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martes, 7 de abril de 2015

MEDIO KILO DE EQUILIBRIO





Mi humanidad y yo avanzábamos con cierta dosis de cansancio y pereza por las calles del Cordón rumbo a Tres Cruces. Eran las cuatro de la tarde de un martes siete de abril pero ni hora ni fecha coincidían con el calor veraniego de la jornada, que nos llevaba a casi todos los que íbamos por Colonia a amontonarnos en la vereda de la sombra. Yo iba planificando tareas pendientes con una parte de mi cerebro mientras con la otra relojeaba disimuladamente lo que hacía un flaco parado en la esquina sin camisa, de bermudas, gorrito y bicicleta al lado. De pronto, unos metros antes del cruce, de un comercio me llegó el olor inconfundible a raciones de bichos a la vez que una cotorra desde adentro me martilló los oídos con un algo que quiso ser palabra pero murió en parloteo indescifrable. Recordé que Tania y Roldana estaban por quedarse sin comida y entré.
El señor canoso y veterano fue muy amable y me vendió medio kilo de Equilibrio para gatos adultos, el único que consigo, ya que parece que nadie tiene Equilibrio de felinos gerontes en esta bendita ciudad. La venta vino con explicaciones varias sobre la calidad del producto, la conveniencia de no mezclar alimentos de diferente tipo y otros asuntos de dudosa trascendencia a los que escuché con suma atención, no por el tema en sí sino por la voz del vendedor: un sonido de modulación impecable, con una resonancia limpia, impresionante. Parecía de radio. Y se lo dije.
_ ¡Qué buena voz que tenés!
Me miró encantado. Algo de orgullo empezó a perfilarse en lo que antes era pura cortesía.
_ Sí… Gracias. Es que yo antes me dedicaba a otros oficios, pero usted sabe cómo es esto.
_ ¿Trabajabas en la radio o eras cantante?
_ Mire, hice muchas cosas. En alguna época supe ser cantante; últimamente ya no cantaba, pero era acompañante. Con mi guitarra. ¿Ve esa guitarra que tengo ahí atrás?_ y señaló un instrumento prolijamente enfundado, con un cartelito al lado que decía “$2000”.
_ La traje yo mismo de España, en el año 1956, y ahora la tengo para vender porque la artrosis no me deja… _ y me mostró la mano, de movilidad aceptable para vendedor pero restringida para guitarrero_ Seis guitarras tenía; a las otras ya las he vendido. Yo iba al Prado.
_ ¡Ah! ¿Eras payador?_ lo interrumpí, mientras el libro de Bartolomé Hidalgo me empezaba a dar saltitos de contento desde adentro de la mochila, porque justo hoy me tocaba trabajar sobre uno de sus diálogos en el CERP. 
_ Sí, payador y cantor.
_ ¿Fuiste o sos? ¿Se deja de serlo?_ medio que le grité, porque intuí que andaba un poco duro del oído, aunque lo disimulaba bastante mejor que yo.
Y me contó lo que le pasaba: que tenía 79 años y a veces se le olvidaba lo que iba a decir, se quedaba en blanco en mitad de una frase y eso como payador no podía ser. Él necesitaba la palabra precisa, la nota adecuada, no podía andar diciendo cualquier cosa en el escenario. Yo le expliqué que a mí me pasaba lo mismo a los cuarenta y pico en las clases, pero no fue un gran consuelo. 
Si no podía cantar ni tocar la guitarra solo le restaba ser público, y eso no siempre era gratificante. Me dijo de un famoso payador uruguayo, Moreno, que vivió 40 años en Panamá y volvió en estos días a los ochenta años  a dar un recital en la Sala Zitarrosa, un sábado a las ocho de la noche. 
_ Éramos… No sé, seríamos dieciséis. Una vergüenza. 
Traté de explicarle que ahí capaz que fallaba la publicidad, pero para hacer publicidad hay que tener plata y esa barrera no se arregla con buena voluntad. 
_ El único programa de radio que se ocupa de nosotros es a las seis de la mañana y si uno no tiene auto no puede ni ir para una entrevista porque no es prudente salir de  noche a esta edad. Yo por ejemplo ya no me animo a ir vestido de gaucho a un espectáculo porque es peligroso andar con el cinto de plata y oro, no lo puedo llevar a ningún lado y para mí era un orgullo lucir las ropas de la tradición del payador. 
_ Pero en el Prado sí cantan todavía, ¿no?
_ En el Prado a veces tenemos el escenario Molina, que es el más chico de todos, pero no se puede competir con la música estridente de los otros. Le ponen a Luca Sugo al lado, y la payada necesita concentración, porque es un canto espontáneo, no es aprendido de antemano.
_ Igual viste que los gurises capaz que no saben de payadas pero sí de canto espontáneo, porque muchos de ellos improvisan lo que cantan.
_ En este país los jóvenes no saben nada de la tradición porque nadie les enseña. No es culpa de ellos. De Bartolomé Hidalgo, por ejemplo, solo conocen el monumento de cemento, ese, donde los 24 de agosto, el Día del Payador , nos reunimos un puñado de viejos a hacerle un homenaje.
Casi podía sentir cómo desde el libro los cielitos y los diálogos de Hidalgo estiraban sus bracitos para irse con él a homenajear al Cantor de la Patria Vieja. Están tan poco acostumbrados a encontrar amigos… Tenía que decirle.
_ Conozco el monumento y no es muy lindo. ¿Sabés que yo justo hoy iba a dar una clase sobre Bartolomé Hidalgo?
_ ¡Qué bueno! Es el iniciador de la poesía gauchesca. Un simple empleado del Cabildo y que hizo unos versos espléndidos.
_ Y terminó pobre como las ratas, vendiendo sus poemas en hojitas sueltas en Buenos Aires.
_ Es verdad. Tuberculoso, pobre, murió muy joven. Hoy nadie canta los Cielitos de Hidalgo. Cuando yo iba a la escuela la Directora, la doctora Cata (porque era doctora y además maestra, doña Cata) nos los enseñaba. Ahora eso se perdió, como todo lo que tiene que ver con el arte de los payadores.
_ Sí. Igual viste que de Martín Fierro se habla más, al menos. 
_ Bueno, pero, ¿quién era Hernández?
_ Un Senador.
_  Ahí tiene. 
_ ¿Vos tenés los Cielitos de Hidalgo? _ le pregunté, pensando regalarle mi libro si me decía que no, pero sí lo tenía, en la misma edición que yo: una barata, publicada por la Universidad de la República. 
Los poemas de mi libro se quedaron un poco más tranquilos al enterarse de que seguían viviendo en otros ojos más allá de las clases y la historia de la literatura, y yo decidí que ya era hora de ir marchando.
_ Bueno, me voy. Un gusto.
_ Para mí también. Disculpe que le di lata con mis cosas y la demoré.
_ No, al contario.
Y me fui con mi bolsa de Equilibrio en la mano, cantando bajito rumbo a la terminal. 
Ni siquiera me acordé de fijarme si el de la bici seguía al acecho en la esquina. Ya no era importante. 


