pasito para atrás ella da dos hacia adelante. Te habla a veinte centímetros; solo se aleja un poquito para toser, aclararse la garganta y seguir desgranando temas, mientras el ómnibus que esperabas se demora hasta el infinito. Por suerte se acerca otro coche, uno que a la Persona Mayor Con Ganas De Hablar no le sirve, y lo recibís con sonidos de arpa y luces de reflectores que descienden desde el cielo. Ha vuelto el silencio y la distancia social. Respirás con cierto alivio y te ponés a escribir en el teléfono a manera disuasoria para otros pasajeros de cualquier intento de establecer un diálogo que tenga lugar a menos de veinte centímetros de tu cara. Salvo que el interlocutor fuera Jason Momoa o Kevin Johanssen, pienso, y aún así no sé, no sé. Una es ecléctica, pero un tanto distante (al menos en la parada del ómnibus, mientras sigue esperando el 103, porque el primero que pasó era solo un factor de distracción del enemigo parlante).






Sexto Artístico, primer día de clases. 
Tenemos en el grupo una estudiante sorda y otra hipoacúsica pero no hay intérpretes, porque la fecha de elección de sus horas estaba fijada para varios días después del inicio de cursos. 
No es fácil la clase sin intérprete en lengua de señas. Trato de hablar lento y articular mucho, mientras la chica que oye poco le transmite la clase por señas a la que no escucha. Entra la adscripta, nos comenta las señas que ha aprendido, y sale del grupo la inquietud por solicitar un taller de LSU, porque los que son oyentes se niegan a pasar todo un año sin poder comunicarse con las dos compañeras.
Segundo día en uno de los sextos de Ingeniería. Hablamos de la historia del liceo, de los escritores y políticos importantes que pasaron por nuestras aulas. Ellos plantean que les gustaría acceder a los documentos donde están las listas de todos los alumnos del IAVA de la historia. 
_ Mi abuelo vino a este liceo -dice una chica- y me muero si logro mostrarle la foto de algún libro de cursos con su nombre.
Quedamos en esperar unos días para plantear la pregunta al equipo de Dirección, a ver qué se podría hacer con eso. 
Tercer día, sexto de Economía.
_ ¿Qué escritoras uruguayas han leído o pueden mencionar?
_ Había una poeta que vimos en tercero...
_ Sí, muy bien, ¿te acordás del nombre?
_ Eh... Ah, sí: ¡Agustina Delmiri!
Qué maravilla el encuentro. Aunque tengamos todo un patio vallado, aunque arrastremos heridas que no se curan de un momento al otro, aunque persista la incertidumbre respecto al destino del IAVA*, qué maravilla retomar el diálogo y volver a ubicarnos de lleno en el camino que nos corresponde. Cuando en las clases además del tema central aparecen proyectos, preguntas e ideas es que estamos yendo hacia donde queremos: a la construcción de ciudadanía, la formación de los artistas, el impulso a la investigación y el pensamiento.
Hace mucho tiempo que no le copio a Rosencof, pero acá va: que nunca falte. 
*la incertidumbre nace, entre otras cosas, de la innecesaria reducción de los grupos vespertinos. La obra nos quita espacios transitables (aunque solo hasta abril), pero si hay 17 salones con grupos en la mañana no tiene sentido que en la tarde haya solo 10. Otros liceos no dan abasto con los espacios y la cantidad de estudiantes, pero en el IAVA se dejaron vacíos 7 enormes salones. Raro (por decir lo menos).




_ ¡Feliz día! - dice a mis espaldas una señora hablando por teléfono- Y feliz día para todas las mujeres en el ómnibus también.
Algunas voces le contestan con un “gracias“, y la señora prosigue su charla con una frase lapidaria:
_ ¿Podés creer que ningún macho me dijo todavía” feliz día “? Hay que matarlos a todos. 
Son las siete de la mañana, no sé con cuántos hombres se cruzó hasta ahora la señora, pero tal vez estoy a tiempo para esperar que hoy nadie (ni hombre ni mujer) me desee feliz día. No es una celebración de nuestra belleza, cordialidad o ternura, es como el primero de mayo: una fecha para tomar conciencia de las desigualdades y seguir luchando contra ellas. 
Hace años que paro los 8 de marzo, pero este año me rebelo. Equivocada o no, que siempre está bueno seguir pensando, pero agregar una jornada a mis descuentos mensuales solo por ser mujer ya me está pareciendo una manera más de perpetuar la desigualdad (que visibles ya somos: no es que algunos no se den cuenta de nuestra importancia en el mundo, es que no quieren largar su chacrita). 
En la marcha estaré, claro, como siempre. 
Sigo pensando lo del paro. Pero no sé: no me convence.