viernes, 3 de abril de 2015

Abril 2015





Montevideo, 30 de abril de 2015, 17.55 hs.
VISTO: que hay un armatoste ruso dando vueltas por la atmósfera y que se nos viene encima.
CONSIDERANDO: que como dice la nunca bien ponderada página de espectador.com "La nave carguera rusa Progress está cayendo descontrolada rumbo a la Tierra y podría impactar en cualquier lugar del planeta, incluido Uruguay".
RESUELVO: que de suceder la eventualidad de que el Progreso me caiga encima y no deje de mi modesta existencia más huella de la que quedó de mi rancho en Valizas:
1) Mis amigos y conocidos deberán hacerse cargo de la manutención de Tania y Roldana procurándoles una alternancia de Equilibrio para gatos adultos y atún desmenuzado al natural, con abundante agua y piedritas sanitarias a su disposición, así como una ventana abierta al fascinante mundo exterior y un almohadón prohibido para que se diviertan usurpándolo.
2) Alguna de mis compañeras de Literatura tendrá que tirarse hasta el IAVA y cerrar mis promedios, que son para el 8 y no los tengo hechos.
3) Los valores de la casa están debajo de la cama de una plaza, en el dormitorio chico, en varias cajas. Ojo al moverlos, que los fósiles son duros como piedra pero los escudos de mar se rompen de solo mirarlos.

Comuníquese, atiéndase, publíquese, archívese, cúmplase.