 Hoy (solo por hoy) quiero llamarme Rebeca Hobson y vivir en Kent. Quiero estar trabajando en mi jardín, encontrar una roca enterrada y ¡plop! descubrir un refugio antiaéreo de 50 metros, construido en 1940. No sé qué haría con tanto espacio nuevo, en una de esas podría ser la sede de mi Museo de Fósiles y Esas Cosas, tendría que ver. Pero no. Vivo en un país donde lo más que puedo encontrar es alguna antigua bóveda*, algo chiquito, sin mucho atractivo turístico. Cosas que pasan.
*una vez vi en TV Ciudad la entrevista a un señor de Piedras Blancas que estaba excavando en su jardín y encontró una enorme habitación de la época colonial. A partir de ahí convirtió el espacio en taller y bodega, y cuando le preguntaron si había encontrado algo el hombre dijo de lo más tranquilo: "sí... había unos sables y otras porquerías, cosas viejas, yo tiré todo en el contenedor".


Cada año es lo mismo: quiero estirar al máximo las vacaciones, pero cuando empiezan las clases me acuerdo de que soy feliz en mi trabajo. Me aburre corregir escritos y leer los programas oficiales de la asignatura, pero todo lo demás es recontra disfrutable. Esta semana inicié mi año número 35 de trabajo (aunque Secundaria no parece haberse enterado, y no me dieron ni un saludo por los 30, porque se les debe de haber pasado). A lo sumo puedo seguir dando clases (toco madera) otros cinco años, pero hay algo que no me cierra, porque yo empecé ayer. Ayer di mi primera clase en el liceo 19 como profesora de Taller de Expresión Oral y Escrita en un segundo año con dos horas semanales (porque cuando fui a elegir Milagros me dijo con expresión compungida "ya se acabaron las horas de Literatura"). Ayer trabajé en cinco liceos para completar la unidad de veinte horas, y no eran cercanos ni en mi barrio (25 del km 16, 6 del Prado, 19 y 37 de la Unión, 28 de Pocitos). Ayer entré a un grupo de tercero con mis 24 años a cuestas y me encontré a una barrita de muchachos que se abrazaron y empezaron a saltar al grito de "¡Literatura! ¡Literatura!". Ayer di clases en los dos turnos del liceo 14 con cinco o seis horas de puente entre uno y otro y recibí la visita de Pallares el primer día. Ayer fui visitada por otro inspector en el 19, tan ubicado en la realidad que me preguntó si los chicos tenían duchas después de la gimnasia. Ayer me fue a ver Mántaras en la última semana con un quinto, mientras los del salón de enfrente me esperaban con un regalo envuelto en una caja gigante que adentro tenía un gatito. Ayer decidí que iba a dejar de dar clases y a la mañana siguiente tenía en la puerta a una madre pidiéndome que lo reconsiderara y a una compañera que me mostraba su recibo de sueldo para convencerme de que la cosa mejoraba con los años. Ayer tuve a un director que me hizo dos informes de fin de año, con 8 puntos de diferencia entre uno y otro. Ayer le saqué a un muchacho un trencito que consistía en una única palabra (omnisciente). Ayer estuve en 7 cuartos años y terminamos octubre con 8 embarazos en camino. Ayer participé en jornadas de limpieza donde al final inundamos todos los salones de espuma y no sabíamos cómo secarlos, ayer publiqué en las redes una crónica que terminó en un llamado a sala de un ministro al parlamento, ayer fui a un recital gigantesco dado por mis ex alumnos, los vi hacerse psicólogos, actrices, dibujantes, profesores. Y tanto más, pero todo fue ayer, ahí nomás, hace muy poco. Yo sigo siendo la misma, solo que ahora, en la alegría de establecer nuevos lazos, de plantear las bases para la comunicación y el encuentro, se cuela una voz (todavía muy bajita) que me susurra que aproveche el tiempo, que va a llegar un marzo en el que no me cambie nada. Mientras tanto, carpe diem. Lo único que de verdad tenemos es el hoy más absoluto (y toda distracción -por lo menos- sobra).