Estaba bien avanzada la segunda hora del escrito de quinto Artístico a las nueve y media de la mañana cuando alguien golpeó la puerta y pidió permiso para pasar: era un alumno que venía con pinta de caído de la cama y con los ojos a medio despertar. 
Capaz que tendría que haberle dicho que no podía ingresar al salón a esa hora, que la responsabilidad, y la puntualidad, y el escrito y esas cosas, pero algo en su mirada se ve que me contuvo porque lo invité a sentarse y a intentar hacer algo en los veinte minutos que le quedaban de clase.
Estuvo escribiendo hasta que tocó el timbre, mientras una parte de mi cerebro razonaba que para cuando él llegó ya había algunos compañeros afuera del salón, los tres o cuatro que habían entregado temprano, quienes podrían haberle contado cuáles eran las preguntas, posibilitando un mini repaso injusto para los otros estudiantes. En eso estaba, dudando, hasta que decidí que igual bien valía el esfuerzo del muchacho de intentar hacer algo para zafar del 1 y que ya vería yo qué pasaba al corregirlo. 
_ ¿Qué pasó? ¿Te dormiste?- le pregunté cuando me entregó la hoja al final.
Me miró con sus enormes ojos cansados, salimos al patio y me contó. 
El abuelo murió hace unos días y la madre de él se instaló prácticamente de continuo en la casa de sus propios padres para consolar a la abuela, que aún vive. El viejito tenía ochenta y cinco y venía de una enfermedad larga y dolorosa, por lo cual mi alumno pese a sufrir la pérdida no estaba desconsolado pero la mamá sí, y a él le partía el alma verla sufrir y no poder ayudarla. Ayer estuvo horas en medio de la madrugada desvelado hablando con ella para ayudarla a desahogarse y repuntar un poco, y quisiera ver si alguien sabe cómo conciliar eso con el origen y evolución del teatro griego, la estructura externa de una tragedia de Sófocles o los recursos literarios del parlamento de un personaje en el prólogo de Edipo Rey.
Aún no corregí, pero a mí ya me puse buena nota por no haber caído en la exigencia en el cumplimiento de las normas sin preguntar antes cuál era el motivo de su no observancia. Los docentes tenemos entre las manos un material tan delicado y sensible como el alma de las personas que nos rodean, y es aterrador ver con qué precariedad nos movemos en esa delgada línea entre lo que es correcto y formativo para ellos y lo que sería una permisividad contraproducente de nuestra parte.

Difícil tarea, la nuestra.




Hace mucho tiempo que estoy pensando si estará bien lo que hago, pero no termino de decidirme.
Nuestra relación empezó hace un par de meses, cuando comenzaron las clases, y desde entonces no ha pasado un día sin que yo fuera a buscarlo en algún momento de la mañana. En las horas puente, por ejemplo, salgo de sala de profesores medio a lo bobo como sin rumbo, como dudando si voy al baño o si me tiro hasta la cantina pero siempre, siempre, siempre termino yendo a ver si lo encuentro en su lugar de costumbre. Y él siempre está. A veces no me puede atender o no está disponible pero al menos lo veo allí y su presencia me tranquiliza, aunque sé perfectamente que no soy la única en este liceo que depende de él y está bien, lo acepto. De hecho la que me lo presentó fue una chica de secretaría el segundo día de clases. Las alumnas también lo buscan pero no tanto.
Algo de culpa me provoca esta relación, lo admito. Más de una vez he pensado cortarla y liberarme pero la carne es débil, mis decisiones son endebles y él termina ganando. Dependo de él, maldito aparato expendedor de café, cortado y capuchino. Dependo totalmente. 