A las diez menos cuarto de la mañana la feria de Tristán Narvaja está casi despertando. Hay puestos a medio desempacar, una señora de verdad camina abrazada a otra de plástico y las librerías de Paysandú van convirtiendo en prolijas filas los cientos de libros que sacaron así nomás de sus cajas.
_ Y yo veo que los argentinos hablan bien de Lacalle -dice un feriante a otro- pero eso es porque no lo tienen cerca.
Un perro negro juguetea ruidosamente con lo que una vez fue botella de medio litro de refresco. Cuando me detengo a preguntar un precio me la tira en los pies y por un rato se arma entre él y yo un partido memorable.
_ Ese libro es una ganga- me quiere convencer el vendedor cuando ve que lo abro y reviso discretamente.
_ Sí, está bien, pero quería confirmar que la letra no es muy chiquita, o me complica.
_ Ah, a mi abuela les pasa lo mismo…
_ !!!!!!!
Compro libros, pizza, condimentos, miel y capuchinos. Charlo un buen rato sobre cuchillos con un veterano vendedor, pero como no tiene de los antiguos Elmo no le compro ("son siempre los más buscados..."). Camino cuadras y cuadras canturreando para mis adentros una canción inventada que solo tiene dos palabras: "crassula capitella", porque no me quiero olvidar del nombre de una de mis suculentas que acabo de ver en la parte de las plantas. Como me quedo sin efectivo me pongo en una fila para retirar del cajero que parece interminable, pero no: casi todos estaban para jugar al cinco de oro. En el callejón de la Universidad hay una fiesta en forma de feria feminista, y por 18 tiene lugar otra fiesta, llena de banderas rojo, azul y blanco (mi voto es! 🎵).
Qué privilegio del destino, vivir en esta ciudad y (a veces) darnos cuenta. 🙂



Obra sabatina en 3 actos
Primer acto: Yo, hace veinte minutos: _ Voy a sacar unas suculentas de abajo del techito de la cocina, para que reciban un poquito de lluvia.
Segundo acto: Yo, hace cinco minutos: _ ¡Aaaaah, se me ahogan las suculentas, tengo que sacarlas del diluvio!!!
Tercer acto: Yo, ahora, toda empapada: _ ¡Atchís!
Fin.




Veo carteles de personas desaparecidas y me pregunto: ¿y si se quiso ir? No digo si son menores, si tienen problemas psiquiátricos o condiciones especiales. Cuando alguien "desaparece" entiendo la incertidumbre, el dolor, que puede haber sido secuestrada/o, pero en una de esas la persona está escapando de un escenario de violencia, no sé. Cómo saberlo. 
Ayer vi carteles buscando a un muchacho que se fue dejando una carta de despedida, y hoy leo en la publicación de Uruguayos Ausentes que lo encontraron. Todos los comentarios a partir de la noticia son de alegría, de alivio, con mensajes religiosos y muchos deseos de que todo le salga bien. Bárbaro, somos un pueblo amoroso y preocupado por el prójimo. Ahora, cuando quien aparece es una chica que estaba siendo buscada, muy distinto es el temor de las repercusiones. Se la acusa de cualquier cosa, son todas iguales, solo saben irse atrás de un tipo, dónde estaba la madre que no la cuidó, etc. 
Nada, estimados. Cierto cansancio existencial motivado por la estrechez de miras habitual, combinada con un machismo estructural del que no está siendo fácil desprenderse. 
Y ahora que ya hice catarsis voy a tomar un capuchino, a ver si me endulzo un poco. 😊
Buenos días.