Salí de mi casa pocos minutos antes de las nueve, arrastrando mi humanidad hacia el salón comunal de la cooperativa que tuvo la nunca bien ponderada idea de fijar una asamblea obligatoria un domingo a las nueve de la mañana. 
Nueve y cuarto dio comienzo la reunión y nueve y veinte surgió el primer conflicto. Me preparé mentalmente para tres o cuatro horas de palabras y ánimos caldeados. Mientras se leía el balance a aprobar, en la imposibilidad de entender las dos carillas llenas de haberes y saldos, me entretuve hojeando la lista de los integrantes de la cooperativa. Primero revisé quiénes figuran como socios: en 200 casas hay solo 55 mujeres como socias titulares, mirá qué dato revelador. Después me puse a mirar nombres raros; dos me encantaron. Uno era Odorico, que me trajo vívidas reminiscencias de "O bem amado", de Odorico Paraguazú, el alcalde corrupto que desesperaba por inaugurar el cementerio del pueblo y ya que estaba me acordé de las tardes de los setentas y la tele que empezaba a las seis y la señal de ajuste y las películas con una raya, dos rayas, tres rayas y que al apagarse dejaba por unos segundos el puntito blanco de luz en el centro y esas cosas. Después vi que hay alguien que se llama Boabdil, y me acordé de haber estado en Granada, en La Alhambra, al lado de un árbol con un cartel que rezaba: "Aquí lloró el rey moro Boabdil al mirar por última vez sus dominios antes de dejarlos en manos de sus enemigos". Pobre Boabdil: estaba lamentando su derrota militar, llorando por el inminente destierro, cuando la bruja hija de puta de su madre le toca el hombro y le dice que se deje de llorar como una mujer lo que no supo defender como un hombre. 
En esas divagaciones andaba cuando escucho que se va a pasar a votar el balance, y de pronto la asamblea llegó a su fin menos de una hora después de haber empezado, en un clima de concordia y con un aplauso generalizado para la mesa directiva y para la masa social que aprobó el balance. 
Sorpresas te da la vida.






Segunda hora de clase con el sexto Artístico 2 en el IAVA. Acabábamos de hacer la corrección del escrito y propuse que como parte del Día Mundial del Libro dedicáramos esa hora de clase a alguna lectura recreativa. 
Ya lo había hecho en el otro sexto: yo llevé textos de Benedetti y Galeano y alternamos sus voces y la mía para acercarnos a varios de ellos. Pero este segundo grupo tiene personalidad propia y apenas dije de leer algo ya salieron de las mochilas libros, desde Gioconda Belli a Murakami, pasando por Darwin y otros varios. Cada uno pasó de motu propio al frente de la clase y leyó ( y leyó MUY BIEN) lo que quiso. Al rato otros, los que no tenían libros, sacaron sus celulares y fueron sumando voces y palabras. Algunos (entre ellos yo) nos sentamos en el piso para escuchar mejor y con mayor comodidad. Uno de ellos, que es fotógrafo de profesión, leyó un texto sobre la esclavitud, mientras desde el patio sonaba cada cinco segundos un sonido de tambor que parecía acompañarlo, ante nuestros ojos y oídos encantados.
Todos aplaudieron cada intervención.
Salí flotando sobre las viejas y queridas baldosas del patio de mi liceo y no paré de volar hasta que me desplomé sobre mi asiento del bus a Florida, tres minutos antes de que saliera.
Qué maravilloso esto de levantar vuelo en medio de la jornada laboral.
Qué suerte que decidí ser docente.







La parada tenia poca gente hoy y el 103 vino medio vacío. Me senté enseguida; pensé que era una lástima haberme olvidado del reloj en casa, pero ya estaba hecho.
Los comercios por 18 presentaban un aspecto de feriado, todos cerrados, con sus cortinas bajas, y las veredas estaban lindas para caminar, así, sin gente. ¿Dónde está la gente de las ocho de la mañana?
Ahí me di cuenta de que había puesto mal el reloj, que eran las 7, el liceo estaba cerrado y no había ni un bar disponible para hacer tiempo y corregir escritos hasta que abriera. 
Menos mal que 3 Cruces no duerme.
Saludos desde mi segundo desayuno del día, en La Mostaza.
Médico geriátrico que cobre poco, ¿alguien conoce?





Aún no son las siete y media, ya está oscuro y estoy esperando un ómnibus de CITA cuando los veo venir. Ellos son dos. Tienen unos 15años, son flacos y visten de modo similar. Vienen tomando algo de una caja que se pasan de uno a otro sin detener su marcha. Cruzan por mi lado y mientras charlan siguen compartiendo el litro de Colet. 
Cae la noche en Florida y yo vuelvo a Montevideo. 
No nos separan cien kilómetros o una hora y media de viaje. Estamos a un mundo de distancia.





Don Isidoro fue el primer historiador de la patria, el primer biógrafo de Artigas y el primer cronista de Montevideo. Todo el mundo coincide en que no era una lumbrera para esto de la literatura pero se las ingeniaba para ser ameno y para rescatar del olvido las pequeñas cosas del quehacer cotidiano, las calles, los personajes, las situaciones de la ciudad en que vivió casi toda su vida. Medio desordenado el hombre para el contar, bastante carente de rigor científico y metodológico,pero muy laburador, eso sí. Dicen por ahí que hasta los 90 años, en que se jubiló como archivero, no faltaba un solo día a su puesto de trabajo. Otros tiempos. Lo veían caminar encorvado por la Ciudad Vieja y ya todos sabían quién era. A veces se paraba a saludar a un niño por la calle y contarle que en otros tiempos había conocido a su bisabuelo.
Me gusta este viejito. No coincido en su admiración por Rivera, no coincido en muchas cosas pero me gusta. Es como un hermano cronista que desde otros siglos sigue hablándonos de un mundo que posibilita el nuestro, sin gritos ni estridencias ni genialidades pero con afecto y amabilidad.

Que nunca falten los lazos con la tradición, las miradas al mañana ni las correspondencias inesperadas con las voces ajenas.




Características del siglo XVIII:
"La religión no era muy aprobada por la religión de la época."
"La enciclopedia, en el siglo XVIII se creó la enciclopedia."
"Comprende los años 1701 al 1800."

(Me parece que este no es el mejor de los mundos posibles.)



Mi lectura de las crónicas de Montevideo Antiguo de don Isidoro de María en el fondo del 103 se ve de pronto interrumpida por el rasgueo premonitor de espectáculo de bus por el que no pedí ni pagué. 
Oh oh. No otra vez.
La guitarra era blandida por un muchacho de rulos y se escuchaba algo de percusión desde un sitio no visible para mí, desde el cual se empezó a oír una voz cantando "El poeta dice la verdad". Canté yo también desde mi asiento, bajito. El muchacho de al lado me miraba de reojo con cara de extrañeza; se ve que en Artigas las señoras no acostumbran saber letras de gurises, y menos entonarlas en lugar tan inapropiado. Sí, era de Artigas, porque un rato antes él y un grandote (que hubiera sido lindo si tuviera plata y en vez de matarse trabajando se pudiera arreglar mejor porque sus rasgos eran bellos pero estaba muy venido a menos) tuvieron una charla en la cual ambos manifestaban que se sonaban conocidos pero no sabían de dónde. El grandote le preguntó desde el asiento de enfrente si era de la Iglesia pero no. Se despidieron cordialmente sin saber de dónde se sonaban, si es que en verdad se conocían y no le erraron como a las peras, cosa de la cual tengo mis serias dudas. 
Terminó la canción y sonaron aplausos. El cantante me sonríe y viene a darme un beso: estuvo conmigo en un tercero del 30 hace como cinco años. Su compañero informa que han cantado un tema de La Trampa, le pregunto a mi ex alumno de quién es la letra, a lo que contesta que de Federico García Lorca. Punto para él. Nos reímos y charlamos un rato; queda descorazonado cuando se entera de que estoy con los sextos Artísticos de la mañana del IAVA, porque él también hace sexto Artístico allí pero de noche, y se bajan, a interrumpir nuevas lecturas y provocar nuevos encuentros en el STM.
Retomo a don De María hasta que unas paradas después levanto la mirada y veo a una mujer que me mira y hace lo peor lo peor lo peor que puede hacer alguien conmigo: me saluda. Una desconocida me saluda en el ómnibus, título de mi próxima saga de 42 tomos.
_ ¿Cómo andás, Mariela? ¡Tanto tiempo! No sabía si saludarte, si me ubicarías...
Nunca la vi en mi vida, no tengo la más pálida idea de quién puede ser pero después de tan cálido reconocimiento por su parte me siento la forajida más vil si se lo hago notar. 
Conclusión: tuvimos un hermoso diálogo de cinco paradas en el cual agucé al máximo mi capacidad deductiva pero no llegué a absolutamente ningún lado. Ella tiene más o menos mi edad, trabaja por la Curva, dice que estoy igual y me cuenta que terminó sexto de liceo en el IAVA Nocturno hace cinco años. O sea, ni la más leve idea. 
Lo único bueno es que ahora mis encuentros de bus parecen estar cortados por el mismo molde, todos con el IAVA como hilo conductor. 
Pero no es consuelo. MALDICIÓN. 
Otra vez.
Otra vez.
Otra vez.
Otra vez.
Otra vez.
Vivo en un mundo de desconocidos que juegan con mis nervios para hacerme sentir "Yo, la peor de todas". Debe haber cámaras registrando cada pseudo-encuentro y un tablero donde se van anotando los que al final reconocí y los que dejé pasar sin animarme a preguntar. La gente hace apuestas y escribe estadísticas, mientras nuevos actores se entrenan para probar suerte conmigo.
"The Mariela's Show". Coming soon.