Por esas cosas raras que una tiene se me ocurre escuchar en directo el discurso del presidente argentino al parlamento. Iba a empezar a las nueve pero se adelantó diez minutos, porque se ve que la ansiedad lo devora. Por ahora dice las cosas obvias: es todo culpa de los anteriores, estamos haciendo todo bien, bla bla bla, pero de vez en cuando mete términos económicos de esos que solo entienden él y tres más, al estilo de: "pedirles que computen una función de crecimiento geométrico es un oxímoron para aquellos que no la ven", “números que cuadraban de modo perfecto con el sobrante monetario y el potencial de emisión de los pasivos remunerados en el VCRA". Más alejado de la gente, imposible. No le importan las personas, solo los números fríos. También hace citas de la Biblia y habla de políticos hoy ensobrados en los medios públicos (pero: quién maneja a los medios públicos en su gobierno?). Mientras tanto de vez en cuando me distraigo leyendo el chat del medio por el que lo estoy viendo: alguien comenta que la vice está re fuerte y que va a ver si pintándose un bigotito le da corte. En medio del discurso aparece el gato, se interpone entre la pantalla y yo y empieza a lamerme el brazo con la aspereza propia de su lengua felina: si su objetivo era limpiarme un poco la cabeza saliendo de este discurso, debo decir que lo logra. Qué tristeza lo que pasa en la vereda de enfrente, qué tristeza. Ojalá me equivoque (pero no la veo).






Mis otros cohabitantes ¿Ustedes con quiénes viven? Sin ser personas ni mascotas, ¿conocen a otros seres de su casa? Yo hoy tuve encuentros con varios, de ninguno de los cuales tenía noticias. La mitad salió bien parada del encuentro y el resto... suerte en la otra vida. Y no me refiero a las hormigas, con quienes mantengo batallas diarias por la comida de los gatos. Primero, un aedes aegipti osó posarse sobre mi brazo y le pegué un cachetazo (aunque no vi el cadáver, así que aún no canto victoria). Después un mangangá quiso colarse a la cocina (el gordo me cae re bien, pero no lo dejé). Una mosca gigante sí entró (y la saqué por la ventana). Decenas de gusanitos pequeños aparecieron al levantar una maceta (sospecho que son termitas; más allá de haberlos rociado con veneno creo que se impone una consulta con quien sepa de estos temas). Una cosa con forma de araña andaba en mi dormitorio, medio lenta: la saqué con la pala de la basura hasta el jardín del frente. Beige, de unos siete cm de diámetro con todo y patas. No sé de dónde salió. Una lombriz bastante grande de repente apareció a los coletazos en una bolsa que tengo cerrada con tierra en el galpón. Pobre bicho, me imaginé que su nula vida social ya la tendría aburrida, así que la puse en el jardín del fondo (cinco segundos después había desaparecido). Todo esto supervisado por la gata de al lado, que además de recorrer y revisar todo el galpón se quedó largo rato olfateando una zona de macetas, como si otro bicho raro se agazapara entre ellas (pero no lo vi). Pequeñas delicias de la vida en casa suburbana, estimados. Cosas que una solamente ve cuando está de vacaciones. Y ahora, con su permiso, voy a ver si encuentro al pequeño demonio de patas blancas y negras al que no estoy segura de haber liquidado. Espero que no haya invitado a sus amigos: son los únicos de mis cohabitantes que de verdad me dan miedo.





Sé que es una falsa alarma, pero este viernes nublado parece un anuncio del otoño que se nos viene. Se está yendo el verano. Se fueron las vacaciones. Se fueron muchas malezas de mi fondo, porque pintó jornada de jardinería. Hubo que limpiar, retirar hojas secas, ramas que invadían espacios y flores marchitas que no terminaban de caerse. En algunos casos tuve que ponerme guantes, porque las plantas espinosas no reconocen a sus cuidadores. Cambié a algunas de maceta, les di espacio a las oprimidas, sigo tratando de rescatar a unas cuantas y de combinar de la mejor manera los espacios del sol y de la sombra. Me siento un poco Chance, el protagonista de "Desde el jardín": cada cosa que escribo me resuena con doble significación en la cabeza. Será que es primero de marzo y en un año más tendremos cambios (muchos cambios). Habrá que seguir trabajando amorosamente por la vida, cuidando a quienes nos rodean y sembrando flores en todos los espacios. Nunca nos fuimos, por suerte. Y vamos a volver.