Misterios de la vida en Arbolito Street.
Me asomo al frente porque voy a sacudir la alfombra. El micro jardincito de unos cuatro metros cuadrados está lleno de hojas secas que me propongo algún día barrer y tirar a la basura, pero no es eso lo que llama mi atención hoy, sino un martillo tirado en un costado sobre el pasto. ¿Quién me tiró este martillo y por o para qué? Lo levanto. Debajo hay un ratón, o lo que fue alguna vez un ratón, ahora aplastado hasta la bidimensionalidad, con varios días de cadáver y rodeado de moscas felices, gordas y zumbonas. 
Me pregunto muchas cosas. 
¿Habrá en este barrio alguien capaz de reventar un ratón y después no animarse a recoger el arma homicida? ¿Será que este martillo es mío y yo no me acuerdo? Y lo más importante: ¿tendré que sacar a este resto de bicho y tirarlo a la basura?
Misterios de la vida en Arbolito Street.



14.18: salgo de casa rumbo a Florida tres minutos después de lo previsto. Me demoro veinte segundos haciéndole mimos a Gomecito y explicándole al otro, al gris y blanco, que no lo iba a dejar entrar a mi casa ni ahora ni nunca.
14.25: veo venir un Cutcsa y evalúo la situación. Pensaba ir en un inter que me deja en la puerta y cuatro cuadras mas cerca, pero si espero y se demora... Decido que el tiempo me da bien y subo al bus. 
14,35: reviso el pasaje para ver si voy en el primer o segundo coche de las 15.00 y veo que el mío es el coche 1... Pero de las 11.30. Marqué para el martes con horarios del jueves, maldito alemán que no retrocede ni un par de meses. Viejo odioso.
14.40: el 103 va lento, o al menos a mí me lo parece. En cada parada se suben 5, 6, 8 personas. Son las tres de la tarde, gente, ¿qué hacen todos entorpeciendo a mi ómnibus? ¡Moviendo las tabas, que tengo que llegar a tiempo para mi clase sobre Bartolomé Hidalgo en el Cerp!
14.45: intento pararme antes para bajar primera pero ¡horror! Una vieja de dificultosa movilidad me gana la puerta de adelante y se instala allí con toda su lenta humanidad mientras miro el reloj de otra vieja que en vez de menos cuarto marca menos diez y me entro a putear por despistada.
14.50: vuelo por las cuatro cuadras, corro cruzando Bulevar, me deslizo por la escalera de Tres Cruces aferrada al pasamano por si aterrizo de puro atropellada y llego al local de CITA, donde por suerte hay una ventanilla libre y me atienden enseguida.
14.56: me desplomo en el asiento 15 del coche 1 y decido que en adelante debo salir con más tiempo, debo controlar mejor los horarios que saco, debo ser buena, luchar por la paz mundial y no comer más pizzas, harinas ni ambrosías... Aunque después de todo ya voy en viaje y no es cuestión de hacer promesas desesperadas y de dudoso cumplimiento. Por lo de salir con más tiempo, digo.



Cuando dejé pasar un 103 casi vacío solo por no correr unos metros pensé que acababa de cometer EL error de la semana.
Un segundo después, al ver que atrás venían un 405 y otro 103 con asientos libres dudé si en verdad me habría levantado y si no seguiría soñando en Arbolito.
Pero solo en el momento de ir a pagar, cuando tuve que gritarle al guarda para que saliera del dulce sueño de las siete de la mañana y me diera el boleto, terminé de asumir que es lunes. 
Al menos vamos sin cumbia, sin cantores y sin vendedores.




Pinceladas de siesta merineana.

Este es el reino de las aves, solas o en bandadas, de cualquier color y tamaño. Las arroceras, la playa, el campo pelado, todo les sirve de hábitat. Hoy me pasaron volando por arriba cuatro cigüeñas en fila india, después un halcón y tres patos, amén de urracas y garzas varias.

De noche mi vieja me llama misteriosamente, me hace señas y salimos a la oscuridad del patio del fondo. Prende la linterna, alumbra el techo del parrillero junto a la casa y veo una comadreja preciosa, comiendo los cueritos de pollo y los restos de verdura que sabe que allí le son dejados cada noche. Nos miró y se fue tranquila, sin miedo. No pude sacarle una foto, otra vez será.

Nos cruzamos por la playa con tres nenitas de siete u ocho años. Una iba hablando con tono de Nena Alfa: "yo ya canté primera para todo, esta (por una de sus amigas) cantó segunda, y vos (a la otra) quedaste última para todo. Ya está, es así."

Diez mosquitos en mi dormitorio ayer, diez posados al menos y otros tantos volando. Cada vez que vengo me felicito por el tul de expedicionario. Que nunca se rompa.

El pueblo está casi vacío. Apenas unas veinte personas en la playa a mediodía, dos autos por hora por la calle de mis viejos y casi ningún almacén abierto. En medio de este desierto desembarcaron dos o tres personas cargadas de listas para la elección de mayo y quedaron un tanto desconcertadas. No sé qué habrán hecho con lo que pensaban repartir; para mí que las tiraron en el primer tarro de basura que encontraron.

No. No, no y no. No voy a ir por lo de El Carioca a comprar ambrosía. No voy a ir a comprar ambrosía. No a la ambrosía. No, no y no. Creo.

La hora de la siesta pinta hoy soleada y silenciosa. Ayer hubo fiesta en lo de un vecino y se cantó y tomó de lo lindo. Lloviznó un poco pero ellos siguieron horas y horas entonando cosas del tenor de "Somos los piratas" o "Brindis por Pierrot". Hoy solo hay pájaros, muchos, un par de mangangás zumbones y una mariposa enorme de Peñarol.





Ese momento del domingo en que uno se pone a recolectar por la casa los marcadores de pizarra, los borradores, los textos y los apuntes, mientras busca la hojita de los horarios que aún no se aprendió de memoria y que va a determinar el nivel de dificultad de la levantada del primer lunes después de las vacaciones...





Ella alega que no fue al lugar con intención de hacerle daño a nadie y yo le creo. 
Todo comenzó con la rutina de cada viernes santo a las nueve y pico de la mañana: recorrida visual por la cocina, constatación de más ausencias que disponibilidades en heladera y armarios, decisión de visitar las instalaciones del señor Henderson en la Unión, necesidad entonces de mirarse a un espejo y volver a tomar forma humana después de una noche de sueño inquieto y despeinante.
Fue hasta el piso de arriba y allí estaba él. 
Un tres de abril por la mañana y él seguía adueñándose de la casa; un atrevimiento inconcebible.
Esperó pacientemente a que se alejara de la puerta antes de cerrarla y condenarlo. Ante la frialdad de su mirada cualquiera podría haber percibido que ya no había vuelta atrás pero no él, que siguió revoloteando, posándose un segundo en el botiquín, dejándose ver con nitidez contra los azulejos blancos del baño de la cooperativa (los más baratos, son feazos, voy a tener que cambiarlos algún día, pensó la mujer) y yendo en su paseíto, como era previsible, hasta la pequeña ventana cerrada del fondo, donde rápidamente fue reducido a una mancha roja y negra en la palma derecha de su asesina.
_ Fuiste. Jodete por desubicado. Sairam._ murmuró, recordando que una compañera de Bellas Artes una vez le dijo que no había que sentirse culpable por matar un animal en defensa propia siempre y cuando uno dijera "sairam", que viene a ser algo así como la paz sea contigo, hermano, bye bye, que reencarnes bien.
Y se fue sin culpa a hacer los mandados, no sin antes liquidar en la misma ventana al segundo atrevido de la jornada. 
Voy a tener que averiguar cuánto cuestan los mosquiteros en el barrio, pensó al salir de la casa. Esto se está poniendo demasiado épico para esta altura del año.